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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.44 no.1 Bogotá jan./jun. 2017

https://doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61237 

DOI: http://dx.doi.org/10.15446/achsc.v44n1.61237

Catherine Coquery-Vidrovitch y Éric Mesnard. Ser esclavo en África y América entre los siglos XV y XIX. Madrid: La Catarata / Casa África, 2015. 304 páginas.

El libro Ser esclavo en África y América entre los siglos XV y XIX de Catherine Coquery-Vidrovitch y Éric Mesnard puede ser ubicado dentro de los estudios sobre la historia de la esclavitud que trascienden los marcos nacionales o locales y se interesan por hacer una historia atlántica que comprende el proceso global de intercambios demográficos, económicos, sociales y culturales entre Europa, África y América. El título sugiere dos pistas sobre el contenido el libro. La primera es el interés de los autores por lo que podemos llamar una historia sociocultural del esclavo, que busca indagar las condiciones de vida y las percepciones del mundo de "los protagonistas desconocidos de esta historia" (p. 48), y no tanto sobre la esclavitud como institución económica y política, sin que estas dimensiones se descarten en el análisis. La segunda pista es la inclinación de Coquery-Vidrovitch y Mesnard por abordar un aspecto hasta ahora poco tenido en cuenta en la historia de la trata esclavista: las relaciones directas entre África y América, una forma de conexión intercontinental característica del Atlántico sur y que representó cerca del 45% de los más de doce millones de esclavos que cruzaron el océano.

Coquery-Vidrovitch y Mesnard son conscientes de que los hallazgos de las investigaciones académicas pueden enfrentarse a las memorias, los debates políticos y las autorrepresentaciones de quienes han asumido el fenómeno de la esclavitud como parte constitutiva de su identidad grupal e individual.1 Los autores no pierden de vista que el suyo es un trabajo histórico y que su rechazo a la esclavitud (a la que no dudan en llamar un "crimen de lesa humanidad", como la han calificado también investigadores como Herbert S. Klein y Paul E. Lovejoy) no los obliga a indagar el fenómeno a través de una mirada piadosa, acusadora, miserabilista o populista, que solo entiende las sociedades africanas como simples víctimas de la situación. Por lo anterior, los autores parten de entender a los mercaderes africanos, al igual que a los europeos y a los americanos, como "socios" en el sistema atlántico de la trata, sin los cuales no hubiese sido posible el impulso y la consolidación del sistema, y quienes obtuvieron importantes beneficios del tráfico de esclavos, aun cuando luego serían desplazados por los europeos y norteamericanos del comercio mundial.

Ser esclavo está dividido en once capítulos, más una introducción, una conclusión y un anexo ("Constitución haitiana del 20 de mayo de 1805: extractos"). En la edición aquí reseñada aparecen dos textos más: el primero es "La esclavitud africana y África en la América española", elaborado a manera de presentación al público hispano por José Antonio Piqueras, catedrático de historia de la Universitat Jaume I (España), que intenta sintetizar el papel de la monarquía hispánica en la trata atlántica. Señala que la intermediación de proveedores y "factores" en el comercio esclavista hicieron que las relaciones directas de los españoles con el mundo africano solo se dieran hasta entrado el siglo XIX. El segundo texto es el prólogo escrito por el investigador y activista senegalés Ibrahima Thioub, uno de los animadores de la perspectiva analítica en la que se asientan los autores del libro. Dicho punto de vista resalta la complejidad y variedad de las estructuras socioculturales africanas anteriores al establecimiento del comercio atlántico de esclavos, así como el predominio y la expansión de la esclavitud interna en el África occidental durante dicho periodo y hasta el siglo XIX.

Al interesarse en una unidad de análisis geográfica y temporalmente amplia, Ser esclavo constituye en realidad una obra de síntesis sobre el problema planteado. Más que un trabajo directo de archivo, Coquery-Vidrovitch y Mesnard realizan una mirada panorámica del fenómeno de la trata esclavista atlántica a partir de la revisión y la relación de una amplia y actualizada bibliografía secundaria (por lo general de difícil acceso en Hispanoamérica). Dado que el interés de los autores es, como se mencionó antes, resaltar las visiones de los cautivos, en el libro se hace particular énfasis en sus relatos autobiográficos (más numerosos para el mundo anglosajón que para el francés), que permiten dar cuenta de los orígenes de los esclavos africanos, las vicisitudes de los viajes oceánicos, los procesos de adaptación e integración y las luchas por la liberación y la conquista de sus derechos.

