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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.42 no.2 Bogotá July/Dec. 2015

https://doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53331 

http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53331

Entre guerra y paz. América Latina frente a la tragedia del primer conflicto mundial

Between War and Peace: Latin America and the Tragedy of the First World War

Entre guerra e paz. A América Latina ante a tragédia do primeiro conflito mundial

GRAZIANO PALAMARA*
Universidad Externado de Colombia Bogotá, Colombia
*gpalamara@hotmail.it.

Artículo de reflexión
Recepción: 25 de enero del 2015. Aprobación: 26 de junio del 2015

Cómo citar este artículo
Graziano Palamara, "Entre guerra y paz. América Latina frente a la tragedia del primer conflicto mundial", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 42.2 (2015): 103-126.


Resumen

El presente ensayo propone un análisis de las posturas latinoamericanas ante la Primera Guerra Mundial —Pgm—; la reflexión se fundamenta en un modelo interpretativo, que considera las guerras de alcance mundial, no solo como el punto de disgregación de un sistema internacional, sino como el momento fundante de un nuevo orden. Este modelo permite reflexionar en cuanto a la manera como Latinoamérica se acercó al declive del orden posnapoleónico y la conducta que adoptó, en 1917, al ingresar Estados Unidos al conflicto y la Revolución de Octubre en Rusia, cuando se abrió en el contexto de las relaciones internacionales una nueva época que habría mantenido intactas algunas de sus características, por lo menos hasta la caída del muro de Berlín.

Palabras clave: Primera Guerra Mundial, América Latina, guerra constituyente, relaciones internacionales.


Abstract

This essay proposes an analysis of the Latin American positions regarding the First World War – WWI; the reflection is based on an interpretive model which considers the global war not only as the point of disintegration of an international system but as the founding moment of a new order. This model reflects on how Latin America approached the decline of the post-Napoleonic order and the conduct that it adopted in 1917, with the entering of the United States into the conflict and the October revolution in Russia which opened a new era in the context of international relations, with some of its characteristics remaining intact at least until the fall of the Berlin wall.

Keywords: First World War, Latin America, constituent war, international relations.


Resumo

O presente ensaio propõe uma análise das posturas latino-americanas ante a Primeira Guerra Mundial; a reflexão fundamenta-se num modelo interpretativo, que considera as guerras de alcance mundial não somente como ponto de desagregação de um sistema internacional, mas também como o momento fundante de uma nova ordem. Esse modelo permite refletir como a América Latina aproximou-se do declínio da ordem pós-napoleônica e a conduta que adotou, em 1917, quando os Estados Unidos ingressaram no conflito e a Revolução de Outubro na Rússia, quando se abriu no contexto das relações internacionais uma nova época que teria mantido intactas algumas de suas características, pelo menos até a queda do muro de Berlim.

Palavras-chave: Primeira Guerra Mundial, América Latina, guerra constituinte, relações internacionais.


Las razones de una propuesta entre historia e historiografía

A cien años de la Primera Guerra Mundial —PGM—, la historiografía todavía no ha desarrollado una reflexión exhaustiva del grado de participación y el papel que la región latinoamericana tuvo durante el conflicto.1 Algunos estudios, encaminados a brindar una reconstrucción puntual de los acontecimientos bélicos, se han concentrado especialmente en un análisis militar y diplomático.2 De esta manera, se ha esclarecido cómo hasta el mes de abril de 1917, con los Estados Unidos —EE. UU.— todavía en guerra, todas las demás naciones del subcontinente mantuvieron su neutralidad. Posteriormente, algunos de los países que en el área estaban sujetos a la influencia de Washington siguieron a la Casa Blanca, declarando la guerra a Alemania. Poco tiempo después, Brasil también adoptó esta línea. Argentina, Chile, Colombia, México y Venezuela continuaron en la vía de la neutralidad, pero de una manera bastante flexible, ya que no faltaron oscilaciones hacia uno u otro contendiente. En cambio, Bolivia, Perú, Ecuador y Uruguay adoptaron una posición intermedia, porque no subieron al carro de los países beligerantes, aunque rompieron las relaciones con Alemania. Otros estudios han puesto la atención en las consecuencias, sobre todo económicas, que produjo la PGM guerra en América Latina.3 Se ha podido destacar, así, que la creciente necesidad de productos agrícolas y materias primas por parte de los Estados beligerantes originó un crecimiento de las exportaciones, en muchas naciones del área. Los países especializados en el suministro externo de recursos estratégicos gozaron de ingentes ganancias y los ingresos pudieron mitigar el impacto de la reducción de los flujos de capital extranjero. La situación para los países dedicados a la exportación de materias primas no estratégicas fue diferente: en este caso el conflicto causó una reducción de las exportaciones. Para todos, sin embargo, la guerra determinó una fuerte caída del volumen de importaciones y un aumento de los precios de las mercancías importadas. Los bienes que llegaban desde Europa disminuyeron drásticamente, no solo porque el conflicto paralizaba las oportunidades de importar desde el Viejo Mundo, sino por la escasez de productos exportables. Los que pudieron aprovechar esta situación fueron los EE. UU., desde ese momento, potencia hegemónica en el área. Finalmente, otros análisis han intentado examinar el vínculo entre alguna s realidades nacionales y el contexto del conflicto, sus protagonistas y sus implicaciones sociales, políticas, económicas y diplomáticas. Parecieron de gran relevancia, en este sentido, las reflexiones sobre Argentina, Chile, Brasil y México: actores que, por sus sólidas relaciones demográficas, económicas y culturales con los países europeos, estaban más interesados en las dinámicas del conflicto y sus desarrollos.4

Cada uno de estos estudios ha contribuido a demostrar que América Latina estimó, por lo menos al comienzo, la PGM como un "asunto lejano". Mejor dicho, una cuestión que, si por un lado, merecía una atenta consideración, fundamentalmente por los efectos económicos que iba produciendo; por otro, amonestaba no salir de una "cómoda" neutralidad. Igualmente, desde Washington hasta Buenos Aires, muchos pensaban que el conflicto era fruto de la incapacidad europea para solucionar problemas y controversias, que los mismos actores europeos habían ocasionado.

