SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.47 número2La Era del Imperio y el colonialismo poscolonial: conceptos para una historia de las fronteras de la civilización en América LatinaVerter la sangre en la España de la Primera Edad Moderna: una perspectiva de género índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versión impresa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.47 no.2 Bogotá jul./dic. 2020  Epub 20-Mar-2021

https://doi.org/10.15446/achsc.v47n2.86162 

Artículos historiográficos

La arqueología del saber. Relectura, 50 años después, de un método olvidado

The Archaeology of Knowledge. Rereading a Forgotten Method, 50 Years Later

A Arqueologia do Saber. Releitura, 50 anos depois, de um método esquecido

GILBERTO LOAIZA CANO* 

* Universidad del Valle Cali, Colombia, gilberto.loaiza@correounivalle.edu.co


RESUMEN

Esta relectura conmemora los 50 años de aparición de La arqueología del saber (1969) de Michel Foucault, libro que presentó un método que pretendía renovar la historia de las ideas pero que, en últimas, ponía en tela de juicio algunos principios y postulados de las ciencias humanas. Leyendo y sintetizando lo que Foucault dice en La arqueología del saber, este artículo procura mostrar y demostrar que su método tenía -y aún tiene- por interlocutoras inmediatas a varias ciencias humanas: la historia, la filosofía, la sociología y la lingüística, principalmente, aunque Foucault ni las mencione ni las clasifique de este modo. En esa conversación trataré de mostrar que su método, olvidado y escasamente aplicado, tiene algunos atisbos de semejanza con postulados de otros historiadores o, al menos, que interpela los fundamentos de la ciencia histórica. Mostraré que Foucault nos enseña un método de vocación empírica, en vez de invitar a establecer una oscura relación entre modelos de interpretación y los hallazgos en los archivos. Y concluiré señalando algunas ambigüedades, dificultades y, quizás, incoherencias que juzgo inevitables en aquel método arqueológico.

Palabras clave: arqueología; ciencias humanas; Foucault; historia; método

ABSTRACT

This rereading commemorates the 50 years of publication of Michel Foucault's The Archaeology of Knowledge (1969), a book that provided a method aimed at renewing the history of ideas, but which, ultimately, called into question some principles and postulates of the human sciences. By reading and summarizing what Foucault says in The Archaeology of Knowledge, the article seeks to show and prove that the interlocutors of his method were -and still are- several human sciences: mainly history, philosophy, sociology, and linguistics, despite the fact that Foucault neither mentions them nor classifies them in this manner. Throughout this conversation, I shall try to show that his method, now forgotten and rarely applied, bears traces of similarity with other historians' postulates, or, at least, that it interpellates the foundations of historical science. I will demonstrate that Foucault teaches us a method of empirical vocation, instead of suggesting that we establish an obscure relationship between models of interpretation and archival findings. I conclude by pointing out some ambiguities, difficulties, and, perhaps, inconsistencies, which I deem inevitable in that archaeological method.

Keywords: archaeology; Foucault; history; human sciences; method

RESUMO

Esta releitura comemora os 50 anos do surgimento do livro A Arqueologia do Saber (1969), de Michel Foucault, que apresentou um método que buscava renovar a história das ideias, mas, por fim, questionou alguns princípios e postulados das ciências humanas. Lendo e sintetizando o que Foucault diz em A Arqueologia do Saber, este artigo procura mostrar e demonstrar que seu método tinha -e ainda tem- várias ciências humanas como interlocutores imediatos, principalmente a história, a filosofia, a sociologia e a linguística, embora Foucault não as mencione nem as classifique dessa maneira. Nessa conversa, tentarei mostrar que seu método, esquecido e escassamente aplicado, tem alguns vislumbres de semelhança com os postulados de outros historiadores ou, pelo menos, que desafiam os fundamentos da ciência histórica. Mostrarei que Foucault nos ensina um método de vocação empírica, em vez de nos convidar a estabelecer uma relação sombria entre modelos de interpretação e o que foi encontrado nos arquivos. E concluirei apontando algumas ambiguidades, dificuldades e, talvez, inconsistências que considero inevitáveis nesse método arqueológico.

Palavras-chave: arqueologia; ciências humanas; Foucault; história; método

Introducción

1969 fue un año interesante en la trayectoria de lo que hoy conocemos como historia intelectual. 1968 fue año de experiencias colectivas callejeras, algunas muy dramáticas, como la masacre de estudiantes en la plaza Tlatelolco de México o la rebelión juvenil del emblemático mayo francés; pero el año siguiente fue gris, silencioso y, aun así, nos trae otro tipo de evocaciones. Fue un año de balance y renovaciones en ciertos ámbitos de las ciencias humanas que no son nada despreciables. En 1969, el historiador y filósofo estadounidense Hayden White escribió un ensayo en el cual hacía un balance y pronóstico de lo que venía siendo y podía seguir sucediendo en la llamada historia intelectual.1 Como todo balance, el ensayo de White es un examen arbitrario que reivindica a unos, deplora a otros y olvida a otros tantos. Mucho más interesantes son las conexiones que establece y los modelos que sugiere en el camino inmediato. White decidió proponer como paradigmas renovadores las obras de Ernst Gombrich, Thomas Kuhn y Lucien Goldmann "en historia del arte, historia de la ciencia e historia de la literatura, respectivamente".2 Y en la coda de su ensayo escogió a uno, casi como un ganador de las nuevas tendencias en la historia intelectual de aquel momento; se inclinó por Lucien Goldmann y su Dieu caché (1955), que hoy se considera un estudio clásico sobre las obras de Blaise Pascal y Jean Racine. Quien iba a ser el autor de Metahistory (1973), venía examinando desde años antes el devenir de la historiografía francesa y su relación con el estructuralismo. Lo interesante de su examen fue haber establecido conexiones entre la primera generación de los historiadores de Annales -Marc Bloch y Lucien Febvre- con lo que hasta entonces era conocido del inquietante Michel Foucault; y, además de eso, consideró que se había llegado a una síntesis fecunda de estructuralismo y marxismo en la obra de Lucien Goldmann. A White le había llamado la atención el método de análisis de los textos propuesto por el filósofo y sociólogo de origen rumano y eminente profesor de la Sorbona. Su método partía del texto al autor, de este al grupo social hasta establecer una relación de homología en la que la obra individual quedaba inserta en una estructura colectiva. Tal método implicaba una fase comprensiva del texto y otra explicativa. Una fase inmanente, muy propia de la tradición lingüística del estructuralismo, y otra fase externalista, muy propia de la sociología marxista, de modo que era inevitable conectar la obra con una estructura social que ayudaba a explicar la génesis y los rasgos formales de -en este caso- las creaciones literarias. La obra de Goldmann señalaba una apertura, una conversación fructífera entre tendencias que habían sido hasta entonces irreconciliables. Pero lo que nos interesa destacar aquí es que White, para llegar a Goldmann, había puesto en medio, en esa hibridación fecunda de estructuralismo, sociología e historia (sin ser necesariamente aproximación al marxismo) la obra hasta entonces conocida de Michel Foucault.3

El mismo año de aquel balance aparecieron La arqueología del saber de Michel Foucault, Speech Acts de John Searle, Figures II de Gérard Genette, Logique du Sens de Gilles Deleuze; y apareció en la revista History and Iheory la primera versión del ensayo de Quentin Skinner, titulado "Meaning and Understanding in the History of Ideas".4 Todos estos autores estaban contribuyendo, a pesar de sus diversas procedencias, a afirmar la creencia -expandida desde la década anterior por ciertos filósofos- en que había iniciado un giro lingüístico o, mejor, un interés por el lenguaje para darle sentido al trabajo filosófico.5 Para fines de la década de 1960, lo que los filósofos anunciaron en su ámbito se había ido expandiendo como preocupación general de diversos oficiantes de las ciencias humanas, así que intervenían en este desplazamiento de métodos de análisis y de perspectivas la lingüística, la historia, el psicoanálisis y los estudios literarios. Uno de los resultados más fecundos de esta conversación fue el sacudimiento de la tradicional historia de las ideas, cuyo desenlace más notorio es lo que hoy solemos denominar historia intelectual.

