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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.42 no.2 Bogotá July/Dec. 2015

https://doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53350 

http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v42n2.53350

Hermes Tovar Pinzón

Los fantasmas de la memoria. Poder e inhibición en la historia de América Latina Bogotá: Universidad de los Andes, 2009. 392 páginas

En 1976, Darío Jaramillo Agudelo acuñó el apelativo de nueva historia en un libro que compiló, que se convirtió en algo así como el manifiesto inaugural de lo que luego se llamaría, de manera cuasi oficial, La nueva historia de Colombia, y cuya producción más reconocida se plasmó en el libro mencionado, junto con el Manual de historia de Colombia en tres volúmenes, editado por Colcultura, y en Colombia hoy, un pequeño volumen publicado por la Editorial Siglo XXI, en 1978. En estos libros aparecen escritos de académicos que emergían o se autoproclamaban, en ese momento, como lo más novedoso e innovador de una investigación histórica que se pretendía independiente del bipartidismo e, incluso, crítica del capitalismo salvaje, a la colombiana. Los nombres más representativos, tal como aparecen en los libros mencionados, eran Jorge Orlando Melo, Álvaro Tirado Mejia, Salomón Kalmanovitz, Jesús Antonio Bejarano, Miguel Urrutia, Germán Colmenares y su mentor intelectual, Jaime Jaramillo Uribe. El nombre de Hermes Tovar Pinzón, un historiador de la misma generación, cuya producción intelectual ya era notable desde finales de la década de 1960, solo apareció en el libro editado por Darío Jaramillo, con un pequeño artículo sobre el "Modo de producción precolombino".

De todos los personajes de esa generación, el profesor Tovar es el único que permanece activo como historiador; buena parte abandonó la investigación y abjuró de cualquier postura crítica con respecto al capitalismo criollo y a nuestra antidemocracia. A algunos de ellos los absorbió, sin mucho esfuerzo, el bipartidismo y la burocracia estatal. Con la excepción de Germán Colmenares, que murió prematuramente a comienzos de 1990, para los otros que escribieron en el Manual de historia, la historia no era una vocación y mucho menos una pasión vital, sino un trampolín de ascenso hacia las altas cumbres de esa burocracia. Abandonaron así la investigación histórica, con todo el compromiso intelectual y ético que ello supone —como conocimiento crítico de la dominación y la desigualdad—, para convertirse en funcionarios del establecimiento, desde donde contribuyeron a reproducir y legitimar los mecanismos tradicionales de dominación política, típicos del clientelismo partidista. Incluso, muchos terminaron respaldando la dependencia respecto a Estados Unidos y llegaron a publicar libros apologéticos sobre ciertos políticos tradicionales, como los Alfonso López, padre e hijo. Algunos fueron gerentes y codirectores del Banco Central; otros, escritores de segundo rango en el conservador diario El Tiempo (tan conservador que hoy el azul es su color principal); otros fueron Embajadores de regímenes neoliberales en Europa y América Latina; otros se desempeñaron como Consejeros de Paz o como Directores de algún ente burocrático del Estado. Uno de ellos, que no he mencionado, pero que también hace parte de esa generación, ofició como Rector, en dos ocasiones, de la Universidad Nacional de Colombia, a la que adecuó al modelo empresarial del neoliberalismo educativo.

Al margen de las circunstancias particulares de los ajetreos burocráticos, lo cierto es que los fundadores de la Nueva Historia abandonaron, en el sentido estricto de la palabra, la investigación histórica y terminaron vinculados al neoliberalismo y a nuestro capitalismo salvaje; en el caso de los "fundadores", puede decirse, parafraseando a Juan Friede, que el "burócrata mató al investigador" y, como resultado previsible, no se volvieron a conocer aportes historiográficos medianamente significativos.

Este no es el caso del profesor Hermes Tovar Pinzón que, alejado de esa burocracia, ha seguido cultivando la investigación histórica con pasión y disciplina. De esa generación de historiadores de la década de 1960 es el único que investiga, escribe y publica sobre historia y demuestra que es un historiador, en el sentido amplio de la palabra, no por los títulos, sino por lo que hace. Lo que estamos diciendo se ha confirmado con la publicación de importantes obras, en diversos campos y épocas de la historia colombiana y latinoamericana, durante los últimos años, y se refrenda en el libro Los fantasmas de la memoria. En esta obra, bien escrita y finamente elaborada, aparece la imagen de un historiador de oficio, no de un invitado de ocasión, como fue el caso de la mayor parte de los que formaron la Nueva Historia.

