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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.42 no.1 Bogotá Jan./June 2015

https://doi.org/10.15446/achsc.v42n1.51357 

http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v42n1.51357

Leonor Esguerra e Inés Claux Carriquiry.

La búsqueda. Del convento a la revolución armada: Testimonio de Leonor Esguerra.
Colombia: Aguilar, 2011. 310 páginas.

Con un relato claro y sincero, que demuestra el convencimiento de una mujer que ha visto y ha sido partícipe de la transformación del país y del mundo a lo largo del siglo xx, y que ha vivido ajena a la resignación, siendo la misma de principio a fin, se nos presenta la historia de Leonor Esguerra, con un pensamiento siempre vivo, altivo y sabio, lo que se refleja en su actuación particular en los movimientos sociales de izquierda. En la madurez de su vida, Leonor ha superado los ismos y los dogmas de todo tipo, vive ahora orgullosa de sus pasos y de su camino, que la han llevado a ser lo que es: una mujer digna e indignada por la injusticia que la política instaura en el mundo, por la falta de una comprensión equitativa del género y de la mujer, y por los radicalismos que ahogan las vidas de las personas en la anacronía y la irrealidad política.

Este libro es importante para la memoria del país, pues es testimonio vivo de la singular y constructiva participación de las mujeres religiosas en el pensamiento revolucionario y de su relación directa con los acontecimientos que las envolvían, las transformaban y que, a la vez, ellas procuraron transformar.

La Búsqueda, como su nombre lo indica, es la propia de una mujer por encontrarse a sí misma y su lugar en el mundo. Es el camino de vida recorrido por Leonor Esguerra, una bogotana de los años treinta que nace con las condiciones y los lastres culturales de una familia de clase media alta en la sociedad colombiana, pero que fiel a sus instintos, siempre inquieta y curiosa, escoge para su formación personal el camino de la religión y la espiritualidad en una orden religiosa de monjas. La injusticia y la miseria en Colombia, la rigidez de la Iglesia y las malas costumbres de la "buena gente", la van llevando a tomar posturas más radicales, críticas y novedosas para el común de las monjas y del pensamiento religioso de la época. De acuerdo con la modernización de la Iglesia que se venía llevando a cabo durante el papado de Juan XXIII, Leonor empieza a reconocerse en la doctrina social de la Iglesia y paralelamente va adoptando un compromiso, que se volverá una entrega, por la transformación de las condiciones sociales y políticas de Colombia y los países vecinos.

Leonor Esguerra estaba predispuesta a ser una niña educada en los colegios para las niñas "de bien", que debían formarse para ser buenas e interesantes esposas de los hombres poderosos. Ella pasó por varios colegios, casi todos de monjas, hasta que llegó al Marymount, dirigido por una orden religiosa estadounidense -la comunidad del Sagrado Corazón de María-, y allí se quedaría. Cuando tuvo edad suficiente para decidir sobre su futuro, ya se aburría con la idea de formarse para ser esposa de alguien, así que, tal vez más por aventura que por convencimiento, decide iniciarse en el oficio de monja y viaja a Nueva York para iniciar su formación. Allí comienza el camino religioso que la va a acompañar por el resto de su vida; por un lado, conoce las normas y propósitos de una vida entregada a Dios, la sutileza de la dedicación y también la rigidez de la Iglesia; y, por otro, también conoce una sociedad muy distinta que le hará abrir los ojos ante la dura realidad en la que vivían muchos de los colombianos.

Por ese entonces, el mundo cambiaba aceleradamente, las ideas políticas de derecha y de izquierda se radicalizaban en un contexto de posguerra que había removido las expectativas de la gente a lo largo del globo. Para Latinoamérica, fue una época de gran modernización, no solo en las ciudades y en la producción, sino en las artes, las ideas y las formas de vida, así como en las nuevas dimensiones de la política. La Iglesia también pasaba por un momento álgido de auto-cuestionamiento y renovación. El Papa Juan XXIII estaba decidido a reformar la Iglesia católica, que se había quedado anquilosada y necesitaba adecuarse a lo que exigían los nuevos tiempos; decide entonces llevar a cabo en Roma el célebre Concilio Vaticano II, con la mira puesta en la modernización de la Iglesia y la reafirmación de su enfoque social; a la vez, se formulan una serie de encíclicas con un fuerte matiz social y de apertura de los cristianos y cristianas al mundo.

