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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.47 no.1 Bogotá Jan./June 2020  Epub Mar 05, 2020

https://doi.org/10.15446/achsc.v47n1.83159 

Reseñas

Edgardo Pérez Morales. No Limits to Their Sway. Cartagena's Privateers and the Masterless Caribbean in the Age of Revolutions. Nashville: Vanderbilt University Press, 2018. 248 páginas.

NICOLAS TERRIENa 

a EHESS-Mondes Américains nicolas.terrien@ehess.fr


Este libro aporta una contribución adicional y de notable interés a la imagen que se está formando actualmente de una historia por naturaleza transimperial, la del Caribe revolucionario bajo el prisma del corso marítimo.1 Su autor, el historiador colombiano Edgardo Pérez Morales, se incluye en un ámbito historiográfico marcado primeramente por Julius S. Scott -a quien dedica el libro- y por Marcus Rediker. Por lo tanto, no es de extrañar que, en nueve capítulos breves y dinámicos, preste especial atención a la tensión establecida entre los pares libertad/esclavitud y mar/tierra, así como a lo que también él llama el "Caribe sin dueño" ("Masterless Caribbean").

El Estado Libre de Cartagena de Indias está en el centro de la obra, menos por sí mismo que como puesto de observación, abierto en la era de las revoluciones a todo el Caribe e incluso al Atlántico, a través del tráfico marítimo. Este puesto de observación tiene la ventaja historiográfica, como señala el autor, de permitir un desplazamiento fuera del Atlántico británico. Cartagena independiente (del 11 de noviembre de 1811 hasta el 6 de diciembre de 1815) está descrita como una "república corsaria abierta y acogedora" (p. 6) para los extranjeros, empezando por los marineros. Estos marineros eran en su mayoría de origen africano y pertenecían al Caribe sin dueño: "un mundo subterráneo de cimarrones (esclavos fugitivos), desertores y libres de color que intentan eludir a los amos y a los oficiales manteniéndose en movimiento" (p. 9). Los dos primeros capítulos ("Slavery, Seamanship, Freedom" y "Heralds of Liberty and Disobedience") están dedicados a la descripción de este mundo, semejante a la "cuadrilla variopinta" ("motley crew") de Rediker.

El autor observa similitudes entre las condiciones de existencia de los marineros y las de los esclavos; sus capitanes y amos detentaban una autoridad casi ilimitada sobre ellos. Sin embargo, los marineros contaban con horizontes muy diferentes: solo estaban ligados a sus capitanes por contrato durante unos meses. Esto, y las posibilidades ofrecidas por la movilidad inherente a la vida de marinero, explican el atractivo del mar para muchos esclavos o antiguos esclavos y, en términos de Scott, "una estrecha conexión simbólica entre la experiencia en el mar y la libertad" (p. 16). Así, el embarque a bordo de un corsario pudo convertirse a veces en la oportunidad para acceder a una incierta libertad. El autor también recuerda que, a principios del siglo xix, las tripulaciones de los barcos se componían con frecuencia de marineros de múltiples nacionalidades. Estos marineros, quienes a menudo hablaban varios idiomas, mantenían redes de comunicación con los trabajadores portuarios, transmitiendo eficientemente noticias por todo el Caribe. En el contexto de la revolución haitiana, marineros de color fueron comúnmente acusados de intrigas subversivas. Su sola presencia, sobre todo si venían de las islas francesas (los "negros franceses"), preocupaba a las autoridades españolas de Tierra Firme.

En el tercer capítulo ("Cartagena de Indias and the Age of Revolutions"), el autor destaca el papel de los libres de color en el proceso de conversión gradual de Cartagena en una república independiente "con aspiraciones igualitarias" (p. 39) y ampliamente abierta a los extranjeros. El siguiente capítulo ("The American Connection") explora las consecuencias de la llegada de marineros, mercaderes y agitadores de todos los colores y naciones, especialmente angloamericanos, haitianos y franceses. A partir de 1812 y de la guerra angloamericana, los corsarios estadounidenses desempeñaron un papel clave en el desarrollo del corso cartagenero, esencial para la supervivencia financiera y política -frente a Santa Fe centralista y a Santa Marta realista- del nuevo Estado. El autor insiste en la facilidad con que Cartagena naturalizaba a los extranjeros, incluidos los de color.

El quinto capítulo ("Detachment from the Land and Irreverence at Sea") cuestiona las flexibles identidades y lealtades políticas y nacionales de la gente de mar. Los marineros fluctuaban según las oportunidades que tenían, así como según los peligros o autoridades de las que escapaban. Los capítulos sexto y séptimo ("Under the Walls of Havana" y "Haiti: The Beacon Republic") se centran en las relaciones entre Cartagena, Cuba y Haití. Durante cuatro años, los cuarenta corsarios que navegaron bajo la bandera de Cartagena y sus 1500 marineros, atacaron con prioridad el comercio cubano. Cuba se estaba convirtiendo en la antítesis económica (trata, esclavitud y plantaciones) y política (lealtad hacia la Península) del Estado Libre de Cartagena. Sin embargo, los corsarios de Cartagena también participaban del tráfico de esclavos, en oposición a la política oficial de su Estado, donde se había abolido tal comercio. Para los propios marineros de color, y en general para los marineros de corsarios, la libertad nunca estaba definitivamente adquirida. En este contexto, Haití era como un asilo. Marineros haitianos tripulaban los corsarios de Cartagena. La República de Alexandre Pétion también sirvió de refugio a los revolucionarios de Tierra Firme tras la caída del Estado Libre de Cartagena. El autor desarrolla este tema en el capítulo siguiente ("Horrors of Cartagena"), dedicado a las expediciones insurgentes destinadas a Tierra Firme, preparadas en Haití bajo la dirección de Bolívar, y a la negativa del corsario francés Louis Aury a reconocer su autoridad.

En el noveno y último capítulo ("Robery, Mutiny, Fire"), así como en el epílogo ("From Amelia Island to the Republic of Colombia"), el autor se centra en el destino de la flota de Aury, antiguo comodoro de Cartagena y protagonista de la evacuación de la ciudad a finales de 1815. Desde Galveston (en la costa de Texas) hasta la isla de Amelia (en la frontera del Estado de Georgia), y luego hasta Providencia (frente a la costa de Mosquitos), Aury y sus marineros, en su mayoría afrocaribeños, actuaron con frecuencia al límite entre el corso y la piratería. La presencia en Amelia de marineros haitianos con Aury, quien pronto se convirtió en el único líder de la isla, condujo finalmente a la toma de la isla por parte de Estados Unidos. Aury intentó después volver a integrar las fuerzas revolucionarias de Tierra Firme, pero Bolívar, quien aspiraba a construir un Estado y una marina regular, lo rechazó. Bolívar uso como argumento las piraterías y abusos del corsario francés; una oposición motivada, según el autor, por el deseo de romper con Haití y los marineros afrocaribeños.

El libro de Edgardo Pérez Morales se lee fácilmente, aún más si uno está entusiasmado por el enfoque histórico de la corriente en la cual se sitúa. Esperemos sin embargo que, en el futuro, el autor pueda aprovechar este trabajo para ampliar y discutir más a fondo la historiografía. Dos ejes me parecerían importantes. Por un lado, se podrían esclarecer las relaciones sociales existentes en el Caribe sin dueño; pues a mi juicio este Caribe no carece de dueños y jefes, pequeños o grandes. Por otra parte, podría ser interesante examinar lo que abarca la "ascendencia africana" (según la expresión recurrente del autor) de muchos de los marineros y aventureros que participaban en el corso cartagenero, los haitianos en particular. Las diferencias sociales podían ser muy grandes, y eran claramente percibidas por los propios actores: desde el miliciano, artesano, comerciante o armador libre de color, tal vez propietario de esclavos, hasta el esclavo o antiguo esclavo, embarcado por la fuerza o por la necesidad de encontrar un trabajo en el primer barco que llegara, aunque fuese corsario.

Por último, quiero subrayar el talento que demuestra el autor al haber recuperado la coherencia de una historia cuyos fragmentos -periódicos, papeles personales y archivos coloniales- están dispersos a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, habría sido interesante que hubiera utilizado y debatido sobre otras publicaciones, antiguas o recientes, relativas a temas de estudios similares. En muchos puntos (en el vínculo entre el corso marítimo y la soberanía de los gobiernos independientes y Estados nacientes; o en sus relaciones con la República de Haití o los Estados Unidos, por nombrar un par de ejemplos), la discusión hubiera sido, sin duda, fructífera. No obstante, esto no quita nada de las cualidades positivas de una valiosa publicación, sobre una cuestión todavía ignorada en gran medida por los historiadores del Atlántico y de América, quienes encontrarán en No Limits to Their Sway una muy oportuna manera para descubrir sus retos.

1 El historiador cubano José Luciano Franco, en la década de 1960, incluyó el corso marítimo en el análisis de la problemática de los cambios revolucionarios en el Caribe y el Atlántico. Cabe destacar las publicaciones posteriores de Johanna von Grafenstein Gareis y Anne Pérotin-Dumon. Entre las obras recientes se encuentran: Feliciano Gámez Duarte, Del uno al otro confín: España y la lucha contra el corso insurgente hispanoamericano (1812 1828) (Cádiz: Diputación de Cádiz, 2008); David Head, Privateers of the Americas: Spanish American Privateering from the United States in the Early Republic (Atenas: The University of Georgia Press, 2015); y Nicolas Terrien, «Despatriotes sans patrie». Histoire des corsaires insurgés de l'Amérique espagnole (1810-1825) (Rennes: Les Perséides, 2015).

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