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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.42 no.2 Bogotá July/Dec. 2015

https://doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53349 

http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53349

José Antonio Amaya

Enrique Umaña Barragán. Ciencia y política en la Nueva Granada Bogotá: Maremágnum, 2014. 104 páginas

Con la presente biografía, José Antonio Amaya, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, continúa su riguroso esfuerzo por conocer el desempeño de José Celestino Mutis y sus colaboradores en el desarrollo de la historia natural en el Nuevo Reino de Granada. Naturalmente, cada biografía es una oportunidad única para analizar viejos y nuevos problemas. En este caso, la vida de Enrique Umaña, uno de los nombres menos estudiados de la Expedición Botánica, sirve de excusa ideal para analizar, al menos dos procesos; el primero bien abordado en el libro y el segundo prometido en su continuación: 1) La formación y los trabajos científicos de una generación que, al margen de una fracasada centralización metropolitana de la ciencia neogranadina, estaba llamada a suceder —¿y desafiar?— a Mutis; y 2) La heterodoxia política de los miembros de la Expedición, pues Umaña pasó de ser un ferviente revolucionario de la generación de 1794, a ser un naturalista y hacendado con tintes realistas que logró superar, à la Talleyrand, los 20 años de turbulencia política que se desencadenó en 1810.

Con su acostumbrada erudición, el autor nos lleva de Bogotá a París, pasando por Madrid y Sevilla, recabando información en diversos archivos. Su andamiaje principal es el uso novedoso del archivo de la familia Umaña, reservorio privado, que los descendientes del naturalista le abrieron al autor de manera generosa. Amaya, a través de las cien páginas del texto, con un saludable método cronológico, no deja afirmación sin el respaldo de un documento.

Entrando en materia, Enrique Umaña Barragán nace en 1771, en el seno de una familia de modestos comerciantes de Tunja, de reciente migración a Santafé de Bogotá. Su abuelo, Juan Agustín de Umaña, se trasformaría en uno de los nuevos propietarios de grandes haciendas en la sabana, al comprar, en 1763, la hacienda Bojacá y, en 1774, la famosa hacienda Tequendama. De esta manera, los Umaña hacen parte de esos nuevos propietarios que lograron ubicarse al lado de una cerrada élite de hacendados sabaneros, cuyos orígenes se remontan a los siglos XVI y XVII. Naturalmente, más allá de la importancia para la historia económica de este auténtico dinamismo sectorial, el escritor resalta la importancia de las haciendas para el futuro naturalista, pues a lo largo de su vida se presentó "una contradicción de envergadura entre el universalismo del científico y el particularismo del hacendado" (p. 91). La pugna interna se resolvería a favor de su vocación de hacendado, a partir de 1810, cuando se involucra, de manera definitiva, a la administración de las propiedades familiares, dejando de lado sus actividades científicas.

Dos son los focos que inclinarán al joven Umaña por la búsqueda de conocimiento. En primer lugar, la hacienda Tequendama que, en palabras de Amaya, se trataba de una "auténtica escuela de sociabilidad" (p. 16); allí, sin duda, tuvo sus primeros contactos con el mundo de los ilustrados, pues los terrenos de la hacienda fueron, durante mucho tiempo, el espacio de trabajo privilegiado de varios hombres de ciencia del Reino. En segundo lugar, la presencia de su tío Justo Umaña, un agustino que llegó a ser el superior de su orden y quien fuera uno de los abiertos defensores del sistema copernicano en el Nuevo Reino, fue decisiva en las inclinaciones intelectuales de Enrique.

Estas tempranas influencias se verán decantadas con su ingreso al Colegio del Rosario en calidad de capista. En ese sentido, para Amaya, la Universidad fue más aglutinadora que formadora, al menos en el caso de Umaña. En efecto, las universidades carecieron de cátedras permanentes de Ciencias Naturales, pero los colegiales entraban en contacto con diferentes cultivadores de las mismas, y el joven tuvo la oportunidad de estudiar, bajo la dirección de dos de las mentes más lúcidas de los salones universitarios de la época: Manuel María Arboleda y Fernando Caicedo. Este, en particular, fue recomendando por Mutis en 1787 para ostentar la cátedra de Matemáticas. Además, es en la universidad donde el biografiado realiza los contactos que lo llevarían al que quizá sea el nodo intelectual más importante de su vida: la tertulia de Antonio Nariño.

Para el autor, el círculo de Nariño constituía un grupo que buscaba, entre otros objetivos, la introducción de las ciencias naturales en los programas universitarios, con una elevada independencia con respecto a la metrópoli. Al entrar en la tertulia, Umaña no solo apostaba por una formación abierta y actualizada en Historia Natural, sino además se comprometía políticamente con un grupo en el que circulaban textos prohibidos. En palabras de Amaya, el círculo de Nariño lo expuso a "una serie de prácticas asociadas con la sociabilidad, la disciplina autodidacta, el culto al libro, el odio hacia el sistema educativo colonial y una postura crítica frente al absolutismo" (p. 43).