De todas formas, los estudios mencionados no han agotado el tema de la participación latinoamericana en el conflicto.5 Son muchos los interrogantes que todavía se deben explicar y los aspectos por aclarar. El aniversario de ese conflicto puede ser la ocasión para enriquecer el panorama de los estudios en el tema, una literatura que resulta todavía escasa en América Latina.6

De acuerdo con estas premisas, el trabajo que se presenta intenta recorrer la actitud de los sujetos subcontinentales frente a la PGM y esclarecer las opciones políticas que se tomaron ante a un sistema internacional que elegía la "guerra para acabar con cualquiera guerra".7 Para lograr estos objetivos, la investigación se basa sobre un modelo interpretativo que considera las guerras de alcance mundial no solo como el punto extremo de la disgregación de un sistema internacional, sino más bien como el momento fundante para un nuevo orden. La elección de este modelo, denominado de la "guerra constituyente",8 puede contribuir a evitar el equívoco —recientemente señalado por Stefan Rinke—9, según el cual la PGM en América Latina no habría representado un importante momento de ruptura en el desarrollo histórico del continente. El modelo de la guerra, de hecho, permite reflexionar sobre la manera en que América Latina se acercó el declive del viejo orden internacional y la conducta que ella tuvo cuando, en 1917, con el ingreso en el conflicto de los EE. UU. y la Revolución de Octubre en Rusia, se abrió esa nueva época en el contexto de las relaciones internacionales que habría mantenido intactas alguna s sus características hasta la caída del muro de Berlín.10

En el origen de una actitud. La tensión entre aislamiento y apertura

Cuando el 28 de junio de 1914 el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero de Austria-Hungría, abrió la crisis que conducirá a la Gran Guerra, la región latinoamericana contaba ya con una significativa participación en el sistema internacional.11 Las repúblicas suramericanas representaban casi la mitad de los Estados soberanos existentes en el mundo. Al sur del río Bravo, se desarrollaba una parte importante de los intercambios comerciales mundiales, y la activación de políticas de colonización interna permitían, a diferentes países del área, atraer crecientes contingentes demográficos, principalmente de la Europa mediterránea. Además, el progresivo compromiso en los asuntos mundiales ya se había convertido tanto en la necesidad como en la ocasión para una paulatina familiarización con todos los instrumentos diplomáticos, políticos y estratégicos, en ese entonces, ofrecidos por el contexto internacional.

Pero, en ningún momento, eso había permitido a la región experimentar una relación verdaderamente paritaria con el pequeño club de naciones que lideraba el sistema mundial. Al revés: junto con África y Asia —aunque de manera diferente respecto a estas— América Latina se encontraba en las miras expansionistas de las principales potencias, sufriendo las relaciones asimétricas que aquellos gobiernos imponían. El ímpetu con que las mayores potencias se habían lanzado a la conquista de nuevos segmentos geopolíticos, repercutía, en su totalidad, en el área subcontinental, siempre más convertida, así, en un espacio de la contienda interimperialista.

La condición de la región venía evidenciándose después de la ruptura del vínculo colonial con la península ibérica, cuando, a la obtención de la independencia política no se había acompañado del desarrollo de un proceso de apropiación económica fundado sobre un concreto nivel de autonomía.12 La herencia de las luchas independentistas, con la dificultad de organizar Estados funcionales, la escasa receptividad de un sistema internacional fundado en el predominio europeo y la centralidad de la institución monárquica, habían presentado a las nuevas repúblicas como sujetos débiles, que se tenían que acoger en la comunidad de Estados con el mayor número de condiciones y restricciones posibles.13 Con las lógicas del Informal Empire, Inglaterra había sido la potencia más preparada para insertarse en la América Latina posrevolucionaria, logrando convertirse rápidamente en el primer cliente, el primer proveedor y el más importante financiador de las nuevas repúblicas. No menos enérgicas habían sido las intervenciones francesas. Más débil en los mares, con una menor disponibilidad de capitales y más agresiva en sus estrategias políticas, París no había tenido manera de ofrecer al subcontinente americano una válida alternativa a la hegemonía inglesa.

De todas formas, fueron los cambios ocurridos al final del siglo XIX, los que más contribuirían a convertir definitivamente América Latina en objeto de la disputa internacional. Dos fueron las novedades que más influyeron: una, la decisión de las élites políticas, económicas y militares de la Alemania guillermina, de acantonar la política bismarckiana del "concierto europeo" para poner en marcha las dinámicas expansionistas y agresivas de la joven potencia germánica, y la segunda, el definitivo tránsito estadounidense del expansionismo al imperialismo.

Pese a un sistema escasamente receptivo, con una creciente conflictividad y poco respetuoso tanto de las expectativas como de las prerrogativas soberanas de los sujetos más débiles, los países latinoamericanos no renunciaban a asegurarse una inserción en los juegos internacionales. Tampoco lo hicieron cuando el triunfo de la Weltpolitik y la progresiva "internacionalización" del orden mundial, con la inclusión de Washington y Tokio en el grupo de las grandes potencias, desveló definitivamente cómo la vía por la inserción, transitaba por la aceptación de las lógicas jerárquicas de un sistema, en el cual, el peso de un país solo podía depender de su poder económico y militar, de su ubicación geográfica y de su capacidad de establecer alianzas con otros Estados soberanos, máxime en los momentos de crisis. Para América Latina, aceptar estas condiciones había significado tolerar un principio de disparidad de potencia. Se trataba de una opción sin verdaderas alternativas si se quería reclamar espacios y roles en el escenario mundial.

