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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.44 no.2 Bogotá jul./dez. 2017

https://doi.org/10.15446/achsc.v44n2.64013 

Doi: 10.15446/achsc.v44n2.64013

Editorial

Las izquierdas latinoamericanas desde la Revolución rusa hasta el presente

MAURICIO ARCHILA1, HORACIO TARCUS2

1 Profesor Titular Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá Colombia
2 Director del CeDInCI, Universidad Nacional de San Martín, Buenos Aires, Argentina


Pocos eventos han tenido la trascendencia histórica de la Revolución rusa de 1917. El periodista norteamericano que vivió esos acontecimientos, John Reed, los llamó "los 10 días que estremecieron al mundo" y el historiador Eric Hobsbawm consideraba que esta coyuntura marcó el inicio de un "corto" siglo XX, periodo histórico que culminó precisamente con la caída del régimen soviético, heredero de la Revolución de "octubre". Y fue un evento crucial no solo porque constituyó el mayor desafío al capitalismo en la era moderna, sino porque cambió el modo mismo de concebir y practicar la política contemporánea. En efecto, la original división topográfica de la Revolución francesa entre izquierdas y derechas adquirió tal fuerza con el levantamiento ruso y la posterior construcción de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que el rebautizado "comunismo" (un concepto político que había entrado en desuso desde la década de 1850) se convirtió en principio de identidad y polarizó el conjunto del espectro político.

Una de las formas como la Revolución bolchevique se difundió fue por medio de la transformación ideológica y política que produjo en el seno de las izquierdas socialistas y anarquistas, que en una y otra parte se escindieron en torno a la estrategia y la táctica revolucionaria. Los medios disponibles en el momento, tales como la prensa, el afiche callejero, la literatura, el teatro, el cine y luego la radio y la televisión, para no hablar de las nuevas redes sociales de hoy en día, sirvieron para difundir el ideario comunista, pero sobre todo fue la labor pedagógica de muchos militantes de la causa lo que produjo el impacto más duradero de dicha revolución en la cultura política moderna.

Por todas partes del globo surgieron seguidores de lo que parecía ser la mejor encarnación de la utopía colectivista o propiamente comunista, y no escasearon los levantamientos en varios países europeos, comenzando por Alemania, donde los espartaquistas fueron acallados a sangre y fuego por sus antiguos compañeros socialdemócratas. También en Hungría relampagueó una corta república soviética, mientras que en el norte de Italia los consejos obreros controlaron fábricas y ciudades enteras. En otros países, como Francia, Inglaterra y Estados Unidos, se vivieron fuertes oleadas huelguísticas. Hasta en la lejana China y en el este asiático se sintieron sus ecos con levantamientos campesinos. En 1919 se creó la Tercera Internacional, liderada por los bolcheviques (la Comintern), que por unos años pretendió ser la vanguardia de la revolución mundial. Y en la propia Rusia, luego de una cruenta guerra civil, se consolidó el socialismo en un solo país bajo el despótico mando de José Stalin.

Nuestro continente no fue ajeno a esta conmoción, que dejó su impronta en la trayectoria de las izquierdas, como también en la de los partidos de corte populista y aun de derecha. Aquí también hubo levantamientos "bolcheviques", los viejos partidos socialistas vieron surgir un sector más radical que se alineó con la Tercera Internacional e incluso algunos anarquistas se unieron a esta nueva cruzada que organizaba obreros y campesinos en pos de la anhelada revolución. Con el tiempo esos ímpetus se fueron debilitando y se anquilosaron en prácticas burocráticas y electorales, lo que exigió nuevos aires políticos provenientes de corrientes que criticaban al comunismo soviético (el trotskismo, el consejismo, el maoísmo, el "titoísmo", el guevarismo, entre otros ismos) y de renovados movimientos sociales, cuyas reivindicaciones giraban ahora no solo en torno a las clases sociales, sino alrededor del género, la generación y la etnia.

Este escenario político también va a tener consecuencias en la historia de un país lleno de contradicciones como Colombia, caracterizado por una gran desigualdad social en medio de un crecimiento económico sostenido y por ser una de las democracias más duraderas y sólidas del continente, acompañada de altas dosis de violencia y crueldad inhumanas. Por eso no es extraño que acá la lucha armada haya durado mucho más que en el resto de América Latina y que, por ende, la lógica de confrontación propia de la Guerra Fría se haya prolongado, luego de la caída del Muro de Berlín, durante 25 años más. Por tanto, hoy en día los ecos de la Revolución rusa, para bien o para mal, siguen retumbando en la agreste geografía nacional. Por fortuna, en tiempos recientes se están dando serios pasos hacia una paz duradera, lo que motiva a estudiar el proceso histórico de las izquierdas, sus distintas opciones estratégicas, así como sus formas de lucha, de cara también a las derechas.

Con este número, el llamado del comité editorial del ACHSC fue a recibir contribuciones que centraran su mirada no tanto en la Revolución rusa de 1917, sino que se enfocaran en las izquierdas sociales y políticas latinoamericanas, tanto las surgidas al calor de dicha revolución como las que han brotado posteriormente hasta tiempos presentes, pero que siguieron considerando aquel evento como referente de su identidad política. De esta forma, y tras los rigurosos procesos de evaluación que caracterizan a nuestra revista, publicamos ocho artículos del dossier más uno de la sección de Debates y dos de Tema Libre. Los del dossier, a su vez, se pueden agrupar en la mitad referidos a América Latina y la otra mitad concentrados en el caso colombiano.

Los artículos sobre América Latina inician con el de Natalia Bustelo y Lucas Domínguez Rubio, quienes estudian algunos periódicos y revistas estudiantiles publicados en diversas ciudades argentinas, que buscaban radicalizar la Reforma Universitaria de 1918 de acuerdo con el nuevo ideario revolucionario ruso, pero adaptado al continente americano. En ese sentido, los autores se apartan de la tradición historiográfica de ubicar a los movimientos estudiantiles posteriores a Córdoba dentro de las corrientes moderadas y reformistas. Al menos una de ellas fue claramente bolchevique.

Por su parte, los ya conocidos historiadores rusos, Víctor y Lazar Jeifets, vuelven sus ojos al otro extremo del continente, para ver cómo impacta el movimiento antiimperialista de Augusto César Sandino en la Comintern, en el flamante Partido Comunista Mexicano y, en general, en el espectro político de México. Las relaciones entre estos actores no serán siempre armónicas y variarán con el tiempo. Para este análisis, estos historiadores se apoyan en la documentación de la Comintern ubicada en Moscú y en alguna correspondencia del mismo Sandino publicada o preservada en México.

El artículo de Verónica Norando retorna al Cono sur, para estudiar ahora los conflictos de clase y de género en la industria textil argentina entre 1936 y 1946. La autora, a partir del análisis de algunas huelgas y movilizaciones en esa década, destaca la atención que los partidos de izquierda del momento, socialista y comunista, le dieron a las demandas de las trabajadoras. Este es, pues, un sugestivo intento de hacer historia obrera, antes de la irrupción del peronismo, con perspectiva de género.

Por último, Miguel Ángel Urrego nos ofrece una síntesis de la historia del maoísmo en América Latina, desde sus orígenes en la segunda posguerra hasta tiempos recientes de auge del neoliberalismo. Paralelamente a ese recorrido diacrónico, este autor caracteriza los rasgos políticos y éticos de esa corriente que pretendía renovar el marxismo, corregir las vías de la revolución y proyectarse en una relación directa con el pueblo poniéndose a su servicio.

Este es precisamente el eslabón que permite entender la trayectoria de un grupo maoísta en Colombia, la Liga Marxista Leninista, abordada por Frank Molano. En el artículo se busca también aportar una nueva perspectiva para complejizar las relaciones entre movimientos sociales, en ese caso campesinos, e izquierdas en los años 70, las cuales no fueron necesariamente de sometimiento y subordinación. Esto es muy interesante para la Colombia de hoy en día, cuando se tratan de implementar los acuerdos de La Habana, ya que sectores opuestos a la paz acusan a las organizaciones guerrilleras y de izquierda de haber manipulado siempre a los sectores populares.