La obra que analizamos está conformada por nueve sustanciosos capítulos, acompañados de una breve introducción. Cada capítulo es un ensayo que puede leerse de manera independiente y separada, en el cual se analiza algún aspecto referido a la historia de Colombia y/o de América. Dada la riqueza de esta obra, su amplitud de miras, las fuentes documentales en que se apoya, el meticuloso trabajo de archivo, el rigor de que hace gala, la postura política crítica ante los procesos históricos examinados y ante el presente traumático que nos toca vivir, y por muchas otras razones que no alcanzamos a mencionar, este libro puede considerarse como un verdadero tratado de historia, si por tal entendemos algo diferente a un conjunto de especulaciones abstractas al margen de los procesos históricos reales, y más bien un análisis de esos procesos a la luz de las necesidades teóricas y metodológicas que se precisan para interpretarlos.

Dada la riqueza de esta obra, nos limitaremos a efectuar un balance personal de lo que nos parece son sus ejes analíticos más notables.

Una recuperación de la idea de una historia total

Aunque en ninguna parte de este libro se hable de la historia total e, incluso, casi ni se mencione alguna perspectiva histórica específica (eso sí, el libro ha sido publicado en una colección de Historia Económica), es un buen ejemplo de aquello que Pierre Vilar denominaba historia total. Con esto queremos decir que a lo largo de la obra se muestra un interés real por desentrañar las características históricas profundas que explican a Colombia y a América Latina, desde una perspectiva de totalidad que busca abarcar los aspectos fundamentales de tipo económico, social, demográfico, cultural, espacial y religioso, que caracterizan los procesos históricos. Si se tuviera que mencionar un ejemplo concreto del análisis integral que efectúa el profesor Hermes Tovar, nada mejor que mencionar el capítulo II, "La plata de Potosí: el auge y la turbulencia", el más extenso y notable ensayo de todo el libro. La importancia de este texto es múltiple y de gran actualidad, debido al tipo de procesos que allí se estudian. Un claro ejemplo es el impacto nefasto de la explotación de minerales, tema que se ha hecho dominante otra vez en Colombia y en gran parte del continente latinoamericano. Así pues, la explotación minera de Potosí se analiza a partir de un enfoque amplio, en el que se incluyen aspectos económicos, demográficos, sociales, culturales, espaciales y ecológicos. Con una mirada global e integradora se muestran las características que asume la explotación de la plata en Potosí, un caso prototípico para la comprensión de la historia de las sociedades latinoamericanas y el tipo específico de articulación, que se estableció entre las sociedades locales y el naciente capitalismo mundial. Con gran rigor y cuidado se presenta un panorama general de lo que aconteció en Potosí desde el comienzo de la terrible explotación del cerro Grande, sus ciclos productivos, la explotación de la fuerza de trabajo indígena, la movilización masiva de mitayos y de sus familiares y los mecanismos perversos de funcionamiento de ese "enclave minero" que, por ejemplo, convirtió en materia prima los excrementos de hombres y animales, usados como combustible para mantener parte de la actividad económica de la villa Imperial de Potosí.