Una relectura

De modo que la aparición de La arqueología del saber no fue un hecho exótico. No era una obra sumergida en una reflexión solitaria. Al contrario, nació en medio de una conversación acerca del desplazamiento y superación de lo que había sido el formalismo dominante en el análisis de textos y que partía de adjudicarles cierto inmanentismo y autonomía a las obras, sobre todo en literatura y arte. Ese formalismo -cuyas máximas expresiones fueron el new criticism norteamericano y el formalismo ruso-, gozó de adhesión y dejó huella en los métodos de análisis textual en buena parte del siglo XX, pero comenzó a ser fuertemente discutido por su desprecio a la relación de la obra con aspectos provenientes de la personalidad del creador individual o con rasgos generales de la época. Aunque la historiografía europea tenía ejemplos notables de interpretación de textos mediante el vínculo explicativo del microcosmos de la obra con el macrocosmos de la época, esos ejemplos habían quedado arrinconados hasta que tomó fuerza la conversación "contextualista" de la década de 1960.6

Aquí nos ocuparemos de un solo autor y de una sola obra: La arqueología del saber (en adelante ADS) de Michel Foucault. La razón más inmediata es la conmemorativa. Son cincuenta años de un libro que proponía un método de investigación para las ciencias humanas y poco se ha discutido acerca de las bondades o flaquezas de dicho método. Más aún, luego de los resultados obtenidos por el propio Foucault y que antecedieron la formulación explícita de su método, poco puede decirse de hallazgos o fracasos provenientes de la aplicación del método "arqueológico". La otra razón es quizás menos frívola y tiene que ver con el propósito de ejercer una especie de recuperación de algunas discusiones sugeridas por aquel libro, en la que historiadores y filósofos, principales concernidos por la obra, hemos intervenido con insuficiencia. Por eso parto de una conjetura que me permite suponer que la ADS contiene postulados no debidamente discutidos, ni aplicados, ni comprobados en su validez en torno a las prácticas u operaciones de la historia y de la filosofía. ¿En qué ámbitos de esas ciencias humanas pudo o puede tener aún alguna incidencia lo que hace cincuenta años postuló o propuso Foucault? Eso es lo que intentaré destacar en este ensayo.

Advierto que no es tarea fácil restituir lo que puede ser válido y valioso de un libro que juzgo mal comprendido y poco aplicado. Más difícil aún nadar contra la corriente. Varios exégetas, mucho más autorizados que yo, han difundido juicios escépticos por no decir que adversos sobre la ADS. Algunos de ellos coinciden en señalarle un fracaso metodológico o que su supuesta pretensión de desplazar la epistemología también fue fallida.7 No se trata en este ensayo de debatir con Rabinow, Dreyfus, Han, Rorty y tantos otros que hacen parte de una bibliografía intimidante, por solvente, acerca de la obra foucaultiana y que coinciden en endilgarle el mentado "fracaso metodológico". No lo haré porque corremos el riesgo de distraernos en una tarea innecesaria, cuando lo mejor que podemos intentar hacer es leer (o volver a leer) la ADS; o, digámoslo mejor, parte de los propósitos de este ensayo es propiciar la relectura de un libro mal leído, incluso por aquellos considerados como foucaultianos. En fin, aquí propongo algo simple: volver a Foucault y evitar los críticos, buenos y malos, de su obra.

El ejercicio de relectura que propongo en este ensayo tiene implicaciones que debo advertir a los lectores. La más inmediata es que no acudiré a la traducción al español de Aurelio Garzón del Camino y me ceñiré a la versión francesa de 1969 y, en consecuencia, recurriré a una traducción libre. No tengo objeciones serias a esa traducción, pero sí considero que hay una distancia entre leer la versión francesa y leer cualquier traducción. Es más, es muy probable que en el trayecto de este ensayo indique algunos ruidos semánticos de aquella traducción que interfieren en la mejor comprensión de lo que el pensador francés quiso decir. La otra advertencia consiste en hacerles notar a los lectores que predominará en este ensayo la citación, stricto sensu, de la ADS, y la citación o referencia a otra obra del mismo autor será, si acaso sucede, de modo muy marginal. Tampoco nos detendremos a hacer prolijas presentaciones de comentaristas de su obra. Solo nos interesará, muy puntualmente, señalar las posibles coincidencias con ciertas obras y con ciertos autores, algo que nos ayudará a demostrar que lo que dijo Michel Foucault circuló también en otros porque su obra participó de inquietudes comunes en las ciencias humanas.

Leyendo y sintetizando lo que Foucault dice en ADS, procuraré mostrar y demostrar que su método tenía, y aún tiene, por interlocutoras inmediatas a varias ciencias humanas: la historia, la filosofía, la sociología, la lingüística, principalmente; aunque Foucault ni las mencione ni las clasifique de este modo. En esa conversación trataré de mostrar que su método, olvidado y escasamente aplicado, tiene algunos atisbos de semejanza con postulados de otros historiadores o, al menos, que interpela los fundamentos de la ciencia histórica. Mostraré que Foucault nos enseña un método de vocación empírica en vez de invitarnos a una oscura relación entre modelos de interpretación y los hallazgos en los archivos. Y concluiré señalando algunas ambigüedades, dificultades y, quizás, incoherencias que juzgo inevitables en aquel método arqueológico.

La arqueología de Foucault y las ciencias humanas

El método que se propone describir Foucault en ADS contiene una conversación con las ciencias humanas o, mejor, las interpela de diversas formas. Para explicar los alcances de esa conversación, es preciso recordar de modo breve lo básico de su método arqueológico, y eso nos ayudará a entender, además, que ciertas disciplinas están más concernidas que otras en la propuesta de Foucault.

Para empezar, desde la primera línea de la introducción, Foucault ya está conversando con la ciencia histórica como conocedor, sobre todo, de la tendencia dominante en los estudios históricos franceses bajo la égida de Fernand Braudel. Sin mencionar el nombre propio, es asaz obvio que nuestro autor está haciendo un balance de lo que ha implicado aquella forma de investigar y escribir historia apoyada en grandes segmentos temporales, en el hallazgo de regularidades y continuidades muy relacionadas con ciertos objetos que, como aquellos contenidos en la historia del mundo mediterráneo descrito generosamente por Braudel en su obra clásica, remiten a unidades temporales vastas. Esta forma de hacer historia de larga duración la pone de inmediato en contraste con lo que venía sucediendo en "esas disciplinas que se llaman historia de las ideas, de las ciencias, de la filosofía, del pensamiento, también de la literatura"8 que, en vez de estar interesadas en las grandes continuidades, habían puesto los ojos en las rupturas, en lo discontinuo.

