Sobre la noción de Nueva Izquierda, a modo de introducción
La Nueva Izquierda puede entenderse como una categoría histórico-política que da cuenta de procesos que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XX, tanto en Europa y Estados Unidos como en América Latina. Se trata de una categoría con potencial analítico, vinculada a la crisis del marxismo soviético en la que se gestaron izquierdas plurales autodenominadas "nuevas", dada la confrontación con "viejas" izquierdas a las que se acusaba de burocratización, estatización y centralismo. Además de las novedades político organizativas que interpelaban esas izquierdas comunistas y socialistas, las nuevas izquierdas exudaron un halo de renovación contracultural y dieron lugar a su propia sensibilidad de época.1 Como el proceso tuvo lugar en medio de la Guerra Fría, el antagonismo estuvo a la orden del día, pero en realidad, las nuevas izquierdas se proponían como tercera vía que, para América Latina, se complejizaba con la presencia de la Revolución cubana, pues las izquierdas de la región no solo se debatían entre oriente y occidente, sino también entre norte y sur.2
La bibliografía sobre la Nueva Izquierda lleva a considerar que esta puede seguir siendo una categoría productiva para comprender el fenómeno político cultural asociado, fenómeno internacional con características generales, pero también específicas, de acuerdo con los contextos nacionales. En Colombia, por ejemplo, la Nueva Izquierda surgió en la coyuntura que hacía el paso de la dictadura derrocada de Gustavo Rojas Pinilla a la gestación del Frente Nacional, un ordenamiento del sistema político que se ofrecía como democrático. Además, se expresó en una miríada de organizaciones que confrontaban el comunismo criollo fuertemente asociado al comunismo internacional, entre las cuales fue hegemónica la opción revolucionaria. Sin desmedro de la particularidad nacional, puede ser productivo revisitar la Nueva Izquierda colombiana si se insiste en inscribirla en un proceso internacional. Por eso, antes de abordarla directamente, se expondrán brevemente cuatro ejes de problematización extraídos de parte de la bibliografía disponible sobre el tema.
En primer lugar, se insiste en que la Nueva Izquierda respondió a un proceso internacional, propio del mundo globalizado y engendrado con el propio capitalismo pero que la Guerra Fría hizo más acuciante: la amenaza nuclear acentuó la percepción de la sociedad global que al mismo tiempo era la sociedad en riesgo. De la mano del llamado corto siglo XX de Eric Hobsbawm -caracterizado por la urbanización, la secularización y la emergencia de nuevos sujetos sociales como el campesinado, los estudiantes y las mujeres-, puede decirse que la Nueva Izquierda se insertó en los Global Sixties.3 Asimismo, al tomar distancia de la lógica centro-periferia, es posible reconocer que la Nueva Izquierda latinoamericana también configuró la Nueva Izquierda internacional, y aunque se sirvió de procesos político ideológicos originados en geografías extranjeras, en el subcontinente tuvieron lugar producciones propias. Como traductores o receptores activos, antes que como calcos de originales, los actores latinoamericanos (intelectuales, dirigentes, militantes, activistas) recrearon prácticas y teorías foráneas según los contextos nacionales y, producto de su propia praxis, dieron lugar a teorías rubricables a esta geografía.4 Las hoy llamadas teorías de la dependencia o el cristianismo revolucionario -también conocido como teología de la liberación- son ejemplos de ello.
De acuerdo con lo anterior, la Nueva Izquierda está situada de forma geográfica y temporal. No solo se consideran las nuevas izquierdas nacionales, sino que se contrastan la izquierda norteamericana o europea con la latinoamericana, y para estas últimas, la variable Cuba - especialmente el momento tercermundista de la isla- se suele presentar como decisiva. Al menos tres elementos justifican el lugar privilegiado de Cuba en el subcontinente: 1) el foquismo como táctica político militar exportada a otras geografías; 2) el desafío político teórico que representaba la conquista de un cierto socialismo en un país subdesarrollado, frente a la teoría comunista de las etapas; y 3) aspectos subjetivos como el voluntarismo o el "nuevo hombre".
Sin embargo, la variable cubana, tan decisiva para los propios actores puede ser menos inapelable para investigadores. Esto cobra lugar para el caso colombiano, en tanto que los procesos guerrilleros de la década de 1960 tuvieron en la experiencia local de las guerrillas liberales de la década de 1940, un sustrato que también nutrió prácticas e identidades políticas. Además, relativizar la variable cubana permite reconocer límites para el foquismo y la lucha armada en pro de una noción pluralizada de las nuevas izquierdas en América Latina. Es decir, aunque minoritarias o menos visibles, en la región hubo experiencias susceptibles de ser situadas en los contornos de las nuevas izquierdas pese a no haber respondido a la lógica armada.5 Justamente esta fue una de las características que fragmentó las nuevas izquierdas en Colombia y coadyuvó a la marginación de facciones intelectuales.
Hablar de las nuevas izquierdas como temporalmente situadas implica proponer una periodización. La categoría difícilmente opera después de la caída del Muro de Berlín, y hay consenso en declarar su comienzo desde mediados de la década de 1950, específicamente a partir de acontecimientos internacionales que evidenciaron los límites de la desestalinización anunciada en el XX Congreso del Partido Comunista Soviético. Así, la invasión del Ejército Rojo a Hungría en 1956, los enfrentamientos armados entre las izquierdas revolucionarias asiáticas, la muerte de Mao, las disputas en el interior del trotskismo y el ascenso de la socialdemocracia europea son algunos acontecimientos que para la historiografía contornean una inflexión que se sostendrá hasta la caída de la URSS.6 Asociando el fenómeno a dinámicas intelectuales, se puede indicar que a inicios del periodo hallamos la declaratoria de "crisis del marxismo soviético" de Jean Paul Sartre y al final encontramos a Louis Althusser, quien diagnosticó la "crisis del marxismo" a secas.7 Justamente, un tercer eje propuesto es el de entender las nuevas izquierdas en una perspectiva "bifronte" que incorpora lo político y lo cultural, incluyendo en lo segundo la dimensión intelectual. La crisis del marxismo soviético fue diagnosticada también como una crisis ideológica, en tanto que se acusaba a las izquierdas comunistas de haberse "esclerotizado" en un marxismo mecanicista y etapista que optaba por una filosofía de la historia en desmedro de la historia concreta y más específica, y que se erigía como verdad absoluta y única mientras despreciaba los desarrollos teóricos de la segunda mitad del siglo XX.
