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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.44 no.2 Bogotá July/Dec. 2017

https://doi.org/10.15446/achsc.v44n2.64023 

Doi: 10.15446/achsc.v44n2.64023

La izquierda colombiana: un pasado paradójico, ¿un futuro promisorio?*

The Colombian Left: A Paradoxical Past; A Promising Future?

A esquerda colombiana: um passado paradoxal, um futuro promissor?

CHARLES BERGQUIST**
University of Washington
Seattle, Estados Unidos

* Este ensayo se ha beneficiado de comentarios críticos de amigos, colegas y los tres evaluadores anónimos de esta revista. A todos les agradezco mucho la ayuda.
** caramba@u.washington.edu

Artículo de reflexión
Recepción: 26 de noviembre del 2016. Aprobación: 24 de diciembre del 2016.

Cómo citar este artículo
Charles Bergquist, "La izquierda colombiana: un pasado paradójico, ¿un futuro promisorio?", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 44.2 (2017): 263-299.


RESUMEN

Este ensayo explora la paradójica historia de la izquierda en Colombia: cómo y porqué una de las izquierdas más débiles en Latinoamérica produjo la insurrección marxista más fuerte y duradera del hemisferio en las décadas posteriores a la Revolución cubana. Sostiene que los términos de esta paradoja se relacionan, que la debilidad histórica de la izquierda explica en parte la fuerza y longevidad de la guerrilla revolucionaria y que, además, la paradoja ayuda a esclarecer el fracaso de los varios intentos de llegar a un acuerdo negociado de la contienda armada, así como también el voto negativo en el plebiscito de octubre del 2016. Finalmente, postula un futuro más promisorio para la izquierda en el país, siempre que se logre cimentar una paz duradera.

Palabras clave: (Autor): izquierda, movimientos políticos, negociaciones; (Thesaurus) conflicto armado, paz, plebiscito.


ABSTRACT

The essay explores the paradoxical history of the left in Colombia: how and why one of the weakest lefts in Latin America brought about the strongest and most lasting Marxist insurrection in the hemisphere in the decades following the Cuban Revolution. The article argues that the terms of this paradox are related, that the historic weakness of the left partly explains the force and longevity of revolutionary guerrillas, and that said paradox helps clarify not only the failure of several attempts to achieve a negotiated settlement of the armed conflict, but also the negative vote in the October 2016 plebiscite. Finally, it envisions a more promising future for the country's left, provided that a lasting peace is consolidated.

Keywords: (Author): left, negotiations, political movements; (Thesaurus) armed conflict, peace, plebiscite.


RESUMO

Este ensaio explora a paradoxal história da esquerda na Colômbia: como e por que uma das esquerdas mais fracas na América Latina produziu a mais forte e duradoura insurreição marxista do hemisfério nas décadas posteriores à Revolução Cubana. Sustenta que os termos desse paradoxo se relacionam, que a debilidade histórica da esquerda explica em parte a força e a longevidade da guerrilha revolucionária e que, além disso, o paradoxo ajuda a esclarecer o fracasso das várias tentativas de se chegar a um acordo negociado do conflito armado, bem como o voto negativo no plebiscito de outubro de 2016. Finalmente, pressupõe-se um futuro mais promissor para a esquerda no país, desde que se consiga consolidar uma paz duradoura.

Palavras-chave: (Autor): esquerda, movimentos políticos, negociações; (Tesauro) conflito armado, paz, plebiscito.


Mucho se ha escrito sobre el resultado negativo del plebiscito de octubre 2 del 2016 sobre el acuerdo de paz negociado entre la guerrilla marxista de las FARC y el Gobierno colombiano. Quienes estuvieron a favor de la aprobación del acuerdo han tratado de explicar la inesperada mayoría de votos por el "no" enfatizando el poder manipulador de la derecha, liderada por el partido del expresidente Álvaro Uribe y sus aliados del Partido Conservador. Estos opositores alegaban que el acuerdo dejaba a los miembros de las FARC sin pagar por sus crímenes, abría las puertas al "castrochavismo", amenazaba a la familia tradicional y comprometía la propiedad en algunas zonas rurales. Otros observadores postulan una división entre el voto urbano y rural (con mayorías del "sí" en muchas ciudades y mayorías del "no" en otras tantas áreas rurales) o entre generaciones (con los de mayor edad en contra del acuerdo y los jóvenes más a favor de él). Otros especulan que muchos que votaron "no" estaban registrando su opinión negativa frente al gobierno de Juan Manuel Santos y los efectos de su política neoliberal. En todo caso, es importante notar que muchos colombianos no votaron. La abstención en el plebiscito fue de más del 62%.1

No niego la validez parcial de estos argumentos, pero creo que merecen mucha más atención las raíces históricas de la votación sobre el plebiscito. El voto "no" de muchos, como ellos mismos han declarado, fue un gesto contra las FARC y las protecciones y beneficios para sus líderes y militantes otorgados en ese acuerdo. Estas actitudes reflejan una larga historia de aversión o antipatía a las ideas de la izquierda en Colombia no solo entre las élites, sino de una porción importante de la población en general, incluyendo buena parte de la clase trabajadora. Como veremos en este ensayo, la historia particular y única de Colombia favoreció la hegemonía de la ideología procapitalista del establecimiento y minó la fuerza ideológica de la izquierda, limitando el desarrollo del sindicalismo y la influencia de los partidos de izquierda anarquistas, agrarios, socialistas y comunistas. Como resultado, los dos partidos políticos tradicionales, tanto el Partido Conservador como el Partido Liberal, procapitalistas a pesar de sus diferencias, mantuvieron un monopolio electoral a través de todo el siglo XX.

Desde el triunfo de la Revolución cubana en 1959 y el alzamiento de grupos guerrilleros marxistas en el país, en cambio, el impacto de la izquierda armada ha sido muy grande. Su insurrección, que ya ha durado más de medio siglo, ha causado la muerte de miles de personas y ha afectado fundamentalmente la marcha de la política, el curso de la economía, la distribución de la población y hasta los valores culturales de la gente.

He aquí la paradoja a la cual se alude en el título de este ensayo. ¿Cómo se explica que en el país de una izquierda de las más débiles de Latinoamérica se produjera, después de la Revolución cubana, la izquierda armada más fuerte y duradera en el hemisferio? Creo que los términos de esta paradoja se relacionan, es decir, que la debilidad histórica de la izquierda explica en parte la fuerza y longevidad de la guerrilla revolucionaria. Creo también que esta paradoja ilumina la larga y triste historia de fracaso de los varios intentos de llegar a un acuerdo negociado de la contienda armada y que aclara, así mismo, el voto negativo en el plebiscito que derrotó el acuerdo de paz en octubre del 2016.

Empecé a examinar la paradójica historia de la izquierda colombiana después del colapso, en febrero del 2002, de las anteriores negociaciones de paz entre las FARC y el gobierno de Andrés Pastrana. En los años siguientes presenté una serie de charlas universitarias sobre el tema.2 Nunca publiqué ese material, pero ahora, después del resultado negativo del plebiscito de octubre del 2016, me encuentro considerando esa paradoja con urgencia renovada.

La simpatía por la izquierda armada colombiana, sobre todo debido a sus metas socialistas, y no tanto a sus tácticas, ha corrido hondamente entre algunos de los interesados en asuntos latinoamericanos en muchas universidades del hemisferio.3 Así las cosas, cuando presenté mi charla en la Universidad Nacional de Colombia en el 2004 muchos de los asistentes quedaron consternados, si no hostiles, frente a mi presentación.

Analizar la paradoja de la izquierda colombiana implica cuestionar las actitudes románticas y voluntaristas de muchos izquierdistas y la decisión de los grupos guerrilleros colombianos de recurrir en los años sesenta a las armas para derrocar al Gobierno. Implica, además, cuestionar la interpretación de la historia de Colombia esgrimida por la izquierda armada para justificar la insurgencia (justificación aceptada por muchos de sus simpatizantes).

En fin, no sorprendió que entre muchos mi charla en la Universidad Nacional no fuera bien recibida y tan pronto comenzó la discusión varias personas protestaron. Creo que un estudiante en particular resumió los pensamientos de muchos cuando declaró: "profesor Bergquist: le tengo a sus admirables trabajos históricos mucho respeto, pero no puedo aceptar su crítica a la izquierda desarrollada hoy. ¿Cómo puede usted, como historiador marxista, ser tan crítico de la insurgencia armada?". No recuerdo qué tan efectiva fue mi respuesta ese día, pero ahora, con la perspectiva del tiempo para contemplar una respuesta, sé lo que he debido decir: "pues lo invito a que lea mis libros de nuevo: todo lo que he dicho hoy está implícito en ellos".

En este ensayo espero desarrollar esa respuesta, haciendo explícito cómo la paradójica historia de la izquierda ilumina la historia colombiana del siglo pasado y cómo, a su vez, esta misma paradoja ayuda a divisar un camino más pacífico y democrático para la izquierda y para el país entero en el siglo actual. La primera sección plantea el problema central de la izquierda colombiana, evocando las memorias políticas de un gran educador y organizador laboral comunista, Nicolás Buenaventura. La segunda sección intenta establecer la debilidad histórica de la izquierda examinando aspectos de su record sindical y electoral. Las dos secciones siguientes evalúan distintas interpretaciones de las causas de esa debilidad. La penúltima sección sostiene que la debilidad de la izquierda ayuda a explicar tanto la naturaleza de la insurgencia armada como las dificultades en llegar a un acuerdo de paz con el Gobierno. Finalmente, en la última sección, desarrollo un argumento estructural y filosófico que predica un futuro más progresista y democrático para la izquierda y para la nación como un todo. Sin embargo, esta visión promisoria depende para su realización de que se consolide una paz duradera, ojalá a través del nuevo acuerdo de paz renegociado entre las FARC y el Gobierno, y aprobado por el Congreso en noviembre del 2016.

