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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.42 no.2 Bogotá July/Dec. 2015

 

http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53328

Editorial

A propósito de la Primera Guerra Mundial

El significante Primera Guerra Mundial —PGM— llama la atención sobre una catástrofe humana, inédita hasta entonces. En ella participaron 36 países, y sus enfrentamientos cobijaron al 75 % de la población mundial en ese momento. En los campos de combate murieron diez millones de personas y veinte millones sufrieron heridas. Hubo, además, siete millones de desaparecidos. Pero fue en los resultados donde adquirió el verdadero carácter mundial: todos los países del orbe se vieron obligados a reorientar sus modelos económicos, de común acuerdo con los vencedores. Se cree, a veces, que se trata de una evocación simbólica, para referirse a una confrontación que, sin haberse presentado directamente en todos los países del mundo, movió sus cimientos. En realidad, ningún país quedó por fuera de este colosal acontecimiento. Hasta el punto que se llegó a decir que la historia moderna y contemporánea había tenido sus inicios con la guerra, que, entre otras cosas, sirvió de alerta y campanazo para el comienzo del proceso de descolonización de Asia y África, y se reafirma la influencia de los Estados Unidos en todo el mundo, como la primera potencia económica. Además, de esta contienda se desprende el primer Estado socialista del mundo y, finalmente, ese hecho estampó el carácter que tendrá la geopolítica universal durante el siglo XX. Es cierto que la magnitud de la Segunda Guerra Mundial —SGM— opacó la importancia de la PGM y, precisamente, por ello queremos poner de nuevo en la discusión de la academia, los problemas históricos, historiográficos, teóricos, políticos y sociales que la provocaron, así como su incidencia en América Latina.

Corría con velocidad sin precedentes el siglo XIX. La guerra aceleraba todo: nacional o internacional, justa o injusta, algunas veces más intensa que otras; era como si la humanidad se hubiera acostumbrado a que sin ella no podía progresar. La dominación interna o externa se imponía por vía de la guerra, desde la cual se avanzaba también en la teorización de la sociedad y de su futuro. Después de Carl von Clausewitz, el concepto de guerra sirvió para todo, incluso para el retruécano de ver la política como extensión de la guerra; y a la violencia, según Karl Marx, como partera de la historia. Guerra y revolución siguieron mixturándose hasta convertirse en partes constituyentes e inseparables de los procesos históricos. En la medida en que avanzaban los presentes de sus propias historias, amarrados al invencible modelo capitalista de desarrollo, mayor conciencia se tenía de la función de la guerra, lo mismo para la dominación que para la liberación. La experiencia histórica todavía no había mostrado métodos diferentes. La paneuropea Revolución de 1848 primero, y después la Guerra franco-prusiana de 1870 y su desenlace, la Comuna de París en 1871, complicaron las cosas. El primer fenómeno, advertía que el capitalismo tenía mayor fuerza que la voluntad de quienes esperaban la emergencia de una sociedad socialista; y el segundo, anunciaba la adjudicación de una nueva función a la guerra, esta vez como la encargada de garantizar un reordenamiento colonial. Lo que pudiera pasar o lo que se esperaba que pasara, dependía del curso que tomaran las guerras, esa era la tendencia universal. Las leyes propias del desarrollo del capitalismo habían llevado al mundo a una reedición de los imperios, a una novísima forma de dominación que empezó a conocerse con el nombre de imperialismo contemporáneo. Aunque Gran Bretaña presentaba un estancamiento en su producción industrial, conservaba su carácter de imperio colonial por excelencia. A comienzos de la Pgm sus dominios ocupaban la quinta parte del planeta (33.500 millones de kilómetros cuadrados), lo que equivalía a decir que gobernaba a la cuarta parte de sus habitantes: 393 millones.

Como vemos, con vientos de guerra irrumpió el siglo XX. Campeaba esta por doquier, lo mismo en las metrópolis que en las colonias, igual en los países políticamente libres que en los dependientes de las economías imperiales. México ardía. Una profunda revolución la sacudía desde todos sus puntos cardinales, a partir de 1910; Colombia vivía su Guerra de los Mil Días, Brasil apenas empezaba a comprender la esencia de la Guerra de Canudos, que había sido el bautismo de fuego de su recién constituida república en 1889, erigida en honor a los cien años de la Revolución francesa. En realidad, era como si se tratara del fin del mundo. China, asediada por variedad de imperios, incluso el nuevo, el de los Estados Unidos de América. Asia había despertado después de la Revolución rusa de 1905. Estallaron procesos revolucionarios en Irán entre 1905 y 1911, en China: la Revolución Hsinhai 1911-1913 bajo la dirección del médico Sun Yat-sen; en la India, Gandhi levantaba su pueblo contra el dominio inglés, y el movimiento de liberación en Indonesia ganaba posiciones frente al colonialismo holandés. De otro lado, en 1905, Alemania le obstaculizaba a Francia la conquista de Marruecos, en 1908 Austria-Hungría anexó a Bosnia y Herzegovina. Entre 1912 y 1913 los europeos desencadenaron dos guerras balcánicas.

