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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.44 no.1 Bogotá Jan./June 2017

https://doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61205 

doi: http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61205

Editorial: sin prisiones historiográficas

El presente número es resultado tanto de la convocatoria de tema libre como del homenaje al maestro Jaime Jaramillo Uribe, lo cual nos llevó a incluir un foro historiográfico en su memoria. La confluencia de los dos hechos hizo de este tomo una interesante mezcla, así que el lector tendrá la posibilidad de acercarse a un orden de presentación atípico, por ello mismo especial, estructurado en tres partes: I) foro in memoriam Jaime Jaramillo Uribe, II) Colombia y América Latina y III) historiografía y teoría.

I

Poco después de la muerte de Jaramillo, en octubre del 2015, el equipo editorial del Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura (ACHSC), con el apoyo del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, tuvo a bien organizar un evento sobre los aportes del maestro al pensamiento histórico. Para los que apenas empiezan a familiarizarse con la historiografía colombiana vale la pena recordar que Jaramillo no solo fundó en 1963 el Anuario. Un año antes había creado la Sección de Historia de Colombia y de América en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Más adelante esta sección de servicios se trasformaría en el Departamento de Historia, desde el cual se fortalecería, bajo el liderazgo de otros colegas, el proceso de profesionalización de la disciplina histórica con importantes frutos, tales como la fundación de la maestría en 1984, el doctorado en 1995 y la importante cosecha de egresados que implicó todo este proceso.

Varios historiadores participaron en el evento realizado en abril del 2016. Con sus reflexiones nutrieron el encuentro y debatieron sus ideas a lo largo de dos largas jornadas. Algunos de ellos transformaron sus palabras en artículos, y otros, aunque lo hicieron, lamentablemente no vieron la imprenta. Pese a que habíamos planeado incluir un número mayor de reflexiones, pudimos editar en esta oportunidad un invaluable grupo de trabajos que hoy en día conforma un foro inédito en los balances históricos del país. Gracias a estos aportes pudimos consolidar un singular espacio, con una intensa introspección sobre algunos de los preceptos de la disciplina en los años 50 y 60 como un importante primer impulso de la profesionalización de la historia en Colombia con todas sus virtudes y, con seguridad, también con sus límites. Así, este escenario ofrece un análisis de importantes aspectos de nuestro lugar de enunciación como historiadores colombianos para entender cuáles fueron las concepciones de historia, los juegos transdisciplinares y los énfasis temáticos.

Jaramillo no estuvo solo en su esfuerzo. No podemos olvidar a Juan Friede, Luis Ospina Vásquez, Luis Eduardo Nieto Arteta, Guillermo Hernández, Indalecio Liévano Aguirre y, más adelante, algunos de sus pupilos, entre ellos Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo, Hermes Tovar, Jorge Palacio y Margarita González, quienes, en cercanía o distancia del maestro, fortalecerían años después el proceso de profesionalización de la historia. Vale la pena aclarar que ningún proceso de esta naturaleza puede basarse en una sola persona, ni ignorar la circulación de libros, su recepción, las ataduras institucionales, los colegas, la presencia estudiantil, el apoyo económico y la voluntad política. Lo que pretendemos con el presente foro, más bien, es brindarle al lector una reflexión, entre muchas viables, sobre uno de los tantos puntos de partida de la historiografía universitaria en Colombia.

