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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Print version ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.49 no.1 Bogotá Jan./June 2022  Epub Dec 17, 2021

https://doi.org/10.15446/achsc.v49n1.98780 

Reseñas

Joanne Rappaport. El cobarde no hace historia. Orlando Fals Borda y los inicios de la investigación-acción participativa.1 Bogotá: Universidad del Rosario, 2021. 362 páginas.

MAURICIO ARCHILA NEIRA* 
http://orcid.org/0000-0003-4061-9222

*Profesor titular, Universidad Nacional de Colombia Investigador Asociado, CINEP, Colombia marchilan@unal.edu.co


Este nuevo libro de Joanne Rappaport continúa su acercamiento a las luchas agrarias -especialmente indígenas- en Colombia y a las formas de conocimiento que se producen en torno a ellas.2 Lo define como una historia etnográfica de los inicios de la Investigación Acción Participativa (IAP) impulsada por Orlando Fals Borda en el sur de la costa atlántica a principios de los años setenta. A nuestro juicio, esta obra es un ejercicio de IAP sobre los orígenes de la IAP, aunque no en sentido literal, pues muchos de los interlocutores, comenzando por Fals Borda, ya no están entre nosotros. La organización del texto así lo refleja. Luego del prefacio y la introducción vienen siete capítulos que van desarrollando creativamente aspectos claves del método propuesto por el sociólogo colombiano en los años setenta, específicamente en su trabajo con comunidades campesinas de los departamentos de Córdoba y Sucre. Así, encontramos títulos y temas como archivos, participación, recuperación crítica, devolución sistemática, imputación, compromiso, reflexión y legado. Son conceptos que tal vez hoy en día no circulan en el mundo académico, incluso en el de las ciencias sociales, pero que la autora recrea en un contexto espacio-temporal específico para traerlos al presente mostrando su vigencia actual. Y al mismo tiempo son los temas que le sirven a la autora para encadenar su investigación sobre los orígenes de la IAP.

El análisis de los repertorios de investigación usados por Orlando Fals Borda también se atiene a esa lectura activa y participativa de su trabajo en Córdoba y Sucre. Así, Joanne Rappaport va describiendo el uso simultáneo, no necesariamente secuencial, de archivos escritos -tanto los históricos como los de las organizaciones con las que trabajó, archivos que en este caso legó al Banco de la República de Montería, donde fueron consultados por la autora-; innumerables entrevistas -que por ratos eran verdaderas conversaciones colectivas muy propias del mundo costeño, salvo que eran grabadas-; historietas o comics elaborados por Ulianov Charlarka en un proceso inverso al tradicional, en el cual el guion venía después de los dibujos, y eran narrados en primera persona, atendiendo al entorno ambiental, cultural y emocional de los campesinos de la región; cursillos o talleres sobre guías previas que tenían una intención educadora y de "concientización", pero cuya implementación fue menos rígida y más participativa de lo planeado; publicaciones de difusión masiva como los artículos publicados en la revista Alternativa -de la que hizo parte Fals Borda por un tiempo- y cartillas de lectura ágil; su obra culmen en este terreno, la Historia Doble de la Costa, editada en cuatro volúmenes entre finales de los años ochenta e inicios de los noventa; y, por último, instancias reflexivas en eventos académicos y congresos internacionales como los dos que organizó en Cartagena en 1977 y 1997. Todo eso configura un rico y variado legado investigativo del cual este libro es solo una expresión.

Los protagonistas de esta historia etnográfica son varios, además de Orlando Fals Borda, pues, como lo afirma la autora, él no fue un investigador solitario. En primera instancia está el grupo original de investigadores creado en Ginebra, Suiza, por tres presbiterianos y un librepensador, llamado provocadoramente La Rosca de Investigación y Acción Social.3 Figura también la Fundación del Caribe, creada en el contexto de la investigación de La Rosca en Córdoba y Sucre en los años setenta y cuyos investigadores han continuado bajo otros nombres. Aparecen igualmente la organización campesina -Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUO) Línea Sincelejo-, los grupos de izquierda cercanos al movimiento popular -especialmente los maoístas que tenían cierto peso en la región-, los campesinos entrevistados, en particular Juan Julia Guzmán -protagonista de las luchas en los años veinte, que guardó silencio hasta cuando vio que se reactivaba la movilización, y quien acuñó la frase que da título al libro-, y mediadores como Chalarka, el segundo protagonista de esta historia. Y más en el fondo se perciben las ONG y los grupos de educación popular del momento comprometidos con la transformación social. Están gentes como Lola Cendales y los hermanos Peresson, el grupo sacerdotal Golconda y los hermanos Zabala con su Metodología de Educación Integrada (MEI) -de los que desafortunadamente no habla Rappaport-, el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) y sus empresas comunitarias, entre otros tantos.

