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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.41 no.1 Bogotá jan./jun. 2014

https://doi.org/10.15446/achsc.v41n1.44889 

http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v41n1.44889

RESEÑA

Pablo Ortemberg, director.
El origen de las fiestas patrias. Hispanoamérica en la era de las independencias
.
Rosario: Prohistoria Ediciones, 2013. 259 páginas.


"No son pues de extrañar las formas ridículas que va ahora a reformarse, porque para subyugar a los hombres y hacerlos cómplices en el crimen del que los oprime, es preciso dominar su imaginación" (Decreto del 9 de marzo de 1822, Legislación del Estado de Perú). Estas fueron las palabras que proclamara Bernardo Monteagudo cuando se propuso crear un nuevo ceremonial festivo para el Estado Independiente del Perú. En aquella afirmación se condensa, en cierto modo, el complejo problema de la legitimidad del poder político. Si durante el periodo colonial la Metrópoli recurrió a una elaborada liturgia del poder capaz de fundamentar la subordinación de los súbditos al rey, el proceso de independencia supuso el inicio de un novedoso proceso de simbolización que buscaba socavar la legitimidad real y crear una nueva, conforme al revolucionario principio de la soberanía nacional. En este marco, los poderes independientes debieron inventar una comunidad nacional valiéndose de nuevos rituales. Las fiestas cívicas fueron -y, por cierto, continúan siendo- un espacio de representación del poder pero también de negociación simbólica entre los diferentes actores políticos.

Este complejo problema se constituye en objeto de estudio del libro El origen de las fiestas patrias. La obra, fruto de un trabajo colectivo de especialistas latinoamericanos, se compromete, pues, con el desafío de investigar y analizar el modo en que las fiestas patrias actuaron en la Hispanoamérica independiente como mecanismo legitimador de los nuevos poderes. Como se sabe, en los últimos años la renovada historia política ha señalado la necesidad de estudiar las revoluciones hispánicas en tanto procesos fundamentalmente políticos. Así, la revolución se caracteriza principalmente como la partera de un nuevo principio de legitimidad del poder: el principio de la soberanía nacional, que genera un complejo dilema puesto que la legitimidad de los gobernantes solo podía proceder del consentimiento de los gobernados. De modo que la apelación a los rituales del poder resultaba tan importante como antaño.

En este sentido, el libro constituye un valioso aporte para repensar el problema de la construcción de los Estados-nación y sus mitos de origen a través de los rituales conmemorativos. Fue precisamente con el propósito de evitar las perspectivas teleológicas que se decidió delimitar el estudio de las fiestas cívicas a las ciudades que fueron cabeceras de las áreas administrativas coloniales que, al calor de la revolución y guerra, se transformaron en capitales de las nuevas repúblicas independientes. Por otra parte, se delimitó un arco temporal que comprende los años 1808 a 1830. Arco temporal que posibilita focalizar la atención en la historia compartida de las regiones hispanoamericanas estudiadas. Sucede que si el año 1808 nos transporta a la coyuntura de incertidumbre política generada por las abdicaciones de Bayona, por otra parte, la década de 1830 nos sitúa en un momento en que las guerras de independencia, una vez finalizadas, despejaron el camino para la sinuosa construcción de los regímenes republicanos.

Como plantea Pablo Ortemberg, compilador de la obra, se trata de estudiar una historia compartida que posee, sin embargo, matices entre las distintas regiones. Es este, tal vez, el aporte más novedoso del libro ya que al examinar el origen de las fiestas cívicas en cada capital estimula a la realización de futuros estudios comparativos sobre un tema que promete ser fecundo. Resulta que, mientras las regiones fidelistas acompañaron la experiencia política de la Península y recibían así la influencia de la constitución liberal gaditana, las regiones insurgentes, como Buenos Aires, si bien no prestaron juramento a la Constitución se vieron influenciadas de otros por ella. En este sentido, no solo las tradiciones coloniales, sino también las ideas liberales, influyeron en la concepción y escenificación del poder.

De este modo, a pesar de que las fiestas cívicas pretenden conmemorar un nuevo origen sus rituales presentan grandes continuidades con aquellos practicados durante el periodo colonial. La continuidad se evidencia en la presencia de un repertorio de prácticas cuyos orígenes se remontan al ceremonial monárquico. Así, por ejemplo, la jura de la independencia presenta similitudes con las antiguas juras reales. Un mismo espacio, generalmente la plaza mayor, sirve de escenario para el ritual. Las construcciones efímeras, los fuegos artificiales, las salvas de artillería, los entretenimientos populares y los actos de beneficencia formaban parte de un ritual por todos conocidos. Asimismo, como resaltan los autores, el contenido religioso de las fiestas se perpetúa en la celebración de las misas y del Te Deum que, las más de las veces, daban inicio a la conmemoración. Todas estas prácticas no hacen más que rememorar las fiestas coloniales.

El gran cambio resultó ser, pues, el objeto a conmemorar. La saturación simbólica en torno a la figura del rey cede paso a la patria. La nación, pensada como conjunto de individuos libres e iguales, se representa en las festividades con el propósito de renovar el pacto entre sus miembros. La fiesta aparece así como espacio de unión que ofrece la ilusión de igualdad. No sorprende entonces la apropiación de ciertos elementos simbólicos de las fiestas revolucionarias francesas. Así, por ejemplo, era habitual que en los festejos de conmemoración de la independencia se manumitieran esclavos a los que se les colocaba el gorro frigio como símbolo de libertad. Sin embargo, como mencionamos, a diferencia del ritual francés, en la Hispanoamérica independiente la religión seguía actuando como legitimador del poder de modo que las fiestas resultaban ser cívico-religiosas.

La obra también estimula al lector a reparar en las continuidades y diferencias entre los rituales coloniales y los republicanos, así como a identificar matices en los casos hispanoamericanos. El libro conduce al lector en un recorrido ceremonial que lo transporta por las ciudades cabeceras de la administración colonial emprendiendo un viaje que comienza por el sur y finaliza en el norte de la América hispana. El libro se estructura, así, en diferentes capítulos, escritos por diversos especialistas, encargados de analizar cada caso en particular. Las investigaciones, sólidamente documentadas a partir de la legislación colonial, los decretos de los primeros gobiernos independientes y los testimonios de los cronistas, muchas veces extranjeros y otras tantas, anónimos, nos trasladan a otros tiempos y lugares. Hay una suerte de descripción densa y de carácter etnográfico de las celebraciones que permite que el lector se sienta en el lugar de los hechos.

Así, el artículo de María L. Munilla Lacasa analiza las fiestas cívicas en Buenos Aires durante el periodo revolucionario (1810-1816) y presta atención a las fiestas del 25 de mayo y el 9 de julio. Su trabajo es interesante ya que nos demuestra cómo, en una época de incertidumbre política, existe a la vez una indefinición simbólica. Sucede que la celebración de las fiestas mayas con anterioridad a la declaración de la independencia se transformó en un ámbito de disputa simbólica entre las facciones políticas. En este contexto se comprende, por ejemplo, el debate en torno a las inscripciones que debían realizarse en la Pirámide de la Victoria (actualmente Pirámide de Mayo).

Por su parte, el trabajo de Paulina A. Peralta Cabello se dedica a analizar la existencia de una multiplicidad festiva en Santiago de Chile hasta el año 1837 cuando, bajo el ministerio de Portales, se consagra una única fecha nacional, el 18 de septiembre, que conmemora la creación de la primera junta de gobierno. Se desplazaban entonces de la memoria colectiva las fechas de 12 de febrero, alusiva a la declaración de independencia, y la del 5 de abril, conmemorativa de la batalla de Maipú. La autora advierte que la simplificación de las fiestas es un rasgo común de casi todos los casos. Simplificación que, no casualmente, restringe la conmemoración a acontecimientos de carácter local, más que continental.