Además, todos los países del área habían entendido la importancia de la participación en el orden internacional, ya que un completo aislamiento solo podía originar mayores amenazas a la soberanía y debilidad en la defensa del interés nacional. En tal sentido, bien reveladora en este sentido resultó la guerra de la Triple Alianza (1864-1870) en la cual Paraguay había pagado con un precio alto su aislamiento, sufriendo una derrota espantosa, tanto en número de víctimas como en pérdidas territoriales.14

En muchos países de la región, los aparatos del Estado empezaban a apoyar los esfuerzos encaminados a procurar una inserción en el sistema internacional. A las diplomacias les correspondía la tarea de promover, hacia el exterior, la imagen de países modernos, no más como presas del caos, e inestables, como habían aparecido después de la Independencia; a los gobiernos, la de familiarizarse, siempre más, con los instrumentos políticos, estratégicos y diplomáticos utilizados por los Estados europeos; a las clases intelectuales, la elaboración de doctrinas que pudieran favorecer la resolución pacífica de controversias. Mientras tanto, los programas de modernización económica permitían una primera forma de profesionalización de los ejércitos, como medios, necesarios para actuar en el contexto mundial y por funcionalidad en la creación y en la consolidación del espacio geopolítico como respaldo a la soberanía.

En la víspera de la PGM, la proyección internacional de la región latinoamericana se podía considerar marcada por una fluctuación de sus países entre la posición de crítica a las lógicas jerárquicas del sistema y la necesidad consciente de buscar un rol para definir su posición internacional. Una, oscilación que se traducía en lo que Carmagnani ha denominado una "tensión entre mundialización y aislamiento", es decir, un proceso en el que los Estados de la región alternaban momentos de proyección internacional a periodos de repliegue internos y de clausura.15

No cabe duda que para las cancillerías subcontinentales esta actitud era conveniente para protegerse de la hostilidad del orden mundial, sin renunciar a los beneficios que podían provenir de la inclusión en el sistema, ni a padecer los momentos de dificultad internacional, para cultivar el interés nacional. En tal sentido, se pueden entender las acciones exitosas de algunos países latinoamericanos como la de México de Benito Juárez, que derroca el imperio de Maximiliano de Habsburgo y los sueños de gloria de Napoleón III; la de Brasil, que expulsa a los Braganza del orden monárquico; y especialmente la de Chile, que logra inaugurar una política de potencia en el área del Pacífico a costa de Perú y Bolivia.

Adecuar el comportamiento hacia el exterior dentro de los términos de la fluctuación entre clausura y mundialización, parecía haberse convertido en una valiosa opción para afrontar todas las circunstancias del contexto internacional, por lo cual no sorprende si la tensión entre aislamiento y apertura venía acentuándose entre el final del siglo XIX y el comienzo del siglo XX; es decir, al momento de la realineación de las potencias en Europa y en el Mediterráneo, la guerra ruso-japonesa en Asia y la enunciación del corolario Roosevelt a la doctrina Monroe en América anunciaban la redefinición de los equilibrios mundiales. Tampoco sorprende si la agudización de esta misma tensión, después de estallar la guerra, habría invadido muchos aspectos de la vida política, económica, social y cultural de la mayoría de los Estados latinoamericanos, llamados, en unos casos, a repensar hasta su propia identidad.

El conjunto de atracción y repulsión hacia la mundialización de las relaciones, puede utilizarse para entender la elección de la neutralidad, al comienzo del conflicto, porque si bien es cierto que esta fue la inmediata consecuencia de dos términos íntimamente conectados entre sí —la posición inicial de Washington ante el conflicto y el considerar la guerra como un asunto que no debía afectar al continente—, también se puede explicar la actitud de las cancillerías subcontinentales a la luz de la postura hasta ese entonces.

El (difícil) manejo de la neutralidad

La "completa neutralidad" que los países latinoamericanos declararon en 1914 no fue la tendencia de aquel momento; más bien, fue la consecuencia de una postura asumida con anterioridad, provista de una cierta coherencia y, sobre todo, respaldada por una pluralidad de motivos. Según lo planteado por Olivier Compagnon, es posible destacar por lo menos tres órdenes de razones que, reúnen el conjunto de motivos que llevaron a la neutralidad del área.

En primer lugar, razones meramente políticas y diplomáticas. Todas las diplomacias subcontinentales compartieron la idea de que el conflicto fuera un asunto esencialmente europeo, fruto de la vieja rivalidad franco-alemana, de litigios territoriales ligados a la afirmación de las nacionalidades y de ambiciones imperiales llevadas al extremo. El neutralismo, por lo tanto, aseguraba ponerse sobre la vía más natural para no quedarse involucrados en una guerra lejana. En este caso, era evidente la influencia de la Doctrina Monroe, tachada como instrumento hegemónico de Washington en muchas cancillerías de la región, pero aceptada por reclamar el principio mutuo de no injerencia entre Estados americanos y europeos.16

A estos primeros argumentos se sumaban consideraciones de orden económico, que influyeron principalmente en los países más comprometidos con el intercambio europeo, especializados en exportación de materias primas, e importación de productos terminados y, por eso, con una estructura esencialmente dependiente del exterior. Para ellos —Argentina in primis— la neutralidad podía evitar el riesgo de deteriorar las relaciones con socios económicos de primaria importancia y afectar oportunidades de desarrollo.

Igualmente importantes fueron las consideraciones de orden cultural y social, relacionadas con el impacto que la guerra podía producir en la homogeneidad de las naciones. Todos los Estados que, a partir del último cuarto del siglo XIX, conocían una migración masiva de los países europeos, todavía procuraban asegurarse una completa inserción de las comunidades extranjeras en el tejido nacional.17 Asumir una posición abierta, en favor de la Triple Alianza o de la Triple Entente, habría frustrado, sin duda, muchos de los esfuerzos hechos hasta ese momento.18

El conjunto de motivos y argumentaciones para justificar la posición del subcontinente frente a la guerra presentaba a la neutralidad, como una opción de política tanto exterior como interna.

