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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.50 no.2 Bogotá jul./dez. 2023  Epub 08-Abr-2024

https://doi.org/10.15446/achsc.v50n2.103692 

Artículos, Colombia

Dinámicas y experiencias de los trabajadores tipográficos en el establecimiento del capitalismo de imprenta en Cali (1903-1930)

Dynamics and Experiences of Typographic Workers in the Establishment of Printing Capitalism in Cali (1903-1930)

Dinâmicas e experiências dos trabalhadores tipográficos no estabelecimento do capitalismo gráfico em Cali (1903-1930)

MAIRA ADRIANA BELTRAN MEDINA1 
http://orcid.org/0000-0002-5738-7299

1Universidad del Valle, Colombia. maira.beltran@correounivalle.edu.co https://orcid.org/0000-0002-5738-7299


RESUMEN

Objetivo:

Acercarse al devenir de los trabajadores del sector tipográfico en una ciudad de provincia colombiana durante el primer tercio del siglo xx. Centrando la indagación en el quehacer impresor desde la perspectiva de los trabajadores, presentamos algunas de las principales mutaciones experimentadas en los talleres de imprenta y en los oficios del campo impresor local, ámbitos que se fueron modificando al ritmo de los avances tecnológicos, pero también como consecuencia del dinamismo urbano de comienzos de la centuria.

Metodología:

Esta indagación implementa las orientaciones metodológicas resultantes de la interacción entre la historia de la cultura escrita y la historia social, a través de la minuciosa búsqueda en fuentes primarias, prensa, memorias y documentación oficial.

Originalidad:

La reconstrucción de las prácticas y experiencias de los agentes que participaron en la producción de impresos no ha sido abordada con la suficiencia que requiere un tema central para la comprensión de los fenómenos impresores en particular y de los procesos culturales y sociales en un ámbito más amplio.

Conclusiones:

Reconociendo como agentes esenciales del engranaje impresor a los técnicos, operarios y demás trabajadores y trabajadoras, la investigación logra recabar e interpretar una información esquiva sobre diversas facetas de estos actores, como las prácticas laborales y las sociabilidades dentro y fuera del taller y los inicios de las acciones colectivas como gremio, en la etapa del establecimiento del capitalismo de la imprenta en el país.

Palabras clave: avances tecnológicos; capitalismo; huelga; imprenta; sociabilidades; talleres; tipógrafos

ABSTRACT

Objective:

To approach the life of workers in the typographic sector in a Colombian provincial city during the first third of the twentieth. Focusing on the printing task from the worker's perspective, this study presents some of the main mutations experienced in the printing workshops and in the trades of the local printing field, areas modified at the pace of technological advances but also as consequence of the urban dynamism of the beginning of the century.

Methodology:

The methodological guidelines, product of the interaction between the history of written culture and social history, are implemented in this inquiry through a thorough search of primary sources, the press, memoires, and official documentation.

Originality:

The reconstruction of the practices and experiences of the agents who participated in the production of printed matter has not been approached with the sufficiency required by a central theme for the understanding of the printing phenomena in particular and of cultural and social processes at a higher level.

Conclusions:

Recognizing technicians and operators as essential agents of the printing process, this research manages to collect and interpret elusive information about their diverse facets, such as labor practices and sociabilities inside and outside the workshop and the beginnings of collective actions as a guild, in the stage of the establishment of printing capitalism in the country.

Keywords: capitalism; printing press; sociabilities; strike; technological advances; typographers; workshops

RESUMO

Objetivo:

Examinar a vida dos trabalhadores do setor tipográfico em uma cidade provinciana colombiana durante o primeiro terço do século XX. Focalizando a investigação na tarefa gráfica a partir da perspectiva dos trabalhadores, apresentamos algumas das principais mudanças vividas nas oficinas gráficas e nos ofícios do campo gráfico local, áreas que se modificaram ao ritmo dos avanços tecnológicos, mas também como consequência do dinamismo urbano do início do século.

Metodologia:

Esta pesquisa implementa as diretrizes metodológicas resultantes da interação entre a história da cultura escrita e a história social por meio de uma busca minuciosa de fontes primárias, imprensa, memórias e documentação oficial.

Originalidade:

A reconstrução das práticas e experiências dos agentes que participaram da produção de impressos não foi abordada com a suficiência exigida por um tema central para a compreensão dos fenômenos da impressão em particular e dos processos culturais e sociais em um contexto mais amplo.

Conclusões:

Reconhecendo técnicos, operadores e demais trabalhadores como agentes essenciais da indústria gráfica, a pesquisa consegue coletar e interpretar informações elusivas sobre várias facetas desses atores, como práticas laborais e sociabilidades dentro e fora da oficina e os primórdios das ações coletivas como guilda, na fase de implantação do capitalismo gráfico no país.

Palavras-chave: avanços tecnológicos; capitalismo; greve; impressão; oficinas; sociabilidades; tipógrafos

Introducción

Durante las primeras décadas del siglo XX la actividad tipográfica de Cali, que se desenvolvía al ritmo de una ciudad en crecimiento, jugó un rol protagónico en su vida económica, cultural, política y en la dinamización de la esfera pública local. El crecimiento urbano, la emergencia de nuevos actores sociales que entraban a la escena pública, como los socialistas y los obreros organizados, entre otros sectores, junto a una vida cultural en gestación contribuyeron al impulso del quehacer impresor caleño. El importante volumen de material impreso, que circuló profusamente en diversos formatos por la ciudad y sus áreas de influencia durante este periodo, resulta indicativo de unas prácticas impresoras en crecimiento: publicaciones periódicas de todo tipo y género, con diferente orientación política y periodicidad, se multiplicaron dirigidas a públicos cada vez más amplios. Carteles, avisos, afiches, empaques y marquillas requeridos por la naciente industria manufacturera complementaban la demanda impresora de una ciudad que se posesionaba como núcleo comercial regional.

La que a inicios del siglo XX se vislumbraba como una tímida actividad impresora a cargo de unos escasos talleres y sus muy incipientes desarrollos tecnológicos, en el trascurrir de las primeras décadas, y particularmente entre 1920-1930, se encontraba en un momento de expansión, jalonada por el crecimiento de algunos establecimientos tipográficos que concentraron maquinaria, capitales y trabajadores y centralizaron varios procesos relacionados con las artes gráficas. Junto a estas imprentas mayores también funcionaban en la ciudad pequeños talleres que subsistían en condiciones rudimentarias, revelándose así el carácter desigual de la actividad impresora local.

El tema de la actividad impresora puede ser estudiado desde múltiples enfoques: como práctica cultural, como actividad económica y empresarial o atendiendo al tema de la opinión pública, por citar solo algunos. Si bien se ha de considerar el creciente interés en los procesos relativos a la historia del libro,1 las contribuciones al tema por parte de la historia económica y empresarial y la comprensión de los procesos y agentes relacionados con la imprenta -en todos los casos con importantes avances-, siguen siendo necesarios más trabajos analíticos y metodológicos que den cuenta de la dimensión multifacética del campo impresor y su impacto en la sociedad desde una perspectiva histórica.

Particularmente escasos resultan los estudios sobre el mundo de los trabajadores de los establecimientos tipográficos.2 Y es que, sin que importe cuál sea la perspectiva de análisis, lo que no puede desconocerse es que, para que vieran la luz los impresos, hubo individuos encargados de participar en su manufactura, obreros que, detrás de las prensas, cajas, chibaletes, y en la oscuridad del taller, lograron que estos objetos portadores de ideas llegaran a las manos de sus lectores. La vida de los trabajadores vinculados a los talleres de imprenta no resulta fácil de asir, pues poco nos cuentan de ellos los estudios clásicos de la imprenta, y las fuentes primarias tampoco aportan muchos elementos que nos permitan seguir su rastro.

Dicho lo anterior, el objetivo de este artículo es comprender algunos aspectos del devenir de los trabajadores del sector, muchos de los cuales fueron cambiando su estatus de artesanos a obreros asalariados, en un oficio que se modificaba al ritmo de los avances tecnológicos, jalonado por el dinamismo social y político de las primeras décadas del siglo. El artículo está dividido en cuatro secciones, partiendo de la consideración de que los desarrollos de la actividad impresora del periodo estuvieron enmarcados en la instauración de un capitalismo en el área de la impresión,3 tanto en el país como en la ciudad de Cali, e intentando comprender cuáles fueron los principales cambios en el trabajo de los obreros vinculados a las imprentas en el periodo que trascurre entre 1903 y 1930.

