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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.44 no.1 Bogotá jan./jun. 2017

https://doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61226 

doi: http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61226

Ramón de la Sagra y la esclavitud acomodada. Colonialismo y abolición en Cuba a mitad del siglo XIX*

Ramón de la Sagra and Accommodated Slavery: Colonialism and Abolition in Cuba in the Mid-19th Century

Ramón de la Sagra e a escravidão acomodada. Colonialismo e abolição em Cuba na metade do século XIX

AMPARO SÁNCHEZ COBOS**
Universidad Autónoma de Madrid
Madrid, España

* Este estudio se encuentra inscrito en el proyecto de investigación "El segundo imperio colonial español (1776-1898). La transformación del ultramar español", Programa prometeo 2013/023 de la Generalitat Valenciana para Grupos de Excelencia.
** asanchezcobos@yahoo.es

Artículo de investigación
Recepción: 18 de febrero del 2016. Aprobación: 23 de mayo del 2016.

Cómo citar este artículo
Amparo Sánchez Cobos, "Ramón de la Sagra y la esclavitud acomodada. Colonialismo y abolición en Cuba a mitad del siglo XIX ", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 44.1 (2017): 223-258.


Resumen

Tras la independencia de las colonias españolas en América y en pleno auge del sistema plantacionista en Cuba, el reformador español, Ramón de la Sagra, elaboró una serie de propuestas de orden económico y social para la isla, entre las que incluyó la abolición progresiva de la esclavitud. Se analizan estas propuestas resaltando sus implicaciones políticas, ya que el autor las veía como una solución de futuro y de continuidad del régimen colonial en Cuba. Para ello se examinan sus escritos de las décadas 1820-1840 integrando sus ideas sobre la isla en el resto de su pensamiento y haciendo una diferenciación entre las distintas etapas que lo atraviesan para resaltar cómo acomodó la esclavitud en cada una de ellas.

Palabras clave: (Autor) siglo XIX, Ramón de la Sagra, azúcar; (Thesaurus) colonialismo, Cuba, esclavitud.


Abstract

After the independence of the Spanish colonies in America and during the boom of the plantation system in Cuba, the Spanish reformer Ramón de la Sagra proposed a series of economic and social reforms for the island, including the progressive abolition of slavery. The article discusses these proposals, highlighting the political implications, as the author sees them as a solution for the future and continuity of the colonial regime in Cuba. For this, the author examines de la Sagra's writings from 1820 to 1840, integrating his ideas on the island with the rest of his work and looking at the different stages that de la Sagra goes through to highlight how he accommodated slavery in each one of them.

Keywords: (Author) 19th century, Ramón de la Sagra, sugar; (Thesaurus), colonialism, slavery.


Resumo

Após a independência das colônias espanholas na América e em pleno auge do sistema plantacionista em Cuba, o reformador espanhol, Ramón de la Sagra, elaborou uma série de propostas de ordem econômica e social para a ilha, entre as quais incluiu a abolição progressiva da escravidão. Analisam-se essas propostas ressaltando suas implicações políticas, já que o autor via-as como uma solução de futuro e continuidade do regime colonial em Cuba. Para isso, são examinados seus textos das décadas 1820-1840 integrando suas ideias sobre a ilha no resto do pensamento e fazendo uma diferenciação entre as diferentes etapas que atravessam para ressaltar como acomodou a escravidão em cada uma delas.

Palavras-chave: (Autor) século XIX, Ramón de la Sagra, açúcar; (Thesaurus) colonialismo, Cuba, escravidão.


Introducción

Se ha escrito mucho sobre el botánico y reformador español Ramón de la Sagra.1 Pero su figura y su trabajo en y sobre Cuba no han salido muy bien parados en muchos de esos escritos sobre todo por la rivalidad que mantuvo con el criollo José Antonio Saco.2 Es verdad que La Sagra fue una persona de carácter difícil, fue considerado prepotente y hasta engreído en su época, pero no es menos cierto que fue uno de los pensadores más lúcidos del momento y que debido precisamente a ello se ganó enemistades con cierto peso en la sociedad criolla del siglo XIX.3 Quizás uno de los puntos más controvertidos de su pensamiento sean sus ideas sobre esclavitud por cuanto han sido malinterpretadas unas veces y sacadas de contexto otras. Así, por ejemplo, mientras el historiador germanoestadounidense, Heinrich Friedlaender, lo tacha de defensor de la esclavitud usando únicamente sus escritos de la década de 1860,4 otros autores más actuales, como el cubano Eduardo Torres-Cuevas, lo vinculan a la burguesía esclavista5 o como mucho reconocen sus ideas en contra de la esclavitud, pero sostienen que se movió solo por intereses económicos justificados en la imposibilidad de conjugar la aplicación de nuevas tecnologías con la fuerza de trabajo esclava, interpretación de la historiadora también cubana, Carmen Almodóvar.6

Estos son solo algunos de los ejemplos de las distintas interpretaciones que ha suscitado el pensamiento de La Sagra sobre la esclavitud. De modo que después de tanto argumentario encontrado, sigue sin estar clara cuál fue su postura sobre una de las cuestiones más candentes del siglo XIX en la mayor de las Antillas.

¿Fue Ramón de la Sagra un pensador abolicionista? O, por el contrario, ¿defendió la institución esclavista? Su pensamiento sobre la cuestión no es único e invariable, sino que va inmutando en el tiempo. Solo un análisis por etapas nos puede desvelar las distintas interpretaciones que lo atraviesan, así como las diferentes facetas por las que pasó este autor, y estas solo se pueden entender, a su vez, si enmarcamos su pensamiento sobre Cuba en su corpus doctrinario general y, sobre todo, en el contexto en el que el propio autor se inserta en cada momento. Ese es el objetivo de este artículo.

Palabras introductorias: de las distintas etapas

Ramón de la Sagra (1798-1871) nació en la Coruña, en el norte de España, a finales del siglo XVIII. Para mediados de la centuria siguiente era ya un conocido botánico que había residido durante doce años en La Habana.7 Su estancia larga en la isla, que duró de 1823 a 1835, se enmarca en el contexto de las independencias de las colonias españolas en América y es el periodo en el que se forma su pensamiento colonialista. En ese tiempo además ejerció de botánico y funcionario al servicio de las autoridades.

En esta primera etapa de su plan de reformas para Cuba propuso, lo avanzamos ya, una reordenación de la estructura poblacional de la isla, de su sistema de propiedad y de la organización de su comercio exterior, lo cual significaba dar empuje a la pequeña propiedad frente al latifundio azucarero, así como a la llegada de colonos blancos procedentes de la península ibérica, frente a los esclavos de origen africano en un momento de auge de la industria del dulce cubano y de entrada masiva de esclavos a pesar de haberse firmado con Inglaterra el tratado para el fin de la trata en 1817. Es verdad que no fue el único en recomendar este tipo de reformas para la colonia española,8 pero sí uno de los pocos que basó sus medidas en el interés de la población en general y no tanto en el interés particular o de un grupo social determinado.

Por lo que respecta a la esclavitud, estos primeros años están marcados por una concepción de la sociedad esclavista un tanto idílica que llevó a La Sagra a alejar su análisis de postulados morales o humanitarios y a centrarse únicamente en la parte económica, lo que hizo que finalmente soslayase la cuestión en esta etapa.

De vuelta en Europa en 1835, después de haber pasado seis meses en la costa atlántica de Estados Unidos recabando información sobre su sistema de prisiones, beneficencia y educación, La Sagra se instaló en París y a partir de entonces vivió a caballo entre esa ciudad y Madrid, donde fue elegido diputado a Cortes en varias legislaturas. En esta nueva etapa, las condiciones de vida del proletariado europeo le hicieron repensar la situación de los esclavos y fue entonces cuando reorientó su pensamiento económico hacia la abolición de la esclavitud. Así lo dijo:

La doctrina social que seguimos es una é indivisible, bien la apliquemos en Europa contra la organización industrial para mejorar la situación del hombre libre, ó á la organización de las Antillas para realzar la condición del hombre esclavo. Puestos en la necesidad de condenar la segunda no lo haremos con menos vigor del que empleamos contra la primera.9

Fue, por tanto, desde finales de la década de 1830 y sobre todo en los años cuarenta, después de recibir las influencias de las corrientes ideológicas en boga en Europa, cuando La Sagra revisó las reformas que hasta entonces había previsto para Cuba y, aunque mantuvo muchas ideas, las que elaboró sobre la esclavitud marcan un punto de inflexión en su pensamiento. El resultado es un plan que puede resultar coherente pero que es a la vez utópico (en la acepción que alude a su difícil realización), por cuanto propuso medidas sociales que incluían la abolición gradual de la esclavitud junto a la instrucción de la población esclava y, sobre todo, porque hizo depender estas medidas de la voluntad de aquellos sectores que se estaban lucrando con el crecimiento cada vez mayor de la industria del dulce y con el negocio de la trata clandestina de africanos.

En general, en estas dos etapas se observa el interés de La Sagra por solucionar los problemas del mercado laboral cubano, aunque sus propuestas entraron en clara contradicción con un sistema que resultaba rentable en esos años tal y como estaba organizado. Pero, vayamos por partes.