Para Leonor, esto fue como ver la luz entre lo que a veces sentía como tinieblas morales y doctrinarias de la Iglesia. La prédica del padre Lombardi por la justicia social en la cruzada por un mundo mejor y, en general, su acercamiento a la Teología de la Liberación, que cada vez se hacía más fuerte y más notoria entre los religiosos, "minaron los cimientos ideológicos de su formación anterior". Fue de esta manera como ella, conocida como la Madre Consuelo -nombre dado cuando fue superiora del colegio Marymount-, empieza a profundizar su búsqueda: por un lado, en su espiritualidad, a través de la ruptura con ciertos esquemas de la Iglesia, profesados por tanto tiempo pero inútiles al contacto con la realidad social y política del momento; por otro lado, dándose cuenta de que habitaba en una sociedad machista y opresora de la mujer, y, por lo tanto, reivindicándose como mujer libre y madura en la religión, la sociedad y sus relaciones personales; finalmente teniendo, claro que su compromiso con el mundo y con el prójimo sería procurar educar con conciencia y compromiso sobre la realidad que se vivía en el país y en el mundo, entregando todos sus esfuerzos a que las situaciones de miseria e injusticia se transformaran para y con la gente del común.

En su regreso a Colombia en 1964, después de haber ido a Estados Unidos a continuar su formación religiosa, Leonor había compartido preguntas e inconformidades con muchas monjas a las que se les había permitido por primera vez estudiar en universidades no católicas. Así, volvía a su país como fiel seguidora del Concilio Vaticano, convencida de que la Iglesia debía estar al servicio de los pobres. Además de eso, se encuentra con la figura emblemática de Camilo Torres, sacerdote a quien siempre apreció y respetó mucho, pero con quien, sin embargo, no compartía su postura más radical y su ideal de praxis política. Ella estaba convencida de que la transformación de la sociedad se debía hacer sin violencia, desde abajo y también desde arriba, mediante la educación, la conciencia y la necesidad de justicia que de allí emana. No obstante, por ese entonces Camilo Torres no era el único que debatía el papel de la Iglesia en la sociedad; varias congregaciones y comunidades estaban en un proceso de revisión y replanteamiento en tal dirección. En este clima, muchos serían los intercambios de pensamientos y praxis, no solo entre los cristianos, sino también entre otros grupos convencidos por la búsqueda del cambio. Sería por estos tiempos cuando Leonor conoce a un grupo de marxistas con los que decide organizar un colegio en el barrio Galán de Bogotá para hijos e hijas de obreros. Este resulta en un experimento bastante interesante de mutua construcción entre algunas monjas y algunos marxistas, pero también se convertiría en un escándalo para varias de ellas, que en el camino decidirían darle un rumbo radicalmente diferente a sus prácticas religiosas, rompiendo con el hábito y aceptándose como mujeres revolucionarias en sus vidas.

El Concilio Vaticano había abierto nuevas puertas al replanteamiento de antiguas formas de vida religiosa; las más cuestionadas en el plano del discurso serían las prácticas de pobreza, castidad y obediencia. Sin embargo, quienes las cuestionaban eran aún una minoría dentro de la comunidad católica, y todavía existía un falso pudor que rodeaba todo lo referente a la sexualidad; era un tema tabú que no se discutía, pero que cuestionaba a las monjas como mujeres y como religiosas. El relato de Leonor manifiesta estas dudas de una manera muy bella, y nos recuerda que desde estos elementos que parecen más personales e irrelevantes, recae la verdadera esencia de las revoluciones: la emancipación personal y la conciencia colectiva.