Después de esta somera descripción del contendido de El cobarde no hace historia paso a reflexionar sobre sus grandes aportes y eventuales limitaciones. Algo que me impresiona de entrada del libro es el juicioso trabajo de triangulación que Joanne Rappaport hace entre archivos -especialmente el de Banco de la República de Montería y también del Archivo de la Universidad Nacional de Colombia-, entrevistas y material gráfico. Sorprende la exploración en detalle de los materiales producidos por la Fundación del Caribe en los casi tres años de trabajo con Fals Borda, especialmente las historietas dibujadas y construidas por Chalarka en diálogo con los campesinos. Ya decía que ella se inspira en la IAP para hacer su propio recorrido investigativo. De esta forma se apoya en un método ligado a una teoría y a una opción epistemológica -así se puede definir la IAP- que hoy se sigue practicando profusamente en algunas ONG y grupos de investigación, organizaciones populares y centros educación de adultos, programas de extensión en universidades públicas y privadas, y aun agencias estatales y transnacionales que trabajan con comunidades, pero sobre el cual casi no se discute y ni siquiera se menciona explícitamente en el mundo académico contemporáneo, como si fuera una pieza de museo o algo políticamente incorrecto y ya superado aun para las izquierdas y los movimientos sociales. Pero la verdad es que las investigaciones activas o participativas, colaborativas, o como se llamen, siguen teniendo un repertorio bastante común de trabajo con y desde las comunidades. Muchos, incluida la misma Rappaport, en los años setenta y ochenta no valoramos suficientemente los aportes de la IAP, pero por fortuna ella ahora nos pone a conversar de nuevo sobre estos temas.

Ahora bien, ya dijimos también que Joanne Rappaport no busca el rescate individual de Orlando Fals Borda -algo que tal vez él no necesita, pues su obra y legado hablan por sí solos- o hacer su biografía -eso ya lo han hecho otros-, sino rescatar un esfuerzo colectivo por superar los paradigmas de las ciencias sociales venidos del norte global para, no solo adecuarlos a nuestra realidad, sino transformarla. Bien lo dice la autora: se trataba de un conocimiento al servicio de la lucha revolucionaria, en consonancia con los aires que soplaban por América Latina por esos tiempos (pp. 80, 259-260). En ese sentido, los esfuerzos de Fals Borda y sus colegas de La Rosca se entroncaron en el afán de muchos intelectuales latinoamericanos por darle respuesta a los reclamos del continente en medio de la crisis de las ciencias sociales que se estaba implantando por estos lares. Por eso se van a producir respuestas paralelas desde la Teoría de la Dependencia, la Educación Liberadora de Paulo Freire, la Teología de la Liberación inspirada en Camilo Torres, la irrupción de la sociología crítica y nuevas corrientes en las ciencias sociales. Hubo un buen grupo de intelectuales a lo largo del continente reunidos especialmente en el Consejo Latinoamericano y del Caribe de Ciencias Sociales (CLACSO), del que también fue fundador Orlando Fals Borda, que buscó producir un conocimiento propio y romper con el colonialismo del saber. Y en eso también contaban con el apoyo de intelectuales del norte global que simpatizaban con estas causas mientras practicaban y reflexionaban sobre las investigaciones activas. Fue y es toda una cadena de personas e instituciones comprometidas en un diálogo de saberes en diversos ámbitos y temporalidades del que, nuevamente reconocemos, el libro de Joanne Rappaport es una expresión renovadora.

Hay un tema que me causa inquietud en la lectura del libro y está referido a las diversas categorías de intelectuales que se usan en él, especialmente la de "intelectuales activistas". No es un problema lingüístico o de mera traducción; es algo más complicado, pues es central a la IAP y por ende al texto de Joanne Rappaport. En la nota 2 del prefacio el traductor parece preferir el término "investigador activista" a "investigador comprometido" -a su juicio es lo que en inglés equivaldría a "activist researcher"- para designar a Orlando Fals Borda y La Rosca y posiblemente a los miembros de la Fundación del Caribe. Yo personalmente encuentro más adecuada la expresión investigador "comprometido" que "activista", dadas las connotaciones despectivas que tiene el segundo concepto en la realidad política colombiana. Pero el problema también es que a lo largo de la obra se utiliza la categoría "investigador activista" para designar distintos grupos involucrados en la IAP. Algunas veces se usa para diferenciarlo del investigador académico "externo" a la región (p. 20); otras para distinguir niveles de investigación, por ejemplo, entre los de la Fundación del Caribe y los de La Rosca (p. 44); pero luego se complica el problema, pues también podría abarcar a los dirigentes de la ANUC, a los que también se les llama "cuadros" en la terminología de la época (p. 262). Me pregunto a qué se refiere Joanne Rappaport con la expresión investigadores-activistas: ¿a todo aquel que practique la investigación-acción?, ¿a los investigadores que no tuvieron educación académica formal?, ¿o a aquel que se ubica entre el conocimiento popular y el académico? Me inclino por la última acepción, pero esta abarca una amplia gama de gente que va desde el académico comprometido como Orlando Fals Borda hasta los "cuadros" campesinos. Esto nos lleva a la metáfora de la frontera que utilizó Rappaport en su libro sobre UtopíasInterculturales: un límite diferenciador entre el movimiento social -indígena en ese caso- y los de afuera del movimiento. Pero es una frontera porosa por la que se entraba y salía con cierta frecuencia. Esto puede sugerir que la diferencia entre el investigador académico -externo- y el activista -interno- es fluida, es una frontera que se trasgredía según los contextos cambiantes. En ese sentido tal vez sea mejor la caracterización de estos "investigadores" intermedios -o intermediarios de un diálogo de saberes- como "anfibios" (p. 285), expresión que usó en su momento Fals Borda y retomó luego César Rodríguez Garavito en un breve pero sugestivo ensayo.4

Hay también algunas pequeñas imprecisiones, propias de todo trabajo académico y que se podrán debatir en los espacios de socialización de la obra y, si es el caso, ajustar en siguientes ediciones. Me refiero a la forma como se describe la participación de los maoístas -ML o Marxistas Leninistas en la jerga de la época- en las luchas campesinas del momento. Se afirma que el maoísmo no controló a la ANUO a nivel nacional (pp. 52-53). Y eso es cierto si se reduce el maoísmo a los militantes del Partido Comunista Marxista Leninista (PO-ML), escisión del tradicional Partido Comunista de Colombia en los años sesenta en consonancia con la ruptura sino-soviética. Pero el maoísmo tenía muchos grupos, algunos surgidos de fracciones del PO-ML, como las Ligas ML, que tenían peso en Antioquia, y la organización clandestina dentro de la directiva de la ANUO, que luego se conoció como Organización Revolucionaria Popular (ORP).5 Con esta sopa de letras no quiero fatigar al lector, sino señalar que el maoísmo fue hegemónico dentro del liderazgo campesino de los años setenta; otra cosa fue la opción política de las bases, seguramente no tan radicalizadas como sus directivos. Claro que con quien tuvo roces Fals Borda en Córdoba fue con el PO-ML, pero había muchos otros grupos maoístas en el seno de la ANUO. Por la misma veta, se afirma que en la región estaba el PO-ML, como vimos, y el Ejército Popular de Liberación (EPL) (p. 172). Dentro de la concepción ortodoxa al que adherían en ese momento los maoístas, el segundo era el brazo armado del primero, ¡que era el partido del proletariado! Entonces no eran dos organizaciones distintas sino complementarias, y en la práctica sus miembros no se diferenciaban. Como el lector notará, estas pequeñas precisiones hacen parte de una historiografía especializada, que no es el tema del libro, y no afectan para nada la calidad e importancia de la obra.

Termino señalando que El cobarde no hace historia de Joanne Rappaport es un oportuno homenaje a la IAP, a sus creadores y practicantes, y que, como tal, actualiza el legado de Orlando Fals Borda. Así revive en el plano académico el debate -teórico, epistémico y metodológico- sobre su legado. A mi juicio es un buen ejemplo de hacer búsquedas activas y participativas sobre la IAP, pues como bien dice Rappaport retomando a Orlando Fals Borda, aquí no hay recetas ni manuales. Su legado no es para reproducirlo literalmente, sino para hacer nuevos caminos investigativos inspirados en él. Rappaport se labró también su propio camino en una experiencia investigativa que se plasma en el libro que enhorabuena ha salido en inglés y en español para alimentar el debate sobre la vigencia de la IAP en las redes sur-sur y norte-sur en las que se movía Orlando Fals Borda.

1El original fue publicado en inglés el año pasado por Duke University Press bajo el título Cowards Don't Make History. Orlando Fals Borda and the Origins of Participatory Action Research.

2Me refiero a libros traducidos al español como Las políticas de la memoria (Popayán: Universidad del Cauca, 2000); Cumbre renaciente: una historia etnográfica andina (Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2005); y Utopías interculturales (Bogotá: Universidad del Rosario / Universidad del Cauca, 2008). Otras líneas investigativas son sus estudios históricos sobre mestizaje o la imposición del alfabeto occidental en los pueblos indígenas en el periodo colonial.

3 Según el diccionario de la rae, en algunos países de América Latina, incluida Colombia, "rosca" es una expresión para designar una camarilla o un grupo cerrado.

4César Rodríguez Garavito, Investigación anfibia: la investigación-acción en un mundo multimedia (Bogotá: Dejusticia, 2013).

5Al respecto ver Frank Molano, "El campo es leña seca lista para arder. La Liga Marxista Leninista de Colombia, 1971-1982", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 42.2 (2017): 137-170; y Mauricio Archila, "El maoísmo: la enfermedad juvenil del marxismo-leninismo", Controversia 190 (2008): 147-195.

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