El modelo de la competencia imperialista mezcló la nueva expoliación con formas antiguas. Impedía el desarrollo de condiciones favorables a capitalismos nacionales, privilegiando relaciones feudales e, incluso, esclavistas, y apoyándose en los sectores más retardatarios de las colonias. No obstante, al empuje económico correspondió también un avance de las condiciones subjetivas, que podían revertir las conflagraciones en contra de sus propios inspiradores. Lo que para unos significaba el mejor momento de la sociedad capitalista, para otros personificó la víspera de su fin. La guerra empezó a asociarse con revolución social, y muchos se valieron de ella para la formulación y puesta en práctica de un nuevo modelo de desarrollo social o, por lo menos, para dar inicio o continuidad a un proceso de descolonización que no parará hasta los años de la década de 1970.

Era vieja la guerra, pero nueva la que se avecinaba. Era vieja la revolución, pero nueva la que anunciaban los tiempos. En 1905 había reventado una revolución popular en Rusia, cuya influencia repercutió en Occidente y en Oriente. Los analistas hablaron de la primera revolución de la época del imperialismo y la calificaron de democrático-burguesa. Era el momento en el que el nacionalismo identificaba tanto a occidentales como a orientales. Con trompetas se anunciaba la guerra que amenazaba con arrastrar en esos vientos al cualificado movimiento obrero europeo. La naturaleza del nacionalismo oriental, sin embargo, era distinta a la del occidental. Mientras en Europa se trataba de un chovinismo, en Asia tenía aires de una estrategia para conseguir la aplazada unidad de los países y, con ella, su independencia. Si los estados europeos necesitaban el nacionalismo chovinista para salir del estrecho saco del Estado-nación, los asiáticos se aferraban a él para introducirse y sostenerse como estados nacionales. Por ello, para Indonesia, India o China eran múltiples las tareas que tenía el nacionalismo, entre ellas: establecer una lengua común, unir regiones, religiones y culturas para desembocar en la creación del Estado Nacional Independiente. Solo que los tiempos que corrían no daban para que las cosas sucedieran como en los tempranos años del capitalismo europeo. Ahora la guerra mundial en configuración podía convertirse en Asia en medios de liberación nacional, como de hecho sucedió.

El capitalismo implantado por el colonialismo había creado nuevas condiciones, y la situación que advertía tal parto se vislumbraba dramática. Ahora, más que nunca, los idearios a favor del capitalismo se confundían con los idearios del socialismo. La estructura social de los países asiáticos exigía otras invenciones y el líder de este proceso emergería de lógicas distintas a las del líder europeo. El aparato de dominación de las metrópolis se había sofisticado; el movimiento de liberación y sus líderes tendrían que librar una lucha en dos frentes: uno interno, contra los sectores sociales aliados de las metrópolis, y el propiamente externo, que les obligó, en ocasiones, a alianzas estratégicas. Tenemos, entonces, que para la víspera de la Gran Guerra confluyen el deseo irrefrenable, por parte de los gobernantes europeos, de reeditar e imponer una dominación más áspera y violenta, y el anhelo de liberación de los movimientos obreros europeos y de los movimientos de liberación de las colonias. De ahí que ante el coro que convocaba a la guerra, en defensa de las patrias europeas, los grupos de la izquierda socialdemócrata de Alemania y Rusia respondieron en contra, cuyos ideólogos desplegaron toda su actividad intelectual para interpretar el fenómeno que a muchos encandilaba. Convertir la guerra imperialista en eventos nacionales contra sus propios opresores fue su llamado.