Por valiosas y legítimas que pudieran parecer, las razones exhibidas no acababan con la cuestión de ¿qué posición adoptar ante el conflicto? De hecho, la neutralidad tuvo una plena eficacia al principio, cuando todos, incluidos los Estados beligerantes, creyeron que sería una guerra breve y de movimiento, a lucharse a través de grandes ofensivas, con el uso de las nuevas armas ya experimentadas en los últimos conflictos. Pero, pronto se evidenció que encaraban una contienda diferente, que involucraba a toda la sociedad civil y los recursos económicos y que, de manera paulatina, asumía proporciones mundiales. Frente a todo esto, el nudo de la actitud a adoptar no se podía resolver con una declaración, aunque lícita y justificada, de neutralidad. De una manera u otra, dado el alcance del conflicto, era imposible escapar de un concreto nivel de participación.

Para cada gobierno empezó el que puede ser llamado el problema del manejo de la neutralidad, difícil y complejo a tratar, debido a las presiones y empujes que la misma neutralidad comenzó a recibir desde adentro y desde afuera.

En el ámbito interno sobresalieron los movimientos de opinión, grupos políticos, religiosos y de intelectuales. De manera más o menos abierta, cada uno expresaba su apoyo o simpatía a una causa, defendiéndola y, luego, a través de una pluralidad de formas, desde iniciativas autónomas y voluntarias a la masiva sensibilización de la opinión pública nacional hasta la enérgica solicitud de la intervención militar. Por supuesto, las comunidades extranjeras solicitaban ayudas y hacían sentir su cercanía a los países de origen. Pero, por lo general, los grupos de orientación liberal y republicana respaldaban las razones de las potencias liberales; los grupos de orientación conservadora, las causas de los imperios centrales.19

Desde el frente externo, las presiones a la neutralidad llegaban por el dinamismo de los Estados beligerantes. La mayoría de los esfuerzos se dejó obviamente a las iniciativas diplomáticas y a la acción de ministros, funcionarios y plenipotenciarios que, secretamente y también con tramas singulares —como probó el asunto del telegrama Zimmerman— trataban de vincular para su propia causa a los países latinoamericanos. Más allá del trabajo diplomático, las potencias beligerantes recurrieron a otros medios. Una gran importancia se dio, por ejemplo, a la propaganda, vehiculizada mediante una pluralidad de formatos y destinada a un público masivo, siempre con el objetivo de crear vínculos de solidaridad con las razones de quien luchaba.20

Los ecos de la guerra llegaban y resonaban por toda América Latina, contribuyendo a evidenciar las dificultades de los gobiernos para preservar, con coherencia, la línea de neutralidad. Por eso, no faltaron ocasiones en las que fue necesario intervenir, de manera directa, para reafirmar la posición de los ejecutivos. A ese respeto, fueron significativos los reclamos del Ministro de Asuntos Exteriores colombiano, Suárez, a esos órganos de la prensa nacional que, según la orientación política, dispensaban violentos ataques a los países beligerantes y complicaban los esfuerzos gubernativos de salvaguardar, con equilibrio, la opción neutralista.21 Lo que más dificultaba la gestión de la neutralidad, sin embargo, fueron los progresos del conflicto, con sus secuelas emocionales y prácticas.

En el primer caso, las matanzas de una extenuante guerra de trinchera, con cientos de miles de muertos, solo por conquistar algunos metros de tierra, los absurdos asaltos frontales y los muchos departamentos de infantería y caballería convertidos en carne de cañón, obligaron a entender que no era más una cuestión de rivalidad franco-alemana o de intereses territoriales.

Lo que estaba ocurriendo era más bien un choque entre civilización y barbarie, entre los valores que habían plasmado y modelado a Occidente y su degeneración. Se trataba de una disputa frente a la cual la neutralidad se dificultaba, aún más por países que se creían partes integrantes de ese mundo y esa civilización que ahora se suicidaba en los campos de batalla.22

En el segundo caso, la violación alemana de las normas internacionales —que inició con el ataque a Bélgica y siguió con la proclamación de la guerra submarina a ultranza—, el hundimiento de barcos latinoamericanos y las consecuencias negativas de esto, no solo para los intereses económicos, sino para la susceptibilidad de los nacionalismos subcontinentales, desvelaron que la guerra no fue un asunto tan lejano, como se pensaba al comienzo. Más bien, se había convertido en algo que, aunque a distancia, podía comprometer gravemente las oportunidades de desarrollo y de estabilidad; algo, frente a lo cual, una vez más, la neutralidad era una opción difícil de mantener y de administrar.

La "guerra constituyente" y la ruptura de una actitud compartida

Todas las noticias que llegaban del Viejo Mundo, referían que el conflicto era algo nuevo, aterrador por magnitud, sacrificios de individuos, despliegue de fuerzas y tecnologías. De igual forma, las consecuencias, que algunos países latinoamericanos empezaron a sufrir, fundamentalmente en el ámbito económico,23 contribuían a anunciar que la guerra habría sido chocante también por los efectos que determinaría.

Tanto en Europa como en América Latina, los observadores, los políticos y los intelectuales más atentos no tardaron en entender cómo el conflicto, independientemente de sus conclusiones, iba a abrir una nueva etapa histórica; una época en la cual habría sido inevitable tener en cuenta las diferentes relaciones de fuerzas, las exigencias y especialmente la necesidad de buscar instrumentos políticos y diplomáticos, útiles para evitar que se repitieran conflictos tan catastróficos.

Asimismo, a los ojos del subcontinente americano, la guerra desvelaba la que puede ser llamada una dimensión constituyente. Es decir, la capacidad del conflicto, por alcance y rupturas radicales, de presentarse no solo como el final de un sistema, sino como el momento fundante de un nuevo orden. Lo que habrían ganado, es el derecho a dictar las nuevas reglas del juego internacional y a elegir, entre las dos alternativas que, en ese momento, parecían enfrentarse para la futura organización de la paz: de un lado, la configuración de un sistema donde el principio de la fuerza iba a sojuzgar totalmente el derecho; del otro, la hipótesis de un orden fundado en normas nuevas y generales, capaces de sustituir el sistema de frenos y contrapesos —asegurado por esa densa red de pactos y acuerdos sobre los cuales se basaba el equilibrio posnapoleónico de las grandes potencias— que, en 1914, no habían funcionado más, precipitando al mundo a la catástrofe.