En un primer apartado nos enfocaremos en la presentación de aspectos relativos al ejercicio del oficio durante las primeras décadas del siglo xx, donde puede notarse que primaban prácticas semiartesanales y manufactureras, tanto en la forma de producción de impresos como en las dinámicas laborales de los establecimientos tipográficos. El paso del trabajo eminentemente manual, característico de los primeros decenios, a labores mecanizadas, producto de la tecnificación y ampliación de los talleres, será el tema de la siguiente sección. Presentaremos la forma en que los procesos de reestructuración dentro de los talleres relacionados con su crecimiento, con la concentración de capitales y de trabajadores fueron impactando las condiciones laborales de los operarios de las imprentas. La tercera parte rastreará las voces de los tipógrafos, que aparecen esporádicamente en algunas fuentes: en ocasiones las encontramos opinando sobre asuntos políticos, cuestionando decisiones oficiales o manifestándose acerca de multas o sanciones. Finalmente, en la cuarta sección nos introduciremos en aspectos relacionados con los vínculos dentro del taller y las interacciones en el entorno fuera del mismo, y sin que el objetivo sea profundizar en el desarrollo del movimiento obrero, aquí presentaremos algunos de los primeros intentos organizativos de los trabajadores del gremio.

Entre cajas y chibaletes

Al igual que ocurría en la mayoría de las ciudades de provincia del país al iniciar el siglo XX, Cali contaba con una muy limitada actividad impresora. Mientras que la imprenta de Eustaquio Palacios (el establecimiento más representativo de la ciudad durante las últimas dos décadas de la centuria que finalizaba) no sobrevivió a la Guerra de los Mil Días, con el fin del conflicto bélico retornaron lentamente a sus actividades las imprentas de Ramón Hurtado y la Imprenta Comercial, esta última estrenando administración por la familia Carvajal en 1904. Junto a estos talleres, la Tipografía Moderna, fundada por Ignacio Palau en 1905, llegó para hacer frente a la creciente demanda de productos impresos, en la coyuntura de crecimiento urbano y reactivación económica de la primera década del siglo. El número de trabajadores con que contaban estas imprentas era directamente proporcional a sus desarrollos técnicos. Eran talleres que habían iniciado operaciones con una muy incipiente maquinaria, la cual fue confiada para su manejo a algunos de los trabajadores que habían quedado cesantes tras el cierre de la Imprenta de Palacios y en cuya operación también se involucraban esporádicamente los miembros del núcleo familiar de los propietarios. No obstante, ninguno de los establecimientos sumaba más de 10 empleados en sus nóminas.4

En el trascurso del primer decenio del siglo, los talleres fueron introduciendo pequeñas máquinas de origen europeo y norteamericano, como tarjeteras, rayadoras de papel, acompañadas de lotes de tipos, viñetas, orlas y adornos, con los que se realizaban trabajos que buscaban mitigar las carencias tecnológicas del momento. La calidad de los productos dependía en gran medida de la destreza de los tipógrafos, quienes, con los muy exiguos recursos que contaban y sorteando toda clase de limitaciones, dieron a la luz productos impresos, como folletos, hojas sueltas y un número cada vez mayor de publicaciones periódicas. La escasez de trabajadores fue uno de los rasgos predominantes del periodo, por lo que la enfermedad o cualquier otra contingencia de los obreros podía ocasionar la parálisis de los talleres, por demás, siempre sobrecargados.

La precariedad técnica mencionada no sufrió mayores trasformaciones en la década que trascurre entre 1910 y 1920, aunque se fundaron nuevos establecimientos de imprenta en este periodo, en una inédita actividad tipográfica producto del dinamismo político del momento.5 La aparición de talleres de orientación liberal fue característica de estos años. Entre ellos destacó la imprenta de Relator (1916), propiedad de la familia Zawadzky, que llegó a competir con las otras ya fundadas. Para este momento los talleres contaban con algunas máquinas minerva y seguían usando prensas planas, manuales o movidas con motores de gasolina, mientras en los establecimientos más grandes, como en la Tipografía Moderna de los Palau, se habían instalado secciones de fotograbado y encuademación.6

Con la infraestructura técnica existente, los requerimientos de personal eran los básicos de un taller manufacturero, con predominio de formas de composición manual en las que el cajista, compositor o componedor continuaba siendo la figura de mayor jerarquía dentro del taller. El de cajista era un oficio que tenía tanto de mecánico como de artístico y requería cierto bagaje intelectual, conocimientos ortográficos y gramaticales, entre otras destrezas, como saber localizar con rapidez los tipos dentro de las cajas, mantener la simetría de la página y distribuir correctamente los espacios. Se trataba de una profesión que se perfeccionaba con la práctica y precisaba años de entrenamiento al pie de las cajas para lograr la maestría en este arte y hacer frente a las múltiples contingencias. El empastelamiento o derrumbe en la composición,7 descifrar manuscritos ilegibles8 o tener que realizar múltiples correcciones a última hora, solicitadas por los escritores, eran algunos de los "gajes del oficio", tal como lo mencionaban algunas crónicas.9

La producción de los textos era un trabajo ejecutado por etapas en el que participaban, además de los cajistas, los prensistas, armadores, entintadores, quitapliegos y otros operarios auxiliares. Empero, muchos de los trabajadores podían desempeñar indistintamente diversos oficios, lo que denota una escasa especialización en el ramo. A mediados de la segunda década del siglo XX, los talleres de mediano tamaño, como los estudiados aquí, tenían entre 10 y 15 trabajadores estables, a quienes se pagaba un sueldo fijo de acuerdo con su cargo, más los empleados flotantes, especialmente cajistas, que devengaban a destajo, de acuerdo con tarifas estipuladas por la composición realizada, medida en galeradas.10

El aprendizaje de estos saberes, siguiendo prácticas tradicionales, se hacía en el mismo taller mediante la vinculación de aprendices, siendo inexistentes en la ciudad las instituciones dedicadas a la enseñanza de las artes gráficas.11 La adquisición de conocimientos en el mismo lugar de trabajo generaba sus propias dinámicas, como las derivadas de las relaciones entre maestros y aprendices; por ejemplo, estos últimos estaban expuestos a todo tipo de chanzas o bromas como "complemento de su formación":

Con la circunstancia inevitable de que, si se enoja, es peor. Y para que más pronto se "avispe", no será difícil que le "empastelen" la caja, para que saque "tira negra"; le corran la medida del componedor para que le resulte columna más ancha o angosta que la adoptada; le suministren los componedores más mohosos y descuadrados; le conversen al lado para confundirlo; le quiten las aes o las ees para dejarlo desprovisto, y le exijan que parta la galera por guion, trabajo que no podrá efectuar en un año.12

El taller y sus trasformaciones

Hacia 1920, con el crecimiento de los talleres, producto del aumento de capitales, de la concentración de procesos relacionados con las artes gráficas y de la introducción de avances en materia tecnológica, se fueron operando cambios significativos en las dinámicas internas de los talleres.13 Por ello, como el tema que aquí nos concierne es el trabajo de los obreros tipográficos vinculados a las imprentas, nos centraremos en este aspecto.

Los fenómenos relacionados con el crecimiento y la tecnificación no se presentaron de la misma forma en los establecimientos estudiados ni impactaron por igual a todos los oficios dentro del taller. Mientras algunas tareas se conservaron sin mayores cambios, en otras áreas de la producción las trasformaciones fueron más profundas y afectaron las jerarquías, las formas de trabajo, la cantidad de operarios, los salarios, entre otros aspectos. De manera que la coexistencia entre métodos de impresión más tradicionales con los derivados de la implementación de nuevas tecnologías fue el rasgo predominante de la actividad impresora del primer tercio del siglo XX.

En cuanto al reemplazo tecnológico, cabe mencionar la llegada a la ciudad de los primeros linotipos, de las rotativas y de las prensas tipográficas con mayor capacidad de producción, como las Dúplex, así como el montaje de un moderno taller de litografía, avances que se convirtieron en hitos de un proceso que tuvo importantes consecuencias para el empleo de los trabajadores. Fueron las empresas de Relator, entre 1919 y 1923, las que introdujeron los mayores avances en el campo y se ubicaron a la vanguardia tecnológica de la región, seguidas de Carvajal & Cía., que en 1922 importó directamente nuevos equipos desde Alemania. Intentaremos presentar algunas de las repercusiones de estos desarrollos para el trabajo de los obreros de estas imprentas.14

Empezaremos con Carvajal, una de las imprentas que, desde su fundación en 1904, y hasta entrados los años veinte, tuvo uno de los mayores crecimientos en el ramo. La paulatina reinversión de capitales, la diversificación e incursión en nuevos negocios, junto a otros factores de orden organizativo dentro de la compañía posibilitaron este impulso. De otro lado, la coyuntura de la Primera Guerra Mundial permitió a la empresa dar inicio al aumento de la producción, especialmente de artículos de papelería, en un proceso de sustitución de importaciones. Debido a la interrupción del comercio con Europa y haciendo frente a la creciente demanda interna, la imprenta Carvajal inició la fabricación a mayor escala de productos como libretas, cuadernos, libros de balances, entre otros artículos que antes del conflicto bélico eran importados desde Francia y Alemania y distribuidos en los almacenes que funcionaban paralelamente con el taller de imprenta. No se requería maquinaria sofisticada para este tipo de producción, pues bastaban algunas rayadoras de papel, guillotinas y cosedoras, que la empresa logró importar, a pesar del bloqueo producido por la guerra. De manera que, más que los desarrollos tecnológicos, lo que contribuyó al aumento de la producción fue la vinculación de mayor personal para el doblado de pliegos, la compaginación y el pegado de tapas, en lo cual se empleó especialmente mano de obra femenina.15

