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vol.46 número1Aline Helg. Plus jamais esclaves! De l'insoumission à la révolte, le grand récit d'une émancipation (1492-1838). París: Éditions La Découverte, 2016. 419 páginas. DOI: 10.15446/achsc.v46n1.75562Ana María Ochoa Gautier. Aurality. Listening and Knowledge in Nineteenth-Century Colombia. Durham: Duke University Press, 2014. 266 páginas. DOI: 10.15446/achsc.v46n1.75565 índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.46 no.1 Bogotá jan./jun. 2019

https://doi.org/10.15446/achsc.v46n1.75563 

Reseñas

Felipe Martínez Pinzón. Una cultura de invernadero: Trópico y civilización en Colombia (1808-1928). Madrid: Iberoamericana, 2016. 210 páginas. DOI: 10.15446/achsc.v46n1.75563

MARGARITA SERJE* 

* Universidad de los Andes mserje@uniandes.edu.co


La discusión que propone Felipe Martínez esta lejos de ser una curiosidad histórica interesante solo para eruditos, pues dialoga con una de las preocupaciones de nuestros legisladores, administradores y planificadores actuales: la del ordenamiento del territorio y, más importante aún, la del manejo de las poblaciones que lo habitan, toda vez que se habla hoy de "desarrollo con enfoque territorial". Particularmente en este momento de nuestra historia, cuando la desmovilización de las faro, la guerrilla más antigua y numerosa en el país, ha corrido el velo de conflicto y de violencia que cubría buena parte de nuestro territorio y ha puesto al país a pensar en sus selvas y sabanas: en sus "tierras bajas". Es precisamente este el objeto de las reflexiones de los cinco autores decimonónicos que Martínez explora: sus trabajos se centran en la relación del centro andino donde se concentra el capital, el progreso y, en una palabra, la "civilización", con el salvajismo de su entorno tropical. Ese trópico que se imagina asociado o, mejor, relegado a las tierras bajas de las vertientes y las llanuras y a sus habitantes: los indios, los negros y mestizos que se oponen a su vez a los blancos herederos de la cultura hispano-católica del país urbano, pues precisamente los climas de las cordilleras no se piensan como tropicales, sino como temperados.

A partir de la obra de estos cinco autores canónicos -cuyas vidas se traslapan en el largo siglo XIX: Francisco José de Caldas (1768-1816), José María Samper (1828-1888), José Asunción Silva (1865-1896), Rafael Reyes (1849-1921) y José Eustasio Rivera (1988-1928)- este trabajo ilustra un problema que está hoy, en la segunda década del siglo XXI, a la orden del día: el de la relación de los habitantes del planeta con las especies vivientes y con el clima; más concretamente, para nosotros los colombianos, el de la relación con nuestro territorio tropical, considerado como una potencia en biodiversidad y en selvas productoras de oxígeno. Quizás lo mas impactante que deja la lectura de este trabajo es la sorprendente continuidad histórica de dos ideas clave. Primero, la que pudiéramos considerar como nuestra "imaginación tropical": los trazos y visiones con los que imaginamos eso que llamamos nuestro país y su carácter tropical, a partir de los cuales pensamos que podemos "manejarlo", pues la imaginación no es únicamente una propiedad de la percepción, sino también, y sobre todo, de la intervención: el problema de su adecuada gestión y el futuro que imaginamos. Y la segunda, se refiere a lo que Martínez denomina "el libreto de la civilización(p. 123): la narrativa que construye el progreso en América, partiendo de un estado de naturaleza primigenia -como se piensa hasta hoy la Amazonia, por ejemplo-, que luego se transforma en objeto de exploración exotizante -y acá vienen a la mente relatos como los de Wade Davis-, para convertirse finalmente en lugar de minería, industria y comercio.

Para su análisis de nuestra imaginación tropical, Martínez propone la noción sugerente de mirada invernacular como concepto analítico. Nos muestra que uno de los rasgos comunes en los autores que discute es el de ver el trópico -literal y metafóricamente- tras la protección de un vidrio -el invernadero, las ventanas de los vapores del Magdalena en el XIX o, se podría añadir, las de los aires acondicionados del siglo XX- o desde la distancia de las alturas temperadas de la cordillera en Bogotá, que representan la forma en que se sitúa la "civilización", para mirar las tierras salvajes. Esta mirada permite conceptualizar, definir, clasificar y determinar el futuro de nuestros paisajes y sus habitantes, sin tener una experiencia directa y vital de los mismos. Martínez nos muestra cómo, con la notable excepción de José Eustasio Rivera, que confirma la regla, el recorrido que trazan por nuestro territorio los trabajos de Caldas, Samper, Silva y Reyes se realiza a partir de esa mirada invernacular que "suspende la experiencia histórica compartida con las comunidades en el suelo, borrando cualquier medio de contacto [...] inclusive el clima, que pueda hacerlos parte de lo común, de lo humano" (p. 20).

