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Apuntes del Cenes

Print version ISSN 0120-3053

Apuntes del Cenes vol.42 no.76 Tunja jul./Dec. 2023  Epub Nov 21, 2023

https://doi.org/10.19053/01203053.v42.n76.2023.15883 

TEORÍA ECONÓMICA

Apogeo de la deuda y decrecimiento económico: el colapso de la civilización

Debt heyday and economic degrowth: the collapse of civilization

*Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador y consultor independiente. documentosong@gmail.com https://orcid.org/0000-0002-6654-3206

**Doctora en Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg. Profesora e investigadora titular de la Universidad del Rosario, Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos. ana.franco@urosario.edu.co https://orcid.org/0000-0001-7320-4387


Resumen:

El propósito y la hipótesis de este artículo de reflexión es mostrar que el auge del dinero (deudas) es el acicate del crecimiento económico, pero también es causa del subdesarrollo y, además, del colapso de la civilización global. La metodología empleada se basa en una lectura crítica de la literatura económica más relevante y heterodoxa, con el fin de esclarecer los conceptos de deuda monetaria, riqueza real, crecimiento y también del colapso que han vivido pretéritas civilizaciones y que ahora es un riesgo global; esto se complementa con alguna evidencia histórica y con datos estadísticos relevantes, en particular sobre la deuda. La argumentación no se limita a un enfoque positivo (cómo son las cosas), sino que trasciende hacia una visión normativa (cómo debería ser el mundo), por lo cual se incorporan recurrentemente discusiones éticas. Hallazgos: primero: el dinero es una riqueza imaginaria, que implica la creación de deudas, que se incrementan exponencialmente con la tasa de interés compuesto, lo que va en contravía de la riqueza real, la cual se degrada y se destruye, debido a los procesos entrópicos (acelerados por el crecimiento económico, a su vez incentivado por las deudas); segundo: el subdesarrollo es una creación de países e instituciones dominantes, para mantener a los países tercermundistas como importadores de capital y exportadores de materias primas y recursos minero-energéticos (para pagar las onerosas deudas públicas e importaciones); tercero: el neoliberalismo se ha consolidado como una férrea defensa de los creadores de diversas formas de dinero, que se ha impuesto desde el Consenso de Washington hasta el de Wall Street; y, cuarto: debido a la prolongada interacción entre deudores y prestamistas se ha generado un gigantesco descuento del futuro, que se traduce en colosal destrucción de la vida futura (calentamiento planetario y colapso global de la civilización). En cuanto a las implicaciones, a efectos de política económica heterodoxa, se ofrecen potentes argumentos para insistir en el no pago de las deudas, porque la quiebra y radical transformación del sistema financiero es una condición, sine qua non, para salvar la vida en el planeta.

Códigos JEL:

E42; E44; F54; H63; 010

Palabras clave: neoliberalismo; desarrollo; deuda soberana; colapso

Abstract

The purpose and hypothesis of this paper is to show that the rise of money (debts) is the spur of economic growth, but it is also the cause of underdevelopment and, furthermore, the collapse of global civilization. The methodology is based on a critical reading of the most relevant and heterodox economic literature, in order to clarify the concepts of monetary debt, real wealth, growth and also the collapse that past civilizations have experienced and which is now a global risk; this is complemented by some historical evidence, and by relevant statistical data, particularly on debt. The argument is not limited to a positive approach (how things are), but transcends towards a normative vision (how the world should be), for which ethical discussions are recurrently incorporated. Findings: first: money is imaginary wealth, which implies the creation of debts (which increase exponentially with the compound interest rate), which goes against real wealth, which is degraded and destroyed, due to entropic processes (accelerated by economic growth, in turn spurred by debts); second: underdevelopment is a creation (of dominant countries and institutions), to keep third world countries as importers of capital, and exporters of raw materials and mining-energy resources (to pay onerous public debts and imports); third: neoliberalism has been consolidated as a strong defense of the creators of various forms of money, which has been imposed from the Washington Consensus to that of Wall Street; and, fourth: due to the prolonged interaction between borrowers and lenders, a gigantic discount of the future has been produced, which translates into colossal destruction of future life (global warming and global collapse of civilization). Regarding the implications, for the purposes of heterodox economic policy, powerful arguments are offered to insist on non-payment of debts, because the bankruptcy and radical transformation of the financial system is a condition, sine qua non, to save life on the planet.

Keywords: neoliberalism; development; sovereign debt; collapse

INTRODUCCIÓN

La parábola de los talentos, según el Evangelio de Mateo (Holly-Bible, 1985), muestra el típico comportamiento de capitalistas, rentistas y banqueros: actores económicos que se apropian y se benefician de los rendimientos de la riqueza real (recursos naturales renovables y no renovables, y trabajo humano).

En su elogio al ascenso del dinero (deudas), Ferguson (2009) muestra una historia de cuatro milenios, de turbulenta evolución, de las transacciones monetizadas (unas relaciones cristalizadas mediante la confianza entre prestamistas y deudores) que, según él, han hecho posible el crecimiento y la opulencia hoy conocidos y disfrutados en algunas regiones del mundo. En su extensa historia narra la evolución del dinero, desde la base monetaria emitida por los bancos centrales, la diversidad de dinero creada por los bancos comerciales, los bonos respaldados por los Estados, las acciones emitidas por las grandes corporaciones, hasta llegar al contemporáneo y sofisticado mercado de riesgos y seguros. Los creadores de estas diversas formas de dinero -como se desprende de sus narraciones- son una mezcla de matemáticos, economistas charlatanes (como los controvertidos premios nobel de economía Robert Merton y Myron Scholes), y de artistas del engaño, quienes producen una particular ficción: las apuestas por ellos creadas semejan una especie de retrato de Dorian Gray (la novela de Oscar Wilde), solo que, en este caso, el retrato (riqueza imaginaria) constituye una representación que, con el paso del tiempo, luce cada vez más remozada y saludable, en oposición a la riqueza real que enferma y envejece; no obstante, cuando estallan las burbujas y emergen las crisis, las ficciones monetarias se destruyen fulminantemente.