Sin embargo, nada podía parar la carrera armamentista. Como siempre, se pensaba en una guerra corta. Entre uno y otro país interesado en la vía de la guerra para imponerse frente a los demás, pesaba su propia capacidad militar. ¿Cuándo empezar? Era la pregunta. Todos los contendientes desarrollaban una economía cubierta por la naturaleza del imperialismo contemporáneo: concentración y exportación de capitales, centralización y concentración de la economía expresada en la formación de monopolios, trusts y consorcios. Por ejemplo: la Standard Oil de propiedad de los Rockefeller en Estados Unidos tenía bajo su control el 90 % de la producción de crudos y la United States Steel controlaba la industria del acero. Esta tendencia también se observaba en los otros países. Lo mismo ocurría en toda la cadena de producción, en la banca y en las nuevas industrias. Era característica la imbricación del capital bancario con el industrial, dando origen a invencibles oligarquías financieras.

Todas las potencias colonialistas competían entre sí, exportando capitales. Para 1914, entre los ingleses, los franceses y los alemanes habían exportado 200 mil millones de francos a sus colonias. Y, como si fuera poco, habían irrumpido carteles internacionales, como los del Raíl o el Sindicato Internacional de la Confederación Internacional Sindical —CSI—, que implantaban normas a los países contendores por la economía mundial. Tenía lugar, una férrea concientización de la necesidad de ganar nuevas esferas de influencia mundial, cuya naturaleza hacía que dicho proceso, siempre desigual, fuera acompañado de un avance en la tecnología militar y en la reformulación de sus ejércitos. Así las cosas, Alemania era uno de los países mejor preparados e informados. Con tiempo suficiente había elaborado un minucioso plan que tenía la firma del general Alfredo von Schlieffen y que preveía una guerra relámpago: de cuatro a seis semanas duraría derrotar al enemigo en el frente occidental y, en igual tiempo, en el oriental.

Los militaristas alemanes consiguieron advertir el momento preciso que les serviría para iniciar la guerra. Gavrila Prinzip, un estudiante que hacía parte de la organización nacionalista La Joven Bosnia, brindó a los alemanes el pretexto que buscaban. El 28 de junio de 1914, disparó sobre la humanidad de Francisco Fernando, el archiduque heredero de la Corona imperial austriaca, que había ido a Sarajevo con el propósito de mostrarle al mundo que Austria-Hungría conservaría para sí los territorios de Bosnia y Herzegovina, que anexaron en 1908.

De inmediato, Alemania intervino. El 23 de julio de 1914, el embajador austriaco en Belgrado presentó un ultimátum de su Gobierno a las autoridades serbias. Indignados, los serbios, rechazaron la intromisión de los austrohúngaros en sus asuntos internos. Así, el 28 de ese mes, Austria-Hungría le declaró la guerra a Serbia. Tal medida, que iba en contravía de los intereses de la Entente en los Balcanes, hizo que Rusia movilizara sus tropas, ante la cual, Alemania le declaró la guerra a Rusia el 1.v de agosto y, a Francia, al día siguiente. El 4 de agosto, los alemanes invadieron a Bélgica e irrumpieron en Francia. Al violar los alemanes la neutralidad belga, provocaron la declaración de guerra de los ingleses.

Empezaba la Gran Guerra. En un principio fueron afectados ocho estados europeos: Alemania y Austro-Hungría por un lado; por el otro: Rusia, Francia, Inglaterra, Bélgica, Serbia y Montenegro. Todos sus instigadores estaban movidos por un interés de conquista, reconquista o preservación de lo conquistado. Los alemanes aspiraban al establecimiento de su dominio en el mundo; Austria-Hungría y Turquía aspiraban al dominio de los pueblos de los Balcanes. A su vez, Inglaterra estaba interesada en vencer los planes expansivos de Alemania y conquistar Turquía, Irán, las regiones de Mesopotamia y Palestina para la explotación del petróleo. Francia no solo estaba interesada en rescatar a Lorena y Alsacia, sino, además, en tomarse las regiones carboníferas, al occidente del río Rhin y, sobre todo, arrebatarle a Alemania sus colonias en África. Y Rusia, que necesitaba nuevos mercados, quería conseguirlos, derrotando la influencia de Alemania en Europa y conseguir una salida libre al mar Mediterráneo a través de los estrechos del Bósforo y Dardanelos. Japón estaba interesado en las colonias alemanas en Oceanía, ocupar su lugar en China y ganar algunas posiciones en Europa.

¡Qué cosa! Los guerreristas no calcularon que arrastrarían a 57 millones de habitantes de las colonias francesas, a 434 millones de las inglesas, a 15 de las belgas y a 12 de las alemanas. Es decir que, por primera vez en la historia de la humanidad, 518 millones de personas serían llevadas a una guerra.