Sobre la economía de la isla: esclavitud y pequeña propiedad en las décadas de 1820 y 1830

La estancia de La Sagra en Cuba en los años veinte y comienzos de los treinta se enmarca, en términos generales, en el plan de reformas borbónicas llevado a cabo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX a partir de la proliferación de instituciones ilustradas y expediciones científicas que aseguraran el dominio colonial en América, pero también se relaciona en concreto con el impulso dado desde las Cortes españolas en 1822 a los viajes de naturalistas a Cuba, Puerto Rico y Filipinas.10 En ese sentido, la figura de La Sagra se asemeja a lo que David Mackay definió como "agente del imperio" para los botánicos europeos de finales del siglo XVIII.11 De acuerdo con este plan, sus estudios de los recursos y potencialidades de Cuba debían contribuir a que la colonia española se convirtiera en una especie de "mercado cautivo" para España, cuyos productos (que no se cultivaban en la península o se obtenían en pequeñas producciones) monopolizarían el comercio al que la metrópoli impondría tasas sobre las importaciones, al tiempo que se daban licencias para la exportación.12 La legislación de los años anteriores había dado ya pasos en ese sentido estableciendo la liberalización del estanco del tabaco en 1817 y la aprobación del decreto de libre comercio en 1818 que permitía a Cuba comerciar con otros países además de España; ambas medidas, que suponían una apertura librecambista propia de los tiempos, fueron impulsadas por el intendente de Hacienda, Alejandro Ramírez.

Fue de esta manera que con el avance del liberalismo, no solo en su vertiente económica sino también política, se empezó a recuperar la idea del refuerzo de los lazos coloniales con Cuba y cuando el juego de relaciones que se había tejido durante el antiguo régimen, que había supuesto que la sacarocracia criolla ejerciera un gobierno de facto en la isla,13 se empezó a quebrar y dio como resultado la división en dos grupos políticos y económicos enfrentados, lo que se considera que está en el origen de los movimientos anexionistas, autonomistas y más adelante independentistas.14

En este caso, en el contexto de los años veinte, se han de tener en cuenta también otros factores, relacionados igualmente con los movimientos independentistas, que reforzaron el poder de las autoridades coloniales. Con la independencia de las colonias españolas continentales, desde el exterior se produjeron algunos intentos de anexionar a Cuba al proyecto bolivariano de la Gran Colombia, al tiempo que en el interior se organizó la conocida conspiración de los Soles y Rayos de Bolívar de 1823, que, adoptando el nombre de la logia masónica a la que pertenecían sus cabecillas, pretendía también la independencia de la isla.15 Todo ello hizo que, a partir de entonces, Cuba se pusiera bajo custodia castrense y el capitán general obtuviera facultades omnímodas de gobierno, al tiempo que se instauraban comisiones militares para ejercer el control social.16

La llegada de La Sagra a la isla se produjo así en un momento clave para la política colonial en Cuba y en principio respondió a una misión muy específica. Llevar a cabo el estudio de los recursos de la isla, así como del proceso de producción del azúcar cubano y de sus defectos y las mejoras a introducir para incrementar la fabricación de dulce significaba, en última instancia, convertir a Cuba en una "colonia modelo". En ese contexto de reorganización política, se entiende que las medidas que el gallego propuso encontraran no pocos opositores dentro del universo de la plantación. No en vano la industria azucarera tenía sus propios condicionantes internos, que, a ojos de La Sagra, pronto se revelarían como un problema para el futuro económico de la isla. Lo explicamos.

Entre las primeras medidas que propuso en esta etapa (que mantendría en los años siguientes) destaca su defensa de la pequeña propiedad, aunque, conviene dejarlo claro desde el principio, sin abandonar los latifundios.

Esas grandes fincas rurales (los cafetales e ingenios) [dijo] no están al alcance del pobre ni del medianamente acomodado; es preciso ser rico para crearlas y opulento para sostenerlas; y aunque es innegable su influjo en la riqueza del país, fuera muy fácil demostrar el poco que directamente han tenido en el aumento de la población deseada. Para conseguir ésta, única que asegurará la prosperidad de la isla de Cuba, es indispensable el establecimiento de cultivos en pequeño, cultivos que no exijan la anticipación de un capital exorbitante, y de consiguiente que estén al alcance de un hombre solo, que se recomienda por su trabajo y honradez.17

Sobresale así desde el principio su idea de "los cultivos en pequeño" y del desarrollo complementario de la ganadería, que el autor consideraba indispensable para proveer de abonos a las pequeñas producciones. Y para completar esta propuesta, al mismo tiempo que denunciaba el predominio del trío café, caña, tabaco, propuso la diversificación agrícola y acompañó sus críticas con recomendaciones para impulsar una serie de cultivos de productos básicos para el consumo diario que harían que Cuba abasteciera con más facilidad su mercado interior, al tiempo que pudiera proveer también a la península de otros productos que se podían producir con buen margen en la isla; entre ellos, destacó el algodón, el añil, la cochinilla, la seda y la miel. Y esto lo dijo también en fecha temprana, en el discurso que dio el 10 de octubre de 1824, en la inauguración de la Cátedra de Botánica que dirigió desde entonces, del que se extrae la cita anterior.

Unos años más tarde corroboraba sus afirmaciones anteriores con números que expuso en su obra titulada Historia económico-política y estadística de la isla de Cuba. O sea de sus progresos en la población, la agricultura, el comercio y las rentas publicada en el año 1831 (figura 1), donde llegaba a la conclusión que resultaban más rentables las pequeñas producciones de las estancias y sitios de labranza, pues rendían aproximadamente 6 veces más que los cafetales, 5 veces más que las haciendas y 3 veces más que los ingenios (aunque en su caso los rendimientos que obtiene para las haciendas de crianza se suponen antes de impuestos y de contar los gastos derivados de conducir el ganado a las ciudades, con lo que se presupone que el rendimiento neto era bastante menor).

Los datos sobre rendimientos anteriores (exagerados) forman parte de su discurso político y a pesar de que le llevaron a poner más énfasis en la pequeña propiedad, sin embargo, no desechó tampoco el latifundio, y en particular las grandes haciendas azucareras, pues era finalmente el que alimentaba las cajas de la isla, como dejó demostrado en sus análisis sobre ingresos y gastos que acompañan sus obras de este periodo. De hecho, también en la década de 1830 reforzó sus argumentos en ese sentido. Definió entonces más claramente su apuesta decidida por ambos tipos de producciones, al reconocer la rentabilidad de los grandes ingenios azucareros cubanos que, sin embargo, recomendaba que fueran minoritarios frente a la extensión del cultivo de caña en unidades modernizadas que les abastecieran de materia para moler:

La reforma que recomendamos supone el establecimiento de una bien calculada empresa de colonización con recursos adecuados, para operar los fuertes trabajos del desagüe, la labranza y las comunicaciones, indispensables para dar valor a la propiedad territorial y predisponer el suelo para el sistema de cultivo perfeccionado. Una de las condiciones precisas para el éxito del de la caña debe ser su independencia de las tareas de fabricación del azúcar, que ninguna analogía tienen con las agrónomas, son excesivamente costosas para multiplicarlas en cada finca, complican su gobierno y administración y obligan a cultivar siempre en grande una planta que se presta perfectamente a serlo también en pequeño.18

En sus escritos sobre agricultura de esta etapa defiende la separación de ambas fases de producción de azúcar (la agrícola y la industrial), con el objetivo también de lograr la conversión de los obsoletos ingenios, según su opinión, en nuevas unidades de producción mecanizadas, lo que a comienzos de la década de 1840 quedaba aún lejos, a tenor de sus observaciones:

Es fácil de ver que el sistema de cultivo dista mucho de haber adoptado los principios de la ciencia y el auxilio de los medios materiales que en otros países aumentan la producción y disminuyen el trabajo. El arado, el azadón o guataca y el machete son casi los únicos instrumentos del grande y pequeño cultivo.19

Con estos planteamientos, La Sagra parecía intentar conjugar las dos tendencias que desde finales del siglo XVIII enfrentaban al oriente y al occidente o, más concretamente, a la zona habanera de la isla. Los intereses de la zona oriental los había defendido en un primer momento el Sr. D. Joaquín Ozés y Alzúa, arzobispo de Santiago de Cuba, quien, en la línea que señalaría La Sagra tres décadas después, abogaba por la división de la tierra en pequeñas unidades de producción que se dedicarían al cultivo del café, del añil, del lino y de la cría de abejas.20 Por su parte, los intereses de la zona capitalina, que apuntaban hacia el incremento de mano de obra cautiva y el fomento de los ingenios azucareros, tenían como principal promotor a Francisco Arango y Parreño y quedaron resumidos en su Discursosobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla de 1792.21

La de La Sagra resulta, por tanto, una más de las opiniones que se sumaba al debate entre los partidarios de la diversificación y la pequeña propiedad, frente a los defensores del monocultivo y el latifundio.22 Sin embargo, el conflicto con los productores de azúcar estaba servido. En ese momento el gallego topó con un sistema que estaba demostrando ser altamente rentable, y esa rentabilidad se basaba no tanto en el potencial que le concedían su clima adecuado y unos suelos generosos y fértiles (según él mismo reconocía), como en la abundancia de mano de obra cautiva, aunque fuera clandestina desde 1817 y aunque ello hubiera hecho aumentar su precio.23 En verdad, en las décadas centrales del siglo la industria azucarera cubana estaba inmersa en el entramado más moderno del comercio internacional y a ella llegaron los principales avances tecnológicos, lo que permitió a hacendados y productores afrontar los problemas que se presentaban, en especial aquellos relacionados con la esclavitud.24

Con respecto a esta última, se trataba además de un sistema inmerso en la etapa denominada de "segunda esclavitud", caracterizada por la existencia de esclavitud masiva en coexistencia con mercados mundiales capitalistas y empleada en procesos productivos tecnificados.25 La comercialización del azúcar cubano se estableció así en desigualdad de condiciones, lo que aumentó la relevancia de la mano de obra esclava "barata" y abundante que permitiera rebajar los costes de producción. Las cifras de producción de azúcar de los años 30 y 40 (figura 2) ejemplifican el crecimiento paulatino de la industria del dulce cubano que siguió aumentando a partir de los años 50, con lo que los planes de La Sagra chocaban con una realidad evidente que favorecía a las grandes haciendas y que seguía avalando el sistema azucarero cubano tal y como estaba concebido.