Con sapiencia de aguzado economista, Stendhal sentenció que "solo la imaginación escapa siempre a la saciedad". Los consumidores y trabajadores, de carne y hueso, se sacian y se fatigan, en sí mismos son activos físicos sujetos a la maldición del desgaste, la depreciación y la muerte. Economistas como Keynes (1936) y Schakle (1979) mostraron que el dinero es un producto y, además, un vehículo de la imaginación. Se puede precisar que el dinero (liquidez) es un puente entre un presente efímero y un futuro sujeto a la radical incertidumbre: una virtud de lo líquido es que permite esperar (para no errar tanto), un pecado es que la liquidez toma la forma de una caprichosa y avara imaginación, y entonces se presta a la especulación, que es inherente a quienes juegan con dinero. El dinero, como la imaginación más avariciosa, se incrementa exponencialmente, gracias a la truculenta fórmula del interés compuesto. Hardin (1993) pone el fantasioso ejemplo de un Judas arrepentido, que cambió las 30 monedas de plata por dos gramos de oro y abrió una cuenta de ahorros, intergeneracional, con un interés del 5 % anual, durante más de 2000 años, al final de los cuales, la fortuna equivaldría a unos 800 trillones de planetas tierra de oro sólido.

Contrariando el optimismo de autores como Ferguson (2009), se resalta la permanente tensión entre la economía nominal y la real debido a que: i) las diversas formas de dinero se suelen crear de la nada y permiten que el emisor imponga una deuda (con altos intereses) al prestatario, y también el compromiso de un pago (con rendimientos) a quienes adquieren tales modalidades de dinero; ii) los creadores de esos tipos de dinero (deudas) buscan apropiarse de riqueza real que no han creado y suelen construir esquemas piramidales (con ínfimas minorías en la cúpula que se apropian de las ganancias y socializan las pérdidas en la cuantiosa base social); iii) quienes crean tales modalidades de dinero, además, prometen unos cuantiosos beneficios, los cuales no pueden ser garantizados, debido al limitado, inestable y al hoy declinante crecimiento que sufren las economías reales; iv) a causa de lo anterior, los diversos creadores de dinero tienden a fabricar burbujas especulativas y a generar recurrentes crisis económicas; y v) la política económica, en especial durante el último medio siglo (de neoliberalismo), se ha sesgado para salvar a los acreedores y, por lo mismo, para imponer leoninas condiciones a los deudores y castigos tributarios a la ciudadanía, a fin de garantizar la salvación del sistema financiero.

RIQUEZA REAL VERSUS RIQUEZA IMAGINARIA

La falacia de la producción

El heterodoxo Schumacher (1973) argumentó que la ciencia económica convencional no ha resuelto el problema de la producción, pues, erróneamente, los economistas (neoclásicos, marxistas y keynesianos) han supuesto que la naturaleza equivale a un recurso inagotable que, además, proporciona una renta permanente. Mostró que, en realidad, la naturaleza es un capital agotable. El más díscolo Georgescu-Roegen (1971) demostró que la energía, la materia y las diversas formas de vida de la naturaleza no pueden ser sustituidas por el trabajo y el conocimiento humano. Así develó la grave falacia de la esperpéntica función de producción neoclásica (Daly, 1995).

De los planteamientos de Georgescu-Roegen (1971) y, secundariamente, de Boulding, The Economics of the Coming Spaceship Earth (1966) se mencionan los siguientes hallazgos: i) nuestro planeta es un sistema semi-cerrado, nutrido con un flujo exógeno, permanente y superabundante de energía solar (que captamos irrisoriamente por límites tecnológicos) y unos acervos endógenos, limitados de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), que se han formado durante millones de años y se han extraído casi por completo en menos de tres siglos; ii) la economía está inmersa en la naturaleza y está limitada por la escasez de los llamados recursos naturales, a tal punto que el trabajo humano y el capital (o trabajo acumulado) están hechos de materia y energía que el ser humano transforma (en bienes y servicios); iii) la materia, la energía y la vida están sujetas a la segunda ley de la termodinámica o entropía (no se crean ni destruyen, pero incesantemente se transforman hacia la degradación, la dispersión y la no disponibilidad) y, consecuentemente, a mayor trabajo y crecimiento, se genera una mayor entropía; iv) el ambiente natural sufre una mayor entropía no solo por la extracción de recursos minero-energéticos y la explotación de diversas formas de vida, sino, además, por la contaminación y la generación de gases efecto invernadero (como los causados por la quema de combustibles fósiles que han nutrido el motor de la moderna economía).

Georgescu-Roegen (1975) mostró que con el mayor crecimiento económico aumentamos la entropía y generamos un mayor desperdicio. Aun sin crecimiento, -insistió,- la realidad entrópica impone una ineluctable flecha del tiempo, y el fenecimiento entrópico no se puede evadir ni tan siquiera en el extremo de un estado estático (de mera contemplación y ociosidad). Planteó que la búsqueda del goce y del bienestar (dentro de los límites de la frugalidad) permitiría hallar algún sentido a la vida. La creatividad, la innovación y el mayor crecimiento se traducen en una mayor destrucción creativa, además, y más importante, con nuestro mayor consumo y derroche en el presente estamos, literalmente, asesinando a cientos de millones de individuos en el porvenir.

El engaño del crecimiento

El modelo económico convencional, hegemónico desde finales del siglo XIX hasta hoy, está basado en el liberalismo clásico (Smith, Ricardo, Malthus) y en la economía marginalista o neoclásica. Los exponentes de este enfoque asumen que existen dos factores productivos que son el capital y el trabajo y, más preocupante aún, hacen abstracción de la naturaleza. Consecuentemente, suponen que las rentas obtenidas por los propietarios del suelo rural y urbano, de las minas y de otros recursos naturales, son un ingreso legítimo y permanente debido a que la naturaleza ofrece, gratis, energías y recursos naturales inagotables e indestructibles. Asumen que el capital es un factor productivo que se recompensa con el premio a la espera (o tasa de interés). Suponen, por lo tanto, que el capital equivale a un ahorro (en forma de depósitos monetarios que los bancos captan para luego prestar a los inversionistas y consumidores que, obedientemente pagan la deuda más los intereses) y también que es tecnología (innovaciones cognitivas y técnicas que son premiadas con rentas). Enfocan su atención en la productividad de factores (bienes y servicios producidos por unidad de tiempo) y suponen que esta es decreciente.

