La consulta de los catálogos de referencias de los archivos latinoamericanos puede sorprender al investigador europeo a causa del nombre dado por los archivistas a la Primera Guerra Mundial. No aparece sistemáticamente referenciada, como en los catálogos europeos, bajo el rótulo de "Primera Guerra Mundial", sino bajo aquel de "Guerra Europea". Como si el conflicto no hubiese tenido repercusiones internacionales, como si no hubieran participado las regiones africanas, asiáticas o americanas en esta conflagración. La clasificación de los bibliotecarios y archivistas revela algo de la percepción de este conflicto, como objeto lejano, en los países latinoamericanos.
Es innegable que para los europeos que tuvieron que sufrir en carne propia ese choque económico, político, humanitario y militar, la importancia de la conflagración no puede ser la misma. Para los europeos, esta guerra fue "la matriz del siglo XX", retomando la expresión del investigador George-Henri Soutou,1 y se convirtió en un recuerdo sumamente útil en el ámbito político de la construcción europea. Basta mencionar el apretón de manos entre el canciller Alemán Helmut Kohl y François Mitterrand en 1984 en el osario de Douaumont (monumento conmemorativo de la batalla de Verdun) o la ceremonia organizada el 10 de noviembre del 2018 en el vagón del mariscal Foch, entre Angela Merkel y Emmanuel Macron, para medir hasta qué punto se reactivó y utilizó a lo largo del siglo XX esa memoria en aras de impulsar los proyectos continentales multilaterales. Pero lo antes mencionado no explica completamente ese largo olvido en la historiografía latinoamericana del siglo XX. En efecto, la memoria de la Gran Guerra no es exclusiva de Europa. En todo el occidente desarrollado el conflicto fue integrado al relato histórico nacional (hasta en Australia y Canadá). Incluso en territorios periféricos como África, la cuestión de la explotación de las colonias y del trato de los tirailleurs permitió mantener vivo el recuerdo de la contienda.
Sin embargo, hasta principios de la década del 2000, en América Latina, la memoria de esta conflagración parecía limitarse a las generaciones que vivieron el período bélico. Las plazas, los nombres de las calles, los osarios, las estatuas que conmemoran la "Guerra Europea" son contados. El monumento más visible del continente es probablemente el modesto memorial de guerra de Puerto Rico, ubicado delante del Congreso del Estado libre Asociado. De los miles de voluntarios latinoamericanos2 que lucharon en los frentes europeos, no se ha investigado mucho.3 Si no fueron completamente olvidados -como lo demuestran los casos de Arturo Dell'oro (Chile) o de Domingo Rosillo (Cuba)-, solo disponemos de muy pocos testimonios de poilus latinoamericanos.4 Salvo contados especialistas, casi nadie en América Latina recordaba que Bolivia, Ecuador, Guatemala, Brasil, Honduras, Nicaragua, Panamá, Uruguay, Haití, Perú y Cuba habían firmado el tratado de Versalles el 28 de junio de 1919.
Con motivo de las conmemoraciones del Centenario de la Primera Guerra Mundial, las investigaciones históricas se han incrementado a un ritmo acelerado. Los artículos y libros publicados en el siglo XXI diversificaron la escasa bibliografía sobre la Gran Guerra. Mientras que los libros y artículos del siglo XX se enfocaban en cuestiones de índole económica,5 mediática6 o diplomática,7 los estudios recientes tratan de engarzar la historia intelectual global con las dinámicas nacionales e identitarias.8 Asistimos a una diversificación muy importante de las temáticas relacionadas con la Gran Guerra que permiten realizar estudios comparativos. En la última década, algunos trabajos han intentado sintetizar el estado en que se encuentra la bibliografía de la Gran Guerra en América Latina.9 Si bien estos permiten disponer de un panorama de gran calidad sobre las consecuencias del conflicto en el continente, sorprende la ausencia de la cuestión antillana.