Por ello, las advertencias del técnico español tuvieron poca o ninguna resonancia en su momento, como él se encargó de recalcar en más de una ocasión.

Preveo un completo éxito en mis resultados, hablando en particular, pero dudo muchísimo de poder conseguir la reforma de los ingenios. Hasta ahora no presentan los hacendados oposiciones abiertas; pero han tomado el partido de no hacer cosa alguna, y ya verá Vd. la dificultad de obrar contra esa fuerza de inacción.26

Sus propuestas de esta etapa chocaban con la realidad mencionada en parte también porque estaban centradas en lograr el progreso de la población en general y en alcanzar la felicidad de los individuos, gracias a la consecución de una mejor redistribución de la riqueza por vía de la pequeña propiedad, idea en la que coincidía igualmente con otros reformistas criollos contemporáneos, influidos todos por la filosofía ilustrada.27 Sin embargo, sus planteamientos se oponían a otro tipo de progreso que algunos criollos, capitaneados desde finales del siglo XVIII por Francisco Arango y Parreño, deseaban para Cuba y que representaba los intereses de los hacendados y propietarios, quienes tenían sus principales ganancias en el incremento del latifundio azucarero y, por ende, en el aumento de la mano de obra cautiva.

Esta posición de La Sagra se entiende a su vez porque el gallego no formaba parte de los agentes económicos, puesto que no era un propietario (nunca tuvo tierras en Cuba), de modo que no le interesaba tanto el rendimiento particular y el aumento de los beneficios a corto plazo a base de aplicar medidas racionalizadoras, como el crecimiento general de la economía de Cuba y, por ende, también de España. Por ello sus propuestas en buena medida se adelantaban a los tiempos (a tenor de las medidas que propuso), porque su pensamiento estaba puesto en el futuro de la economía de la isla, más que en el propio presente.

Pero, aunque fueran planteadas con visión de futuro, sus afirmaciones se basaban en sus estudios sobre la realidad del momento. La Sagra manejó información bastante precisa de lo que estaba pasando en otros lugares, tanto en Europa como en otras colonias, por lo que pudo ofrecer un proyecto específico para la isla que asegurase esa idea propia de felicidad o progreso. El modelo en esos años lo encontró en la isla de Java, colonia holandesa que, según sus datos, estaba dando muy buenos resultados, "donde con corto número de grandes ingenios o fábricas de azúcar, ricamente provistas de los célebres aparatos de Derosne, fabrican toda la caña cosechada".28 Su sistema de cultivo había sido creado a mitad de la década de 1820 y establecía que el campesino debía dedicar una parte de sus terrenos a cultivar productos coloniales destinados a la metrópoli, que además debía vender al Gobierno a un precio fijado de antemano y, así mismo, debía encargarse de su transporte hasta el embarque en los buques de la compañía creada al efecto por la Corona.29 Si bien el modelo podía ser ejemplar, la comparación entre las dos islas no resistía la crítica, pues en Cuba tanto el sistema de reparto de tierras como el privilegio de los ingenios aún vigente en el siglo XIX complicaban cualquier reforma. Precisamente, uno de los errores que La Sagra señalaba como origen del atraso de la agricultura cubana fue el repartimiento o cesiones de terrenos a través de las denominadas mercedes, que dividieron el territorio después en peonías y caballerías, hatos, corrales y otras figuras, y que siglos más tarde dieron lugar a interminables pleitos, infinitas divisiones del terreno y otras consecuencias que complicaron aún más la aplicación de mejoras en las fincas.30

Estos inconvenientes, no obstante, no eran los más complicados de solventar. Lo que más difícil resultaba en esta etapa (y en las que siguieron) era proveerse de mano de obra abundante y barata, base del sistema azucarero. Por ello, en los escritos de La Sagra de los años veinte y treinta no está presente aún la crítica al sistema esclavista, antes bien, sobresale una visión ingenua e idealizada de los ingenios donde predominaba un supuesto buen trato a los esclavos por parte de sus dueños que alejó al autor, de momento, del abolicionismo e incluso de la mera crítica al sistema esclavista. Lo que reforzó, además, con las cifras de población que venían a corroborar que la población esclava no suponía un problema por su número, como otros pensaban.31 De las tasas de población que La Sagra manejó (figura 3), se desprende que, en los años previos a la década de 1830, de acuerdo con los censos cubanos que utilizó como base, la población esclava (que no la de color en general) no había superado aún a la blanca.32

¿Se trataba de una opinión sincera o, más bien, forzada por el contexto político y la posición que ocupó el autor mientras estaba en la isla? No es casualidad que en esta etapa La Sagra reprodujera la idea sobre el supuesto buen trato a los esclavos. El botánico retomaba las palabras de otros autores, como Alexander Von Humboldt, quien se había convertido en un difusor de esta idea desde que, en el año 1826, publicara su Ensayo político sobre la isla de Cuba en España, obra que el gallego leyó con atención.33 Además, quizá su condición de funcionario al servicio del Gobierno y su amistad con Claudio Martínez de Pinillos, el intendente de Hacienda que era quien finalmente financiaba sus obras, pesaran más en este momento que la verdadera situación del esclavo. En esta primera fase de su pensamiento el problema de la mano de obra en Cuba, según La Sagra, podría resolverse por medio de dos vías: por una parte, gracias a la introducción de colonos blancos y, por otra, a través de la reproducción natural de los esclavos en la propia isla. Así lo expresó:

Es de presumir que la disminución del tráfico, y el cuidado que se pone ya (en las fincas bien administradas) de favorecer los matrimonios y conservar sus hijos, haya producido la reposición parcial de las dotaciones por medio de los criollos, cuyas proporciones de sexos son naturales; y de consiguiente resulta aumentado el femenino, porque ha disminuido la introducción de solos varones. Esto se confirma por el mayor número de niñas o hembras menores de 12 años que ofrece el censo de 1827.34

La Sagra basó así la prosperidad de la isla en la llegada de población blanca, colonos procedentes en su mayoría de la península, más habituados al uso de maquinaría y que a la postre contribuirían a reforzar los lazos coloniales con la metrópoli. "El cultivo por medio de brazos blancos [decía], organizado sobre las bases que acabamos de indicar, es el ancla firme de salvación que tienen las Antillas españolas".35 Y dejaba aparcada de momento la cuestión de la esclavitud. Para él, tanto la diversificación de la agricultura como el aumento de población blanca se necesitaban para contrarrestar la entrada de esclavos de origen africano y asegurar así el futuro de la isla y que esta siguiera en la órbita de España. En 1827 dijo:

Es verdad que un solo ingenio puede dar productos mayores que 20 estancias, por ejemplo; pero la consideración más esencial para la felicidad futura de la isla no debe deducirse tanto de la producción absoluta de las fincas rurales, como de esta misma producción comparada al número de familias industriosas, o sean hogares establecidos en el país.36

En términos generales, la visión que tenía La Sagra de la economía de la isla resulta ya globalizadora en esta primera etapa, pues pensaba en todos los componentes económicos y los recursos de que disponía la mayor de las Antillas y, a partir de esa información, estableció un programa de reformas que tenía más una intencionalidad previsora y de futuro que unos efectos inmediatos. Ese futuro descansaba principalmente en la reordenación de la propiedad y en la técnica y la ciencia, especialmente en sus aplicaciones prácticas para el caso concreto de la agricultura. Y además, pretendía el refuerzo de los lazos coloniales con la llegada de colonos blancos, base de su plan de diversificación de la agricultura. Supone este un buen sistema de producción protoindustrial que iría preparando el camino hacia un sistema capitalista que La Sagra vislumbraba ineludiblemente también para el futuro de la colonia, ya que no podría resistir si no seguía vinculada a los circuitos comerciales internacionales, de ahí que siempre abogara igualmente por el librecambio. Pero desde el punto de vista económico, del plan de La Sagra trasciende igualmente una visión ordenada de ese sistema que, a modo de los pensadores utópicos, establecía unos márgenes de desarrollo y distribución de los beneficios controlados y que implicaba una cesión por parte de los productores en beneficio de sus propuestas. Nos referimos, principalmente a su plan de pequeña propiedad que entraba en pugna directa con los grandes ingenios y haciendas que estaban creciendo entonces en Cuba. Y al mismo implicaba una reordenación en el mercado laboral difícilmente realizable, como empezaban a demostrar los distintos proyectos que se estaban ensayando con ese objetivo.37

De momento, en esta primera etapa de su pensamiento La Sagra pareció soslayar la cuestión esclavista, sin embargo, en los años siguientes a su regreso a Europa, esta acabaría siendo un tema central en sus obras sobre Cuba.