Una de las voces más sonoras sobre este punto fue la de Jean Paul Sartre, quien declaró el marxismo como "insuperable filosofía de nuestro tiempo", pero también consideró urgente su articulación a "teorías auxiliares" como el psicoanálisis, la sociología, la antropología y, sobre todo, el existencialismo. De la mano de este referente francés, la Nueva Izquierda vio surgir un nuevo tipo de intelectual fuertemente comprometido con la política, no en el sentido más tradicional del intelectual como hombre o mujer inmiscuido en lo público, sino en un sentido más radical de la política como vía revolucionaria (la función intelectual incluso se autoproclamó como una función política en sí misma).8
Sin embargo, Perry Anderson muestra que Sartre estuvo inmerso en una configuración intelectual llamada por él "marxismo occidental", la cual desde la posguerra se erigió como continuadora de la noble tradición de clásicos: Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo o Trotski. Con el recaudo de una fuerte base filosófica, referentes como Lukács, Korsch, Gramsci, Benjamin, Horkheimer, Della Volpe, Marcuse, Lefebvre, Adorno, Goldmann, Althusser y Colletti batallaron por una renovación del marxismo para producir teorías que pretendían vincular a la política, pero que a la postre derivaron en una marcada escisión entre intelectuales y masas. No obstante, el influjo de esta generación es duradero, pues transitó más allá del fin de las nuevas izquierdas y se conectó con las teorías críticas más contemporáneas, cuya articulación con la política renace hoy de otra manera.9
En cuarto lugar, las nuevas izquierdas se vincularon con la modernización y los costos sociales del desarrollo capitalista en América Latina, uno de cuyos síntomas fue el creciente desplazamiento del campo a las ciudades que presionó procesos de urbanización y mediana industrialización. Al mismo tiempo, fue un momento en que el crecimiento de la demanda educativa condujo a una masificación del movimiento estudiantil que se debatía entre demandas gremiales (inserción laboral, por ejemplo) y estructurales que vinculaban el estudiantado con los ánimos revolucionarios. Ante la emergencia y radicalización de sujetos como el campesinado o el estudiantil que hacían demandas sociales y por la tierra, las clases dirigentes de la región respondieron con el experimento de los estados populistas, el desarrollismo (revolucionario o reformista) o directamente la represión.10
Tratar las nuevas izquierdas como globales pero situadas, bifrontes y vinculadas con la modernización, posibilita que su uso no sea restringido a experiencias organizativas, políticas y partidarias, sino que sean puente para comprender desarrollos teóricos, recepciones intelectuales y prácticas de la intelligentsia latinoamericana que reaccionaba a la crisis de los marxismos. Para el caso colombiano, tensionar las nuevas izquierdas con elementos de la historia intelectual ayuda a profundizar en los estudios de las décadas de 1960 y 1970, así como en el conocimiento de la generación asociada. Estas líneas estarán más concentradas en el periodo fundacional, pero también se delinearán algunos elementos descriptivos de la década siguiente.
Usos en Colombia
Hasta donde he podido establecer no contamos con una revisión historiográfica sistemática de los estudios sobre la Nuevas Izquierda en el país, pero se sabe que estos iniciaron en la década de 1990, muy posiblemente motivados por cambios en la cultura política de izquierdas, evidenciados en el proceso de desmovilización que llevó a la constituyente de 1991.11 A partir de algunos trabajos que trazaron un marco analítico sobre el tema, resalto las siguientes tesis: 1) Desde los albores del Frente Nacional se crearon tres tipos de oposición. Dos institucionales en el seno del liberalismo y del conservadurismo -Movimiento de Revolución Liberal (MRL) y Alianza Nacional Popular (ANAPO) respectivamente- y una extrainstitucional, donde se inscriben las nuevas izquierdas promotoras del abstencionismo y la revolución (práctica o discursiva). 2) Tanto el comunismo como el liberalismo de izquierdas fueron matrices de las que emergieron las nuevas izquierdas. 3) En términos de periodización, las primeras experiencias revolucionarias se ubican entre 1958 y 1962; entre 1962 y 1965, el surgimiento de las nuevas izquierdas como tal; entre 1965 y 1970, su consolidación; y los replanteamientos vendrán en la primera mitad de la década de 1970.12
A partir de entonces es posible hallar estudios posteriores que se concentran en grupos o tendencias específicos e incluso visibilizan la Nueva Izquierda católica.13 También se pueden contar los estudios que atienden al obrero o al estudiante como sujetos vinculados a nuevas izquierdas.14 La mayoría de estos estudios ubican el punto de observación en procesos organizativos y priorizan las variables políticas del fenómeno, lo que lleva a entender las nuevas izquierdas como una miríada de organizaciones políticas en disputa15 que algunos han agrupado en tendencias políticas:
Cinco tendencias de izquierda política colombiana que en los años 60 y 70 expresaban alineamientos internacionales y se constituyeron en partidos como tales o en organizaciones político-militares: comunismo prosoviético agenciado por el Partido Comunista de Colombia (PCC) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC); maoísmo o grupos marxistas-leninistas; trotskismo y sectores socialistas; insurgencia procubana condensada en el Ejército de Libración Nacional (ELN) e insurgencia nacionalista proclamada por el Movimiento 19 de Abril (M-19).16
Acompaño ese agrupamiento y agrego que entiendo la primera tendencia como representante de "viejas izquierdas" y las siguientes como las nóveles, a las que sumo la ya mencionada Nueva Izquierda católica. Los estudios que componen esa obra colectiva citada aportan a la reconstrucción del fenómeno en el país al mostrar las disputas entre grupos -de estos con el Estado frentenacionalista-, la formación de identidades políticas y los debates en torno a la opción revolucionaria. Además, profundizan en vínculos entre lo político y lo social al mostrar la recomposición de las izquierdas en movimientos sociales y, aunque tangencialmente, mencionan la densidad ideológica de la época: "se difundieron ideales pacifistas y antiestatales, mientras se reivindicaba una democracia directa 'aquí y ahora' y un espíritu rebelde capaz de oponerse tanto al capitalismo como al comunismo soviético con una gran carga contracultural y hedonista", además, el ideario es alimentado por "viejas disidencias del campo comunista, como el anarquismo y el trotskismo, al que se le integran el naciente maoísmo y la más vaga influencia cubana o guevarista".17