Tal distancia entre las bases sociales y las organizaciones partidistas se percibe, pero con un signo político contrario, en el texto de David Felipe Peña Valenzuela, quien busca demostrar que los guerrilleros liberales del sur del departamento del Tolima, desmovilizados a fines de los años cincuenta, no eran meras fichas de las elites dominantes en contra de sus antiguos compañeros comunistas, sino que respondían a los intereses de las comunidades campesinas a las que retornaron.

La divergencia entre los movimientos guerrilleros colombianos vuelve a aflorar más tarde, así se trate de organizaciones influidas por el marxismo desde los años 60. Esto fue lo que ocurrió entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), como lo analizan Luis Miguel Buitrago y Miguel Esteban Suárez. Pero no solo hubo choques entre tales organizaciones por coexistir en un mismo territorio, sino que otras veces cooperaron y se beneficiaron mutuamente. Estas cambiantes relaciones constituyen un lado del conflicto armado colombiano del que poco se conoce.

Y definitivamente otro lado poco trabajado del conflicto es el mundo simbólico y emocional de los insurgentes. Tal vacío es atendido por Gabriel Samacá, con el análisis de la música elaborada por los militantes de las faro entre los años noventa y comienzos del siglo XXI. No sorprende que la lírica "fariana" aún conserve el lenguaje polarizador de la Guerra Fría.

Con este panorama la mesa está servida para un balance de la coyuntura política colombiana, como el que hace Charles Bergquist, un colombianista norteamericano de reconocida trayectoria historiográfica. A partir de los resultados del plebiscito sobre la paz del 2 de octubre de 2016, Bergquist propone unas claves históricas para entender lo que a su juicio son las limitaciones de la izquierda colombiana. Tanto en este estudio como en los precedentes, los editores no necesariamente concuerdan con la perspectiva de los autores, pero consideran que ante textos como este se debe dar un riguroso debate en el seno de la comunidad académica colombiana y latinoamericana; para ello, el Anuario abre sus puertas desde ya.

Finalmente, en la sección de Tema Libre, contamos con dos artículos referidos a ángulos distintos del fenómeno religioso. De una parte, tenemos el trabajo de Leonardo Tovar sobre la enseñanza religiosa en tiempos de los gobiernos anticlericales del siglo XIX en Colombia que, para sorpresa del autor, no difería mucho de aquella que se impartía durante los gobiernos proclives a la Iglesia católica. Y, de otra parte, está el artículo de Sigifredo Romero sobre la mirada suspicaz de los Estados Unidos hacia el clero progresista brasilero en los inicios de la dictadura en la segunda mitad del siglo XX, mirada que debió ceder ante los desbordes represivos de los militares que llevaron a un primer plano la defensa de los derechos humanos, tema que acercó a los dos actores de esta historia.

Antes de cerrar las notas de presentación de este número queremos hacer mención a la carátula. Se trata de una caricatura de comienzos de los años 60 reelaborada por el equipo editorial de la revista. Aunque se ubica en un contexto muy colombiano, un partido de fútbol en el mundial de Chile en junio de 1962, en el que Colombia empató con el equipo de la urss (nada menos que con un gol olímpico y contra el mejor arquero del momento), en realidad hace parte de la retórica de la Guerra Fría entre el capitalismo y el comunismo que campeó por todos los continentes en la segunda mitad del siglo XX, al menos hasta 1990. Las figuras que se disputan el "partido" en la caricatura son Nikita Kruschev, secretario del Partido Comunista de la urss, y el saliente presidente colombiano Alberto Lleras Camargo, adalid del anticomunismo continental en ese momento. Nos pareció apropiado este tono lúdico de la carátula usando una caricatura de Henry, publicada en el periódico de mayor circulación del país y reproducida luego por una revista de tintes izquierdistas, para mostrar qué tan hondo había calado la retórica de la Guerra Fría, al punto de que hasta un partido de futbol se prestaba para realimentarla. El legado de la Revolución bolchevique seguía despertando temores, pero también esperanzas, como hemos visto en este número del Anuario.

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