Sobre la mano de obra: abolición gradual y preparación del esclavo en la década de 1840

La idea de progreso que anima las reformas de La Sagra no estaba constreñida al avance de una clase social determinada (léase la burguesa para el autor), sino que se pretendía para todos: a mayor progreso de los grupos económicos, mayor felicidad para sectores sociales más amplios, incluyendo a los esclavos. Esta interpretación está en la base del pensamiento social que el autor desarrolla durante la década de 1840, lejos ya de Cuba y de los condicionantes que mediatizaron sus reformas mientras estaba en la isla.

En esta nueva etapa de su pensamiento, que Ascensión Cambrón ha definido como socialismo racional,38 encontraron acomodo tanto las corrientes humanistas y filantrópicas derivadas de la Ilustración, como el racionalismo y el socialismo que por entonces se abrían paso en el mundo occidental, lo que lo llevó a contemplar, ahora sí, la mano de obra dentro de su plan de reformas. Pensando en el proletariado europeo, abogó por una suerte de paternalismo industrial que concediera mayor participación al trabajador en los beneficios y esto le hizo plantear para Cuba medidas dirigidas expresamente hacia la mano de obra coactiva, si no en un sentido similar, sí respecto a su instrucción y preparación para el futuro, materia que alcanzó una posición central entre sus propuestas porque, aunque el sistema productivo de la isla descansaba necesariamente en la mano de obra esclava y lo haría por unas cuantas décadas más, La Sagra tenía claro que la esclavitud caminaba a su desaparición inexorable y finalmente su plan de reformas tenía una intencionalidad más previsora y de futuro que de efectividad inmediata.39

La realidad lo volvía conservador en sus planteamientos sobre la mano de obra cautiva. El esclavo seguía siendo a mitad del siglo XIX el mejor mecanismo de que disponía la economía cubana, y por ende la industria del azúcar, para abaratar los costes de producción si quería seguir siendo competitiva en los mercados internacionales.40 Antiesclavista convencido en esta etapa de los años cuarenta, La Sagra se mostró no obstante partidario de esperar a que el esclavo estuviera preparado para ser emancipado, es decir, hasta que se hubieran creado las condiciones necesarias para que pudiera dar el paso de mano de obra coactiva a asalariada. Y esto se llevaría a cabo tras una etapa de instrucción y educación previa, en la que se adoctrinaría a los esclavos en el principio del trabajo y los prepararía para desempeñar las labores agrícolas a que estarían predestinados en esa sociedad futura que soñaba el autor. En ese sentido, la preparación de la mano de obra cautiva, junto a la aplicación de los adelantos técnicos y tecnológicos a la agricultura y la abolición gradual de la esclavitud, iba a ser en esta nueva etapa la piedra angular de las reformas lasagrinas:

La observación y el estudio práctico que durante un largo período de doce años hicimos en la isla de Cuba, nos han dado el íntimo convencimiento que es de todo punto imposible la organización en aquellos países de un sistema agrícola y de economía rural fundado en principios técnicos, mientras que el cultivo se verifique con brazos esclavos, y por consiguiente, que solo siendo desempeñado por brazos libres será cuando pueda adquirir un rápido y feliz incremento.41

Sus argumentos sobre las aplicaciones tecnológicas y científicas a la agricultura funcionaban como un complemento perfecto para esta idea sobre la preparación de la mano de obra esclava. Como muchos otros en su época, La Sagra consideraba que el esclavo era incapaz de manejar la nueva maquinaria o de aplicar los adelantos de la técnica y la ciencia en el trabajo del campo. De hecho, este fue un debate que comenzaba a ponerse sobre la mesa por entonces. No obstante, a diferencia de otros contemporáneos que sostenían la misma idea basándose en una supuesta inferioridad intelectual innata del africano que estaría acostumbrado a vivir en sociedades primitivas (ideas propias de las concepciones raciales de la época) y no adoctrinadas en los principios del trabajo, para La Sagra era precisamente el sistema al que el cautivo estaba sometido en Cuba el que no le permitía ser idóneo para ese fin. El gallego achacaba esa supuesta falta de pericia del esclavo a la estupidez en que era mantenido a propósito y no a su falta de facultades o disposición:42

La introducción de un sistema de agricultura perfeccionado es difícil de obtener en las grandes fincas de caña y de café cultivadas por esclavos, porque es imposible conseguir esmero, inteligencia y amor al trabajo de unos seres degradados que un sistema absurdo hace considerar tanto más útiles cuanto más estúpidos son.43

De ese modo, en esta etapa de su pensamiento, las críticas de La Sagra se dirigían nuevamente contra el sistema de plantación en Cuba. Un régimen de explotación hasta la extenuación de la mano de obra cautiva que tenía el objetivo de sacarle el mayor rendimiento posible al factor trabajo y compensar así la pérdida de capital invertido en mano de obra o, en los casos de los hacendados más atrevidos, en la compra de maquinaria. Mientras, el esclavo seguía siendo mantenido en la ignorancia y bajo coerción para asegurar su docilidad y sumisión. Por ello, La Sagra criticó el sistema de opresión en que aquel se hallaba. Incluso mostró su repulsa al referirse a las cualidades negativas que a menudo se le achacaban al negro. Estos eran los elementos que, según él, justificaban la coerción. Y en esta postura, La Sagra no estaba alejado de la realidad. La supuesta inferioridad del negro, su indolencia o maldad, entre otros argumentos similares, se utilizaban entonces para justificar la explotación del esclavo sin entrar en contradicción con los principios morales y sobre todo religiosos que regían la sociedad plantacionista en general, no solo la cubana.44 Muy diferente era la cuestión para el coruñés. Según él, el esclavo no podía asimilar las formas de vida y la concepción cultural de la sociedad dominante por falta de una educación adecuada.

Esta era otra de las razones que avalaban su propuesta sobre la instrucción del esclavo, lo que nos parece la parte más progresista y transgresora, si se quiere, de sus reformas. Pues su plan finalmente suponía mantener al esclavo como mano de obra en el futuro, lo que diferenciaba enormemente a La Sagra de la mayoría de sus contemporáneos, que abanderaban otras propuestas vinculadas al blanqueamiento de la población para finalmente lograr la desaparición del negro de la sociedad cubana por la vía del mestizaje; había incluso quien, como José Antonio Saco, proponía enviarlos de vuelta a África imitando a Estados Unidos.45

En un momento en que para los productores de azúcar se debía asegurar la entrada clandestina de africanos para seguir manteniendo el sistema, La Sagra abogaba por la abolición de la esclavitud, eso sí, de forma paulatina o gradual y apoyada en esa fase previa de preparación por medio de la instrucción del cautivo. Le preocupaba el futuro de la isla y era consciente de que la abolición inmediata supondría la ruina del dulce cubano, como había pasado en algunas colonias británicas donde los negros liberados eran reacios a continuar trabajando en aquellas actividades que les recordaban su pasado coactivo y que consideraban que los sometían, a través de contratos, a lo que consideraban una nueva forma de "servidumbre", por ello, preferían emplearse en trabajos diferentes o adquirir propiedades y dedicarlas a producir, por un lado, los bienes necesarios para su manutención y, por el otro, a abastecer el mercado de consumo interior. Precisamente esa parecía ser la razón, según el autor, de que en muchas de las colonias británicas se hubiera sufrido un descenso en la producción de azúcar y otros bienes de exportación tradicionales, acompañado de un aumento paralelo de los productos de subsistencia. En su análisis sigue presente la cuestión económica como trasfondo de su pensamiento social:

Habiendo creído reconocer graves defectos en el modo como se ha operado en otras colonias, nos parece, repetimos, un deber imprescindible el dar los oportunos avisos para evitarlos, dirijiendo la resolución teórica del problema de la libertad de los negros hacia un término diferente al que se encamina en la práctica, por juzgarlo mas conforme con las verdaderas bases morales de las sociedades humanas.46

Para evitar ese peligro potencial, La Sagra remitía a prácticas que estaban en marcha por entonces en Cuba. Entre ellas destacó en primer lugar las coartaciones, es decir, la posibilidad de los esclavos de alquilarse a jornal, lo que les permitía quedarse con una parte para ir pagando su liberación. Este era un sistema frecuente en la época, en el que no era raro que los esclavos tuvieran padrinos blancos que los ayudaran a coartarse; a veces se incluía la promesa de la manumisión en testamento.47 La Sagra propuso también la lotería, que constituía otro medio frecuentemente usado de igual modo por los esclavos para conseguir el dinero con el que manumitirse.

En el mismo sentido, mientras llegaba el fin del régimen esclavista, La Sagra recomendaba asimismo que en el campo los dueños de las dotaciones siguieran permitiendo las relaciones matrimoniales, aunque fuera con esclavos de otros ingenios, e incluso que les dejaran formar una familia y vivir en conucos o bohíos donde podrían cultivar sus propios huertos y tener animales, algo que, aunque no se daba con demasiada frecuencia en la isla, era una práctica contemplada ya en las Leyes de Indias.48 De hecho, su defensa de la creación de conucos o huertos para los esclavos en las plantaciones cubanas tendría como fin último, para el autor, la preparación del esclavo para el futuro, al tiempo que ayudaría a convertirlo en mano de obra útil y reservada a las producciones en pequeño que le interesaba fomentar para abastecer el comercio interno y asegurar productos para los mercados españoles. El esclavo instruido se alzaba así como el eslabón que permitía cerrar su propuesta sobre diversificación y pequeña propiedad.