Esta es una agenda ambiciosa y para realizarla en un espacio limitado como este dependo en parte de unas fuentes estadísticas tomadas de publicaciones mías y de otros. No hago justicia a la creciente historiografía sobre los temas tocados en el ensayo; cito solamente obras clave para avanzar en el argumento y dependo principalmente de conceptos derivados de mis propias publicaciones. Espero que al presentar aquí estas ideas en forma esquemática estimule una discusión más amplia sobre su validez y pertinencia política.

I

Una manera de introducir estos temas de interpretación histórica general y abstracta es empezar con algo personal y concreto, citando unos fragmentos de un libro extraordinario escrito por Nicolás Buenaventura, destacado líder comunista colombiano del siglo pasado. El libro, que lleva el título sugestivo ¿Qué pasó, camarada?, fue publicado en Bogotá en 1992, poco después del derrumbe de la Unión Soviética. En ese mismo año Buenaventura cumplió setenta años. En el libro evalúa (y en gran parte repudia) su militancia de más de cuarenta años en el Partido Comunista. Más de una vez, durante su vida como militante comunista, Buenaventura fue encarcelado por su actividad política; su militancia y liderazgo, por otro lado, fueron premiados con posiciones de alto rango en la jerarquía del partido. La educación formal de Buenaventura incluyó un año de ingeniería civil en Scranton University en los Estados Unidos en 1945 y un curso en Historia y Educación Adulta en el Instituto de Ciencias Sociales en Moscú en 1965. Esta última experiencia lo llevó a traducir al español el estudio de Marx sobre las formaciones precapitalistas, que fue publicado, con una introducción del historiador marxista inglés Eric Hobsbawm, en México en 1972. Sin embargo, Buenaventura fue básicamente un autodidacta, y aunque durante muchos años fue el editor de la revista teórica del Partido Comunista en Colombia, Estudios Marxistas, sus publicaciones reflejan su larga e íntima experiencia en la educación popular y laboral. En este último papel sus talentos fueron extraordinarios, cosa que puedo constatar por experiencia propia. Nicolás tenía una habilidad asombrosa para capturar la atención tanto de sus oyentes como de sus lectores, y de convencerlos de su punto de vista. Elaboraba e ilustraba sus argumentos políticos y teóricos por medio de anécdotas que narraba en un lenguaje sencillo y popular, cualidades bien ilustradas en el fragmento de ¿Qué pasó, camarada? que resumiré a continuación.

En este fragmento, Buenaventura desarrolla la idea de que el estatismo fue el mal principal de los regímenes comunistas del siglo XX. También utiliza el fragmento para avanzar en la tesis central de su libro: que el Partido Comunista Colombiano nunca supo resolver la contradicción entre su política formal socialista y el apego a la propiedad privada sentido por la mayoría de los colombianos, incluyendo, paradójicamente, muchos de los seguidores del partido. Empieza su narrativa recordando un día, alrededor de 1950, cuando él acompaña a un miembro del Comité Central del partido a una conferencia clandestina regional en Palmira, en el Valle del Cauca. Asisten a ese encuentro varios campesinos organizados por el partido. Es, como se sabe, una época de mucha violencia en Colombia, el principio de la era que después se llamaría La Violencia.

Antes de empezar la conferencia, uno de los campesinos invitados confronta al miembro del Comité Central y lanza la siguiente pregunta: "camarada, dígame usted, ¿es verdad eso que dicen, que después de la revolución toda la tierra va a quedar en manos del Gobierno?". El dirigente, según Buenaventura, trata primero de evadir la pregunta, pero el campesino insiste y al fin tiene que contestar. Explica que lo que ha oído el campesino es parte de una campaña anticomunista insidiosa y que en el socialismo real, como en la Unión Soviética, por ejemplo, hay tres formas de propiedad en el suelo. "En primer lugar, camarada, usted tendrá derecho a la propiedad de su parcela. Allí podrá ordeñar una vaca si quiere o criar cerdos o sembrar. Esa es cosa suya. En segundo lugar tenemos la propiedad cooperativa". Y sobre este punto desarrolla una discusión extensiva. "Finalmente", termina diciendo, "existe la propiedad del Estado. ¿O usted no cree que debe haber también, camarada, una propiedad del Estado?".

El campesino no responde a la pregunta y vuelve a su propio interrogatorio: "pero camarada, si yo quiero vender la parcela de tierra que usted dice, ¿puedo venderla? Dígame sí o no". "Pero, ¿por qué la va a vender?", le pregunta el dirigente. "No, es un ejemplo que le pongo; es un caso, camarada". "Porque supongamos que, por ejemplo, hay un 'antojado', que se enamoró de mi tierra y me la repaga más de lo que vale y yo puedo comprar una mejor que tengo ya vista. Es un caso, como le digo, camarada".

El dirigente ya está en apuros y trata de salir de nuevo de la situación, pero en últimas tiene que admitir que la parcela de tierra de la que se trata no se puede vender. El campesino prosigue a ampliar el punto extrayendo del dirigente la admisión que tampoco la gente en las cooperativas pueden vender su tierra o cambiarla por tierras mejores o añadir otro lote a ella con las ganancias que han realizado. Concluye el campesino diciendo: "lo que pasa es que va a resultar cierto lo que me decían a mí. Que toda la tierra, en el socialismo, será del Gobierno". "Pero el Gobierno va a ser usted mismo, camarada", le dice el dirigente. Y eso fue todo. Buenaventura cierra la escena con la siguiente frase: "recuerdo que, cuando oyó esta última explicación, el campesino comenzó a dar vueltas a su sombrero de paño con las dos manos sin decir una palabra".

Esta es una de muchas anécdotas narradas por Buenaventura que critican el estatismo del socialismo e ilustran, al mismo tiempo, cuán atractiva y central es la propiedad privada en el ideario del campesino y trabajador colombiano, cosa que mete al Partido Comunista Colombiano en una serie de contradicciones. Buenaventura titula un capítulo entero "Un país de propietarios", donde sostiene que el logro más importante del partido en Colombia fue fomentar, por medio de invasiones de tierra en el campo y la ciudad, una modesta redistribución de la riqueza y la propiedad en el país.

En una parte de ese capítulo, Buenaventura recuerda cómo era caminar por las llamadas "Repúblicas Independientes", denominadas así por el dirigente derechista Álvaro Gómez Hurtado, unos enclaves rurales controlados por el partido que fueron blanco de las operaciones militares del Gobierno colombiano (asesorado por los Estados Unidos) en los años cincuenta y sesenta, y que sirvieron de incubadoras del movimiento campesino que llegaría a su vez a constituir las FARC. Esas Repúblicas Independientes eran sitios excepcionales de la geografía rural colombiana, sitios en el suroeste de Cundinamarca y partes de Tolima donde las luchas de campesinos cafeteros, algunos de ellos organizados por el Partido Comunista, lograron la parcelación de algunas de las grandes haciendas cafeteras y su compra por pequeños productores. Los campesinos organizados por los comunistas que recibieron parcelas de esta manera, como ocurrió por ejemplo en el municipio de Viotá, Cundinamarca, permanecieron fieles al partido en las décadas posteriores, pero, a pesar de su lealtad, estos pequeños productores compartían, junto con la inmensa mayoría de campesinos cafeteros fieles a los dos partidos tradicionales, un ethos que giraba alrededor de la propiedad privada. Era un ethos compuesto de valores y aspiraciones que conducían a la meta de ser propietario de una finca propia. Si uno caminaba por los senderos de estos enclaves comunistas, Buenaventura recuerda en su libro, su guía comunista "conocía cada lindero, dónde empezaba tal y cual propiedad y quien era su dueño". Ese era el Partido Comunista de Colombia, concluye Buenaventura, "el partido con un solo programa real: hacer un país de propietarios".4

II

Obviamente, Buenaventura simplifica y exagera, pero, como veremos en esta sección, no existe duda de que, a pesar de sus esfuerzos formidables por construir sindicatos y organizar políticamente los trabajadores rurales y urbanos colombianos, el Partido Comunista no tuvo mucho éxito. El capítulo más importante de este esfuerzo se desarrolló en los años treinta en el sector cafetero, el eje de la economía colombiana, donde el partido quiso organizar a los trabajadores en la producción y elaboración del café. Los primeros comprendían jornaleros, arrendatarios y propietarios de fincas pequeñas y medianas. Los segundos eran en su mayoría mujeres que trabajaban en las trilladoras de café en las ciudades cafeteras. Dichos esfuerzos culminaron, a mediados de la década, en la organización de huelgas generales cafeteras que tuvieron algunos logros pero que en últimas fracasaron. De allí en adelante el Partido Comunista, como la izquierda en general, no logró atraer mucha gente a sus filas. Desde los años treinta hasta nuestros días, la gran mayoría de los trabajadores permanecieron fieles a los dos partidos tradicionales.

Que los partidos de izquierda, y terceros partidos en general, nunca hubiesen logrado romper el monopolio electoral de los partidos tradicionales hace de Colombia un caso muy especial. Ya en las últimas décadas del siglo XIX, Chile tenía una panoplia de partidos importantes, algunos de ellos izquierdistas. En México, la primera revolución social del siglo XX estalló en 1910. Los partidos Liberal y Conservador perdieron su influencia y eventualmente se instaló en el poder un partido que promovió una reforma agraria fundamental, una legislación laboral de vanguardia y, sobre todo en el sector petrolero, una política económica nacionalista. En Argentina, a principios del siglo XX, surgieron anarquistas y socialistas, y llegó al poder por vía electoral primero la Unión Cívica Radical en 1928 y luego, en 1946, un partido populista/nacionalista de derecha, el Partido Laborista de Juan Domingo Perón. En Brasil, debido a la importancia de la mano de obra esclava durante el siglo XIX, las élites liberal y conservadora nunca se atrevieron a movilizar mucho apoyo popular, pero en el siglo XX nacieron partidos de izquierda de tinte populista y laboral y, a finales del siglo, surgió un partido laboral que logró elegir un trabajador metalúrgico como presidente. Nada de eso pasó en Colombia.