Para sorpresa de muchos, Jaramillo se desempeñó en un inicio como profesor de sociología en la Escuela Normal Superior. De ahí tendremos la posibilidad de acercarnos a sus diálogos entre la historia y esta disciplina de la pluma de Fernando Cubides. En ellos es posible ver cómo desde muy temprano se insistía en la flexibilidad de la causalidad y la búsqueda de formas microscópicas como posibilidad de explicación histórica. Hasta aquí el trabajo de Cubides. Podríamos añadir que con esta contribución en el pasado historiográfico algunos historiadores se sensibilizaron ante la necesidad de hacer historia a escala reducida. No surgiría la microhistoria italiana en Colombia, pero sí se constataría una proliferación de estudios regionales, locales y urbanos. Tal vez por eso el mismo Jaramillo se aventuraría más adelante a escribir sobre la Historia de Pereira (1962) y, tiempo después, el Perfil histórico de Bogotá (1997). En sintonía con esta vertiente historiográfica serían ejemplares los trabajos de Javier Ocampo López, Bernardo Tovar, Fabio Zambrano Pantoja, Germán Mejía, Renzo Ramírez y la creación de varias revistas nacionales dedicadas a temas locales y regionales: Tiempo y Sociedad, Historia Caribe, el Anuario de Historia Regionaly de las Fronteras e HiSTOReLo. Insistimos en que no queremos reducir esta influencia únicamente a Jaramillo, pero sí destacar que brindó un impulso en esta dirección.

Con Marta Herrera se discutirán de forma ponderada y crítica las investigaciones de Jaramillo sobre demografía colonial (1964). Es claro que con esta perspectiva Jaramillo buscaba rescatar procesos sociales y no personalidades políticas. Sus aportes, publicados en el Anuario en la década del 60, daban protagonismo a los indígenas durante la Colonia para estudiar la catástrofe demográfica. Queda aún por discutir si se trataba de un reconocimiento de la relación de víctimas y victimarios como parte de la dominación colonial o, como sugiere Herrera, de una eventual proyección ideológica de la modernidad. Según la autora, el mestizaje prevalecía como principio integrador de la nación. Por ello, la hipotética subestimación demográfica era reflejo de una cuantificación poco precisa y de una conceptualización del mestizaje como forma de integración nacional. Sobre lo anterior, es preciso recordar que hacer memoria de la obra de Jaramillo también implica discutirla en el ampliamente polemizado contexto social y político de su época. Y no solo esto, ¿cuántas ideas y debates surgirían de sus planteamientos? La demografía histórica y la historia económica lo atestiguarían con la voz crítica de Hermes Tovar y las observaciones de Germán Colmenares, Jorge Orlando Melo, Óscar Rodríguez, Diana Bonnett y colegas parcialmente colombianizados como Heraclio Bonilla.

Los trabajos de Jaramillo sobre mestizaje y esclavitud (1963, 1965 y 1969), lamentablemente al margen de este foro, fueron silenciados por varias décadas, pero aun así incentivaron el estudio de raza, limpieza de sangre, mestizaje y esclavos. Sus aportes luego serían reevaluados por varios de sus alumnos y futuras generaciones con enfoques muy diferentes: Margarita Garrido, Aline Helg, Rafael Díaz, María Eugenia Chaves, Marixa Lasso y, tal vez, excusen la autorreferencialidad, mis propios planteamientos.

Con Gonzalo Cataño se analiza otra forma de hacer historia. Se trata de la obra más conocida de Jaramillo: El pensamiento colombiano en el siglo XIX (1964). Aunque el libro pareció originarse en medio de actitudes bastante desalentadoras por parte de algunos interlocutores, Jaramillo logró sobreponerse a ellas con su significativa historia intelectual, entendida como una historia de las ideas políticas. Cataño es consciente de las limitaciones del libro, como sus excesos internalistas, pero indudablemente valora el trabajo como campo fructífero de indagación. Esta fue una obra ejemplar en cuanto abordó un campo ignorado y enseñó cómo hacerlo. Su diálogo con la filosofía fue con seguridad decisivo y por eso no podemos olvidar el trasfondo intelectual de su propio trabajo, materializado años después en Entre la historia y la filosofía (1968). Habría que reflexionar al respecto por qué en Colombia, a pesar de esta importante cooperación, no se consolidó una escuela temprana de la historia de las ideas. Por supuesto, más adelante llegaría el mismo Gonzalo Cataño, Renán Silva, Eduardo Posada-Carbó, Oscar Saldarriaga, Gilberto Loaiza y, de la mano con la historia conceptual, Francisco Ortega; pero estamos hablando ya de generaciones y acercamientos disímiles.