Justamente el estudio que acá se propone abreva en esos contornos ideológicos, específicamente en prácticas intelectuales. Para ello es útil la noción de "cultura de izquierdas", que excede grilletes partidarios u organizativos, pues permite pensar la política en términos de tendencias, familias o afinidades que se producen, difunden y practican a través de otro tipo de instituciones (como las universidades y la academia), por vías no institucionalizadas (como las sociabilidades intelectuales) y a través de prácticas artísticas y culturales de muy diverso tipo.18
Dinámicas intelectuales en los sixties colombianos y las revistas como objeto
Subrayo que en el país se ha enfatizado en la Nueva Izquierda como categoría política, lo que en buena medida se explica por la hegemonía de experiencias revolucionarias. Sin embargo, avanzar en estudios de la vida intelectual para el periodo, servirse de ejes de problematización como los expuestos, insistir en las nuevas izquierdas como un fenómeno político cultural, plural e internacional, y reconocerlas como configuraciones intelectuales renovadoras de la historia del movimiento obrero y del marxismo, habilita explorar la densidad intelectual de nuestro propio proceso en pro de expandirnos hacia una categoría de "nuevas izquierdas intelectuales". Esta pretensión se sustenta en la consideración de que América Latina también es un subcontinente productor de ideas donde las y los intelectuales respondieron con estilo propio -como receptores activos- a modelos propuestos en otras latitudes. Los estudios de Oscar Terán u Horacio Tarcus para el caso argentino, o los de Claudia Gilman y José C. Reyes para las redes latinoamericanas así lo evidencian.19
Asimismo, para expandir las nuevas izquierdas locales es útil avanzar cruces entre estudios de las izquierdas y la historia intelectual. Los no muy abundantes estudios sobre la vida intelectual en el periodo coinciden en ubicar en el medio siglo -simultáneo a la emergencia de las nuevas izquierdas- la configuración de un campo intelectual autónomo, y con él, un tipo de intelectual que pasa de la crítica al compromiso político o a la contestación.20 Especialmente el estudio panorámico de Miguel Ángel Urrego distingue al intelectual previo a la década de 1960 como "orgánico al bipartidismo", y al de la década de 1980 como reinscrito en los marcos del Estado, la democracia y los derechos humanos, mientras en el periodo intermedio se da la autonomización del campo.
Vinculando lo intelectual y lo político, algunos estudiosos se ocupan de la recepción del marxismo en el país. Los trabajos de la historiadora Luz Ángela Núñez muestran el papel pionero de intelectuales de la década de 1930 que se sirvieron del marxismo y tuvieron simpatía o militancia, más o menos prolongada, con el comunismo local y especialmente con su breve momento browderista (Partido Socialista Democrático) más hospitalario con los intelectuales que los momentos sucesivos. Uno de los casos representativos fue el Grupo Marxista, donde se formaron personajes como el abogado Luis Eduardo Nieto Arteta, quien avanzaría en analizar la economía cafetera con herramientas del materialismo histórico, específicamente con la tradición de la Segunda Internacional Comunista, en la cual el progreso técnico actuaba como motor de la historia.21 Este y otros intelectuales afines a Nieto Arteta fueron referencia obligada para la generación siguiente, pero fue en la década de 1960 cuando se profundizó la recepción del marxismo y el país vio emerger la versión criolla del "marxismo occidental".22 Los intelectuales que protagonizaron esa operación creativa de traducir al medio local el marxismo heterodoxo fueron intelectuales que se expresaron a través de producciones materiales (periódicos, libros, folletos y revistas). Se trató de una heterodoxia que reaccionó a la crisis soviética, a la revolución de 1959 y también a críticas habilitadas en la Tercera Internacional Comunista, a partir de la lectura de Lenin al comunismo en Rusia, otro país sin desarrollo capitalista.23
Los periódicos habían sido instrumento del prolífero socialismo de la década de 1920, tradición sostenida por comunistas y obreros ilustrados.24 Pero las revistas que combinaron debate político e intelectual y, más aún, las editoriales propias del campo de las izquierdas fueron una novedad de la época que aquí atendemos, y constituyen una suculenta fuente para reconstruir sus dinámicas específicas. Los antecedentes en este sentido son muy escasos, pero Juan Guillermo Gómez ofrece una red para las editoriales de izquierdas surgidas en Medellín en la década de 1970, y el historiador Luis Antonio Restrepo, protagonista del periodo, insiste en el valor de las revistas para examinar la época.25 De hecho, se pueden mencionar revistas de las nuevas izquierdas que, aunque muy distintas, tienen en común haber sido producidas por editoriales: Cuadernos Colombianos (1973-1979) promovida desde La Carreta o Revista de Revistas desde La Pulga. Los vínculos entre revistas y editoriales también fluyeron en sentido contrario, como en el caso de la revista Estrategia (1962-1964) que dio lugar a una editorial homónima con una sola producción, aunque en la década siguiente se recreó bajo el liderazgo del editor César Hurtado.26