Enseguida Foucault se detendrá en otra mutación importante en la ciencia histórica en general y que consiste en "la revisión del valor del documento".9 El paso del documento al monumento en las prácticas de los historiadores es lo que le permitió recurrir a una distinción cuyas repercusiones operativas en el quehacer de los historiadores y, también, en el quehacer de los filósofos pueden vislumbrarse a lo largo de todo el libro. La consecuencia inmediata de esa diferenciación y, sobre todo, del hecho de proponer la descripción y análisis del monumento, es el desahucio de la interpretación o, al menos, de una forma de interpretación. Foucault lo advertirá claramente: el arqueólogo describe y analiza, pero no interpreta. Esta distinción metodológica cuestiona los fundamentos de la hermenéutica o, mejor quizás, de cierta hermenéutica. Y eso implica a las ciencias humanas en su tradicional ejercicio de interpretar; para Foucault parece suficiente con describir enunciados, analizarlos, establecer relaciones entre ellos hasta hallar regularidades. Bástenos, por ahora, afirmar que lo básico del método de descripción arqueológica ha comportado, desde los inicios de la ADS, un trastorno crucial de los lugares comunes de lo que acostumbraba afirmarse y hacerse en las ciencias humanas. Quedarnos en las inmediatas repercusiones para la historia de las ideas es una apreciación muy estrecha de lo que estaba sugiriendo Foucault en aquel libro de 1969.

Luego de su introducción y al iniciar la presentación de su método, Foucault propone hacer un "trabajo negativo", la puesta en tela de juicio de un conjunto de nociones que, especialmente en la historia de las ideas, había tenido un peso dominante. Pero al sugerir el sacudimiento de esas nociones precedentes, no era solamente la historia de las ideas tradicional la que quedaba en entredicho, la historiografía como campo disciplinar general y las ciencias humanas fueron incluidas en la recomposición. Había que deshacerse, primero, de nociones tales como tradición, influencia, evolución; había que cuestionar agrupamientos familiares hasta entonces como los de ciencia, literatura, filosofía, religión, historia. Y, quizás con mayor énfasis, según Foucault, había que "poner en suspenso" las unidades del libro y de la obra.10 Luego de liberarse de esas categorías hasta entonces dominantes, era necesario abrir las puertas de un nuevo dominio de análisis, "un dominio inmenso" constituido por "el conjunto de todos los enunciados efectivos".11 Así aparece, dice él, "el proyecto de una descripción de los eventos discursivos", la cual se distingue o separa del "análisis de la lengua". Así aparece "el campo de los eventos discursivos" que es el conjunto "finito y limitado de las secuencias lingüísticas que han sido formuladas".12 Esta definición la tomamos como un adelanto de su análisis que consistirá en detenerse en "el conjunto de las cosas dichas".13

Hasta aquí, Foucault ha cuestionado unidades de análisis habituales en la práctica de los historiadores y otros oficiantes de las ciencias humanas. Unidades tan familiares como las de libro y obra han quedado revaluadas y, además de eso, nos ha situado en un horizonte de análisis más amplio, completamente transversal porque atraviesa, insistamos, todo el conjunto de las cosas dichas, de los enunciados efectuados. La propuesta consiste en examinar estas otras unidades, los enunciados; describir sus relaciones hasta encontrar los principios de su dispersión, las "formas de repartición". De modo que Foucault ha rechazado las prácticas comunes de los historiadores de las ideas y, por derivación, ha rechazado las prácticas habituales de la disciplina histórica, de las ciencias humanas y, al proponer un nuevo dominio de análisis, el de los enunciados, ha interpelado la lingüística. Como ya lo había hecho en Les mots et les choses (aludir a esta otra obra se hace aquí inevitable), Foucault vuelve a preocuparse por el lenguaje y a colocarlo al frente de su reflexión; al hablar de enunciado y de discurso a lo largo de su propuesta arqueológica, ha interrogado acerca de la naturaleza del discurso y lo ha puesto en relación con lo histórico. De tal manera que en su presentación de la descripción arqueológica han quedado concernidas todas aquellas ciencias humanas que, de un modo u otro, puedan decir algo acerca de la relación entre lo discursivo y lo histórico.

Según lo propuesto en su método, Foucault hace que las ciencias humanas abandonen la situación confortable del textualismo y que pongan en relación unos enunciados con otros; obliga a la filosofía y a los estudios literarios, por ejemplo, a relativizar sus unidades de análisis e interpretación, a sacudirse de las obras canónicas para ir en pos de un corpus documental que va mucho más allá de obras convertidas en clásicas y de autores consagrados que representan sistemas, escuelas o corrientes del pensamiento o de la creación literaria. Estas demarcaciones acostumbradas se tornan para él desuetas por insuficientes.

La vocación empírica

Esto nos lleva de inmediato a uno de los rasgos más prominentes en el método sugerido por el autor de la ADS: la vocación empírica. De principio a fin, Foucault reitera a qué se dedica el arqueólogo; según su insistencia, este describe "el conjunto de todos los hechos discursivos" y lo hace para hallar regularidades, para encontrar las reglas de formación que hicieron posibles tales o cuales enunciados. Ese modo de obrar implica varias cosas: partir de unidades de análisis concretas, diversas y dispersas llamadas enunciados; lo que entraña, a su vez, una modificación radical de la unidad de análisis tanto para el historiador a secas como para el historiador de las ideas y cualquier otro investigador de las ciencias humanas. Hay, en suma, una modificación del archivo o del corpus, porque se extiende, porque la pretensión del análisis es más exhaustiva. Pero la vocación empírica del método que nos propone queda plasmada más claramente en el punto de partida, que es la descripción de esos enunciados aislados, diversos y dispersos hasta poder "hallar la ley de todas estas enunciaciones diversas".14 Todo lo que pueda decir el arqueólogo sobre los enunciados que analiza es el resultado de haber hallado la regularidad de esa dispersión enunciativa. No puede suceder lo contrario, el arqueólogo no parte de juicios o teorías que pretenderá demostrar en el terreno concreto de los enunciados.

Y todo esto entraña algo más, que el corpus o el archivo objeto de análisis se amplía de manera extrema; por eso el arqueólogo debe zafarse, y lo advierte desde el inicio, de categorías tradicionales como autor, libro, obra, porque son categorías superficiales, porque son limitadas en la búsqueda de relaciones y regularidades entre los enunciados. Foucault propone, pues, una larga travesía descriptiva, basada en hechos discursivos básicos -los enunciados- y eso obliga a una transformación de la idea tradicional de archivo para cualquier investigador. Ni el crítico literario, ni el lingüista, ni el filósofo, ni el historiador pueden, según esto, conformarse con las obras canónicas de tales o cuales autores, esas obras son apenas unos hechos enunciativos fragmentarios, incompletos, que tendrán que ser puestos en relación con otros enunciados. No bastará examinar a Gabriel García Márquez, a Platón, a Kant o el epistolario de un político o un periódico de época, el corpus de análisis del arqueólogo supera esas categorías tan habituales entre críticos literarios, historiadores y filósofos principalmente. Despojarse de dichas categorías y enfrentarse a otras en un espectro más variado y extenso demanda un cambio en las prácticas de archivo de cualquier historiador, una transformación en el modo de dialogar con las fuentes documentales (sin mencionar aún el desplazamiento del documento al monumento).