En la primera parte del libro, Coquery-Vidrovitch y Mesnard exploran los contextos sociales africanos anteriores a la diáspora atlántica. Contrario a ciertas posturas académicas y políticas que han idealizado a las sociedades africanas tradicionales como igualitarias y comunitarias, los autores evidencian que la jerarquización y el servilismo presentes en las sociedades campesinas crearon un ambiente favorable para el comercio esclavista. Por esta vía, recuerdan que ni la esclavitud ni la trata son "invenciones" de Europa, que la forma atlántica de este fenómeno no fue más cruel o menos deseable que la "tradicional" y que la mayoría de los esclavos no adquirió esta condición en las capturas o en los embarques, sino que estos ya la poseían en sus regiones nativas.

Los contactos sociales, los préstamos culturales y las interdependencias económicas y políticas entre los tres continentes a través de la trata atlántica, lejos de ser estáticos, mostraron múltiples facetas y constantes evoluciones. Los autores proponen una periodización de cuatro etapas para entender estos cambios. La primera, que corresponde al siglo XV, identifica la constitución de una "cultura lusoafricana" anterior a la conquista de América. La progresiva llegada de exploradores y comerciantes portugueses a las costas subsaharianas en los siglos XV y XVII les posibilitó el control de los circuitos entre África occidental y Europa y luego con el Nuevo Mundo. Aunque durante este periodo el número de esclavos enviados a Europa del sur fue menor comparado con el de los siglos posteriores, el dominio de la cultura lusoafricana marcó un precedente importante en la configuración de una sociedad costera mestiza, en la definición de una "identidad portuguesa" en las sociedades africanas y en la diáspora mundial que se desarrolló después.

La segunda etapa, que va de 1500 a 1750, señala el desarrollo de un comercio atlántico controlado por los portugueses, a quienes la bula papal "de reparto" entre España y Portugal de 1507 les otorgó el monopolio de la cristianización de África y Brasil. En esta fase, Coquery-Vidrovitch y Mesnard identifican los primeros contactos directos entre África y América en recorridos que, aunque no fueran numéricamente notables, enlazaron los barcos negreros que zarpaban de las costas de Angola y Mozambique con destino a las plantaciones en Brasil y las Antillas.

Este no es un asunto menor. Desde la difusión del trabajo de Eric Williams sobre la relación entre el capitalismo y la esclavitud en 1944,2 la trata negrera entre los siglos XVI y XIX se entendió bajo el paradigma del "comercio triangular", según el cual los comerciantes europeos intercambiaban esclavos en las costas africanas por manufacturas, luego estos eran vendidos en los mercados de la América hispana o portuguesa o en las colonias del norte y, finalmente, los barcos regresaban cargados de materias primas de América. Coquery-Vidrovitch y Mesnard sostienen que el "triángulo negrero" sirve para explicar una parte y especialmente una fase de la trata en esos siglos (la que se da en el XVII). Los portugueses empezaron el tráfico directo de manera incipiente en el siglo XVI. En el siglo XVIII, los colonos angloamericanos y después los brasileños participaron de dicha forma de relación, haciendo más frecuentes los intercambios entre los dos continentes. Mientras que en el siglo XIX el comercio fue principalmente bilateral.

A partir de mediados del siglo XVIII y durante prácticamente un siglo, la trata atlántica entra en un proceso de intensificación, que corresponde al auge en el comercio internacional del azúcar, del algodón y, en menor medida, del tabaco. Se producen cambios en los grandes territorios para la construcción de las llamadas "habitaciones" o ingenios azucareros. Este tercer periodo coincide con un movimiento interrelacionado: en el siglo XIX, la difusión de prácticas y políticas antiesclavistas y abolicionistas en Gran Bretaña y Francia avanza paralela a la emergencia de una serie de discursos que sustentan la inferioridad de los negros y legitiman la supremacía de la "raza blanca", base para el proyecto colonial que se ejercería en los siglos XIX y XX. Aunque el cierre oficial y paulatino del mercado de la trata atlántica hizo ilegal esta práctica durante buena parte del XIX, no pocos países siguieron practicándola de manera clandestina.

El cuarto periodo, que se puede ubicar en las postrimerías del siglo XIX, marca la paulatina decadencia de la trata atlántica como resultado de las resistencias y las aboliciones en América, el Caribe y Europa. Paradójicamente, también señala dos fenómenos afines: por un lado, la ampliación de los representantes africanos dedicados al tráfico negrero interno, que buscaron presionar la prolongación de la venta masiva de negros a los traficantes europeos de forma encubierta; por el otro, la intensificación de la esclavitud interna, lo que hizo que en los reinos negreros se extendiera el trabajo servil en varias regiones del continente y que se usara a los esclavos para los más diversos oficios y ocupaciones.