Las razones de este olvido en el siglo XX son múltiples. Nos limitaremos a mencionar las dos principales. La primera reside en el hecho de que el intervencionismo estadounidense -facilitado por la Primera Guerra Mundial- se hizo más apremiante con las ocupaciones de República Dominicana, Haití, Puerto Rico y el papel que jugó Washington en "La Chambelona" en Cuba. El periodo de la Primera Guerra Mundial, para las Antillas, es también el del imperialismo estadounidense. La explotación del recuerdo de las ocupaciones era más útil políticamente en un periodo en que los países latinoamericanos se encontraban muy dependientes de Estados Unidos. La segunda razón es que no se puede negar que la historia militar de la Gran Guerra en América Latina se limitó a unos muy pocos combates entre británicos y alemanes en los mares de Chile y Argentina (batallas de Cabo Coronel y de las Malvinas) y la movilización de soldados cubanos, puertorriqueños y brasileños. No obstante, progresivamente, la historiografía de la Primera Guerra Mundial ha mostrado que la dimensión militar del conflicto es solo una temática importante entre muchas otras. Implicó una ruptura de los imaginarios geográficos y de los conceptos políticos en el Nuevo Mundo, tal como Eric Hobsbawm lo describió.10 Si el Caribe no se ve directamente amenazado por la guerra, no pierde de vista las trasformaciones que se operan en un mundo cuyos referentes políticos, culturales y económicos cambian radicalmente.
El enfoque comparatista escogido responde a diversos objetivos. Primero, permite observar sociedades antillanas inmersas en un contexto geopolítico, económico y cultural cercano y diferente de las dinámicas continentales. Cuba y Puerto Rico fueron las dos últimas colonias de España en América, mientras que el proceso de independencia de República Dominicana fue atípico con una lucha de independencia contra Haití. Segundo, a pesar de un contexto económico y tradiciones comunes, las ideas dominantes en cada uno de estos espacios nacionales son contradictorias antes de la guerra y tienden a unificarse y circular de manera más fluida después de la guerra. Tercero, la diversidad de las experiencias políticas (colonia, ocupación norteamericana, territorio independiente) permite alimentar la reflexión para ver si estas situaciones disímiles provocaron visiones de la situación europea antagónicas o convergentes.
Otro interés de este espacio para el historiador es que las fuentes primarias fueron poco explotadas. La mayor parte de nuestro trabajo se fundamenta en la consulta de los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, el Archivo Histórico Nacional de Cuba, de la colección de libros raros de la Universidad de La Habana, de los fondos del Archivo General de la Nación de Santo Domingo, del archivo regional de Santiago de los Caballeros, del Archivo Nacional Digital de Puerto Rico y una reinterpretación de las historiografías nacionales. Tratamos de examinar desde la óptica de la historia intelectual, de qué manera la Primera Guerra Mundial influyó en el pensamiento y en las justificaciones discursivas de los intelectuales nacionalistas de las Antillas hispanas y en la redefinición de las identidades.
El nacionalismo antillano en vísperas de la Gran Guerra
El nacionalismo antillano era muy diverso antes del conflicto. En Cuba y Puerto Rico, los ciudadanos trataban de alejarse del legado español y no tenían una percepción negativa de la potencia norteamericana. De 1902 a 1914, numerosos intelectuales llamaban a "cortar de manera gradual o violenta, pero rápidamente" los lazos que unían Cuba con su otrora metrópoli.11 Las estatuas de Isabel la Católica y de los reyes españoles fueron destruidas, las calles cambiaron de nombres y un diputado propuso crear un nuevo calendario, independiente de las influencias monárquicas y religiosas.12 Comenzó la demolición de las murallas de La Habana, las cuales ya no eran percibidas, en el nuevo contexto histórico, como cinturón de protección sino como un símbolo de encarcelamiento mental impuesto por España. En Puerto Rico, entusiasmaban los planes llamados city-beautiful del ocupante, encaminados a crear nuevos espacios cívicos, sanitarios y educativos.13 En esta parte del Caribe, el principal problema era, en opinión de algunos de los más famosos intelectuales, el mantenimiento de las estructuras mentales de la otrora metrópoli y la presencia de una importante comunidad española. Así, José Sixto de Sola declaraba que el español que "estaba aquí en tiempos de la colonia, naturalmente, no ama, no puede amar todavía la idea de Cuba republicana, que ha estado acostumbrado a considerar desde su niñez como una traición y como una blasfemia".14
Los discursos favorables a España ya no tenían buena acogida.15 Incluso españoles que habían hecho declaraciones muy desfavorables a Estados Unidos en el momento de la guerra hispano-estadounidense, como el ministro Eduardo Dolz, quién había expresado su férrea voluntad de no regresar a Cuba hasta que no se arriase la bandera norteamericana del castillo del Morro,16 afirmaba en 1917 que:
Cuba ha querido ponerse pública, solemne y resueltamente "al lado de los Estados Unidos" en este lance. Al lado de la gran nación, blasón del mundo y orgullo de la América, al lado de ese gran pueblo asiento de la libertad y altar de la democracia, cuyo contacto ostentamos y proclamamos como un honor, a cuyo eficiente concurso debemos la emancipación de nuestra tierra, el haber salido del poder de una nación atrasada, pobre, inculta y cruel, que mantenía en la ignorancia a la población de este hermoso pedazo de tierra americana [el 75 % de los habitantes no sabía leer] que explotaba nuestros recursos en términos de que casi vivía de lo que daban las ubres de esta "vaca tropical", que nos tenía asediados de enfermedades y contagios.17
La situación en República Dominicana era diferente de la de Cuba y Puerto Rico debido a la manera en que esta nación había obtenido su independencia. No lo había hecho mediante una guerra de liberación contra la metrópoli española, sino mediante una guerra contra la ocupación haitiana. A pesar de los problemas planteados por los intentos de expansión estadounidense en la isla (en particular la cuestión de Samaná), la construcción identitaria dominicana no se fundamentaba en la oposición entre cultura criolla y cultura española o estadounidense, sino en torno a las diferencias que existían entre la cultura haitiana y dominicana.18 Como señala Micaela González Valdés, el "antihaitianismo y el pro-hispanismo se constituyeron en elementos importantes" de la identidad nacional dominicana durante el siglo XIX y principios del siglo XX.19 En esa época, las imágenes y representaciones negativas del haitiano fueron numerosas, y la hispanidad se transformó en un elemento importante para definir el "nosotros" dominicano. A pesar de esa particularidad, los discursos de las élites de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana entre 1902 y 1914 tenían el punto común de defender una construcción de la idea nacional en la que Estados Unidos no aparecía como la primera amenaza a la soberanía nacional.20
Existía una diferencia entre la percepción antillana y la latinoamericana continental en cuanto a Estados Unidos. A principios del siglo XX, en Argentina, Chile, América central o México los intelectuales buscaban justamente establecer y definir una nueva identidad de resistencia frente a la nueva gran potencia del Norte. Obras como Ariel del uruguayo José Enrique Rodó, La Patria Grande del argentino Manuel Ugarte, Forjando Patria del mexicano Manuel Gamio o La enfermedad de Centroamérica del nicaragüense Salvador Mendieta proyectan el devenir de una América Latina amenazada. Los autores continentales alertan sobre los peligros de la penetración norteamericana y con este fin se valen, paradójicamente, de una retórica donde abundan referencias y conceptos culturales griegos, latinos o europeos.21
Es interesante notar que en el mismo periodo en que se decide desmontar la estatua de Isabel la Católica del Paseo del Prado y se construyen estatuas de la libertad en honor al pueblo estadounidense en varios lugares de Cuba (Remedios, Gibara, La Habana), en México, al contrario, los responsables políticos intentaban rescatar el legado español y limitar la influencia estadounidense. Durante las conmemoraciones del centenario de la independencia mexicana, una calle del centro de la capital fue rebautizada como Isabela la Católica, mientras Porfirio Díaz, el presidente mexicano, recibió con gran agrado la medalla de la orden Carlos III22 y Fernando Pimentel, alcalde de México, declaró que había que reconocer los méritos de la colonización española.23
El desacople entre el movimiento continental de resistencia a la nueva potencia hegemónica y el tipo de nacionalismo desarrollado en las Antillas engendró cierto grado de mutua incomprensión. El argentino Carlos Pelligrini expresaba muy bien el bochorno de parte del mundo intelectual en lo referente a la forma que tomó la independencia de las últimas colonias españolas:
La opinión pública en Argentina es muy diversa, pero los republicanos no podemos condenar los esfuerzos de los cubanos para obtener su libertad sin renunciar antes a nuestra historia y maldecir nuestros triunfos nacionales. Sin embargo, mi patria siente profundo cariño por España y, por consiguiente, a despecho de la lógica, las simpatías de la Argentina están con España, tanto más cuanto hay sospechas de que los Estados Unidos no proceden por un espíritu de humanidad o por puro amor a la libertad.24
En Puerto Rico y Cuba, el ocupante había desarrollado grandes proyectos de saneamientos, de fumigaciones y de infraestructuras que habían permitido mejorar las condiciones de vida de los habitantes y favorecieron la elaboración de una imagen idealizada de Estados Unidos. Modernizar el país era inspirarse en la urbanización, las costumbres y los planes del vecino norteño. Paradójicamente, copiar y americanizar o europeizar el país eran considerados obras nacionalistas porque la bonanza económica, que resultaría de los cambios introducidos, permitiría la independencia real de la nación. De este modo, los profesores cubanos, favorables a la independencia de la isla, que cursaban estudios en Harvard, defendían posiciones muy favorables al vecino norteño, por ejemplo, uno afirmaba que "allá todo es admirable, todo se hace a máquina, con electricidad"25 y otro que "en algunos años solo se hablará inglés en Cuba".26 Para los intelectuales antillanos, la modernidad y la civilización la encarnaban los Estados Unidos, a nivel económico, y Francia, Inglaterra y Alemania, a nivel artístico y cultural. Algunos pensadores nacionalistas incluso hacían público su menosprecio por las costumbres locales. Así, en La paz en República dominicana, José Ramón López consideraba que los criollos siempre fueron "industrialmente inferiores a los europeos recién llegados"27 y que de la raza india "nada, o muy poco había que esperar para el progreso".28 Otros autores describían a Estados Unidos como la democracia "más sincera, efectiva, luminosa del mundo".29 Incluso, José Enrique Varona, uno de los pocos intelectuales a quienes en el periodo 1902-1914 le preocupa el imperialismo anglosajón en Cuba, declaró en un discurso que reivindicaba la creación de una sociología del imperialismo, que uno de los problemas de Cuba estribaba en no haber logrado forjar aún" una cultura superior", semejante a la de Europa.30
Tribulaciones intelectuales y Primera Guerra Mundial
Aunque no se cuenta con datos cuantitativos sobre las opiniones de la población, sí disponemos de un conjunto de testimonios, manifestaciones, símbolos y discursos que permiten entender cuál era la correlación de fuerzas durante la guerra y después de esta entre las tendencias intelectuales. Lógicamente, cuando el conflicto estalló, la mayor parte de las élites defendieron a las naciones de la Entente, a las cuales deseaban copiar para desarrollarse antes de la guerra. Describían la conflagración como una batalla ideológica entre el modelo democrático francés y el de los imperios centrales, entre los derechos de las pequeñas naciones y la ley del más fuerte. Ya fuera en República Dominicana, Cuba o Puerto Rico, los argumentos utilizados eran semejantes. Los intelectuales justificaban sus posiciones profrancesas alegando la defensa de la civilización y del derecho del más débil. El "heroísmo" de Bélgica recordaba las luchas contra España porque resistía contra "el yugo opresor de la tiranía".31 El puertorriqueño Cayetano Coll Cuchi resumía la posición de numerosos intelectuales antillanos apuntando que
cuando llegó la noticia de que el poderoso imperio de Austria-Hungría dirigía un ultimátum a la pequeña nación Serbia exigiéndole virtualmente la abdicación de su soberanía, nosotros, los puertorriqueños, con el instinto de un pueblo débil que siempre ha vivido ahogando sus más legítimas aspiraciones nacionales bajo el peso de la fuerza y de la conquista, vimos en ello, un acto más de rapiña.32
La victoria de la Entente según numerosos intelectuales33 habría sido la victoria de la democracia y del derecho. Apoyar económicamente a Francia o Gran Bretaña, en calidad de neutrales o de aliados -a partir de 1917- habría permitido asegurar que la paz firmada estableciera nuevas normas de soberanía y fuera favorable a la economía de República Dominicana, Puerto Rico y Cuba. Conforme a esta lógica, para Luis Valdés Roig, miembro del cuerpo diplomático cubano, "la victoria de los 'Aliados' era indispensable al desarrollo de la industria azucarera y por razones de orden económico [...] Cuba no podía permanecer neutral en la contienda".34
Esa propaganda a favor de los beligerantes de la Entente se vio facilitada por el control de los cablegramas por parte de Francia y de Gran Bretaña. En efecto, consciente de la importancia de la batalla ideológica, ambos países establecieron, desde inicios de la guerra, un control sobre las informaciones que llegaban a América. Todos los periódicos de las Antillas -incluso los pocos periódicos neutrales o germanófilos como el Diario de la Marina (Cuba)-, tenían que reproducir los cablegramas de los países de la Entente si querían obtener noticias sensacionales para sus lectores. En algunos casos, se difundían casi exclusivamente las noticias francesas (como el Listin Diario en República Dominicana o La Lucha en Cuba).
A pesar del control de las noticias, otra parte del mundo intelectual, minoritaria, consideró la conflagración como una crisis de la civilización en su conjunto. A su parecer, la guerra se presentaba como una oportunidad gracias a la cual se forjaría una nación verdaderamente independiente de los modelos europeos y norteamericanos. A raíz del conflicto, el periodista Joaquín Aramburu ponía en duda el hecho de que las naciones del norte fueran civilizadas. Para él, los países industriales estaban:
Enredados en guerra sangrienta, movilizados por centenas de millones sus ciudadanos, paralizadas las industrias y las faenas del campo, invadidos de fiebre bélica los pueblos [...] ¿Esa es la civilización? Dicen que sí [...] ¿Es de esos pueblos de donde hemos de tomar ejemplo los jóvenes pueblos de América? Protesto de ello.35
La posición de Aramburu no era aislada. Ya sea Bonifacio Brito García, quien declaraba que los nacionales "tenía[n] la idea de que Europa estaba muy adelantada en su civilización" y termina exclamando: "¡Y cuán equivocados estábamos!",36 o de Miguel A. Díaz, quien escribía que la civilización "se ha colocado el casco de Atila",37 la crisis de la civilización causó gran tumulto entre los intelectuales. La debacle fue puesta en relación con la situación nacional y generó una reflexión sobre lo que significaba ser antillano y sobre el desarrollo anterior a la guerra, basado en conceptos importados del extranjero. Luis Rodríguez Embil afirmaba en 1915 que "mucho tenemos que aprender aún de Europa, si es cierto también, después de esta gran catástrofe sobre todo, hemos de aprender a olvidar o a no imitar de ella".38 En la misma tónica, José Antonio Ramos y Aguirre acotaba que "América busca su emancipación espiritual de Europa".39
Sin embargo, si bien es cierto que la guerra resquebró el mutuo consenso que existía entre las élites intelectuales en cuanto al calco europeo y al modelo de "desarrollo civilizado",40 la opinión mayoritaria seguía siendo la de los intelectuales favorables a las naciones de la Entente. Durante los años de guerra, la bonanza económica alcanzada en Cuba y Puerto Rico parece demostrar la competencia y la buena gestión macroeconómica de las élites. El alza importante de los precios del azúcar permitió financiar grandes obras de desarrollo. San Juan y La Habana se convirtieron en ciudades modernas, se inauguraron hospitales, carreteras y se modernizaron los ingenios y los alojamientos. Ambos países antillanos pasaron repentinamente "del velón a la bombilla, de la totuma al bidet, de la garapiña a la coca cola, del juego de loto a la ruleta [.] del cochecillo mulero al Renault gran estilo".41 A lo largo de la guerra, Estados Unidos continuó siendo un modelo para la élite en el poder que hacía gala de su éxito con datos económicos muy positivos. En noviembre de 1918 se organizaron en ambos países grandes fiestas populares durante las cuales se entremezclaron las banderas nacionales con las francesas y estadounidenses.