Un legado (fatal) del keynesianismo -que se nutre de clásicos y neoclásicos, y que imperó desde mediados de los treinta hasta los setenta del siglo XX- es el del inocente optimismo que lleva a asumir un crecimiento infinito, ilimitado y abierto para todos (los ricos y los pobres, los desarrollados y los subdesarrollados). También es falaz el supuesto, teorizado por Keynes (1936), de que todos los bienes y servicios de la economía tienen una tasa propia de rendimiento (rentabilidad), que puede ser equivalente o aun superior a la tasa de interés monetaria.

Kallis (2018), el teórico del decrecimiento, ha mostrado que, en medio de la gran depresión de los años treinta del siglo XX, y de la pugna de Estados Unidos y de parte de Europa contra la Unión Soviética, se impuso la medición y teorización del crecimiento para así legitimar el poderío económico y militar. Debido al surgimiento del estudio de los agregados o macroeconomía (derivada de la teorización keynesiana), se concibió y midió el PIB (producto interno bruto), el cual emergió como el epicentro o variable más importante de la economía (asociado con otras variables como empleo, ahorro, demanda efectiva, consumo, inversión, etc.). Gracias a tal evolución conceptual, fue posible, desde mediados del siglo XX, implementar la planificación estatal para promover el mayor crecimiento (de unas economías lánguidas por la depresión y las guerras) y, además, para administrar nuevas guerras.

Deuda versus riqueza real

La deuda está en el epicentro de las relaciones internacionales y también de la política económica. Los aspectos más sustantivos de esta se exponen sintéticamente así: i) es una obligación cuantificada, vivir en sociedad implica contraer deudas, y diversas moralidades imponen el pago de obligaciones; en su origen y en su esencia, el dinero (sea creado por la banca central o por los bancos privados) es una forma de crédito y, por lo mismo, es la imposición de una deuda; las diversas formas de dinero se crean de la nada y, por lo tanto, implican una transferencia de riqueza real desde los deudores hacia los acreedores; el pago de las obligaciones financieras está sesgado para salvar a los acreedores y para condicionar a los acreedores, aun a costa de la vida y la dignidad de estos últimos (Graeber, 2011); ii) los acreedores (Estados poderosos como Estados Unidos, China y la Unión Europea, los grandes bancos públicos y privados), con la colaboración de los economistas convencionales, han diseñado un sistema para que los deudores paguen a los acreedores más de lo que les prestaron; al pagar una deuda se paga el capital (lo prestado originalmente) más los intereses, asumiendo que el paso del tiempo tiene un precio (los deudores deben pagar por el menor tiempo de espera para adquirir bienes y servicios y, además, por la confianza que en ellos han depositado los acreedores); iii) a diferencia de los activos de la economía real (los cuales se degradan y destruyen al estar sujetos a la entropía), el dinero es una riqueza ficticia que no se destruye y no se desgasta; los depósitos monetarios y las deudas impuestas a los acreedores crecen con el transcurrir del tiempo, gracias a la sesgada y arbitraria fórmula del interés compuesto que permite incrementos exponenciales de las deudas públicas y privadas (Mayumi, 2019; Soddy, 1926; Hardin, 1993); y iv) con el modelo neoliberal se ha consolidado lo que Lazzarato (2011) denomina "la fábrica del hombre endeudado", lo cual lleva aparejada la privatización de servicios y componentes de seguridad social como salud, educación, pensiones, vivienda, etc., así como la pérdida de soberanía estatal (para emisión monetaria). Esto resulta en un enorme incremento de la deuda pública y privada.

SUBDESARROLLO DEPENDENTISTA Y PERSISTENTES DEUDAS

La invención del desarrollo dependentista

Desde la perspectiva de Escobar (1996) acerca de la invención del tercer mundo (y la supuesta salvación de este a través del desarrollo económico), se pone de relieve que, desde 1950, economistas de Estados Unidos inventaron, exportaron e impusieron la economía del desarrollo a los denominados países subdesarrollados. Diversos economistas, algo heterodoxos, de Europa y de Latinoamérica construyeron versiones alternativas del desarrollo, aunque no lograron una hegemonía en materia de política económica. Escobar hace énfasis en que los economistas hegemónicos del desarrollo han asumido que las regiones no desarrolladas sufren carencias (pobreza) y rezagos (están anclados en instituciones tradicionales que condenan al atraso). Argumenta que, con tal invención, han emergido los tecnócratas salvadores y todopoderosos, con un arsenal de recetas económicas para que los pobres y subdesarrollados puedan seguir exitosamente los pasos ejemplares de las naciones del primer mundo y, seguramente, alcanzarlas. Recuerda que el presidente Truman manifestaba que la paz y la prosperidad serían resultado de un mayor crecimiento económico y de un incremento en el conocimiento científico y técnico. Las agencias desarrollistas (provenientes de Estados Unidos) advirtieron que los ajustes serán dolorosos, pues implicarán grandes cambios en las instituciones y en la cultura.

En los enfoques críticos de Baran (1977) y Frank (1967), la conveniente invención del desarrollo ha permitido a los países hegemónicos arruinar las economías autosuficientes del sur global, para destinarlas, arbitraria y violentamente, a ser canteras especializadas en la exportación de materias primas de orden energético, mineral y vegetal.

Siguiendo y ampliando la perspectiva crítica de Escobar (1996), la teoría hegemónica del desarrollo económico equivale a instaurar sociedades de mercado y a promover el crecimiento, y tiene los siguientes supuestos, a saber: i) un mayor y sostenido crecimiento económico es condición sine qua non del desarrollo; ii) los países subdesarrollados tienen una carencia intrínseca de capital monetario -el cual debe ser proveído por instituciones como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la banca de los países desarrollados en forma de préstamo- para hacer posible la inversión y, además, de capital físico (por lo que tales naciones retrasadas deben adquirir y usar la tecnología producida en países vanguardistas del desarrollo); iii) la urbanización, la expansión en infraestructura (conectividad para los mercados) y la tecnificación de la industria y la agricultura hacen parte de todas las recetas para expandir los mercados y, por tanto, para implementar el desarrollo; iv) el mayor crecimiento económico es la fórmula mágica para poner fin a la pobreza, haciendo énfasis en que la tasa de crecimiento debe siempre superar a la tasa de natalidad; v) para garantizar el crecimiento se debe incrementar la productividad de los trabajadores y aumentar la capacidad de gasto (disminuyendo la pobreza y, por lo mismo, aumentando las clases medias).

Escobar (1996) muestra que, de manera concomitante con la promoción del desarrollo, los países desarrollados, en particular Estados Unidos, han promovido su propia agenda con los siguientes puntos: su consolidación como centro de economía mundial, la búsqueda de mayores tasas de ganancia en el extranjero, el control sobre las materias primas de los países del tercer mundo, la expansión de los mercados externos para sus productos y, además, la consolidación de un sistema de tutelaje militar.

Entre 1950 y 1970 ocurre la primera tentativa autónoma de desarrollo de los llamados países del tercer mundo (incluida Latinoamérica y, por supuesto, Colombia), que siguió la pauta de sustitución de importaciones. Esto resultaba de la crisis generada por las dos guerras mundiales y la depresión de los años treinta que golpeó a los países hegemónicos (Estados Unidos y Europa) y, por ello, abrió una ventana de oportunidad para que los países rezagados crearan y consolidaran sus propias industrias (sector secundario). Esta tentativa de sustituir importaciones resultaba garantizada por una mayor intervención estatal (derivada del keynesianismo), con bancos centrales dependientes de los gobiernos (con luz verde para emitir papel moneda) y con un sesgo proteccionista que implicaba fuertes impuestos a las importaciones. No obstante, este modelo estaba también abocado a la carencia innata de capital propio que, por lo tanto, mantenía a los países tercermundistas endeudados y, aparte de eso, dependientes de la tecnología y bienes de capital que siempre debieron ser importados del primer mundo.

Endeudamiento congénito del subdesarrollo

Los tecnócratas formados en el credo desarrollista diagnostican que el subdesarrollo equivale a una doble carencia de capital y de tecnología y, más recientemente, agregan que no existe desarrollo institucional (que sea apropiado para la instauración de mercados competitivos). Su receta impuesta es el creciente endeudamiento: la deuda pública ha sido el medio recurrente para financiar la industrialización, para implementar el reajuste económico (en especial en tiempos de pandemia y crisis) y, en fin, para hacer posible cualquier capricho, o sueño bienintencionado, de los gobernantes de turno.

Si se incluye el planteamiento de Toussaint (2002) acerca de las deudas crecientes e impagables, se puede mencionar un interesante hallazgo: los prestamistas (en especial el BM y el FMI), asumen (con sospechoso irrealismo) que las deudas contraídas por los países subdesarrollados (y los cuantiosos servicios atados a estas) se pueden incrementar (incluso exponencialmente) a condición de que las rentas de exportaciones de estos aumenten a un mayor ritmo (sea por incremento de los precios o de los volúmenes de productos exportados). Por lo demás, las exportaciones de los países subdesarrollados nutren el crecimiento recurrente de las naciones desarrolladas y hegemónicas. Los países desarrollados pueden mantener un crecimiento recurrente, como lo plantea Jones (1988), y que corresponde a la reproducción ampliada de capital de Marx (dinero-mercancía-dinero incrementado), en tanto que el mundo subdesarrollado está abocado a un crecimiento extensivo y extractivista (como proveedores casi netos de materias primas).

La deuda soberana es un mecanismo de explotación. Del centro (países desarrollados) fluye capital monetario (riqueza ficticia e imposición de deuda) hacia la periferia (países subdesarrollados) que, a su turno, mediante el oneroso pago de las deudas y el comercio internacional asimétrico, transfieren riquezas reales (flujos energía, acervos de materia y productos procesados) a los países dominantes.

La deuda como instrumento de sumisión

En su Diccionario del diablo, el literato Ambroce Bierce definió la deuda como un ingenioso sustituto de la cadena y el látigo de los esclavistas. La historia permite verificar que, al tiempo que se incrementan las deudas soberanas y también las privadas, los Estados y los ciudadanos deudores se tornan más vasallos de sus acreedores.

Ramos (2006) sostiene que la deuda, en sí misma, es una herramienta de dominación que utilizan los países desarrollados del norte (defendiendo intereses corporativos que representan) para ajustar, bajo la amenaza del aislacionismo y la desestabilización económico-financiera, las escogencias y el comportamiento de los países subdesarrollados y endeudados. Este sistema se sostiene en la falacia de la necesidad inevitable que tienen los países en vías de desarrollo para acceder al, supuestamente, benéfico crédito e inversión de las grandes potencias. Se imponen unas condiciones a los deudores para que promuevan un ambiente favorable a la banca y a la inversión foránea, que consisten en reducir barreras o regulaciones sociales y ambientales a la inversión extranjera, facilitar la circulación de capitales, aumentar los impuestos al consumidor y rebajar ostensiblemente los tributos a la riqueza (patrimonio, transacciones financieras, fortunas, etc.), además de crear seguros especiales para los inversionistas (confianza inversionista). A esto se suman las transformaciones económicas diseñadas para generar divisas, destinadas a los pagos de la deuda. Los prestamistas, al seleccionar qué financian y qué no, están determinando considerablemente qué proyectos, planes, programas, sistemas, gobiernos, etc., deben existir y, además, qué tipo de conductas y valores deben promoverse. El norte que opera en bloques de poder, y bajo regímenes unificados, es el dueño de las fuentes y de las reglas del financiamiento mundial, tiene un poder suficiente para manejar la economía de la periferia en función de su beneficio y en el de los intereses corporativos que representa. Existen diversos tipos de deudas que no se deberían pagar, a saber: de opresión, de guerra, de corrupción, de las élites, propias del desarrollo, de salvataje y fraudulentas. La situación de los países subdesarrollados, y exportadores de recursos naturales, se empeora, pues los acreedores están sesgados hacia la mayor extracción de combustibles fósiles.

Los países endeudados sufren la extorsión y el pillaje por parte de los acreedores. En 1979, Volcker (entonces presidente de la Reserva Federal y décadas después asesor económico de Obama), arbitrariamente, impuso un alza en las tasas de interés del 9 al 20 % (lo que fue un catalizador de la crisis de la deuda en los ochenta). A finales del siglo pasado, los gobiernos del sur habían devuelto a sus acreedores 94 veces la deuda externa que tenían en 1930 y, no obstante, su deuda se multiplicó por 29 (Toussaint & Millet, 2010).

Al estudiar el problema del endeudamiento, Toussaint (2002) hace énfasis en que el BM y los neoliberales promueven la franca reducción de gasto público en seguridad social, salud y educación. También, y más importante, propenden a la supresión de las legislaciones que han protegido los recursos naturales, la economía nacional y el mercado interno de los países subdesarrollados. Todo esto con la intención de permitir la libre circulación de capitales, para así reforzar la supremacía mercantil de las multinacionales y de las economías de los países del norte.

Toussaint y Millet (2010) han mostrado que la toma de decisiones en el BM y en el FMI es antidemocrática. A diferencia de una democracia pura (un voto por cada elector), el voto de cada país socio de estas entidades financieras está determinado por la cantidad de dólares que ha puesto: hacia el 2008, dentro del FMI, Estados Unidos tenía el 16.41 % de los votos, Japón el 7.87 % y Colombia un irrisorio 3.56 % (algo análogo ocurre con el BM). La cuota de cada país determina sus derechos a decidir y esta cuota está en función de la importancia económica y geopolítica de cada nación. Los diez países industrializados más ricos (con menos del 15 % de la población mundial) controlaban un 60 % de los votos, en tanto que 45 países africanos ni tan siquiera alcanzaban el 4 % de los votos.

DEL CONSENSO DE WASHINGTON AL DE WALL STREET

Como lo ha planteado Graeber (2011), en agosto de 1971, por iniciativa de Richard Nixon, Estados Unidos sentó las bases del neoliberalismo mediante una desinhibida y recurrente creación de nueva deuda. Esta política consistió en una ruptura con los acuerdos de Bretton Woods, que se habían firmado al final de la Segunda Guerra Mundial para implantar unas monedas respaldadas con reservas de oro. Los elementos fundamentales de la nueva política económica fueron: a) imposición del dinero fiduciario, el cual, literalmente, se crea de la nada y está respaldado por el poder político de los Estados (esto ha sido una grandiosa libertad económica para una potencia militar como Estados Unidos, que estaba presupuestalmente agobiada por la onerosa guerra de invasión contra Vietnam); b) imposición del dólar como la divisa legítima para hacer transacciones internacionales, lo que ha dado a Estados Unidos el poder de señoreaje (una facultad monopólica para ser el único emisor de dinero internacional y, por lo mismo, para tener un poder superior de compra al de sus rivales); c) conformación de bancos centrales independientes que, sin embargo, han sido vasallos del FMI y del BM, y su mayor pecado en adelante será el de emitir dinero (con el controvertido supuesto de que la emisión primaria de moneda es la causa central de la temida inflación). Consecuentemente, para financiar el desarrollo económico y para superar las diversas crisis, los países subdesarrollados han debido endeudarse con Estados Unidos y otras poderosas naciones.

Para Klein (2007), desde los años setenta del siglo XX, no gracias a una batalla científica de argumentos sino más bien a instancias de regímenes autoritarios y dictatoriales, en medio de conmociones violentas (invasiones extranjeras, guerras civiles, calamidades ambientales, etc.) se ha impuesto el neoliberalismo en casi todo el orbe, con los buenos oficios de cierta tecnocracia. El shock de cualquier tipo permite una pérdida de la sensibilidad, la memoria, la identidad y la dignidad colectiva, y equivale a una prolongada desnutrición sensorial que facilita la implantación del modelo neoliberal (que va en contravía de los intereses de las grandes mayorías). El epicentro intelectual del neoliberalismo ha sido la escuela de Chicago, liderada por economistas como Hayek, Friedman y Harberger. La sagrada trilogía de este modelo es privatización, desregulación (liberalización o vía libre a los flujos de capital) y disminución de impuestos para el capital, además de una reducción ostensible del gasto social para los trabajadores, que luego de dos décadas de férrea implementación, hacia 1989 se sistematizó y explicitó en el mal llamado Consenso de Washington.

Por su parte, Williamson (2002), quien acuñó el conveniente término de "Consenso de Washington", plantea que este es una supuesta sana prescripción para promover el desarrollo económico, a través del siguiente decálogo (los comentarios entre paréntesis son nuestros):

  • 1. Disciplina fiscal para promover ostensible reducción de déficits fiscales, evitando la emisión monetaria (supuesta causa de la inflación) y la excesiva deuda pública.

  • 2. Gasto social focalizado a los más pobres y a los proyectos generadores de crecimiento (eufemismo para no reconocer drástica reducción de gasto social).

  • 3. Reformas tributarias destinadas a la ampliación de la base tributaria mediante la instauración del IVA (impuesto al valor agregado).

  • 4. Liberalización financiera para garantizar libres flujos de capital y, en especial, para permitir que no sea el Estado sino más bien el mercado y la banca privada los que fijen la tasa de interés y el acceso al crédito.

  • 5. Promoción de una tasa de cambio unificada y competitiva que facilite las exportaciones de los países en vías de desarrollo y, por esa vía, les provea de recursos para el crecimiento (y para el pago de las deudas externas).

  • 6. Liberalización del comercio internacional y supresión de aranceles (para así permitir el flujo de mercancías desde los países desarrollados hacia los menos desarrollados).

  • 7. Promoción de la confianza inversionista y supresión de las barreras que impidan la llegada de inversión extranjera a las naciones subdesarrolladas.

  • 8. Privatización de las empresas estatizadas y nacionalizadas (que Williamson admite como la única prescripción neoliberal de este decálogo).

  • 9. Abolición de las estorbosas regulaciones (y los odiosos tributos) para así facilitar la inversión extranjera en países subdesarrollados.

  • 10. Seguridad jurídica para proteger las inversiones y los intereses de las empresas foráneas que llegan a los países en vías de desarrollo.

Al lado de este decálogo, los tecnócratas neoliberales han implementado otras importantes políticas, a saber: salarios flexibles a la baja y, además, flexibilización de los contratos laborales (contratación parcial, vinculación por horas, recortes en seguridad social, etc.) que, a la postre, se traduce en mayor poder de negociación de los empresarios. Desde los ochenta hasta hoy, para afrontar la crisis recurrente de la deuda pública, el BM y el FMI implementaron los nuevos créditos de ajuste y la renegociación de la deuda pública. Los países subdesarrollados y endeudados quedaron sujetos a severas medidas de ajuste estructural (en consonancia con el Consenso de Washington).

Para la tecnocracia del BM y del FMI, los países que importan casi siempre más de lo que exportan tienen la necesidad de endeudarse permanente y crecientemente, para no ser excluidos del mercado internacional (sin préstamos no hay compras). Mediante los programas de ajuste estructural, el FMI y el BM pueden obligar a los países endeudados a seguir una política macroeconómica favorable a los intereses de los acreedores internacionales. El ajuste estructural incluye una estabilización macroeconómica a corto plazo que exige devaluación, liberalización de precios y austeridad fiscal. A mediano plazo se incluyen otras medidas de ajuste como banca central independiente, liberalización del sistema bancario, privatización de empresas públicas, reformas tributarias, modernización del Estado y buen gobierno para garantizar la sumisión ciudadana ante los impopulares ajustes. En este ajuste estructural se destaca la disminución del rol del Estado (en particular borrando cualquier vestigio de Estado benefactor y de apoyo a los asalariados y a los peor situados) y la supresión de proyectos nacionalistas autosustentados.

En las últimas décadas del siglo pasado los economistas convencionales constataron la enorme importancia de las instituciones, con trabajos como el de Coase (2012) y North (1990). Pese al simplismo y reduccionismo (al carecer de la riqueza de los planteamientos históricos, antropológicos y sociológicos), al menos admiten que los comportamientos están determinados por instituciones, esto es, por estructuras mentales y de poder que se han forjado en prolongados períodos y que muy difícilmente se pueden transformar, como lo plantea Portes (2006). El diseño de arreglos institucionales, en particular de constituciones políticas, hace posible que las políticas económicas se impongan estructuralmente (a manera de compromisos preestablecidos y difícilmente alterables), como lo explicó el filósofo político Elster (1994).

En albores del siglo XXI, un influyente tecnócrata colombiano, como destacado funcionario del BM, escribió una versión recargada del Consenso de Washington. Consciente de los nuevos tiempos, propuso que se debiera trascender de las políticas económicas hacia la construcción de un ordenamiento institucional, compatible con la filosofía del Consenso de Washington. En tal propuesta, Perry y Burki (1998) plantean que el paquete inicial del Consenso de Washington permitió el crecimiento económico, aunque no posibilitó una reducción de la pobreza ni de la desigualdad y, además, no permitió afrontar exitosamente crisis financieras; la solución consiste, entonces, en crear unas instituciones (normas informales y formales) para incentivar unos comportamientos de individuos y organizaciones que sean compatibles con la disciplina de un mercado competitivo y confiable. En su enfoque se destaca la creación de instituciones que garanticen seguridad jurídica y estabilidad de los contratos y derechos de propiedad y, especialmente, de unas redes de seguridad que permitan cubrir, proteger y rescatar a las entidades financieras prestamistas ante posibles riesgos (como deudas impagables).

En algo más que dos décadas del siglo XXI, se constatan dos nítidas tendencias, a saber: primera, una mayor frecuencia e intensidad de crisis político-militares, ambientales, económicas y sanitarias (el evento terrorista en el epicentro del mundo financiero y político en 2001, el huracán Katrina en 2005, la crisis financiera global de 2007-2008, la pandemia del COVID-19 desde 2020, etc.), y segunda, una renovación del neoliberalismo, con el mantenimiento del Consenso de Washington y su evolución hacia un más férreo y descarado Consenso de Wall Street.

Con gran rigurosidad, Gabor (2021) argumenta que estamos viviendo una faceta del capitalismo que se podría denominar acumulación de capital mediante evasión de riesgos: en particular, los grandes capitalistas y banqueros, a fin de mantener sus elevadas tasas de rentabilidad, transfieren diversos riesgos y costos a los Estados, en especial a los de las naciones pobres y subdesarrolladas. Ella señala que esta evasión de riesgos (de-risk) se ha consolidado gracias al Consenso de Wall Street, el cual reúne al BM, al FMI y a la banca multilateral. Expone que la tecnocracia ultraneoliberal de estas instituciones ha diseñado una arquitectura para salvar, en concreto, a los gigantes financieros de riesgos políticos (sindicatos que piden alzas salariales, gobernantes nacionalistas, etc.) y ambientales (agravamiento del cambio climático, o gobernantes genuinamente verdes), y de los típicos azares de los juegos financieros, y esto lo hacen moldeando y manipulando a las vasallas clases políticas y a la reblandecida tecnocracia de los países del sur global. Se trata de un conjunto de estrategias y tácticas para que los bancos centrales y los Estados asuman y paguen todos los riesgos de los bancos y entidades financieras, para que estas conserven y maximicen sus ya enormes tasas de rentabilidad. Gabor hace énfasis en que cuanto mayor sea la velocidad de las transiciones energéticas (hacia la descarbonización de la economía) más grandes serán las inestabilidades del sistema financiero, y subraya que la inversión pública cede ante las más rentables alianzas público-privadas, y que hoy se consolida un capitalismo de vigilancia (a través del colosal crecimiento de la bancarización y su expansión a todas las capas sociales). Ella muestra que existe un lavado verde, encaminado a desfinanciar audaces tentativas de transición energética justa y a evitar políticas de justicia ambiental o pactos verdes (green new deal), todo esto con el propósito de preservar y maximizar los grandes beneficios de los gigantes de las finanzas. Gabor resume el Consenso de Wall Street en el siguiente decálogo:

  • 1. Disciplina fiscal y banca central independiente.

  • 2. Gasto público destinado a suprimir los riesgos de las entidades financieras. Estrategias de financiarización de la infraestructura y de la naturaleza.

  • 3. Reforma económica orientada al desarrollo sostenible, articulando lo ambiental, lo social y lo político a las prioridades dictadas por los objetivos de desarrollo sostenible.

  • 4. Seguridad financiera.

  • 5. Seguridad monetaria para suprimir el riesgo que puedan tener las divisas.

  • 6. Globalización financiera y ausencia de controles a los flujos de capital.

  • 7. Promoción de diversos portafolios financieros.

  • 8. Incremento de la privatización, incluyendo el manejo privado de los fondos de pensiones.

  • 9. Desregulación y supresión de riesgos a las alianzas público-privadas.

  • 10. Auge del capitalismo de vigilancia, con énfasis en profundizar los experimentos de control social a través del aprendizaje, la educación, la salud, el trabajo y la vida social en modalidad remota (mediada por dispositivos informáticos y algoritmos), que se globalizó durante el encierro pandémico.

En 1944, con el Acuerdo de Bretton Woods que dio origen al BM y al FMI, la prioridad era la de ayudar a las naciones ricas devastadas por la guerra, a los países en vías de desarrollo y a las empresas en quiebra. Por la misma época, en pleno auge de la moda keynesiana, muchos hubiesen querido ir más allá de la tentativa de una eutanasia de rentistas y banqueros, como la que había planteado (Keynes, 1936). Hoy, a pesar de que la economía real y el planeta están al borde del colapso, la obsesión de la política económica dominante (consensos de Washington y de Wall Street) es la de salvar la riqueza nominal e imaginaria de banqueros y especuladores, consolidando así su licencia (derecho de propiedad) para empobrecer al resto de la sociedad y, literalmente, quemar el planeta.

COLAPSO Y DEUDA

Destrucción a través del descuento intertemporal

En su cuento "El Inmortal", Borges (1949) sugirió un significado de la elección intertemporal así: "Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo (...)". Lo mortal está asociado, ineluctablemente, con la escasez; por el contrario, la inmortalidad va aparejada con la superabundancia.

Sin ambages, Bastiat (2004) argumentó que, en una sociedad de individuos egoístas, la intervención estatal (política económica) permite beneficiar a unos sectores sociales expoliando a otros y, frecuentemente, hace posible el bienestar presente de una mayoría de la sociedad mediante la dilapidación de los recursos del futuro (con actividades como la minería y el endeudamiento). Al examinar las causas sociales de la renuencia para acumular y legar capital, Rae (1905) planteó que las sociedades de sujetos egoístas, sin vínculos afectivos (y carentes de lo que hoy se denominan preferencias sociales), con predominancia de ocupaciones ancladas en lo incierto, como soldados mercenarios y comerciantes aventureros, tienden a gastar y dilapidar todos los recursos posibles en el presente sin dejar legado alguno. Paradójicamente, Rae no alcanzó a entender que el permanente proceso de mutación y transformación de capital genera más destrucción que construcción y, por eso, tiende hacia la aniquilación del porvenir.

En su lenguaje pleno de eufemismos, los economistas convencionales, basados en la lógica de la utilidad marginal decreciente, asumen que los individuos racionales descuentan el futuro y otorgan mayor valor a lo más próximo (el presente), como en la perspectiva de Hotelling (1931). Otros teóricos más heterodoxos hacen énfasis en que la escogencia intertemporal es un asunto moral y político y, también, en que no constituye una elección microeconómica de un individuo que ahorra en el presente para consumir en el futuro, sino, más bien, implica una transferencia de bienes o de males a generaciones por venir (Gray, 1913; Schelling, 1996).

De acuerdo con Georgescu-Roegen (2011), la facultad de descontar el futuro es un arma de destrucción masiva (de las vidas de futuras generaciones). La regla de oro de los economistas estándar, anclados en el individualismo metodológico, ha sido la de "tú debes amar a tu prójimo como a ti mismo". Consecuentemente, la lógica del descuento intertemporal puede ser cierta para un individuo, quien prefiere aumentar el goce presente y descontar el futuro (cuando sea viejo, enfermo y esté al borde de la muerte). Este concepto no aplica para la humanidad, la cual es un ente cuasiinmortal, y para perdurar requiere recursos para las futuras generaciones. Georcescu-Roegen subraya que un nuevo y más acertado mandamiento sagrado sería el de "tú debes amar a tu especie como a ti mismo". Quizás san Francisco, con una mayor magnanimidad, diría: "tú debes amar a todas las especies como a ti mismo".

Deudores y prestamistas comparten una perversa preferencia por el presente: los primeros, sin el padecimiento de la espera, buscan adquirir a corto plazo diversos y abundantes bienes y servicios; los segundos buscan astronómicas ganancias de manera inmediata. Al dilapidar los recursos del porvenir mediante las deudas, estamos destruyendo el futuro y, con tal celeridad, que apenas comenzando el siglo XXI se comienzan a padecer globalmente los efectos de tal destrucción.

Colapso global de la civilización

Hoy es más evidente que, en este mundo finito, con materia, energía y formas de vida degradables y agotables, la escogencia intertemporal suele ser trágica, pues en el futuro (de mediados del siglo XXI en adelante) posiblemente no existirán muchos de los recursos, experiencias y posiciones sociales hoy disponibles. Algunos estudios científicos prospectan escenarios de inviabilidad de la vida en extensas zonas del planeta para finales del presente siglo; en particular, debido al perjudicial cambio climático ocasionado por el irreversible calentamiento global. Gracias a la continuidad y el incremento en el uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), a la deforestación, a las represas, a la llamada revolución verde y a la ganadería, la temperatura global podría llegar a 1.5 grados centígrados para comienzos de 2030, lo que traería consigo un empeoramiento del clima, con mayor escasez de agua y de alimentos. Sin duda, los países del sur global serían los más perjudicados (Milman et al., 2021; IPCC, 2022).

Hoy estamos ad portas de una sexta extinción masiva (una desaparición de millones de especies animales y vegetales y, posiblemente, de gran parte de la cuantiosa especie humana) que, según Kolbert (2014), ha sido causada por el Antropoceno que surge a finales del siglo XVIII, cuando el ser humano comienza a afectar gravemente al planeta, concretamente, con la combustión de combustibles fósiles.

Más allá del calamitoso calentamiento global, nos adentramos en una era de colapso.

