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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.43 no.1 Bogotá jan./jun. 2016

https://doi.org/10.15446/achsc.v43n1.55077 

DOI: 10.15446/achsc.v43n1.55077

David Gow y Diego Jaramillo.

En minga por el Cauca: el gobierno del taita Floro Tunubalá (2001-2003). Bogotá: Universidad del Rosario / Universidad del Cauca, 2013. 292 páginas.

El libro de David Gow y Diego Jaramillo ha pasado inadvertido en los medios de comunicación (no parece responder al tipo de escándalo que estos persiguen en su afán de vender noticias), pero más sorprendentemente en la academia, que no debía guiarse por esos criterios.1 Y lo digo porque contiene útiles reflexiones sobre la experiencia de un gobierno alternativo en el Cauca a comienzos de este siglo en cabeza del dirigente guambiano Floro Tunubalá. Fue alternativo en muchos sentidos: al modelo neoliberal difundido desde Washington e implementado a rajatabla por nuestros gobiernos desde los años noventa; a la política tradicional caucana agenciada por la élite blanca y patriarcal payanesa; pero también a las orientaciones de la izquierda política del momento, pues la candidatura de Tunubalá surgió de los movimientos sociales regionales. No sobra recordar que era la primera vez que un indígena llegaba al gobierno de un departamento en donde esa etnia no representaba la mayoría de sus habitantes. Los retos que enfrentó fueron formidables, y me atrevería a decir que fueron más que los de cualquier otro gobernador en el país. Por todas esas razones es una experiencia que debería iluminar el horizonte de los diálogos de paz de La Habana, cuando eventualmente la insurgencia se convierta en fuerza política que dispute escenarios de poder locales, regionales y aun nacionales. Porque lo que le pasó al gobierno de Tunubalá es algo que, para bien y para mal, puede volver a pasar en el futuro próximo con fuerzas sociales y políticas alternativas. De ahí que sea importante comprender sus límites y dificultades, como también sus logros y legados, balance que hace este libro con simpatía pero con distancia crítica.

En efecto Diego Jaramillo, reconocido historiador y profesor universitario caucano fue consejero del gobierno de Tunubalá, mientras David Gow, antropólogo escocés y profesor de la Universidad George Washington de la capital estadounidense, ha acompañado a las comunidades indígenas en varias actividades educativas y de planeación. Este libro surgió como idea del segundo, y luego de una larga entrevista con el primero, se decidieron a hacerlo en conjunto, como una expresión más de una investigación colaborativa. Cada uno se responsabilizó de unos capítulos, aunque tres se elaboraron conjuntamente, y tras la revisión de distintas fuentes escritas y de prensa así como orales, redactaron su contribución que fue discutida por el otro para llegar a la publicación que hoy reseñamos. Así lo señalan en la introducción, luego de la cual vienen ocho capítulos que vamos a resumir antes de hacer una ponderación de conjunto del texto.

El capítulo primero, elaborado por Jaramillo, hace un contexto histórico de la política en el Cauca para resaltar la compleja conflictividad que se vivía allí por la época de la elección de Floro Tunubalá, en octubre de 2000. Ella se expresaba en un conjunto de movimientos sociales que se articularon en el Bloque Social Alternativo —BSA—, la alianza que lo lanzó como candidato a la gobernación. Jaramillo hace una referencia obligada a los movimientos sociales cívicos, indígenas y afrodescendientes, así como al despliegue de distintos grupos insurgentes en la región, incluido el indigenista Movimiento Armado Quintín Lame, cuyos desmovilizados apoyarían al BSA.