En lo que concierne al filósofo, el método le demanda relativizar la exégesis de los grandes pensadores e ir en pos de un universo mucho más plural de enunciados que provienen de agentes discursivos menos ostensibles, menos evidentes, quizás menos influyentes pero que existieron y participaron en lo que Foucault llama "sistema de formación discursiva"; sistema en el que cada enunciado y enunciador ocupan un lugar, pertenecen a una trama, poseen una determinada materialidad. El análisis arqueológico, lo dirá Foucault en diferentes partes de la obra, no queda satisfecho con el análisis de obras individuales porque ellas son apenas una expresión más de una regularidad que las traspasa, que las supera. Es decir, la pretendida originalidad de una obra queda inmersa en lo que él llamará "una configuración interdiscursiva", porque esa enunciación aparentemente original y singular parte de unas reglas que son análogas con otras enunciaciones.15 En definitiva, según esto, el historiador de las ideas y el filósofo, por ejemplo, no pueden quedarse suspendidos en el análisis de una selección cultural de enunciados (lo clásico, lo canónico) y dejar por fuera todo el campo discursivo en el que esos enunciados de los "grandes pensadores" estaban inscritos. En consecuencia, estamos ante una rotunda modificación de la noción de archivo que parte del interés primordial que Foucault les concede a los hechos enunciativos y esto es lo que nos permitimos llamar la vocación empírica, que aparece proclamada en el método expuesto por Foucault en su arqueología.16 Esa modificación, por supuesto, es de una enorme simpleza y quizás sea lo más desconcertante para una obra poco aplicada en casos concretos. Es la simpleza de proponer que solo hay que describir y analizar hasta hallar regularidades en un amplísimo repertorio documental o, mejor, monumental.

El método arqueológico está respaldado por una voluntad descriptiva que se plasma en la acumulación de descripciones de enunciados; labor prolija que busca establecer la regularidad que ata los enunciados en un campo discursivo; describir en procura de ese hallazgo es lo que nosotros llamamos -repito-, la vocación empírica del método arqueológico. Ahora bien, esa descripción tiene su propio orden, según lo explica Foucault ampliamente en la parte dedicada a la relación entre el enunciado y el archivo. La descripción comporta, por ejemplo, "determinar cuál es la posición que ocupa el individuo para ser el sujeto del enunciado"; determinar la materialidad que singulariza cada enunciado; establecer quién habla y desde dónde lo hace, con qué autoridad o autorización pudo decir lo que dijo. El arqueólogo tendrá que dar cuenta de las relaciones del enunciado "porque un enunciado aislado no tiene ningún valor".17 Aún más, la descripción del enunciado y de sus relaciones "tiene una dimensión histórica" porque lleva a definir las condiciones en las que haya ejercido la función que ha dado a una serie de signos una existencia específica. La descripción, en consecuencia, tiene una dimensión vertical porque busca determinar las condiciones de existencia de los conjuntos de enunciados que provienen de una misma formación discursiva. Esta dimensión vertical de la descripción arqueológica parte de la situación concreta, singular del enunciado y de sus relaciones con otros hasta llegar a las condiciones que hicieron posible la existencia de esa formación discursiva. Y en este punto cobra importancia una advertencia más de Foucault, aquella según la cual el arqueólogo solo analiza enunciados, los describe, halla sus relaciones y determina la regularidad que los reparte. Analizar y no interpretar es la labor del arqueólogo, algo que examinaremos enseguida.

El arqueólogo describe y analiza, pero no interpreta

Parece obvio que el método arqueológico tiene como consecuencia una mutación radical de la relación de los historiadores y otros oficiantes de las ciencias humanas con sus archivos o con aquellos textos que son el corpus básico para sus análisis e interpretaciones y los obliga a establecer otro modo de selección de sus fuentes documentales; o, por lo menos, obliga al filósofo y al estudioso de la literatura a relativizar el lugar de las obras y los autores que han sido el fundamento de sus ejercicios de interpretación. La mutación tiene inmediata repercusión historiográfica en la medida en que las prácticas tradicionales del oficio de historiador quedan en suspenso y son superadas por aquellas de la descripción arqueológica; y no es solo una mutación que atañe a la historia de las ideas, aunque puede ser la más directamente implicada. Al respecto, el mismo Foucault dejó escapar una autodefinición, bien avanzado su libro: "Un historiador que ha querido renovar por completo su disciplina".18 En principio puede ser así, su propuesta podía provocar una renovación de un específico campo disciplinar entre los historiadores; sin embargo, nos parece que una aceptación y aplicación de su método arqueológico puede tener derivaciones y consecuencias en todo el ámbito de todas aquellas ciencias humanas que, de un modo u otro, tienen algún tipo de interés en el estudio de enunciados. Aceptemos que su punto de partida haya sido el deseo de superar los métodos empleados por los historiadores, pero las consecuencias del método que él propone no pueden serles indiferentes al historiador de las ideas, al filósofo, al sociólogo y al crítico literario, entre otros.

La propuesta arqueológica parte de transformar los documentos en monumentos que serán sometidos a una "descripción intrínseca".19 Tal descripción tiene un nivel de análisis en el que se pretende dar cuenta del enunciado y sus relaciones, porque cada enunciado ocupa un lugar que le pertenece solo a él. El análisis da cuenta del lugar de cada enunciado, de su capacidad de circulación e intercambio. Foucault dirá que el análisis no plantea jamás el problema de quién habla, sino más bien el de aquello que se dice. Interesa, por tanto, "el conjunto de las cosas dichas, las regularidades y las transformaciones que pueden observarse" en el discurso.20 La arqueología, así, es una pretendida superación de las operaciones del historiador ante el documento. El historiador recurre a los documentos como fragmentos, como huellas dejadas por un pasado ya ausente; esos documentos sirven para hacer tentativas de restitución de lo que ya no es, de lo que no está completamente dicho en los documentos. Es muy posible que esta sea "la pobreza enunciativa" a la que se refiere Foucault y que el historiador pretende compensar por medio de "la multiplicación del sentido".21 El arqueólogo desestima ese procedimiento y fija su atención en el análisis que implica "emprender la historia de lo que ha sido dicho" a partir de los enunciados "conservados a lo largo del tiempo y dispersados a través del espacio".22

Foucault declara que el análisis es suficiente y su suficiencia está dada por las posibilidades que brinda el ejercicio mismo de la descripción. Según Foucault, la descripción tiene una dimensión vertical que conduce a establecer "las condiciones de existencia de los diferentes conjuntos significantes". En consecuencia, lo dice él también, "el análisis enunciativo es entonces un análisis histórico"23 que lleva a un apriori histórico que, a su vez, da cuenta de la "condición de realidad de los enunciados".24 Habrá que recordar, además, que la descripción de enunciados va acompañada de la pregunta "¿cómo fue posible la aparición de ese enunciado y ninguno otro en su lugar?".25 Y la respuesta a esa pregunta remite a las condiciones que hicieron posible tal o cual enunciado y no otros o, dicho en palabras del propio Foucault, remite a las condiciones históricas para que pueda decirse "cualquier cosa", condiciones que implican que "no puede hablarse de cualquier cosa en cualquier época, que no es fácil decir algo nuevo". De modo que lo fundamental del método es que nos sugiera que la descripción y el análisis son suficientes para reconstituir el universo de reglas de formación discursiva, para dar cuenta de los sistemas, las relaciones, las instituciones, los procesos que permiten situar el discurso "en la dimensión de una historia general" y, por tanto, el discurso no es algo aislado sino, todo lo contrario, "es una singularidad que está en relación con todo un conjunto de historicidades diversas".26 En suma, podemos atrevernos a decir que su propuesta de descripción arqueológica hace innecesaria la interpretación; la descripción conlleva un análisis que establece las relaciones suficientes para entender los hechos discursivos dentro de procesos históricos determinados y, en consecuencia, cada hecho discursivo corresponde a una temporalidad de formaciones discursivas.

