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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.42 no.2 Bogotá jul./dez. 2015

https://doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53346 

http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53346

Pablo Rodríguez Jiménez

Cartas de Amor en tiempos de guerra. Rafael Uribe Uribe. Selección de textos y prólogo Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Escuela de Ciencias Humanas, 2014. 256 páginas

Conversar por escrito es lo que hacía Rafael Uribe Uribe con su esposa, Sixta Tulia Gaviria, a través de las cartas, retratos, telegramas y cables que intercambiaron durante varios años y que hoy podemos leer de corrido, gracias al libro Cartas de amor en tiempos de guerra..., compilado por el historiador Pablo Rodríguez Jiménez y publicado en el 2014 por la Editorial de la Universidad del Rosario, que agrupa conversas que, además de su riqueza literaria, son valioso material para la comprensión de la historia de nuestro país, no solo porque muestran el lado sensible y cotidiano de la vida de un hombre que ocupa un lugar privilegiado en la historia de Colombia, sino porque dejan entrever los discursos, las representaciones y las prácticas de la clase dirigente del país. Acercarse a esta correspondencia posibilita conocer asuntos concernientes a los roles femeninos y masculinos, a la educación de los hijos, a las relaciones sociales y públicas, a la vida doméstica, es decir, tanto las ideas y los sentimientos, como la geografía y la cultura material de una época.

La notabilidad del político en el trasegar nacional no está en duda. La placa en el Capitolio, que rememora su asesinato en 1914 —y que se agrega a las muchas muertes violentas de líderes políticos con ideas transformadoras en Colombia—, las plazas y plazuelas que conservan esculturas que aluden a su figura, las localidades y barrios e instituciones educativas y culturales que llevan su nombre, como el Palacio de la Cultura de Antioquia, reafirman la presencia de Rafael Uribe Uribe y su importancia en las trayectorias de nuestro país. Quizás por eso sea tan acertado el nombre de la Colección Bicentenario de Antioquia, a la que se le suma este libro: memoria viva.

Seleccionadas del Fondo Rafael Uribe Uribe, que preserva el Archivo General de la Nación y la Academia Colombiana de Historia, esta correspondencia ofrece la magia de los compendios y de los sumarios judiciales, que, a través de una secuencia de folios, dan la impresión de una sucesión de hechos u objetos semejantes y próximos cronológicamente. Hacen pensar que el tiempo del lector, que transcurre durante la lectura, era el mismo que demoraba la vida de sus protagonistas, pero, en realidad, se trata de múltiples instantes, días, semanas, meses e, incluso, años de historias cotidianas que aparecen condensados.

Tal como lo menciona Pablo Rodríguez en el prólogo del libro, la práctica de la escritura, que comprendía cartas, tratados, artículos y memorias, tuvo un lugar relevante en la vida cotidiana de personajes políticos de siglos pasados, pues era propia de la vida política y oficial, de la diplomacia entre los Estados, de cortesía con los allegados, que estuvo atravesada por las situaciones cotidianas y por las formas y posibilidades técnicas de comunicación de cada época.

A la par de la abultada correspondencia que debía escribir Uribe Uribe por su quehacer público, las condiciones de las guerras civiles que marcaron la historia del territorio colombiano en el siglo XIX, aumentaron los folios por la escritura hacia sus seres queridos. Y no solo los momentos de prisión y de participación en la guerra fueron los que motivaron el cultivo del arte epistolar; también sus viajes y estancias diplomáticas al exterior y la administración de las haciendas y negocios en diversos lugares del país, que significaron prolongados periodos de alejamiento de su familia. Esta compilación ofrece aproximadamente 110 cartas, de múltiples extensiones y tonos, dirigidas, en su mayoría, a Sixta Tulia Gaviria y unas cuantas a sus hermanos e hijos.

