SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.48 issue1Carlos Camacho Arango, Margarita Garrido Otoya y Daniel Gutiérrez Ardila, eds. Paz en la República. Colombia, siglo XIX. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2018. 334 páginas.Alberto Harambour. Soberanías fronterizas. Estados y capital en la colonización de Patagonia (Argentina y Chile, 1830-1922). Valdivia: Universidad Austral de Chile, 2019. 328 páginas. author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.48 no.1 Bogotá Jan./June 2021  Epub Jan 28, 2021

https://doi.org/10.15446/achsc.v48n1.91558 

Reseñas

Andrés Jiménez Ángel. Ciencia, lengua y cultura nacional. La transferencia de la ciencia del lenguaje en Colombia, 1867-1911. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2018. 444 páginas.

CARLOS ARTURO LOPEZ J.* 

*Instituto Pensar Pontificia Universidad Javeriana Bogotá, Colombia carloslopez@javeriana.edu.co


Este libro se ocupa de la configuración de la ciencia del lenguaje en Colombia desde 1867 -año atado a las reformas educativas de los gobiernos del Olimpo radical y en el que se publicó la primera edición de la Gramática de la lengua latina de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo- hasta 1911 -fecha del deceso de Cuervo; Caro había muerto en 1909-. Al insistir en el proceso productivo de la forma vernácula de un conocimiento técnico con pretensiones universales, evita hacer énfasis en lo que se haya recibido de tradiciones intelectuales foráneas o valorar esa recepción en los términos del centro y la periferia. Así, el principal valor del libro es que se concentra en la circulación de un saber y los efectos de ese movimiento sobre el modo de ser de ese saber circulante.

Adicionalmente, el punto de vista de la circulación asumido por Jiménez Ángel nos permite desmitificar la unidad de los saberes para verlos en sus formas múltiples, relativas a marcos espaciotemporales diversos. Gracias a ello, podemos enfatizar los aspectos locales del proceso y también dar a Europa un lugar más adecuado en la vida intelectual de otros centros de producción de conocimiento. Europa deja de aparecer como la chispa que siempre vuelve para encender la hoguera del saber en América -como ha ocurrido, por ejemplo en las historias de la filosofía en Colombia-, para convertirse en un leño, entre otros tantos, que alimenta ese fuego con intensidades de combustión y aromas propios.

Mi registro de lectura de Ciencia, lengua y cultura nacional es el clásico problema de las relaciones saber-poder. Solo que el libro, en lugar de hacer una especulación argumentativa, examina este problema a través de una revisión documental en un marco espaciotemporal preciso desde donde Jiménez Ángel triangula una reflexión vernácula sobre el lenguaje, su influencia cultural y el ejercicio de la administración pública (no pocas veces en los niveles más altos del gobierno nacional central). Estos elementos ya han sido puestos en juego en otros trabajos sobre historia de Colombia. Es más, la pregunta por la importancia de las relaciones entre los gobernantes y sus preocupaciones en torno a los estudios de la lengua se hizo célebre tras la publicación del artículo "Del poder y la gramática"1 en el que el autor indica la conexión entre la actividad cultural y el ejercicio de cargos públicos en el siglo XIX colombiano.

Basta leer el índice del libro de Andrés Jiménez Ángel para identificar, y, luego de leer, corroborar que allí se cumple a cabalidad con la tarea de hacer visible lo que en el artículo de Malcolm Deas apenas queda señalado: la forma efectiva de esa relación, las vías por las que la ciencia del lenguaje adquirió tanta importancia, las razones por las que su dominio se convirtió en un elemento de prestigio. Dos hipótesis orientan el trabajo. Una anuncia la configuración y desarrollo de un "proyecto cultural conservador" que reaccionó frente a las políticas educativas del Gobierno en los tiempos del Olimpo radical. La otra hipótesis, más concentrada en el contenido efectivo de la producción escrita, resalta la compleja relación que a través de la ciencia del lenguaje trazaron los gramáticos colombianos con España, en el marco de la producción de un saber local articulado con centros de producción internacional más reputados que los españoles; un saber que se convirtió también en una forma de resistencia contra el estilo anticuado de los estudios de la lengua peninsulares.