De igual manera, frente a estas sensaciones y consideraciones, muchas de las razones para justificar la neutralidad vacilaban; aún más, ofrecían nueva fuerza y sustancia a todas las presiones mencionadas y que, desde adentro y desde afuera, ya venían obstaculizando la gestión de la neutralidad desde el principio. A pesar de todo, al comenzar el tercer año de la guerra, la neutralidad todavía resistía y el continente completo —con excepción de los Dominions británicos y de las otras posesiones europeas— en el ámbito oficial se presentaba como un único y compartido espacio político-diplomático, anclado en la no participación. Sin embargo, los tiempos eran ya maduros para que la afinidad de posiciones —solo de manera aparente— se rompiera. Y si era inevitable que una chispa sirviera para quebrar el equilibrio, esta llegó con el cambio de posición de Washington, en 1917.

Es notorio el peso y el efecto que el ingreso de los EE. UU. al conflicto —ruptura de relaciones diplomáticas con los imperios centrales (3 de febrero) y declaraciones de guerra a Alemania (6 de abril) y a Austria-Hungría (7 de diciembre)24— produjo en las cancillerías subcontinentales. Entre abril y diciembre de 1917, la postura de los países latinoamericanos frente a la guerra cambió paulatinamente, infringiendo esa presunta consonancia de puntos de vista que la neutralidad había exhibido.

Cuba y Panamá, los países más vinculados a la Casa Blanca, siguieron inmediatamente la orientación de Washington. Luego fue el turno de otros diez países centro- y suramericanos que, gradualmente, rompieron relaciones diplomáticas con Berlín y Viena: Bolivia, República Dominicana, Ecuador, Perú, Uruguay, más la mayoría de los pequeños Estados centroamericanos. Entre los países que abandonaron la neutralidad por la beligerancia, se destacó la posición de Brasil, no solo porque se trataba del Estado más extenso y poblado de Latinoamérica, sino por el conjunto de intereses y propósitos por los que Río entraba a la guerra. A las razones objetivas que justificaban la intervención al lado de la Entente —caída de las exportaciones y hundimiento de barcos mercantes después de la ampliación de la guerra submarina a los convoyes americanos de parte alemana— se sumaron evidentes intentos estratégicos.

Con la mayoría de países del área en una estéril posición de neutralidad, el Gobierno brasileño jugaba la carta que le permitía obtener más créditos a los ojos de Washington, Londres, París y, tal vez, adquirir derechos de palabra en las cuestiones europeas al final del conflicto. Dos objetivos que habrían fortificado, sin duda, el liderazgo regional del país, puesto en sombra a los otros grandes sujetos del área y asegurado, al mismo tiempo, un dúplice y sutil éxito: presentarse como el aliado continental más fiel de los EE. UU., y ganar, en el campo, el peso necesario para contrabalancear la creciente hegemonía norteamericana en el hemisferio.25

Después del ingreso de Washington a la conflagración, la decisión brasileña era la que más contribuía a fragmentar el escenario político y diplomático del Nuevo Mundo, aún más porque con su aceleración, Río desmantelaba el acuerdo del grupo ABC. Es decir, el pacto de no agresión, consulta y arbitraje con el que, entre 1914 y 1915, Argentina, Brasil y Chile, trataban de combinar un esfuerzo diplomático para enfrentar dos importantes retos: primero, la controversia entre los EE. UU. y México, estallada definitivamente tras el envió de un contingente militar norteamericano al puerto de Veracruz con el objetivo de estrangular al gobierno Huerta; segundo, la necesidad de coordinar las políticas de neutralidad frente al conflicto europeo.

Junto con Colombia, México, Paraguay, El Salvador y Venezuela, de hecho, Argentina y Chile mantuvieron la originaria neutralidad. Y más que en el caso de México —desde 1917, al centro de la crisis entre EE. UU. y Alemania, tras la interceptación del "telegrama Zimmermann"— la no participación beligerante de Santiago y Buenos Aires evidenciaba todavía más la división del continente. En esos dos países del Cono Sur, como por algunos de los otros Estados mencionados, las razones de neutralidad continuaban más fuertes que las presiones, tanto internas como externas, que solicitaban un cambio de actitud. A influir, entre otros, eran los vínculos con Berlín —también debidos a las significativas presencias de capitales y comunidades alemanes—, el contraste con Washington, las inquietudes económicas y, finalmente, pero igualmente importante, un cierto ascendiente de la posición diplomática neutral de España, con Madrid que, después de la crisis de 1898 y los cambios del final del siglo, recuperaba un sustancial crédito en los países de lengua y cultura hispánicas.26

Si la postura brasileña sobresalía en el grupo de los beligerantes, la resolución de Argentina resaltaba entre la heterogénea agrupación latinoamericana de los neutralistas; sin olvidar la posición de México, cuya neutralidad dependía esencialmente de los progresos y de las implicaciones, también internacionales, que la Revolución había puesto en marcha. Sin embargo, los argumentos exhibidos por Buenos Aires eran legítimos. La Casa Rosada no quería y no podía perder sus relaciones económicas, por lo tanto trataba de preservar todos los mercados europeos; tampoco quería, ni podía tomar una decisión que habría encendido los ánimos de grupos y sectores contrapuestos, en detrimento de la homogeneidad nacional; ni siquiera mostrarse remisiva a las solicitaciones de los EE. UU. y afectar esa imagen que, hasta ese momento, la mostraba como el sujeto continental más hostil al proyecto panamericanista de Washington.27 Pero, para los beligerantes, la neutralidad argentina era confusa, incoherente y tal vez llegaba a niveles de incompresible pasividad, como sucedió en el caso del asesinato de Rémy Himmer, vicecónsul argentino fusilado por los alemanes en la ciudad belga de Dinant en agosto de 1914, que el gobierno de Victorino de la Plaza quiso casi silenciar lo ocurrido, para no atizar las duras denuncias de la prensa, más inclinada hacia la causa aliada.