Con el fin de explorar esa mirada, Martínez analiza una serie de imágenes estructurantes de las obras de estos cinco autores. Aunque se trata de textos disímiles, pues se yuxtaponen aquí novelas con relatos de viaje y ensayos, el autor logra encadenar de manera original estas imágenes de un capítulo a otro, para ilustrar la relación que históricamente ha establecido la Colombia criolla y urbana con la selva y el clima tropical. Para el caso de Caldas, Martínez se centra en el texto "Del influjo del clima sobre los seres organizados" publicado en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada y a partir de él rastrea lo que denomina sus "fantasías de deforestación", las cuales parten de "la imposibilidad de integrar la selva al proyecto civilizatorio" (p. 50), por cuanto el clima no permite ni su apropiación ni su normalización, y lo llevan finalmente a su propuesta de exterminio: "qué se corten esos árboles enormes", pues ve la selva como un espacio de amenaza y corrupción. Martínez concluye el capítulo sobre Caldas recordándonos que en La dialéctica de la ilustración, Theodor Adorno y Max Horkheimer señalan cómo la razón instrumental, en este caso, encarnada en las propuestas de Caldas, "en su momento más radical substituye el conocimiento por violencia" (p. 50).

En el segundo capítulo se propone un análisis de Viajes de un colombiano en Europa de José María Samper, donde "se puede ver la manera en que, gracias a la introducción de las reformas liberales de medio siglo [...] se ampliará la frontera agrícola creándose nuevos límites/lugares y nuevas e identidades" (p. 53). Así, su análisis se centra en las escenas del viaje a vapor por el río Magdalena: en particular la que presencian los viajeros que, exceptuando las mujeres, desembarcan una noche para presenciar un currulao, baile que Samper describe con la imagen de "la inmovilidad del movimiento" y que para él constituye "la horrible síntesis de la barbarie actual". De esta forma, cuando Samper visita los grandes invernaderos del Crystal Palace en Londres, encuentra en estos jardines tropicales lo que a sus ojos debe ser la civilización en la zona ecuatorial: una frondosa selva tropical deshabitada de bogas, de negros y de insectos y plagas, debidamente domesticada para el visitante blanco: un trópico artificial.

Y esta es la imagen que el autor retoma en su discusión del libro De sobremesa, novela de José Asunción Silva que se centra en un artefacto alucinante que tiene un papel clave en la narración, y es "fantástico por lo imposible: [pues se trata de] un invernadero de flora tropical que el poeta transporta consigo [...] donde toma largas siestas, fuma opio, cultiva orquídeas y practica relaciones eróticas" (p. 98). De acuerdo con Martínez, este invernáculo de Silva no es "tecnología operando sobre la naturaleza", sino literatura "que muestra las maneras en que la tecnología ha empañado las relaciones de la sociedad industrial con su medio" (p. 106), relación que media en los planes del protagonista de la novela en su "regreso patriótico al país".

Esa proyección patriótica, que para el personaje de Silva es apenas un sueño, se concreta en los designios civilizatorios del presidente Rafael Reyes sobre la Amazonia. En el capítulo sobre Reyes, Martínez nos muestra cómo, a lo largo de su rápido pasaje por esta región, el general imagina las selvas convertidas en cultivos y lugar de industrias, gracias a una serie de operaciones de tipo instrumental-administrativo -la primera de las cuales es sin duda el registro e inventario de sus recursos- para la creación de una geografía exportadora: una plataforma de rutas y tecnologías que permitan aprovechar la abundancia del trópico, "las riquezas de nuestro suelo" como "nexo civilizador" (p. 125): la utopía en nombre de la cual estos lugares paradisiacos de naturaleza prístina se transforman en verdaderos infiernos.

Si bien La vorágine de José Eustasio Rivera pone en evidencia el infierno que surge de la puesta en marcha de uno de los sueños del General: la explotación cauchera en el Amazonas, el relato de Martínez se centra en otro infierno: en el que representa "la voz de los arboles" que escuchan los protagonistas de la novela cuando, en medio de calenturas ardientes, deambulan entre las nubes de mosquitos y el vaho de los bosques. Es el infierno de las fiebres tropicales, imagen en la que se centra Martínez para mostrar la articulación de la novela con los discursos higienistas sobre el trópico y con la "estética de la descomposición" (p. 157) que surge de la imaginación geográfica de las élites colombianas, constituyendo "el mapa del extravío" que traza la novela (p. 162).

Lo que nos presenta Martínez es, en últimas, una radiografía del desprecio. El desprecio de nuestra élite -blanca, urbana, masculina, hispano-católica y, por lo demás, colonialista- por el país y por su gente, que se ve representado en los trabajos de estos cinco hombres. Un desprecio que se cristaliza en el trópico y evidentemente en la selva, que se ve como un hábitat amenazante, como el verdadero obstáculo al progreso y la civilización. Ello es cierto incluso para Rivera, quien de manera excepcional en La Vorágine desfetichiza el sistema del caucho a comienzos del siglo XX, mostrándonos "el revés de la euforia capitalista del primer cuarto del siglo XX" (p. 143), pues todos ellos nos presentan la selva y el clima tropical como un "espacio tóxico", como "paisaje inhabitable" o como "espacio de la enfermedad", naturalizando así la forma en que el escenario de expansión del capitalismo se representa como un paisaje físico que legitima sus relaciones y sus formas de intervención. Los bosques tropicales reaparecen hoy en el escenario nacional como "espacios de oportunidad" (para el "emprendimiento", claramente) lo que se entiende, en el mejor de los casos, como su transformación en las selvas domesticadas para el turismo de Samper. Por ello, es más importante que nunca conocer y tener presentes los elementos constitutivos de esta imaginación y su función social.

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