El vínculo de las mujeres con los establecimientos tipográficos ha sido documentado por múltiples fuentes. En la historia de las imprentas aparecen de manera activa esposas, viudas e hijas de propietarios de talleres, ejecutando todo tipo de funciones.16 En ocasiones, la prensa periódica aporta información de mujeres ejerciendo diferentes roles en los talleres, como lo relata el escritor antioqueño Julio Vives Guerra, al hacer un homenaje a las cajistas de un taller de la ciudad de Medellín.17

En Cali, en los primeros años del siglo no encontramos nombres de mujeres vinculadas a funciones propias del oficio tipográfico, exceptuando algunas labores asistenciales, de oficina o de limpieza. Será la imprenta Carvajal la que inicie el proceso de vinculación de personal femenino, particularmente en la planta productora de cuadernos y en funciones de encuadernación, obreras que llegaron a ejercer un trabajo que no requería mayores calificaciones y por el que obtenían menor remuneración.18 Ya para 1925, las estadísticas registran un importante número de mujeres trabajando en la empresa, con 15 trabajadoras de los 39 empleados totales de la compañía. Los salarios que recibían en ese momento las mujeres era dos tercios del devengado por los hombres.19

Por otro lado, iniciando el decenio de 1920 y también como producto de la demanda interna, esta vez la derivada del crecimiento de las manufacturas en la región, los propietarios de Carvajal adquirieron, mediante el viaje directo de su gerente Hernando Carvajal a la ciudad de Leipzig, un completo taller de litografía para la producción de etiquetas, marquillas, empaques y otros productos requeridos por las fábricas que comenzaban a despuntar en la región.20 La posibilidad de importación de estos equipos se produjo con la reanudación del comercio con Alemania, después de la interrupción causada por la guerra. El montaje del taller litográfico requirió técnicos especializados en el manejo de los nuevos equipos, a su vez reclutados en Europa por la empresa. De manera que, en 1922, junto con las prensas litográficas y demás materiales, arribaron a la ciudad cinco técnicos alemanes procedentes de la ciudad de Leipzig, que pusieron en funcionamiento el taller litográfico entre finales de enero y comienzos de febrero de 1923.21

Para el caso de Carvajal, notamos, pues, que el crecimiento de la empresa y la tecnificación fueron impactando en la composición de la mano de obra de los talleres, en doble vía: con la incorporación de empleados no especializados y la subsiguiente ampliación de la planta de trabajadores, a los que se unió un reducido grupo de técnicos con muy altas calificaciones. En la misma línea de la tecnificación, la empresa de Relator, a su vez, fue la encargada de introducir los principales adelantos en el campo de la composición y de la impresión en la región, con la adquisición en 1919 de la primera rotativa simple, seguida de linotipos y prensas Dúplex en los años siguientes, lo que permitió que, en un muy breve lapso, la imprenta fuera transformando el periódico y los demás servicios ofrecidos por el taller. A diferencia de Carvajal, la maquinaria introducida por los Zawadzky, propietarios de la imprenta, era de origen norteamericano, comprada a The National Paper and Type Company de Nueva York, encargada de la comercialización de maquinaria e insumos para los países latinoamericanos.22

La llegada de los nuevos equipos no solo tuvo importantes implicaciones para el taller, que experimentó un salto cualitativo y un aumento de su producción, sino que también se convirtió en un parteaguas en la fabricación de impresos en el suroccidente del país. Un gran revuelo acompañó la llegada de las máquinas, que fueron escoltadas por un buen número de curiosos, que luego se agolparon a la entrada del taller, según relata un cronista:

Desde los humildes caracteres de madera que sirvieron al padre Gutenberg hasta el linotipo, hay la misma distancia que desde el carro de yunta de bueyes hasta la locomotora eléctrica. Yo contemplo las cajas donde se oculta la diabólica maquinaria con la misma delectación con que el artillero debe contemplar la gruesa artillería que le ha de servir para barrer la fortaleza cuya demolición se propone.23

No solo los observadores de la época, entre los que se contaba el impresor Gustavo Arboleda, contemplaban el prodigio de la composición mecánica; posteriores estudiosos del tema, como Tarsicio Higuera o Canal Ramírez, se refieren a la introducción de este tipo de maquinaria como una "segunda revolución" de las artes gráficas en el país.24 No era para menos, pues la rapidez que introdujo el linotipo en las labores de composición modificó de forma radical la manera de producir impresos.

Por otro lado, la implementación de la composición mecánica mediante los linotipos impactó las relaciones laborales dentro del taller y alteró las jerarquías tradicionales, al desplazar tareas instituidas. Como había ocurrido con el taller de litografía, la operación de los nuevos equipos exigía otras destrezas y saberes especializados. En este caso, la puesta en funcionamiento del linotipo requirió un individuo con conocimientos necesarios, capaz de accionar la maquinaria, inédita en la región. El elegido tuvo que ser buscado y encontrado en la capital de la república, tal como informaba Relator, que hacía saber al público los pormenores de la instalación del linotipo.25

Con la introducción sistemática de los linotipos en los talleres, las tareas de composición manual, que requerían atención y minucia y donde cobraba gran relevancia la pericia del cajista, pasaron a ser ejecutadas por los linotipistas, quienes empezaron a adquirir preponderancia en el taller, reflejada en los salarios, mucho más altos que los del resto de los obreros. El reemplazo de los cajistas por linotipistas no fue inmediato, pero sí afectó a la mayoría de los talleres que fueron introduciendo esta tecnología dentro de sus inventarios. Para ilustrar este hecho resulta diciente el testimonio del tipógrafo bogotano Abraham Gardeazábal que vivió la transición de la caja al teclado. Según su experiencia, algunos establecimientos en los que trabajaba como cajista prescindieron de sus servicios tras incorporar linotipos.26

En el caso que nos ocupa, para la armada de un periódico como Relator se requirió un muy limitado número de linotipistas, a pesar de la progresiva ampliación del tiraje de la publicación: solo tres operarios estuvieron a cargo de levantar los textos del periódico y de las demás funciones de composición dentro del taller. Esta planta de trabajadores no presentó modificaciones en varios años.

Las trasformaciones producto de la mecanización no fueron súbitas y algunos cambios paulatinos en el trabajo de los obreros ya se venían presentando con el lento reemplazo tecnológico que empezó a producirse en los talleres en los dos primeros decenios del siglo. No obstante, los cambios se hicieron más patentes con la instalación de las máquinas llegadas al inicio de los años veinte. Por ejemplo, con la puesta en operación de la prensa Dúplex en 1923, también a cargo de la empresa de Relator, por ser una máquina que manejada por un solo operario entregaba un producto cortado, doblado y armado, suprimía los trabajadores que se ocupaban de estas funciones auxiliares.

Algunos de estos cambios dentro del taller fueron vistos como un destino manifiesto a favor de un designio más elevado: el de la civilización y el progreso. A propósito de la llegada de los linotipos a Relator, un observador afirmaba que:

un linotipo significa como maravilla de trabajo inteligente, cuasi humano, de rapidez y de eliminación de brazos. Como todo perfeccionamiento en la maquinaria, el linotipo es cruel para con los pobres obreros; los hace a un lado por inútiles, por sobrantes.27

De manera que el crecimiento y la paulatina mecanización produjeron cambios significativos y una reestructuración de los oficios del taller de imprenta. Una de las consecuencias fue la sustitución de algunas tareas y a sus respectivos operarios, suprimiendo oficios tradicionales, mientras ingresaban a los talleres trabajadores no cualificados y mal remunerados, que llegaban en número crecido a las imprentas. Y es que, a pesar de la supresión de algunas funciones auxiliares, el número de trabajadores aumentaba debido al crecimiento de los talleres y a que las imprentas concentraron varios procesos de las artes gráficas, con la creación de secciones de encuadernación, fabricación de cuadernos, empaques o marquillas, ocupaciones que no requerían trabajadores calificados. La incorporación a las imprentas de mujeres y trabajadores de bajo rango, quienes se encargaban de procesos muy puntuales por los que obtenían baja remuneración, es una muestra de esta tendencia.

Otra de las consecuencias de la reestructuración tecnológica se encuentra en el ingreso en los talleres de un tipo de personal con altas calificaciones, especialmente en secciones destinadas a la composición mecánica y a la producción de imágenes, como la litografía, el fotograbado o la fotografía, los que llegaron a ocupar posiciones de mayor prestigio y fueron mejor remunerados, alterando las jerarquías tradicionales de los talleres.