Las acusaciones de incoherencia y contradicción ni siquiera terminaron al llegar Yrigoyen a la Casa Rosada con su afán de disponer la adopción de una neutralidad activa. Algunas decisiones tomadas por el nuevo Presidente parecían acceder a que Argentina reclamara, con más firmeza, la defensa de sus intereses, como ocurrió ante al hundimiento de la goleta Monte Protegido y del vapor Toro, en 1917, por parte de submarinos alemanes. El cambio de Gobierno pareció asegurar, igualmente, nuevas fuerzas para consentir a Buenos Aires reasumir una más clara coordinación de los países subcontinentales neutrales. Pero los esfuerzos no eran suficientes para apagar las críticas y que la Casa Rosada reconociera esa concreta equidistancia del conflicto, que en más ocasiones trató de presentar. Actitudes vacilantes, presiones internas y externas, metas poco claras de unas iniciativas28 y necesidades objetivas seguían obstaculizando la gestión de la neutralidad, tanto que cuando, en 1918, el gobierno Yrigoyen concluyó un tratado comercial con Francia y Gran Bretaña, para la venta de trigo y el otorgamiento de créditos a París y Londres, fue claro que Buenos Aires abandonaba las reservas para pasar, a lo mejor, a una neutralidad benévola.29

Precisamente, ese tratado —por muchos aspectos, un punto de llegada de la preferencia que Yrigoyen (poco a poco) mostraba en favor de la Entente— coronaba esa pluralidad de matices y de tonos que caracterizaban la neutralidad continental, antes, y los compromisos, armados y no, luego. No se llegaba solo a una más evidente ruptura del escenario político-diplomático, ostentado por el continente al comienzo del conflicto, sino a una más abierta definición de los objetivos, intereses y temores captados por cada Estado, a lo largo del conflicto, pero al comienzo sofocados por una aparente neutralidad compartida.

Las diferentes proyecciones hacia la construcción de un nuevo orden internacional

Es evidente cómo los elementos que, de manera paulatina, intervinieron para redibujar la geografía de posiciones de todo un continente durante la guerra, se convierten en una perspectiva privilegiada, para entender no solo al hemisferio americano entre 1914 y 1918, sino las posiciones que sus sujetos asumieron ante el nuevo orden que produjeron las alteraciones y las rupturas radicales en ese lapso.

En la variedad de modalidades con las que cada país moduló su neutralidad o su compromiso bélico es posible encontrar los fundamentos de la posición ante lo que sería el Sistema de Versalles, porque, si bien es cierto que esta misma postura iría a depender, en gran medida, de las consecuencias económicas, políticas y culturales del conflicto, también es seguro que la futura orientación internacional, proveniente del grado de participación mundial anterior a 1914, se definía mejor al entender el verdadero alcance de la guerra.

Antes de que finalizaran las hostilidades en Europa, toda América venía expresando esa pluralidad de percepciones y sensaciones que en seguida habrían caracterizado la proyección internacional de sus actores. Se fluctuaba de la pasiva alineación con los proyectos estadounidenses a la ilusión de poder asumir un papel más relevante, mínimo en el ámbito regional; o del tradicional escepticismo hacia las reglas del sistema mundial a la esperanza de ver realizadas, por lo menos, unas expectativas de los sujetos, hasta entonces considerados menores.

El conjunto de estas disposiciones prueba cómo, igual que con la perspectiva europea o estadounidense, si se miraba al mundo desde la óptica latinoamericana, era posible afirmar que, si bien existían la condiciones para un cambio memorable, todavía faltaba una verdadera cultura política y la plena madurez internacionalista. Todo fue más claro en los dos momentos o espacios en que se puso a prueba la función constituyente de la guerra: la Conferencia de París, donde los sujetos latinoamericanos ni siquiera tuvieron derecho de palabra, y la fundación de la Sociedad de la Naciones, promovida por el presidente estadounidense Woodrow Wilson.

En el primer caso, las cancillerías latinoamericanas se percataron de cómo, en términos de gestión del poder mundial, nada o casi nada era destinado a cambiar. Las labores parisinas fueron enteramente lideradas por las grandes potencias ganadoras, mientras que los actores secundarios, no obstante la contribución a la derrota de los imperios centrales, no tuvieron voz en la elaboración de los tratados de paz. La gestión de la Conferencia, por lo tanto, solo podía aumentar la desconfianza latinoamericana hacia la arena internacional; máxime porque durante los trabajos no se dibujó esa estructura jurídica que el subcontinente americano pedía desde hacía tiempo, ni siquiera el reconocimiento de la doctrina de no intervención en los asuntos internos de los Estados.

En el segundo caso, apareció con mayor claridad el panorama de sensaciones, temores, esperanzas e incertidumbres con las que América Latina se asomaba al orden posbélico. En general, las diplomacias latinoamericanas acogieron con una mezcla de reserva y escepticismo la new diplomacy, condensada en los catorce puntos de Woodrow Wilson y la idea de una Sociedad de las Naciones como nueva instancia internacional, dirigida a disciplinar a la comunidad de los Estados. Al sur del Río Bravo, las propuestas del Presidente estadounidense se valoraron y toleraron cautamente: de un lado, por la desestimación hacia el mismo Wilson, apreciado como el orgulloso continuador de la política rooseveltiana del big stick; de otro, porque se vislumbraba en el pensamiento de Wilson la filigrana de un orden mundial, solo aparentemente dispuesto a abandonar las lógicas jerárquicas.

Sin embargo, cuando en noviembre de 1920 se reunió en Ginebra la primera asamblea de la recién nacida Sociedad de las Naciones, la mayoría de los Estados latinoamericanos estaba presente: Brasil, Bolivia, Cuba, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, Panamá, Perú y Uruguay aparecían como miembros originarios, en virtud de su ratificación del Tratado de Versalles. Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Nicaragua, Paraguay, El Salvador y Venezuela participaban porque se habían adherido al Covenant, aunque tardíamente, después de su entrada en vigor. México quedó por fuera porque no fue notificado de la invitación, debido a su compleja situación política interna y porque era considerado germanófilo en la última fase del conflicto mundial.