Por su parte, Diana Bonnett estudia La personalidad histórica de Colombia (1969), obra en la cual el maestro Jaramillo buscaba presentar los rasgos más sobresalientes de la cultura colombiana. El título que escogió es a todas luces provocador, dado que la idea era singularizar el devenir histórico del país. Bonnett resalta que los ejes analíticos de la obra fueron la densidad demográfica y la densidad cultural. Estos se usaron como un mecanismo con el cual Jaramillo intentó matizar las generalizaciones bruscas en procura de sensibilizar la singularidad. De este modo, lograba presentar un ejercicio de síntesis cuidadoso, tal vez inspirador para muchos trabajos del futuro, y con ello, en sintonía o disonancia, pensar la nación colombiana. Esto último fue un tema perentorio. En medio de la guerra y la polarización política del país vendrían luego trabajos mucho más profundos sobre la nación, con otras influencias y trasfondos historiográficos, como los de Marco Palacios, Frank Safford, Alfonso Múnera, Hans-Joachim König y David Bushnell.

Con Óscar Saldarriaga nos detenemos en un libro más, titulado Historia de la pedagogía como historia de la cultura (1970). Esta es una clara contribución a la historia social de la educación en Colombia, cuyo punto de inicio fue tanto la historia de las ideas pedagógicas como la historia de la cultura. Cuatro décadas después de la publicación del libro, Saldarriaga advierte con agudeza que Jaramillo había reorganizado su esquema de disciplinas, al concebir una gran historia de la educación como historia externa. La idea de relacionar educación y pedagogía, como dos caras de la misma moneda, no se convierte en una escisión en su trabajo, sino en un aspecto complementario. Lo interesante es que Jaramillo no lo impulsaría como historia social, sino como historia de la cultura, a pesar de sus diferentes concepciones del concepto, señalando así otra veta que varios historiadores de futuras generaciones sabrían explotar, consolidar y profundizar.

Si bien Jaramillo también escribió sobre "Las sociedades democráticas de artesanos" (1976), artículo que lamentablemente no se comenta, no privilegió los movimientos sociales, la historia política y, tal vez por ser parte de su presente, tampoco La Violencia. Por su puesto, ya existían importantes estudios sobre La Violencia en Colombia elaborados por Eduardo Umaña, German Guzmán y Orlando Fals Borda (1962-1964). Sin embargo, estos silencios de Jaramillo fueron aprovechados por algunos de sus estudiantes y futuras generaciones de historiadores para desmarcarse y desarrollar las mencionadas líneas de investigación, predominantes en los años 70, 80 y 90, en las cuales encontramos a Medófilo Medina, Gonzalo Sánchez, Mauricio Archila y César Ayala como sintomáticos, sin olvidar, por supuesto, las investigaciones del Cinep y actualmente el Centro de Memoria Histórica.

Una vez presentadas las reflexiones historiográficas sobre Jaime Jaramillo, el foro se complementa con una reflexión sobre los nuevos mecanismos de evaluación de Colciencias en el marco de la actual profesionalización de la ciencia e investigación, manifiesta en publicaciones, sobre todo, en publicaciones seriadas. Llama la atención que la historia se profesionalizó en Colombia ajena a una preocupación bibliométrica por la cantidad de citas, a espaldas de indicadores y estadísticas. Jaramillo, sus colegas, la segunda y tercera generación de historiadores dieron ejemplo sobre el equilibrio entre la publicación de libros y artículos. A la luz de lo anterior el trabajo de Martha Lux y Ana Pérez nos permite adentrarnos en la discusión sobre bases de datos, ranking y la evaluación de Colciencias como prueba fehaciente de un nuevo espíritu académico.