Los cambios también fueron notables en el aprendizaje de los oficios relacionados con las artes gráficas. Así, en los mismos años veinte empezó a generalizarse un proceso de profesionalización de la actividad tipográfica a cargo de algunas instituciones, como las escuelas de artes y oficios de los salesianos, que ampliaron su enseñanza a las artes gráficas.28 La creación de escuelas de linotipistas, creadas por el mismo gremio (uno de los sectores más organizados del ramo), también da cuenta del fenómeno de profesio-nalización, donde los aprendices ya no adquirían sus conocimientos en la práctica del taller.29

Las voces de los tipógrafos y sus condiciones de vida

Los trabajadores vinculados a las imprentas constituían un sector bastante heterogéneo en términos de procedencia social, orientación política y nivel de formación académica, si se tiene en cuenta el carácter poco especializado de la actividad impresora durante el periodo estudiado. Es posible encontrar información fragmentaria sobre los propietarios de los talleres o sobre intelectuales y activistas sociales que compartieron sus actividades con el ejercicio de la tipografía. No obstante, no es tarea sencilla hacer un seguimiento a la vida o a la voz de los trabajadores "rasos" y tratar de acercarse a aspectos de su cotidianidad o a las relaciones dentro y fuera del taller, pues la falta de registros se impone como un gran obstáculo. Como vimos arriba y profundizaremos más adelante, publicaciones en forma de crónicas aparecidas en la prensa periódica y algunas memorias hacen referencia a las condiciones de trabajo, salarios y jornadas laborales de los obreros tipográficos, lo que las convierte en valiosos testimonios para realizar un acercamiento a la vida de estos obreros. De otro lado, en la prensa eventualmente aparecían voces de tipógrafos, manifestándose sobre temas puntuales, como asuntos políticos de interés comunitario o exponiendo su inconformidad frente a multas o sanciones de las que se hicieron acreedores.

Es este el caso de Rodolfo Ibarra, un tipógrafo raso que había iniciado su vida laboral en la Imprenta de Palacios durante el último cuarto del siglo xix y que estuvo vinculado a las imprentas de los Carvajal y los Palau en distintos momentos. El tipógrafo, que se había desempeñado como prensista, cajista, administrador de imprenta, corrector, no ocultaba su filiación liberal y desde muy temprano apareció en la prensa opinando sobre diversos asuntos. Una de las primeras oportunidades de escuchar sus opiniones se nos presenta en 1904, cuando la imprenta en la que trabajaba fue multada porque, en ausencia del director, Ibarra decidió imprimir un texto del caudillo liberal Rafael Uribe Uribe. En un momento en que entre la opinión pública tomaban fuerza discursos conciliadores que se enarbolaban con la finalidad de establecer un distanciamiento del reciente pasado bélico, Ibarra explicaba las razones que lo motivaron a realizar la publicación:

Como hoy se habla tanto de concordia entre los partidos políticos y los discursos publicados no revelan otra cosa que paz y paz [...] y que ya terminaron las guerras civiles en Colombia [...] no tuve inconveniente en hacer la impresión, sin consultárselo al señor Navia, que estuvo ausente en esos días.30

El impresor continuaba denunciando la hipocresía de los funcionarios públicos y de algunos órganos conservadores y cuestionaba, por injusta, la sanción recibida por las autoridades:

Cómo que eso de concordia es pura fórmula […] multa porque se reproducen unos artículos de un periódico donde se habla de paz y se aconseja que se trabaje por ella, nada más que porque son obra del Dr. Uribe Uribe [...]. Visión política señores. ¿Cómo le hubiera ido al señor Navia, si en ciertas publicaciones que se hicieron hace poco tiempo en la misma imprenta no hubiéramos (él y yo) hecho retirar ciertos párrafos?31

Un aspecto que nos revela el carácter dinámico de la labor del tipógrafo es el reconocimiento que hace el propio Ibarra de intervenir en la edición de los manuscritos, "haciendo retirar párrafos" que, según su criterio, al ser publicados podían ser objeto de censura por parte de las autoridades. No solo Ibarra nos demuestra este aspecto del oficio, primero de los tipógrafos y luego de los linotipistas: su papel activo en la construcción de los materiales impresos.32 La intervención de los tipógrafos en los textos originales podía estar motivada por diversas causas: esquivar la censura, enmendar problemas de redacción o de ortografía, dar coherencia o poner énfasis en algún aspecto a criterio del tipógrafo.

Después de haber estado vinculado por más de cinco años a la Tipografía Moderna de los Palau pasó a administrar algunas imprentas de filiación liberal. En su carácter de administrador de la tipografía de La Prensa en 1911, Ibarra nuevamente se hace acreedor de una sanción, esta vez una multa impuesta por el prefecto y también impresor Manuel Sinisterra. Según denunciaba el tipógrafo, la multa le habría sido impuesta como represalia por haber permitido la edición del periódico Germinal, crítico de la prefectura de Sinisterra. En los argumentos que expuso el tipógrafo en carta dirigida al prefecto y a la opinión pública, vuelve hacerse evidente su activo papel en la edición del material impreso:

¡Ah si supiera mi amigo don Manuel, cuanta lucha me costó (hasta hacer demorar la salida del periódico) por hacer suprimir algunos pa-rrafitos y frases lindas que había contra él y contra otras personas, que al fin logré, no se había atrevido a dar el paso que ha dado contra mí!: esto lo supieron varias personas.33

Asimismo, fueron objeto de multas y sanciones los tipógrafos de otros establecimientos de orientación liberal, cuyos reclamos también se escucharon a través de la prensa. En los años posteriores al Centenario de la Independencia, y en una coyuntura de censura a la libertad de expresión liderada por el clero, desde los púlpitos fueron proscritos los periódicos liberales, las imprentas que los editaban y las tiendas donde eran vendidos. En ocasiones la censura trascendía las reconvenciones en los sermones, mientras que periódicos, imprentas, impresores, vendedores y tiendas sufrían la excomunión por parte de las autoridades eclesiásticas.34

Los afectados por la sanción, en este caso los tipógrafos excomulgados, se manifestaron en carta dirigida al obispo de la diócesis de Cali, en que expusieron sus argumentos

Los suscritos somos los tipógrafos de la Tipografía los Andes en la cual se edita el Arpón. Leímos la Excomunión mayor que pronunció contra el citado periódico, en la cual nosotros quedamos incluidos. Aunque ella no nos afecta porque estamos cumpliendo con el precepto divino de ganar nuestro pan y el de nuestras familias con el sudor de nuestras frentes, queremos hacerle patente su injusticia. ¡Su injusticia! En todo lo que hemos leído y ¡vaya que si hemos leído! No hemos encontrado un acto tan injusto como este que su ilustrísima señoría ha cometido. Gracias. Quedamos separados de la Iglesia que usted gobierna, pero no de Dios. ¿O, su poder es superior al de Él? Que Él lo perdone.35

Si bien en los testimonios presentados encontramos los puntos de vista de algunos representantes del gremio que aparecen en publicaciones firmadas a nombre propio, existieron otros métodos menos directos de incluir ideas y posturas dentro de los escritos elaborados por los tipógrafos. Uno de estos procederes velados consistió en lo que en argot tipográfico se denominaba "embuchados", textos que se introducían furtivamente en las columnas de un periódico, intentando burlar la revisión. El embuchado podía presentarse en forma de un párrafo "colado", con ideas que no correspondían con los lineamientos de la dirección, y aunque no es fácil encontrar este tipo de producción, la sola mención de la práctica resulta sugerente.36

Las voces de los trabajadores de las imprentas también pueden escucharse en crónicas y notas de prensa, que con mayor frecuencia iban apareciendo en los periódicos a medida que avanzaban las primeras décadas del siglo xx. Algunos de estos escritos exponen las condiciones laborales, horarios, jornales, entre otros temas de la cotidianidad, por lo que se convierten en importantes testimonios de la vida de los obreros en los talleres. Por ejemplo, la preponderancia de los linotipistas y de los litógrafos se ilustraba refiriéndose a ellos sarcásticamente como las "altas yerbas del arte de Gutenberg, que ganan buenos salarios y gozan de alguna jurisdicción e independencia".37 De esta forma, un cronista habitual del Correo del Cauca visibilizaba la diferencia entre los trabajadores más especializados y la labor de los tipógrafos rasos, que debían someterse a jornadas agotadoras, con malos pagos y en condiciones más desfavorables, si el trabajo era a destajo.