Periódicos y revistas han funcionado como valiosas fuentes de información, pero un campo de estudios más reciente sobre estas últimas las convierte en un objeto de análisis con un ritmo propio, intermedio entre periódicos y libros. Los primeros, más concentrados en el día a día, lo noticioso y lo agitacional, pese a que hay algunos que exhiben pretensiones intelectuales -como los primeros números del periódico Crisis surgido en Medellín en 1957 o El Manifiesto, surgido el 17 de febrero de 1975 como órgano de la Unión Revolucionaria Socialista-; mientras los libros responden a una temporalidad más detenida, propia de la elaboración teórica. Igualmente, las revistas permiten observar posiciones ideológicas, debates radicalmente instaurados en su presente, espacios de sociabilidad, invernaderos intelectuales o afinidades electivas. Es decir, las revistas tienen un anverso que se plasma en la materialidad: formato, tipo de fuente, sumario, ilustraciones, textos propiamente dichos y sus características (disposición, extensión, ordenamiento, subrayados). Pero también tienen un reverso que es la producción misma: grupos que las concretan, liderazgos, motivaciones, inspiraciones en otras revistas nacionales o extranjeras, y disputas -implícitas o explícitas- con otros agrupamientos. Asimismo, hacen parte de un campo cultural y revisteril que implica una serie de mediaciones: procesos de escritura colectiva, traducciones propias, relación con editoriales e imprentas, distribución, circulación y economía (mecenazgos, suscripciones, mercado editorial).27
Todos estos elementos desfetichizan las revistas y permiten asumirlas como objeto vivo y dinámico, no solo portador de ideas sino constructor de la época en la que se inscribe. Para el caso que nos compete, se puede afirmar que las revistas coadyuvaron a la formación de la sensibilidad de época propia de los sixties y por la cual la generación emergente confrontaba la anterior. Con la animosidad propia de la utopía revolucionaria, las revistas del medio siglo en Colombia y América Latina debatían no solo con argumentos, sino también con nuevos valores, nuevas formas de hacer política y nuevos modelos intelectuales. La condición de sensibilidad de época traspasaba fronteras y posibilitaba la fraternidad entre actores locales y referentes internacionales.28
En línea con lo anterior, mi estudio de la revista Estrategia (1962-1964) operó como recurso para otear la especificidad colombiana de la época en la que estuvo inmersa y en la cual fue mojón de lo que he dado en llamar nueva izquierda intelectual.29 Pero la emergencia de esta revista, no solitaria sino como parte un entramado revisteril poco denso, no hubiera sido posible sin el papel bisagra que jugaron las revistas modernizadoras precedentes, entre las cuales se destaca Mito.
Apertura del campo intelectual de la nueva izquierda
La no muy abundante producción sobre revistas colombianas se concentra en aquellas que por su continuidad lograron un papel hegemónico. Es el caso de la revista Mito (1955-1962) a la que investigadores nacionales y extranjeros han dedicado múltiples estudios.30 Los 42 números concretados por la revista fundada y dirigida por Jorge Gaitán Durán (1924-1962) en compañía de Hernando Valencia Goelkel (1928-2004), con un nutrido y prestigioso comité patrocinador, son el sueño cumplido de una generación que padeció de forma directa la persecución que sobre los intelectuales implicó la Violencia.31 Como señala el investigador Carlos Builes, algunos de los promotores de la revista sufrieron exilio, obligado o aparentemente voluntario, que, aunque "les ofrecía novedad, conocimientos, nuevas amistades, aventuras, viajes y amores", también "traía consigo la experiencia de la soledad y el desarraigo, el choque cultural y las añoranzas por la Patria", así que la revista que tiempo después dieron a luz expresó la doble vivencia del "intelectual cosmopolita": alegría por lo nuevo y nostalgia por la tierra lejana.32 Pero además cumplió una función modernizadora, pues
[r]eveló, con publicaciones documentales, las deformaciones de la vida cotidiana debidas al imperio señorial. No fue una revista de capillas, porque en ella colaboraron autores de tendencias y militancias políticas opuestas (Gerardo Molina y Eduardo Cote Lamus, por ejemplo). Su principio y su medida fueron el rigor en el trabajo intelectual, una sinceridad robespierrana, una voluntad insobornable de claridad, en suma, crítica y conciencia de la función del intelectual. Demostró que en Colombia era posible romper el cerco de la mediocridad que, consiguientemente, ésta no es fatalmente constitutiva del país.33
Mito nació en la dictadura de Rojas Pinilla y fue testigo de la gestación del Frente Nacional. Su grupo de promotores es expresión del intelectual crítico que además de tener amplia recepción y circulación de producción internacional y ser plataforma a la producción local, tuvo el propósito de atender la historia y economía colombianas. Para los intelectuales de mediados del siglo XX, la Violencia era un enigma a dilucidar y se sabía que una de sus causas había sido la disputa por la tierra, por lo cual el estudio de la historia y la economía nacional fue parte de la agenda de investigación y debate instaurada desde los tiempos de Mito pero concretada por la generación de los años 60 y 70.34 Ahora, el Grupo Mito era próximo a la clase dirigente, pero especialmente al sector que desde el liberalismo promovía una visión socializante que políticamente se expresaría en una de las oposiciones institucionales del régimen: el ya mencionado MRL. Justamente, las afinidades electivas entre promotores de Mito y el arco de intelectuales reunidos alrededor del periódico La Calle (surgido desde 1958 y alrededor del cual se gestó el MRL), es exhibida por César Ayala Diago, quien identifica trayectorias comunes, convergencias en una fracción del espectro político (el liberalismo popular) y prácticas semejantes: haber regresado del exterior con "novedades bibliográficas que reflejaban las preocupaciones literarias, políticas y filosóficas de la Europa que se recuperaba de los estragos de la Segunda Guerra Mundial y de un Tercer Mundo que irrumpía con nuevos bríos a la lucha por su emancipación" y optar por "la tertulia, la bohemia, el mundo de los libros, de las revistas y los periódicos".35 De hecho había puentes entre la revista y el periódico, pues compartían colaboradores y eran plataforma para un sector intelectual, el cual, aunque crítico del régimen lo apoyaba porque veía en su propuesta institucional la alternativa para dejar atrás la barbarie de la Violencia y las amenazas dictatoriales.
