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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versión impresa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.40 no.2 Bogotá jul./dic. 2013

 

RESEÑA

Marco Palacios Rozo.
Violencia pública en Colombia, 1958-2010.

Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2012. 220 páginas.


El texto de Palacios, una síntesis investigativa en perspectiva histórica, brinda la posibilidad de comprender el conflicto armado colombiano a partir de un escenario amplio, tanto espacial como temporalmente; es el de la construcción del Estado-nación, en donde se consideran aspectos del legado colonial español, así como las relaciones entre el Estado y la sociedad desde la independencia hasta nuestros días. Pero aunque la investigación considera aspectos de la larga historia del país, centra su atención en el periodo que abarca desde el comienzo del Frente Nacional (1958) hasta el segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2010), para comprender cómo la Guerra Fría, la guerra contra las drogas y más recientemente la guerra contra el terrorismo han influido en la confrontación entre las élites en el poder y las guerrillas.

Para comprender la relación Estado-sociedad, la perspectiva de Palacios no parte del postulado weberiano del "monopolio estatal de la violencia", que resulta insuficiente para comprender la constante violencia en la sociedad colombiana; el Estado colombiano no cumple dicha premisa, ya que la modernidad estatal es real tan solo para unos pocos que gozan de igualdad ante la ley, mientras que el resto queda excluido, víctima de la opresión de diferentes violencias. Esta situación es producto de la fragmentación del poder, que permite que las élites, especialmente las regionales, puedan ejercer la violencia de manera indiscriminada.

Lo que podría pensarse desde la perspectiva weberiana como una debilidad, es para Palacios un aspecto consustancial de las relaciones de poder entre el Estado y la sociedad, especialmente para unas élites ávidas de poder, que nunca estuvieron interesadas en construir un proyecto moderno de nación. Tal situación es un legado de la Colonia, en tanto la pretensión de la Monarquía española por alcanzar la estabilidad política a largo plazo implicó hacer importantes concesiones a las familias notables de criollos, "al punto de dejar en vilo el contrato social en el sentido del afianzamiento del Estado moderno" (p. 38). Para Palacios, el punto de partida se encuentra cuando las élites criollas, que posteriormente se convertirían en élites republicanas y en clase dirigente, torpedean el funcionamiento institucional del Estado para mantener su estatus, guiadas por el principio de que la ley se acata, pero no se cumple. Las instituciones políticas en Colombia, así como en Latinoamérica, se han visto sometidas al constante cambio, impulsado por las necesidades de las élites pragmáticas que se van ajustando a las circunstancias sin hacer mayores concesiones a cambio.

Esta ideología ha girado entorno al latifundio como punto central de la confrontación violenta en el país y que se ha establecido a partir de prácticas como el incumplimiento de la ley, la persecución a quienes cuestionen su estatus, el uso de las instituciones del Estado a su acomodo y el desconocimiento de los derechos sobre la tierra que tienen otros grupos sociales, que se han visto sometidos por esta estructura y obligados a que aceptar las imposiciones de un poder que se sustenta a partir del paternalismo, la violencia y el clientelismo. La imposibilidad de una mayor distribución del poder a partir de la desarticulación del latifundio y de un mayor acceso al recurso de la tierra es uno de los factores que ha impedido la construcción de un Estado moderno. Pero la dimensión de la crisis no solo es interna, pues también se refleja internacionalmente con la falta de soberanía, a partir del encuadramiento que hace la clase dirigente a las políticas y discursos de la potencia del norte para relegitimarse internamente.

A pesar de ello, el Estado imaginario, como lo denomina Palacios, se reviste de una supuesta institucionalidad liberal que no funciona en la práctica y de la que sin embargo se vale para garantizar su legitimidad y combatir a quienes disputan su dominio. Este proceso es propicio para la aparición de otras élites, las guerrilleras, cuya aspiración es reemplazar a las élites gobernantes. El objetivo de Palacios es mostrar "la dinámica de confrontación armada por el poder que, de un lado, pone a los gobernantes del Estado y sus aliados, y, del otro, a las élites guerrilleras" (p. 32).