Por primera vez o, por lo menos, a gran escala, se usaron gases tóxicos como armas masivas y fueron consagrados como armas químicas y biológicas, que iban desde el gas lacrimógeno hasta sustancias paralizantes, como el gas mostaza y agentes letales como el fosgeno. El espacio aéreo y la profundidad del mar se consagraron como nuevos medios para la guerra, es decir, nació la aviación de guerra y los submarinos. Las aeronaves podían lanzar al espacio bombas en picada, que al explotar, dejaban ciegos a los soldados. La conquista de los cielos estimuló el uso de la tecnología fotográfica para espiar y localizar al enemigo. Se hizo común el uso del zepelín o dirigible que invadía de terror a poblaciones enteras. El hidroavión fue otra de las innovaciones. Los submarinos se utilizaron en el océano Atlántico, y estuvieron entre las armas favoritas de los alemanes, que les facilitaron el hundimiento del RMS Lusitania, uno de los pretextos que motivó a Estados Unidos a entrar en el conflicto. En el curso de 1915, los submarinos alemanes hundieron 227 barcos ingleses. Junto a esta innovación, los franceses innovaron con el traje insumergible, que evitaba a su portador hundirse en el agua.

En tierra emergió como novedad militar el tanque de guerra, al que se conoció con sugestivos nombres: El Emperador de la Guerra o La Joya de Hierro, puesto que fue el protagonista de la Gran Guerra. En un principio fue utilizado para el transporte de personal, pero cuando se le inventó el cañón en su parte delantera, se convirtió en la principal pieza de guerra. A su vez, para contrarrestar su poderío se desarrolló una tecnología capaz de hacerles frente desde las trincheras, fosas escavadas y túneles blindados de hormigón, que dieron origen a la denominada guerra de trincheras. Surgió el fusil antitanque, el Mauser 1918, cuya producción llegó a los 15.800 fusiles. Y así, fueron sucediéndose el mortero, de fabricación austriaca; los barcos de blindaje, los tubos lanzallamas, el periscopio panorámico náutico, y un cañón al que se conoció con el nombre de Gran Berta. Los australianos inventaron rifles con retardo y con periscopio.

Las macabras novedades de exterminio, que iban apareciendo, no eliminaron del universo bélico las viejas armas, ni los viejos procedimientos como la bayoneta, la pistola o la escopeta; tampoco el hacha, la lanza, el martillo, el cuchillo, la piedra, o la lucha cuerpo a cuerpo. Una novedad que vale la pena tener en cuenta es el uso masivo de la prensa y la radio y, con estos medios, la propaganda que tuvo en la guerra su mejor momento. A partir de ella se propició su uso para fines militares y políticos. Con la propaganda avanzó el diseño gráfico, que incluía los colores en el cartel y el afiche. Gran Bretaña explotó la figura de la mujer y, en general, los sentimientos humanos fueron explotados al servicio de la guerra.

Es triste hablar de la guerra como factor de progreso, pero, indudablemente, jalonó el desarrollo de la medicina. Marie Curie creó centros radiológicos de campaña y gracias a ello impulsó la tecnología de los rayos X. Surgieron las ambulancias de campaña, que permitieron el traslado de heridos y la realización de procedimientos quirúrgicos en los escenarios de conflagración; mejoraron las transfusiones de sangre y la ortopedia. Fue el inicio de la carnicería humana que se desarrollará en las guerras locales e internacionales, posteriores a la Primera Guerra Mundial. El balance en cifras ha debido marcar a la gente de entonces. He aquí tan solo una pequeña muestra.

La población de los países implicados en la PGM ascendía a 1 473 889 209 personas, de las cuales fueron movilizadas 71 008 068 como soldados y murieron 10 066 671, resultaron heridas 18 347 425 y cayeron en prisión 8 569 849 soldados. La cifra de muertos de la guerra fue de 11 440 310 personas.

De 1870 a 1889 nacieron en Alemania 16 millones de niños. Casi todos fueron al Ejército y cerca de 13 % murió, pero la mayor pérdida la sufrió la juventud nacida entre 1892 y 1895. Miles de alemanes regresaron inválidos a sus hogares. 44 657 perdieron una pierna, 20 827 una mano; 1264 hombres perdieron ambas piernas; 136 hombres ambas manos; 2547 alemanes perdieron la vista. Para finales de 1916 había perdido la vida más de un millón de soldados, cifra distribuida así: en 1914, 241 000; en 1915, 434 000 y en 1916: 340 000. La mortalidad femenina fue significativa; pasó del 11,5 % en 1916 al 30,4 % en 1917 y su causa principal fue el hambre y las enfermedades.