Otros testimonios escritos indican que en los talleres de la ciudad durante los primeros decenios del siglo xx se trabajaba 11 horas diarias, desde las 7 a.m. a las 6 p.m., hora en que salían los periódicos, que continuaban siendo vespertinos.38 No obstante, para lograr cumplir con todos los compromisos adquiridos por las imprentas y debido a la escasez de talleres y a su sobrecarga, las jornadas de trabajo solían alargarse hasta entrada la noche.39 Sobre el tema de las jornadas y sobre el deterioro de las condiciones laborales de los tipógrafos encontramos algunos artículos en la prensa periódica: Los jornales de los que profesamos esas artes liberales no suben, ni en presencia de la crisis actual no se estimulan esos obreros del trabajo. Tal sucede -marcado más con los discípulos de Gutenberg, los tipógrafos que trabajan desde las 7 de la mañana hasta las 6 de la tarde, adheridos a una caja sin descansar un momento de mover las manos y agitar la vista y el pensamiento y con él los órganos todos, que con esa tensión permanente parece que ya se revientan los lomos por la parte superior; y esos obreros, con todas esa circunstancias desfavorables, no obtienen lo suficiente para su manutención , porque no sabemos la razón que haya para que esa profesión que en otros centros es la primera, entre nosotros sea la última... y hay que trabajar, esa es la Ley de Dios. Y la situación que obliga.40

Quien escribe concibe la labor del tipógrafo cercana al trabajo intelectual, como un oficio cualificado muy mal remunerado, recibiendo un pago inferior incluso que el que recibían otro tipo de obreros con menor calificación:

No nos explicamos porque esa profesión que no es vulgar, ha quedado postergada por las otras, como la albañilería, la carpintería, la herrería, la hojalatería, la sastrería, la alfarería etc., siendo así que estas profesiones pueden ejercerlas hombres rústicos y estos no pueden ejercer aquélla, pues el aprendiz de esas profesiones enumeradas devenga mayor jornal que el mejor pagado de los tipógrafos, con la circunstancia de ser una profesión de esclavitud, porque los obreros están sujetos a días y horas fijas al cumplimiento de sus obligaciones; de tal manera que un tipógrafo no puede cumplir con el sagrado deber de asistir a las exequias de un amigo, siendo una profesión sin horizonte, sin porvenir que, por la misma razón se les debiera mirar como en otras partes como colaboradores de la civilización porque con solo su trabajo mecánico, contribuyen a la publicación del libro y del periódico, al decir de un grande escritor. ¿No mejorará la situación para esos obreros del progreso? ¡Pobres obreros! Tan distinto que se les trata en otros países. ¿Los obreros del trabajo no tendremos derecho a mejorar de suerte? ¿Cuál será la solución? Cali agosto de 1919.41

La mala remuneración de los tipógrafos caleños fue también expuesta en las páginas de algunos periódicos, como La Democracia, donde se sostenía que los de las imprentas de la ciudad eran los trabajadores peor pagados del país: De ello tienen la culpa, en cierto modo, los tipógrafos, por no hacer un esfuerzo unánime para aumentarla. Por medio de huelgas generales, los obreros de cualquier arte pueden conseguir fácilmente el aumento de sus salarios. Para el gremio tipográfico sería muy honroso ser el primero en declararse en huelga en esta ciudad.42

Un motivo de preocupación que fue haciéndose más frecuente entre los tipógrafos fue la falta de empleo y el poco trabajo para los que lo ejercían a destajo.43 No contar con empleo fijo y trabajar "al día" obligaba a los obreros a buscar ocupación en distintos talleres, incluso llegando a doblar la jornada a horas nocturnas para ajustar un jornal.44 La falta de empleo, según aparece en una nota publicada en Relator, fue una de las razones por las que el tipógrafo Efraín Tirado atentó "contra su vida en una chichería de las Galerías, ingiriendo una dosis de láudano. Lo alcanzaron a salvar. Las causas: la tirantez de su situación, el aburrimiento que siempre lo acompañaba, debido todo a la falta de trabajo".45

Otros aspectos de las condiciones de vida de los obreros de las imprentas los podemos inferir de las descripciones de los talleres decimonónicos o de comienzos de la centuria del XX, encontradas en memorias o en otro tipo de escritos: locales reducidos, cruzados por cuerdas donde se colgaban las hojas impresas para que se secaran, espacios sucios, manchados de tinta, oscuros, instalados en sótanos.46 En el caso de las imprentas objeto de este trabajo, las máquinas donde empezaron a funcionar los talleres se instalaron en piezas o locales que hacían parte de la casa de los propietarios de la imprenta y, por ser espacios improvisados, no contaban con las condiciones básicas de ventilación o iluminación. Y si se tiene en cuenta que, además, los talleres fungían como tiendas o almacenes, los espacios resultaban muy reducidos. Paulatinos cambios fueron modificando la fisonomía de los talleres, cuyas instalaciones se expandieron a nuevas construcciones -aunque sin abandonar el entorno de la casa familiar-, en las que se iban delimitando secciones para la impresión, la composición, el almacenaje, las oficinas y áreas administrativas. No obstante, la mayoría de los talleres continuaban siendo recintos poco iluminados y escasamente ventilados, insalubres para los obreros, que pasaban buena parte del día o de la noche en ellos. De tal forma, era descrito un taller por un cronista:

Es tan rígida y exigente la vida de un linotipista, que no acierto a compararla sino con la de los mineros y con la de los maquinistas de los buques [...]. Hay necesidad de ver esos lugares estrechos, oscuros, fríos donde se colocan esas maquinarias, y donde debe trabajar el linotipista. Ni buen aire, ni comodidad, ni luz que no sea artificial, ni holgura. Y allí, en esos tremendos lugares de incomodidad, se hacen los artículos donde se protesta contra las habitaciones incómodas, con la oscuridad, contra la falta de aire; en fin, de allí sale la súplica para el mejoramiento de todo el mundo, menos para los heroicos linotipistas.47

Ni los talleres más grandes, como el de la Imprenta Nacional de Bogotá, según informaba el propio ministro de gobierno en 1921, contaban con las instalaciones adecuadas:

Desgraciadamente, la Imprenta Nacional está instalada en un local que no corresponde a las condiciones que debe tener un edificio destinado a ese objeto. Oscuro, mal ventilado, estrecho, sin condiciones de solidez para resistir la trepidación de la maquinaria, sin suficiente provisión de agua, el local de la Imprenta es el menos apropiado para ella.48

En tales condiciones, los trabajadores de imprenta estaban expuestos a distintas enfermedades y a problemas visuales. Más adelante, con la introducción de máquinas de mayor calibre, como las rotativas, también fueron comunes afecciones auditivas, esto sin contar los accidentes producidos al manejar las prensas, a los que, con frecuencia, se veían expuestos los trabaja-dores.49 De entre todas estas problemáticas, una de las enfermedades ligadas al oficio con mayor impacto en la salud de los trabajadores fue el llamado "saturnismo" o intoxicación por plomo, dolencia que se adquiría respirando el aire del ambiente de trabajo contaminado por el desgaste del material con que estaban elaborados los tipos; se absorbía por la piel o por el hábito, común entre los cajistas, de ponerse los caracteres en la boca "para acelerar las tareas".50 El consumo de tabaco también aceleraba la adquisición de la enfermedad, pues los cajistas acostumbraban a depositar el cigarrillo sobre las cajas, con lo que se impregnaba con el polvillo del nocivo metal. Con la llegada de los linotipos, que elaboraban líneas de caracteres con plomo fundido a altas temperaturas, el problema se agudizó.51

Sociabilidades e inicios organizativos

Los establecimientos de imprenta eran espacios dinámicos: núcleos relacionales por excelencia, parte de los circuitos de comunicación, de los intercambios sociales y culturales de la ciudad, lugares de confluencia de múltiples actores. Especialmente en las primeras décadas del siglo, las imprentas -que habían iniciado operaciones en las casas de habitación de los propietarios- alojaban simultáneamente las redacciones de los periódicos, almacenes de artículos misceláneos y, en muchos casos, librerías y agencias distribuidoras de publicaciones, por lo que en ellas trascurría parte de la vida social y cultural de algunas ciudades.

Atendiendo a la racionalidad empresarial que se iba imponiendo a medida que los talleres crecían, se buscó normativizar el comportamiento dentro de los establecimientos imponiendo reglas y pautas, tanto para los trabajadores como para quienes frecuentaban los locales. No todos los talleres contaban con manuales o reglamentos escritos, pero sí se regían por códigos y reglas de conducta con los que se buscó hacer más eficiente el trabajo. De otro lado, se consideraba que el "silencio", la "prudencia" y el "secreto" eran algunas de las cualidades que debían primar entre los obreros tipográficos. "Guardar estricto sigilo respecto de cuanto se trabaje y hable en el establecimiento", "observar buena conducta moral y religiosa", "guardar orden y compostura, evitando todo alboroto y palabras soeces, así como las discusiones políticas y murmuraciones", fueron algunos de los preceptos que rigieron el trabajo dentro de los talleres.52

Las pautas de comportamiento no solo eran prescritas para los empleados, sino que se hacían extensivas sin excepción a quienes concurrieran a los establecimientos. En algunas publicaciones pueden leerse las recomendaciones que debían ser atendidas por los visitantes de las imprentas, especialmente por los escritores que frecuentaban los talleres, en ocasiones importunando la labor de los operarios:

1) Pensarás que una imprenta es propiedad particular. // 2) No la confundirás con una fonda o botiquín. // 3) Pagarás lo que mandes hacer, la suscripción, los avisos y comunicados, que insertes, sin abusar de la amistad. // 5) No tertuliarás en la redacción, ni en la Administración, que por cortesía te soportan. // 6) No te acercarás a la mesa de corrección porque podrán decirte que vas a ver lo que no te interesa, y algo más. // 7) No llegarás a las cajas, ni a las personas a leer o a echar ojeadas á los originales, que esto está diciendo que te has olvidado de lo que te recomendaron tus padres o maestros.53

Más allá de los temas eminentemente laborales, la vida social de los tipógrafos se hacía extensiva a otros espacios públicos, y muchos de los trabajadores de los establecimientos tipográficos fueron asiduos participantes de tertulias en cafés y tiendas, en los que tejieron importantes vínculos con escritores y con los demás miembros de los núcleos intelectuales de la ciudad. Compartiendo espacios sociales y culturales con propietarios de las imprentas, también es posible hallar a algunos trabajadores, como nos muestra el siguiente relato en que se menciona al tipógrafo Rodolfo Ibarra en su juventud, al lado de Eustaquio Palacios:

Entre los empleados superiores de la imprenta del doctor Palacios se encontraba el notable tipógrafo, muy popular en Cali por su hombría de bien, don Rodolfo Ibarra. Este, más que amigo, era adorador del viejo maestro, que lo distinguía muy mucho. Tanto por esto, como por las funciones de su empleo, que lo ponía en contacto inmediato, a cada momento con su maestro, puede decirse que era contado entre los contertulianos. En achaques de ortografía, era toda una autoridad. Los miembros de la Tertulia lo apreciaban de manera muy especial.54

De manera que muy probablemente la vida de los tipógrafos también trascurrió en las chicherías y cantinas aledañas a las imprentas, como el café El Globo, ubicado frente a la imprenta de Palau Velázquez; la tienda la Mascotta o el café Cali, contiguo a la imprenta de Relator, o en tiendas como las que estaban cerca de las galerías. De la ingesta de licor y el uso del tiempo libre por parte de los trabajadores de las imprentas dan cuenta algunas noticias, como las que reseñan incidentes en que se vieron involucrados tipógrafos.55 En los archivos también encontramos indicios de estas prácticas: por ejemplo, la reconvención del prefecto de la ciudad al director de la Imprenta Oficial del Cauca, para que pusiera freno a la costumbre de los empleados de la imprenta de "emborracharse la mayor parte de las noches y salir a las calles a echar mueras al gobierno".56 Otro tipo de figuración de los tipógrafos fuera de los talleres puede hallarse en su participación en las dinámicas sociales y urbanas, como en festividades de carácter cívico y religioso, donde algunos miembros eran escogidos en representación del cuerpo de tipógrafos de la ciudad.

No obstante, en las dos primeras décadas del siglo xx no existieron iniciativas propias del gremio ni intentos de agrupación en defensa de los intereses de la colectividad. Un primer intento organizativo lo encontramos con la creación de la Sociedad de Tipógrafos Vallecaucana, que fue tomando forma en varias reuniones llevadas a cabo en el mes de octubre de 1919, en el local de la Sociedad Altruista de la ciudad. La organización se concebía como una sociedad de socorros mutuos, cuya finalidad era la de trabajar por el bien general del ramo. Aunque la agrupación se conformó en una coyuntura de agitación social, donde llegaban noticias sobre la creación de agremiaciones de las artes gráficas de otras latitudes y, particularmente entre 1918 y 1919, los ecos del fenómeno huelguístico en el plano nacional e internacional resonaban en la prensa local, la organización no generó resquemores entre los dueños de las imprentas.57 Al contrario, los propietarios de los talleres, a través de sus respectivos órganos de prensa, mostraron sus simpatías por la naciente organización. El Correo del Cauca, por ejemplo, expresaba todo el apoyo a la institución subrayando que "en todo centro social avanzado existen las sociedades de tipógrafos, gremio tal vez el más importante y útil que existe". Igualmente manifestaba su respaldo a la organización la redacción de Relator, aunque llamaba la atención sobre la poca asistencia de tipógrafos al evento.58

Al parecer, las actividades de la asociación no trascendieron más allá de su fundación y no volvió a saberse de ella por algunos años, hasta que en 1924 una nueva iniciativa empezó a configurarse. Una reunión preparatoria el 1 de septiembre de ese año fue el preámbulo para la creación de la Sociedad de Tipógrafos de Cali, momento en que se nombró su junta directiva y se ultimaron detalles de la instalación, fijada para el 5 de septiembre. Similares propósitos a los de la anterior iniciativa motivaron la creación de la nueva agrupación, dentro de los que estaba el auxilio en temas económicos para los miembros, y nuevamente se alzaba como pilar de la asociación el fomento del ahorro para hacer frente a las contingencias futuras.59 Las actividades de la Sociedad de Tipógrafos de Cali no tuvieron resonancia durante los primeros meses después de su fundación, más allá de las repetidas oportunidades en que se convocaba a concurrir a las sesiones. Al parecer, el escaso compromiso manifestado en la poca asistencia de los tipógrafos a las reuniones fue uno de los factores para que en febrero de 1925 se comunicara a la prensa la disolución de la sociedad.

A pesar de la disolución, y sin que tengamos certeza de cómo y cuándo se volvió a agrupar la sociedad, volvemos a tener noticias de su existencia en septiembre de 1926, cuando resurgió con un pliego petitorio publicado en la prensa local60:

En nuestro carácter de miembros de la Junta Directiva del gremio de tipógrafos y en virtud de autorización conferida en sesión del día 20 de los corrientes, presentamos a vuestra consideración el siguiente pliego de peticiones, el cual consideramos justo y legal esperando de la generosidad con que siempre se han distinguido ustedes, se sirvan tomarlo en consideración y resolverlo favorablemente, dada la enorme carestía de la vida y la mala situación porque actualmente atraviesa el gremio.61

Entre las peticiones de los tipógrafos estaba el aumento del 25 % sobre los sueldos que venían recibiendo, el establecimiento de ocho horas de trabajo, el reconocimiento de un 50 % del sueldo en caso de enfermedad comprobada, el pago del 100 % por trabajo extra hecho en horas no hábiles. No ser despedidos sin causas justificadas ni previo aviso y la no imposición de represalias para los obreros que hubieran "tomado parte en los movimientos ocasionados con motivo de estas justas peticiones" eran otros de los puntos del pliego, que finalizaba afirmando que en las demandas "quedaban incluidas las obreras que trabajan en los distintos talleres de la ciudad".62 El movimiento estaba conformado por tipógrafos de todas las imprentas de la ciudad: Carvajal, Correo del Cauca, Imprenta de la Diócesis, Imprenta del Pacífico, Tipografía Andina, Tipografía Aurora, Imprenta de El Relator y la de la Humanidad.

En esta ocasión la respuesta de las imprentas fue disímil. La Humanidad empezaba agradeciendo el esfuerzo de la junta de tipógrafos por mejorar las condiciones de los obreros de las artes gráficas y encontraba justas las peticiones. Sin embargo, manifestaba su discrepancia con los métodos de la reclamación:

Nosotros no participamos en la parte doctrinaria de la reclamación ni estamos de acuerdo en la cuestión procedimental, toda vez que ella no tiene espíritu de clase sino y exclusivamente de conciliación, por cuyas razones encontramos desvirtuada la fuerza moral, pero sí anticipamos y aplaudimos, toda mejora inmediata que los trabajadores adquieran, siempre que ella no tenga una intención oculta y no sea un pretexto usado por los centralizadores de la industria y acaparadores del trabajo para atacar de frente o de rechazo al pequeño taller.63

De todas formas -concluía la respuesta firmada por Ignacio Torres Giraldo-, la imprenta aceptaba el pliego.64 También aceptó el pliego la imprenta de Relator.65 La evolución del movimiento después de la presentación del pliego el 21 de septiembre fue la siguiente: el 26 los trabajadores decretaron el paro en las imprentas mencionadas arriba, a excepción de Relator y La Humanidad, que habían aceptado el pliego de peticiones. El 27 de septiembre Relator publicaba una nota expresando que confiaba en la inminente negociación de la junta con los talleres parados y el restablecimiento de la normalidad, "máxime cuando sabemos que con espíritu solidario y generoso las muchachas trabajadoras de las imprentas en paro han ingresado en el movimiento".66

Sin embargo, los acuerdos esperados con los otros propietarios de imprenta no llegaron. La respuesta que la junta del gremio de tipógrafos obtuvo de Carvajal fue "la clausura del taller de tipografía hasta cuando hayan variado las circunstancias actuales". La comunicación de la empresa, fechada el 26 de septiembre, hacía referencia a unos diálogos iniciales con los tipógrafos en los cuales la compañía había ofrecido elevaciones diferenciales de los salarios, aduciendo que un aumento por igual no era conveniente "ni a los intereses de esta casa, ni a los de los mismos obreros". "No obtener respuesta", continuaba la misiva, "demuestra que ustedes han prescindido de la posible y fácil inteligencia cordial que ofrecíamos y a la que parecía que estaban ustedes dispuestos".67

Esta contestación por parte de Carvajal, al parecer, determinó el fin del movimiento, pues el día 28 se comunicaba a la opinión pública sobre la reanudación de las labores por parte de los obreros, sin que hubiera logrado sus objetivos. En comunicado de la junta se informaba que, a pesar de que un buen número de empleados apoyaba el paro, firmando un compromiso de solidaridad el día anterior, los trabajadores retornaron al oficio "en las mismas condiciones en que se estaba antes", a excepción de un pequeño grupo, que se reafirmaban, diciendo que no volverían "al trabajo si no se le satisfac[ía] el pliego de peticiones". Con esta noticia, Relator daba por finalizado el movimiento.68

El análisis que del movimiento hicieron algunos de los observadores del momento difiere entre socialistas, sectores liberales y conservadores y da cuenta de los debates y las discusiones relativas a la movilización obrera en esos años. Entre los socialistas existió la sospecha de que la huelga podía responder al ataque a los talleres más pequeños por parte de la gran industria, como lo indicaba una columna aparecida en el periódico La Humanidad. El artículo iniciaba sosteniendo que Torres Giraldo "no tenía participación en la proyectada huelga de tipógrafos" y llegaba a afirmar que la huelga hacía parte de un plan premeditado para acabar con los pequeños talleres, siendo los tipógrafos instrumentos para lograr este objetivo. Siguiendo con su hipótesis, el analista de La Humanidad postulaba que el programa del capitalismo era el de perseguir a la pequeña industria y absorber al pequeño capital industrial, para lo cual la estrategia de la huelga podría resultar útil.69 La lectura del movimiento de los tipógrafos dada por Relator difería de la presentada por los socialistas. Retomando una nota del gremio de tipógrafos que apareció en el Correo del Cauca, en la cual hacían saber al público que "el señor Ignacio Torres Giraldo no tiene intervención alguna en sus labores", el analista de Relator declaraba como autónomo el movimiento, cuyas pretensiones coincidían con el momento histórico; se trataba de unos trabajadores que actuaban orientados por nuevos preceptos y derroteros, con el fin último del mejoramiento colectivo.70

Al parecer, en opinión de algunos sectores conservadores -a pesar de la aclaración de los tipógrafos y del mismo Torres Giraldo-, se continuaba adjudicando la orientación ideológica del movimiento a este último. Tales eran las noticias sobre la huelga enviadas a las publicaciones capitalinas por el corresponsal de un periódico conservador

la huelga ha sido organizada y llevada a cabo por el temible agitador Torres Giraldo, quien se halla empeñado en organizar todos los gremios obreros y dejar sin respaldo alguno a la sociedad. Desgraciadamente, las autoridades nada pueden hacer, pues carecen de disposiciones legales para ello. Sobre este particular se considera urgente que el Congreso legisle a fin de [ilegible] estos movimientos cuya gravedad a nadie se oculta.71

De manera que para los socialistas y para los sectores conservadores los tipógrafos habían sido instrumentalizados, en una lectura que negaba la autonomía del movimiento y la validez de sus peticiones. No obstante, el desarrollo de la huelga desvirtuó los argumentos de ambas colectividades. A pesar del relativo fracaso de la movilización, nuevas formas de acción y participación del gremio se inauguraron en el periodo. Así, junto a prácticas propias del artesanado, como las sociedades de socorros, los trabajadores tipográficos ensayaron mecanismos como la huelga para lograr reivindicaciones y el mejoramiento de sus condiciones de vida.

Consideraciones finales

Los servicios prestados por las imprentas ganaban protagonismo dentro del conjunto de actividades económicas caleñas en las primeras décadas del siglo XX, impulsadas por las demandas de una naciente industria manufacturera y por las dinámicas comerciales, a la vez que como producto de los requerimientos que del medio impreso hicieron las distintas voces de los nuevos actores sociales que saltaron a la palestra. El crecimiento de algunos establecimientos tipográficos - que fueron trasformando su fisonomía y adquirieron dinámicas propias de un sistema capitalista de producción- impactó el mundo del trabajo y modificó las relaciones laborales dentro de los talleres. Simultáneamente, el gremio de los trabajadores tipográficos empezó a reconocerse y a ser reconocido, además de como actor económico, como agente social y político, autorreconocimiento inscrito en algunas acciones colectivas emprendidas en busca del mejoramiento de sus condiciones de trabajo.

La reconstrucción de las múltiples experiencias de los agentes que participaron en los procesos de elaboración de materiales impresos, desde una perspectiva sociocultural, de la que el presente trabajo es solo una aproximación, requiere continuarse con diversos enfoques y nuevos interrogantes. Asimismo, asuntos como el género o los procesos organizativos de los trabajadores tipográficos deberán ser tratados más en profundidad. Finalmente, el acercamiento al multifacético mundo de los trabajadores de imprenta deberá estar encaminado a emprender un diálogo con otros desarrollos, tanto nacionales como del ámbito latinoamericano, que lleven a compartir y comparar experiencias con las que enriquecer la comprensión histórica de los fenómenos impresores de estas sociedades.

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1Autorreferenciada como un campo multidisciplinario, la reciente producción bibliográfica atestigua un interés por el estudio de temas sobre la historia del libro y la edición. Algunos ejemplos de la producción nacional reciente sobre el tema los encontramos en los trabajos compilados en Diana Guzmán et al., Lectores, editores y cultura impresa en Colombia: siglos XVI-XXI (Bogotá: Universidad Jorge Tadeo Lozano, 2018); Alfonso Rubio Hernández y Juan David Murillo, Historia de la edición en Colombia 1738-1851 (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 2017).

2Sobre el mundo del trabajo y los trabajadores de imprenta y desde los planteamientos de la antropología y de la historia social encontramos el aporte de Daniel Velandia Díaz, Imprentas en la era neoliberal: biografía colectiva del trabajo en las artes gráficas en Bogotá (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019). No obstante, para el periodo abordado en la presente investigación el tema resulta inexplorado en el país.

3Sobre el capitalismo del campo editorial ver Jean-Yves Mollier, L'Argent et les lettres Histoire du capitalisme d'édition (1880-1920) (París: Fayard, 1988); Juan David Murillo, "Conexiones libreras: modernización y cultura impresa entre Argentina, Chile y Colombia, 1880-1920" (tesis de doctorado, Universidad Católica de Chile, 2019). En un plano de análisis más amplio, autores como Jürgen Kocka y Marcel van der Linden, entre otros reconocidos investigadores, han abierto el debate sobre la pertinencia de retomar el concepto "capitalismo" dentro de disciplinas como la historia social y la historia económica. Ver Capitalism. The Reemergence of a Historical Concept (Londres: Bloomsbury Publishing, 2016).

4Gustavo Arboleda, La imprenta del Valle y los escritores vallecaucanos (Cali: Boletín Histórico del Valle, 1933), 328.

5Entre 1910 y 1918 se fundaron diez nuevos talleres de imprenta en Cali.

6La Tipografía Moderna instaló en 1916 un completo taller de fotograbado, con máquinas importadas de los Estados Unidos y la contratación de un experto fotograbador llegado de Bogotá. Correo del Cauca (Cali), 29 de abril de 1916.

7El empastelamiento era un accidente común en la labor tipográfica que consistía en el derrumbe de la composición.

8Gustavo Arboleda, refiriéndose a un escritor vallecaucano del siglo xix, menciona que "su letra, endemoniada, hacía rabiar a cajistas y correctores, que a cada original suyo entraban en la tarea de descifrar el artículo como si se tratase de vetustos códices". Arboleda, La imprenta, 328.

9Correo del Cauca (Cali), 21 de enero de 1925.

10El pago a los cajistas se hacía contando el número de galeradas, la clase de tipo y la medida, trabajo por el que emitía un vale correspondiente. Registro Municipal (Bogotá), 6 de septiembre 1919.

11En Cali se estableció una Escuela de Artes y Oficios en 1905; sin embargo, solo hasta 1930 esta inició la enseñanza de la tipografía, a diferencia de otras ciudades, como Bogotá e Ibagué, que sí impartían la materia. Rufino Gutierrez, Monografias a (Bogotá: Imprenta Nacional, 1921), 209. Sobre los oficios tipograficos y su aprendizaje, ver Velandia Díaz, Imprentas en la era, 115-137.

12Correo del Cauca (Cali), 21 de enero de 1925.

13El tránsito de taller manufacturero a la gran industria gráfica es tratado en Diego Ceruso, "Los trabajadores gráficos entre 1916 y 1943: estructura sindical, influencia de la izquierda y organización en el lugar de trabajo", Avances del Cesor 13, n. 14 (2016): 43-61, https://doi.org/10.35305/ac.v13i14.590.

14La Tipografía Moderna de la familia Palau, durante los dos primeros decenios del siglo, introdujo algunos avances tecnológicos en sus talleres; no obstante, la empresa se fue rezagando en la adquisición de maquinaria, lo que repercutió en el cierre de la empresa en los años siguientes.

