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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versión impresa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.40 no.1 Bogotá ene./jun. 2013

 

Francisco Martínez Hoyos, coordinador.
Heroínas incómodas. La mujer en la Independencia de Hispanoamérica.
Málaga: Ediciones Rubeo, 2012. 288 páginas.

Para comenzar he de decir que el libro hace parte de un esfuerzo sistemático y consistente por consolidar la historia de las mujeres no solo como un subcampo -si se permite el término- de la historia, sino como todo un campo de reflexión histórica del género. Es decir, es un esfuerzo por ver a las mujeres como partícipes fundamentales de los procesos históricos, no porque sean la mitad de la población -como algunos se contentan en manifestar- sino, porque los procesos históricos, cualesquiera sean, no se pueden estudiar, analizar y comprender si no se entiende la participación de ellas.

De lo anterior se desprende la necesidad de revisar el libro como un aporte de la participación de las mujeres en los procesos independentistas. Pero no solo por la coyuntura bicentenaria entendida como un tema más que es necesario abordar -como lo expresa la encuesta realizada por Manuel Chust y que es mencionada por Martínez Hoyos en la presentación del libro-, sino porque, en los procesos independentistas, las mujeres, como los hombres, habitantes de las colonias españolas en América, se vieron de una u otra forma afectadas. Efectivamente, este es el primer nivel de análisis del libro.

En ese sentido, es necesario indicar que estamos ante un intento de historia revisionista, ya que el grueso de la producción historiográfica sobre la Independencia desconoce la participación de las mujeres en ella o la reduce a estereotipos o actividades social y culturalmente asignadas como, por ejemplo, la familia, el hogar, las devociones religiosas. Sin embargo, es necesario precisar algunas cuestiones respecto al carácter revisionista del volumen. Es revisionista porque:

  1. Pretende mirar a las mujeres en sus dimensiones reales y múltiples, en el marco de los procesos independentistas.
  2. Se propone ver a las mujeres en colectivo, no como las protagonistas individuales que las historias oficiales y nacionalistas han querido empotrar en los panteones heroicos, reduciendo su papel a las actividades de un puñado de mujeres con nombre propio, para mostrar que, al lado de un número amplio de hombres, hubo unas cuantas mujeres que también se distinguieron, dentro de esta perspectiva, por sacrificar incluso sus vidas, si fuese necesario, para romper los vínculos con España y formar Estados nacionales.
  3. El estudio no desconoce el papel individual de las mujeres ni deja de lado a las que ya supuestamente han sido estudiadas con amplitud y suficiencia. Es decir, creo que propone reestudiar a personajes como Policarpa Salavarrieta, Manuela Sáenz o la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez, para mencionar solo unos cuantos nombres.

Ahora bien, veamos lo hasta aquí expuesto en aspectos concretos de la obra. Parecería una verdad de Perogrullo que los procesos independentistas afectaron, de una u otra forma, a toda la población. No obstante, esto no es para nada cierto ni claro. Así lo deja ver Rocío Córdova Plaza, quien afirma que "es un hecho que la conflagración por la Independencia involucró a toda la población de los territorios afectados, sin importar género, edad o condición social, a pesar de que la historia oficial la haya presentado como una empresa acometida por bravos guerreros y valientes patriotas, siempre hombres, que lucharon en aras de un ideal libertario" (p. 15). Esta visión masculina de la Independencia podría deberse, reduciendo una explicación muy compleja a una síntesis, a que pareciera que la guerra fuera una actividad exclusivamente masculina. Sin embargo, pueden encontrarse, con nombres propios, como la misma Córdova lo muestra, mujeres que participaron en el conflicto en muchos y diversos niveles, incluyendo el empañamiento de armas: "Muchas desempeñaron actividades fundamentales desde su papel femenino convencional, como amantes, mensajeras, seductoras, anfitrionas de tertulias, espías y conspiradoras, o bien tomaron las armas y dirigieron tropas" (p. 21).

Así, el papel desempeñado por las mujeres se amplía. Podían ser las seductoras de las tropas, aspecto por el cual muchas fueron juzgadas y condenadas a muerte, no solo por los realistas, sino también por los insurgentes que detectaban espías a favor de las tropas del Rey. Es decir, vemos en algunos artículos del libro que las mujeres estudiadas no se reducen a las que participaron a favor de la causa de la Independencia, sino que también son abordadas las que defendían el orden monárquico.