El desafortunado destino de la tertulia de Nariño, en 1794, conocido de sobra por la historiografía política, tuvo un efecto colateral sumamente importante para la historia de la ciencia neogranadina. En efecto, para los implicados, el presidio en España se transformó en una suerte de viaje de estudios. Gracias a las buenas relaciones de Mutis con Antonio José Cavanilles, futuro director del Real Jardín Botánico, Francisco Antonio Zea, Sinforoso Mutis, José María Cabal y Umaña obtuvieron un trato privilegiado en Cádiz y accedieron a cátedras, libros y otros mecanismos de circulación del conocimiento. Cuando llegó el indulto, se trasladaron a Madrid donde continuaron su formación. En particular, Umaña se inscribió en cursos con Christian Herrgen en el Real Estudio de Mineralogía, donde pudo absorber el debate entre el análisis físico y químico de los minerales.

Dicho viaje, por cierto, no se limitó a la Ilustración española. Gracias a los oficios de Cavanilles, la Corona autorizó y apoyó económicamente el traslado de Zea, Cabal y Umaña a París, donde tomarían cursos en diferentes áreas en el Institut de France, que por entonces era el centro más importante en Ciencias Naturales en el mundo. Umaña continuó sus estudios de mineralogía y logró ser nombrado corresponsal de varias instituciones francesas con las que continuó carteándose, a su regreso al Nuevo Reino.

A propósito de esto último, el regreso de los antiguos miembros del círculo de Nariño al Virreinato planteaba una serie de interrogantes sobre la política científica en el Nuevo Reino. En efecto, hacia 1802, el centro que Mutis presidía en Santafé empezaba a ser objeto de múltiples críticas e impugnaciones desde dos frentes. El primero, procedía nada menos que de su antiguo alumno Zea, que ahora, con las credenciales parisinas y nombrado subdirector del Real Jardín Botánico, proponía un ambicioso plan de reforma de la Expedición para colocarla, por fin, bajo la órbita de Madrid. El segundo, mucho más agresivo, buscaba eliminar la Expedición, en favor de una nueva institución dirigida por militares instruidos en mineralogía.

Amaya retoma su importante artículo "Cuestionamientos internos e impugnaciones desde el flanco militar a la Expedición Botánica",1 donde estudia efectivamente cómo Mutis alcanzó el éxito en contrarrestar estas impugnaciones al poner de su lado el conocimiento adquirido por sus alumnos en Europa. Umaña fue de particular importancia, pues si bien estaba incluido por el plan de Zea, Mutis logró reclutarlo en la Expedición, en calidad de miembro voluntario en el área de la mineralogía. Este movimiento permitió a Mutis crear un nuevo campo de conocimiento dentro del centro santafereño, sin comprometer nuevas erogaciones de las cajas reales.

Ahora bien, ¿Cuál fue el desempeño de Umaña en la Expedición? Realizar una biografía intelectual es una labor imposible. En efecto, no se conserva ninguna de sus obras; tampoco un inventario de su biblioteca que permita hacer una aproximación cualitativa y cuantitativa a los libros de que disponía, ni se conservan sus colecciones mineralógicas. Con todo, Amaya logra recopilar abundante información indirecta que deja clara la importancia y la influencia de Umaña en el mundo de la luces, en el último decenio del periodo colonial.

Queda la duda, quizá imposible de resolver con la documentación disponible, del repentino viraje en la vida de Umaña que lo llevó de científico a hacendado.

Estos son los principales aspectos que abordó Amaya en la biografía de Enrique Umaña Barragán. En particular, el lector queda bien instruido sobre el problema de las posibilidades de realizar una obra científica en Nueva Granada. El autor logra, además, continuar demostrando la autonomía de Mutis y sus colaboradores frente a Madrid. La ciencia neogranadina estuvo lejos de ser una simple extensión del poder metropolitano y su principal animador, el propio Mutis, estuvo aún más lejos de ser un simple agente del Rey. Esto resalta la complejidad de la Ilustración neogranadina, que requiere acercamientos que, sin abandonar las fortalezas de los estudios sociales de la ciencia, permitan conocer a fondo la producción científica, más allá de quienes hacían la ciencia en el Nuevo Reino.

Sería interesante, en la continuación que Amaya promete, observar algo de lo que François Dosse llama "el pacto biográfico".2 Es decir, ¿por qué decidió utilizar el método biográfico con Umaña?, ¿cómo logró esa enorme distancia con el biografiado? y, muy importante: ¿por qué decidirse por una biografía tan radicalmente ceñida a los documentos, en una época en la que la erudición archivística se ha convertido, de manera lamentable, en algo ajeno a los historiadores?


Pie de página

1 Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 31 (2004).
2 François Dosse, La apuesta biográfica: escribir una vida (Valencia: Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2007) 94.


JAMES VLADIMIR TORRES MORENO
Georgetown University, Washington D. C., Estados Unidos
jvt7@georgetown.edu