De ese modo, en la década de 1840, La Sagra abandonaba la idea sostenida años atrás de la reproducción natural de los esclavos en los ingenios como una forma de reproducir la mano de obra coactiva y, en su lugar, señalaba los mecanismos que ayudarían a favorecer la desaparición gradual de la esclavitud. Y fue un paso más allá. Su idea de la abolición gradual estaba en relación con su plan de preparación y educación del esclavo en el sentido del trabajo y en la moralidad vigente, lo que aseguraría también su pervivencia en el futuro.

En esta suerte de sociedad futura ideada para Cuba, los colonos blancos aparecen vinculados al mundo del azúcar, mientras que a los exesclavos les ofrece toda una serie de actividades complementarias, entre ellas la cría de abejas y miel y la producción de seda, actividades para las que los recursos y el clima de Cuba resultaban más que propicios, según había comprobado La Sagra en los estudios que había llevado a cabo durante su estancia en la colonia española.

El sentido utilitarista que tiene su propuesta sobre la instrucción de los esclavos no esconde, sin embargo, la oportunidad de este tipo de medida relacionada con los cambios que el autor intuía para la economía de la isla en el futuro. El auge de las corrientes abolicionistas en las décadas centrales del siglo XIX coincidió con la generalización de nuevas formas de producción vinculadas a la manufactura, lo que abriría la puerta a la necesidad de un cambio en las relaciones de producción existentes en las zonas esclavistas. La esclavitud empezó a ser criticada de manera más fuerte con argumentos económicos, los que finalmente resultaron ser más sólidos para acabar con el sistema coercitivo. Su plan de instrucción pretendía precisamente preparar al esclavo para la emancipación y también para cubrir las necesidades productivas de la isla. En este caso, La Sagra recurría de nuevo a la realidad observada en las colonias británicas del Caribe para extraer conclusiones favorables para Cuba.49

A pesar de lo novedoso que resulta su apuesta "educativa" para la mano de obra cautiva, no sobresalen en este caso ideas revolucionarias. Antes bien, lo que regula su programa de instrucción es la moralidad y con ella los principios del orden, la obediencia, la regularidad y el trabajo, enseñanzas que resultaban prioritarias para los esclavos, y no tanto aquellas puramente formativas, como la lectura, la escritura o el cálculo, que La Sagra, en un sentido similar a lo que proponía el autor británico Joseph Lancaster, no tenía en cuenta para ellos.50 Por eso, frente a la posibilidad de organizar escuelas específicas para los esclavos, el gallego prefería su instrucción privada dentro de los ingenios y hogares de la isla.

Además, no terminó de definir un plazo concreto, ni una estrategia para llevar a cabo la instrucción de la mano de obra cautiva, ni tan siquiera se paró a establecer quién debería encargarse de esa misión, tan solo señaló a los dueños de ingenios, quienes deberían preocuparse por sus esclavos. De ese modo, su plan de instrucción resulta novedoso y atrevido si se tiene en cuenta la realidad de la mano de obra forzada en la isla; sin embargo, sobresale un La Sagra cauteloso, que se queda a medio camino con lo que se estaba planteando ya en otros contextos como, por ejemplo, Estados Unidos, donde sí se estaban organizando escuelas específicas para esclavos y población de color, como él mismo tuvo oportunidad de comprobar durante su viaje al país norteamericano.51

En última instancia, sus propuestas pretendían atajar las dificultades que se vivían en las décadas centrales del siglo para encontrar otro tipo de mano de obra que resultara tan rentable como la esclava. Lo que se había ensayado hasta el momento para sustituir al esclavo, sin elevar en demasía las inversiones en mano de obra, resultó un régimen de semiesclavitud con los nuevos grupos de trabajadores que se llevaron a la isla por entonces, entre ellos chinos e indios yucatecos.52 El propio La Sagra tuvo que intervenir en las Cortes años después (en 1854) en defensa de los colonos gallegos en Cuba que tenían que soportar un régimen de trabajo similar. Esta problemática hacía que el esclavo liberado le pareciera al autor una buena opción, eso sí, previamente reeducado en el plan propuesto.

En el trasfondo de este plan se esconde, por tanto, la preparación de la mano de obra cautiva para convertirse en el "ejército laboral de reserva" que el capitalismo demanda para abaratar salarios y con ello costes, lo que resultaba fundamental en opinión de La Sagra. En este caso, su visión del sistema, mejor dicho, su comprensión de la realidad del proceso productivo cubano es innegable. Y aquí sobresale su formación en los principios del Siglo de las Luces. La regeneración mediante el trabajo fue una idea ilustrada que habían puesto de manifiesto también otros reformadores criollos, como Félix Varela, José Antonio Saco o Betancourt Cisneros, aunque no para los esclavos.

En el pensamiento de La Sagra de la década de 1840 sobre la esclavitud, encontramos así también una suerte de reconciliación entre el cristianismo (proveedor de moralidad) y el movimiento revolucionario (no en el sentido de acabar con el orden vigente, sino en el de preconizar un cambio significativo, cualitativo, dentro del orden establecido), donde subyace una filosofía del porvenir y una búsqueda de la felicidad humana vinculada precisamente a la mejora social y a la moralidad de las clases sociales, especialmente de los pobres (y, dentro de estos, de los esclavos), a la que se llegaría a través de la educación y la instrucción, aspecto que mereció especial atención también entre los socialistas de mitad del siglo XIX. Por ello, en sus propuestas el trabajo adquiere un carácter sublime y cuasi religioso por lo que comportaría de redención y moralización. En el caso concreto de los esclavos de Cuba, resultaba fundamental la instrucción en la ética del trabajo para asegurar ese orden económico y social que tanto le importó al gallego.

Este enfoque religioso, que hasta ahora aparecía latente en el trasfondo de su pensamiento, se convirtió, a partir de mitad de la década de 1850, en el nuevo vector que dirigió sus ideas hasta el final de sus días, lo que dio un nuevo giro a la cuestión esclavista.

Palabras finales: la esclavitud se fue acomodando así a los distintos momentos

Desde la década de 1820 La Sagra está cuestionando el modelo de crecimiento en Cuba al criticar cómo está organizado el sistema de producción, alejado de la ciencia y anclado en procedimientos rudimentarios que para él irremediablemente sucumbirían si no lo hacía el propio sistema antes. Para tratar de evitarlo, dirige su plan de reformas. Sobresale en las propuestas de su primera etapa el agrónomo que reconoce que la apuesta debe hacerse de forma decidida en la fase agrícola, que es la más necesitada de mejoras y sobre la que la isla muestra más ventajas por las enormes potencialidades que ofrecen sus recursos, los cuales, con la ayuda de la técnica, podrían garantizar no solo la supervivencia, sino la mejora de la economía.

Y se "olvida" por el momento del esclavo. Sus reflexiones están guiadas únicamente por criterios económicos (ni morales ni mucho menos humanitarios), de modo que la mano de obra cautiva juega su papel en el sistema de producción cubano. Finalmente, los esclavos no suponían un problema, a tenor de las cifras de población que manejaba, y además estarían siendo bien tratados en los ingenios de la isla.

En esa primera etapa de su pensamiento, La Sagra propone además un refuerzo de los lazos coloniales a través de la pequeña propiedad, al sugerir que la diversificación agrícola debía ir acompañada de un régimen de colonato cubierto con inmigrantes procedentes de la península que ocuparían las tierras que aún no habían entrado en la órbita de las grandes haciendas azucareras o incluso aquellas que, estándolo, seguían siendo susceptibles de constituir células "independientes" que compensasen el crecimiento del monopolio económico del azúcar.

Pero este pensamiento colonialista, que empieza a perfilarse desde los primeros años que permanece en la isla y que es propio de quien en definitiva fue un foráneo, un técnico al servicio de los intereses de España, está revestido de unos matices y de una preocupación por la colonia y por su población que llevan a La Sagra a pensar más en el futuro de su sistema económico que en la rentabilidad presente. Se destaca así su instinto previsor, que aparecerá siempre en sus propuestas, quizá también porque no era dueño de ingenios, de modo que no veía del mismo modo las implicaciones de sus propuestas económicas y sociales, aunque su sueldo saliera en gran parte de las cajas de la colonia que dependían, en buena medida, de la industria del dulce.

Así, aunque en el sentido económico La Sagra sea un liberal, la definición de rentabilidad que maneja nos parece diferente a la de otros economistas liberales contemporáneos, pues no se basó tanto en el aumento de los beneficios en sí, dejando de lado, por tanto, el resto de variables (lo que lo acercaría a la mayoría de productores y hacendados), sino en la "explotación racional" de las riquezas de la isla, aprovechando y desarrollando todos sus recursos al máximo, no solo los agrícolas y ganaderos, cuya ventaja para él era evidente, sino también aquellos otros de los que ofrecía igual potencial para fundamentar el desarrollo de las industrias menores y de aquellas complementarias del azúcar.

La separación de los sectores agrícola y fabril con base en el fomento de la pequeña propiedad y la diversificación fueron los cimientos sobre los que se asentaron sus apuestas para apuntalar la agricultura en esta primera etapa de su pensamiento sobre Cuba. Y para asegurarlos, la mano de obra exigía también cambios importantes que se dirigieron, en un primer momento, a incentivar la llegada de colonos blancos para que aplicasen los adelantos tecnológicos en el campo, actividad para la que estarían, según su entender, capacitados. De ese modo, desde el punto de vista social, La Sagra defendió a mitad del siglo XIX la formación de una clase media agrícola y en menor medida industrial, formada por inmigrantes españoles y sus descendientes.