Si bien las cartas de Uribe Uribe pueden considerarse una producción letrada y son caracterizadas, según lo recuerda Rodríguez Jiménez, por su caligrafía clara y elegante y su escritura con buenos sentidos de puntuación y acentuación, esa no fue solo una práctica de sujetos ilustrados. En los archivos judiciales del país, por ejemplo, aún está por descubrirse la correspondencia entre hombres y mujeres, comunes y corrientes, sobres sus amores y penas y que se adjuntaron como pruebas de los delitos penalizados en cada época. La seducción y el incumplimiento de promesas de matrimonio, entendidos como el falso empeño de la palabra de un hombre de casarse con una mujer para tener relaciones carnales antes del rito del altar; el estupro, que significaba tener contacto sexual con menores de edad, y el rapto o "sacar de su casa" a jóvenes doncellas, conformaron algunos de los delitos tipificados en el Código Penal vigente en Colombia hasta 1936 y, en teoría, aplicados a todas las clases sociales. "Delitos amorosos" en los que se involucraron zapateros, agricultores, artesanos, maestras de escuela, amas de casa, entre otros, y en los que, para defender su posición, tanto sindicados como ofendidas, aportaron cartas de amor, boletas, notas y retratos. Al lado de la correspondencia amorosa, en estos acervos documentales, como el Archivo Histórico Judicial de Medellín, reposan cartas a familiares, telegramas, fotografías, planos, dibujos y declaraciones que dejan ver tanto la escritura como la oralidad, en fin, valiosos materiales para dar cuenta de los sectores populares.1

Sin duda, Cartas de amor en tiempos de guerra... significa una valiosa oportunidad para consultar cartas transcritas y ordenadas, aunque suprime el placer de encontrarlas en los archivos personales, entre cajones y libros, y de gozarlas en toda su materialidad, privación que se compensa en algo por las reproducciones facsimilares que se incluyen en la compilación, que dejan ver la caligrafía, las tintas, los papeles con líneas y sin líneas, el tamaño de las hojas, las notas al margen y el tránsito hacia la máquina de escribir, que no abandonaba la firma de puño y letra. Así recordaba el General, desde New York: "Fatigado de escribir en máquina vuelvo a la pluma, mientras descanso. Pronto tendré una máquina mejor y entonces te escribiré largamente" (p. 115).

Respondiendo al orden cronológico en el texto, la primera carta fue enviada a Tulita —como cariñosamente la llamaba en los inicios del noviazgo—, desde Medellín, el 13 de marzo de 1885 y firmada por "Su Rafael". La que cierra, fue escrita en Barranquilla, el 5 de noviembre de 1907. Transcurrieron entonces 23 años, de los cuales, la mayor parte la pasó alejado de su familia, periodo que coincide con su participación militar, soldado y oficial, en las guerras civiles de 1886, 1895 y 1899 y con sus labores diplomáticas de representante de Colombia ante los Gobiernos de Argentina, Brasil y Chile. Paralelo a este orden cronológico, es interesante conocer los criterios de Pablo Rodríguez, compilador y prologuista, para la selección de las misivas, que, debieron ser explícitos en la ruta de lectura, trazada en las páginas iniciales del libro, ya que implican filtros y recortes al acceso a los materiales.

Aquellas cartas recorrieron caminos y ríos de ciudades como Cartagena, Tuluá, Manizales y Panamá, y de pequeños parajes: El Caimo, Ceilán, Ubaté y Magangué que, para la época, conformaban el territorio colombiano. También pasaron por varias ciudades del continente americano, no solo en las que vivió el General varios meses, como Nueva York, Santiago, Río de Janeiro, sino de otras por las que estuvo de paso, como Lima, Quito y Caracas, y de las que nos dejó sus impresiones como viajero, del paisaje, de las costumbres, de sus habitantes y de sus experiencias.

Precisamente, reconstruyendo esos lugares, pueden trazarse itinerarios y rutas de la época, así como de los sistemas de comunicación. Embarcaciones, emisarios de carne y hueso que fungían de carteros, cables y líneas de telégrafo hicieron posible la circulación ágil de las misivas, incluso de menos de 5 días, atravesando grandes distancias.

De la vida material aparecen ricas descripciones en la correspondencia, a lo que se añaden los curiosos presentes enviados con las cartas, para celebrar algún cumpleaños, o para compartir algo de las tierras que recorría Uribe Uribe. Era común la mención del envío de las "cuelgas" de regalo, como frasquitos de perfume, pastillas de jabón y de pedazos de vegetación: "Hoy te mando unos pensamientos cogidos para ti en Santa Helena, en señal de que por allá iba acordándome de ti" (p. 78), "recibe esos helechos y musgos del Dagua, recogidos para ti y para mis hijitos" (p. 100).