Francia perdió 306 000 soldados en 1914, 334 000 en 1915, 217 000 en 1916 y 121 000 en 1917. Cerca de un millón de muertos en una población masculina (total) de 19 millones. Quizás el país que en mayor medida sufrió las consecuencias de la contienda fue Servia. Como resultado del hambre, de las epidemias y de la represión murieron 467 mil servios, el 10 % de toda la población. En cuatro años perdió la sexta parte de su población. Cien mil personas quedaron inválidas y 500 mil niños huérfanos. Al salir de la guerra, Rusia había perdido 1 700 000 soldados. De esa dimensión fue la llamada Gran Guerra.

Con motivo de la conmemoración de los cien años del comienzo de la PGM, la línea de investigación en Historia Política y Social del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia junto con: el Departamento de Historia de la Universidad Autónoma, la Biblioteca Nacional de Colombia, La Fundación Gilberto Alzate Avendaño y la Universidad de la Integración Latinoamericana —Unila— de Brasil, reflexionaron, repensaron y reinterpretaron este acontecimiento en relación con su impacto en América Latina y en Colombia, en el evento académico Congreso Internacional: América Latina y los 100 años de la Primera Guerra Mundial (1914-2014), en Bogotá, en agosto del 2014. Vale la pena aclarar que el dossier no es la edición de las actas del evento; este se nutre de las ponencias que fueron transformadas en artículos de investigación, evaluados como en cada revista arbitrada y, adicionalmente, de aquellas investigaciones que entraron por convocatoria.

Los intereses del citado evento se conjugaron con los del Comité Editorial del Anuario, que, al reconocer la importancia de la PGM y, particularmente, su incidencia en el devenir político, cultural y social de América Latina, postuló como tema central de reflexión del dossier que se presenta. Primera Guerra Mundial: ecos entre Europa y América Latina. Otra motivación para optar este tema fue quizás el consenso al interior del Comité Editorial a la hora de pensar el final de la guerra como una posible metáfora del anhelado final del conflicto en Colombia.

Por lo anterior, tanto los artículos del dossier como los de tema libre, se encuentran ordenados de una forma que permite comprender la PGM como un problema historiográfico, en el que se reconoce la producción en torno al objeto de estudio, su desarrollo, desenlace y consecuencias. En ese sentido, la sección de Otros artículos de la revista funciona, al menos parcialmente, como un desenlace del dossier.

Al reconocer la temática central del dossier como un problema historiográfico y el orden de la revista como una estrategia para su estudio, es apenas lógico que se inicie su abordaje con una reflexión acerca de las voces en medio del estado del arte. Precisamente, este es el reto que asume Renzo Ramírez Bacca, quien, desde una perspectiva comparada, reflexiona sobre los estudios que se interesan por la PGM en América Latina, con el fin de establecer las tendencias analíticas y los trabajos más representativos. Luego de adentrarnos en las formas de estudio de la PGM, realizamos un alto, de la mano de Cecilia Pascual y Diego Roldán, con el estudio del impacto de la Gran Guerra en el Rosario Argentina. Sin embargo, las experiencias nacionales fueron diferentes entre los países latinoamericanos, y cada uno asumió su postura ante el conflicto, una decisión que debía tomarse "entre guerra y paz" y que es estudiada por Graziano Palamara, en un intento por esclarecer que las guerras no son únicamente espacios en los que se fractura el orden internacional, sino, de igual manera, en los que se gestan nuevo órdenes. Decidir entre la guerra y la paz no solo debía hacerse en medio de la guerra, sino que fue, sin lugar a duda, una opción política que guiaría a las comunidades luego de los enfrentamientos de la PGM y que estuvo presente en todo el orbe. Esta problemática fue atendida por Fabio Moraga al analizar el movimiento Clarté, la comunidad intelectual que se reunió y como parte del movimiento socialista internacional, debatió las venturas y las desventuras de su organización en diferentes revistas.