Este sector intelectual que se expresaba en Mito o en La Calle también tenía convergencias con el comunismo, pero Mito también fue crítico frente a este. Específicamente Gaitán Durán lo acusaba de no plantearse "seriamente el problema de una vía colombiana hacia el socialismo o al menos hacia ciertas formas de transición democrática" y por estar "ceñido rígidamente a la ortodoxia [soviética] reinante", mientras él mismo se manifestaba a favor de una modernización capitalista de orientación desarrollista y, en términos intelectuales, propendía por aclimatar la pluralidad de visiones en una democracia estable e integradora.36 Además, el Grupo Mito no dejó de denunciar los desmanes del comunismo internacional y el 10 de noviembre de 1956, casi simultáneamente a la denuncia sartreana, se publicó una manifestación contra la "tragedia de Hungría" a nombre de la dignidad humana:
Hemos defendido como hombres y escritores, las libertades democráticas, así como el derecho de los pueblos a la autodeterminación y las relaciones pacíficas, iguales y libres entre las naciones. Hemos protestado por la intervención extranjera en Guatemala y por la empresa colonialista en Chipre o Argelia, las Guyanas o Bélice. Nos desmentiríamos y contradeciríamos si no reprobáramos con toda energía -como ahora lo hacemos- la intervención soviética en Hungría, la cual desvirtúa gravemente la idea de un socialismo que sea a la vez acción y ética, pasión y verdad [...]. Jean-Paul Sartre acaba de decir, a propósito de Hungría y de Suez: "Donde la verdad triunfa, el crimen es imposible; donde la verdad sucumbe, no pueden existir justicia, paz, ni libertad".37
Que el surgimiento de la Nueva Izquierda internacional se establezca a partir de la denuncia a la invasión a Hungría y que la referencia a Sartre sea constante en Mito son elementos que, además de su papel modernizador, acercan esta sociabilidad intelectual a las que se configuraron como parte de las nuevas izquierdas. Pero no hay que confundirlas sino percibir su papel bisagra, posibilitador y, en cierta medida, ejemplarizante, aunque para los intelectuales emergentes y aquellos que se radicalizaban la relación fuese tensa. El sociólogo Darío Mesa Chica (1921-2016), por entonces cercano al comunismo, no dejó de denunciar el sello de clase presente en Mito, aunque dos años después la propia revista le sirvió de plataforma para sus propias producciones sobre el desarrollo nacional.
No podemos negarlo: Mito es una hazaña editorial, aun cuando sus directores tengan suficiente dinero para emprenderla y correr el riesgo de un fracaso que no afectaría sino levemente la fortuna personal de cada uno de ellos. es una proeza económica y, hasta cierto punto, intelectual, en un país que padece la desgracia de tener que acomodarse a las perspectivas culturales que le impone una clase terrateniente inculta y provinciana y una burguesía comercial sin los rasgos espirituales ni los objetivos históricos que, en el pasado, hicieron de ella una fuerza revolucionaria [...]. No vamos a ser tan vulgares como para decir que la revista refleja directamente los intereses materiales de su base social; pero estamos en posibilidad de asegurar que refleja nítidamente la bancarrota de su ideología. Mito es una revista de inconformes con su medio social, una tribuna de rebeldes, pero no de revolucionarios.38
Ese papel bisagra también se exhibió en la renovación moral propuesta por Mito y que se acentuaría con la ola contracultural sucedánea, pues tanto en la revista como en las intervenciones extratextuales le daban lugar a la sexualidad y a las emociones, y adelantaban combates en pro de la autonomización intelectual.39 En suma, Mito fue una experiencia capital para la intelectualidad de la década de 1960, pues habilitó comprensiones, circulaciones y el ejercicio de la crítica de forma abierta y rigurosa. Pero insistimos en la confrontación, amistosa o más antagónica que los nuevos intelectuales tuvieron con ella. No se trataba solo de una disputa entre consagrados y emergentes, sino de nuevos posicionamientos políticos y modelos intelectuales que avizoraban una nueva configuración. La biografía de la revista Tierra Firme y las huellas textuales en Estrategia son ejemplos elocuentes del distanciamiento con Mito.
Tierra Firme (1958-1959) concretó cuatro números en tres entregas. Su director, Francisco Posada (1934-1970), y secretario, Carlos Rincón, habían sido cercanos a Mito (por ejemplo, Posada tradujo para ella la Teoría de las emociones de Sartre, mientras aún era estudiante de Derecho de la Universidad Nacional), pero ellos tomaron distancia y avanzaron su propia intervención.40 Posada y Rincón se politizaron al calor del movimiento estudiantil y participaron de la Federación de Estudiantes Colombianos (FEO). Además, el primero evidenció un breve influjo cubano a través de varios escritos que rubricó bajo el seudónimo José Olmedo -el principal de los cuales fue el libro Cuba: La revolución de América, 1963- y que llegó a su fin con el acercamiento de la isla a la Unión Soviética.41 Nacer públicamente al calor de la coyuntura de 1957 en la que el movimiento estudiantil emergía como un sujeto protagónico es uno de los elementos de convergencia de la generación que estudiamos y que condiciona su posicionamiento político. Las respuestas de los diversos colectivos, expresadas a través de sus revistas, fueron distintas y los debates no se hicieron esperar, pero emerger en la misma coyuntura les comunizó porque los enfrentó al mismo desafío histórico.