En cuanto a las descripciones de la vida doméstica y de las rutinas, se expresan las preocupaciones del jefe de hogar que está ausente, como los pagos de cuentas, la educación de los hijos, los modales de toda la familia, pero que al mismo tiempo marcan el deber ser. Por eso, el General requiere a Sixta Tulia que: "Los informes sobre la vida diaria, estudios y faltas de los niños deben ser materia obligada de tu correspondencia" (p. 85).

Entre anécdotas, consejos, lugares y vida material retratada, la línea interesante de seguir en esta correspondencia es la relación con Sixta Tulia. Resaltemos las mismas preguntas de Pablo Rodríguez: ¿Qué ocurrió con las cartas de Sixta Tulia? ¿No se conservaron o no se estimaron de valor por no tener las mismas calidades en la escritura y de la vida intelectual de su esposo? Sixta Tulia, presente y ausente en todas estas conversaciones por escrito. Presente, porque a ella se dirige la mayor parte de misivas y, con ellas, los regaños, los consejos, las preguntas y las palabras de cariño y de aliento. Ausente, porque solo se dejan leer fragmentos y extractos de frases que retoma Uribe Uribe de la correspondencia de Sixta Tulia, y solo aparece una corta nota de la mujer entre los mensajes compilados. Su figura se dibuja a partir de las voces de su marido y desde las relaciones de poder construidas allí:

No te descuides en escribirme por correo, dirigiendo las cartas a Tuluá, con cubierta a Juan María. ¿Cómo está mi Luisita? ¿Cuántos dientes tiene ya? ¿Qué gracias hace de nuevo? ¿Qué vida lleva? Y tú, mi linda y buena Tulita, ¿cómo vas de salud y qué haces de tu tiempo? Cuéntame todo esto largamente, sin temor a disparates, que para mí no son causa de aflicción ni fastidio. (p. 11)

Son constantes los reproches: "Si revisas mis cartas anteriores notarás que has dejado sin contestar una infinidad de preguntas interesantes que te he dirigido" (p. 46) y, frente a la monotonía endilgada a sus cartas, las recomendaciones sobre qué escribir: "Hay tantas cosas sobre qué escribir: los chistes bogotanos, la crónica social, las lecturas que uno está haciendo, sus estudios, los planes para el porvenir, noticias de Antioquia, etc." (p. 221).

Y acá, los historiadores nos encontramos con los filtros a los que estamos sometidos en nuestro oficio, es decir, a lo que se conserva y a lo que no. ¿Dónde están las cartas de Sixta Tulia? ¿Dónde podemos rastrear las voces de esta mujer, que, como de muchas otras, solo conocemos por las voces de terceros? ¿Cómo fue su vida, ante las ausencias de Uribe Uribe? Pero es quizá ese carácter fragmentario, de silencios y polifonías selectivas, de constante búsqueda y de encuentros, lo que hace apasionante nuestra práctica.

Emocionante sería encontrar las cartas de Sixta Tulia y reconstruir su vida como mujer, madre y esposa, que debió trasladarse a otra ciudad para asumir asuntos públicos, atender visitas y reuniones sociales. Esa reconstrucción permitiría conocer las experiencias de muchas familias de aquella época y, en especial, de mujeres que estuvieron solas, por viudez o por ausencia, en la crianza de sus hijos, en las labores del hogar y en la vida citadina o rural. Como reconoce Uribe Uribe: "La mitad de la vida conyugal la he pasado ausente de ti" (p. 53).