A los pocos años de la apertura del colegio en el Galán, ocurre otro escándalo periodístico, esta vez dentro del Marymount, a causa de los pensamientos revolucionarios que ella y otras religiosas estaban inculcando en las niñas de clase alta. Muchos padres se quejarían de lo que sus hijas estaban empezando a cuestionar, y los ojos del público bogotano se posarían sobre la Madre Consuelo. Los sucesos le plantearían una encrucijada en su camino: o se sometía a la inflexibilidad de la Iglesia y de la sociedad, u optaba por una vía más libre y radicalizada, asumiendo un nuevo compromiso con la lucha política. Como es de esperar, ella optó por la libertad, se retiró del colegio Marymount y aún ligada a su orden religiosa, que la apoyaría hasta el día de hoy, viajó a Buenaventura a encontrarse de frente con las consecuencias de la violencia y la pobreza. Allí su vida tomaría un rumbo definitorio.

La experiencia hasta el momento le había enseñado que, para que la sociedad fuera equitativa e incluyente, debía hacerse una transformación radical de ella; que la lucha por la transformación social tenía que ir acompañada del factor espiritual y que, para esto, la participación de los cristianos era supremamente importante en un país en su mayoría cristiano; además lo que iba comprendiendo por esos días, estando más cerca de la población golpeada, es que la lucha social era una cuestión de opción: o con los ricos o con el pueblo, pues los ricos son ricos porque viven a costa de los pobres, y eso era una lucha de clases que, por lo menos desde su cercanía al marxismo, no se podía negar. Por esos días Leonor recibiría una llamada. Unos días después, atendiendo a ese llamado, iría al monte a compartir su vida con los guerrilleros del ELN. Fue una experiencia que también le abriría nuevos caminos.

Su contacto con la guerrilla le haría volver a Bogotá, donde realizaría trabajos de mensajería entre los cuadros de la ciudad y del monte. Poco a poco, Leonor fue dándose cuenta de que en realidad ya pertenecía al ELN. Dos elementos habían sido definitorios en su visita a los guerrilleros para la búsqueda de un nuevo compromiso. Primero, darse cuenta de cómo ellos vivían solidariamente, cuánto costaba estar allá luchando por la gente y las varias conversaciones que tendrían y que la llevarían a pensar que "en Colombia hay una violencia legal e institucionalizada, peor que una guerra civil o una insurrección callada y anónima". Buscando un compromiso coherente, un recipiente espiritual que albergara sus nuevos proyectos de vida, decide vincularse al grupo Golconda, en donde varios sacerdotes habían comprendido que ser cristianos era realmente estar del lado de los pobres, y escribirían una carta manifiesto al público, donde planteaban su necesidad de ejercer un cristianismo comprometido con el cambio de estructuras, frente a los obispos, frente al sistema y junto al pueblo.

Leonor fue enfocándose cada vez más en las labores diplomáticas y el trabajo internacional del ELN. Poco a poco, leía las fallas y carencias en los movimientos revolucionarios, muchas veces aferrados a principios inflexibles. Paralelamente, la situación para las personas consideradas fuera de la ley, se tornaba más intolerable y dura.

1987 y 1988 fueron años de huelga nacional, la situación política ardía y el gobierno hacía su mayor esfuerzo por establecer la paz con los grupos insurrectos. Colombia producía el 75 % de la cocaína del mundo y el narcotráfico había permeado en el país como parte de la política y la guerra. Los vínculos del narcotráfico con las fuerzas armadas, los grupos empresariales, los organismos de justicia y los partidos tradicionales no solo habían salvado a Colombia de una posible recesión, sino que habían establecido un paisaje sombrío de intolerancia política, crímenes selectivos y amenaza constante. La opción por el diálogo se estaba discutiendo desde la Coordinadora Simón Bolívar del ELN, como una acción conjunta y con garantías. Sin embargo, en realidad no habían logrado estructurar una propuesta común, ni siquiera establecer una unidad en la táctica. La ruptura final del proceso unitario se daría con el diálogo directo entre el gobierno y el m-19, que junto con el movimiento guerrillero Quintín Lame tenían una opción clara de búsqueda por la paz. Las garantías, sin embargo, no fueron cumplidas, todos conocemos el desenlace de las negociaciones, que desembocó finalmente con una serie de asesinatos selectivos que dejó al país prácticamente acéfalo de dirigentes de izquierda.