En definitiva, el arqueólogo prefiere describir y analizar monumentos, porque el documento tiene implicaciones que no le satisfacen. Para la arqueología, el documento es un vestigio, una huella de algo que alguna vez existió, un fragmento que establece una relación indirecta con algo ausente y, entonces, la interpretación consiste en tratar de completar esa ausencia, en hacer una restitución. Así que la pobreza enunciativa del documento pretende ser compensada "por la multiplicación de sentidos" que resultan de una interpretación;27 en vez de seguir ese camino de agregar signos y discursos, el arqueólogo debe, más bien, "buscar la ley de esa pobreza", la ley que define esos discursos en su especificidad y, por eso, la arqueología no es nada distinto a una "reescritura".28

Un sujeto socio-históricamente situado

Hemos estado diciendo a lo largo de este ensayo que el método propuesto por Foucault en su libro de 1969 contiene interpelaciones de variada índole para las ciencias humanas. Nos detendremos aquí en otra que nos parece relevante. En el apartado dedicado a la función enunciativa advierte que para definir quién es el sujeto del enunciado es necesario determinar "la posición que puede y debe ocupar" el individuo.29 Esa afirmación parece dejar en claro, primero, que el sujeto del enunciado es, ante todo, un individuo o un grupo de individuos y, en segundo lugar, que es importante saber cuál es la posición de ese o esos individuos al momento de enunciar. Poco después le agregará algo más determinante en la elucidación de la función enunciativa; entonces dirá que todo enunciado hace parte de "una trama compleja" de enunciados. Más precisamente, dirá que todo enunciado debe ponerse en "relación con todo un campo adyacente".30 Eso lo entendemos como que todo lo que se enuncia pertenece a un "espacio colateral" que ayuda a determinar lo enunciado. En sus propias palabras, "un enunciado tiene siempre unas márgenes pobladas de otros enunciados".31 De ese modo, el pensador francés nos lleva a la noción de "campo enunciativo"; y esa noción la entiende como un lugar de circulación de sujetos y enunciados que ocupan episódicamente un lugar y poseen, también de modo variable, un estatus. El campo enunciativo es un espacio dinámico de posiciones enunciativas. Otra vez, para precisar, apelemos al autor de la ADS:

No hay enunciado en general, libre, neutro e independiente; sino siempre un enunciado que hace parte de una serie o de un conjunto, que juega un papel en medio de los demás, que se apoya en ellos y se distingue de ellos: él se integra siempre a un juego enunciativo en que tiene su parte, por ligera e ínfima que sea.32

Aquí entendemos que Foucault nos ha ido exponiendo una noción de campo de la que vislumbramos varias consecuencias. Una, inmediata, es la proximidad de la noción de campo enunciativo con la noción de campo que, en sociología, venía asentándose con la obra de Pierre Bourdieu; este autor, por lo menos desde 1966, estaba incluyendo esa categoría en los principios metodológicos con que ya asumía sus investigaciones en torno "a los campos literario, artístico y filosófico".33 Este simple dato puede hacernos pensar no solamente en una afinidad con lo que venía siendo una categoría que llevaba su propia trayectoria en la sociología; también nos hace pensar que, aparte de estas coincidencias, Foucault estaba resueltamente a favor de presentar al sujeto de los enunciados como un individuo o conjunto de individuos socio-históricamente situados en un campo enunciativo. Y valga señalar que no estamos ante una pasajera y débil alusión al sentido socio-histórico del análisis de los enunciados; páginas antes, él se detuvo a explicarnos que era importante tener en cuenta "el estatuto de los individuos" al momento de hablar y enumeró las condiciones contenidas en los campos de poder que vuelven determinante lo que puede ser enunciado.34 Según el lugar de enunciación que ocupe cada individuo o grupos de individuos, según el capital simbólico acumulado, según el prestigio, según el reconocimiento, según el lugar que ocupe cada quien, en una jerarquía de relaciones, su enunciación tendrá un valor. De ahí la importancia, agregará, de describir "los emplazamientos institucionales" donde cada individuo elabora su discurso. En fin, lo seguirá diciendo y explicando Foucault: la posición del sujeto que enuncia siempre deberá describirse teniendo en cuenta su situación con respecto a otros sujetos hablantes que intervienen en el campo discursivo, un campo hecho de relaciones y jerarquías cambiantes. Esa descripción dará cuenta de la situación socio-histórica de cada individuo hablante al momento de enunciar y de la situación socio-histórica del campo en que ese individuo intervino. Así es, las posiciones episódicas de los hablantes configuran el campo discursivo y, a la vez, el campo discursivo establece jerarquías y relaciones entre los hablantes.

El campo opera, en la reflexión foucaultiana, como el contexto o espacio inmediato que condiciona lo enunciado. Los enunciados cumplen sus funciones específicas y son comprendidos por el arqueólogo según el lugar que ocupen en la trama discursiva. Queda claro, entonces, que cada enunciado opera dentro de un contexto comunicativo. Foucault hablará de "un juego de réplicas que formen una conversación"; dentro de esa conversación, dice enseguida, el enunciado aparece ya sea para repetir algo, para modificarlo, para adaptarse a algo ya dicho, para oponerse, en fin.35

Entender los enunciados dentro de una conversación o dentro de un sistema de comunicación no era, para 1969, una propuesta nueva en la lingüística ni en el análisis del discurso. Cómo no hacer notar, ahora, que aquello que decía Foucault en su ADS tenía semejanza con lo que Mijail Bajtin había venido diciendo, sobre todo en la primera mitad del siglo XX, acerca de abordar los discursos en toda su riqueza expresiva; para el lingüista ruso, como sucedía con el pensador francés, era importante dar cuenta en un análisis de enunciados de la posición de los hablantes y por eso afirmó que "las fronteras de cada enunciado como unidad de la comunicación discursiva se determinan por el cambio de los sujetos discursivos, es decir, por la alternación de los hablantes".36 Es cierto que Bajtin hace énfasis en la condición dialógica de los enunciados, pero eso no lo aleja de algo que sostiene de manera común con Foucault, y es el hecho de considerar que el enunciado es algo concreto determinado por las relaciones entre los sujetos discursivos y que los enunciados son unidades con fronteras y que, en esas fronteras, hay otros enunciados y por eso se vuelve importante saber si un enunciado es una respuesta a otro, es una réplica o el inicio de una nueva conversación; es decir, todo enunciado está en relación con otros en una cadena de comunicación discursiva. Bajtin sintetizará el asunto así:

Todo enunciado concreto viene a ser un eslabón en la cadena de la comunicación discursiva en una esfera determinada. Las fronteras mismas del enunciado se fijan por el cambio de los sujetos discursivos. Los enunciados no son indiferentes uno a otro ni son autosuficientes, sino que "saben" uno del otro y se reflejan mutuamente.37

Lo que Bajtin había venido diciendo en la primera mitad del siglo XX y lo que iba a añadir Foucault en su ADS coinciden en dotar el análisis de enunciados de un horizonte contextualista. Con ellos, la descripción de un enunciado incluye sus relaciones dentro de una comunicación discursiva (dirá Bajtin) o dentro de un campo discursivo (dirá Foucault). Todo enunciado, por lo tanto -y esta vez siguiendo a ambos pensadores- está socio-históricamente situado en un circuito enunciativo y habrá que examinarlo según el lugar que ocupe en ese conjunto de sujetos discursivos.38 Y a esto tendremos que agregar la semejanza o proximidad que toda esta reflexión constituye con respecto a los oficiantes del contextualismo dentro de la corriente de historia intelectual británica. Aunque el propio Foucault hubiese querido hacer deslinde con algunos postulados de Ludwig Wittgenstein y, sobre todo, con cierta hermenéutica sustentada en los Speech Acts de John Searle, no podemos desdeñar en este examen de su obra que él estaba participando, ¿sin desearlo?, de una noción de contexto que ya estaba dando frutos entre algunos historiadores británicos, especialmente Quentin Skinner y John G. A. Pocock. En efecto, Foucault, como Skinner en particular, estaba considerando que todo enunciado no puede entenderse sin el contexto comunicativo en que participó. Es cierto que Skinner se apega a un "contexto lingüístico", algo que rechaza Foucault, y también es cierto que se apega a ciertos postulados de análisis de Searle, pero, aun así, Foucault y los historiadores británicos mencionados coinciden en que cualquier "acto de comunicación constituirá siempre la asunción de determinada posición en relación con alguna conversación o argumentación preexistente".39