De otra parte, Pablo Rodríguez señala que "las cartas que Rafael Uribe escribió a su esposa no son fuente idónea para conocer su pensamiento político" (p. xiv); sin embargo, si bien es clara la diferencia en la narrativa y en los temas con Sixta Tulia que con su hermana Paulina, a la que envía el manuscrito de su Manifiesto por la paz y habla explícitamente de la causa liberal (p. 131), sería interesante redimensionar la concepción de lo político y, desde allí, interrogar a la correspondencia. Considerar los avatares de la guerra, la cotidianidad de las batallas y de las reclusiones, los viajes diplomáticos, las fiestas y comitivas de recibimiento, las relaciones de poder que se tejen en el hogar y en una ciudad, como la Santa Fe de Bogotá del siglo XIX —aspectos que aparecen en las cartas— serían oportunidades para una nueva historia política del país. Al lado de las biografías de políticos, de fechas de batallas y de vencedores y derrotados, es necesario comprender la dimensión política de la vida humana, que no solo se dibuja en la corta duración del gran acontecimiento, sino también en las relaciones de poder, en juego en la cotidianidad. No se trata de reconstruir la historia de un hombre por un hombre, mejor, de dar cuenta de cómo las condiciones de una época lo forjan, y de sus potencias, como sujeto, con capacidad de transformación. La corta duración y las miradas diacrónicas de las cronologías, que acompañan a las perspectivas tradicionales de la historia política, deben complementarse con miradas sincrónicas, que permitan problematizar los tiempos y los espacios, tal como recuerda el historiador alemán Reinhart Koselleck, a través de su concepto de estratos del tiempo.

Siguiendo a Rodríguez Jiménez, la historiografía sobre personajes como Rafael Uribe Uribe, se ha centrado en su vida política, militar y diplomática, pero acercarse a asuntos privados e íntimos, vistos desde sus memorias y correspondencias personales, demuestra la importancia de esta dimensión para comprender la prevalencia social e histórica de los hombres públicos (p. ix). Por ello, el prólogo se queda corto en señalar las amplias posibilidades del acercamiento a este tipo de huellas del pasado, como las cartas de amor, no solo para conocer la dimensión íntima de los hombres y avanzar en la reconstrucción de la historia de su vida privada —perspectiva que influenciada por la tercera generación de la Escuela de los Annales francesa y que ocupa importantes renglones de la historiografía en América Latina en las últimas décadas— sino, abrir nuevas perspectivas, ya sea la historia de las emociones que, además de nuevos temas, implica rutas teóricas y metodológicas renovadas, en las que los historiadores tenemos mucho que aprender de otros campos del saber, como la antropología de las emociones. Las compilaciones, memorias y correspondencia han sido capítulos notables en los proyectos editoriales recientes, que, además de rescatar los valiosos documentos para un amplio público, deben proponer nuevos enfoques y posibilidades para la práctica historiográfica.

Como ya se anotó, transcribir y reunir estas cartas en un volumen, permite la lectura a un público amplio y la asequibilidad a materiales que, de otra manera, no sería posible. La riqueza literaria y el seguimiento a las experiencias y a la transformación de la escritura de Uribe Uribe de su puño y letra, así como la cercanía que producen estos asuntos de la vida diaria, sin duda provocará un amplio interés en esta publicación. Para los interesados en el género biográfico y para los apasionados por conocer la vida política e íntima de gobernantes y sujetos que ocupan un reglón decisivo en la historia nacional, sin duda, será una lectura placentera y novedosa.

Para los cultivadores de Clío, es una oportunidad de ver —de manera renovada— la historia política y de los acontecimientos, abandonados por muchos años, pero fundamentales para entender y transformar la situación de guerra permanente que ha marcado nuestra vida como país. Precisamente, estos nuevos archivos y perspectivas, alejarán la historia hecha por prohombres y mártires y revelarán aspectos cotidianos de líderes de carne y hueso, de mujeres, de familias, de territorios y geografías involucradas en el conflicto y, a la par, permitirán avanzar en una historia de las emociones y las materialidades, que explore las dimensiones sensitivas y materiales de la política y de la guerra, y fije su mirada no solo en las estadísticas y en los datos, sino que, precisamente, las llene de carne y de tierra, que dimensione qué ha significado —y significará— para muchas generaciones, vivir en el conflicto. Y, desde la comprensión de la complejidad y la historicidad de este conflicto, puedan proponerse nuevas rutas colectivas.


Pie de página

1 Ver María Mercedes Gómez Gómez y Eulalia Hernández Ciro, Palabras de amor: vida erótica en fragmentos de papel. De la escritura y los relatos populares en el Archivo Histórico Judicial de Medellín 1900-1950, investigación ganadora de una beca de investigación en Patrimonio y Cultural de la Alcaldía de Medellín, durante el 2013 y que al momento de escribir esta reseña, está en proceso de publicación.


EULALIA HERNÁNDEZ CIRO
Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Colombia
eulaliaciro@gmail.com