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vol.44 issue1Katherine Giselle Mora Pacheco. Prácticas agropecuarias coloniales y degradación del suelo en el valle de Saquencipá, Provincia de Tunja, siglos XVI y XVII. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2015. 173 páginasNatalia Silva Prada. "Los reinos de las Indias" y el lenguaje de denuncia política en el mundo atlántico (s. XVI-XVIII). Charleston: Create Space / Amazon Company, 2014. 248 páginas author indexsubject indexarticles search
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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.44 no.1 Bogotá Jan./June 2017

https://doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61234 

DOI: http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61234

Mauricio Umaña Blanche y Luis Fernando Osorio Umaña. La historia de una familia. Los descendientes de la línea de Juan de Umaña desde 1691. Bogotá: Editorial Maremágnum, 2014. 394 páginas.

Las genealogías no parecen ser el plato fuerte de la historiografía académica universitaria en nuestro país y tal vez, puede decirse, de la academia en general. Es probable que la idea, cierta muchas veces, de que una carga subjetiva o un interés aristocratizante se cierne sobre los empeños en ese campo previene al académico historiador (tan "prevenido" en este punto) sobre la "pureza" positiva (o positivista) de estas investigaciones. Con esta salvedad insoslayable quiero señalar que el reciente producto de Osorio y Umaña provee a los profesionales de la historia en Colombia una veta estupenda de información, sugestiones y sendas de indagación en un recorrido de cuatro siglos en los que, me permito observar, lo más suculento, para mi gusto, son los siglos XVIII y XIX y la primera mitad del XX. Este periodo es en principio lo que la historia es propiamente, pues lo demás resulta actualidad presentista que se nos escapa de las manos en el torrente azaroso del flujo de la propia vida.

Los Umaña son protagonistas de la historia nacional, no tanto como políticos ni como militares (aunque algunos pocos hay de esa índole), sino preferentemente como detentadores de riqueza (en un país caracterizado por su pobreza económica paradigmática); gente de negocios pero raizales, con lo que quiero decir exactamente: ligados a la tierra. Son sus emblemáticos representantes hombres del común con vidas comunes, simples, pero adinerados; pacíficos hacendados, cristianos pueblerinos, cuyo capital les permitía, sin duda, lujos a los que el campesino bajo su égida no podía acceder, pero que en general fungían como gente sencilla, honesta y laboriosa. La región de su trasiego vital es el centro del país, esa tajada que se extiende de Santander al Huila, pero que se afinca sobretodo en el altiplano cundiboyacense y más focalmente en el entorno de la capital, en la región del Tequendama. "Los Umaña del Tequendama" se los apodó epónimamente en los círculos sociales de la Bogotá "centenarista" (es decir, alrededor de 1919). Si la obra que reseñamos se quedara en esta caracterización, siendo interesante, no trascendería verdaderamente hacia las búsquedas típicas del historiador, los puntos a donde este gusta enfocar, atisbar y escudriñar. Lo que hace al texto valioso es la forma como las exposiciones sobre los Umaña abre puertas y ventanas a temas, subtemas, capítulos y apartes inescapables de la historia nacional.

Así, un Umaña (Enrique Umaña Barragán) es amigo y colaborador (cómplice, para la Corona) de la Conspiración de los Pasquines, la cual resulta tanto para Antonio Nariño como para Umaña Barragán en la prisión de Cádiz. Luego, de modo singular, tras esta hora oscura, Umaña acaba graduado de abogado con el beneplácito del rey. Aparece enseguida (rara combinación) como geólogo y mineralogista, miembro de la Expedición Botánica, miembro de la Sociedad de Ciencias, Bellas Letras y Artes de la ciudad de Burdeos en Francia, reconocido científico en otras academias europeas y, llegado al país tras el Grito de Independencia, figura como redactor de la Constitución de Cundinamarca. Masón forjado probablemente en Europa, funda entre nosotros la Logia Libertad de Colombia o Fraternidad Bogotana, que tiene a Francisco de Paula Santander como su más "venerable" componente. Pero en 1828, en la noche aciaga de Simón Bolívar contra Santander, no aparece Umaña como santanderista, sino del lado de Bolívar. En 1833 Enrique Umaña fue candidato a la presidencia de Colombia. Este personaje, con tamañas credenciales, tiene escasa, por no decir mínima, figuración en los textos de historia colombiana. Digamos que para la mayoría constituye una revelación.