Aunque el dossier de la PGM hace hincapié en las repercusiones que la Gran Guerra tuvo en América Latina, no deja de lado el contexto europeo y las consecuencias que allí se vivieron. Precisamente Carmen Sococozza nos introduce en los orígenes de la PGM y la define como "un conflicto que llega del Este", lo que es igual al reconocimiento de que las tensiones políticas de Europa Oriental se convirtieron en el detonante de una crisis generalizada que hoy identificamos como la Primera Guerra Mundial —PGM—. Las consecuencias de esta conflagración fueron atendidas, en el presente dossier, y se entienden no solo como los cambios de orientación política y reorientación economía, sino también como un fenómeno de reorganización cultural e intelectual, que, con el paso del tiempo, se tradujo en investigaciones históricas de la participación de los diferentes países en ese conflicto. Este es el punto de partida de la exploración del artículo de Víctor Jeiffes, con el que concluye el dossier, en el que se analiza la participación rusa en la PGM y, particularmente, los mitos que se han construido y reproducido alrededor del suceso.

Los ecos de la Gran Guerra no se limitan a lo mencionado; los más claros y fácilmente identificables se relacionan con la actividad político-diplomática de los países participantes y el posterior estallido de la Segunda Guerra Mundial. Con esta temática se inaugura la sección Tema libre de la revista, desde la que se presenta un contexto general de algunas variables políticas y sociales que surgieron una vez finalizada la PGM. Inicialmente, Luis Bosemberg, analiza la función de la delegación alemana en Bogotá, durante la década de 1930, la cual se desarrolló en un contexto de condiciones desfavorables para una avanzada germana, por la influencia norteamericana y la latente presencia liberal y antifascista en el país. Posteriormente, Andrés Felipe Mesa y Carlos Camacho exploran nuevas dimensiones bélicas y diplomáticas que siguieron a la PGM. Por un lado, Mesa analiza las transformaciones en la política colombiana a partir de la ruptura de la llamada "neutralidad americana"; y por otro lado, Camacho estudia las exportaciones de armas francesas al Perú, pasado un periodo de estancamiento entre 1913 y 1933. En los ambos artículos se abordan dos estudios de caso, surgidos luego de la PGM, pero ligados a la guerra, ya que, como vimos en la presentación de los lineamentos que dieron origen a la Gran Guerra, los cambios en las relaciones internacionales y las empresas armamentistas, siempre resultan ser elementos clave en la configuración y el desarrollo de un conflicto.

Tomando alguna distancia de las dos guerras mundiales, pero siguiendo en la línea de la reestructuración social, y cerca de las transformaciones de índole política y de las formas de dominio, como las dictaduras, encontramos dos estudios enfocados en el caso argentino. En primer lugar, el trabajo de Laura Graciela Rodríguez, quien analiza la dictadura argentina entre 1976 y 1983, perspectiva enfocando de cerca la política cultural de aquella y a las medidas adelantadas por la Secretaría del Estado de Cultura del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. En segunda instancia, está el trabajo de Yolanda de Paz Trueba, en el que estudia las décadas tempranas del siglo XX y las transformaciones sociales en la provincia de Buenos Aires, tanto de los políticos locales como de los programas de reorientación político-cultural.

El cierre del número monográfico centra su atención en el contexto colombiano. Desde dos aspectos diferentes, y alejados temáticamente, aparecen dos formas de acercarse al pasado, en las que se analizan los alcances simbólicos y sociales que interactúan en los procesos de resignificación local y nacional. El primer ejemplo se encuentra en el trabajo de José Abelardo Díaz y su estudio del cura Julio Sabogal y la vida cotidiana en Fusagasugá, donde se analizan las estrategias empleadas por el sacerdote para cumplir su labor misional y las transformaciones que esto originó en su jurisdicción eclesiástica. El segundo ejemplo, en el trabajo de Carolina Vanegas, en cuanto a la visibilidad y la invisibilidad de las estatuas de Antonio Nariño, instaladas en Pasto y Bogotá, con motivo del Centenario de la Independencia, en 1910. Este estudio, cuya aparición concuerda con la proclamación del año Antonio Nariño por parte del Ministerio de Cultura y las conmemoraciones adelantadas por la Biblioteca Nacional de Colombia, se interesa por descifrar los alcances simbólicos de las esculturas, en razón de los lugares en los que se erigen y los discursos que las respaldan.

La actual edición del Anuario, consagrada al análisis de la Primera Guerra Mundial, devela una agenda de investigación que interactúa entre ella y nos permite comprender la temática central de reflexión como un problema en el que todavía se puede reflexionar de manera constante y concienzuda. En esta ocasión contamos con la colaboración de autores nacionales y extranjeros y esperamos que los contenidos de sus artículos esclarezcan algunas problemáticas en discusión y que abran posibilidades para que nuevos temas sean abordados.

CÉSAR AUGUSTO AYALA DIAGO
EDITOR INVITADO
Universidad Nacional de Colombia