Después de abandonar la isla, y ya en Europa, perfiló su pensamiento social y, dentro de él, se ocupó de la situación de la mano de obra cautiva. Se trata de una nueva etapa de autorrevisión, en la que abogó por el fin de la esclavitud para, en sus palabras, "reorganizar la propiedad rural sobre la base sólida del valor del territorio y no sobre la precaria de los brazos que la cultivan".53 De este modo, su plan para instruir a los esclavos en el sentido del trabajo tenía como fin último asegurarles un lugar en la nueva sociedad nacida tras la abolición de la esclavitud, lo que suponía mantenerlos para trabajar en los nuevos cultivos que surgirían de su plan de diversificación de la agricultura, algo que pocos en ese momento en Cuba estaban dispuestos a apoyar.

¿Qué había pasado entonces para que el esclavo llegase a ser una parte central de su plan de reformas para Cuba? Es verdad que, lejos de la isla, La Sagra se vio libre de las ataduras que lo unían a aquellos que seguían sosteniendo la entrada de esclavitud clandestina, entre ellos el intendente de Hacienda, Claudio Martínez de Pinillos. También que los cambios que se estaban produciendo en el sistema recomendaban buscar alternativas al esclavo. Pero tuvo mayor peso, en ese sentido, la influencia de las nuevas corrientes filosóficas en boga en Europa, entre ellas, el socialismo, y la propia observación que el autor hizo de la situación de los grupos populares, ambos aspectos hicieron que se fijara en la realidad que vivían los esclavos y evaluar la cuestión desde un punto de vista moral. Así lo reconoció un amigo de La Sagra, el economista y político francés, Alban de Villeneuve Bargemont: "En su juventud creyó su vocación decidida por las ciencias naturales, pero más tarde, el espectáculo de la miseria que vio en España en 1838, le hizo entrar, como él mismo dice, en la vía de los sentimientos filantrópicos".54 El esclavo no solo entró de lleno en sus planes en los años cuarenta, sino que se convirtió en el eslabón principal de su cadena de reformas.

No obstante, a pesar de lo progresistas que puedan resultar estas propuestas para la época, no deben buscarse en el pensamiento del gallego de esta segunda etapa ideas revolucionarias o democráticas, basadas en la igualdad de todas las clases sociales o en la socialización de los medios de producción. En todo momento se advierte un marcado discurso de clase que, aunque se suavizó a finales de la década de 1840, lo acompañó siempre. Si bien La Sagra denunció las desigualdades sociales que provocaba el capitalismo, sin embargo, no cuestionó la desigualdad natural, antes bien, suscribía la sociedad de clases tal y como la conocía y lo que finalmente defendió fue una mejor distribución de la riqueza, idea que lo acerca más al paternalismo de corte burgués. No aparece en ninguno de sus escritos una defensa de los ideales democráticos; de hecho, le asustaba que los grupos populares pudieran entrar a decidir sobre la marcha del Estado. Como nos recuerda Jordi Maluquer de Motes, a partir de 1843, La Sagra se declaró en contra de los ideales democráticos que llevaban a la anarquía y el caos. Lo más que llegó a proponer, de acuerdo también con este autor, fue la abolición de la propiedad de la tierra (que sugiere una socialización a la manera del Barón de Colins), que debería revertir al Estado para que fuera este quien se encargara de dividirla en pequeños lotes y repartirla a los individuos para hacer efectivo su derecho al trabajo, gracias a la cesión del derecho de explotación.55 Además, La Sagra le concedió un papel muy importante a la moral tradicional como fuente de orden, lo que hizo que todo su plan de reformas estuviera siempre propuesto desde arriba. Eran los grupos intelectuales más preparados, junto con el Estado, los que tendrían un papel preponderante, los que deberían encargarse de llevarlo a cabo. Y fue en este planteamiento, precisamente, donde encontró los mayores problemas para que sus propuestas fueran tenidas en cuenta en Cuba.

La Sagra nos ofrece así su visión armónica y jerarquizada de la sociedad, del orden social, basado en la previsión y en el mantenimiento del propio orden. Su crítica del sistema productivo desentraña en un segundo momento las implicaciones del régimen esclavista y de la existencia de esclavos en la sociedad cubana (adelantándose al futuro incluso), pero su solución se nos antoja utópica y, a pesar de lo novedosa y adelantada que pueda resultar la instrucción y preservación del emancipado, sobresalen en ella al menos dos obstáculos insalvables: 1) por una parte, en el supuesto caso de que se hubiera dotado a la isla de colonos blancos en la cantidad que La Sagra y otros contemporáneos recomendaban, ¿quién hubiera podido asegurar que se hubieran mostrado dispuestos a realizar los trabajos que el gallego proponía, en lugar de dedicarse en exclusividad a la producción mucho más rentable de caña? Recordemos que la producción de dulce cubano alcanzó máximos en la década de 1840, a pesar de la competencia del azúcar de remolacha en Europa;56 2) por otra parte, ¿cómo se convencería a los dueños de esclavos (concentrados en aumentar sus beneficios) de que debían invertir en la instrucción y preparación de sus dotaciones para el futuro, sobre todo cuando aún podían abastecerse de africanos en el mercado clandestino con relativa facilidad?

Desengañado por el giro radical que tomaron los acontecimientos en Europa después de las revoluciones de 1848, y espantado por el avance de los ideales democráticos, La Sagra sufrió una nueva evolución en su pensamiento, una involución para ser más exactos, especialmente visible a partir de mitad de la década de 1850, y se refugió en una especie de integrismo religioso de base católica que lo llevó a revisar de nuevo sus ideas y a desdecirse de algunas de las propuestas de las etapas anteriores, en especial de aquellas referidas a la situación de los esclavos y a la abolición. Convencido por entonces de que la desaparición de la esclavitud llegaría de forma natural gracias a los mecanismos legales sobre emancipación que se iban aprobando y sobre todo al cese de la trata clandestina, en los últimos años de su vida el esclavo pasó a ser visto como un instrumento de redención, que le serviría a su dueño para expiar sus pecados en la tierra, gracias al buen trato que le diera, mientras el propio esclavo iría ganándose también en la tierra la promesa de una vida de recompensa eterna, gracias al sufrimiento y la sumisión.

Reflexionando sobre esto, es fácil convencerse de que la misión de las razas privilegiadas sobre las inferiores, no se ha comprendido bien todavía y de consiguiente tampoco la del amo cristiano e ilustrado sobre el siervo ignorante y embrutecido [...] Si esta elevada y santa misión fuese comprendida y bien desempeñada, la esclavitud de la raza africana cesaría de ser lo que es; pasaría a la categoría de tránsito social, como el que ha experimentado la humanidad en otras razas; y, bajo este aspecto, podría ser hasta justificada. Las expiaciones colectivas tienen razón de ser, lo mismo que las expiaciones individuales; pero ellas determinan la misión necesaria de la caridad para obtener la redención.57

La esclavitud se acomodaba así a esta nueva y última etapa de su pensamiento como lo había hecho en las dos anteriores.