La alta representación de América Latina parecía restituir la voluntad de sus países de utilizar la institución ginebrina con el fin de asegurarse una concreta apertura internacional. Por lo menos, aparentemente, los Estados parecían interesados en contribuir a los desarrollos de la nueva organización para perseguir una proficua lógica de reconocimiento y, en cuanto posible, de prestigio en el tablero mundial.

Estas motivaciones, aunque presentes, explicaban, en parte, las razones de la adhesión del área. Excepción hecha por los países que se encontraban bajo la influencia estadounidense, muchos Estados latinoamericanos habrían demostrado pronto considerar la Sociedad de Naciones como un instrumento con el cual contrabalancear el predominio de Washington en el movimiento panamericano, hipótesis realmente más concreta, después de la no ratificación de parte del Senado estadounidense del Tratado de Versalles, que habría sancionado la no adhesión a la Sociedad de las Naciones.

Más allá de los casos individuales, la apertura inicial de América Latina hacia el organismo ginebrino se habría señalado no tanto por la confianza en una cultura política internacionalista, sino por la necesidad de contener la creciente influencia de los EE. UU. en el área. La irritación manifestada por algunas delegaciones subcontinentales ante la idea wilsoniana de insertar la doctrina Monroe en el artículo 21 del Covenant fue quizá la primera prueba de esa actitud. Pero, manifestaciones incluso más evidentes llegarían en los años siguientes, con el papel desempeñado por delegaciones suramericanas en Ginebra; un papel que, se caracterizaría por una incidencia sin importancia, la abstención de los trabajos y hasta el abandono del órgano, en señal de protesta por un concierto internacional de por sí insensible a las instancias de los países menores.30

En el momento de presentarse a la construcción del nuevo orden internacional, los Estados latinoamericanos reorientaban la vieja tensión entre aislamiento y apertura. Quién más, quién menos, casi todos demostraron haber entendido la ocasión que la Gran Guerra dejaba para la construcción de un sistema diferente. Algunos no quisieron o no tuvieron la fuerza para participar directamente en este proceso, como en parte demostró la elección y la defensa, aunque espinosa y no siempre coherente, de la neutralidad, a lo largo del conflicto. Otros —Brasil in primis— si bien de manera utilitarista, parecieron dispuestos a asumir más responsabilidades, pero fueron obligados a enfrentarse no solo con la persistencia de antiguas lógicas político-diplomáticas, sino con el desorden de un escenario posbélico, que tenía dificultad de expresar a un grupo de Estados verdaderamente líderes: tres imperios habían desaparecido; la potencia alemana era totalmente postrada; Francia e Inglaterra veían su supremacía perjudicada por la situación económica, mientras que los EE. UU., verdadero polo emergente, se encaminaban en una política de "desesperado" panamericanismo, que excluía responsabilidades globales.

En ese sentido, no asombra si el sistema internacional que nacía después de la Gran Guerra era destinado a conocer una endémica conflictividad y si las políticas exteriores de los países latinoamericanos habrían sido marcadas, a menudo, por un exasperado llamado nacionalista y una idea de las relaciones internacionales fundada sobre la fuerza.