15Sobre las trasformaciones del cambio tecnológico y sus implicaciones en variables como el género, ver Jesse Adams Stein, "Masculinity and Material Culture in Technological Transitions: From Letterpress to Offset Lithography, 1960s-1980s", Technology and Culture 57, n. 1 (2016): 24-53, http://hdl.handle.net/10453/43193; para América Latina y sobre el trabajo femenino en las artes gráficas, destacan las investigaciones de Pablo Ghigliani, "Organización de la industria gráfica y conflictividad laboral (1940-1960)" (XIV Jornadas Interescuelas-Departamentos de Historia, Mendoza, Argentina 2013). Deben destacarse los aportes de Mariana Garone, "Impresoras hispanoamericanas. Un estado de la cuestión", Contraportada Dossier 06 (2021): 62-81.

16Sobre el caso de mujeres vinculadas a las imprentas en Colombia, ver Adriana Bastidas, Jorge Vega y Hugo Plazas, Aproximaciones a una valoración estético-tipográfica de la imprenta de Pasto 1837-1940 (Pasto: Universidad de Nariño, 2011).

17Correo del Cauca (Cali), 15 de octubre de 1912.

18Para estas tareas existía maquinaria más eficiente; no obstante, a las empresas les resultaba más rentable contratar mujeres que invertir en nueva tecnología.

19"Boletín de Estadística de Cali", 1925.

20La compra se hizo a la casa Krause de Leipzig y constaba de varias prensas, máquinas trasportadoras y un importante surtido de piedras litográficas.

21Relator (Cali), 30 de junio de 1923.

22Ana María Serna, "La National Paper and Type Co. y el negocio del panamericanismo (1900-1930)", Estudos Ibero-Americanos 46, n° 3, (2020): 1-17. http://dx.doi.org/10.15 4 48/1980-864X.20 20.3.36434.

23Relator (Cali), 16 de junio de 1920.

24La primera revolución fue la introducción de la litografía, que data de mediados del siglo XIX. En el país solo hasta los años veinte se fue generalizando su uso. Gonzalo Canal Ramírez y José Chalarcá, Artes gráficas (Bogotá: Canal Ramírez-Antares, 1973), 59.

25Relator (Cali), 6 de julio de 1920.

26Abrahán Gardeazábal, Memorias de un tipógrafo (Bogotá: Centro Don Bosco, [1934] 2015), 8; Pavlo Zerre, "El tipógrafo más antiguo de Bogotá, Cromos No. 1208, febrero 3 de 1940", en La pasión de contar: el periodismo narrativo en Colombia, 1638-2000, editado por Juan José Hoyos (Bogotá: Hombre Nuevo / Universidad de Antioquia, 2009), 591-597.

27Relator (Cali), 16 de junio de 1920.

28Alberto Mayor Mora, Las escuelas de artes y oficios (1860-1960) (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2014), 231-232.

29En 1925 la asociación de linotipistas anunció la fundación de una escuela y compra de una máquina especial para la enseñanza. Relator (Cali), 20 de noviembre de 1925.

30Correo del Cauca (Cali), 29 de junio de 1904.

31Correo del Cauca (Cali), 29 de junio de 1904.

32Sobre el examen de la materialidad de las obras impresas, ver Rubio Hernández y Murillo Sandoval, Historia de la edición, 76.

33La idea Liberal (Cali), 21 de septiembre de 1911.

34Lecturas del Hogar (Cali), 27 de febrero de 1913.

35El Tábano (Cali), 23 de febrero de 1913.

36Correo del Cauca (Cali), 25 de febrero de 1921.

37Correo del Cauca (Cali), 21 de enero de 1925.

38A finales del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria, la jornada laboral era de 12 horas, de 6 a.m. a 6 p.m., según el reglamento de la imprenta Oficial del Cauca. "Sin nombre", 1892, Archivo Central del Cauca (ACC), Popayán, Índice Manuscritos, Archivo Inactivo, paquete 203, legajo 75.

39Antes de la implementación del alumbrado eléctrico dentro de los establecimientos de imprenta, el trabajo durante el día garantizaba el aprovechamiento de la luz natural; si la jornada se alargaba hasta llegar a horas de la noche, lo que ocurría con frecuencia, el taller debía alumbrarse con bujías, lámparas de alcohol y velas. La planta proveedora de electricidad empezó a funcionar en 1910; no obstante, el bajo voltaje y los frecuentes cortes no permitían la continua utilización de la electricidad.

40Relator (Cali), 19 de agosto de 1919.

41Relator (Cali), 19 de agosto de 1919.

42La Democracia (Cali), 26 de julio de 1919.

43Correo del Cauca (Cali), 21 de enero de 1925.

44Algunos trabajadores, como Félix M. López, ofrecían sus servicios para "trabajar de noche y en días feriados; de perito para valorar trabajos, materiales etc. del ramo". Correo del Cauca (Cali), 15 de abril de 1916.

45Relator (Cali), 25 de febrero de 1921.

46Ver, Gabriel Cano, Autobiobrafía de un periódico (Bogotá: El Espectador, 1987).

47"Crónica de Joaquín Quijano Mantilla", Relator (Cali), 27 de noviembre de 1925.

48Luis Cuervo Márquez, "Memoria que el Ministro de Gobierno presenta al Congreso en 1921" (Bogotá: Imprenta Nacional, 1921).

49El ruido de la imprenta tuvo que ser muy fuerte, pues en enero de 1924 se produjo un fallo contra la nación, en la reclamación entablada por los vecinos de la Imprenta Nacional por la trepidación de la rotativa. La nación fue condenada a pagar veinte mil pesos y los recursos fueron destinados a los lazaretos. Correo del Cauca (Cali), 21 de enero de 1924.

50Damián Bil, "Proceso de trabajo y luchas obreras en los años 30: los trabajadores gráficos", Izquierdas 30 (2016): 65-88; Velandia Díaz, Imprentas en la era.

51Carlos Piedrahíta, "La 'Imprenta Patriótica' del Instituto Caro y Cuervo. Museo 'vivo' y Patrimonio Histórico y Cultural de la Nación", Universitas humanistica 60, n. 60 (2005): 68-83.

52"Sin nombre", Acc, paquete 203, legajo 75.

53Correo del Valle (Cali), 22 de septiembre de 1904.

54Manuel María Buenaventura, Del Cali que se fue (Cali: Imprenta Departamental, 1957), 51.

55Algunas muertes, suicidios, peleas y otros incidentes que tienen como protagonistas a los tipógrafos fueron registrados en la prensa local.

56"Sin nombre", Acc, paquete 203, legajo 75.

57A nivel nacional, los tipógrafos contaban con algunas agrupaciones, como la Sociedad de Tipógrafos de Bogotá, que en 1906 se registró como el primer sindicato oficialmente reconocido. En Cartagena, en 1919, también se conformó la Unión Tipográfica, que tenía como finalidad la defensa del gremio. Ver Sergio Solano de las Aguas, "Imprentas, tipógrafos y estilos de vida en el caribe colombiano, 1850-1930", Palobra, n. 9 (2008): 125-144. En el plano latinoamericano, hubo organizaciones gremiales de mayor antigüedad conformadas por los trabajadores gráficos. Ver Ceruso, "Los trabajadores gráficos".

58Correo del Cauca (Cali), 25 de octubre de 1919.

59Correo del Cauca (Cali), 6 de septiembre de 1924.

60En estos años, en el resto del país, el fenómeno huelguístico se presentaba de manera generalizada; desde 1921 ya se reportaba un paro en la imprenta Nacional de Bogotá, motivado por el atraso en el pago de los sueldos. Correo del Cauca (Cali), 26 de septiembre de 1921. En Bogotá, en marzo de 1926, había tenido lugar una huelga de linotipistas. Este tipo de acciones hacía parte de la agitación social propia de estos años, que se presentó en forma de huelgas y otras acciones reivindicativas de los trabajadores. Luz Ángela Núñez Espinel, El obrero ilustrado. Prensa obrera y popular en Colombia, 1909-1929 (Bogotá: Universidad de los Andes-CESO, 2006), 14.

61La Humanidad (Cali), 21 de septiembre de 1926.

62La Humanidad (Cali), 21 de septiembre de 1926.

63La Humanidad (Cali), 25 de septiembre de 1926.

64La Humanidad (Cali), 25 de septiembre de 1926.

65Relator (Cali), 20 de septiembre de 1926.

66Relator (Cali), 27 de septiembre de 1926.

67Relator (Cali), 27 de septiembre de 1926.

68Relator (Cali), 28 de septiembre de 1926.

69La Humanidad (Cali), 25 de septiembre de 1926.

70Relator (Cali), 21 de septiembre de 1926.

71Relator (Cali), 11 de octubre de 1926.

Cómo citar este artículo Maira Adriana Beltrán Medina, "Dinámicas y experiencias de los trabajadores tipográficos en el establecimiento del capitalismo de imprenta en Cali (1903-1930)", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 50, n.° 2 (2023): 139-172.

Recibido: 14 de Julio de 2022; Aprobado: 15 de Noviembre de 2022

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