Notas

1 Ver, entre otros: Manuel Núñez de Arenas, Don Ramón de la Sagra, reformador social (Nueva York: Tours / Imp. E. Arrault et Cie., 1924); Emilio González López, Un gran solitario: D. Ramón de la Sagra, naturalista, historiador, sociólogo y economista (La Coruña: Caixa Galicia, 1983); Amparo Sánchez Cobos, Colonialismo y esclavitud según un reformista español. Cuba en Ramón de la Sagra (Cádiz: Ayuntamiento de Cádiz, 2016).
2 Una buena interpretación del enfrentamiento entre los dos autores y de la repercusión que este tuvo en la visión sobre La Sagra que trascendió a partir de entonces se encuentra en: Paul Estrade, "Ramón de la Sagra frente a la sociedad criolla. Saquete versus Sagrita", Ramón de la Sagra y Cuba. Actas del Congreso celebrado en París, 1992, vol. I, eds. Ascensión Cambrón, Paul Estrade y Marie C. Lecuyer (A Coruña: Edicios do Castro, 1993) 181-199. Más sobre esta cuestión, en José Mª Aguilera Manzano, La formación de la identidad cubana: el debate Saco-La Sagra (Sevilla: csic, 2005).
3 Sobre las distintas interpretaciones que se han hecho de La Sagra y su pensamiento sobre Cuba: Paul Estrade, "Introducción. Una figura compleja y controvertida", Ramón de la Sagra y Cuba. Actas del Congreso celebrado en París, 1992, vol. I, eds. Ascensión Cambrón, Paul Estrade y Marie C. Lecuyer (A Coruña: Edicios do Castro, 1993) 11.
4 Heinrich Friedlaender, Historia económica de Cuba (La Habana: Ciencias Sociales, 1987) 185. Friedlaender publicó sus apreciaciones sobre La Sagra en el año 1940, influenciado por el cubano Emilio Roig de Leuchsenring, quien en esos momentos estaba utilizando las diatribas que un siglo antes había lanzado José Antonio Saco contra La Sagra para descalificar también al gallego en distintos escritos. De modo que la interpetación del autor germanoestadounidense se puede juzgar como tendenciosa (intencionadamente o no), ya que no solo reproducía ideas de otros, sino también porque utilizó las obras de La Sagra de los años sesenta para asociarlo a los tratistas y esclavitas pasando por alto sus textos anteriores en los que hablaba de abolición.
5 Eduardo Torres Cuevas, La polémica de la esclavitud. José Antonio Saco (La Habana: Ciencias Sociales, 1984) 61-65. Este autor inserta sus comentarios sobre La Sagra en la polémica que mantuvo con Saco, a propósito de su juicio crítico sobre las poesías del poeta cubano José Mª Heredia a finales de la década de 1820, de modo que se trata, al igual que la de Friedlaender, de una apreciación general basada en una etapa concreta de la obra de La Sagra.
6 Carmen Almodóvar Muñoz, "Ramón de la Sagra: sus concepciones económico-sociales, representativas de la ideología colonialista moderna", Antología crítica de la historiografía cubana (época colonial), comp. Carmen Almodóvar Muñoz (La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1986) 247-274.
7 Miguel Ángel Puig-Samper y Mercedes Valero, Historia del Jardín Botánico de La Habana (Aranjuez: Doce Calles, 2000).
8 Otras propuestas en ese sentido, en: Consuelo Naranjo y Mercedes Valero, "Trabajo libre y diversificación agrícola en Cuba: una alternativa a la plantación (1815-1840)", Anuario de Estudios Americanos LI.2 (1994): 113-133.
9 Ramón de la Sagra, Estudios coloniales con aplicación a la Isla de Cuba. De los efectos de la supresión en el tráfico negrero (Madrid: Imprenta de D. Dionisio Hidalgo, 1845) 21-22.
10 Daylet Domínguez, "Alexander Von Humboldt y Ramón de la Sagra: navegación y viaje al interior en la invención de Cuba en el siglo XIX ", Hispanic Review 83.2 (2015): 143-164.
11 David MacKay, "Agents of Empire: The Banksian Collectors and Evaluation of New Lands", Visions of Empire. Voyages, Botany, and Representations of Nature, eds. David Philip Miller y Peter Hanns Reill (Cambridge: Cambridge University Press, 1996) 38-57.
12 Así se ha definido la relación colonia-metrópoli para los siglos XVIII y XIX. Londa Schiebinger, Plants and Empire. Colonial Bioprospecting in the Atlantic World (Cambridge & London: Harvard University Press, 2004).
13 El término sacarocracia se lo debemos a Moreno Fraginals, quien lo utilizó en sus obras para definir a la rica burguesía cubana del siglo XIX, que acumuló su riqueza gracias a la producción de azúcar o sacarosa.
14 Moreno Fraginals los divide entre aquellos criollos que añorarían el predominio ostentado en las décadas anteriores, que eran vistas como una etapa de estabilidad, y los que a partir de entonces abogaban por el liberalismo y por reforzar los lazos coloniales a través de nuevas autoridades, que a partir de las independencias de América ostentarían poderes omnímodos, cuyo máximo representante sería el capitán general entre 1834 y 1838, Miguel Tacón y Rosique. Manuel Moreno Fraginals, Cuba/España, España/Cuba. Historia común (Barcelona: Crítica, 1995) 191-193. La explicación de esta división obviamente es mucho más compleja, pero se escapa a los objetivos de este trabajo. Para ampliar la cuestión: Dominique Gonçalves, Le planteur et le roi. L'aristocratie havanaise et la couronne d'Espagne (1763-1838) (Madrid: Casa de Velázquez, 2008) 325-370.
15 Descubierta la trama, la conspiración acabó con el encarcelamiento y destierro de los comprometidos del levantamiento, entre ellos, el poeta cubano José Ma Heredia. Roque E. Garrigó, Historia documentada de la conspiración de los rayos y los soles de Bolívar, t. II (La Habana: Imprenta el Siglo XX, 1927).
16 José Antonio Piqueras, Félix Varela o la prosperidad de la patria criolla (Madrid & Aranjuez: Fundación Maphre / Ediciones Doce Calles, 2007) 87.
17 "Discurso leído en la apertura de la Cátedra de Botánica-agrícola, por su profesor D. Ramón de la Sagra, en la tarde del 10 de octubre de 1824", Memoriasde la Sociedad Económica de La Habana 8 (1824): 779-792. Citado en Puig-Samper y Valero 121.
18 Ramón de la Sagra, Historia física, política y natural de la Isla de Cuba (París: Librería de Arthus Bertrand, 1842) LXXVII-LXXVIII.
19 Sagra, Historia física, política y natural 242. Destacado en el original.
20 Joaquín de Ozés y Alzúa, "Fomento de la agricultura e industria de la parte oriental de la isla de Cuba. Informe presentado a S. M. por el ilmo. Sr. Dr. D. Joaquín Ozés y Alzúa, primer Arzobispo de Santiago de Cuba, en 30 de noviembre de 1794", Memorias de la Sociedad Económica (1880). Citado en Friedlaender 138 y 210.
21 Justo en los años en que se plantea este enfrentamiento entre las dos zonas comienza el auge cafetalero en la isla, lo que condicionaría las posturas de los representantes de la zona oriental. Más sobre esta cuestión en: Antonio Santamaría y Sigrido Vázquez Cienfuegos, "El Discurso de Arango en su contexto histórico: un proyecto económico para Cuba o la redefinición de su equilibrio de poderes y relación colonial desde una praxis competitiva, 1790-1820", Los tiempos de Espada: Vitoria y La Habana en la era de las revoluciones atlánticas, ed. Juan B. Amores (Bilbao: upv, 2014) 253-294. Una visión general sobre la época y las propuestas de Arango y sus contemporáneos, en: Francisco Arango y la invención de la Cuba azucarera, coords. Mª Dolores González-Ripoll e Izaskun Álvarez Cuartero (Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 2009).
22 Estas dos tendencias han llevado a los historiadores a hablar de la Cuba grande y la Cuba pequeña, si seguimos la división que hizo Friedlaender en su Historia económica de Cuba; o de la Cuba A y la Cuba B, según lo diferenció Juan Pérez de la Riva en: La conquista del espacio cubano (La Habana: Fundación Fernando Ortíz, 2004) 189-206.
23 No solo no se acabó con el comercio de esclavos a partir de la entrada en vigor del tratado que España firmó con Inglaterra en 1817, sino que continuó de manera clandestina y fue especialmente alto durante las décadas centrales del siglo. Según Arthur F. Corwin, entre los años 1827 y 1841 entraron en Cuba 120.498 esclavos, y de 1841 a 1846 la suma ascendió a 98.450. Arthur F. Corwin, Spain and the Abolition of Slavery in Cuba, 1817-1886 (Austin & London: University of Texas Press, 1967) 80. Aunque no existen cifras exactas, la entrada ilegal de esclavos que por esas fechas reconocían las autoridades españolas en la isla no era muy diferente: entre 1829 y 1837 contaban 121.920 esclavos, y desde 1838 hasta 1853, con 99.239. Friedlaender 184.
24 Antonio Santamaría y Alejandro García, Economía y Colonia. La economía cubana y la relación con España, 1865-1902 (Madrid: csic, 2004).
25 El término segunda esclavitud ha sido acuñado por el historiador norteamericano Dale Tomich en: Through the Prism of Slavery: Labor, Capital, and World Economy (Lanham-Boulder-New York-Toronto-Oxford: Rowman & Littlefield, 2004) 56-74.
26 "Carta a Tomás Gener de Ramón de la Sagra", La Habana, abr. 13, 1828. Biblioteca Nacional José Martí (BNJM), La Habana, Colección Manuscritos, Gener B, núm, 15.
27 Ver las distintas propuestas de los reformistas criollos para mejorar la economía cubana y lograr con ello el progreso de la isla en: Karim Ghorbal, Réformisme et esclavage à Cuba (1835-1845) (París: Publibook, 2009).
28 Sagra, Estudios 85-87. Diferentes ingenios en Cuba estaban utilizando ya en la década de 1840 evaporadores de la marca Derosne y Cail. Luis Miguel García Mora y Antonio Santamaría, "Donde cristaliza la esperanza. Lectura de Los ingenios", Los ingenios. Colección de vistas de los principales ingenios de azúcar de la isla de Cuba, eds. Luis Miguel García Mora y Antonio Santamaría (Madrid & Aranjuez: CSIC / Doce Calles, 2006) 43.
29 Nadia Fernández de Pinedo, "Comparación entre dos islas azucareras en el siglo XIX : Java y Cuba", Working Paper 04 (Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 2005) 1-21.
30 Estas ideas en: Sagra, Historia física, política y natural 231-233. Un buen estudio sobre la cuestión agraria y los cambios en el régimen de propiedad en Cuba, en: Imilcy Balboa, De los dominios del rey al imperio de la propiedad privada. Estructura y tenencia de la tierra en Cuba (siglos XVI-XIX) (Madrid: csic, 2013).