El capítulo dos, también escrito por Jaramillo, mira tanto la trayectoria de los planes de desarrollo departamentales como el impacto que tendría en el Cauca el Plan Colombia, construido por la administración de Andrés Pastrana (1998-2002). Allí enmarca la novedad del Plan Alterno del gobierno de Tunubalá, elaborado casi paralelamente a su fugaz campaña electoral. En realidad era un plan que retomaba propuestas provenientes de movimientos regionales como: el Comité de Integración del Macizo Colombiano —CIMA— y de los planes de vida de las comunidades indígenas agrupadas en el Consejo Regional Indígena del Cauca —CRIC— o en Autoridades Indígenas de Colombia —AICO—, movimiento al que pertenecía originalmente Tunubalá. El Plan Alterno no fue solo una acción contestataria contra el Plan Colombia, la guerra y la fumigación de cultivos de uso ilícito, también era propositivo: enfatizaba la particularidad cultural regional y apelaba a una nueva relación con la naturaleza y con los habitantes, buscando construir participativamente una vida digna. Se anticipaba así a los avances constitucionales que vendrían luego en países como Ecuador y Bolivia. Si bien el Plan Alterno fue la orientación del gobierno de Tunubalá, para asuntos administrativos debió inscribir un plan de desarrollo cumpliendo con los requisitos que la institucionalidad nacional exigía. Este fue el plan que supuestamente sería financiado por el gobierno central, cosa que no va a ser cierta, como se ilustra en el libro. Por ello buscó apoyo internacional o construir una alianza con gobernadores del sur de Colombia, iniciativas que fueron bloqueadas por los gobiernos nacionales, especialmente por el primero de Álvaro Uribe Vélez (2002-2006).

En los capítulos tres y cuatro, redactados por Gow, se desarrollan las dificultades "externas" y, si se quiere, estructurales que enfrentó Tunubalá en el Cauca entre 2001 y 2003. En el tercero se toca la violencia que, a pesar de las intenciones del mandatario regional, se incrementó en esos años. Las razones de este fenómeno no son claras y el autor se concentra en describir el accionar de los distintos grupos armados, señalando que si bien las relaciones con las FARC fueron muy complicadas, el grupo más peligroso para el proyecto alterno fueron los paramilitares, que llegaron a la región provenientes del Valle del Cauca durante el cambio de siglo. En el capítulo cuarto se aborda el tema del fisco del departamento, que estaba totalmente quebrado cuando llegó Tunubalá, pero lo peor es que él no tuvo posibilidades de negociar la deuda con las autoridades centrales. De ahí que gran parte de las energías de su mandato se hayan gastado en balancear las finanzas hasta entregarlas saneadas, pero a costa de muchos de los proyectos de inversión social que originalmente concebía el Plan Alterno. Aunque la Asamblea Departamental finalmente aceptó su propuesta fiscal, las relaciones con ella distaron de ser armónicas, en parte por la resistencia de la clase política y en parte por el espíritu contestatario de izquierda que impregnaba a su gabinete, que en general era inexperto en maniobras politiqueras. Con todo se hizo una gestión transparente y sin corrupción, como reconocen propios y ajenos.

El siguiente acápite, también escrito por Gow, mira con más detalle los avatares de dos dimensiones claves del Plan Alterno y de toda política regional y nacional: la educación y la salud. En ambas, aunque se contó con funcionarios competentes, afloraron de nuevo los choques con las disposiciones centrales de carácter privatizante de estos servicios sociales y la oposición de la vieja clase política regional. Pero en el caso de la educación, el sindicato del magisterio, que no hizo parte del BSA, quiso presionar al gobernador más allá de lo que institucionalmente podía, por lo que tuvieron constantes enfrentamientos. En cuanto a la salud, la politiquería regional salió triunfante al impedir la conformación de una EPS de carácter departamental, que hubiera atenuado la dinámica mercantil en este sector social.

En el capítulo sexto vuelve la pluma de Jaramillo para analizar los vaivenes de la participación en el gobierno de Tunubalá. Aquí es donde se estudia más claramente el proceso de gestación del BSA, su proyección más allá de lo electoral (ante lo cual le queda al lector la duda de porqué desapareció la alianza al terminar dicho gobierno), y los intentos de participación ciudadana a lo largo del mandato alterno. Si bien no hubo elaboración de presupuesto participativo, sí se contó con participación en la construcción del Plan Alterno y, según la tradición cultural indígena, hubo "mingas" de gobernabilidad, "TULPAS" o reuniones en torno al fogón con comunidades indígenas y de afrodescendientes, consejos sociales y cumbres de organizaciones sociales.

