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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.45 no.2 Bogotá July/Dec. 2018

https://doi.org/10.15446/achsc.v45n2.71040 

Reseñas

Carlos Camacho Arango. El conflicto de Leticia (1932-1933) y los ejércitos de Perú y Colombia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2016. 516 páginas. DOI: 10.15446/achsc.v45n2.71040

JORGE ORTIZ SOTELO* 

* Escuela Superior de Guerra Naval, Perú thalassajos@gmail.com


Perú y Colombia se han enfrentado militarmente en tres oportunidades: en 1828-1829, en 1911 y en 1932-1933. La historiografía ha abordado de muy diversas maneras cada uno de estos conflictos, pero, como suele suceder con este tipo de temas, la deseable objetividad no siempre ha estado presente. Esta es una de las cosas que me llamó la atención del trabajo de Carlos Camacho, pues se acerca a ese ideal de objetividad. Otra fue el curioso ordenamiento de sus trece capítulos, donde alterna los acontecimientos del conflicto con un bien articulado análisis de las relaciones civiles y militares en ambos países, en una suerte de ensayo histórico y sociológico sobre sus ejércitos. Este orden me lleva a pensar que es posible leer la obra de varias maneras y, más aún, que estamos ante dos libros, los cuales se complementan, pero que no necesariamente deben ir en un mismo volumen. Sea como sea, el resultado es incitador. Las fuentes documentales consultadas por Camacho son exhaustivas, comprende archivos colombianos, peruanos, británicos, norteamericanos y franceses, aunque, como bien señala, no le fue posible acceder a la documentación militar de su país. Podría haberle sido valioso revisar la documentación del Archivo Histórico de Marina, en Lima, y consultar los trabajos de Daniel Masterson,1 de Fernando Romero2 y de Alberto Fernández Prada,3 así como la prensa brasileña, buena parte de la cual se encuentra disponible en la Biblioteca Nacional Digital de Brasil.

Si bien Camacho optó por llamar conflicto a lo que se inició en Leticia el 1 de septiembre de 1932, creo que realmente se trató de una guerra, pues este último concepto -y no necesariamente el primero- implica el uso de la violencia. Los conflictos no son otra cosa que el choque de intereses entre Estados, sociedades e incluso individuos. Cuando estos intereses son considerados vitales y no se encuentran soluciones pacíficas a sus diferencias, las partes pueden llegar al uso de la fuerza, y, en ese caso, declarada o no, se trató de una guerra. Perú y Colombia estuvieron en guerra en 1932 y 1933, pero la memoria colectiva, difusa en el caso peruano y más consistente en el colombiano, ha llevado a que ese enfrentamiento bélico sea conocido como el "Conflicto de Leticia", opción que Camacho acepta para titular su trabajo. Las guerras son, pues, el enfrentamiento de dos voluntades políticas que usan la fuerza para prevalecer una sobre la otra, pero usan además otros medios, primordialmente el diplomático, el económico y el sicosocial. Y si bien me habría gustado una breve introducción teórica al fenómeno de la guerra, el libro de Camacho sí aborda la compleja interacción de medios y permite al lector comprender mejor los sucesos que analiza.

Las guerras usualmente tienen causas estructurales y coyunturales. Por lo general, las primeras son más fáciles de identificar que las segundas, pues suelen estar envueltas en brumosas motivaciones y justificaciones de lado y lado. Camacho dedica su segundo capítulo a analizar las causas de la toma de Leticia el 1 de septiembre de 1932, punto de partida de la crisis que derivó en enfrentamiento militar. Encuentra en dichas causas como denominador común el deseo de desconocer el tratado que había fijado la frontera con Colombia cediendo territorio peruano a orillas del Amazonas. Pero, por otro lado, también señala una diversidad de razones que motivaron a varios de los principales protagonistas de dicha toma. Si bien esta acción no fue dispuesta por el gobierno peruano, Camacho describe y analiza las razones que llevaron al débil gobierno de Sánchez Cerro a cambiar de postura, pasando de minimizar los hechos a disponer la defensa de Leticia y del territorio amazónico. Lo encuentra incapaz de oponerse al creciente apoyo popular y también militar que fueron recibiendo los captores de Leticia. El aparato militar peruano, pese a numerosas carencias y deficiencias, contaba con mayor experiencia y una estructura más firme que el colombiano. El gobierno de Bogotá era consciente de ello y debió reforzar y reorganizar rápidamente su aparato defensivo, proceso que no estuvo libre de fallas y que presentó varios problemas operacionales, por la compleja estructura de mando que adoptó. Esta última, además, se vio contaminada por la incorporación de algunos oficiales que habían sido separados del servicio por motivos políticos.

Las operaciones militares propiamente dichas son analizadas con gran detalle a lo largo de los capítulos impares, mostrando lo complejas que fueron, al llevarse a cabo en el vasto espacio amazónico, con comunicaciones poco fiables y enormes dificultades logísticas. Por otro lado, la dirección de la guerra, a cargo de los presidentes, no siempre logró que el mando militar apuntara al mismo objetivo y en ocasiones desconfió de este; lo mismo sucedió entre los altos mandos y sus comandos operacionales. Como suele suceder en todas las guerras, la política interna actuó como factor de distorsión, tanto en Perú como en Colombia. El planteamiento militar peruano concentró su esfuerzo principal en la defensa de Leticia, sin descuidar el frente del Putumayo ni una posible intervención ecuatoriana en apoyo de Colombia. El planteamiento colombiano consideró inicialmente retomar Leticia, pero rápidamente se cambió de objetivo para obtener primero el control del Putumayo, para luego retomar Leticia y eventualmente actuar sobre Iquitos, contando para ello con las fuerzas estacionadas en el Putumayo y las que concentró en el río Amazonas. Organizar estas últimas demandó un esfuerzo enorme, lo mismo que conformar una aviación militar basada en pilotos extranjeros, pero todo ello le permitió alcanzar una deseable superioridad de medios. Resulta meritoria la forma como Camacho aborda el caso del soldado colombiano Cándido Leguízamo, herido en un enfrentamiento sostenido en la margen derecha del Putumayo, en territorio peruano, el 29 de enero de 1933. Rápidamente elevado a la condición de héroe, al analizar los pocos testimonios disponibles sobre su actuación en aquel enfrentamiento, el autor encuentra algunas discrepancias y, con loable objetividad, llega a cuestionar la heroicidad que se le atribuyó. Esto no hace más que evidenciar cómo los gobiernos y las sociedades buscan, no siempre con razones valederas, construir arquetipos heroicos que alimenten el "deseo de lucha". Las historias oficiales abundan en este tipo de casos.

Las acciones militares son descritas con lujo de detalles, sin que ello prive al autor de ser crítico de la forma en que algunas de ellas se planearon y ejecutaron. Esta aproximación a una historia bélica permite comprender mejor la complejidad que ellas encierran, pues, como bien señala, son la resultante de una serie de factores políticos, diplomáticos y humanos. Quizá lo que mejor represente esta complejidad fueron las operaciones en Güepí, el puesto militar peruano más avanzado en el alto Putumayo, luego de lo cual se pensaba tomar Puerto Arturo en el curso medio del río, y Pantoja, en el río Napo. Desde mediados de febrero de 1933, el destacamento colombiano en el Putumayo venía preparándose para tomar esa posición, pero las negociaciones diplomáticas, las condiciones de navegabilidad del río, las enfermedades y las propias rivalidades entre algunos mando, llevaron a postergar dicho ataque en más de una oportunidad. Esto se prolongó hasta el 26 de marzo, y aunque la moral de la fuerza colombiana había sido afectada por las sucesivas postergaciones, su abrumadora superioridad le permitió vencer la resistencia peruana. Las operaciones posteriores, descritas igualmente con gran detalle, se concentraron esencialmente en la trocha entre Güepí y Pantoja, pero el ataque a Puerto Arturo y a Leticia nunca llegó a realizarse, pues a finales de mayo el gobierno peruano aceptó la fórmula propuesta por la Liga de las Naciones para poner fin a las hostilidades.

Habría sido interesante que Camacho abordara las operaciones peruanas en el Pacífico, el Caribe y el Atlántico con la misma minuciosidad con que trató las de la región amazónica. Se conformaron dos grupos de tarea, cada uno con un crucero y dos submarinos, actuando uno de ellos en la costa colombiana del Pacífico, mientras que el otro cruzó el canal de Panamá y se dirigió a la boca del Amazonas, arribando a Belem do Pará poco antes de que las hostilidades se suspendieran. Pero quizá el aporte más valioso del libro se ubica en los capítulos pares, pues en ellos incursiona en una suerte de análisis comparativo entre las instituciones militares de ambos países y para ello aborda temas no siempre bien tratados e incluso algunos totalmente vírgenes. El autor dedica uno de estos capítulos a las transferencias militares europeas hacia Sudamérica entre 1895 y 1933, agrupándolas en dos grandes aspectos: materiales y humanos. Con acuciosidad, Camacho analiza los diversos mecanismos que ambos gobiernos adoptaron para proveerse de armamento, evidenciando una endémica improvisación, su absoluta dependencia del exterior, el modus operandi de las empresas proveedoras y los intereses de sus respectivos gobiernos por ampliar sus esferas de influencia a través de dichas transacciones. Más interesante aún es su aproximación al tema de las "transferencias" humanas, que incluyen las misiones militares extranjeras, sus esfuerzos para modernizar los ejércitos de ambos países y las resistencias que debieron enfrentar, junto con el envío de oficiales al exterior en comisión o para perfeccionar sus conocimientos y el papel que jugaron los agregados militares tanto en Lima como en Bogotá.

El capítulo 8, que titula "Anatomía y fisiología del cuerpo militar", es quizá el más novedoso de todos, pues es una descarnada aproximación sociológica a los ejércitos de ambos países. Usando fuentes primarias, pues son escasos los estudios sobre estos temas, analiza tanto a los cuerpos de oficiales y suboficiales como al personal de tropa, abordando temas como procedencia, ascensos, promociones, salarios, pensiones, métodos de reclutamiento, vida de cuartel, situación de los mismos, uniformes, etc. Finalmente, al comparar la ratio oficiales-suboficiales-soldados en los ejércitos peruano y colombiano, califica a ambos de "liliputenses hidrocefálicos", con cuello más fuerte el primero. Las cifras que incluye este capítulo resultan, en ocasiones, abrumadoras, por lo que habría sido conveniente incluir algunos cuadros.

Los capítulos 10 y 12 son dedicados a un tema recurrente en la historia política latinoamericana: las complejas relaciones entre civiles y militares desde la década de 1920. Consagra una parte sustantiva de dicho análisis al caso peruano, cuyo ejército fue sometido a una fuerte manipulación durante los once años de gobierno del presidente Augusto Leguía, seguidos por una quiebra institucional que llevó al poder al teniente coronel Luis M. Sánchez Cerro, en momentos en que irrumpía con fuerza en la arena política el Partido Aprista Peruano. Camacho hace un agudo análisis de las simpatías y antipatías que generaron ambos liderazgos entre los militares durante la campaña electoral de 1931 y concluye que estas no estuvieron vinculadas a las ideas políticas de ambos contendientes, sino a las posibilidades que cada una de ellas ofrecía para satisfacer ambiciones personales. En Colombia también se produjeron fricciones, que eventualmente enfrentaron a militares con militares, pero estas últimas estuvieron más vinculadas a las pugnas entre liberales y conservadores.

En síntesis, el libro de Camacho merece ser leído tanto por la riqueza de su contenido como por la forma innovadora y fresca con que se aproxima a dos grandes temas: la guerra peruano-colombiana y el análisis histórico-sociológico-político de los ejércitos de ambos países durante un periodo bastante más largo, pero que permite comprender mejor su comportamiento durante la confrontación bélica propiamente dicha. Esto último me parece particularmente importante, pues las relaciones militares con el poder político y sus propias sociedades han sido, y en muchos casos siguen siendo, abordadas solo de manera fragmentaria. En todo caso, es un reto que confío que será asumido por otros investigadores.

1 Daniel Masterson, Fuerza armada y sociedad en el Perú moderno: un estudio sobre relaciones civiles militares 1930-2000 (Lima: Instituto de Estudios Políticos y Estratégicos, 2001).

2 Fernando Romero, Las fuerzas de la Marina en el nor-oriente y la guerra fluvial (Lima: Ministerio de Marina, 1935).

3 Alberto Fernandez P., La aviación en el Perú, vol. 4 (Lima: Editorial Juridica / Editorial Universitaria, 1968-1988).

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