31 Desde la revolución de Haití, muchos en la isla veían un peligro en el incremento de la población esclava. Mª Dolores González-Ripoll et al. El rumor de Haití en Cuba: temor, raza y rebeldía, 1789-1844 (Madrid: csic, 2004).
32 Las cifras absolutas que maneja La Sagra muestran más claramente la escasez demográfica en la isla. En el censo de 1792 se contabilizaba una población total de 272 301 habitantes, de los cuales 133 559 era población blanca, 54 152 libre de color y 84 590 esclavos. Las cifras correspondientes al censo de 1817 son: 553 033 de población total en la isla, de los cuales 239 830 correspondían al primer grupo, 114 058 al segundo y 199 145 al tercero. Para el censo de 1827 las cifras son (en el mismo orden): 704 487, 311 051, 106 494 y 286 942. Sagra, Historia económico-política y estadística de la isla de Cuba 7.
33 Se nota también influencia de esta obra en la lectura que hace La Sagra sobre el mito de la naturaleza americana abundante y fértil, fuente de riqueza y provenir. Alexander Von Humboldt, Political Essay on the Island of Cuba. A Critical Edition (Chicago: The University of Chicago, 2011). Humboldt dio poca importancia a la esclavitud en sus obras de comienzos del siglo XIX, pues, como era habitual entre los intelectuales de esa época, los intereses estaban puestos en los aspectos técnicos. Sin embargo, a partir de 1826, cuando publicó su ensayo sobre Cuba, sí entró de lleno a criticar la esclavitud y el proyecto de grandes ingenios en la isla. Ver esta evolución en el autor alemán, en: Michael Zeuske, "Cuba, la esclavitud atlántica y Alexander von Humboldt", La excepción americana: Cuba en el ocaso del imperio colonial, eds. José A. Piqueras e Imilcy Balboa (Valencia: Fundación Instituto de Historia Social, 2006) 21-35. Para la idea sobre el buen trato dado al esclavo en los ingenios cubanos, ver: José Antonio Piqueras, "La misión de Guarico y el nacimiento del buen esclavista cubano", El Caribe hispano de los siglos XIX y XX. Viajeros y testimonios, ed. Josef Opatrný (Praga: Ed. Karolinum, 2010) 139-156.
34 Sagra, Historia económico-política 17. El término "dotaciones" era utilizado en la época para referirse al conjunto de esclavos de un ingenio o plantación.
35 Sagra, Estudios 86.
36 Ramón de la Sagra, "Observaciones sobre los progresos de la población, agricultura y comercio de Matanzas", Anales de Ciencias, Agricultura, Comercio y Artes (1827): 148.
37 Naranjo y Valero 113-133.
38 Ascensión Cambrón Infante, El socialismo racional de Ramón de la Sagra (A Coruña: Diputación Provincial, 1989).
39 Otros autores cubanos sufrieron una evolución similar en sus ideas sobre la esclavitud a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. En ellos influyó el hecho de que en la década de 1840, incluso algo antes, la competencia internacional y el encarecimiento de los esclavos, así como unas medidas que frenaron la trata algunos años, parecían de- jar claro que la esclavitud podría mantenerse, pero en un plazo medio de tiempo desaparecería y era necesario prepararse para ello con los recursos disponibles entonces, básicamente tecnológicos. Francisco Arango y Parreño, por ejemplo, pasó de fomentar la esclavitud entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX para consolidar así la producción azucarera cubana, a abogar por la abolición de la trata en las décadas de 1830-1840 para apoyar sus ideas sobre blanqueamiento. José Gomariz, "Francisco Arango y Parreño: el discurso esclavista de la ilustración cubana", Cuban Studies 35 (2004): 45-61. Aunque esta realidad no fue ajena tampoco a La Sagra, sin embargo, creemos que el contexto europeo debió jugar un papel más importante en la evolución de sus ideas sobre la esclavitud.
40 Aunque es verdad que no era el único, sí que resultaba el más eficaz. Existían otros mecanismos de compensación que les permitían a los productores abaratar los costes de producción; algunos que dependían directamente de ellos, como la rebaja en la manutención y alojamiento de las dotaciones o el aumento de la jornada laboral, y otros eran externos, como la construcción del ferrocarril, que se llevó a cabo a partir del año 1837 y que unió los ingenios y haciendas azucareras con los puertos de exportación, lo que abarató los costes de transporte, o las aplicaciones técnicas y tecnológicas al proceso de elaboración del dulce. Sobre estos mecanismos, ver: Óscar Zanetti y Alejandro García, Caminos para el azúcar (La Habana: Ciencias Sociales, 1987) y Fe Iglesias García, Del ingenio al central (San Juan de Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1998).
41 Sagra, Historia física, política y natural 249.
42 La discusión sobre si el esclavo estaba capacitado o no para manejar la maquinaria y las nuevas tecnologías se inicia precisamente en las décadas centrales del siglo XIX en la isla, cuando empieza a cambiar la situación dentro de los ingenios y fincas de labor, debido a la innovación técnica y sus aplicaciones. Moreno Fraginals es el primero que lo analiza en Cuba/España, España/Cuba: 228-230 y El Ingenio, t. I, 216-220 y t. III, 16. Otros cubanos, entre ellos Raúl Cepero Bonilla, Azúcar y abolición (Barcelona: Crítica, 1977) y Fe Iglesias García, reprodujeron también la tesis de Moreno sobre la incompatibilidad del esclavo con la mecanización de los ingenios. Por su parte, Rebecca J. Scott, Slave Emancipation in Cuba: the Transition to Free Labor, 1860-1899 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1985), en su análisis regional de la industria azucarera tras la abolición de la esclavitud, destacó la acción personal de los esclavos como elemento decisivo para la supresión del sistema y confirmó que muchos exdueños de esclavos siguieron manteniéndolos para el trabajo en sus ingenios tras la emancipación. Un análisis reciente de la cuestión, en: José Antonio Piqueras, "Introducción", Azúcar y esclavitud en el final del trabajo forzado, comp. José Antonio Piqueras (Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2002) 17-29, donde el autor sitúa el nacimiento de este debate precisamente en las décadas de 1830-1840, con las opiniones de hombres como el español Ramón de la Sagra y el cubano José Antonio Saco, entre otros.
43 Sagra, Estudios 15.
44 José Luís Peset, Ciencia y marginación. Sobre negros, locos y criminales (Madrid: Crítica, 1983). Un buen estudio sobre esta cuestión en la isla, en: Consuelo Naranjo y Armando García, Racismo e inmigración en Cuba en el siglo XIX (Aranjuez: Doce Calles, 1996).
45 La comparación entre las ideas de Saco y La Sagra sobre la esclavitud en Cuba, en: Amparo Sánchez Cobos, "Saco, Sagra y la esclavitud en Cuba. La abolición en perspectiva comparada", Plantación, espacios agrarios y paisaje social en la Cuba colonial, ed. José Antonio Piqueras (Castellón: Publicacions de la Universitat Jaume I, 2016).
46 Sagra, Estudios 21.
47 Claudia Varella, "Esclavos a sueldo: la coartación cubana en el siglo XIX ", tesis de doctorado en Historia (Castellón: Universitat Jaume I, 2010).
48 José Antonio Piqueras e Imilcy Balboa, "Esclavos dueños de su trabajo, campesinos sin campo. El conuco en el ingenio azucarero cubano", 54 International Congress of Americanists, Viena, 2012. Agradezco a los autores la consulta del original.
49 Sagra, Estudios 26-27.
50 Joseph Lancaster, Improvements in Education. As It Respects the Industrious Classes of the Community: Containing a Short Account of its Present State, Hints towards its Improvement, and a Detail of some Practical Experiments Conducive to that End (London: Darton and Harvey, 1803).
51 Ramón de la Sagra, Cinco meses en Estados Unidos de la América del Norte. Diario de viaje (París: Imp. Pablo Renouard, 1836) 24.
52 En el sistema capitalista, para abaratar los costes de producción, entre otras medidas, se requiere mano de obra abundante, esta es una máxima comúnmente aceptada. La Sagra se refiere en su obra de 1861 a lo elevado de los salarios que hasta entonces cobraban los pocos jornaleros en Cuba (ver página 63). Las dificultades para atraer colonos a la isla que resultaran igual de rentables que la mano de obra cautiva, en: Imilcy Balboa, "Brazos para el azúcar. Reformas, centralización e inmigración. Cuba 1820-1886", Azúcar y esclavitud en el final del trabajo forzado, comp. José Antonio Piqueras (Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2002) 50-75.
53 Sagra, Estudios 22.
54 Alban de Villenueve Bargemont, Noticia sobre el estado actual de la economía política en España y sobre los trabajos de don Ramón de la Sagra (Madrid: Imprenta del Colegio Nacional de Sordomudos, 1844) 16. Destacado en el original.
55 Según Jordi Maluquer de Motes, el pensamiento económico de La Sagra se basó en la escuela conservadora "social" francesa y en la economía política inglesa. En las décadas de 1830 y 1840, se destacó su defensa de la propiedad, de la libre competencia, de la participación en los beneficios y en la regulación de las relaciones laborales por el Estado. Más adelante, en los años finales de la década de 1840, propuso la abolición de la propiedad privada de la tierra, no de su uso, como un contrapunto a la idea burguesa de propiedad. Jordi Maluquer de Motes, El socialismo en España, 1833-1868 (Barcelona: Crítica, 1977) 201-235. No obstante, en poco tiempo se desdijo de esta idea también, justo cuando su pensamiento se tornó más conservador por el giro que desde mitad de la década de 1850 dio hacia el integrismo católico y ultramontano.
56 Según Moreno Fraginals, la producción de azúcar cubano para el año 1840 fue de 161 248 toneladas métricas, es decir, el 19,64% del total de azúcar mundial, mientras de remolacha se produjo solamente 48 177 tm, lo que equivalía al 5,87%. Moreno Fraginals, El ingenio, vol. III, 36.
57 Ramón de la Sagra, Historia física, económico-política, intelectual y moral de la isla de Cuba (París: Imp. de Simón Raçon y Comp., 1861) 237-238. Destacado en el original.


Obras citadas

I. Fuentes primarias

Archivos

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Documentos impresos y manuscritos

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