Junto con la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética, las ideas socialistas y la esperanza de un mundo diferente parecían desmoronarse ante el avance mundial del neoliberalismo. En Colombia, el proyecto revolucionario desde la opción armada había encontrado un punto de quiebre tras el acuerdo de paz con Virgilio Barco; el declive era previsible, mas no el fin de los movimientos.

En plena intensidad política, en un enfrentamiento entre guerrilleros del ELN y militares, un punto de la guerrilla tuvo que ser abandonado y quedaron atrás los morrales con las pertinencias personales de algunos de ellos junto con varios documentos que incriminaban directamente y con nombres propios a varias personas aliadas del movimiento. Entre estos, estaba la referencia directa a Leonor, quien fue inmediatamente perseguida y avisada por sus colegas, por lo que tuvo que huir del país

Leonor ya estaba demasiado entregada a la causa social como para abandonarla. Aunque en los años venideros se alejaría un tanto ideológicamente de la guerrilla colombiana, seguiría atenta a las dinámicas insurreccionales en el país y del movimiento al que pertenecía, a la vez que el mundo le abría nuevas esferas de participación política en un país vecino: Nicaragua. Leonor llega a Nicaragua cuando la revolución sandinista ha triunfado, el movimiento revolucionario es enorme y diverso, la sociedad está reorganizándose de acuerdo con los ideales sandinistas y vidas enteras se están transformando diariamente. Así, ella participa activamente en estas dinámicas reestructuradoras y encuentra con mucha alegría que los principios de la revolución sandinista, "por los pobres, la paz y la vida", se correspondían directamente con los principios morales del cristianismo. En Nicaragua, Leonor viviría las complejidades y las dificultades de establecer una revolución triunfante, con el peso de potencias nacionales y extranjeras estrangulando las iniciativas, pero también con la solidaridad de la gente empecinada en el cambio. Esta experiencia le enseñaría que siempre hay cosas por aprender y que las creencias también son cambiantes, lo que le permitió una transformación interna.

Actualmente, Leonor vive en Colombia y comparte con muchos la idea, la necesidad y la querencia de establecer una paz duradera en el país. Si hubo tiempo para la opción armada, ahora no lo es. Después de años de vivir en guerra, el país y su gente merecen una paz social, íntegra e incluyente. Los tiempos han cambiado, dice la propia Leonor, no debemos dejar de preocuparnos por los problemas reales que como sociedad nos atañen; entre estos, además del problema de la guerra, identifica el inmenso impacto ambiental que han tenido nuestras formas de vida modernas y el inmenso reto que tenemos por delante en la protección del medio ambiente y la concientización colectiva. Asimismo, como feminista declarada, siente que hay aún mucho camino por recorrer en cuanto a la emancipación holística de la mujer, desde la propia mujer y desde la sociedad que construye y comparte con los hombres.

Este relato, fresco y sincero, nos habla de la búsqueda espiritual, intelectual y política de una mujer religiosa constructora de sociedad y, a la vez, nos narra una historia de país, al conducirnos por la historia política y revolucionaria de Colombia en el siglo xx. A través de sus capítulos, el rompecabezas de la historia colombiana se va llenando de sucesos, actores y significados que evocan, recuerdan y complementan la memoria social y política de los difíciles años que vivió Colombia en las diferentes etapas del conflicto del siglo pasado. Este libro, tan personal como histórico, pertenece a una época y a un país, a la esfera religiosa tanto como a la de la praxis revolucionaria, a las generaciones que vivieron estos momentos coyunturales tanto como a las que nacen después y cuya vida política sigue viéndose determinada por la lucha de hombres y mujeres en la búsqueda por un mundo diferente.

Para mí, que nazco a finales del siglo xx, en el seno de una nueva generación, veo en el testimonio de Leonor Esguerra un aporte inmensamente valioso y nutritivo, no solo desde el ejercicio académico de la disciplina histórica, sino desde la vida, pues la historia es vida y debe comprenderse como tal. Libros como este no solo alimentan el conocimiento histórico contemporáneo, sino que dirigen nuestra atención al desarrollo necesario de una búsqueda propia por la dignidad y la vida, en un país que, hoy por hoy, aún se debate entre la paz y la guerra.

ALEJANDRA HELBEIN VIVEROS
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia
alhelbeinvi@unal.edu.co.