Intervenciones norteamericanas, movilización de soldados y crisis económica: una nueva visión nacionalista
En cambio, en República Dominicana, el calco norteamericano fue puesto en tela de juicio más temprano que en Cuba y Puerto Rico, tras la intervención estadounidense de 1916. Las injerencias preocuparon a una parte importante del mundo intelectual, que temía ver desaparecer la cultura dominicana. Los Estados Unidos disponían de una libertad mayor en las Antillas en ausencia del contrapeso europeo. Fabio Fiallo escribió en 1916 un artículo titulado "Orígenes del imperialismo yanqui" en el que alertaba sobre la posibilidad de que este pueblo se convirtiera en el "verdugo de la nación dominicana".42 En ese mismo periodo, Américo Lugo conceptualizó el imperialismo estadounidense, el cual consistía, a su parecer, en "una avaricia ciega por mercados, por minas, por la explotación y monopolio de todos los recursos naturales de todos los países débiles, por todo lo que produzca oro, metal de que son insaciables"43 y movía esta nación a "la conquista y la anexión, con una brutalidad primitiva en los medios y una infatuación, y un mal disimulado desprecio constantes e intolerables".44
El mismo autor utilizó el ejemplo de la Primera Guerra Mundial para oponerse a los compromisos contraídos con el invasor. Si el conflicto mundial había sido una contienda en defensa del derecho del más débil, entonces no había que negociar la soberanía. En efecto, "¿Qué hubiéramos dicho de Bélgica si al día siguiente del armisticio hubiera firmado un tratado con los alemanes legalizando la invasión y pidiendo a éstos dinero a préstamo?".45 No se podía sino criticar la brecha que existía entre los principios enunciados por Woodrow Wilson "que mientras pretendía erigirse en Europa como apóstol de la libre determinación de los pueblos, los sometía en América al determinismo imperativo de las bayonetas de sus soldados".46
El movimiento independentista de Puerto Rico también subrayó esa paradoja de la política estadounidense. Desde El Nacionalista de Ponce y los congresos americanos, Pedro Albizu Campos promovió la independencia de Puerto Rico, subrayando las contradicciones de la posición de Wilson y apelando a la Sociedad de las Naciones.47 Aún no se había definido la forma que iba a tomar la organización del territorio nacional. Con la entrada de Estados Unidos en la guerra, el gobernador Artur Yager decidió activar la Ley de Servicio Selectivo, y soldados puertorriqueños fueron enviados a Panamá para proteger el Canal. La experiencia de la discriminación racial en el ejército impactó el pensamiento de algunos independistas puertorriqueños. Para ellos, si Puerto Rico seguía perteneciendo a Estados Unidos, este país impondría su cultura. Pedro Albizu Campos escribe en 1923 que la igualdad entre Puerto Rico y los demás estados federales sería siempre una ilusión porque se trataba de una nación en la que no se había admitido "a ninguna comunidad hasta no haber ganado este elemento [el elemento anglosajón] ascendencia definitiva".48
En Cuba, el movimiento fue más tardío. La suerte de los voluntarios cubanos, alistados principalmente en la legión extranjera francesa, provocó una primera desilusión sobre los motivos de la conflagración. En efecto, estos experimentan condiciones de vida particularmente difíciles. Por ejemplo, Antonio López Rubio "al ser licenciado del ejército francés [...] se encontró en un estado de indigencia tal que le faltaba el techo en que cobijarse y la comida para alimentarse".49 Cesar Aniento y Adolfo Tró intentaban no apelar "a la caridad pública y privada" y