Andrés Jiménez Ángel teje una serie de elementos que configurarán un saber local a partir de insumos diversos: una circunstancia política, unos espectros de "Europa" (que van de la aceptación hasta el rechazo, del aplauso reverencial hasta el desconocimiento de su valor científico), la historia de unos saberes, y unos héroes nacionales latinoamericanos y europeos. Acercarnos a este tejido permite ver, en primer lugar, el modo en que se fue definiendo un objeto para esa nueva ciencia del lenguaje vernácula: la unidad de la lengua en ambos lados del atlántico.

Tal unidad era "un constructo al que los intelectuales gramáticos, siguiendo la línea discursiva de la pureza y la unidad liderada por la RAE, le atribuían características que encarnaban el ideal político y cultural de una lengua nacional" (p. 84). Estas características, atadas a la definición de esa unidad y su historicidad, no respondían solo a una cuestión epistemológica. La lengua fue vista como poseedora de cualidades civilizatorias que se articularon bien con la dirección que los gramáticos querían darle a la nación. En este sentido, resultó sencillo asociar a la lengua con festejos diversos y homenajes a personalidades continentales. La lengua fue usada, además, para establecer una imagen jerárquica de la sociedad que no solo tuvo que ver con linajes y educación, sino con niveles de conocimiento de la lengua misma. La lengua sirvió, asimismo, como guía de la mirada hacia las diversas Europas que circularon. Se rechazó, por ejemplo, el afrancesamiento con fines de protección de la cultura.

Como se ve, al menos tres elementos gravitaron en torno a la definición del objeto del que se ocuparía el saber vernáculo sobre la lengua: aspectos epistemológicos, políticos y culturales. El modo en que se abordaron estos tres aspectos dependió de un segundo elemento constituyente de la localidad de la ciencia del lenguaje, es decir, del proceso de consolidación del equipo de agentes que promovieran este saber. Jiménez Ángel nos habla de este proceso en tres etapas; en la primera, los soportes materiales de la comunidad de agentes, además de la impresión de libros sobre una importante diversidad de temas y niveles de profundidad en el conocimiento de la ciencia del lenguaje, fueron algunas publicaciones seriadas; impresos que consolidaron una tradición literaria nacional de la mano del trabajo de intelectuales que apostaron por el proyecto cultural conservador.

Para hablar de estos intelectuales, Jiménez Ángel acuña el término "pluriactividad" como característica central de estos personajes que "al tiempo que se ocupaban de estudios filológicos, lingüísticos o gramaticales, hacían las veces de líderes políticos, altos oficiales militares, empresarios, educadores, colaboradores y fundadores de revistas y periódicos" (p. 125).

Durante la segunda etapa, se mantuvo la publicación de un buen número de obras que siguieron sirviendo como parte del sustrato sobre el que se fundó la comunidad de agentes, pero sobre todo fue importante una dimensión institucional: se fundó la Academia Colombiana (1871) y luego su órgano impreso (1874). En la última etapa, la cuestión se hizo más institucional, la promoción del proyecto cultural había dado sus frutos y ahora, auspiciados por la Regeneración, sus efectos sobre la sociedad resultaron más evidentes. A través del proceso, Jiménez Ángel muestra el ascenso de un grupo y la importancia de acercase a la ciencia del lenguaje, no como una unidad de contenidos reproducibles en cualquier lugar y tiempo, que circula internacionalmente y se adopta en diversos grados de calidad, sino con dinámicas de circulación y formas institucionales suigeneris como una ciencia vernácula.

Entre estos caracteres de la pluriactividad, el autodidactismo es el primero de varios modos de adquisición de la ciencia del lenguaje y de la figura del letrado conservador. Otros son la obtención de volúmenes en bibliotecas privadas y la circulación de estos entre la comunidad de gramáticos, un mercado de libros más o menos estable, el intercambio intelectual a través de un "disciplinado y estratégico cultivo de relaciones epistolares con intelectuales, escritores, filólogos y lingüistas colombianos, americanos y europeos" (p. 173), también la coordinación de proyectos intelectuales a ambos lados del atlántico.