En suma, Foucault intentaba proponer en su ADS un método que remplazara la interpretación tradicional de la historia de las ideas por un ejercicio de restitución de las condiciones socio-históricas que hicieron posible la aparición y circulación de determinados enunciados; él sugería poner en relación la especificidad de los discursos con eventos "exteriores" que los hicieron posibles. Pero no solamente hay que prestarles atención a esas condiciones exteriores, también hay unas condiciones históricas propias de los campos discursivos que hacen que los sujetos que allí hablen lo hagan desde determinadas posiciones y que sean, en consecuencia, individuos, grupos, instituciones socio-históricamente situados. Eso hace posible, según nuestro arqueólogo, una historia arqueológica del discurso y, agregamos nosotros, permite situar o poner en relación los discursos con aquello que groseramente llamamos el contexto o, mejor, los contextos.

Discurso e historia

En todo su libro, Foucault exhibe una conversación, en diversos niveles, con la ciencia histórica. Uno de esos niveles, harto evidente, está situado en el terreno historiográfico, en la medida en que propone un método y pone en tela de juicio lo que era hasta entonces la historia de las ideas. Allí está la propuesta de investigar de otra manera. Mientras propone otra forma de investigar, el pensador francés está interpelando la dimensión historiográfica de un área disciplinar. Pero hay una dimensión, quizás más compleja y trascendente, que podemos situar en el limen de las preocupaciones de la filosofía de la historia y de la epistemología de la historia, porque se trata de la conexión que pueda o no existir entre los hechos discursivos que analiza el arqueólogo y el papel explicativo que pueda adjudicarle a lo histórico. Dicho de otro modo, en la ADS asoma una relación compleja entre discurso e historia, entendiendo a esta última como devenir, como conjunto de acontecimientos o como temporalidad que tiene algún tipo de intervención y de determinación en los hechos discursivos.

Así como propone alterar el oficio de historiador por el de un arqueólogo, o volver el documento un monumento, o hablar de descripción en vez de interpretación, Foucault sugiere igualmente que nos situemos en el terreno de una historia general en vez de en el campo de una historia global y, de adehala, establece una interdependencia entre discurso e historia.40 Creo que no es atrevido pensar que para la ADS la historia, como conjunto de acontecimientos, es discurso y que, a su vez, el discurso es conjunto de acontecimientos históricos. Foucault lo anticipa en el libro, su proyecto consiste en una "descripción de eventos discursivos", y la materialidad de esos eventos la constituyen los enunciados.41 Y suponemos que por eso el enunciado aparece no solamente como el "átomo del discurso", sino, y sobre todo, como una singularidad situada en un tiempo y en un espacio; como una discontinuidad, como un hecho discursivo aislado, cuyo espacio de relaciones y su vínculo con un campo discursivo son revelados por el arqueólogo, en su descripción. El enunciado, visto así, es un hecho discursivo concreto, aislado, disperso, singular y discontinuo que, de todos modos, remite a "leyes de posibilidad", a "reglas de existencia". Hecho irrepetible, el enunciado, como lo sugiere Foucault, es al mismo tiempo unidad elemental del ejercicio arqueológico y acontecimiento histórico que puede señalar una repetición, remitir a unas condiciones de posibilidad y, también, anunciar una ruptura. En consecuencia, el arqueólogo parte de una unidad discursiva e histórica que llamará enunciado, y esa unidad será el fundamento de la búsqueda de las reglas anónimas que hacen que cada enunciado aislado pertenezca a una formación discursiva sometida a unas condiciones históricas de existencia.

Ahora bien, en varios pasajes de la ADS, Foucault parece decir que la historia o, mejor, que las "condiciones históricas", son algo externo al discurso, o que están en el límite y determinan de lo que se puede hablar en cada época. Recordemos aquella frase rica en sugerencias: "no puede hablarse de cualquier cosa en cualquier época".42 Según su explicación, para que pueda decirse algo, debe haber unas condiciones históricas, condiciones que resultan de un haz complejo de relaciones "establecidas entre instituciones, procesos económicos y sociales, formas de comportamiento, sistemas de normas, técnicas, tipos de clasificación…".43 Foucault apura enseguida una advertencia y nos dice que esas relaciones están "en el límite del discurso". Hasta aquí puede pensarse que nuestro autor le concede una enorme autonomía al discurso, que no hay ninguna exterioridad que lo interfiera en su trayectoria; sin embargo, y he allí una posible contradicción, él mismo nos dirá mucho más adelante, en el último capítulo, que

La descripción arqueológica de los discursos se despliega en la dimensión de una historia general; trata de descubrir todo ese dominio de las instituciones, de los procesos económicos, de las relaciones sociales sobre las cuales puede articularse una formación discursiva; intenta mostrar cómo la autonomía del discurso y su especificidad no le dan por ello un estatuto de pura idealidad y de total independencia histórica.44

Y un poco antes de decir esto, el pensador francés ha precisado que, de todos modos, existen unas relaciones entre formaciones discursivas y "unos sistemas no discursivos".45 En fin, una supuesta autonomía del discurso, pero, a la vez, sin plena independencia con respecto a lo histórico o, quizás mejor, un discurso situado en lo que él llama una "historia general".

Precisamente, la relación entre el discurso y una historia general reviste un carácter más orgánico en su propuesta de análisis. A pesar de la ambivalencia acerca del peso de las condiciones históricas sobre lo discursivo, el discurso no puede ponerse fuera del terreno de lo histórico. Cuando explica cómo es la descripción y análisis de los enunciados, afirmará sin rodeos que el análisis enunciativo es "un análisis histórico",46 no solamente porque esté dirigido a dar cuenta de las cosas que han sido efectivamente dichas, sino porque además ese análisis tiene una dimensión "vertical" dirigida a establecer "las condiciones de existencia de los diferentes conjuntos significantes".47 De modo que parte del análisis arqueológico está orientada a "definir las condiciones en las cuales se ha ejercido la función que le ha dado a una serie de signos una función". Otra vez, entonces, Foucault les concede valor analítico -y advierte que no pretende concederles un valor interpretativo- a las condiciones históricas, así sean externas al discurso o se hallen situadas en una posición liminal. Al referirse con cierta frecuencia a una historia general parece hablar de una sumatoria de "historias diversas" que, a pesar de lo singulares, hallan su afinidad; algo íntimamente relacionado con el carácter en apariencia fragmentario y aislado de los eventos discursivos que constituyen pequeñas historias que se entrelazan en una regularidad, en una generalidad.