Ahora, la distinción marcada por Tierra Firme con respecto a Mito también se jugaba en el plano intelectual, pues la recepción hegeliana y heideggeriana era más fuerte en los primeros, mientras Mito se ubicaba en el espectro hegemonizado por Sartre. De hecho el propio Rincón señaló que en la "base" del distanciamiento estuvo "el hundimiento del existencialismo de Sartre como filosofía del sujeto y la intencionalidad de la conciencia, al que solo la mala fe o la alienación separaban del reino de la libertad y la autenticidad, y su voluntarismo ultrabolchevique", y detalló que para ellos el modelo internacional no era Les Temps Modernes, sino Critique.42 Estas eran dos revistas fuertemente relacionadas en el campo francés, pero distinguidas por "las grandes síntesis totalizantes" de la primera, frente a la opción por los "puntos de vista eruditos del conjunto" hecha por Critique.43
Si a Mito la ubicamos como una revista bisagra entre la intelectual crítica y las nuevas izquierdas, Tierra Firme es una experiencia pionera de las últimas surgida desde la plataforma universitaria. Se presentó como una "revista para la difusión de las ciencias humanas" y puso en circulación -a través de traducciones propias- producciones internacionales como Jean Hyppolite, Andre Martinet, Martin Heidegger, Ernest Jones, pero en la editorial con la que introducían la revista explicitaron su deseo de ir más allá de la "divulgación" a secas y proponer corrientes de pensamiento vinculadas con la "totalidad" pero en un sentido filosófico, lo que para ellos tenía efectos políticos. Puntualmente se referían a la perspectiva heideggeriana por la cual el ser puede ir más allá de sus necesidades biológicas y prácticas, y acceder al orden de lo simbólico: "capacidad humana de designar algo por lo otro es posible en razón de que esclarece un ente haciéndole resaltar sus vínculos de la totalidad de lo que es". La "totalidad", categoría clave del marxismo, va a ser una y otra vez retomada por intelectuales de las nuevas izquierdas.
Tierra Firme es una de las revistas que tensiona fuertemente hacia lo intelectual la dimensión política de la Nueva Izquierda, pues su principal líder, Francisco Posada Díaz puede inscribirse, desde fines de la década de 1950, en un marxismo académico muy cercano al "marxismo occidental", dada su vinculación con la filosofía y la estética. Puntualmente, Carlos Rincón subraya el papel jugado por Althusser en la formación de su colega: "del folleto mimeografiado de los cursos de Althusser sobre materialismo histórico y materialismo dialéctico, y de algunos ejemplares de los Cahiers marxistes-leninistes, del primer círculo de colaboradores y alumnos de aquel, Posada Díaz recibió muy pronto impulsos para su trabajo".44 Y es que a nivel internacional las nuevas izquierdas están tensionadas entre dos corrientes de pensamiento: el estructuralismo y el humanismo, lo cual también es visible en el medio local a través de las revistas. Afirmo que Tierra Firme deja ver huellas del estructuralismo y del modelo de intelectual teoricista en el país, en contraste con el otro ejemplo de oposición a Mito que indicaremos, esto es, la revista Estrategia, la cual deja ver el marxismo humanista y tipifica en el medio local el intelectual del compromiso.
Con respecto a Tierra Firme no puede dejar de señalarse un último punto y es que la revista también se vinculó con el debate político del momento. La cuestión nacional fue abordada en la propia revista por Jorge Child y por Francisco Posada Díaz bajo el seudónimo de José Olmedo. Este último ofreció "Algunas reflexiones acerca de la realidad colombiana" y contando con datos empíricos de estudios previos de Rafael Baquero o el infaltable Luis Eduardo Nieto Arteta, se mostró crítico a la burguesía colombiana por su "íntima" vinculación con el imperialismo. Entre tanto, proponía establecer "relaciones con los países socialistas, en especial con la Unión Soviética", lo que ayudaría a equilibrar, sostenidamente, la balanza comercial del país.45 De cierta manera, el papel pionero de Tierra Firme en las revistas de las nuevas izquierdas se pone en evidencia en esta tensión de su promotor, pues era a través de su seudónimo que exponía su radicalización discursiva.
El mismo año en que Mito ve su fin a causa del fallecimiento de su principal líder, surge Estrategia (1962-1964). Liderada por Mario Arrubla (19362020) y Estanislao Zuleta (1935-1990) -dos jóvenes intelectuales de origen antioqueño, y recién instaurados en Bogotá-, Estrategia fue la elaboración teórica y política de una crítica al Partido Comunista, colectividad en la que ellos habían comenzado su vida pública. El ánimo político de la publicación se expresa en que comenzó como un periódico fuertemente denunciativo y agitacional, pero que exhibía su afinidad con el compromiso político de Sartre, en contraste con el tipo de intelectualidad que representaba Albert Camus.46 Aunque para Mito la función como intelectuales críticos estaba asociada a la responsabilidad del escritor acuñada por Sartre desde la posguerra francesa -expresión de lo cual fue la propia Les Temps Modernes-,47 el de Estrategia era otro Sartre. De hecho, en la primera página de la revista hallamos un obituario en el que lamentan la muerte de Gaitán Durán y al mismo tiempo declaran su distancia:
Nada tan doloroso como la muerte de un hombre que busca, que no está definitivamente instalado, sino que es alcanzado en plena marcha. Gaitán tenía muchas más preguntas que respuestas, y era amigo de los hombres de ideologías más contrarias con una extraña facilidad, como si para él la vida misma de las gentes constituyera un acuerdo de principio con respecto al cual debían resultar secundarias todas las diferencias. Porque su pasión no eran la verdad y la justicia, sino la felicidad y el amor que creía poder encontrar en la vida cotidiana a pesar de la adversidad histórica. Se mantenía, sin embargo, atento al curso de los acontecimientos, en los que no desdeñaba participar, aunque trataba de escapar a las grandes disyuntivas contemporáneas y confundía a menudo las posiciones radicales con el maniqueísmo. ESTRATEGIA comparte la consternación nacional que causó la noticia de su muerte.48
Es decir, el de Estrategia era el Sartre del marxismo occidental consolidado a través de Problemas de Método y Crítica de la razón dialéctica, el procubano que dejaba atrás el existencialismo filosófico de La Náusea y se abocaba a la política a través de la práctica intelectual, el Sartre del tercermundismo con discurso radicalizado y compañero de Los condenados de la Tierra. Desde la teoría de la recepción con la que nos vinculamos, no solo importa qué corrientes intelectuales son referencia o qué revistas internacionales inspiran, sino que es fundamental descubrir el uso específico de esos referentes, pues ahí se pone en juego el carácter creativo de los receptores o su papel como traductores culturales. La recepción de este Sartre que evidencia Estrategia y que me permite afirmar que la revista expresa en el medio local la intelectualidad del compromiso, no carece de tensiones. Por ejemplo, en la revista también hemos hallado huellas del propio estructuralismo y de otro afluente del marxismo crítico. Me refiero al que analiza la economía bajo el lente de la Ley del Desarrollo Desigual: Paul Baran y Paul Sweezy.
Pero además de estas recepciones, Estrategia adelantaba un esfuerzo por abrir un nuevo campo discursivo en medio de la coyuntura política y para lo cual la creación de otredad fue decisiva.49 La revista promovida por Arrubla y Zuleta disputaba con el liberalismo crítico y trataba de atraer a los jóvenes agrupados en Vanguardia (órgano de las juventudes del MRL), repudiaba el conservadurismo hispanista que según ellos se expresaba en la Nueva Prensa,50 rechazaba la contestación nadaista -sobre todo, el acercamiento de su principal promotor, Gonzalo Arango, al General Rojas Pinilla-51 y, finalmente, combatía el comunismo en términos políticos y teóricos. Tanto la singularidad como la brevedad de Estrategia se explican por su modelo del compromiso, que les llevaba a lidiar entre lo intelectual y lo político, tensión que condujo a la dilución de su tentativa organizativa y a concretar a través de la revista un programa intelectual que tendría ecos hasta la década siguiente. Todo esto nos lleva a considerar a Estrategia como una sociabilidad intelectual fundante de la nueva izquierda intelectual propiamente dicha.
Si retomamos los estudios de la Nueva Izquierda disponibles, vemos que la periodización establecida para las dinámicas políticas también es pertinente para las dinámicas intelectuales. Parodiando la propuesta de Mauricio Archila52 podemos indicar que las primeras aventuras revisteriles las hallamos desde fines de la década de 1950 (con Tierra Firme o Esquemas), y es a partir de 1962 que la Nueva Izquierda intelectual hace su surgimiento propiamente dicho. Mientras que en la segunda mitad de la década y, sobre todo, en la década de 1970 la red de revistas asociadas a las nuevas izquierdas se densifica. Y también podemos ver que la tesis que declara el comunismo como una de las matrices de las nuevas izquierdas se evidencia en las dinámicas intelectuales, pues algunos jóvenes intelectuales iniciaron allí su vida pública y los estudios de intelectuales del partido eran referencia obligada, como fue el caso de Rafael Baquero. Sin embargo, la relación fue principalmente antagónica, lo cual se evidencia en las revistas político teóricas del partido: Documentos políticos (1957-1984) y Estudios marxistas.53
Justamente Estrategia fue promovida por una sociabilidad intelectual que proyectó en su propia experiencia organizativa, el Partido de la Revolución Socialista, la distancia con el comunismo y reivindicó un papel más central del trabajo intelectual para definir la política que debía ser revolucionaria, socialista, antiimperialista y antiburguesa.54 Pero igualmente otras formaciones intelectuales que se expresaron a través de revistas surgieron de disidencias posteriores del Partido Comunista, como fue el caso de aquellas en las que es visible el debate chino-soviético y el entusiasmo que sobre sectores intelectuales produjo en sus primeros tiempos la Revolución Cultural China. Por ejemplo, el testimonio del historiador Luis Antonio Restrepo indica la revista Barricada como afín a la conformación inicial del Partido Comunista Marxista Leninista (PC-ML) en Medellín a mediados de la década de 1960, mientras declara a Tesis (1966-1967) como órgano de un grupo intelectual en el que sus autores firmaban con seudónimo y eran afines al maoísmo en esta misma ciudad.55
A medida que se va expandiendo la red revisteril podemos reconocer debates y discusiones que van delineando los contornos del campo. El tema ya mencionado, relativo a la historia y la economía nacional, se fue desarrollando hacia el estudio (con bases empíricas) de un capitalismo colombiano, siendo los trabajos de Mario Arrubla, gestados en Estrategia, una de las principales referencias de la época.56 Para la década siguiente, revistas como Ideología y Sociedad (1972-1977) y Cuadernos Colombianos promovieron este debate con herramientas del marxismo crítico y de la naciente teoría de la dependencia, no solo participando del debate político del momento sino también aportando a las ciencias sociales que se consolidaban. La función intelectual como tal fue otro de los aspectos, pues no solo se ponía en ejercicio una praxis novedosa, sino que se debatía sobre el sentido de ella e incluso se dejaban ver esfuerzos normalizadores. También en este sentido se marca la otredad de los actores con el comunismo criollo, el cual no se había caracterizado por su hospitalidad con los intelectuales. La revista Diálogo (1963), surgida en Ibagué, contiene una larga reflexión del joven Humberto Molina, futuro dirigente socialista, sobre este tema.57
La densificación de las revistas, compatible en términos de periodiza-ción con la consolidación de las nuevas izquierdas en la década de 1970, se vincula localmente con otro hito del movimiento estudiantil en Colombia en 1971, tal como lo evidencian revistas que entonces se expresaron desde la plataforma universitaria como Muro Latino o Crítica Marxista. Pero junto con este sujeto social que era el estudiantado, la revista Cuéntame tu vida, surgida en Cali en 1978, expresa otro sujeto emergente: el feminismo.58
Además de recepciones, debates y subjetividades, las revistas también expresan las diversas tendencias políticas de las nuevas izquierdas colombianas. Uno de los ejemplos es que en afinidad con el maoísmo y con el Frente Cultural relacionado con el Partido de los Trabajadores de Colombia se reportan a Deslinde y Teorema.59 También afines a la Revolución Cultural China desde una visión althusseriana las revistas mimeografiadas Polémica y Veinte Varas de Lienzo hicieron su aporte a inicios de la década de 1970 y algunas de las réplicas vinieron desde la propia tendencia maoísta con Uno en Dos. El hecho de que sea posible reconocer un campo revisteril pasa porque las revistas se remitían entre sí, bien sea para establecer afinidades, bien para repelerse, tanto a través de debates directos como de publicidad.