regresaron "casi inutilizados para la lucha para la vida".50 Francia no mantenía a sus exsoldados, ni parecía preocuparse por ellos. Además, las promesas de compras de azúcar a buen precio por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña se desvanecieron a los pocos meses de firmados los tratados de paz, generando una grave depresión económica: la crisis "vacas flacas" de 1920-1921. El colapso económico demostró que el desarrollo económico alcanzado por la élite panamericanista que gobernaba no era duradero.51 El ingreso per cápita de 1933 seguía siendo inferior al de 1920, con tasas de desigualdad más importantes que en la década de 1900.52 Al calor de la crisis de 1920-1921, la burguesía americanizada perdió progresivamente terreno, dado que el calco norteamericano y europeo ya no estaba justificado por el auge financiero de las dos primeras décadas. La admiración perceptible por los Estados-Unidos en los veinte primeros años de la República se trocó en un profundo resentimiento hacia el país que la prensa obrera, ya en ese período, califica de colonizador.
En ese contexto, una nueva generación intelectual empezó a criticar el grado de dependencia hacia Estados Unidos. Este movimiento se vio favorecido por la influencia de los intelectuales que habían huido los desafueros de la Revolución mexicana y de los dominicanos que organizaron grupos de apoyo a favor de la liberación de República Dominicana desde el país. Progresivamente, se redefinió en Cuba lo que debería ser la nación y lo que era la "cubanía". Los llamados a sustituir la importación de conceptos europeos por producciones culturales criollas se multiplicaron. Durante el transcurso de la guerra, los intelectuales se percataron de que eran capaces de producir un arte, una sociología o un saber independiente de las importaciones extranjeras, y que "el último Mister, Don, Monsieur o Herr Von Tal de quien se tiene noticia por los cablegramas de la prensa Asociada" no era "más apto y más capaz" que "el inteligente y sabio compatriota".53
Ante el peligro de colonización estadounidense, los intelectuales re-definen lo que había que valorar en las culturas locales. La relación entre las élites y el pueblo se modificaban progresivamente. Por ejemplo, el desprecio inicial de gran parte de los intelectuales dominicanos por el movimiento de resistencia de los gavilleros dejó espacio a una nueva generación que interrogó las antiguas categorías. En un mundo devastado por la guerra, en el que aparecía una literatura del proletariado en Europa (como en Francia dentro del grupo Clarté), las vanguardias intelectuales trataron de crear nuevas obras que valorizaban la cultura popular. En República Dominicana el movimiento literario de los postumistas intentó crear un nuevo tipo de obras que utilizaban vocablos populares, dejando de lado el género barroco y promoviendo la democratización del arte. En Cuba y Puerto Rico los movimientos literarios y políticos también trataron de justipreciar los aportes de las poblaciones hasta este momento marginalizadas, olvidadas o explotadas. En Cuba, los escritos de Fernando Ortiz destacaron el aporte de las culturas de origen africano en la mezcla que dio lugar a la cultura criolla, mientras que hombres políticos trataron de valorizar la cultura de las clases populares. En la posguerra se fundaron numerosas instituciones que trataron de redefinir la relación de las élites con el pueblo. Entre las iniciativas más famosas, se puede citar la creación en 1923 de la Universidad Popular José Martí, la del Partido Comunista de Cuba y de la Liga Antiimperialista en 1925.