Esta presentación de la configuración del objeto de un saber, de la promoción del saber mismo y de la consolidación de un grupo de intelectuales evidencia la existencia de un campo cultural en el que se dio forma peculiar a este saber. Tal formación dependió de un proyecto cultural centrado en el desarrollo local de la ciencia del lenguaje que tuvo efectos sobre un amplio sector de la sociedad colombiana, gracias a, como se vio, la articulación de elementos muy diversos.

En la configuración de este saber local, como un saber científico que se oponía a formas antiguas y rudimentarias de hacer reflexión sobre la lengua, Europa no fungió simplemente como un centro reproductor de ideas -como por entonces se vio a Alemania-, o como aquello que debía ser rechazado -fue el caso de España-. Europa fue también fuente de modelos históricos de autocomprensión: franceses e ingleses educados en Alemania se sumaron a la narración histórica oficial de la historia internacional de la filología como disciplina, un relato conocido con la expresión francesa fable convenue. Ese relato fue un esquema narrativo que le permitió a los gramáticos americanos pensarse como parte del proceso de producción de la ciencia del lenguaje.

El impacto de este relato sobre las imágenes de lo propio a nivel nacional y más allá de lo nacional queda bien descrito por el autor cuando afirma, a propósito de la tensión entre el saber sobre la lengua del que hacían gala los españoles y el proveniente de otros lugares de Europa, que "la variación en la forma de relacionarse tanto con ese corpus heredado como con el modelo encarnado en la ciencia del lenguaje" afectó diversos aspectos, entre ellos

[...] la valoración del español americano, [...] el papel de España, en general, y de la RAE, en particular, en la configuración de las relaciones entre este último y el castellano peninsular; la reivindicación del trabajo lingüístico de los americanos; y el lugar de las lenguas indígenas en la formación de la cultura nacional (p. 230).

No solo se buscó una posición dentro de la historia del saber foráneo, también dentro de Latinoamérica y a nivel nacional. Estos reposicionamientos tuvieron como efecto el acceso a un prestigio y una autoridad asociadas a una resistencia partidista en contra de los gobiernos liberales. El éxito del proyecto regenerador en la tercera etapa de consolidación de la comunidad de gramáticos podría explicarse en parte por los efectos culturales de este proceso. Esto daría cuenta también de la importancia que tuvo la revaloración de la figura de Andrés Bello, quien se presentó como alguien que mostró la lengua como un "mecanismo de creación de unidad nacional, continental y trasatlántica". Por ello la gramática resultaba tan relevante "en la vida cotidiana, la educación, la administración pública y las relaciones internacionales" (p. 290).

Desde el punto de vista del contacto de la cultura y formas de poder, Ciencia, lengua y cultura nacional muestra el proceso de configuración de un saber vernáculo en el cruce de elementos como la definición de un objeto de saber, de una comunidad de expertos, de unos medios de adquisición de ese saber, de la integración en la historia del saber internacional por parte de los agentes locales y del posicionamiento de estos últimos en el contexto local. Tales elementos, y otros tantos que ordena Jiménez Ángel en su libro, permiten ver que la relación entre los intelectuales-gramáticos y el ejercicio del gobierno ni se juega en una correspondencia directa entre ambas partes, ni en la concomitancia necesaria de ambos fenómenos. En lo que, a mi juicio, radica la importancia de su trabajo histórico es que muestra operar dicha relación en diversos niveles de existencia y despliegue; niveles relativos a grados de conocimiento de la ciencia del lenguaje, a escalas de impacto locales, nacionales, continentales e internacionales. En el libro se muestra que la transferencia, más que una mera circulación, es un acto de producción local, llevada a cabo por individuos específicos que, además de pasar por la importación de unos contenidos, deben realizar luchas con formas culturales dentro y fuera del ámbito de la nación.

1 Malcolm Deas, Del poder y la gramática. Y otros ensayos sobre historia política y literatura colombianas (Bogotá: Tercer Mundo, 1993).

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons