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Lecturas de Economía

Print version ISSN 0120-2596

Lect. Econ.  no.65 Medellín July/Dec. 2006

 

Del sentimiento de la prudencia o la mano invisible de la moral

On The Feeling of Prudence or the Invisible Hand of Morals

Du sentiment de la prudence ou la main invisible de la morale

Ángel Emilio Muñoz

Ángel Emilio Muñoz Cardona: Jefe del área económica, Corporación Universitaria Adventista, correo electrónico: angelemil@gmail.com, dirección postal: carrera 84 No. 33Aa - 01, Medellín, Colombia.

Introducción I. La acción moral de la prudencia. II.El hombre moral de Smith. III. El hombre, un espejo para el hombre. IV. Del verdadero origen de la felicidad. En conclusión. Bibliografía

Primera versión recibida en octubre de 2005; versión final aceptada en octubre de 2006

Resumen: La filosofía moral smithiana se fundamenta en un principio axiomático: la pertenencia necesaria del individuo a la sociedad y la acción moral como determinante del bienestar individual. La condición social inherente al sujeto por su imposibilidad de supervivencia autonónoma psicológica y ontológica, además, la identificación moral con la propia felicidad y la de otros lograda por medios directos o involuntarios, la empatía con el éxito o el dolor de otros. Es la acción prudencial la que explica el carácter civil de la autodeterminación y del autocontrol de las resoluciones; para Smith, los seres humanos no son únicamente autointeresados porque ellos tienen conciencia moral y existencia socializada.
Palabras Clave: compatibilidad de sentimientos, simpatía, juego cooperativo, felicidad, prudencia, egoísmo. Clasificación JEL: B12, B10.

Abstract: Smithian moral philosophy is based on an axiomatic principle: the individual' s necessary belonging to society and moral action as a determinant of individual wellbeing. The inherent social condition of the individual due to the impossibility of autonomous psychological and ontological survival, and the moral identification with one' s own happiness and that of others, achieved through direct or involuntary means, the empathy with the success or the pain of others. It is the prudent action that explains the civilian character of self-determination and self-control of decisions. For Smith, human beings are not only self-interested because they have a moral conscience and a socialized existence.
Keywords: Congeniality, Sympathy, Cooperative Game, Happiness, Hate, Moral Philosophy, Prudence, Selfishness.

Résumé: La philosophie morale smithienne est fondée sur un principe axiomatique: l' appartenance nécessaire de l' individu à la société et l' action morale comme facteur déterminant du bien-être individuel. Dans ce contexte, la condition sociale de l' individu est donnée par l' impossibilité de celui-ci à survivre de manière autonome du point de vue psychologique et ontologique. En outre, l' identification morale de l' individu avec son propre bonheur et celui des autres est obtenue à travers des moyens directs ou involontaires, alors que l' empathie est obtenue à travers le succès ou la douleur de autres. C' est l' action prudente qui explique le caractère civil de l' autodétermination et de l' autocontrôle des solutions. Pour Smith, les êtres humains ne poursuivre que leur intérêt personnel car ils ont une conscience morale et une existence socialisée.
Mots clés: Accord de sentiments, sympathie, jeu coopératif, bonheur, haine, philosophie morale, prudence, égoïsme.

"Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí" 

Inmanuel Kant

Introducción

Al obrar con prudencia una persona muestra ante sí y ante los demás su carácter civil, por lo que con madurez asume la autodeterminación y el autocontrol de sus actos tan necesario para el bienestar de todos, lo que le permite disfrutar de ese sentimiento de aprobación social, de respeto, de admiración, que es preferible a ser ignorado u odiado. Para Adam Smith los seres humanos no sólo actúan por interés, también actúan por la conciencia de sentirse bien consigo mismo, lo cual resulta ser, finalmente, el criterio de libertad negativa para la acción más importante, ya que no exige otra recompensa que el estar en paz o a gusto consigo mismo, sentimiento que también nace de la simpatía, es decir, de la naturaleza social del hombre.

I. La acción moral de la prudencia

La idea que subyace en el presente artículo es la de contravenir una crítica que en la película "A Beautiful Mind"  (Howard, 2001, título en español: "Una mente brillante") donde se cuenta la vida del nobel en economía John Nash (1994) -se hace a la teoría de la Mano Invisible de Adam Smith. La escena cinematográfica en la que Nash funda su crítica ocurre cuando la mujer más hermosa de la universidad visita una discoteca acompañada de cuatro amigas; un grupo de jóvenes varones de la misma academia que se encontraban en aquel sitio público competirían de forma natural por conseguir pareja, pero a su vez el sentido de competencia les empuja a cada uno de ellos a preferir para sí la más hermosa. Por teoría de juegos la solución al problema, que aparentemente se ve tan sencilla, es que los competidores, sin haber hecho antes un acuerdo previo, optan por cortejar no a la más bonita sino a sus compañeras, ignorando a propósito la más bella.

La explicación que Nash da a la decisión final de los competidores es que si todos se lanzan al mismo tiempo en procura de conquistar la más hermosa terminarían peleándose mutuamente y ninguno sería dueño de nada. Por lo que la solución estratégica al juego no cooperativo - sin acuerdos previos - era ignorarla, para que fuese ella quien eligiera y no ellos. A lo que concluye Nash: El teorema de la "Mano invisible"  postula que la suma de los comportamientos egoístas de las personas redunda en un beneficio y bienestar general. Pero para que esto sea cierto se requiere un mínimo de cooperación entre los agentes económicos. En otras palabras, John Nash, según la película, señala que:

"El bienestar común no depende exclusivamente de la búsqueda por el bienestar individual como dice Adam Smith en su teoría de la Mano Invisible, sino de la búsqueda simultánea por el bienestar individual y colectivo." 

Esta solución de Nash, si bien es correcta, desconoce el problema ético que subyace en la renuncia de la satisfacción individual para cada uno de los jugadores, y ello es normal, dado que Nash parece desconocer el planteamiento smithiano de la moral.

Si Nash, antes de su crítica a la Mano Invisible de Adam Smith, hubiese tenido en cuenta las dos obras principales del escocés; la "Riqueza de las naciones"  y la "Teoría de los sentimientos morales" , se habría percatado de que en ningún momento rebate la teoría de Adam Smith, sino que la confirma, es más, ni siquiera se puede afirmar que la complementa. Miremos por qué.

Siguiendo el razonamiento smithiano en la Teoría de los sentimientos morales, las otras razones que sirven para explicar la estrategia de solución seguida por los jóvenes al juego competitivo serían: primero, el temor que sentiría cualquiera de ellos al ser despreciado por la hermosa estudiante y, por tanto, la vergüenza al ser objeto de burla, lo cual modera o limita la acción por el sentimiento de pena. Segundo, si no se moderan las pasiones y todos se disponen a cortejarla, entonces se alimentaría en ella el sentimiento de vanidad al sentirse el centro de atracción, es decir, la más hermosa, lo que termina por hacerla exigente e inalcanzable, en otras palabras, la lleva a actuar con prepotencia. Tercero, por la educación o por la experiencia recibida. Cada uno de ellos se percata de que la joven es igualmente deseada para sí, por lo que moderados por la debida prudencia cada uno, sin saberlo, evita despertar en el otro sentimientos de envidia, herir susceptibilidades, provocar roces, desacuerdos o problemas, con lo que se mantiene la calma y se da mayor valor a la conservación de la amistad. Es pues la instrucción recibida, o la correcta prudencia, lo que les aconseja la quietud y la espera a mejores oportunidades.

Es así como la acción moral de la prudencia se convierte en la acción estratégica a seguir por los competidores, la cual es ignorar a la joven y esperar a que sea ella quien elija, lo que de antemano, por la existencia del juego limpio, da al elegido mayor felicidad y satisfacción, ya que podrá conservar la amistad al contar con la aprobación de todos y lucir la mujer más bella de la colegiatura, es decir, siguiendo el razonamiento smithiano, la búsqueda prudente del beneficio particular lleva al beneficio de la sociedad como un todo. De esta manera, Nash, desde la matemática de la teoría de los juegos, casi 200 años después, llega al mismo resultado que Smith desde la filosofía moral, diecisiete años antes de escribir la Riqueza de las naciones.

Más allá de la simple solución matemática está el concepto de la ética, en la que los jóvenes de forma particular y sin proponérselo - sin un acuerdo previo - moderan por experiencia su comportamiento bajo un claro sentido de la prudencia, lo que les permite una racionabilidad de sus voluntades. Ellos, por ejemplo, gracias a su experiencia en las relaciones interpersonales valoran sus actos no desde su propio egoísmo sino también desde la opinión de los otros, es decir, de los demás espectadores. Dan una mayor importancia a las relaciones sociales como la amistad que a las simples relaciones del oportunismo o a las del egoísmo no moderado (selfishness), como pelearse o luchar como nómadas bárbaros por lo que sus impulsos o apetitos a bien personal dicta.

Pero es menester dar mayor claridad al concepto moral del hombre smithiano, de tal manera que se comprenda el valor de la teoría económica de la mano invisible legada por Adam Smith desde sus fundamentos antropológicos en la filosofía moral que permean el accionar del homo oeconomicus.

II. El hombre moral de Smith

La característica principal del hombre moral smithiano es que vive por naturaleza en sociedad. Sus actos no sólo van a depender de lo que le parece a él lo mejor, también dependen de la forma como las demás personas los ven e incluso, afirma Smith, "resulta a veces más ventajoso prestar una particular atención a la manera como las personas interpretan los resultados de dichos actos que la justificación que a ellos, a criterio personal, se les pueda dar."  (Smith, 1997b, parte VI, sección III). La razón de este proceder en el hombre es su naturaleza de ser social, la cual pretende simpatizar con el mayor número posible de personas. Para lograrlo él ajusta su accionar al común de la sociedad, lo que le permite ganar, por el acto de la prudencia, el reconocimiento y la aceptación social imprescindible al buen vivir en comunidad.

De esta manera, lo que por naturaleza es bueno o malo para un hombre ha de ser también para la sociedad, ya que la necesidad ineludible de establecer relaciones sociales permanentes y lo más estables posibles surge naturalmente, de la búsqueda de los hombres por la felicidad o del logro de un mejor vivir; aunque a veces, por error en nuestros juicios de racionabilidad, afirma Smith, "el hombre confunde los medios con los fines y cree que el procurarse para sí el poder y la riqueza le hacen ser verdaderamente feliz, razón por la que empeña parte de su vida en la laboriosidad de satisfacer tales deseos."  (Smith, 1997b, parte II, sección II). Pero la experiencia, su sentir natural simpatético, el vivir en comunidad le hará entender su error y lo llevará a actuar conforme dicta el verdadero sentido de la utilidad social:

" Lo que le impulsa primero a cultivar la tierra, a construir casas, a fundar ciudades y comunidades, a inventar y a mejorar todas las ciencias y artes que ennoblecen y embellecen la vida humana; cambiando por completo la faz de la tierra, él ha transformado las rudas selvas de la naturaleza en llanuras agradables y fértiles y ha hecho del océano intransitado y estéril un nuevo fondo para la subsistencia y una gran carrera que comunica las diversas naciones del globo."  (Smith, 1997b, parte II, sección II).

Es así como, para Smith, la inmensidad de los deseos del hombre se convierte en el motor interno que desarrolla y ennoblece la vida. Cuando apenas se logra satisfacer un deseo se empiezan a dar otros pasos para satisfacer una cantidad aun mayor, por lo que resulta que la búsqueda individual por mejorar las condiciones de vida se traduce en beneficios para toda la sociedad.

El caficultor que, por ejemplo, en su afán de aumentar sus riquezas ordena y dispone las tierras para la producción de café cosecha para sí toneladas de dicho bien que él solo no es capaz de consumir, por lo que se ve obligado a distribuir los excedentes de su cosecha entre aquellos que con esmero preparan el alimento que se consume, entre los que labraron la tierra e hicieron posible la cosecha del grano, entre quienes industrializan y comercializan el café, entre quienes cuidan de su casa y animales, entre quienes le complacen otra variedad de deseos y comodidades. De esta manera, por rico o pobre que sea el hombre, su naturaleza le lleva a desear bienes y comodidades que le procuran bienestar; necesidades o deseos que para ser satisfechos demandan del saber de otros seres, en otros términos, de una división natural del trabajo.

Esa imposibilidad natural del hombre de satisfacer todas sus necesidades por sí sólo es la que lo empuja por naturaleza a ser social y, por tanto, a moderar su comportamiento egoísta (self love). De tal manera que si él desea mayor felicidad o tener una vida más prospera, cómoda y agradable debe contar con la asistencia de otros seres y alcanzar para sí como para el conjunto social el bienestar deseado.

La unión de conocimientos y el intercambio de saberes entre los hombres es lo que permite el desarrollo de las sociedades, la paz y la felicidad pública. Por lo que la felicidad no es sólo medible u alcanzable en el volumen o cantidad de riquezas materiales que posee o puede disfrutar un ser humano, sino también del grado de aceptación social que le permite realizarse y vivir como persona; inclusive esto último es lo que tiene mayor valor o estima para el hombre smithiano.

De allí que por cuestiones de hecho el hombre modera sus actos de relación social al punto del agrado y de la aceptación grupal o comunal, así no existan acuerdos previos; en otras palabras, cualquiera sea la empresa que un hombre emprenda, su éxito o fracaso dependerá, en gran medida, de la ayuda o de la asistencia que los demás puedan brindarle. El obrar correcto, el actuar con prudencia es lo que le permite el logro para sí de relaciones simpatéticas con los demás seres de su naturaleza.

En otros términos, independientemente del egoísmo existente entre los hombres el carácter de su naturaleza simpatética les lleva a moderar sus comportamientos individuales hasta el punto de hacerlos más sociables, lo que les permite a todos disfrutar de la variedad de lo producido, de los avances tecnológicos, de los desarrollos de la ciencia y de las artes en general, con lo que se logra, como guiados por una mano invisible, mejorar las condiciones de vida y de bienestar social.

De esta manera, Smith no aprueba el egoísmo puro como única categoría capaz de explicar el móvil del accionar del hombre, ya que también sus actos son movidos por el sentimiento de simpatía, "pues no puede un corazón puramente egoísta vislumbrar las cimas de la amistad y de la generosidad." (Smith, 1978, libro I, Cáp. IV-V). De esta manera, al ser el hombre smithiano un ser que basa su accionar en su capacidad simpatética significa que él logra mayor bienestar en el desarrollo de una vida conjunta y compartida con los demás seres sintientes, significa que su accionar es fruto de la experiencia, esto es, de sus relaciones sociales, las cuales le enseñan los límites del egoísmo y la virtud de la prudencia.

III. El hombre, un espejo para el hombre

En el libro "Los ensayos filosóficos"  Smith afirma que la fuente principal del conocimiento es la experiencia. "La ciencia no es más que un conjunto cambiante de hipótesis, producto de la imaginación, cuya relación con los fenómenos que pretende explicar no podemos nunca conocer."  (Smith, 1998, p. 125-137).

En otras palabras, para Smith, la fuente del conocimiento es la experiencia y no la razón. Es por medio del recuerdo o de la experiencia propia y compartida que el hombre racionabiliza lo que es mejor para sí, es decir, lo que le potencializa en su felicidad, o le es placentero; evita hacer lo que le causa displacer, sufrimiento o dolor. Es mediante la asociación de ideas, de imágenes, de la sensibilidad de hechos pasados que el ser humano conoce, aprende lo que le sirve para mejorar su existir.

La naturaleza moral del hombre sumada a su experiencia es lo que le permite racionabilizar los actos, moderar las pasiones y frenar los impulsos. El buen uso de lo aprendido le permite ir en busca de una vida mejor, disfrutar del sentimiento de felicidad, es decir, de la seguridad y de la tranquilidad que brinda el llevar una vida en caminada al progreso social.

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"... al parecer la naturaleza ha ajustado tan felizmente nuestros sentimientos de aprobación y reprobación a la conveniencia tanto del individuo como de la sociedad, que, previo el más riguroso examen, se descubrirá, creo yo, que se trata de una regla universal."  (Smith, 1997b).

En otras palabras, el sentimiento de placer o de displacer que acompaña a un hombre sobre lo que para él es bueno o malo es el mismo que debe acompañar a todos los demás hombres; por lo tanto, al estar todos y cada uno en procura de su felicidad, aceptarán como buenos aquellos actos particulares que benefician al conjunto, los que, por sentimientos de simpatía, apoyarán como si fueran propios. De esta manera, el individuo que orientado por su egoísmo actúa, estará, sin saberlo, actuando involuntariamente en pos de cierto orden de bienestar para todos, ya que por su condición de ser social el logro de sus esfuerzos sólo será posible si cuenta con la asistencia de los demás, en otros términos, la búsqueda personal de la felicidad conlleva a la existencia de una vida armónica, segura y tranquila para el disfrute de todos.

De esta manera, una persona considerará correcta la acción de otra persona si al ponerse en el lugar de ésta, mediante su imaginación, simpatiza con los motivos pasionales de dicha acción. En este punto el hombre smithiano parece dividirse en dos: uno que juzga la acción del otro a partir de su propia experiencia, en otras palabras, a partir de su sentir racional, poniéndose en el lugar de él, lo acompaña. El segundo, es aquel que es capaz de trascender su individualidad ética, sabe escuchar otras razones, confronta su sentir con el sentir de otros para finalmente juzgar de acuerdo al consenso de lo que ha de ser mejor para todos. Proceder que ayuda a la unificación de los intereses particulares y, por tanto, a la vida en sociedad.

El actuar con prudencia en la búsqueda individual de nuestros propios intereses lleva obligatoriamente a la discusión de las ideas, juicios y percepciones que se tienen, es decir, a buscar el consenso, pues la felicidad de todos es tarea de todos, no de individualidades, ya que mí razón puede ser incapaz de conocer en qué consiste dicha felicidad pública y menos aún de saber cuáles son los medios más adecuados para alcanzarla, por lo que la sociedad, como un todo, demanda de estancias para el diálogo y el consenso, demanda de instituciones capaces de mantener, fomentar lo que es realmente bueno para todos y velar por que lo acordado se cumpla.

Al tener como base moral el hombre smithiano la categoría innata de ser social y, por tanto, de ser perfectible, su accionar obedecerá, en buena medida, al espejo que los hombres y las instituciones sociales le proyecten, le forma o le inculquen; de tal manera que si a un hombre se le enseña el buen trato, el respeto, la solidaridad, el amor, a usar mejor su sentir natural, muy seguramente él será mejor ser humano y procurará por un mayor bienestar social.

Para el escocés, a diferencia de Rousseau y de Thomas Hobbes, no es la existencia de una forma de gobierno determinada la causa exclusiva de la cual depende la felicidad humana y menos aún de la visión subjetiva de un gobernante; sino de la naturaleza misma del hombre, de su capacidad simpatética, por la cual procura para sí y para el conjunto lo que es bueno y, por tanto, crea y apoya las instituciones que le garanticen dicho bienestar social. Es deseo universal de los hombres llevar una vida agradable y placentera, por lo que ellos basados en la experiencia acuerdan la creación de normas e instituciones que permitan y fomenten prácticas de felicidad general.

De los centros de educación, por ejemplo, se espera que el hombre aprenda a vivir en sociedad, aprenda las artes, las ciencias necesarias que fomenten el progreso de la comunidad; al hacerlo las instituciones de formación se granjean el aprecio y el respeto. Igual beneplácito y acato se espera de las personas a las instituciones jurídicas y políticas al ver su utilidad; a lo que no se puede dejar de añadir, afirma Smith:

"...que la capacidad de un pueblo para ejercitar derechos políticos con provecho para sí presupone una difusión del conocimiento y una buena moralidad, que sólo pueden resultar de la acción previa de leyes favorables al trabajo, al orden y a la libertad."  (Smith, 1998, p.270-271).

Leyes que no dependen de la voluntad de un gobernante o de un gobierno sino del libre juego de la naturaleza social del hombre, es decir, leyes que por surgir de la experiencia han enseñado a la sociedad cuáles son los caminos y las normas que deben ser promulgadas en aras de conservar la paz, la justicia y la armonía dentro de la comunidad, en otras palabras, donde se respete la libertad de opinión, conviva la tolerancia, el buen vivir y, por ende, la felicidad social.

" El mismo principio, el mismo amor por lo sistemático, el mismo aprecio por la belleza del orden, el arte y el ingenio, frecuentemente llevan a recomendar las instituciones que tienden a promover el bienestar general...De esta manera, los logros institucionales en el buen desarrollo del comercio y la industria son objetivos nobles y magníficos. Contemplarlos nos complace y nos interesa todo lo que pueda tender a fomentarlos."  (Smith, 1997b, p.334).

De allí que sea motivo de orgullo para un ciudadano vivir en un país próspero, con altos índices de calidad de vida y sea razón de vergüenza vivir en un país de extrema pobreza, que posee la más alta población de malandrines o delincuentes. Para evitar lo anterior el buen ciudadano, desde su misma naturaleza innata de ser sintiente o simpatética, busca mejorar su condición, con lo que logra, guiado como por una mano invisible, la felicidad de todos los demás hombres; por lo que acepta el condicionamiento de su interés personal en aras de la equidad, la igualdad, el orden, la seguridad, la paz y la prosperidad social. Propone, contribuye y acepta la promulgación de normas que promuevan la felicidad general el mejoramiento de la calidad de vida para sí y para el conjunto.

Tal es, según Smith, uno de los deberes redistributivos más importantes del Estado para la existencia de la justicia y, por ende, de la sociedad: garantizar la educación a las personas de bajos recursos. Afirma el escocés, si la sociedad por sí misma no es capaz de prestar atención educativa a las clases sociales más bajas, entonces es necesario la intervención del gobierno, para prestar el servicio de educación a estas clases pobres, evitando de esta manera una entera corrupción o degeneración en las costumbres y en el conocimiento de la gran masa del pueblo (Smith, 1997a, p.639-716).

Igualmente deberá el Estado velar por la formación civil de aquellas personas que por la rutina de su trabajo manual poco calificado no se preocupan por estar bien informadas o por tener un nivel más alto de educación, con lo que se evita el decaimiento intelectual de esta parte de la comunidad y la sociedad como un todo logra para sí el status de pueblo civilizado capaz de mantener la seguridad, la libertad, el respeto entre sus ciudadanos, lo que le granjea al gobierno el juicio favorable de la opinión pública, y, mejor aún, cuando posee una población de ciudadanos que no se aventura caprichosa o impremeditadamente a juzgar la conducta del gobierno, no coloca en vilo, innecesariamente, la estabilidad del Estado, con lo que se logra la paz y la convivencia (Smith, 1997a, p.688).

De esta manera, el Estado como institución cumple su rol social: garantizar el orden, la seguridad, la igualdad de oportunidades y de justicia, de realizar la distribución más equitativa posible de los beneficios derivados de la unión política entre todos los diferentes miembros de la comunidad, lo que hace de dicha institución algo noble, ya que actúa con equidad y oportunidad, a través de la promulgación de leyes que interesan a todos los miembros de la comunidad. Por lo que guiados como por una mano invisible los hombres unen la búsqueda del interés particular con el interés general, es decir, los medios con los fines, en otras palabras, la laboriosidad individual del hombre que busca su propio beneficio con su aprecio natural por el orden, la armonía de lo sistemático y el fiel cumplimiento de las instituciones que tienden a promover el bienestar general, lo que hace de dicho orden civil algo magnífico y bueno.

De igual manera, la sociedad como un todo se convierte en un modelo para sí, es decir, el hombre es un espejo para el hombre, él va de su sentir particular al sentir general, evitando realizar actos que sean motivo de conflicto, de discordia o de rencillas; en otras palabras, que no promuevan el bien o la felicidad del conjunto; él procura el autocontrol o la moderación de sus actos hasta el punto de la armonía social. El hombre smithiano actuando con absoluta libertad busca por naturaleza realizar aquellos actos que para sí son agradables y buenos en cuanto potencializan su felicidad, le evitan la zozobra, pleitos y discordias, con lo que se logra la tranquilidad, la seguridad y la paz.

A lo que es posible afirmar definitivamente que en la escena de la película "Una mente brillante"  , el grupo de jóvenes universitarios prudentes que se vieron fascinados por la belleza de la joven que entró al bar, comprendieron rápidamente que en cada uno de ellos se despertó la misma pasión de conquistar, de allí que para evitar desacuerdos y peleas prefirieron, como guiados por una mano invisible, ignorarla. La experiencia, la instrucción y el sentimiento de la simpatía les ha enseñado a moderar sus pasiones, por lo que, sin ponerse en común acuerdo, cada uno de ellos desiste de despertar en el otro los celos y el enojo al competir todos por el mismo objetivo, dejando a ella, como ser sintiente, la elección final. Con lo que se alcanzó el mejor bienestar posible para todos y se conservó la armonía social del grupo.

Acción moral que muestra un comportamiento civilizado, acorde a la instrucción recibida, pues no es lógico ni común ver u observar en universitarios comportamientos salvajes, ya que dichos procederes desmentirían el papel que ha jugado el sistema de educación en ellos y se pondría en evidencia o en tela de juicio la belleza y la utilidad de los esfuerzos sociales para mantener o apoyar dichas instituciones.

IV. Del verdadero origen de la felicidad

Finalmente, y para concretar la acción moral de la mano invisible en la teoría de Adam Smith, es menester no dejar pasar por alto que antes del escocés escribir la Riqueza de las naciones escribió la Teoría de los sentimientos morales; en otros términos, para entender la teoría económica de Smith, primero se deberá comprender la naturaleza social del hombre, de lo contrario el escocés seguirá siendo un autor muy nombrado pero igualmente desconocido.

Smith primero pensó al hombre en su esencia, en su naturaleza, en la forma como conoce, juzga y puede actuar, en otras palabras, lo teorizó, para después llevarlo a la práctica de las relaciones sociales, al ejercicio de la economía, a la moderación de su interés por el interés público, es decir, al logro de la Riqueza de las naciones, al orgullo de pertenecer a una nación próspera y pujante, la cual es fruto de sus acciones, de su moral civil o autónoma.

De allí que, más allá de satisfacer necesidades de supervivencia - alimento, vestuario, techo y sexo - el ser humano demanda el cubrimiento de necesidades ontológicas de pertenencia, de realización a sí mismo, de estatus y estima. Pero a veces, nos dice Smith, los hombres creen alcanzar la satisfacción de sus necesidades sólo en el placer y en el disfrute que pueden obtener del consumo de los bienes materiales, piensan que en el tener bienes materiales se encuentra su verdadera felicidad, por lo que se esfuerzan en conseguirlos, en ocasiones, sin importar el cómo. Para ellos el reconocimiento social, la fama, los honores, tienen mayor sentido si hay riqueza y si existe esta última, entonces hay felicidad; lo que los vuelve calculadores, fríos, ambiciosos y avaros, al punto de granjearsen para sí el desprecio de la sociedad (Smith, 1997b, p.27-29).

Es verdad que la utilidad de un bien es satisfacer necesidades, pero no es necesariamente cierto que la existencia o ausencia de más o menos bienes signifique más o menos felicidad. Por el contrario, el exceso o la simple consecución de algún bien por parte del individuo puede llegar a ser causa de infelicidad, por cuanto no le permite andar o relacionarse libremente por miedo a ser robado o por cuanto no logra satisfacer las verdaderas necesidades de aprecio y de amor que demanda, bienes que, por el contrario, dan a su poseedor mayor insatisfacción.

Lo que realmente llama la atención de los bienes es la comodidad que brindan a su dueño, no la felicidad; el sentimiento de felicidad no lo dan los bienes materiales o bienes intermedios con los cuales no podemos relacionarnos, es decir, intercambiar impresiones, sentir simpatía, bienes que no brindan el calor de otro ser. La verdadera felicidad está en la relación que un hombre puede establecer con otras personas. Los bienes materiales brindan comodidad, satisfacción pero no felicidad, así lo confirma Smith al escribir:

"... Pero en la postración de la enfermedad y en el hastío de la edad, desaparecen los placeres de los vanos y quiméricos sueños de grandeza. Para quien se encuentre en tal situación, esos placeres no tienen ya el suficiente atractivo para recomendar los fatigosos desvelos que con anterioridad lo ocuparon. En el fondo de su alma, maldice la ambición y en vano añora la despreocupación e indolencia de la juventud, placeres que insensatamente sacrificó por algo que, cuando lo posee, no le proporciona ninguna satisfacción verdadera. Tal es el lastimoso aspecto que ofrece la grandeza a todo aquel que, ya por tristeza, ya por enfermedad, se ve constreñido a observar atentamente su propia situación y a reflexionar sobre lo que en realidad le hace falta para ser feliz. Es entonces cuando el poder y la riqueza se ven tal como en verdad son: gigantescas y laboriosas máquinas destinadas a proporcionar unas cuantas insignificantes comodidades para el cuerpo, que consisten en resortes de lo más sutiles y delicados que deben tenerse en buen estado mediante una atención llena de ansiedades, y que a pesar de toda nuestra solicitud, pueden en todo momento estallar en mil pedazos y aplastar entre sus ruinas a su desdichado poseedor."  (Smith, 1997, p.330).

Es, por tanto, innato a la naturaleza del hombre para el logro de su felicidad el calor, la aprobación, el reconocimiento justo, el amor y el aprecio que los demás seres humanos le brindan, el llevar una vida laboriosa y cómoda, el procurar también, para los demás la felicidad y la prosperidad en la que sea posible la vida placentera. Bienes que podríamos llamar de finales por cuanto son el fin de la naturaleza social del individuo, es decir, de su capacidad simpatética, porque dichas relaciones no están reguladas por el dinero ni son parte de una formalidad laboral ni de la atención debida a un cliente, sino que, por el contrario, son reales y transparentes, lo que da a su poseedor mayor beneficio. Así, por ejemplo, las relaciones de familia reportan al individuo una alta utilidad, por cuanto le brindan seguridad, confianza, amor, amistad. Bienes que verdaderamente no caben en ninguna relación comercial y le ayudan a ser mejor persona; al niño, por ejemplo, lo preparan mejor para la vida.

Caso contrario ocurre con el egoísmo no moderado (selfishness) como único fin y última razón del accionar humano, el cual, si fuera posible suponerlo como una práctica natural en el ser humano, no permitiría la existencia del accionar moral del hombre, esto es, de las relaciones simpatéticas. Las relaciones sociales del egoísmo puro (selfishness) sólo tienen sentido si de ellas el hombre particular puede sacar partido o le son útiles, por lo que dichas relaciones basadas en el egocentrismo no son lo más ideal para una organización social, pues le faltarían los sentimientos del humanitarismo como la benevolencia, la piedad, la caridad, el altruismo, el amor y la amistad. En otras palabras, le faltaría lo que es inherente a todo ser humano, la capacidad de simpatía, sentir último que se convierte en el verdadero límite del egoísmo en sí.

De esta manera, el egoísmo no moderado (selfishness) no es inherente a la naturaleza social del hombre, por cuanto dicha forma de comportamiento tiene como fin principal la importancia exclusiva del sentir personal sin importar el de los demás. Accionar que, para Smith, ni siquiera es posible suponer en una sociedad de comerciantes, pues de ser ésta una práctica común, la desconfianza, el recelo, la rabia ante la injusticia y las experiencias pasadas no permitirían más el intercambio, por lo que dicha forma social desaparecería rápidamente, ya que no es posible que subsista tal organización entre quienes continuamente están prestos a engañar y a tumbar a otros (Smith, 1997, p. 180-186).

Por el contrario, se puede observar que en una sociedad de comerciantes existe un grado de confianza que facilita el intercambio y a mayor grado de confianza mayor será el desarrollo del mercado, de las artes y de las ciencias que harán de dicha forma de organización lo más loable.

Es, pues, el egoísmo moderado (self love) como búsqueda natural de todo hombre por cuidarse, de mejorar su condición, de procurarse para sí una vida agradable lo que demanda de comportamientos sociales como los de la benevolencia. Acciones que son un complemento al sentir innato de la simpatía y que le permite condolerse de los más desafortunados, es decir, de participar activamente en la elaboración de programas, planes y proyectos sociales de carácter exclusivamente humanitarios que favorecen a los más necesitados; lo que lo hace sentirse persona útil, agradable a sí mismo y a los demás.

Así mismo, el pensamiento económico del escocés se basa en la libertad de acción y de elección, de allí que cualquier intento de poner cortapisas al libre accionar de las personas puede llegar a traducirse en desequilibrios sociales más profundos. Por ejemplo, la condena y la limitación que algunas instituciones hacen al control del consumo de bienes no necesarios o del consumismo2, por considerar su demanda de irracional y de perversión moral. No debería ser así, pues han de ser las libertades de la acción moral y del mercado las que, guiadas por la simpatía y por la competencia, pondrán límite a los apetitos y deseos de los hombres. Por ejemplo, el consumo de tarjetas de crédito, el de teléfonos móviles y de los productos de moda son juzgados por los moralistas conservadores como actos de vanidad, de corrupción social, absurdos y pecaminosos.

Pero dichos bienes brindan al usuario comodidad, sentimientos de pertinencia, placer y satisfacción. Y aunque todos los hombres desean llevar una vida cómoda y placentera como un derecho público, la falta de recursos les obligará, por el sentido de la prudencia, a controlar sus apetitos y a la empresa de una economía de mercado, por razones de competencia, a inventarse mejores formas de suplir a más personas sus necesidades.

Ha de ser la libertad del mercado y la libertad moral, quienes guiadas como por una mano invisible, las que pondrán los verdaderos límites a los deseos y las pasiones existentes entre los hombres. Ellos ajustarán su accionar por el sentimiento de pena o de censura al demandado por la sociedad, lo que permite ganar, por el acto de la prudencia, el reconocimiento y la aceptación social imprescindible al buen vivir en comunidad.

Si el consumo en una economía de libre mercado es el uso individual que hacen las personas de los bienes y servicios producidos, entonces el consumo está regulado por los gustos y preferencias del consumidor particular, no por la forma como la gran mayoría de la gente lo hace, sino por la forma como él se siente más propio, como más le gusta porque va más con su forma de ser, de pensar y de ver el mundo, es decir, con su sentir de individualidad. Así, por ejemplo, las personas que aman un tipo de música diferente a las de otras, tienden a vestirse y comportarse de forma particular. Si un padre no comparte los gustos de su hijo y quiere obligarle, bajo el pretexto de decencia, a que se vista como él, pondrá a su hijo de burla frente a sus amigos que no son los mismos del padre, ni poseen la misma edad, ni comparten los mismos gustos; es decir, el joven muchacho perdería autoestima, reconocimiento, popularidad y dignidad frente a su grupo de amigos, lo que le lleva a experimentar sentimientos de infelicidad y, por tanto, a mantener comportamientos hostiles con el padre y su familia, lo que puede terminar en odios y rencores.

La libertad del consumidor de elegir lleva a un ejercicio de respeto moral por la diferencia, de tolerancia difícil de alcanzar, pero necesario para el dialogo. El papel del padre, del maestro y de los adultos es el de explicar o el de ilustrar al joven en lo que es o no conveniente, en los beneficios, consecuencias de hacer esto o aquello, pero no el de imponer o coartar la libertad del otro, así sea un menor de edad. La sociedad debe saber educar con libertad si no quiere llegar a prácticas totalizadoras o dictatoriales, en las que priman las relaciones de alienalidad y adolecen las de alteridad.

Creo ya haber explicado ampliamente por qué Nash criticó desacertadamente la Teoría de la Mano Invisible de Adam Smith. En la teoría smithiana la búsqueda por la riqueza, el afán de lucro y del egoísmo desaforado (selfishness) de los individuos tienen dos límites que son regulados como por una mano invisible; ellos son el sentimiento de la simpatía que modela y frena al egoísmo en sí entre los hombres, y la competencia perfecta que modela el afán de lucro entre los hombres y las empresas. De esta manera los límites al egoísmo quedan regulados por la misma naturaleza social del hombre.

En conclusión

En la filosofía moral de Adam Smith se puede leer que cuando se deja al hombre actuar libremente - sin presión o coacción alguna - su misma naturaleza le llevará, como guiado por una mano invisible, a la prosperidad social y política, al logro de sus empresas, gracias a que en él existe la tendencia natural de procurarse para sí lo que es bueno y agradable, de preferir el orden social al desorden social, lo sistemático a lo caótico. En otras palabras es menester dejar que la naturaleza humana actúe en libertad, para que sea ella la que establezca sus propios designios.

El hombre smithiano no pierde su naturaleza civil al actuar libremente, ya que sin él proponérselo y como guiado por una mano invisible es capaz de procurar la felicidad para sí como para los demás, la libertad que demandan sus deseos por la búsqueda de la riqueza individual como, también, el amor por la prosperidad y la riqueza económica de su nación, la de verse y sentirse bien como persona y ser humano, y la de ver que todos los demás seres humanos disfrutan igualmente del mismo bienestar que él disfruta. Para él es motivo de orgullo disfrutar de bienestar económico y social, como también es razón de orgullo pertenecer a una cultura y a una nación que es por todo el mundo admirada y respetada, por lo que entrega todo de sí para lograrlo.

Adam Smith debería ser considerado como un moralista de la prudencia y no como un utilitarista, ya que la base de las acciones humanas para Smith es la experiencia y no la razón. La experiencia permite al hombre smithiano la racionalidad de sus actos, de allí que él evalúe entre ellos cuál debería ser su obrar frente a relaciones diferentes con los demás seres sintientes. Y ese actuar de la prudencia surge de la experiencia social, no del cálculo racional; en cambio, el sentido del actuar utilitarista surge en el individuo de un cálculo racional más que de los sentimientos simpatéticos para con los demás seres sintientes, por lo que para la teoría moral de Smith esto último se hace insostenible. De allí que los jóvenes pretendientes en la película "Una mente brillante" , guiados como por una mano invisible actúen con la sabia razón que dicta la prudencia, lo que favorece a la convivencia pacífica y a la felicidad social.

El carácter natural del hombre smithiano de ser social le lleva a granjearse para sí de las demás personas la admiración, el respeto, la amistad, los sentimientos de amor verdadero; en otras palabras, que se le aprecie como individuo, él no desea que se le trate o se le mire como a un objeto útil, que posee "amigos"  sólo si es útil o satisface un fin ajeno. El hombre smithiano es aquel ser sintiente capaz de establecer relaciones sociales simpatéticas desinteresadas y, por tanto, naturales, como lo son la confianza y el compartir, sentimientos de la benevolencia que embellecen el edificio social.

En la teoría moral y económica de Adam Smith existen dos límites claros al egoísmo del hombre, es decir, a su afán por la búsqueda de la riqueza y del lucro, ellos son la simpatía y la competencia perfecta. El sentimiento de compañía, de dolor, de felicidad, de entender al otro, de saber que se siente frente a esta u otra situación, le permiten al individuo moderar su egoísmo, condolerse del sentir del otro, congraciarse con él, ayudarlo; en otras palabras, la capacidad simpatética del individuo le lleva, como guiada por una mano invisible, a moderar su egoísmo, a preferir la paz a la guerra, el amor al odio, la prudencia a la maledicencia, la amistad a la enemistad, la aprobación al ostracismo social, el bienestar de todos a su exclusivo bienestar. Y ante el afán de la ganancia empresarial está la competencia perfecta, la libertad de mercado, el laissez faire y el laissez passer, que guiados como por una mano invisible pondrá los límites al afán desmesurado de riqueza. De esta manera los límites al egoísmo quedan regulados por la misma naturaleza social del hombre.

Notas

1. Para Smith la felicidad puede interpretarse como sinónimo de seguridad, de tranquilidad, de alcanzar no sólo lo que es bueno para sí, sino también para los demás, de lo que racionalizamos como lo mejor para todos.

2. El consumismo se considera un acto irracional por cuanto el individuo da un mayor valor a los bienes innecesarios, o de la moda, que a los verdaderamente necesarios. Es decir, es poner por encima lo superfluo, es no saber establecer un verdadero orden de preferencias. Poner límite a este accionar es violentar la libertad de elección del consumidor; con lo que Adam Smith está en total desacuerdo, así nos lo puede dar a entender en la Teoría de los sentimientos morales cuando crítica a Bernard de Mandeville en la Fábula de las abejas.

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