Y ya que hablamos de la pena de muerte a la que fueron condenadas algunas mujeres, es necesario referirnos a la variedad de castigos que sufrieron por estar en medio, participando o no, del conflicto. Están las que fueron humilladas, empobrecidas, desterradas, encarcelas, y violadas (esto como un acto sistemático y característico de las guerras que no ha sido abordado en sus reales y dramáticas proporciones).

Otro aspecto que quiero mostrar del texto reseñado es que, si bien propone enfatizar en las mujeres en colectivo, no desconoce la validez y la pertinencia de estudiar a aquellas que han sido, desde el siglo XIX, referenciadas por las historiografías nacionales. Estos estudios, como es obvio suponer, trascienden la apología. Así vemos, por ejemplo, el trabajo de María Himelda Ramírez, quien muestra algunas características de personajes como Policarpa Salavarrieta, "emblema recreado a lo largo de dos siglos e incluido como pieza política clave de la formación de los valores atribuidos a la nacionalidad" (p. 77). También retoma el caso de Magdalena Ortega, esposa de Antonio Nariño, activa patrocinadora y participante de tertulias, espacios de sociabilidad donde circulaban ideas políticas pero donde también se conspiraba. Sobre el caso de Salavarrieta, me parece clave mostrar la forma como hace pocos meses, y ante la coyuntura de una serie televisiva, integrantes de academias de historia salieron a defender la imagen de su heroína, supuestamente perturbada por una obra que colindaba con la ficción, lo cual refuerza que algunas mujeres, igual que muchos hombres, pasaron a ser patrimonio de los historiadores que han construido la historia a partir de héroes individuales sobre los cuales debe cimentarse la historia del colectivo. Esa discusión es similar, en esencia, a la que suscitó la novela de García Márquez sobre Bolívar, pero un Bolívar más humano y terrenal que celestial y de bronce. Ahora bien, Ramírez también se fija en las mujeres que, perteneciendo al colectivo, a partir de sus quehaceres supieron destacarse en las conspiraciones contra los realistas. Pueden mencionarse los casos de Melchora Prieto y Francisca Guerra, comerciantes y posaderas que, por sus actividades comerciales, tenían continuo contacto con realistas e insurgentes, por lo que el conocimiento de estos actores las hacia valiosas para la causa de los patriotas.

Uno de los artículos de Francisco Martínez Hoyos también discurre entre el reconocimiento de las mujeres tanto en individual como en colectivo. Al hacer referencia a la Orden de los Caballeros del Sol, establecida en Lima por José de San Martín para premiar a las mujeres que se habían destacado por sus servicios a la causa patriota, destacan dos nombres ampliamente reconocidos, Manuela Sáenz y Rosita Campusano. Pero Martínez muestra que ambas representaban arquetipos opuestos. La primera era una mujer-hombre, mal vista a pesar de su heroicidad porque se sospechaba de ella que se había masculinizado y, por ello, perdido sus virtudes de dulzura, delicadeza y maternidad. Es decir, Martínez muestra que no solo hay un modelo de mujer partícipe del proceso independentista, sino que desde la misma Independencia, fueron varios los arquetipos que se construyeron sobre quienes colaboraron con la obra emancipadora. Así, estaba la mujer ruda, con rasgos masculinos, más parecida a los guerreros que combatieron en los campos de batalla, pero también estaba la mujer tierna, dócil, más parecida a la imagen que se quería proyectar de las mujeres en las sociedades decimonónicas.