La propuesta metodológica de Palacios plantea el entrecruzamiento entre lo local y lo global, (por ejemplo, los conflictos en las zonas de colonización y el mercado mundial de las drogas), y entre lo nacional y lo internacional, (como es el caso del uso del discurso de la guerra contra el terrorismo de parte de la clase dirigente para legitimarse), procesos que confluyen constantemente. El mérito de la propuesta es reconocer el papel que los factores externos han tenido en el desarrollo de la confrontación. Para comprender la simultaneidad de lo exterior y lo interior, el autor se vale genialmente de la cinta de Möbius como metáfora explicativa, con la cual la guerra contra las drogas, las guerrillas, la producción de coca, la reproducción de las élites en el poder, el latifundio y la fragmentación del Estado hacen parte de un solo proceso, que va de lo interno a lo externo, para luego retornar, a pesar de que aparentan ser situaciones diferentes.

Palacios estudia la dinámica de la confrontación entre las guerrillas y la clase dirigente a partir del Frente Nacional, periodo en el la debilidad del Estado para controlar el conjunto del territorio y el cierre político del pacto, todo atado a la ideología del latifundio, permitieron el desarrollo de las guerrillas comunistas a partir de la década de 1960. La fragmentación del Estado dio paso a la conformación de los grupos paramilitares; posteriormente, con el auge del narcotráfico en los años ochenta, empezó el desarrollo de un guerra terrible que tuvo como epicentro la población civil. El entrecruzamiento entre actores locales y globales, que se dio gracias al narcotráfico, llevó a una mayor fragmentación del Estado a partir del desarrollo de redes clientelares que se tejieron alrededor del proyecto paramilitar; la guerrilla sería finalmente la perdedora de todo este proceso, pues no logró comprender el las dinámicas globales del momento.

El texto no solo muestra la debilidad del Estado, sino también considera las acciones de la guerrilla y las razones por las que no pudo ganar la guerra. Palacios muestra cómo la ventaja inicial de la guerrilla, que creció a costa de un Estado débil, se convirtió en la causa de su debilidad, al desgastarse en la administración de las zonas de colonización, lo que fue minando su proyecto revolucionario. La guerrilla, entonces, no llegó a ejercer la hegemonía gramsciana en las zonas que supuestamente controlaba, un hecho evidente durante la toma de Mitú, punto de inflexión del conflicto que marcó el comienzo de la crisis de las FARC, no lograron mantener su posición, mientras que no hubo respaldo alguno de la población, lo que demuestra que la guerrilla nunca fue consciente de su propia debilidad. Tal parece que otra de las direcciones a las que apunta el texto de Palacios es mostrar cómo la crisis del Estado impidió a las guerrillas avanzar en el desarrollo de su proceso revolucionario, durante el cual las élites guerrilleras se fueron pareciendo a sus oponentes, en la medida que eran igualmente autoritarias. Palacios abre la puerta a una nueva agenda de investigación, en la que se explore la historia desde el plano local para comprender las relaciones entre la guerrilla, la población y las élites en el poder.

Palacios es especialmente duro con la clase dirigente, una posición que el autor no niega en ningún instante, como quedó plasmado en una entrevista concedida a la revista Semana.* Sus razones son válidas, pues en el texto queda claro cómo el interés de las élites es reproducirse en el poder, sin interesarse por construir una sociedad democrática. El atractivo del texto de Palacios es que logra entretejer de manera completa las violencias que han atravesado la historia política del país, especialmente aquellas que se desarrollaron desde mediados del siglo XX. Logra comprobar satisfactoriamente que las causas de la constante violencia en el país responden a la relación Estado-sociedad y al papel de la clase dirigente en la construcción del Estado-nación que, como hemos señalado, ha sido un proceso insatisfactorio.

Todo esto permite demostrar que la guerrilla y el paramilitarismo son productos internos de la sociedad colombiana, y no externos, tal y como lo han hecho pensar algunos académicos y políticos. Pese a los aciertos del texto, es cuestionable que no considere otros actores sobre todo sociales, sus luchas y sus movimientos de comienzos, de siglo XX, lo que se evidencia en la omisión de la literatura sobre el tema.

Si bien Palacios justifica esta ausencia al decir que su investigación tan solo contempla las élites estatales y guerrilleras, esta falta no le permite considerar avances en los procesos democráticos colombianos, resultado de la presión de los grupos sociales que exigen su estatus ciudadano por medio de cada reivindicación. Su propuesta muestra una situación en donde los derechos y la ciudadanía prácticamente carecen de fundamento, postura cuestionable dado que la lucha de varios actores sociales ha permitido que se establezcan derechos que no se pueden violar fácilmente.


* "La guerra se puede acabar", Semana [Bogotá] 11 ago. 2012.


DAVID FELIPE PEÑA VALENZUELA
Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, Colombia
dfpenav@unal.edu.co