Pero en ADS no solamente hay este tipo de relación entre discurso e historia; relación que parece remitir a una exterioridad explicativa o a unas condiciones de posibilidad de los enunciados. La obra vislumbra también la posible historicidad de lo discursivo o, dicho mejor, el discurso produce su propia temporalidad. Al afirmar que el discurso está constituido por un número limitado de enunciados para los cuales puede definirse un conjunto de condiciones de existencia o, más aún, al decir que las prácticas discursivas "son un conjunto de reglas anónimas, históricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio que han definido en una época dada, y para un área social, económica o geográfica dada, las condiciones de ejercicio de la función enunciativa".48 Al decir esto, repetimos, Foucault está permitiéndonos suponer, al menos, que los hechos discursivos trazan una temporalidad, tienen una vida, viven una trayectoria. Y resulta para nosotros una invitación a entender lo que él, páginas más adelante, llamará a priori histórico. El explicará esta composición de palabras del modo siguiente: el a priori es la "condición de realidad de los enunciados"; y ese a priori es histórico porque "no escapa a la historicidad", porque no alude a una estructura intemporal, porque no es solamente "el sistema de una dispersión temporal; él mismo es un conjunto transformable".49

Foucault ha ido mostrándonos, en definitiva, dos dimensiones de la relación entre discurso e historia; de un lado, la historia puede obrar como una exterioridad, como una "condición de realidad" que determina los enunciados y su dispersión. Y, de otro, los enunciados en su homogeneidad, al provenir de unas mismas reglas de formación discursiva, remiten a unos cortes temporales, constituyen unos conjuntos transformables. Esto último significa, a nuestro modo de ver, que los enunciados como conjuntos nos muestran unas temporalidades con sus propios umbrales, ocupan un tiempo y un espacio, hacen parte de lo que ha podido hablarse en una época según unas reglas o regularidades. En otras palabras, los conjuntos de enunciados nos muestran momentos discursivos históricamente situados y, en consecuencia, pueden orientar la comprensión de etapas históricas que se distinguieron por lo que pudo enunciarse y por lo que no pudo enunciarse. Esta es otra forma de entender aquella frase que ya hemos citado: "no puede hablarse de cualquier cosa en cualquier época". Frase que puede entenderse, también, como que cada época es definible por lo que se enunció; el inicio de una época es definible por lo que comenzó a decirse y por lo que dejó de decirse. En fin, según todo esto, es posible pensar que el análisis del hecho discursivo nos brinda otros criterios de periodización, otra manera de asignar momentos históricos según regularidades discursivas. Aquí, en esta posibilidad de definir tiempos de existencia de hechos discursivos, es que el método arqueológico tiene un atractivo poco aprovechado por los hoy llamados historiadores intelectuales.

A manera de conclusión: ¿quién es el arqueólogo?

La ADS contiene ambigüedades o silencios. Uno muy notorio es lo poco que nos dice acerca del arqueólogo como sujeto; Foucault nos ha dicho mucho de su método, pero poco del oficiante de su método. A lo largo de su libro nos ha hablado de un método con el que pretendía sacudir al menos los cimientos de la tradicional historia de las ideas, pero habló poco del arqueólogo, del sujeto que desplazaba al historiador, al filósofo y a todos aquellos acostumbrados a interpretar documentos. Esa carencia de caracterización del sujeto que cumple la función de describir y analizar enunciados puede significar, al menos, que la apuesta foucaultiana estuvo concentrada en el método. También puede entenderse que el arqueólogo es apenas una función, un oficio desempeñado por "un historiador de las ideas que ha querido renovar completamente su disciplina". Un historiador de las ideas, "vergonzante" o "presuntuoso", que ha confiado en la fuerza de un método que él mismo ha concebido y aplicado. Para Foucault, parece, el método es superior a cualquier sujeto que se improvise como arqueólogo. Visto así el asunto, la ADS es un simple manual disponible para aplicarlo pero, preguntémonos, ¿quién se ha atrevido a ser un arqueólogo que describe pacientemente enunciados? Parece, entonces, que el arqueólogo es derivación de un método que, a su vez, ha estado determinado por la posición del sujeto frente al archivo que examina. Al estar frente a un documento, pervive el historiador que interpreta, categoría de sujeto que Foucault ha pretendido superar; pero al estar frente a un monumento, aparece el arqueólogo que describe, analiza, reescribe y halla relaciones entre enunciados. La modificación del sujeto historiador, y en este caso del historiador de las ideas, proviene de la modificación de las prácticas de archivo, la transformación de los procedimientos que emplea y de las "técnicas de producción", habría dicho luego Michel de Certeau.50 De modo que el método guía al sujeto en sus procedimientos, en sus relaciones con la documentación, con lo que selecciona, con lo que incluye y excluye. Más aún, el método empleado modifica la condición del sujeto que cumplirá la labor de describir y analizar. El sujeto-historiador se volverá, entonces, sujeto-arqueólogo.

Ahora bien ¿qué garantiza que el sujeto-arqueólogo cumpla con describir? Dicho de otro modo, qué sucede con la subjetividad del arqueólogo. La disciplina histórica habló, durante buena parte del siglo xx -antes, durante y después de la ADS- de la intervención activa del sujeto historiador en todas las fases de la investigación histórica; y defendió esa activa subjetividad como un atributo y no como una perversión. ¿Es que, acaso, Foucault nos ha venido proponiendo un sujeto-historiador transformado, por la descripción arqueológica, en un sujeto de muy reducida actividad en la producción de conocimiento? ¿Acaso el sujeto-arqueólogo no termina creando, con su descripción de enunciados, unos nuevos enunciados? Si aplicásemos las tesis de Foucault a lo que debe hacer el arqueólogo, podemos suponer que el arqueólogo, al reescribir, también produce enunciados y eso lo vuelve un sujeto-hablante socio-históricamente situado. Pero, precisamente todo esto no lo dice ni lo presenta de algún modo en su ADS. Debemos quedarnos, por ahora, con esta reflexión conjetural ante el vacío que deja su obra en este punto.

El fracaso del método arqueológico no es adjudicable del todo a quien lo expuso, sino más bien a la comunidad científica que recibió la propuesta y la confinó a ser un simple testimonio de algo que alguien hizo alguna vez. Lo curioso es que lo que postuló su autor, como algo que podía seguir haciéndose, tiene semejanza con lo que otros venían diciendo y haciendo en coordenadas de proximidad que corresponden a un momento muy definido de las ciencias humanas y cuyo impacto trasciende hasta nosotros. Foucault, por lo tanto, no era cosa rara en esa comunión de intenciones para la renovación de la historia de las ideas en las décadas de 1960 y 1970; sin embargo, su método arqueológico terminó en el letargo. Letargo quizás promovido por su propio autor, quien lo había aplicado y dejó de aplicarlo o lo entreveró con otras apuestas metodológicas que asumió luego.

Esta relectura quiso, en todo caso, recuperar la vigencia de un método que aquel pensador francés propuso y alguna vez aplicó en parte de su obra.

OBRAS CITADAS

Bajtin, Mijail. Estética de la creación verbal. 1982. México: Siglo XXI, 2012. [ Links ]

Bajtin, Mijail. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. 1941. Madrid: Alianza Editorial, 1987. [ Links ]

Bourdieu, Pierre. Regles de l'art. París: Éditions du Seuil, 1992. [ Links ]

Certeau, Michel de. L'écriture de l'histoire. París: Éditions Gallimard, 1978. [ Links ]

Dreyfus, Hubert y Paul Rabinow. Michel Foucault, un parcours philosophique. 1982. París: Éditions Gallimard , 1984. [ Links ]

Febvre, Lucien. Le problème de l'incroyance au xvi siècle. La religion de Rabelais. 1942. París: Albin Michel, 1942. [ Links ]

Foucault, Michel. L'Archéologie du savoir. París: Éditions Gallimard , 1969. [ Links ]

Jacob, André. "Sens, énoncé, communication". L'Homme et la Société 14 (1969): 193-199. [ Links ]

Rorty, Richard. "Foucault y la epistemología". Foucault. 1986. Comp. David Couzens. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1988. 51-60. [ Links ]

Rorty, Richard. The Linguistic Turn. Recent Essays in philosophical method. Chicago: University of Chicago Press, 1967. [ Links ]

Skinner, Quentin. "Lenguaje política e historia". Visions of Politics. Regarding Method. Vol. 1. Cambridge: Cambridge University Press, 2002. [ Links ]

Skinner, Quentin. Lenguaje, Política e Historia. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2007. [ Links ]

Skinner, Quentin. "Meaning and Understanding in the History of Ideas". History and Theory 8.1 (1969): 3-53. [ Links ]

Van de Wiele, Jozef. "L'histoire chez Michel Foucault. Le sens de l'archéologie". Revue philosophique de Louvain 52 (1983): 601-633. [ Links ]

White, Hayden. "The Tasks of Intellectual History". The Monist 53.4 (1969): 606-630. [ Links ]

1Hayden White, "The Tasks of Intellectual History", The Monist 53.4 (1969): 606-630.