El abuelo de Enrique Umaña, don Juan Agustín Umaña Gutiérrez, amasó el capital fundamental en tenencia de tierras, que luego sustentaría la prestancia de los Umaña en el centro del país (las haciendas de Cortés [Bojacá] y Tequendama [Soacha y vecindades]). Su hijo, Ignacio Umaña Sanabria (el padre de Enrique, el científico), es vocal de la Junta Suprema en 1810 y encargado de conducir preso (constreñido en su libertad, para ser más justos) al virrey Amar y Borbón. Los Umaña del siglo XIX, los "Umaña del Tequendama", son representantes a la Asamblea y a la Cámara por Soacha y ya sus ancestros habían sido alcaldes, corregidores, Justicia mayor y otros oficios políticos en Santa Fe, Tunja y San Gil.

A fines del siglo XIX y principios del xx, los Umaña son cofundadores del Gun Club, el Jockey Club, el Country Club. Introducen por esta época deportes como el tenis, el polo, el golf (anticipándose a los Samper, como algunos han mencionado a este respecto); organizaron los primeros torneos de estos deportes de élite y compitieron en ellos. En el campo de la economía, Eusebio Umaña Manzaneque, hijo de "El doctor" Enrique Umaña Barragán, coorganiza la Compañía Nacional del Ferrocarril del Norte en 1874. Enrique Umaña Santamaría, hijo de Umaña Manzaneque, en 1895, cofunda la Compañía del Ferrocarril del Sur (Bogotá-Sibaté y Bogotá-Tocaima-Girardot). En el temprano siglo XIX, en la joven república, un Umaña había emprendido la construcción de la vía carreteable Bogotá-Soacha y, en tiempos de Bolívar, José Ignacio Umaña Barragán, hermano de Enrique, fue encargado por el Libertador de abrir el camino Bogotá-Neiva a cambio de baldíos. El terreno de El Charquito, por dar otro ejemplo, donde en 1898 los Samper Brush establecieron la primera compañía de electricidad de Bogotá, era parte de la hacienda Tequendama, que Raimundo Umaña Santamaría cedió a los Samper.

Para la historia de la cultura, siempre tan necesitada, en la genealogía de los Umaña hay perlas (y perlitas), como referencias (p. 27) a las agendas de los eventos festivos populares que incluían entonces, por ejemplo, comedias (el presidente Marroquín se ocupaba en ellas un siglo y medio después, mientras se perdía Panamá), marchas de infantería (con fanfarrias, como se estilaban en la posindependencia, posbolivariana), corridas de toros (¿alguien ha oído hablar de ellas en nuestros días?), paseos a caballo (¿no están hechas de ellas todavía las ferias de nuestros pueblos a lo largo y ancho de la actual geografía del país?). Lo que da su nombre al parque Santander de Bogotá (carrera 7 con calle 16) es que allí Santander tuvo su casa, en lo que se conocía en el siglo XVIII como plaza de las Yerbas o el Humilladero, pues un pequeño santuario engrutado la presidía desde el siglo XVI frente a la iglesia de La Tercera. Y la casa de Santander fue originalmente la casa de Ignacio Umaña Sanabria. En la casa de Manuel Umaña Manzaneque, en la calle Florián (carrera 8 con calles 13 y 14), funcionaba bajo estricto arriendo la famosa tienda de don Antonio Samper Agudelo: Almacenes El Gallo, donde laboraban como aconductados tenderos los hijos de don Antonio: Silvestre y Antonio Samper Uribe, así como Rafael Arciniegas, el padre de nuestro recordado Germán Arciniegas. Recuérdese que don Pedro A. López, el padre de López Pumarejo, fue en el siglo XIX dependiente de la Casa Samper en Honda. Miguel y Antonio Samper Agudelo se aplicaban entonces al comercio exterior del tabaco en Ambalema y Honda. Otra casa, en fin, de Umaña Manzaneque (el hombre más rico del centro del país en la segunda mitad del siglo XIX ), la antigua Casa de la Aduana, que Manzaneque había comprado, situada en el costado sur oriental de la plaza de Bolívar, acabó siendo después de 1948 el actual Palacio Arzobispal, por donación de una heredera de Umaña Manzaneque.

La historia de la filantropía en Colombia luciría huérfana sin la referencia debida a los patriarcas y matriarcas de la línea Umaña que, bajo el influjo de su acendrado espíritu cristiano, construyeron y mantuvieron (al estilo de la época) instituciones de beneficencia para pobres, enfermos, huérfanos y desvalidos, primero en Bogotá y luego en Sibaté, como un claro antecedente del Estado de bienestar moderno y laico en el siglo XX. Ni hablar de las donaciones a la curia bogotana para seminarios y otros menesteres. Fueron estos Umaña ricos, apoyados en la tenencia de tierras, diversificados "capitanes de industria" que explotaron la quina, el tabaco, el carbón, la madera, los molinos, la leche pasteurizada, en fin. Pero en el "País pastoril", al decir de un sociólogo historiador, una de sus más señaladas empresas consistió en aclimatar la agricultura y la ganadería modernas bajo los esquemas que la Inglaterra revolucionaria del siglo XVIII empezó a implementar: abonos industriales, mejora de las razas vacunas y equinas con cepas importadas y cuidado científico y técnico.

Para terminar, la genealogía de los Umaña entabla una polémica con visos jurídicos, es decir, con referencia a títulos de propiedad (Luis Fernando Osorio, uno de los autores es abogado). El libro discute con Catherine Legrand, la autora de Colonización y protesta campesina en Colombia (1850-1950), los orígenes de la propiedad de la hacienda Sumapaz, tradicionalmente atribuida a los Pardo Roche:

Varios comerciantes establecidos en Bogotá [dice Legrand a propósito] adquirieron grandes concesiones, mientras que otros le compraron tierras a un especulador, un tal Ignacio Umaña, de quien se dice vendió grandes extensiones de baldíos para los cuales carecía de título legal. (p. 243)

Legrand parece referirse a José Ignacio Umaña Barragán, que los autores de la genealogía dicen que conformó su riqueza con herencias de su padre, Ignacio Umaña Sanabria, y de su abuelo, Juan Agustín Umaña Gutiérrez, y con créditos clericales (como que la Iglesia católica era el banco sustituto de la época).

Los baldíos [alegan Umaña y Osorio] que llegó a tener José Ignacio Umaña […] contrariamente a lo expresado por la historiadora Legrand, sí tenían título legal, y tal reconocimento [sic] fue la compensación económica que le hizo el Gobierno de la Nueva Granada por la construcción del camino que comunicaba a la ciudad de Bogotá con la provincia de Neiva. (p. 243)

Tan solo me he propuesto resaltar algunos puntos de conexión de la obra que estoy presentando con aspectos emergentes de la historiografía nacional vigente y otros temas no discutidos todavía por los historiadores que bien harían en iluminarlos, incitados por esta genealogía que no se limita a componer infantilmente un "arbolito" genealógico, sino que entra abundantemente en materia histórica por un recorrido de cuatro siglos al socaire de las presencias ya fantasmales de los primeros y los más recientes Umaña. El trabajo está plagado de notas explicativas y referenciales, la bibliografía es extensa y cubre muchos aspectos pertinentes, respeta el quehacer historiográfico y da para polemizar por parte de los especialistas en la historia.

Carlos Uribe Celis
Universidad Nacional de Colombia, Colombia
churibec@unal.edu.co

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