Pie de página

1 Para una primera reflexión historiográfica ver: Olivier Compagnon, "Entrer en guerre? Neutralité et engagement de l'Amérique latine entre 1914 et 1918", Relations internationals 137 (2009): 31-43 y Olivier Compagnon, "1914-1918: The Death Throes of Civilization. The Elites of Latin America Face the Great War", Uncovered Fields. Perspectives in First World War Studies, eds., Jenny Macleod y Pierre Purseigle (Leiden: Brill Academic Publishers, 2004) 279-295.
2 En este sentido, continúan siendo fundamentales las obras de Pierre Renouvin, entre otras: La primera Guerra Mundial, trad., J. García Jacas (Barcelona: Oikos-tau 1990) y La crisis europea y la Primera Guerra Mundial (Madrid: Ediciones Akal, 1990).
3 Joseph Tulchin, The Aftermath of War. World War I and U. S. Policy toward Latin America (New York: New York Press, 1971); Emily S. Rosemberg, World War I and the Growth of the Unite States Predominance in Latin America (New York-London: Garland, 1987); Bill Albert, South America and the First World War. The Impact of the War on Brazil, Argentina, Peru and Chile (Cambridge: University Press, 1988); Rosemary Thorp, "América Latina y la economía internacional desde la Primera Guerra Mundial hasta la depresión mundial", Historia económica de América Latina desde la Independencia hasta nuestros días, eds., Tulio Halperín Donghi, William Glade y Rosemary Thorp (Barcelona: Crítica, 2002) 99-121.
4 Beatriz Rosario Solveira, Argentina y la Primera Guerra Mundial: según documentos del Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (Córdoba: Editorial Centro de Estudios Históricos, 1994); Ricardo Weinmann, Argentina en la Primera Guerra Mundial: neutralidad, transición política y continuismo económico (Buenos Aires: Biblos, 1994); Raiumundo Siepe, Yrigoyen, la Primera Guerra Mundial y las relaciones económicas (Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1992); Juan Ricardo Couyoumdjian, Chile y Gran Bretaña: durante la Primera Guerra Mundial y la postguerra, 1914-1921 (Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello y Ediciones Universidad Católica de Chile, 1986); Francisco Luiz Teixeira Vinhosa, O Brasil e a Primeira Guerra Mundial: a diplomacia brasileira e as grandes potencias (Río de Janeiro: Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro, 1990); Friedrich Katz, La guerra secreta en México: Europa, Estados Unidos y la Revolución mexicana (Chicago: University of Chicago Press, 1981); Yolanda de la Parra, "La Primera Guerra Mundial y la prensa mexicana", Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México 10 (1986): 155-176; Ingrid Schulze Schneider, "La propaganda alemana en México durante la Primera Guerra Mundial", Anuario del Departamento de Historia 5 (1993): 261-272; Jean Meyer, "¿Fue México germanófilo de 1914 a 1918?", Istor: Revista de Historia Internacional 14.53 (2013): 117-149.
5 Tampoco las obras más específicamente dedicadas a la proyección internacional de América Latina han dedicado amplio espacio a la PGM. En este caso, ver Tulio Halperín Donghi, Historia contemporánea de América Latina (Madrid: Alianza Editorial, 1996); Pierre Vayssière, L'Amérique latine de 1890 à nos jours (Paris: Hachette, 1996); Thomas E. Skidmore y Peter H. Smith, Historia contemporánea de América Latina (Barcelona: Editorial Crítica, 1996); Demetrio Boernsner, Relaciones internacionales de América Latina. Breve historia (Caracas: Nueva Sociedad, 1996).
6 Como plantea Oliveir Compagnon, los estudios sobre la PGM en América Latina, no necesariamente deberían sugerir una revolución historiográfica, pero sí reconsiderar los años 1914-1918 como parte fundamental de la historia cultural e intelectual del subcontinente. Compagnon, "1914-1918: The Death Throes..." 279-280. También: Olivier Compagnon, L'adieu à l'Europe. L'Amérique latine et la Grande Guerre (Paris: Fayard, 2013) y especialmente, Stefan Rinke, "América Latina y la Primera Guerra Mundial, nuevos estudios, nuevas interpretaciones", Iberoamericana 53 (2014): 87-89.
7 Según el artículo "The War that will End War" de Herbert George Wells publicado en: The Daily News and Leader [United Kingdom] 14 de agosto de 1914.
8 Para una primera reflexión sobre este modelo: Luigi Bonanate, Fabio Armao y Francesco Tuccari, Le relazioni internazionali. Cinque secoli di storia: 1521-1989 (Milano: Mondadori, 1997).
9 Rinke, "América Latina y la Primera Guerra Mundial..." 87.
10 Eric Hobsbawn, Historia del siglo XX, trads., Juan Faci, Jordi Ainaud y Carme Castells (Barcelona: Crítica, 2009).
11 Al respecto, ver, entre otros: Marcello Carmagnani, El otro occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la globalización (México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 2004) y William Glade, "América Latina y la economía internacional 1870-1914", Halperín, Glade y Thorp 49-97.
12 Halperín 215 y ss.
13 En cuanto a las dificultades que afectaron no solo la organización interna de los Estados latinoamericanos después de la Independencia, sino también sus proyecciones internacionales, ver David Bushnell y Neill Macaulay, The Emergence of Latin America in the Nineteenth Century (New York: Oxford University Press, 1994); Hilda Sábato, coord., Ciudadanía política y formación de las naciones: perspectivas históricas de América Latina (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1999).
14 Sobre la guerra de la Triple Alianza: Paul H. Lewis, "Paraguay, de la Guerra de la Triple Alianza a la Guerra del Chaco, 1870-1932", Historia de América Latina, t. 10, ed., Leslie Bethell (Barcelona: Editorial Crítica, 1992) 135-139.
15 Carmagnani 274 y ss.
16 Compagnon, "Entrer en guerre?..." 33 y ss.
17 A título de ejemplo ver: María Inés Tato, "El llamado de la patria. Británicos e italianos residentes en la Argentina frente a la Primera Guerra Mundial", Estudios Migratorios Latinoamericanos 71 (2011): 273-292; María Inés Tato, "Contra la corriente: los intelectuales germanófilos argentinos frente a la Primera Guerra Mundial", Jahrbuch für Geschichte Lateinamerika -Anuario de Historia de América Latina 49 (2012): 205-223.
18 María Inés Tato, "Nacionalismo e internacionalismo en la Argentina durante la Gran Guerra", Projeto Historia (2009): 49-61; "La disputa por la argentinidad. Rupturistas y neutralistas durante la Primera Guerra Mundial", Temas de Historia Argentina y Americana 13 (2008): 227-250; Compagnon, "Entrer en guerre?..." 33 y ss.
19 Compagnon, "1914-1918: The Death Throes of Civilisation..." 279 y ss.
20 Fue emblemática la experiencia de la revista América-Latina, proyecto editorial aparecido en febrero de 1915, por iniciativa del British War Propaganda Bureau. María Inés Tato, "Propaganda de guerra para el Nuevo Mundo. El caso de la revista América-Latina (1915-1918)", Historia y Comunicación social 18 (2013): 63-74.
21 Jane M. Rausch, "Colombia's Neutrality during 1914-1918: An Overlooked Dimension of World War I", Iberoamericana 53 (2014): 103-115.
22 Andreas Hillgruber, The Destruction of Europe. Essays on the World War Era, 1914-1945 (Berlín: Propylaen Verlag, 1988).
23 Entre otros, ver Sandra Kuntz Ficker, "El impacto de la Primera Guerra Mundial sobre el comercio exterior de México", Iberoamericana 53 (2014): 117-137.
24 Josephus Daniels, The Wilson Era. Years of War and After 1917-1923 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1946) 15-348; Thomas H. Bailey, The Policy of the United States toward the Neutrals 1917-1918 (Baltimore: Jhons Hopkins Press, 1942) y Albert.
25 Al respecto, ver Compagnon, "Entrer en guerre?..." 38-39.
26 Marco Mugnaini, "Gli Stati Americani e la Società delle Nazioni: un profilo storico", Il Politico 3.198 (2001): 467-494.
27 Harold F. Peterson, La Argentina y los Estados Unidos, t. 2 (Buenos Aires: Hyspamérica, 1986).
28 Así fue, según Harold F. Peterson, en ocasión de la Conferencia de Países Neutrales. En principio, la conferencia quería tratar de intervenir como mediadora en la guerra; más adelante, iba a ser un congreso de paz, luego, un congreso comercial y, por último, un congreso de las naciones de América. Peterson 45-46.
29 Compagnon, "Entrer en guerre?..." 38-29.
30 30. Mugnaini 467-494.


OBRAS CITADAS

I. Fuentes primarias

Publicaciones periódicas

Periódicos
The Daily News and Leader [United Kingdom] 1914.         [ Links ]

II. Fuentes secundarias

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