Sin menoscabar las estructuras de dominación, violencia y desigualdad de poder que subyacen en el fenómeno de la trata intercontinental de esclavos, los autores señalan que esta institución se dio en el marco de un encuentro entre actores muy diversos a partir de relaciones de fuerza variadas, en el que los contactos derivaron en cambios sociales, culturales, políticos y económicos en cada una de las sociedades involucradas. En el libro se menciona que la compleja y prolongada relación entre los tres continentes favoreció lo que ellos denominan la "criollización" de África y de América, reflejada en las intensas dinámicas del mestizaje social y cultural, las transformaciones agrarias, los cambios comerciales, la adaptación de lenguas diversas y la apropiación de formas culturales nuevas. Precisamente, muchos de los mulatos dedicados al tráfico de esclavos fueron resultado de ese mestizaje producto de la aculturación y apropiación recíproca para los casos lusoafricano y lusobrasileño.

Al intentar iluminar las condiciones de la travesía en el Atlántico medio (middle passage), los historiadores mencionan los papeles y oficios de los hombres que iban en los barcos negreros, el diseño y la estructura de estos navíos, así como las difíciles condiciones de vida y las vicisitudes de los esclavos integrados al tráfico esclavista. De igual manera, el libro da cuenta tanto de los intereses y competencias entre las potencias europeas coloniales, que se desafiaban en sus carreras de dominio y saqueo, como de las prácticas libertarias y las rebeliones que los esclavos ejercieron en diferentes circunstancias, desde que eran capturados en suelo africano, durante la travesía oceánica y hasta en los territorios del Nuevo Mundo.

La lectura de Ser esclavo abre nuevos caminos por explorar. Al privilegiar la trata de esclavos ligada a los sistemas económicos del azúcar y el algodón, los autores omiten en su análisis el comercio africano hacia la América hispana y, en parte, a Brasil. Es exigua la referencia al papel de los esclavos traídos de África para la economía de la extracción de metales que se dio en los virreinatos de Nueva España, Perú, Nueva Granada y el Río de la Plata. De ahí que se mencionen superficialmente o no se hable de algunos de los principales destinos de esclavos del Imperio ibérico, como Cartagena o Veracruz.

Si Coquery-Vidrovitch y Mesnard sostienen que la cadena del sistema atlántico se entiende de manera más adecuada volcando la mirada a los eslabones presentes en el continente de origen de los cautivos, es imperativo también reconocer las diversas maneras de "ser esclavo" y los diferentes tránsitos que debieron recorrer en el interior del continente americano. Por lo mismo, Ser esclavo invita a pensar los movimientos que conectaban las sociedades africanas no solo con las costas atlánticas de América y de las Antillas, sino con las costas del Pacífico del continente americano, donde fueron a parar miles de esclavos para la extracción aurífera y las haciendas.

En definitiva, Ser esclavo constituye un aporte importante a los estudios sobre la esclavitud y la trata atlántica tanto por lo que nos recuerda y nos muestra como por las alternativas de investigación que abre y actualiza. Sus informaciones pueden ser complementadas y, en algunos casos, contrastadas y matizadas con los trabajos recientes de Robin Blackburn, Eric Foner, Rebecca J. Scott, Edward E. Baptist y Luiz Geraldo Silva.


Notas

1 Sobre las intensas luchas que se dan actualmente en el terreno de la memoria colectiva de los grupos afrodescendientes en Francia con relación al "pasado esclavista", basta recordar el caso de Olivier Petre-Grenouilleau, profesor de la Université de Bretagne-Sud, quien fue demandado en el 2005 por el Collectif des Antillais, Guyanais, Réunionnais por, según ellos, promover el racismo y justificar la esclavitud (considerada "crimen de lesa humanidad" en Francia), y en el que se exigía que el investigador abandonara su cátedra en la institución universitaria. Si bien el colectivo retiró la demanda en el 2006, ha seguido cuestionando los recientes trabajos de Petre-Grenouilleau sobre la esclavitud.
2 Eric Williams, Capitalismo y esclavitud (Madrid: Traficantes de Sueños, 2011).


Jorge Luis Aparicio Erazo
Universidad del Valle, Colombia.
jorge.aparicio@correounivalle.edu.co

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