La revista Alternativa (1974-1980), que se despliega entre la función intelectual y periodística, deja otear a través de publicidad las revistas políticas y de debate intelectual del periodo.
La suculenta historia de la Nueva Izquierda intelectual, a través de sus revistas, es una tarea tan apasionante como compleja, pues al estar ancladas a su presente ellas solo se comprenden en relación con su contexto, es decir con un espacio plural en el que están inmersas y que puede discriminarse en dimensiones sociopolíticas, discursivas o de producción editorial y de lectura. En nuestro caso es evidente que las revistas expresaban filiaciones políticas diversas que no son aprehensibles a partir de las organizaciones o los partidos como tal. Dichas filiaciones eran más lábiles, ya que las revistas y sus intelectuales reclamaban independencia -de una u otra forma-, avanzaban combates culturales propios (renovación de valores y costumbres, por ejemplo) y estaban tensionados por recepciones intelectuales distintas. Tratar de aprehender el campo revisteril desde una noción de cultura de izquierdas, más amplia y flexible que la que permite su tratamiento desde la organización o el partido, habilita que se reconozcan los sujetos emergentes y los movimientos sociales a los que de una u otra manera estuvieron asociadas las revistas.
Elementos para una cartografía
Para dar paso a un mapa no es suficiente avanzar en el inventario de revistas, sino que es necesario llevar a cabo un feedback entre la construcción de dicho inventario y la de unas coordenadas que sirvan para definir contornos, relieves, sectorizaciones propias de toda cartografía.
El inventario exige una necesaria, esforzada y alta dosis de empirismo y ello nos pone, una vez más, ante las dificultades archivísticas. Tal como lo han manifestado múltiples investigadores, nuestros archivos son insuficientes, muy fragmentarios y sumamente dispersos, máxime si se trata de abordar el siglo XX, periodo para el que opera una lógica restrictivista de derechos de autor que suma obstáculos al ya difícil acceso a fuentes. Este acceso se hace más complejo para producciones surgidas desde las izquierdas, algunas veces clandestinas, hechas bajo seudónimo o que produjeron materiales efímeros. Pero el avance en los estudios de las revistas de la época aquí atendida no es posible sin la consolidación y desarrollo de esos archivos, sin la voluntad de coleccionistas de darlos a conocer y sin el voluntarismo de investigadores para acceder a las fuentes. El acceso abierto, la digitalización de estas materialidades y su disposición en línea en portales especializados para ello es hoy una alternativa privilegiada para alentar este campo de estudios.60
Es igualmente importante que la construcción de ese inventario cuente con una brújula. Las coordenadas del mapa serían justamente esa brújula. Subrayo las ya planteadas en estas líneas: 1) recepciones intelectuales por las cuales los actores locales retoman, traducen y circulan producciones internacionales; 2) debates como formas de intervención pública privilegiadas de los intelectuales -en torno al capitalismo colombiano, el desarrollo nacional, los contenidos específicos de la opción revolucionaria, la subjetividad y la función intelectual-; 3) familias políticas entendidas bajo el lente de la cultura de izquierdas que excede los límites partidarios u organizativos; 4) subjetividades sociales, siendo la principal de ellas el estudiantado, en el que en buena medida se posicionaron las nuevas izquierdas, pero al que se pueden sumar, al final de nuestro periodo, el sujeto del feminismo y de la ecología.
En materia de brújula, finalmente vale mencionar que juegan un papel importante la periodización y la reconstrucción de los itinerarios político intelectuales de los promotores de revistas. A lo ya tratado en materia de periodización puede agregarse que hacia 1978 las fuentes dejan visibilizar un declive de la nueva izquierda intelectual. A nivel internacional, la crisis del marxismo declarada por Althusser o la pérdida de convicción en la renovación del socialismo por dentro señalada por Rudolf Barho son indicadores. Pero a nivel nacional la crisis con la que cierra el periodo del Frente Nacional no es menos profunda que aquella con la que inició: las denuncias por abuso de fuerza, la emergencia del movimiento por los derechos humanos, los nacientes comités de presos políticos van mostrando el tránsito de la revolución a la democracia, propio de la intelectualidad latinoamericana. Precisamente las revistas más sistemáticas de la década de 1970 cierran sus puertas en ese momento: Alternativa, Ideología y Sociedad y Cuadernos Colombianos, y otro tanto pasará con las editoriales de izquierdas. El estudio de los itinerarios de los actores de la nueva izquierda intelectual y promotores de proyectos revisteriles es igualmente productivo, pero profundizar en este aspecto tendrá que ser objeto de un nuevo escrito.