El monopolio electoral de los dos partidos tradicionales durante casi todo el siglo XX en Colombia se aprecia en las figuras 1 a 4, que revelan los resultados electorales presidenciales entre 1930 y 1998.

Los cuadros muestran que la izquierda típicamente ha logrado solo un porcentaje muy pequeño de la votación en las elecciones presidenciales en Colombia. Aunque aparecen terceros partidos significativos (ANAPO en 1966, 1970 y 1974) y de izquierda (en 1992), pronto desaparecen como contendores frente a los dos partidos tradicionales.

III

En mis publicaciones a través de los años he sostenido que, para explicar la debilidad de la izquierda en Colombia, hay que empezar con el análisis del sistema político bipartidista heredado del siglo XIX.5 Este sistema político aparta a Colombia del resto de países latinoamericanos. Se distingue de ellos por el grado de identificación de las clases populares con los dos partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador.6 La explicación de este rasgo particular se remonta a ciertas condiciones demográficas heredadas del periodo colonial y de los vaivenes de la economía durante el primer siglo de existencia de Colombia como nación. Veamos rápidamente estos dos factores.

Comparado con los otros países latinoamericanos, la capacidad exportadora de la economía colombiana no se desarrolló en forma robusta y duradera durante todo el siglo XIX. Esto se ilustra en la figura 5, que se basa en el trabajo del historiador económico inglés Victor Bulmer-Thomas. La figura compara el valor de las exportaciones por cabeza de varios países latinoamericanos durante este periodo.7 Incluso después del advenimiento de la economía cafetera, Colombia tenía en 1912 el índice más bajo de todos los países comparados.

La dificultad en consolidar una economía de exportación prolongó e intensificó la lucha por institucionalizar una política económica liberal en Colombia, tarea que todo país latinoamericano tuvo que realizar durante el siglo XIX si quería insertarse plenamente en la economía mundial del capitalismo industrial. Estas reformas buscaban transformar la economía mercantilista y la sociedad corporativista de la colonia española, liberando los factores de producción (la mano de obra, la tierra y el capital) y sujetándolos a las leyes del mercado. Requerían la abolición de la esclavitud, el desmantelamiento de resguardos de indios, la disminución de los bienes en manos de la Iglesia, el fin de monopolios fiscales, la facilitación del libre comercio internacional y la adopción del oro como base de la moneda nacional. Las reformas afectaban a todos, tanto a las élites como a las clases populares, beneficiando los intereses de unos y perjudicando los de otros. En conjunto con reformas políticas liberales, que definían los derechos de los ciudadanos en las nuevas repúblicas democráticas, las reformas económicas engendraron mucha violencia, sobre todo bajo la modalidad de guerras civiles entre liberales y conservadores. En Colombia estas guerras se prolongaron hasta el fin del siglo y terminaron en la guerra más grande y destructiva de Latinoamérica en el siglo XIX, la Guerra de los Mil Días (1899-1902). Pero incluso esa guerra, ganada por la fracción más reaccionaria del Partido Conservador, no resolvió el asunto. Solo se llegó a un consenso entre la élite sobre una política económica liberal una década después, cuando la economía cafetera tomó vuelo.8

Los ejércitos liberales y conservadores enfrentados en estas guerras eran liderados por miembros de la élite blanca, pero la mayoría de los combatientes, reclutas y voluntarios, eran de la clase trabajadora y mestizos. Armar al pueblo trabajador e ir con él a la guerra siempre preocupaba a la élite blanca, que temía que los intereses de clase o la solidaridad étnica de sus soldados amenazaran sus proyectos políticos. En Colombia, sin embargo, el peso demográfico de indios y negros fue mucho menor que en los otros países andinos o en sociedades donde la esclavitud era central, de modo que los sectores de la élite blanca superaban sus dudas y temores de clase y movilizaban, guerra tras guerra, ejércitos populares mestizos para ganar el poder con miras a institucionalizar u oponerse a las reformas liberales.

Es verdad que la existencia en Colombia de comunidades relativamente importantes de afrocolombianos y de indígenas, aunque estas de menor peso, confluyó en movimientos políticos de importante repercusión. En un estudio histórico destacado, James Sanders sostiene que la alianza de afrodescendientes y liberales radicales, dada a mediados del siglo XIX, persiguió reformas tan democráticas que las élites de los partidos tradicionales resolvieron restringir la democracia en la segunda mitad del siglo.9 Pero la norma entre las mayorías mestizas del país era identificar sus intereses con la élite blanca liberal o conservadora. La tendencia a través del tiempo de los mestizos y otra gente clasificada "de raza mezclada" de ser percibidos como blancos (y de percibirse a sí mismos como tales) se desprende de datos étnicos de los censos demográficos de 1851 y 1912. Entre los dos censos, el porcentaje de la gente clasificada como blanca se duplicó, del 17% del total a 34%. Y mientras en el censo de 1851 la gente clasificada como de raza mezclada constituía la gran mayoría de la población (el 65%), en 1912 esta categoría registraba solo el 49% de la población de país.10

En fin, el resultado de la combinación de las realidades económicas y las tendencias demográficas que hemos descrito fue una politización profunda y la creación de un sistema político bipartidista hondamente arraigado no solo entre las élites, sino en las clases populares.

IV

Que este sistema político, heredado del siglo XIX, se consolidara y se prolongara durante todo el siglo XX se debe en buena parte también a factores económicos, sobre todo al crecimiento y a la estructura interna de la economía cafetera. El crecimiento en la producción y exportación del café fue espectacular durante la primera mitad del siglo. De 500 mil sacos de 60 kilos en 1910, la exportación subió a 1,5 millones en 1920 y 2,5 millones en 1930. A pesar de los precios de los años treinta (que bajaron de unos 20 centavos de dólar por libra de café en los últimos años de la década de los años veinte a un promedio de poco más que 10 centavos por libra durante los años treinta), la exportación llegó a unos 5 millones de sacos en los años cuarenta, y luego se niveló entre 5 y 6 millones de sacos en los años cincuenta y sesenta.11 Era una economía de exportación en donde los medios de producción quedaron en manos nacionales, no en manos de capitalistas extranjeros, como ocurría, por ejemplo, en la economía azucarera de Cuba, en la economía minera de Chile o en la industria petrolera de Venezuela. En estos países, los sindicatos y partidos de izquierda prosperaron en parte porque las luchas de los trabajadores para mejorar sus vidas en el sector de exportación podían ser vistas por otros trabajadores, y por miembros de otras clases también, como luchas nacionales frente a capitalistas extranjeros explotadores de la nación. En cambio, en Colombia las luchas de sindicatos y partidos de izquierda en el sector cafetero podían ser estigmatizadas en cuanto que acciones orquestadas por proponentes de ideologías foráneas y agitadores antinacionales.

En contraste con otras economías de exportación, donde los dueños eran nacionales pero sus unidades de producción eran típicamente grandísimas (como ocurría, por ejemplo, en la Argentina y en Brasil), en Colombia dominaba la producción de agricultores pequeños y medianos. En 1932, año del primer censo cafetero, por ejemplo, las fincas cafeteras pequeñas (de 5.000 árboles o menos) y medianas (de 5.001 a 20.000 árboles) producían aproximadamente las tres cuartas partes de la producción nacional. Los primeros censos cafeteros no revelan los dueños de estas fincas, pero el censo cafetero levantado por las Naciones Unidas en 1955 sí tiene datos sobre la tenencia de tierra. Este último censo muestra que el 88% de las fincas de menos de 2.500 árboles, 78% de las de 2.500 a 25.000 árboles y 57% de las fincas de 25.000 a 125.000 árboles eran trabajadas y administradas por sus propios dueños.12 Este era el país de pequeños y medianos propietarios del que hablaba Nicolás Buenaventura.

Durante las décadas cruciales de los años treinta y cuarenta, el número, peso relativo y producción de tales fincas familiares creció.13 Estas tendencias no fueron principalmente consecuencia de la protesta social organizada por partidos de izquierda o de una política reformista de parte del Estado, procesos que sí afectaron a la zona cafetera del suroeste de Cundinamarca y una parte colindante del Tolima y que han recibido mucha atención en la historiografía colombiana.14 Eran, en cambio, la consecuencia de los esfuerzos individuales de miles de campesinos afiliados a los dos partidos tradicionales y que actuaban dentro del mercado capitalista. La movilidad social y el creciente acceso a la propiedad promovida por la economía cafetera actuaron en contra del proselitismo de los partidos de izquierda durante estas décadas. En contraste, las ideas afines al capitalismo de los partidos tradicionales tenían cierta resonancia con la experiencia concreta de muchos trabajadores que realizaron su sueño de conseguir y ensanchar una parcela de tierra. En esta lucha por la tierra, las redes clientelistas de los partidos tradicionales y su exclusividad partidista una vez que lograban el control político en el plano nacional o local eran cruciales. El control de alcaldías, tribunales y la Policía por el partido al que se estaba adscrito podía decidir asuntos vitales, como la adjudicación de tierras baldías o la resolución de pleitos, que eran comunes entre jornaleros, arrendatarios y pequeños y grandes productores, y que concernían al pago de mejoras, al cumplimiento de obligaciones laborales, al acceso a fuentes de agua y a la demarcación de los linderos mismos de la propiedad.

Pero si el control político de cierto partido podía favorecer en una época las fortunas particulares, la pérdida de este control podía ser fatal. He aquí el potencial de violencia engendrado por este sistema político, tendencia que se agravó después de los cambios de poder en 1930, cuando los liberales capturaron la presidencia luego de décadas de control conservador y, más seriamente, cuando 16 años después los conservadores lograron vencer al Partido Liberal dividido, se instalaron de nuevo en el poder y se inició la época que después sería llamada La Violencia.

Durante La Violencia los tres departamentos del eje cafetero (antiguo Caldas, Tolima y Antioquia), las zonas con la más alta producción de café, registraron las mayores cifras de muertes.15 En esta época mucha tierra en la región cafetera cambió de dueño, pero, al contrario de lo que creen muchos izquierdistas, que postulan que hubo mucha concentración de tierra en el periodo, el mejor estudio que tenemos sobre este proceso en dicha zona indica que la estructura de la tenencia de tierra poco cambió.16 Durante la década de La Violencia, los pequeños y medianos productores siguieron produciendo el grueso del café. Y en medio de la ferocidad de las pasiones y la brutalidad de militantes de cada lado, su lealtad a los partidos tradicionales se intensificó.

Pero la estructura de la economía cafetera no solo actuó en contra de la influencia de la izquierda entre los trabajadores y productores del café, intensificando su lealtad a los dos partidos tradicionales y consolidando su monopolio político. La promoción del desarrollo y de la diversificación de la economía nacional como un todo tuvo efectos ideológicos y políticos similares en la sociedad como un todo. Durante la crisis mundial de los años treinta y cuarenta, la época clásica de la industrialización latinoamericana por sustitución de importaciones, la economía colombiana compiló un record impresionante, como revelan datos comparativos compilados por el economista Carlos Díaz. El crecimiento promedio anual del valor de la producción manufacturera en los principales países latinoamericanos durante el período 1929-1939 fue: Argentina (3,1), Brasil (5,0), Chile (3,3) (cifra correspondiente a 1927-1939), Colombia (8,8) y México (4,3). Durante los siguientes diez años, de 1939 a 1949, el desempeño industrial de Colombia fue casi tan impresionante; las cifras son: Argentina (3,5), Brasil (7,2), Chile (4,8), Colombia (6,7) y México (75).17 Es decir, en términos relativos, durante la primera mitad del siglo XX el capitalismo periférico colombiano funcionó bastante bien. No solo crecía rápidamente la economía, sino que se diversificaba, industrializándose.

Mientras que la depresión mundial que empezó en 1929 afectó gravemente las economías de otros países americanos (la de Chile fue la más golpeada), y en estos países los partidos políticos de izquierda aumentaron su influencia, en Colombia la depresión fue moderada y las reformas sociales patrocinadas por el Partido Liberal (en particular en asuntos laborales y agrarios) fueron modestas. En vez de promover una izquierda más fuerte en Colombia, la crisis mundial ayudó a fortalecer la hegemonía ideológica del establecimiento colombiano y el monopolio político de los partidos Liberal y Conservador, pero al mismo tiempo agravó las relaciones entre ellos. Los conservadores fueron agredidos por la pérdida del poder en 1930 y se opusieron a las reformas políticas y sociales moderadas de los liberales. El Partido Liberal se dividió en relación con el alcance de las reformas y el reto al establecimiento del partido representada por la fracción liderada por Jorge Eliécer Gaitán. Luego de que el Partido Conservador ganara la presidencia en 1946 y tras el asesinato de Gaitán en 1948, la latente violencia del sistema político colombiano se desbordó. Este es el sistema político el en que la izquierda tuvo que obrar en el siglo XX, cosa nada fácil, como hemos visto, dada la estructura de la economía cafetera del país.

V

En las secciones anteriores hemos propuesto una explicación de la debilidad de la izquierda basada en una interpretación histórica bastante compleja. En ella figura el juego de factores demográficos y económicos que incidió en la formación de un sistema político bipartidista profundamente arraigado en la población durante el siglo XIX y que, así mismo, permitió la perpetuación y consolidación de dicho sistema durante el siglo XX, gracias a la estructura de la economía cafetera y a la lucha de los trabajadores del café por la propiedad de la tierra.18

Ahora podemos comparar esta explicación con aquella que ha sido propagada por la izquierda armada en el país y que también ha sido sostenida por mucha gente y diferentes organizaciones que simpatizan con los fines declarados socialistas de la guerrilla. Para ellos, la debilidad histórica de la izquierda en Colombia se debe a una sola cosa: la represión. La izquierda fue débil porque, desde los orígenes, los disidentes de la nación han sufrido una represión única y sangrienta perpetrada por el establecimiento colombiano. Comparten y promuevan esta idea difundida tenazmente no solo por la guerrilla (tanto las FARC como el ELN), sino muchos estudiantes, académicos y organizaciones de solidaridad y protección de derechos humanos, tanto en Colombia como el exterior.19 Esta versión de la historia nacional es claramente expuesta en el documento titulado "Nuestra historia" divulgado por las FARC, así como también en el documento producido por la Coordinadora Guerrillera en su famosa réplica a la llamada carta de los intelectuales publicada en 1992.20 La coordinadora se refiere al complot contra Bolívar y los asesinatos de los liberales Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán para sustentar la tesis de que la élite colombiana no tolera la disidencia y elimina a los que no estén de acuerdo con sus planes. Dada esta situación, según ellos, la única manera de construir un país justo y democrático es por la vía armada.

Esta tesis simplista y tendenciosa ignora la historiografía profesional sobre estos tres personajes y las circunstancias de los atentados contra sus vidas. Descarta las bien documentadas inclinaciones autoritarias de Bolívar, el dudoso socialismo de Uribe Uribe y la propensión al personalismo de Gaitán. La conspiración contra Bolívar se desarrolla entre la rivalidad de fracciones de la élite colombiana que terminará en la fundación de los dos partidos tradicionales. Por su parte, la contienda tradicional entre liberales y conservadores crea el ambiente político encendido en que asesinos humildes mataron a Uribe Uribe en 1912 y a Gaitán en 1948.

Según la interpretación de la izquierda armada, la muerte de Gaitán hundió la posibilidad de reformas sociales y el periodo de La Violencia que siguió fue una revolución social abortada, pero en el contexto de la historiografía del país el significado de Gaitán y La Violencia es más complicado. En primer lugar, tanto el partido reformista UNIR fundado por Gaitán como el Partido Comunista se vieron obligados, en parte por su debilidad electoral, a fusionarse o aliarse con el Partido Liberal durante los años treinta. Luego de volver a los toldos liberales, Gaitán ganó influencia y eventualmente, como director del Partido Liberal, llegó a ser el político más destacado en el país y el candidato preferido de su partido para la contienda presidencial de 1950. Sin embargo, aunque Gaitán contemplaba reformas económicas y sociales, el eje de su política como jefe del Partido Liberal fue mantener, proteger y extender la participación política de su partido en la contienda crecientemente violenta con su rival electoral y clientelista tradicional, el Partido Conservador. Y aunque la izquierda ha tratado de interpretar La Violencia como una revolución social fracasada, y es verdad que distintas tensiones sociales y económicas yacían bajo su superficie, la gran mayoría de los participantes en La Violencia profesaba fines partidarios tradicionales. La lucha entre ellos, por feroz y violenta que fuera, en gran parte terminó con el acuerdo entre los líderes de los partidos Liberal y Conservador de compartir el poder y los puestos públicos por igual en la fórmula restrictiva del Frente Nacional en 1958.21

Durante los primeros años de La Violencia el ala más reaccionaria del Partido Conservador reprimía a sangre y fuego no solo a los liberales en armas y sus supuestos simpatizantes en la población civil, sino que también, envalentonado por el anticomunismo de los primeros años de la Guerra Fría, el Gobierno quiso eliminar a los pequeños grupos de autodefensa en el campo dirigidos por comunistas (entre ellos los que después en los años sesenta se organizarán como las FARC). Esta política anticomunista también animó a los Gobiernos del Frente Nacional. El pacto prohibió participar en las elecciones a partidos distintos de los tradicionales, incluyendo el Partido Comunista, y sus primeros Gobiernos, obrando bajo tutela militar norteamericana, siguieron atacando a los pequeños grupos rurales comunistas y a los otros grupos guerrilleros marxistas que proliferaron en el país durante la década de los sesenta. La exclusión de terceros partidos durante el Frente Nacional sembró la idea entre la izquierda colombiana de que siempre había sido excluida y reprimida. Pero antes de La Violencia, aunque no tuvieron mucho éxito, los partidos de izquierda pudieron participar electoralmente sin restricciones. El Frente Nacional había sido aprobado por una amplia mayoría de votos en un plebiscito en 1957 y, al principio de sus dieciséis años de existencia (1958-1974), a pesar del monopolio de los dos partidos tradicionales, la participación en las elecciones fue relativamente alta. La insatisfacción con el Frente Nacional creció con el tiempo, sin embargo, y muchos votantes potenciales registraron su desilusión absteniéndose de votar. La desilusión creció después de 1970, cuando muchos alegaban que el fraude había derrotado al candidato para la presidencia de la ANAPO, desencanto que engendró al grupo guerrillero M-19, lo que complicó aún más el panorama político violento del país. La izquierda electoral no logró beneficiarse con estas actitudes cuando el Frente Nacional terminó en 1974, como revelan los datos electorales detallados en los cuadros presentados al principio de este ensayo.

La izquierda armada y sus simpatizantes rematan su argumento sobre la represión constante por parte de la elite colombiana recontando la historia trágica de la Unión Patriótica (UP), el partido electoral formado por las FARC y el Partido Comunista después de los llamados acuerdos de paz firmados entre algunos grupos guerrilleros y el gobierno de Belisario Betancur en 1984. En los años siguientes, centenares de miembros de la UP fueron eliminados por fuerzas derechistas. Lo que muchos izquierdistas no quieren recordar o tener en cuenta, sin embargo, es que la tregua firmada con el Gobierno nunca resultó en un cese de fuego con las FARC. El seguimiento simultáneo de la lucha armada y la política pacífica electoral durante estos años hizo que la UP fuera particularmente vulnerable a la represión de fuerzas derechistas en el Estado y los grupos privados paramilitares. Esta política nefasta de las FARC y del Partido Comunista de proseguir simultáneamente la lucha por el poder por vías violentas y pacíficas fue resistida y luego denunciada por algunos importantes miembros de la izquierda, como el líder, historiador y disidente comunista Álvaro Delgado.22

Situar en perspectiva comparada la historia colombiana durante todo este período es otra manera de cuestionar la lógica de atribuir la debilidad de la izquierda, en primera instancia, a la represión. Durante la primera mitad del siglo XX la clase dirigente de todos los países del hemisferio reprimía a sangre y fuego a la izquierda, sobre todo a la izquierda sindical, pero sería muy difícil mostrar que la clase dirigente colombiana haya sido más represiva que, por ejemplo, la de Chile. En ese país, a pesar de una persecución sumamente violenta de la clase obrera y los partidos de izquierda durante las primeras décadas del siglo XX, se desarrolló la izquierda electoral más fuerte de toda Latinoamérica y en 1973 fue elegido allí el primer presidente marxista en el hemisferio occidental. A decir verdad, antes de la formación de las guerrillas armadas en Colombia, la clase dirigente, precisamente por ser tan débil la izquierda, fue menos represiva que sus homólogos en todos los otros países grandes de América del Sur.

Es cierto que en Colombia hubo represión contra la clase obrera y la izquierda y que además hubo casos terribles. El más conocido es la matanza de trabajadores y sus familiares por el ejército colombiano en las plantaciones bananeras controladas por United Fruit en 1928. También ha habido una represión constante de los sindicatos petroleros controlados por izquierdistas desde las primeras épocas de la extracción del mineral en los años veinte hasta nuestros días. Estos casos, sin embargo, ocurrieron en industrias periféricas respecto a la economía central colombiana, cuyo motor hasta las últimas décadas del siglo XX fue la industria cafetera. Y, como ya hemos visto, aunque hubo una pequeña parte de la zona cafetera (la región de Sumapaz en el suroeste de Cundinamarca) donde las haciendas grandes precipitaron un movimiento colectivo importante en los años veinte y treinta, esta zona era una anomalía excepcional y, debido a la eventual parcelación de haciendas, fue transitoria en la economía cafetera. Si la industria del banano o la del petróleo se hubieran desarrollado en Colombia como en otros países latinoamericanos, como Guatemala o Venezuela, la historia de la izquierda en Colombia hubiera sido otra, pero no fue así, y, desde los principios del siglo XX hasta casi su final, el café dominó la economía colombiana.

VI

La debilidad histórica de la izquierda y la explicación tendenciosa propagada por muchos izquierdistas de la causa de esta debilidad hacen más comprensible la decisión que tuvieron algunos de tomar armas para derrocar al Gobierno en los años sesenta. Las FARC, como hemos notado, tenían antecedentes y cimentaron su resolución de ganar el poder en esta década. Como parte de la euforia hemisférica después de la Revolución cubana de 1959, los revolucionarios colombianos, como los izquierdistas de otros países latinoamericanos, soñaban con repetir la hazaña de los cubanos, derrocando el establecimiento político oligárquico, aboliendo el sistema capitalista y forjando una sociedad justa y democrática basada en el socialismo, pero resultó muy difícil duplicar la suerte de aquellos revolucionarios en Colombia, en buena parte porque las historias de los dos países eran tan distintas.23

La independencia tardía de Cuba fue comprometida por la intervención de los Estados Unidos y durante décadas la soberanía del nuevo país fue limitada por la tutela norteamericana. Cuba dependía de una economía azucarera dominada por capitalistas extranjeros, vulnerable a terribles altibajos de precios y sujeta a períodos crónicos de desempleo masivo. Proletarizados, en 1933, los trabajadores azucareros tomaron control de muchos ingenios y, en coalición con otras fuerzas radicales y antiimperialistas, formaron un Gobierno revolucionario. Este pronto fue socavado por fuerzas reaccionarias apoyadas por los Estados Unidos. Veinticinco años después, el hombre que tumbó el Gobierno revolucionario de 1933, Fulgencio Batista, ya con poderes de dictador, manejaba el país. En estas y muchas otras dimensiones las historias de Cuba y Colombia no podían ser más disímiles, pero el aspecto más crucial de sus diferencias fue revelado después de que los insurrectos en los dos países declararon la revolución. Mientras que los revolucionarios cubanos lograron organizar un movimiento popular masivo, los insurrectos colombianos, aunque experimentaron con varias estrategias, no pudieron dar lugar a una movilización de gran envergadura. Los insurgentes colombianos lograron atraer algunos militantes urbanos a sus filas y pudieron organizar a campesinos en algunas regiones periféricas del país, pero nunca pudieron ganar un respaldo popular en las ciudades y en las zonas populosas del campo colombiano, como por ejemplo el eje cafetero.

Perseguidos por las fuerzas del Gobierno y con poco respaldo popular, los guerrilleros colombianos echaron mano, para sobrevivir, de tácticas peligrosas, especialmente el secuestro y la extorsión. Justificaban ambas acciones como "impuestos sobre capitalistas y latifundistas ricos", pero el secuestro, una violación extrema de los derechos humanos, que degrada y deshumaniza sus víctimas, genera asco desde cualquier punto de vista.24 En un país de muchos pequeños y medianos propietarios parece que buena parte de ellos se identificó con las víctimas del secuestro y la extorsión. Lo cierto es que el odio a la guerrilla llevó a unos a engrosar las filas de los paramilitares, bandas lideradas por terratenientes que a menudo operaban en concierto con las fuerzas militares del Estado. Uno de los primeros de estos grupos tomó el nombre de Muerte a Secuestradores (MAS). El odio contra la guerrilla llevó a muchos otros a tolerar estas actividades ilegales que se probaron bastante efectivas para eliminar a las guerrillas de ciertas zonas del país.

Otra táctica lucrativa eventualmente adoptada por los grupos guerrilleros fue la participación en el tráfico de drogas ilícitas, negocio que, durante los años ochenta y noventa, llegó a competir con el valor de las exportaciones de café y penetró todas las instituciones del Estado. Esta táctica inicialmente fue tolerada por muchos colombianos; después de todo, pensaban que este era un problema estadounidense, no colombiano. En contraste, el tráfico de narcóticos de inmediato despertó el interés del Gobierno de los Estados Unidos, ya embarcado en una "guerra contra la droga" a nivel mundial. Pronto, los Estados Unidos empezaron un programa de ayuda masiva militar para el Gobierno colombiano, que ganó con él nuevos instrumentos eficaces contra la guerrilla.

Incapaces de enfrentar directamente las fuerzas militares del Gobierno, los insurrectos adoptaron las tácticas clásicas de la guerra de guerrillas: emboscadas de pequeños grupos de soldados y ataques contra la infraestructura del país, especialmente oleoductos y la red eléctrica. Estas tácticas infligían daños significativos al ejército, a la economía y, en el caso de los oleoductos, al medio ambiente. Dado el nacionalismo de los colombianos, estos actos fueron vistos por muchos como golpes irresponsables contra la integridad de la patria. Finalmente, sobre todo en su lucha contra fuerzas paramilitares, la guerrilla, al igual que su contendor, echó mano del terror para disciplinar a la población bajo su control. El impacto de esta táctica fue tal vez el más dañino de todos y fue el que más ensució la imagen de la guerrilla para la opinión pública nacional. En fin, las tácticas adoptadas por los insurrectos, sumadas a la falta de respaldo de un movimiento nacional popular, suscitaron en muchos colombianos una hostilidad contra la guerrilla y los convencieron de que los guerrilleros tenían que ser derrotados y castigados.

Con el correr del tiempo, y frente a la incapacidad de las fuerzas militares de eliminar las guerrillas (en buena parte, debido al terreno difícil y selvático del país) y en medio de la inseguridad y los estragos económicos y sociales causados por la guerra, elementos de la clase dirigente intentaron poner fin a la insurrección por medio de la negociación. Como ya hemos notado, a pesar de varios intentos, algunos bastante largos y aparentemente serios, hasta ahora todos han fracasado. Creo que la debilidad histórica de la izquierda ayuda también a explicar este resultado. Desde el lado de la guerrilla, los negociadores deben haber pensado: "si en el pasado la izquierda siempre ha sido golpeada por la represión y en el presente enfrentamos una sociedad hostil, tenemos que negociar concesiones socioeconómicas importantes y protecciones políticas férreas o estamos perdidos". Por el lado del Gobierno, en cambio, los negociadores deben haber pensado: "si en el pasado nunca hemos tenido que conceder nada a una izquierda débil y ahora como a la guerrilla le sigue faltando apoyo popular, debemos insistir en concesiones máximas de los insurrectos para terminar el conflicto".

En las negociaciones de paz recientes parece que la correlación de fuerzas fue más conducente a un acuerdo que en las décadas pasadas. Por un lado, es posible que los líderes de las FARC reconozcan que el país y su economía han cambiado mucho en las últimas décadas y que sus posibilidades electorales futuras deben ser más promisorias que antes. Y puede ser que el Gobierno, apoyado por poderosos intereses capitalistas domésticos e internacionales, reconoce que un futuro brillante como exportador minero espera una Colombia en paz.25

En todo caso, mirando el acuerdo que las partes lograron firmar en septiembre del 2016 a través del lente histórico de este ensayo, dos aspectos de sus términos impresionan. La primera es la debilidad ideológica de las FARC frente a la política neoliberal del Gobierno. La segunda es el empeño exitoso de las FARC de favorecer y proteger a sus militantes y asegurar una representación (automática, garantizada y larga) para sus líderes en las cámaras legislativas colombianas. En cuanto a la primera, las FARC no consiguieron la reforma agraria fundamental que ha sido su raison d'etre desde el principio de su insurrección, ni lograron modificar la política neoliberal que desde los años noventa vienen implementando los Gobiernos colombianos. Pero en cuanto a la segunda, las FARC sí lograron la aprobación del Gobierno respecto a varias medidas y programas diseñados para proteger las vidas y el bienestar de su gente, evitar su encarcelación y asegurar su representación política en el Congreso de la nación.

Estos términos resultaron ser aceptables como las condiciones de paz por el Gobierno y casi la mitad de los votantes en el plebiscito. Pero fueron rechazados por una ligera mayoría de estos votantes. En el contexto de este ensayo es importante notar la distribución geográfica del voto por el "no" en el país. La proporción de votos por el "no" fue alta en los departamentos populosos del viejo eje cafetero, en Antioquia (62%), Quindío (60,1%) Risaralda (55,6%) y Caldas (57%). También fue alta en los departamentos cafeteros de Tolima (59,7%), Cundinamarca (65,5%), Norte de Santander (63,9%) y Santander (55,6%). Y, aunque las otras ciudades grandes del país (Bogotá, Cali, Cartagena y Barranquilla) votaron por el "sí", Medellín votó por el "no" (63.0%), y la ciudades intermedias de las zonas cafeteras votaron todas por el "no": Cúcuta (65,3%), Bucaramanga (55,1%), Manizales (50,9%), Pereira (55,6%), Armenia (57%) e Ibagué (60,6%). Hubo otros departamentos y ciudades con mayorías que optaron por el "no", particularmente en los Llanos Orientales, pero una gran parte de los votos en contra del acuerdo de paz vino de los departamentos populosos arriba anotados.26

VII

La votación por el "no" en las zonas cafeteras seguramente refleja en parte las influencias ideológicas que hemos venido destacando, pero debe manifestar también la crisis progresiva de la economía cafetera en las últimas décadas. Esta crisis es parte, a la vez, de una más general que, desde la implementación de reformas neoliberales en los años noventa, viene afectando la agricultura tradicional del país. La política económica del neoliberalismo también está minando la fuerza del sector industrial de la economía y fortaleciendo el sector minero. Ya las exportaciones legales más importantes del país son minerales, el petróleo y el carbón.

El tráfico de drogas y las enormes cantidades de divisas que produce, combinados con los estragos causados por más que medio siglo de guerra en las áreas rurales, han dado lugar a lo que algunos han llamado una "contrarreforma agraria", una concentración tremenda de la tierra en algunas zonas que constituye gigantes predios, muchos de los cuales son dedicados no a la agricultura sino a la cría de ganado. Mientras tanto, ha habido un desplazamiento inmenso de gente de las zonas rurales más conflictivas a las ciudades, donde muchos sobreviven precariamente en la economía informal. Un país que tenía a mediados del siglo XX una clase media rural cafetera importante y, consecuentemente, un mercado interno que favorecía la industrialización, se ha desindustrializado y ahora figura entre los países con mayores niveles de informalidad del mundo. En medio de estos procesos, el sistema político bipartidista que dominó el terreno político del país durante el siglo XX ha entrado en decadencia y disolución.

No he estudiado ninguno de estos procesos, y es posible que mi descripción necesite mayor cualificación en algunos detalles, pero sus rasgos generales son claros y sus implicaciones políticas son importantísimas. Todos estos procesos deben favorecer las posibilidades electorales futuras de la izquierda. Para realizar estas posibilidades, sin embargo, el requisito fundamental es cimentar una paz duradera.

Mientras ha durado la insurrección en Colombia, la izquierda pacífica ha pagado un precio enorme. No solo fueron asesinados centenares de seguidores de la UP y varios de sus líderes. También han sido víctimas de fuerzas derechistas estatales y privadas muchas otras personas vinculadas a procesos democráticos, incluyendo periodistas y activistas dedicados a la preservación de los derechos humanos. Durante décadas los sindicalistas colombianos han sido asesinados por derechistas (e incluso por izquierdistas involucrados en riñas entre bandas de guerrillas rivales) en números que son inconcebibles en otros países del mundo.27 Solo el fin de la insurrección y la licencia que ha dado a la derecha terminarán esta carnecería bárbara de la izquierda pacífica en el país.

Al final se logró salvar el acuerdo de paz derrotado en el plebiscito de octubre del 2016 modificándolo. A mediados de noviembre de ese año, después de nuevas negociaciones en La Habana, las FARC y el Gobierno aprobaron modificaciones del acuerdo original que intentaron responder a una serie de objeciones e inquietudes que habían expresado los líderes de la oposición frente al primer acuerdo. Los cambios al original incluyeron concesiones importantes de parte de las FARC y clarificaciones de parte del Gobierno, pero no tocaron los elementos fundamentales del acuerdo.28 A pesar de estas modificaciones los líderes del "no" decidieron no apoyar el nuevo acuerdo y el gobierno de Santos y las FARC eligieron refrendarlo no a través de un nuevo plebiscito, sino por medio del Congreso, donde fue ampliamente aprobado por la mayoría santista. Los opositores, liderados por el expresidente Álvaro Uribe, abandonaron el recinto y no votaron. El grado de oposición al nuevo acuerdo (muchos creen que manteniendo su oposición, el uribismo apunta a la presidencia en el 2018) y la falta de un amplio voto a favor del nuevo acuerdo por medio de un plebiscito van a comprometer la implementación de los complicados términos del acuerdo de paz en los meses y años venideros.

Con todo, aunque se cumpla con los términos del acuerdo de paz y se fundamente una paz duradera, el problema central de la izquierda colombiana, y también de la izquierda mundial, perdurará. Este problema, evocado al principio de este ensayo a través de las palabras de Nicolás Buenaventura, quien señala la contradicción entre el ideario socialista del Partido Comunista y las aspiraciones de los pequeños propietarios cafeteros en el país, transciende el caso colombiano. El problema señalado por Buenaventura concierne no solo a las prácticas del socialismo en el pasado y a interpretaciones enfrentadas de la filosofía marxista hoy en día, sino que tiene que ver con el futuro mismo de la izquierda a nivel mundial.

Los comunistas colombianos, así como también la izquierda marxista en general, han visto las aspiraciones de trabajadores de llegar a ser dueños de una propiedad productora como un error pequeñoburgués. El mismo Nicolás Buenaventura, como líder de una investigación patrocinada por el Partido Comunista en el Valle del Cauca en los años setenta, fue fiel a esta posición ortodoxa. Su equipo entrevistó a 338 trabajadores agrícolas migrantes y, entre otras cosas, les preguntó si pensaban que la tierra en Colombia estaba dividida de forma justa y eficiente. El 92% respondió que no, y cuando se preguntó cómo sería el mejor camino de repartir la tierra, el 70% indicó que "quedaría mejor parcelada en fincas de propiedad familiar" y solo el 30% creyó que era mejor que estuviera "organizada en cooperativas o empresas comunitarias". Buenaventura calificó la primera respuesta como la posición "campesina" y la segunda, como la "obrera".29

Estas categorías reflejan la interpretación de Marx otorgada por los partidos comunistas a nivel mundial e implementada en las sociedades socialistas que hemos conocido. Fijados en quienes controlan los medios de producción y quienes solo venden su fuerza de trabajo, estos marxistas, como el Marx maduro mismo, ven en el proletariado la fuerza que va a tumbar el sistema capitalista y reemplazarlo con el socialismo, pero resulta que el record histórico no valida esta visión. El proletariado organizado ha sido una fuerza importante reformista y democrática en el sistema capitalista industrial, pero no ha sido una clase revolucionaria. Las revoluciones socialistas que hemos visto, más bien, han sido impulsadas por gente rural no proletarizada, como bien reconoció el célebre antropólogo Eric Wolf en su libro Peasant Wars of the Twentieth Century y, antes, en la Europa del siglo XIX, fueron los artesanos no los proletarios, más espectacularmente en la Revolución francesa, el motor de la protesta social revolucionaria.

¿Por qué? Yo creo que la razón también se encuentra en Marx, pero en sus escritos tempranos humanísticos. En ellos, Marx sostiene que lo que nos hace humanos y nos distingue de otros animales e insectos es trabajar con un fin determinado. El ser humano concibe un trabajo y luego lo ejecuta. Esta unidad de mente y mano es lo que define al trabajo humano. Esta misma unidad es quebrada en la producción capitalista, en donde las herramientas de trabajo y la concepción de tareas son removidas de los trabajadores y concentradas en manos capitalistas.30 Los llamados peasants o campesinos de las revoluciones del siglo XX y los artesanos de Europa en el siglo XIX lucharon tan tenazmente porque estaban resistiendo a la proletarización y a la quiebra de la unidad de concepción y ejecución que aquella trae consigo. Es decir, estaban luchando por preservar su humanidad. Pero la aspiración de controlar cómo y cuándo trabajamos no desaparece con la proletarización. Es una búsqueda que todo trabajador, sea de cuello azul o blanco, anhela realizar y que no ha sido realizado en ninguna sociedad industrializada, sea capitalista o socialista.31

De este punto de vista la lucha por la tierra de los trabajadores cafeteros en Colombia toma un significado nuevo: se vuelve liberadora. Al conseguir una parcela de tierra propia lo suficientemente grande para cubrir su sustento y el de su familia, más un excedente para vender, un jornalero o arrendatario logra autonomía en su trabajo: llega a decidir cuándo trabaja y cómo trabaja y, además, logra disfrutar el producto de sus labores. En otras palabras, realiza trabajo no alienado, y esta cualidad explica su alta productividad aun con técnicas elementales. Esta situación permite entender cómo los pequeños y medianos productores cafeteros en Colombia, durante los años treinta y cuarenta, aumentaron su porción de la producción en el mercado nacional frente a los grandes capitalistas competidores y cómo, a la vez, Colombia incrementó su porción del mercado mundial cafetero frente a la competencia brasilera. Claro está que la realización de este trabajo no alienado en la economía cafetera no fue pura y perfecta. Los pequeños y medianos productores dependían de formas de producción patriarcales en las que a menudo se explotaba a mujeres y niños. Y, como hemos visto, sus aspiraciones a conseguir y mejorar sus fincas podían generar pleitos y hasta violencia con sus vecinos. Estas mismas aspiraciones fueron canalizadas por los partidos tradicionales de una manera que agravaba la contienda entre estos y la violencia entre campesinos; no obstante, bien entendida y coordinada por partidos de izquierda, la aspiración de trabajar en forma no alienada por medio de la adquisición de una propiedad productiva podría generar relaciones de producción generosas, eficientes y pacíficas. Algo similar pasaba en los municipios comunistas cafeteros como Viotá, que fueron descritos por Nicolás Buenaventura en su libro de 1992, aunque él, que todavía no se había liberado completamente de la ortodoxia marxista, no lo podía ver con claridad.

Estos municipios cafeteros anuncian la promesa de un marxismo reconstruido y una izquierda renovada para Colombia y, ¿por qué no decirlo?, para otras partes del mundo. Al centrar su política laboral en la importancia del control sobre el proceso de trabajo, la izquierda tendrá una herramienta poderosa para reorientar no solo su posición frente a los pequeños y medianos agricultores, sino en relación con otros sectores de trabajadores, desde obreros industrializados organizados en sindicatos hasta los ejércitos de trabajadores temporeros y personas que trabajan en la economía informal y la llamada sharing economy, tan de moda hoy en el capitalismo avanzado. La aspiración de ejercer mayor control sobre cómo, cuándo, con qué y con quién trabajamos es universal y, sin embargo, resistida y negada bajo las relaciones de producción capitalistas (y las del socialismo hasta ahora también). Reconociendo esta aspiración humana y construyendo una política sindical y electoral alrededor de ella se ofrece el camino más promisorio para la izquierda del futuro. Sin embargo, esta promesa no tiene futuro, digámoslo otra vez, en un país en guerra.

Llegar a una paz sólida y duradera en Colombia implica mucho más que la aprobación por una mayoría de un acuerdo de paz entre las guerrillas y el Gobierno. Un requisito mínimo para poder construir dicha paz es reconocer que la culpa del desastre del último medio siglo la tenemos todos. La culpa la tiene no solo la clase dirigente, cuya terca perseverancia en sus privilegios ha impedido el desarrollo económico y político del país. La tienen no solo las fuerzas militares y los paramilitares que han violado los derechos humanos de la población, y los sectores de la opinión pública que han aprobado o han ignorado estos abusos. También tiene que asumir su porción de culpa la izquierda, sobre todo la izquierda armada. Puede ser comprensible que al principio de los años sesenta gente progresista e idealista decidiera tomar las armas contra el Estado esperando replicar lo que había pasado en Cuba, pero una vez que su incapacidad de ganar el apoyo popular fue patente y sus tácticas fueron rechazados por la mayoría de colombianos, una vez que su insurgencia iba transformándose de un esfuerzo altruista por alcanzar un futuro socialista en un negocio violento de secuestros y drogas, una vez que se supo que la promesa de la Revolución cubana se iba hundiendo y el socialismo soviético se desplomaba, y una vez, finalmente, que no se podía ignorar que la insurgencia había sido desastrosa para la izquierda pacífica en el país, ¿no era tiempo de buscar una salida y dejar las armas?

En la mitad del camino de la insurgencia, en 1992, los intelectuales colombianos contestaron "sí" a esta pregunta y escribieron una carta pública dirigida a los insurgentes que ya ha sido citada en este artículo. Las decenas de signatarios, la nata de la intelectualidad colombiana, entre ellos el Nobel izquierdista Gabriel García Márquez, reclamaron a los insurgentes que dejaran las armas. Argumentaron que su insurrección ya no servía, que se había tornado contraproducente, pero sus razones, en vez de retar la narrativa histórica que justificaba la insurgencia (es decir, la historia de una represión sangrienta de la disidencia perpetrada por la élite desde los albores de la república), implícitamente la confirmaron. En su réplica a la carta referida, la Coordinadora Guerrillera no solo rechazó la idea de dejar la lucha, sino que de manera categórica reconfirmó la interpretación de la historia que la carta de los intelectuales no había cuestionado.32 Han transcurrido ya veinticinco años más de una guerra destructiva y sin horizontes de triunfo, y todavía hoy, a juzgar por sus páginas en Internet, las FARC y el ELN sostienen la misma historia y hablan como si representaran a las clases populares del país, posición que nunca tuvieron en el pasado y un sueño que hoy está aún más apartado de la realidad. Solo hasta cuando reconozcan su porción de culpa en la tragedia nacional tendrán un futuro electoral influyente.

Con esto llegamos a un último grupo de personas que tiene que aceptar culpabilidad respecto a la tragedia colombiana de los últimos cincuenta años, los historiadores profesionales. Durante mucho tiempo dejamos de confrontar, complicar y desacreditar la narrativa histórica esgrimida por la izquierda armada para justificar su insurgencia. En mi caso, tenía a la mano las herramientas de retar esa narrativa (un entendimiento de las razones fundamentales de la debilidad de la izquierda) mucho antes de la publicación de la carta de los intelectuales. Y aunque mis coeditores colombianos, los historiadores Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda, y yo incluimos la carta y la respuesta desafiante de la guerrilla en un libro sobre la violencia ya citado y publicado en el 2001, tampoco criticamos a fondo esa narrativa. Todo esto a pesar de que el libro, como su predecesor publicado en 1992,33 tenía como fin analizar y explicar la violencia en Colombia para lectores angloparlantes. Ahora, veinticinco años después de la publicación de la carta de los intelectuales, y más de medio siglo desde la iniciación de la insurgencia, los historiadores profesionales siguen siendo muy cautelosos a la hora de criticar los conceptos históricos de la guerrilla. Un buen ejemplo es la síntesis del conflicto armado ¡Basta ya!, recién publicado por El Centro Nacional de Memoria Histórica, que, en mi opinión, aporta demasiada credibilidad a la narrativa histórica de la izquierda armada.34

Parte de mis diferencias con la filosofía histórica del equipo de investigadores del centro que elaboró ¡Basta ya! tiene que ver con un relativismo posmoderno muy en boga en la profesión histórica hoy en día. Esta actitud intenta dar voz a todos en la historia y, aunque insiste en corroborar los hechos ocurridos en el pasado, suele esquivar la tarea de evaluar la validez de una interpretación histórica sobre otra. No comparto esta posición. Sostengo la idea de que las interpretaciones del pasado que se conforman con los pilares metodológicos del historiador profesional son superiores y, en algún sentido, más verídicas que las que no se adecúan a ellos. Planteé estas ideas en una crítica a La historia doble de la costa de Orlando Fals Borda en 1989 y las reformulé de forma general en Labor and the Course of American Democracy.35 Estos pilares de la metodología histórica (la necesidad de dominar la historiografía existente sobre un sujeto antes de empezar a investigarlo, el reconocimiento de la primacía de las fuentes primarias en la promoción del conocimiento histórico y la realización de la interconexión de todo aspecto del cambio histórico y los sujetos humanos) son la condición sine qua non de toda investigación histórica y deben ser implementados por todo historiador profesional. Pero, como explico en los textos arriba citados, los pilares metodológicos de la historia tienen también corolarios democráticos, aunque en la práctica son descuidados o negados por muchos historiadores. Gracias a estos corolarios, a la larga, las interpretaciones democráticas son aquellas aceptadas universalmente. A los historiadores que se escandalizan cuando afirmo esto les pregunto: ¿cuál interpretación de la esclavitud aceptamos como la más verídica hoy en día? ¿La de los hacendados esclavistas o la de los esclavos?

¿Qué algunas interpretaciones históricas son mejores y más democráticas que otras? ¡Qué juzgue el lector!


Notas

1 Un buen resumen se encuentra en: Javier Duque Daza, "Un plebiscito innecesario, una derrota inesperada", Razón Pública. Web. Oct. 3, 2016. Disponible en: http://www.razonpublica.com/index.php/conflicto-drogas-y-paz-temas-30/9758-un-plebiscito-innecesario,-una-derrota-inesperada.html. Una discusión llevada a cabo por "expertos" académicos y patrocinada por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional es resumida en: Jamira Gómez Muñoz, "Los motivos por los que ganó el No, según catedráticos y analistas políticos", El Espectador. Web. Oct. 20, 2016. Un relato franco sobre la división rural-urbana y de generaciones está en Lina Britto, "Generation War", NACLA. Web. Oct. 10, 2016. En "Power Over Peace in Colombia", Jacobin. Web. Oct. 7, 2016, Forrest Hylton describe las condiciones deplorables de los marginados urbanos y la posibilidad del voto por el "no" entre ellos.
2 La primera, "The Left and the Paradoxes of Colombian History," se presentó en la Universidad de California, Berkeley, el 14 de febrero del 2002. Luego, en una conferencia sobre la crisis en Colombia realizada en la Universidad de Calgary (Canadá) el 19 de octubre del 2003, presenté "Where is the Left in What is Left of Colombia?". El 25 de mayo de 2004, presenté "La historia paradójica de la izquierda colombiana" en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, y dos días después hablé sobre el mismo tema en la sede de la Universidad Nacional en Medellín.
3 Debo aclarar que hablo de una minoría de estudiantes y profesores en estas universidades y que hoy en día los simpatizantes con la izquierda armada son mucho menos influyentes que antes.
4 Los fragmentos presentados en este apartado hacen parte de: Nicolás Buenaventura, ¿Quépasó, camarada? (Bogotá: Ediciones Apertura, 1992) 84, 89, 122-124.
5 Charles Bergquist, Café y conflicto en Colombia, 1886-1910. Antecedentes y consecuencias de la Guerra de los Mil días (Medellín: Fundación Antioqueña de Estudios Sociales, 1981); Los trabajadores en la historia latinoamericana. Ensayos comparativos sobre Chile, Argentina, Venezuela y Colombia (Bogotá: Siglo XXI, 1988).
6 Brenda Escobar descarta la centralidad de la identificación partidaria enfatizando motivaciones políticas pragmáticas de parte de las élites y los participantes populares durante la Regeneración y la Guerra de los Mil Días. La autora presenta nueva información y análisis muy ricos, pero en su afán de sustentar sus interpretaciones, y hablando ahora de su tratamiento de Café y conflicto, desfigura la tesis del libro y la posición de su autor ante la cuestión clave de las motivaciones de combatientes populares durante la guerra. Brenda Escobar Guzmán, De los conflictos locales a la guerra civil. Tolima a fines del siglo XIX (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2013). Compárese, por ejemplo, sus aseveraciones en las páginas 178 y 179 de su libro con las discusiones sobre la tesis del libro y las motivaciones populares en Café y conflicto (25-28 y 212-213). Esta paginación corresponde a la edición que usa Escobar (Bogotá: El Áncora, 1999).
7 Victor Bulmer-Thomas, The Economic History of Latin America since Independence (Nueva York: Cambridge University Press, 1994) 68.
8 Examino esta historia en Colombia en Café y conflicto y la de los otros países latinoamericanos y los Estados Unidos en: Charles Bergquist, Labor and the Course of American Democracy (Londres: Verso, 1996) 8-42.
9 James E. Sanders, Contentious Republicans: Popular Politics, Race, and Class in Nineteenth-Century Colombia (Durham: Duke University Press, 2004). Sobre el movimiento indigenista armado de Quintín Lame al principio del siglo XX y su sucesor al final del siglo, ver: Ricardo Peñaranda, Guerra propia, guerra ajena (Bogotá: Centro Nacional de Memoria Histórica / IEPRI, 2015).
10 Los datos son reproducidos en Frank Safford y Marco Palacios, Colombia. Fragmented Land, Divided Society (Nueva York: Oxford University Press, 2002) 261.
11 Estos números son aproximaciones. Los datos anuales sobre precios y exportaciones aparecen en el gráfico 5.1 de Bergquist, Los trabajadores 351.
12 Ver los cuadros 5.1 a 5.4 de Bergquist, Los trabajadores 354-58.
13 Esto se deduce del censo cafetero de 1939 realizado solamente en los departamentos de Cundinamarca y Tolima y comparando los datos de los censos cafeteros de 1932 y 1955 en los cuadros citados en la nota 12.
14 Entre las contribuciones recientes se destaca la meticulosa obra de Rocío Londoño Botero, Juan de la Cruz Varela. Sociedad y política en la región de Sumapaz (1902-1984) (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2014).
15 Cuadro 5.5 en Bergquist, Los trabajadores 426.
16 Carlos Miguel Ortiz Sarmiento, Estado y subversión en Colombia: La Violencia en el Quindío, años 50 (Bogotá: Fondo Editorial CEREC, 1985).
17 Carlos F. Díaz, "Algunas notas sobre la historia económica de América Latina, 1920-1950", Ensayos sobre historia económica colombiana, Miguel Urrutia et al. (Bogotá: Fedesarrollo, 1980) cuadro IV.
18 La debilidad de la izquierda en Colombia durante las últimas décadas obedece una serie de factores que transciende esta dinámica cafetera. Entre ellos, "los continuos procesos de colonización fuera de las zonas cafeteras que sirvieron de canal de desfogue a los conflictos sociales" (en palabras de uno de los evaluadores anónimos de este ensayo), las oportunidades ofrecidas en muchas de estas zonas para el cultivo de drogas ilícitas, "la poca flexibilidad de la izquierda en atraer sectores sociales urbanos" (palabras del mismo evaluador), sobre todo los que trabajan en la economía informal. Un análisis de la debilidad de la izquierda en tiempos recientes se encuentra en: Forrest Hylton, "The Experience of Defeat: The Colombian Left and the Cold War that Never Ended", Historical Materialism 22.1 (2014): 67-104.
19 Un ejemplo típico es Colombia Support Network, una organización ubicada en los Estados Unidos, que el 14 de octubre del 2016 publicó en su red electrónica un artículo sobre los orígenes históricos de la situación actual que concuerda estrechamente con la interpretación de la guerrilla. Escrito por Cecilia Zárate-Laun, el artículo "Are We Going Back to Square One in Colombia?" apareció originalmente en la revista izquierdista norteamericana Counterpunch el mismo día.
20 Los dos últimos documentos, analizados más abajo, fueron ampliamente difundidos y comentados en Colombia y son reproducidos en inglés en: Charles Bergquist et al. Violence in Colombia, 1990-2000: Waging War and Negotiating Peace (Wilmington: Scholarly Resources, 2001) 214-245.
21 Mientras que muchos izquierdistas han tratado de interpretar los diez años convulsivos que siguieron a la muerte de Gaitán como una revolución abortada, la mayoría de los historiadores se han fijado en los eventos políticos de esta década: los Gobiernos represivos conservadores, la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, su reemplazo por una junta militar y finalmente el acuerdo que produce el Frente Nacional. Dos estudios excepcionales que exploran el papel fundamental de las élites económicas en estos eventos, especialmente los empresarios, son los libros de Eduardo Sáenz Rovner: La ofensiva empresarial (Bogotá: Uniandes, 1992) y Colombia años 50 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002).
22 Álvaro Delgado y Juan Carlos Celis Ospina, Todo tiempo pasado fue peor (Bogotá: La Carreta, 2007). El prólogo, escrito por el historiador Medófilo Medina, amplía esta crítica.
23 Planteé estas diferencias en Charles Bergquist, "La historia de Colombia no es la de Cuba", entr. Lina Britto, El Espectador (jun. 2, 2014).
24 Una denuncia contundente del secuestro es la del ingeniero petrolero Jake Gambini, cuñado del historiador Herbert Braun. Braun relata el secuestro de Gambini por el ELN en: Our Guerrillas, Our Sidewalks (Niwot: University of Colorado Press, 1994). Ver, en particular, el testimonio de Gambini en las páginas 60-65.
25 Forrest Hylton y Aaron Tauss, "Peace in Colombia: A New Growth Strategy", NACLA 48.3 (2016): 253-259.
26 Los datos vienen de Duque Daza.
27 Ver: Mauricio Archila, et al. Violencia contra el sindicalismo, 1984-2010 (Bogotá: CINEP, 2012) para las estadísticas sobre estas matanzas.
28 Un listado de las modificaciones pedidas por la oposición y los respectivos cambios en el acuerdo fue publicado en El Tiempo el 13 de noviembre del 2016. Un sucinto y favorable resumen en inglés apareció el día siguiente en el New York Times, "Colombia's Revised Peace Accord", New York Times. Web. Nov. 14, 2016.
29 Nicolás Buenaventura, "Proletariado agrícola: temporeros", Estudios Marxistas 9 (1975): 3-32. Estas riquísimas entrevistas son analizadas en: Bergquist, Los trabajadores 433-436.
30 La explicación más elocuente de este proceso, que culmina en el taylorismo y el fordismo, se encuentra en: Harry Braverman, Labor and Monopoly Capital (Nueva York: Monthly Review, 1974). Sobre las implicaciones del proceso de trabajo bajo el capitalismo y el socialismo de estado, ver: Michael Burawoy, "The Contours of Production Politics", Labor in the Capitalist World Economy, ed. Charles Bergquist (Beverly Hills: Sage, 1984) 23-47; y Michael Burawoy, Politics of Production (Londres: Verso, 1985).
31 Discuto este asunto con más detalle en: Labor and the Course of American Democracy, sobre todo en el capítulo 3, sobre cultura popular (114-159), y en la sección sobre control del proceso de trabajo en el capítulo 5 (183-185).
32 Como ya notamos, la carta, publicada en El Tiempo el 22 de noviembre de 1992 y la respuesta de la guerrilla publicada en Voz, el periódico del Partido Comunista, diez días después, fueron ampliamente comentadas en Colombia. Ambas se publicaron en inglés en nuestro libro Violence in Colombia, 1990-2000 214-220. Gonzalo Sánchez, uno de los coeditores de ese libro, fue uno de los firmantes de la carta.
33 Charles Bergquist, Ricardo Peñaranda y Gonzalo Sánchez, eds. Violence in Colombia. The Contemporary Crisis in Historical Perspective (Wilmington: Scholarly Resources, 1992).
34 El Centro Nacional de Memoria Histórica, coordinado por Gonzalo Sánchez, es una institución oficial formada para estimular la investigación histórica y promover la reconciliación en Colombia. En los últimos años ha financiado la investigación y publicación de decenas de proyectos históricos importantes, representando una pluralidad de posturas políticas y metodológicas.
35 Charles Bergquist, "En nombre de la historia: una crítica disciplinaria de la Historia doble de la costa de Orlando Fals Borda", Huellas 26 (1989): 40-56. La versión en inglés aparece en las páginas 198-207.


OBRAS CITADAS

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