Una crítica al colonialismo

En todos los capítulos del libro se observa como elemento constante la crítica al colonialismo, la cual se basa en el profundo conocimiento que el autor tiene de los procesos históricos del país y del continente, desde antes de la llegada de los colonizadores europeos, en 1492, que evita, a nuestro modo de ver, dos características en la historiografía que hoy se han hecho dominantes. Por una parte, no cae en el tono apologético y laudatorio que ha asumido el centrarse en describir las hazañas de los conquistadores y de los curas misioneros, como grandes obras, dignas de destacar, a pesar de su carácter destructivo; postura con la cual el expolio y el sometimiento quedan en segundo plano. En reiteradas ocasiones, el profesor Tovar nos recuerda cómo la visión colonialista, hasta el presente, se ha encargado de endulzar los crímenes y el saqueo a nombre de las grandes epopeyas de los conquistadores y de la empresa colonial europea como un todo. El autor tampoco se deja tentar por las modas teóricas, hoy tan influyentes, del poscolonialismo, al que cita en una ocasión por la sencilla razón de que su estudio se hace reivindicando lo mejor de la disciplina histórica —esto es, apoyándose en información empírica, analizada con cuidado a la luz de diversos elementos teóricos y conceptuales—, sin incurrir ni rendirle tributo a la retórica insustancial y pretenciosa de los poscolonialistas, mucha de ella elaborada al margen de los procesos concretos. La crítica del colonialismo se hace a partir del conocimiento minucioso del proceso histórico de implantación de la dominación española en suelo americano y la destrucción de las sociedades indígenas. En ese sentido, el autor nos recuerda que la conquista sangrienta de América, en la que fue aniquilado el 90 por ciento de la población que residía en este continente antes de 1492, ha sido el peor genocidio de la historia humana, mucho más cruel que el de las guerras mundiales del siglo XX. La crítica al colonialismo se proyecta hacia el presente, al indicar que los mecanismos de dependencia se fueron delineando, desde hace cinco siglos, y se siguen proyectando hacia la actualidad como procesos de larga duración que reaparecen en los coyunturales ciclos exportadores, en los que cambia el producto que se exporta, pero cuya lógica es la misma que se impuso en el cerro de Potosí. En palabras de Hermes Tovar: "El colonialismo no solo había transformado la vida de los hombres, sino todo su medio y sus recursos" (p. 139).

Una reivindicación de la lucha y de la resistencia de los sectores subalternos

Otra idea central que se encuentra regada en cada página de este libro se refiere a las diversas formas de lucha, resistencia, rebelión e insubordinación que caracterizan la historia de Colombia y del continente, durante los últimos cinco siglos. Desde este ángulo, la obra recupera la "visión de los vencidos", para utilizar el término del ilustre historiador mexicano Miguel León-Portilla, citado en varias oportunidades por el profesor Tovar. Se nos recuerda, pues, con documentos y razones, que, a partir de la llegada de los españoles se generaron formas de resistencia y rebelión por parte de los indígenas, para defender todo lo que estaban perdiendo: sus tierras, sus cultivos, sus saberes, sus creencias, sus dioses, sus costumbres, su historia, su cuerpo, su vida... Para ilustrar el tipo de lucha librada por los indígenas, estudia un caso particular en el capítulo III, "Insolencia, tumulto e invasiones de los naturales de Zacoalco (México) a fines del siglo XVIII" (pp. 143-176), en el que analiza las presiones económicas y demográficas sobre la tierra de los indígenas que los van acorralando y los obligan a ocupar y recuperar tierras de las haciendas para preservar su comunidad, y cómo la respuesta de los hacendados, respaldados por el Estado, consiste en utilizar como fuerza de choque a otros pobres del campo, agregados o arrendatarios de las haciendas, para perseguir y masacrar a los naturales, una táctica, nos recuerda el autor, que se proyecta hasta hoy.

El estudio de la resistencia y la rebelión de los miembros de los grupos subalternos no se reduce al caso señalado, sino que se presentan ejemplos en diversas partes del libro. En ellos, se muestran diversas e inesperadas formas de lucha, tales como las relacionadas con el rechazo a la domesticación de las pasiones del cuerpo que ha implantado el orden clerical y la constitución de sectas satánicas como un mecanismo de insubordinación con respecto a la disciplina sexual y corporal que había impuesto el colonialismo español.

De la misma manera, se señalan otras acciones de lucha de los grupos subalternos en otros momentos de nuestra historia, como la que hoy se libra en torno a la justicia, la memoria y la reparación por aquellos que han sido victimas de crímenes de Estado, algo que sucede en Colombia desde hace más de 60 años.