Uno de los aspectos valiosos de este libro es que algunos de sus artículos estudian a las mujeres que defendieron activamente el orden monárquico. También ellas fueron amantes y espías que contribuyeron a desarticular conspiraciones e insurrecciones, siendo felicitadas y enaltecidas en esas labores como lo hizo el virrey de la Nueva España, Félix María Calleja, con Doña Juana, así, a secas, quien atrapó a uno de los rebeldes y lo llevó a prisión. O con Doña Ana Prieto, quien advirtió al destacamento del brigadier Santiago de Irrasuri sobre la presencia en la plaza de unos quinientos rebeldes. Estas mujeres fueron, tal vez, la base sobre la que se construyeron imaginarios y representaciones de que las mujeres al servicio del realismo eran "viejas, feas y rudas", como lo muestra en otro de sus artículos Francisco Martínez Hoyos. Siguiendo a Tomás Pérez Vejo, este autor advierte que todo héroe necesita su némesis, es decir, que es necesario reconocer al "otro por antonomasia" (p. 154). Así, se hacía necesario, en medio del proceso independentista, darle al arquetipo de la mujer realista características específicas, como por ejemplo, el empleo de prendas como el túnico y el tápalo (chal o mantón), mientras que las patriotas se vestían con enaguas y rebozo (pieza que podía ser empleada a manera de bufanda), lo que significaba que incluso en las prendas de vestir podrían encontrarse diferencias entre las mujeres patriotas y las súbditas leales al Rey.

Siguiendo con lo anterior, Martínez se pregunta por lo que perdieron las mujeres realistas al consumarse la independencia. Para él, a lo económico debería sumársele un aspecto más "oneroso", y es el de carácter emocional. Al perder sus esposos e hijos, se caía en la total desprotección. Unas no pudieron sobreponerse, mientras que otras supieron adaptarse a la nueva situación, llegando, incluso, a conservar el poder y la influencia, si los tenían. Esto significó sobrevivir el proceso independentista, acomodarse a las nuevas realidades republicanas y, a pesar de ser relacionadas con el monarquismo previo a la fractura del orden colonial, asumir posiciones relevantes en las nacientes repúblicas. Esto que acaba de mencionarse parece obvio, pero no había sido abordado con suficiencia ni solvencia por los historiadores. Así como en los primeros años republicanos los países pudieron ser dirigidos por políticos y militares que, en su momento, fueron realistas, valdría la pena preguntarse con más frecuencia qué pasó con las esposas de aquellos o con las esposas e hijas de los realistas que desaparecieron o murieron en la Independencia, quienes no abandonaron América.

Otro autor que trabaja en su artículo una figura ya reconocida es Juan Carlos Chirinos, quien aborda a Manuela Sáenz. Para él, la imagen de la amante de Bolívar ha dejado de ser, con el paso del tiempo, la de una adúltera que decidió dejarlo todo para convertirse en amante reconocida del Libertador, lo que le permitió trascender, distanciándose de la imagen de quien estuvo a la sombra de Bolívar. Sin embargo, y no sé si por la profesión del autor, Chirinos advierte que la vida de Manuelita "da no para una, sino para varias novelas de variados estilos" (p. 184). No voy a entrar aquí en la discusión sobre las estrategias narrativas, pero sí creo que esta afirmación deja ver todavía la actitud de que una vida tan supuestamente trajinada como la de Sáenz es más digna de la ficción y no de una reconstrucción histórica. Me pregunto si historiadores como John Lynch, que han abordado la tarea de escribir biografías juiciosas de Simón Bolívar y José de San Martín no han enviado la invitación, tácita, de que se puede hacer lo mismo y con idéntico rigor y seriedad con personajes como Manuela Sáenz. Es decir, creo que las puertas están abiertas para abordar históricamente no solo a Manuelita, sino a todas y cada una de las mujeres que participaron en los bandos en contienda.

Y ya que estoy en las, entre comillas, críticas al texto, hay un aspecto que aún no me queda claro, y es el del título del libro. Si bien reconozco que para las historias e historiografías tradicionales, patrióticas y nacionalistas, la historia de las mujeres pudo ser "incómoda", creo que en función de nuevas corrientes historiográficas y con el afloramiento de nuevas temáticas, las mujeres deberían ser estudiadas en sus contextos y realidades como se ha hecho con los hombres, dándoles el peso objetivo en su participación en los procesos históricos. Siguiendo con lo anterior, me parece que el concepto de "héroe" pertenece, aunque esto puede discutirse, a la forma de hacer historia tradicional. Es decir, se debe considerar que ese concepto se acuñó y retomó en el siglo XIX a partir, entre otras, de la obra e influencia de Thomas Carlyle,*** haciendo alusión a hombres individuales, singulares, particulares, que por sus características sobresalían de la multitud, la cual solo debería verlos como eso, seres superiores. Creo conveniente así mismo discutir sobre la necesidad de superar el calificativo de "héroe", en momentos en los cuales se ha incentivado la revisión de la influencia de la tradición histórica decimonónica en las historias nacionales. Es decir, así como la historia tradicional construyó desde el siglo XIX las imágenes de héroes, en la actualidad pareciera existir el reclamo de la necesidad de reconocer la presencia de heroínas. Pero hay que advertir que esa misma historia tradicional también prefiguró mujeres excelsas a las que elevó al panteón heroico.** Pienso entonces que la discusión no puede llevarse en términos tales como que, así como hubo héroes, también debe reconocerse la presencia de heroínas, sino a indagar por las "prisiones historio-gráficas" que no permitieron, desde el temprano siglo XIX y en la redacción de las primeras historias patrias, que se evidenciara, en todos y cada uno de los niveles, la participación femenina en las contiendas independentistas.*