Este estudio de la representación de los intelectuales de la Gran Guerra permite poner de relieve las dinámicas nacionalistas antillanas y sus relaciones complejas con los modelos europeos y estadounidense. Ante la barbarie de la conflagración, la política no podía consistir más en modernizar importando modelos de países "civilizados". Durante la guerra, los países antillanos tomaron consciencia de que los peligros que se cernían sobre la independencia no derivaban de España sino de Estados Unidos. Por esa razón, la conservación de la raigambre hispánica permitía ofrecer un contrapeso a la penetración cultural norteamericana. Por otra parte, los intelectuales debieron adoptar una nueva óptica para observar las sociedades locales. Si la cultura europea no era superior a las demás, si la "civilización" no era ninguna garantía contra la barbarie, entonces las culturas populares, africanas o marginales, eran también dignas de estudio, podían ser parte de la identidad mestiza nacional. La mirada sobre lo que son las costumbres dignas de ser defendidas cambió.
Sin embargo, la convergencia de los nacionalismos en la década de 1920 no era una fatalidad y, en este sentido, la Gran Guerra jugó un papel importante, así como otros acontecimientos internacionales. En las postrimerías del conflicto, las élites profrancesas o con la mirada clavada en los países "civilizados", aunque criticadas, seguían dominando el campo intelectual. El 12 de noviembre de 1918, día en que la noticia del armisticio del 11 de noviembre se difundió, las celebraciones de la victoria fueron numerosas en el Caribe. Los habitantes y los intelectuales festejaron la victoria del derecho de las pequeñas naciones, de la libertad, de la democracia, de Francia y de Estados Unidos.
Si aparecieron durante la guerra voces que promovían una nueva visión política, estas quedaron relativamente aisladas o no se relacionaron con movimientos populares (como en el caso dominicano) hasta la década de 1920. Para entender la gran oleada antiimperialista de la década de 1920 en el Caribe, conviene poner en relación el choque que representó la conflagración con la gestión de la posguerra. Si bien el conflicto suscitó las críticas de los modelos occidentales, no fue hasta la posguerra que la difusión de estas ideas halló terreno fértil. La terrible crisis económica que estremeció las Antillas en la década de 1920 dio la impresión de que el desarrollo alcanzado durante la guerra había sido una ilusión. La gestión de la Sociedad de las Naciones no estuvo a la altura de lo que esperaban los países latinoamericanos. Los Estados miembros se dieron cuenta de que no tenían peso suficiente para exponer sus puntos de vista.54 Los cubanos fracasaron en su intento de obtener el puesto de Secretario General de la Asamblea y Argentina se retiró en diciembre de 1920, seguida por Brasil en 1926, por no poder hacer oír sus voces en el concierto de las naciones.
Conclusión
Las dinámicas nacionalistas y los equilibrios de las sociedades caribeñas fueron, en gran medida, modificados por la guerra. En los tres países estudiados aparecen rasgos comunes: toma de consciencia de que los Estados Unidos es la potencia hegemónica en América Latina, defensa del legado español como parte de la identidad criolla, desequilibrios económicos generados por el alza de los precios del azúcar, voluntad de participar en sociedades de derecho internacional, desilusión en cuanto a los modelos europeos y deslegitimación de los discursos y personajes políticos que gestionaron el periodo prebélico. Existe una dinámica de apropiación y de utilización de la crisis europea para justificar discursos políticos nuevos. La "americanización nacionalista" promovida por las élites políticas antes de la guerra se vio remplazada por discursos de afirmación de la hispanidad y de las identidades criollas. Este caso muestra que la historiografía de la Gran Guerra debe ir más allá de las categorías de "centro" y de "periferia" para reflejar cómo las problemáticas interiores de países alejados de las trincheras se engarzan con los problemas globales.