Una relación permanente y adecuada entre el pasado y el presente

En esta obra se evidencia la función social del conocimiento histórico como vínculo indispensable que ayuda a entender el pasado y a comprender el presente. El autor nos recuerda que nuestro presente histórico, hablando para Colombia, aunque con menciones generales sobre otros lugares del continente, no surgió de la nada ni hace poco tiempo, sino que está encadenado en un proceso de larga duración con lo que sucedió en el momento de la Conquista. En todos los temas estudiados, Hermes Tovar nos ilustra acerca de la utilidad del conocimiento histórico, que no se reduce a una mera labor de erudición —que el autor también la tiene y con sólidos fundamentos— sino que, con pasión y dignidad, denuncia cómo una gran parte de los problemas estructurales que padecemos tienen origen histórico, a veces muy distante, que hoy es prácticamente desconocido en el diagnóstico habitual sobre dichos problemas. Al respecto, el autor nos proporciona algunos ejemplos emblemáticos, de los cuales vamos a recordar unos pocos.

1. Suponer que todo lo que hoy se dice sobre la minería y la economía exportadora es algo novedoso y radicalmente distinto a lo que ha sucedido en ciclos coyunturales anteriores. El conocimiento de algunos de esos ciclos, como el mencionado de Potosí, revela que la explotación de seres humanos, la destrucción ambiental, las formas de dependencia y de opresión coloniales, el traslado de riquezas hacia los centros metropolitanos, el empobrecimiento de los habitantes de las economías locales y regionales, el uso de la violencia y la represión para mantener el "orden" de la dominación, se ha vivido en los ciclos exportadores y nada indica que ahora las cosas serán diferentes.

2. El control de la tierra por parte de una minoría insignificante de grandes propietarios agrícolas, poderosos ya antes de la Independencia de España y luego reforzaron su poder durante la República hasta hoy, explica, en gran medida, que estas sean falsas democracias que solo sirven a unas cuantas familias todopoderosas. En este caso existe una continuidad entre los hacendados del siglo XIX y los grandes terratenientes de la actualidad, debido a que su poder se basa en la apropiación de la tierra, en el sometimiento de los campesinos pobres y en una terrible desigualdad social, respaldada en la violencia y el terror.

3. Los archivos históricos se han destruido continuamente, desde el mismo momento de la Conquista, en el siglo XVI, por descuido y, también, porque esa acción responde a los intereses de las clases dominantes. En tal perspectiva existe una continuidad directa entre la destrucción de 28 apartados del capítulo V de la crónica de Fray Pedro Aguado sobre la sociedad muisca, en la primera época de la dominación española, y la destrucción de archivos que los herederos criollos de los europeos han realizado a partir de mediados del siglo XIX. Al respecto, sobresale el saqueo consciente y planificado de los archivos que se ha hecho en Colombia desde la década de 1940, para que no quedaran rastros de la responsabilidad de ciertos partidos políticos, gobernantes e individuos, en el desencadenamiento de la Violencia (1945-1957). Con ello, se explica la destrucción de archivos nacionales, regionales y locales, así como la quema de la documentación referida a los sucesos del Palacio de Justicia en noviembre de 1985. En esa misma dirección, nos dice el autor, se inscribe el asesinato directo de los testigos de los crímenes de Estado en las últimas décadas, como sucede con los familiares de personas que han soportado masacres o destierros. Por todo eso, una constante detrás de la destrucción de archivos, radica en querer borrar las huellas de los crímenes y generalizar la impunidad, al mismo tiempo que se legitima el terror por parte de los poderes dominantes. En cuanto a ese terror, existe una continuidad entre los sucesos sangrientos de la época de la conquista y lo que acontece hoy en la "guerra contra el terrorismo" en Colombia y en el mundo.

Estos son algunos pocos ejemplos de la manera como Tovar Pinzón vincula el análisis del pasado con los problemas del presente, lo que podemos ilustrar con sus propias palabras:

Y sin fuentes documentales la historia se funda en la arbitrariedad del poder, en las academias, en los medios de comunicación y en el saber que calla para contribuir a oficializar la mentira del sistema. Apenas nos ha quedado el elogio de la novela que, al fin y al cabo, es ficción y no realidad: tal es la contradicción de Cien años de soledad o de Cóndores no entierran todos los días. La novela sobre nuestras violencias opera como la de la piratería, que se empeñó en mostrar a unos héroes generosos y abanderados de causas nacionales, cuando en realidad eran criminales de guerra. Y se terminó olvidando y diluyendo sus crímenes en visiones heroicas. La historia tiene aquí pendiente un debate sobre el problema ideológico de la ficción y el uso que se hace de ella para estructurar modelos de opresión. La verdad es desdeñada por la magia de quienes operan incendiando puertos, ciudades y rancherías. Los primeros que se apresuran a elogiar su arte son los victimarios, para difundir en las antípodas de su retórica los trasfondos de denuncia que se respiran en la brutal fantasía de este realismo mágico y social. Y ante la narración histórica se ha levantado una gran muralla de seguridad que impide su accionar sobre la conciencia de las nuevas generaciones. El sentido de la vida moderna solo opera sobre circunstancias temporales; nada de estructuras de larga duración, ni mucho menos intentar narrar los traumas del pasado, que pueden dar al traste con quienes han detentado impunemente el poder. (p. 285)

En pocas palabras, "la investigación histórica tiene sentido si nos permite explicar nuestro presente" (p. 9).

Una crítica al capitalismo

En contra de tantas modas teóricas en curso y de tanta cobardía intelectual y política, el autor usa de manera directa y sin complejos los términos capital y capitalismo para referirse al sistema que está detrás de todos los procesos de dominación, expoliación, destrucción, explotación y saqueo que se han producido en América en los últimos cinco siglos. Los grandes problemas que azotan a nuestro país, tales como la destrucción de ecosistemas, la configuración de economías mineras exportadoras, la dependencia estructural, el poder de la tierra y de los grandes propietarios, el servilismo de las clases dominantes, el colonialismo externo e interno... no pueden entenderse al margen del desarrollo e intereses del capitalismo mundial desde el siglo XVI. Sus intereses son los que han moldeado la historia del país hasta el día de hoy, en un proceso contradictorio, del que emergen dos caras, complementarias y no antagónicas, que se expresan en la prosperidad de las potencias mundiales y en la pobreza y desigualdad en nuestros países. Eso no es un resultado de la fatalidad; resulta de procesos históricos que se proyectan hasta el presente, en los cuales se estructuraron los mecanismos de dependencia y dominación que todavía nos carcomen como si aún viviéramos en el siglo XVI, y que reaparecen, otra vez, bajo la forma de "nuevos ciclos mineros" y exportadores, acompañados de su cortejo de destrucción, saqueo y terror. De manera enfática, el autor sostiene que "las globalizaciones y los tratados de libre comercio siempre han dejado ver los límites de nuestra dignidad y de nuestro poder a escala mundial", teniendo en cuenta que

[...] no han sido solo los imperios y sus abusos los responsables de este malestar que discurre en los diálogos cotidianos con nuestro pasado, sino también aquellos que desde adentro, y bajo la luz de nuestros días, usan la fuerza y la mentira para mediar entre el capital y la miseria. (p. 314)

Los archivos forman parte del patrimonio de una nación y son el soporte del conocimiento histórico

Definitivamente, el hilo conductor de este libro se encuentra en los archivos, tanto porque de ellos se han extraído los materiales a partir de los cuales ha sido escrito, como porque se demuestra su importancia como patrimonio material y espiritual de una nación. Con relación a este tema, debemos decir que el conocimiento histórico está, de manera inextricable, vinculado al manejo y a la conservación de las fuentes y, en consecuencia, la labor del historiador se caracteriza por la consulta permanente de fuentes primarias como requisito de su saber y como ampliación del horizonte mental de la misma disciplina histórica. En este sentido, Hermes Tovar es un verdadero maestro, porque ha dedicado, y nunca esto fue tan literal, medio siglo de su vida a habitar entre los archivos históricos. En efecto, el autor nos cuenta que la primera vez que entró al Archivo General de la Nación (que por ese entonces se denominaba Archivo Histórico Nacional) fue en 1962 y nunca lo dejó. Desde ese momento el autor ha trasegado en diversos archivos del mundo, como los de Sevilla, Madrid, México, Bolivia, Londres, Chile y otros lugares.