En este mismo sentido, el trabajo de Eugenia Bridikhina señala la singular importancia de las conmemoraciones de los héroes y batallas en la construcción de Bolivia como nación. El culto guerrero, a modo de adventus, resulta una de las características centrales de las fiestas cívicas. Es interesante también cómo la autora demuestra que el debate por la preponderancia de unas fechas festivas por sobre otras se instrumentaliza en la disputa clave por la capitalidad entre Sucre y La Paz.

Por su parte, el artículo de Pablo Ortemberg analiza los cambios y continuidades de los festejos en Lima desde la crisis monárquica hasta los años posteriores a la batalla de Ayacucho (1808-1828). El autor señala la originalidad del caso limeño que, a diferencia de las regiones anteriormente mencionadas, acompañó la experiencia liberal de las Cortes de Cádiz. Se comparan así los rituales de la proclamación de reyes, de la Constitución Política de la Monarquía y la declaración de la independencia. A su vez, se reconstruyen los orígenes del calendario cívico fuertemente influenciado por el culto a Bolívar. Aunque aquí, a diferencia de Bolivia, se procederá a una rápida "desbolivarización" de las fiestas cuando, en 1828 se declare la guerra entre Colombia y Bolivia.

Por otra parte, Jorge Núnez Sánchez analiza las diferentes ideas de patria en el caso de Quito y cómo, mientras que la noción indígena de "patria" remitía al culto solar tras la conquista, la noción colonial de "patria" se fundamenta en el ius sanguini, que poseía como referente a la Metrópoli, hasta que posteriormente, al calor de la revolución, surge una representación criolla que hace del ius solis la clave de la identidad. Aquí, al igual que en Perú y el Alto Perú, las fiestas cívicas se desarrollan en torno al culto al héroe encarnado por Bolívar y Sucre.

A su vez, Marcos González Pérez estudia las fiestas en Bogotá durante el periodo 1809-1830. El trabajo demuestra la decisión política que implica la confección de un calendario festivo. Así, la elección del 20 de julio como Día de la Independencia hacia 1873 por el gobierno liberal demuestra el grado de invención que muchas veces tienen estas conmemoraciones. Igual que en los otros casos, el culto al héroe resulta un componente esencial del calendario festivo. Se señala también la creciente visibilización de la mujer como actor político.

En el mismo sentido, Reinaldo Rojas se centra en la construcción del 19 de abril de 1810 como la primera fiesta patria venezolana. El artículo busca explicar cómo se transforma a la creación de una junta fidelista en una fecha patria. Se resalta entonces el componente de invención política y la funcionalidad de las fiestas, según las distintas situaciones políticas. Ocurre que, tras la disolución de la República de Colombia en 1830, se define el 19 de abril como fecha inicial de la independencia.

Así mismo, David Díaz Arias analiza las transformaciones de la fiesta en Costa Rica comparando, al igual que el artículo de Ortemberg, las celebraciones fernandinas, las gaditanas y las independentistas en las ciudades de Cartago y San José. Por su parte, Susy Sánchez compara desde una perspectiva de género las fiestas coloniales y las patrias celebradas en la ciudad de Guatemala. Se advierte aquí cómo el cuerpo feminizado de la Patria desplaza al cuerpo masculino del Rey de la escena festiva. La visibilización de la mujer en las fiestas se corresponde, pues, con el uso alegórico en el empoderamiento de la figura femenina. Finalmente, Zárate Toscano analiza cómo se transforman las fiestas cívicas en Ciudad de México al calor de los cambios de régimen político: de la monarquía, al imperio y la república, de modo que constituye un artículo interesante para repensar los usos políticos del pasado.

De hecho, el libro articula los problemas de la legitimidad del poder y, en efecto, dicho usos políticos del pasado. El libro no puede dejar, pues, de interpelar a los lectores que han sido testigos de los festejos bicentenarios que se han venido protagonizando en América Latina. Y estimula así a interrogarse, no solo sobre el origen de las fiestas patrias, sino también sobre su instrumentalización en el complejo tablero político contemporáneo.


JIMENA TCHERBBIS TESTA
Universidad Torcuato Di Tella / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -CONICET-, Buenos Aires, Argentina
jime-tt@hotmail.com