Siguiendo con lo anterior y retomando el libro reseñado, puede referenciarse el texto de Martínez Hoyos sobre Juana Goriti, al denunciar, junto con Rosana López, "la visión idealizada de una Juana Manuela, romántica y rebelde tan predominante en los últimos años" (p. 267), es decir, la visión de una heroína construida a imagen y semejanza de los héroes independentistas, pero no por los primeros historiadores republicanos, sino por historiadores recientes.

Sobre el grueso de la obra he de decir, para concluir, que muestra la imperiosa necesidad de una revisión del papel que jugaron los diversos actores sociales en los procesos históricos, en este caso especifico, los de la Independencia. Y me refiero no solo a las mujeres, sino también a los hombres, incluso en función de lo que pensaron, propusieron e hicieron con relación a las mujeres. Así, hago alusión a cómo se toman temas que parecieran desapercibidos. Por ejemplo, en algún aparte del libro se mencionan investigaciones que han abordado el pensamiento que sobre las mujeres tuvieron los muy estudiados y abordados Bolívar y San Martín. Pero también me parece válido que se siga configurando el campo de estudio sobre las mujeres en colectivo y revisando a las mujeres individualmente, a las que incluso la historiografía tradicional ha ubicado en el altar de la heroicidad.

José David Cortés Guerrero
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia
jdcortesg@unal.edu.co


* Thomas Carlyle, Los héroes. El culto de los héroes y lo heroico en la historia (México: Porrúa, 1986).
** Claro ejemplo de esto es la figura de Policarpa Salavarrieta. Ya en sus Memorias, José Hilario López, relatando cómo estuvo cerca de ella en las horas previas a su ejecución, la muestra como una mujer valiente que, a pesar del destino que la esperaba, nunca desfalleció. Según López, la Pola se dirigió a él con estas palabras: "no llore Lopecito, por nuestra suerte; nosotros vamos a recibir un alivio librándonos de los tiranos, de estas fieras, de estos monstruos (…)". En el mismo relato, López muestra cómo Salavarrieta recriminaba a sus captores: "Vosotros, viles, miserables, medís mi alma por las vuestras: vosotros sois los tigres, y en breve seréis corderos; hoy os complacéis con los sufrimientos de vuestras inermes víctimas, y en breve, cuando suene la resurrección de la patria, os arrastraréis hasta el barro, como lo tenéis de costumbre. ¡Tigres, saciaos, si esto es posible, con la sangre mía y de tantos incautos americanos que se han confiado en vuestras promesas! ¡Monstruos del género humano! Encended ahora mismo las hogueras de la detestable inquisición; preparad la cama del tormento, y ensayad conmigo si soy capaz de dirigiros una sola mirada de humildad". Es claro que el autor del texto quería mostrar a una mujer con rasgos heroicos que ofrendaba su vida por la patria. Para el momento en que son escritas las memorias, mediados del siglo XIX, la Pola ya se perfilaba para ocupar un lugar en el altar de los héroes. Ver José Hilario López, Memorias, Consultado en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/memori/memori10.htm (vista el 28 de enero de 2013).
*** Aludo a prisiones historiográficas tal como lo hizo Germán Colmenares en su artículo "La 'Historia de la Revolución'; por José Manuel Restrepo: una prisión historiográfica", La Independencia. Ensayos de historia social, Germán Colmenares et ál. (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1986).