2White 618.

3Es llamativo que Foucault aparezca en el ensayo de White, al lado de Roland Barthes, como representante de una vertiente del estructuralismo francés.

4Alguien, atento a las novedades que surgieron aquel año, al menos en el estrecho ámbito francés, decía: "Examiner conjointement des oeuvres contemporaines nées d'exigences fort diverses dans des contextes differents peut se faire de plusieurs points de vue" ("Examinar conjuntamente unas obras contemporáneas nacidas de exigencias muy diversas puede hacerse desde varios puntos de vista"). Ver André Jacob, "Sens, énoncé, communication", L'Homme et la Société 14 (1969): 193-199. En su breve examen tuvo en cuenta las obras de Foucault, Deleuze y Michel Serres, quien venía de publicar, en 1968, Hermes ou la Communication.

5El anuncio casi oficial del variado e intenso interés por el lenguaje lo hizo Richard Rorty, The Linguistic Turn. Recent Essays in philosophical method (Chicago: University of Chicago Press, 1967).

6Basta mencionar dos obras asaz paradigmáticas; se trata de los estudios sobre la obra de Rabelais: Lucien Febvre, Le problème de l'incroyance au xvi siécle. La religion de Rabelais (Paris: Albin Michel, 1942); Mijail Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais [1941] (Madrid: Alianza Editorial, 1987). Tan solo el libro de Febvre ya era una propuesta de solución, desde el ámbito historiográfico francés, al problema de la relación entre obra, individuo y época.

7Sobre el fracaso metodológico de la arqueología de Foucault, hay un capítulo consagrado al respecto en Hubert Dreyfus y Paul Rabinow, Michel Foucault, un parcours philosophique [1982] (París: Éditions Gallimard, 1984) 119-153; y sobre su pretensión de superar cualquier teoría del conocimiento, ver Richard Rorty, "Foucault y la epistemología", Foucault, comp. David Couzens [1986] (Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1988) 51.

8 Michel Foucault, L'Archéologie du savoir [1969] (París: Éditions Gallimard, 2016) 10. Hemos utilizado una reimpresión del 2016 que respeta íntegramente la edición original. Es muy posible que esta reimpresión no coincida en la numeración de las páginas con otras reimpresiones de la edición francesa de 1969.

9Foucault 15.

10Foucault 35.

11Foucault 41.

12Foucault 41.

13Foucault 168.

14Foucault 72.

15A propósito de esto, Foucault dirá que "el estudio arqueológico es siempre en plural". Ver el apartado titulado "Los hechos comparativos" (Les faits comparatifs). Foucault 214-225.

16Advirtamos de paso acerca de una simultaneidad y coincidencia significativa. Para 1969, otro historiador estaba poniendo en tela de juicio el apego del historiador de las ideas al estudio e interpretación de "textos clásicos", a la supuesta intemporalidad de unas ideas universales transmitidas por unos pensadores extremadamente coherentes. Era Quentin Skinner, en su ensayo para History and Theory, quien también debatía, a su modo, acerca de una de las varias "mitologías" que hasta entonces ensombrecían la historia de las ideas y que consistía en una fiel adhesión a una categoría selecta y restrictiva de pensadores clásicos, aparentemente coherentes en la enunciación de doctrinas que traspasaban la temporalidad inicial del momento de su enunciación. En todo caso, Foucault y Skinner coincidían entonces en cuestionar el estudio e interpretación de un corpus limitado de autores pretendidamente clásicos. Quentin Skinner, "Meaning and Understanding in the History of Ideas", History and Theory 8.1 (1969): 3-53. En español ha sido publicado en el libro Quentin Skinner, Lenguaje, Política e Historia (Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2007) 109-163.

17 Foucault 148.

18Foucault 184. La traducción de Garzón del Camino dice: "Un historiador de las ideas que ha querido renovar de arriba abajo su disciplina". Foucault 229.

19Foucault 15.

20Foucault 169.

21Foucault 166.

22En la traducción de Garzón del Camino dice: "remontarse desde los enunciados conservados al hilo del tiempo y dispersados a través del espacio". Foucault 205.

23Foucault 150-151.

24Foucault 175.

25Foucault 42.

26Foucault 225.

27Foucault 166.

28Foucault 190.

29Foucault 132.

30Foucault 134.

31Aquí estamos ante una grave omisión de la traducción de Garzón del Camino. La versión española pasa de inmediato de "espacio colateral" a "esas márgenes" y ha suprimido una importante frase que está en medio. La versión francesa tiene claramente en medio una frase decisiva: "Un énoncé a toujours des marges peuplées d'autres énoncés". Invito a ver en la versión española la página 163 y a comparar con la página 134 de la edición en francés. Allí se podrá notar que la traducción española suprimió esa frase del original francés.

32Foucault 135-136.

33Ver, a propósito, el balance que el propio Bourdieu hace para explicar los orígenes de su propuesta de una ciencia de "las obras culturales", Pierre Bourdieu, Regles de l'art (París: Éditions du Seuil, 1992) 260.

34Foucault 72-78.

35Foucault 135.

36Bajtin 257. Las cursivas son del original.

37Bajtin, La cultura popular 277-278.

38Mijail Bajtin, Estética de la creación verbal [1982] (México: Siglo xxi, 2012) 257 y 258.

39Quentin Skinner, "Lenguaje política e historia", Visions of Politics. Regarding Method, vol. 1 (Cambridge: Cambridge University Press, 2002) 115 y 205. Hay una versión en español de colección de ensayos, titulada Lenguaje, política e historia. El ensayo del cual proviene la cita contiene pasajes en que dialoga con la "arqueología de los enunciados" de Foucault.

40Alguien dijo, a propósito, que la Arqueología del saber expresa tanto una teoría sobre la esencia de la historia como una teoría sobre la esencia del discurso. Ver Jozef Van de Wiele, "L'histoire chez Michel Foucault. Le sens de l'archéologie", Revue philosophique de Louvain 52 (1983): 601-633.

41Foucault 41.

42Foucault 65.

43Foucault 65.

44Foucault 225.

45Foucault 221.

46Foucault 151.

47Foucault 150.

48Foucault 162.

49Foucault 174-175.

50Ver Michel de Certeau, L'écriture de l'histoire (París: Éditions Gallimard, 1978). Principalmente el capítulo acerca de "opération historiographique".

Cómo citar este artículo Gilberto Loaiza Cano, "La arqueología del saber. Relectura, 50 años después, de un método olvidado", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 47.2 (2020): 283-308.

Recibido: 16 de Mayo de 2019; Aprobado: 20 de Noviembre de 2019

Creative Commons License Reconocimiento-SinObraDerivada 4.0 Internacional (CC BY-ND 4.0)