En los últimos capítulos, redactados por los dos autores, se va cerrando el balance que hacen del gobierno de Tunubalá. En el séptimo miran las dificultades del "arte de gobernar" y cómo el dirigente guambiano, según su tradición de negociación pacífica, buscó darle salida a cuatro situaciones conflictivas, entre tantas que enfrentó. La primera fueron los continuos roces con el gobierno central en torno al manejo del orden público: si el gobernador buscaba el diálogo, desde Bogotá, y especialmente cuando fue ministro del Interior Fernando Londoño, mandaban órdenes de represión violenta. La segunda fueron los ya señalados roces con el sindicato de maestros por asuntos financieros pero también de traslados ante amenazas de violencia. Los otros casos conflictivos fueron muy dolorosos para Tunubalá porque tocaron dimensiones interculturales, como el enfrentamiento en Caldono entre mestizos e indígenas por la alcaldía, o interétnicas como el choque entre guambianos de Silvia, su pueblo de origen, y nasas de Ambaló en torno a unas tierras. Si bien en estos casos salió bien librado, produjeron un desgaste interno que se sumó a los obstáculos externos, limitando los alcances de su gobierno.

Este es precisamente el tema del último capítulo, que obra como conclusiones, y que apunta al legado del mandato de Floro Tunubalá. En un balance ponderado de su gobierno (que es la almendra del libro) los autores muestran algunos de sus logros, como haber pagado la deuda heredada (por lo que recibió reconocimientos incluso de autoridades centrales), la implementación de un Laboratorio de Paz con la Unión Europea, el apoyo a políticas y procesos sociales concretos, el estímulo a la participación ciudadana, y aspectos menos tangibles como gobernar con transparencia y sin corrupción en contra de la politiquería tradicional, o buscar el diálogo más que las salidas represivas. Los autores sopesan esos logros con las evidentes limitaciones, fruto de presiones externas, de la debilidad del BSA que lo apoyó y de la misma lógica cultural con la que gobernó. Se refieren a aspectos como concentrarse más en solventar la deuda que en hacer las inversiones sociales que exigían las comunidades; la escasa experiencia política, no así técnica, de su gabinete, o el peso de la tradición contestataria de izquierda en él y en muchos de los sectores sociales que lo apoyaron; la lentitud en la toma de decisiones por la búsqueda (propia de la cultura indígena) del consenso. Gow y Jaramillo terminan afirmando que, si bien los logros del gobierno departamental de Floro Tunubalá no son muy visibles en términos de indicadores o cifras, sí son importantes en cuanto muestran un modelo posible de hacer política honesta y transparente que haga visible a los pobladores de un departamento como el Cauca.

Por nuestra parte, podemos decir que, después de este recorrido por una experiencia crucial para los actuales momentos de Colombia, quedan lecciones que el lector sabrá encontrar en el libro de David Gow y Diego Jaramillo. La más importante, que no está explícitamente formulada en el texto, y que tiene que ver con lo ocurrido en el país y en el continente en lo que va de este siglo, es la siguiente: lo ocurrido con el gobierno de Floro Tunubalá muestra las limitaciones de un intento alterno regional en un contexto nacional y global adverso, a lo que se suman las debilidades políticas de quienes lo apoyaron y de su propio gabinete, así como las grandes expectativas populares que terminaron produciendo frustración. Pero esos problemas no necesariamente tienen que darse siempre; de hecho hay experiencias de gobiernos de izquierda o progresistas en el continente más exitosas, aunque con limitaciones propias del modelo de acumulación global en el que siguen inscritos. Pero también, la honradez y transparencia que caracterizó al gobierno de Tunubalá no siempre es un sello de estos gobiernos, comenzando por la pasada alcaldía de Samuel Moreno Rojas en Bogotá. Por eso es tan importante evaluar el gobierno de Tunubalá como lo hacen Gow y Jaramillo, con simpatía, pero sin caer en la apología. Necesitamos más análisis similares de experiencias locales y regionales alternativas para pensar cómo otro mundo es también posible en Colombia.


Notas

1 Que se sepa, solo ha salido una reseña del libro elaborada por Jairo Tocancipá para la revista Antípoda 21 (2015): 189-196.


MAURICIO ARCHILA NEIRA
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia
marchilan@unal.edu.co