Aprovechamos este editorial para complementar algunas ideas. Así como en los años 60 el problema era la circulación del libro, el acceso a las fuentes no sistematizadas, la dificultad de ubicarlas, la inexistencia de computadores y la apertura a nuevos temas y caminos, hoy en día corremos el peligro de ser sometidos metafóricamente a nuevas presiones y prisiones historiográficas, a la hora de confundir el rigor académico con el efectivismo de los indicadores. Actualmente es claro que los nuevos estándares de medición y normalización están generando efectos disciplinantes en las formas de construir conocimiento. Por supuesto, desde los años 80 los historiadores en Colombia se abrieron a temáticas no trabajadas y solo en algunos pocos casos insinuadas en los 60 y 70, como la historia de la cotidianidad, la historia de la ciencia, la historia de la religiosidad, la historia de género, la historia de la familia, la historia del carnaval, la historia ambiental, la historia del cuerpo, la historia de las emociones, la historia digital y la public history. Sin embargo, tendremos que esperar para ver la incidencia de las nuevas formas de evaluación, como si de una nueva episteme se tratase, sobre la forma de representar el pasado y, tal vez, no lo sabemos todavía, la apertura y los cambios temáticos de los investigadores.

Así las cosas, llama la atención que con los trabajos que discuten Cubides, Herrera, Cataño, Bonnett y Saldarriaga se revele que en Jaramillo coexistieron varias formas de hacer historia: demografía e indios, lo local y la reducción de escala, esclavos y mestizos, ideas, cultura y pedagogía, en medio de juegos transdisciplinares entre la filosofía, la sociología y la historia. Su trabajo exhibe tanto una apertura temática y metodológica como un aspecto ecléctico claramente creativo. Como es de suponer, con el paso del tiempo muchos de sus escritos se replantearon y reevaluaron, pero no dejan de ser prueba de que uno de los tantos puntos en la profesionalización de la disciplina fue la pluralidad de temas y acercamientos, talante que cuestionó las prisiones historiográficas a la hora de conceptualizar la historia. La preocupación por el ranking era inexistente en aquel entonces. Por fuera de ataduras historiográficas valía la pena acercarse a diferentes problemas históricos sin un dogma predeterminado, sin el pragmatismo del conteo de citas. Eso fue innovador, diverso y honesto a la vez.

Sin embargo, mientras que Jaramillo apostó fuertemente por una historiografía abierta, que algunos siguieron y otros cuestionaron, hoy en día debemos poner en consideración que los nuevos patrones de impacto (la generación de citas, lo global en detrimento de lo local, el artículo que menoscaba al libro, el inglés siempre "mejor" que el español) condicionan la forma en que las nuevas generaciones construyen conocimiento. Es posible que si las formas de evaluación no se llegan a repensar desde una bibliometría responsable y con enfoques realmente diferenciales, en el marco de la historia, aquellos académicos e incluso revistas que se dobleguen por presión institucional, laboral o por simple pragmatismo al "poder de la cita" comiencen a producir efectos epistemológicos a la hora de construir conocimientos. Lo anterior probablemente se manifestará a favor de una investigación mainstream y en detrimento del fomento de los relevos generacionales, la innovación, las particularidades y diversidades del conocimiento tan necesarias para entender nuestro pasado.

Más allá de reconocer a Jaramillo como una figura mítica en la historiografía colombiana, quisiéramos que este foro sirviera para recordar que la historia, en cuanto parte de las ciencias humanas, se consolida como un espacio de construcción de conocimientos, ideas y memoria, como sustento inmaterial de valores sociales y, en el ideal de los casos, para democracias responsables e incluyentes. Una sociedad que solo valora la productividad en términos materiales y no la construcción de conocimiento (en el caso de la historia: la memoria histórica) posiblemente está en riesgo de perder la sensibilidad de repensarse críticamente. Por eso, más allá de regular la construcción del conocimiento, deberíamos fomentar la diversidad de voces, someterla siempre a evaluación y revisión, sin importar si se trata de un libro o un artículo, pero siempre a través de la lectura y no por medio de la burocratización del saber y el nuevo dogmatismo de la citación en revistas indexadas. Es a esta prisión historiográfica que me refiero y que de forma alegórica nos deja pensar en la portada del presente número.

II

Cierra así el foro y pasamos a artículos de investigación con una serie variopinta de trabajos. Comenzamos con uno sobre el orden colonial, en el cual Bernardo Leal estudia las clasificaciones semánticas en torno a la compraventa de esclavos y los conciertos de trabajo indígena. Aunque el autor no lo hace explícito, es evidente que el cuerpo se convierte aquí en una plataforma de significación, a través del complejo sistema de clasificaciones, en cuanto objeto de transacción económica. Con ello tenemos la posibilidad de razonar sobre cómo la esclavitud y el trabajo indígena logran correlacionar dos formas de herencia (condición social y características fisiognómicas) en medio de nociones de libertad y sujeción.

Mientras el anterior trabajo discute el cuerpo y las formas de clasificación de la Colonia, Michael Zeuske y Andrés Otálvaro se detienen en un hombre: Francisco de Miranda, quien intentaba precisamente cuestionar el orden colonial. Hacia finales del siglo XVIII, durante su no tan conocido paso por el Sacro Imperio Romano Germánico, Miranda impulsaría una serie de ideales inspirados en la Ilustración. Con base en diarios de viaje, los autores estudian las diferentes transferencias de conocimiento centradas en el concepto de Colombeia. Con las vivencias de Miranda, este artículo logra captar juegos de transculturaciones en medio de espacios de élite y de la gente común para explicar su gramática republicana, basada en ideales como el derecho, la libertad o la emancipación. Miranda, valorado por su "arquitectura americana", moriría en prisión, seguramente por pensar en ideales indeseables desde las lógicas del poder de aquel entonces.

El artículo de Isidro Vanegas está en sintonía con lo anterior, al dedicarse al estudio del constitucionalismo y los imperativos revolucionarios como un nuevo orden deseado en Popayán a principios del siglo XIX. Con su trabajo, logra matizar el reconocimiento de Popayán como una región que, en medio del proceso revolucionario, se mantuvo leal a la Corona española. Para Vanegas, pese a las contradicciones y obstáculos que enfrentaron, los líderes revolucionarios demostraron una auténtica vocación constitucionalista y republicana dentro de un marco federativo.

De Miranda y los revolucionarios payaneses que buscaban configurar un nuevo orden político pasamos al Caribe, específicamente a Cuba, para discutir el anverso de la libertad: la esclavitud. El artículo de Amparo Sánchez Cobos estudia al reformador español Ramón de la Sagra y nos invita a preguntarnos si este fue efectivamente un pensador abolicionista. Matizando diferentes etapas de su vida intelectual, la autora logra mostrar la importancia de analizar cómo la economía, la tecnología, el liberalismo y la "explotación racional" atravesaron la transformación de la esclavitud a la mano de obra coactiva asalariada.

En conjunto, estos cuatro trabajos nos convocan a discurrir sobre la transformación de la Colonia a la República, siempre atentos a mostrar las complejidades de un proceso lleno de quiebres y diferencias. A su vez, nos invitan a sensibilizarnos sobre cómo la nueva configuración del orden republicano durante el siglo XIX reproduce, bajo otros lenguajes y conceptos, lógicas inspiradas en un pasado colonial. La transición se evidencia así en un complejo campo de estudio, en el cual las asociaciones y disociaciones del pasado y el presente se convierten en el arte de construir nuevas formas de dominio desde las cuales se piensan las colectividades.

Una vez presentadas estas apreciaciones pasamos a un trabajo apegado a la historia intelectual, donde se problematiza un "viejo error historiográfico" según el cual José Eusebio Caro fue considerado el primer positivista en América Latina. Carlos Rubén Gélvez Higuera reconsidera este planteamiento y discute el pensamiento de Caro a la luz del filósofo Charles Comte, para el autor, verdadera influencia de la Mecánica social. Su trabajo redimensiona la proposición de Caro y nos invita a reflexionar sobre la incidencia de la ideas en el campo epistémico. Su exposición concluye resaltando la necesidad de reconocer las coincidencias entre tradicionalismo y positivismo y de superar definitivamente las identificaciones del positivismo con el liberalismo y del tradicionalismo con el conservadurismo, algo que indudablemente se convierte en perentorio a la hora de abarcar los discursos políticos del país de aquel entonces.

El trabajo de Diego Buitrago sobre la Revista deFolklore en Colombia discute la relación entre identidad y cultura como elementos permeados por el blanqueamiento, el mestizaje y el multiculturalismo. Con ello, demuestra la importancia de la profunda repercusión, en medio del cambio, aun en el siglo XX, de las diferentes conceptualizaciones sobre el cuerpo individual y el cuerpo social que se pueden rastrear hasta la Colonia. Este argumento nos hace recordar los trabajos ya mencionados sobre la Colonia, particularmente los de Bernardo Leal y Amparo Sánchez Cobos.

Cuerpo, transculturación, ambivalencias, ideas e identidades parecieran ser varios de los ejes estudiados a lo largo de esta sección, en la cual, me atrevo a decir, prima la cosificación de cuerpo en cuanto propiedad, las transformaciones políticas, el poder de las ideas y la identidad cultural como temas que ameritan ser historizados desde diferentes perspectivas y énfasis conceptuales.

III

En la última sección de este número del Anuario se presentan tres consideraciones historiográficas sobre diversos temas: arquitectura, tecnología y políticas culturales. En la primera se expone un estado del arte sobre la arquitectura religiosa en Colombia desde la década del 60 gracias al trabajo colectivo de Liliana Rueda, Helwar Figueroa y William Plata. Su investigación es una apuesta que valora la compresión de las edificaciones a lo largo del tiempo como una entrada más a la historia del país. Con esta mirada al quehacer historiográfico, se constatan no solo diferentes perspectivas, propuestas y limitaciones, sino también la importancia de la materialidad concreta como objeto de estudio patrimonial. En últimas, es una amable invitación a entender que los archivos no solo son documentos, testimonios u oralidades; la arquitectura es una forma de archivo tan evidente y de larga data que en ocasiones la olvidamos.

El segundo análisis muestra un eslabón que se relaciona con el anterior artículo, en la medida en que la tecnología se entiende como una construcción social incorporada a la cultura material. Con este argumento, Ericka Herazo nos invita a reflexionar sobre la historicidad de la tecnología resaltando su importancia para la historia económica y social. Su principal objetivo es plantear que la tecnología no debe pensarse como una caja negra, es decir, como si esta no tuviese interacción con la trasformación histórica. Esta afirmación parece obvia si recordamos la incidencia de la máquina de vapor o la historia de la comunicación, sin embargo, da la impresión de que existe una necesidad de trabajar en esta dirección, y convendría también preguntarse a futuro en otras investigaciones sobre las especificidades colombianas: ¿qué reflexiones podemos esperar del estudio de la historia de la tecnología cuando sabemos que la tecnología no ha permeado de forma equitativa la sociedad? ¿Cómo acercarnos a los procesos de apropiación y desarrollo tecnológico desde los espacios de ilegalidad? Este apartado del Anuario cierra con una reflexión historiográfica de Hernando Pulido sobre las políticas culturales en América Latina, en la cual plantea una problemática a todas luces inquietante: el papel histórico de la cultura en las contiendas y negociaciones en torno a la distribución social del poder.

A manera de cierre quisiera apuntar que el conocimiento histórico es de carácter abierto e inacabado. Así lo recordaba Jaramillo en su Prólogo: La Historia y el historiador (1978), donde postula que la es historia es un conocimiento caracterizado por su provisionalidad y por su postura antidogmática. El historiador de la economía tendrá que saber de demografía, estadística y matemáticas; el historiador del derecho, de jurisprudencia. Algunos dirán que no se puede ser historiador sin sociología; otros dirán lo mismo sobre la filosofía, la geografía y especialmente la política. Con ello, Jaramillo nos sensibilizó ante el siguiente hecho: el método y la interlocución disciplinar siempre dependerán del planteamiento de un problema y, si aceptamos que una de las claves para entender nuestro propio pasado es el estudio de lo diverso desde diferentes ópticas y en medio del debate, habremos rescatado una minúscula aunque importante semilla de tolerancia, sin prisiones historiográficas y sin prisiones burocráticas, como alegoría de la sana convivencia de diferentes ideas.

Max S. Hering Torres
Director–editor
Anuario Colombiano de Historia Social y de La Cultura, Bogotá, Colombia.

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