En todos los capítulos del libro se nota un conocimiento exhaustivo de diversos archivos y para diferentes épocas, lo que le ha valido al autor una bien ganada autoridad para hablar con propiedad de su importancia, lo cual se demuestra, en primer lugar, con el uso práctico que les dio en el libro. Gran parte de la información básica que se emplea, proviene de esos archivos, lo cual amplía la base empírica de la historia colombiana y abre sendas fontales para nuevas investigaciones, sobre temas tan diversos como los ciclos económicos, el control del cuerpo, la brujería, la región caribe colombiana, la iglesia católica, la demografía, las protestas sociales, las formas de trabajo y muchos más campos de la historia. En segundo lugar, las nuevas perspectivas y usos que nos muestra de las fuentes de archivo, se ejemplifican en varios ensayos del libro, en especial en el VI, consagrado al tema "Habitar las imágenes" (pp. 227-252), un lúcido texto en el que se comprueba, sin incurrir en innecesarios marcos teóricos, que en el Archivo General de la Nación existen materiales iconográficos muy valiosos que no han sido suficientemente utilizados en el estudio de la historia nacional. Para ello, el autor se vale del análisis de mapas, de dibujos, de croquis y de otros elementos iconográficos, estudiados con claridad y con un gran sentido pedagógico, que ilumina y orienta en el conocimiento del archivo y de sus múltiples usos y posibilidades. Para más señas, el texto viene acompañado de los correspondientes dibujos, que ilustran y demuestra su sentido y alcance y la manera como las imágenes también formaron parte de la dominación, de la lucha y de la resistencia, lo que permitiría hablar de una verdadera guerra de imágenes entre dos mundos desde la época de la conquista sangrienta de América.

A partir de su propia experiencia, como un habitante y visitante de los archivos históricos, con autoridad y sapiencia, Hermes Tovar hace una vibrante defensa de la importancia que tienen los archivos como vehículo de conocimiento, como patrimonio cultural de una nación y su comunidad, como espacio democrático para posibilitar que se expresen múltiples voces con intereses contradictorios, como mecanismo contra la impunidad que permita sustentar la lucha contra la injusticia y los crímenes, entre otras muchas razones de la importancia intrínseca de los archivos para una sociedad determinada. En dicho contexto, en una sociedad donde se persigue y se criminaliza a los opositores y a los que piensan distinto, y donde se practica la desaparición forzada, en esa sociedad también se destruyen archivos y se hacen desaparecer los documentos. Con relación a estos tópicos sus palabras dejan pocas dudas:

[...] a la destrucción de testimonios escritos, espacios de encuentro y rituales siguen las cruzadas políticas que seleccionan líderes para su eliminación. Y la eliminación de testigos hace inoperante la justicia, da vía libre a la corrupción y deja impunes a criminales comunes o de cuello blanco. Borrar la memoria de la represión les permite a los represores recomenzar sus actividades bajo el manto de la impunidad. Y la historia puede repetirse, no por ignorancia, sino por olvido sistemático. En conclusión: la eliminación de testigos, la censura de documentación escrita y el descuido en la administración constituyen la santa trinidad que ha atentado y atenta contra la 'memoria histórica' y los derechos ciudadanos (p. 276).

Con respecto a lo que en este libro dice el profesor Tovar sobre los archivos, con palabras precisas, ilustraciones gráficas y verbales, ejemplos, datos estadísticos, uso práctico de archivos de varios países... puede indicarse que el libro que comentamos es un instrumento útil para cualquier persona, y no solo para los que estudian historia o ciencias sociales, y muy convincente, por todo lo que se aprende en estas aleccionadoras páginas. En esta obra, Hermes Tovar Pinzón ha dejado un legado importante como historiador, que nos sirve de modelo de investigación y de ejemplo acerca de la manera como el oficio de la historia nos ayuda a comprender la sociedad colombiana, con todas sus miserias y sus grandezas, como nos las devela ese pertinaz habitante de nuestros archivos, auténticas cajas de Pandora en las que se encuentra la vida y la muerte y de donde, como en la lámpara de Aladino, "surgen genios que con su magia y su poder modelan el destino de lo visible y de lo invisible, de lo cierto y de lo incierto" (p. 5).

RENÁN VEGA CANTOR
Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, Colombia
colombia_carajo@hotmail.com