Diamond (2007) ha mostrado que algunas pequeñas y grandes sociedades han desaparecido (como los aborígenes de la Isla de Pascua y los anasazi, también los mayas y la Groenlandia noruega), otras han tenido éxito ambiguo (China y Australia en la actualidad). En relación con el colapso, examina cuatro factores de entorno (deterioro medioambiental, cambio climático, vecinos hostiles y socios comerciales amistosos), y un factor endógeno (respuesta lenta y confusa de la sociedad a los problemas medioambientales). Diamond argumenta que algunas sociedades toman decisiones catastróficas a causa, entre otros factores, de la conducta racional, en particular debido a la desigualdad y al egoísmo de individuos y de grupos privilegiados que, en busca de su beneficio y lucro particular, conducen a las sociedades hacia una tragedia de lo común, problema que han teorizado autores como Hardin (1968). Diamond (2007) se autodefine como un moderado y optimista, y supone que podemos aprender de las experiencias del pasado para salvar el planeta.

Homer-Dixon (2008) ofrece una perspectiva algo ambigua. Desde una visión pesimista, muestra que, globalmente, estamos propensos a una gran catástrofe que resulta de una conjunción de fuertes presiones como crecimiento poblacional, escasez de petróleo y de otros combustibles fósiles, calentamiento global, crisis ambiental, desigualdad e inestabilidad económica y megaterrorismo. Desde una visión optimista, arguye que toda crisis es también una ventana de oportunidad para reinventarse y lograr unos procesos de resiliencia. En tono categórico argumenta que la solución comienza con un cambio significativo en el statu quo, que implica una transformación de las instituciones para adaptarse a un mundo en constante cambio.

Greer (2005) construye un modelo para explicar el derrumbe de las civilizaciones y, en particular, el problema del colapso catabólico (metabolismo destructivo). Anclado parcialmente en la teoría neoclásica, arguye que cualquier sociedad está sujeta a cuatro variables: recursos, capital, desperdicio y producción de nuevo capital. El colapso catabólico ocurre cuando la sociedad ha usado excesivamente los acervos de recursos dados, superando su tasa de renovación natural y generando su agotamiento. La solución ofrecida en tono optimista es la vieja fórmula del estado estático, que fue imaginado por J. S. Mill, posteriormente por Keynes y actualmente por los diversos exponentes de los modelos de desarrollo sostenible. En la versión simplificada de Greer, el estado estático es una situación en donde no existe crecimiento económico, pues no hay producción de nuevo capital, sino simplemente producción suficiente para el mantenimiento del capital existente. Greer sostiene que el derrumbe de civilizaciones derrochadoras puede ser una oportunidad de aprendizaje con el surgimiento de sociedades y economías más frugales y minimalistas.

Tainter (1988) ha mostrado que los colapsos son, principalmente, procesos políticos. En concreto, un colapso se caracteriza por una rápida y enorme pérdida de complejidad sociopolítica, con las siguientes características: un proceso de fragmentación territorial, de pérdida del control central por parte del Estado, una desaparición de la clase política y extinción de grandes monumentos y obras públicas, una desaparición de la estratificación y diferenciación social, también una dispersión y desbandada de la sociedad y, en la economía, una extinción de la división social del trabajo, una pérdida de control y regulación de la economía, en fin, un decaimiento y desconexión de los mercados.

Tainter (1988) muestra, justamente, que las sociedades complejas llegan al extremo del colapso por la perenne realidad económica de los rendimientos decrecientes. Una realidad mucho más vieja y omnipresente que la teoría ricardiana de la renta diferencial y decreciente del suelo. Su argumentación se puede sintetizar, actualizar y complementar como sigue: i) las sociedades humanas son organizaciones que espontánea o deliberadamente resuelven problemas; ii) los sistemas socioeconómicos requieren crecientes inputs de materia y energía para su mantenimiento y desarrollo; iii) la mayor complejidad social se caracteriza por la desigualdad (clases sociales y estratos), la división entre quienes mandan y los que obedecen (organizaciones de control y jerarquía), y la mayor división social del trabajo y del conocimiento (explosión de roles y especialidades); a mayor complejidad, mayor gasto de materia y de energía que, además, está sujeto a los rendimientos decrecientes, al aumentar el coste per cápita, de energía, materia, información, control y vigilancia, y de consumo y bienestar; iv) la inversión en mayor complejidad y desarrollo llega a un punto máximo (límite), el cual corresponde al umbral de un colapso. Este autor argumenta que un colapso no necesariamente conduce a una catástrofe, pues las sociedades complejas, para afrontar la crisis, a veces se fragmentan en unidades más pequeñas y simples con reducción de la complejidad y de la población.

En el enfoque de Ehrlich (2013), algunas civilizaciones pasadas han colapsado debido a una importante pérdida de complejidad socioeconómica y política, acompañada de un gran declive poblacional. Hoy hemos traspasado el umbral de un nuevo colapso, que por vez primera afectará a la civilización global y a todas las formas de vida en el planeta. En este proceso se retroalimentan las siguientes crisis que comprometen la biósfera: a) una disrupción climática, debida a un calentamiento global irreversible y cada vez más grave; b) una pérdida de la biodiversidad y de los ecosistemas que avanza con celeridad hacia una sexta extinción masiva de las especies, incluida la humanidad; c) una degradación de la tierra fértil y un cambio cada vez más perjudicial en el uso de la tierra; d) una expansión global de sustancias tóxicas; e) una creciente acidificación de los océanos con aumento de zonas muertas en estos; d) una mayor propensión a las epidemias y pandemias; e) un agotamiento de reservas energéticas y minerales, y de fuentes de agua potable, todo esto acompañado de nuevas guerras por los recursos.

Crecimiento de la deuda mundial

Del informe de Abbas et al. (2011) se resalta que la deuda mundial -de 1880 hasta 1914- declinó levemente, de un 50 % a un 20 % del PIB mundial. Debido a los catastróficos eventos de la Primera Guerra Mundial, la crisis económica mundial de los años 30 y la Segunda Guerra Mundial, el endeudamiento global escaló tres picos: en 1920 subió al 90 % del PIB mundial, en 1933 al 80 %, y en 1950 al 130 %. Desde mitad de siglo hasta 1970, que coincide con la hegemonía del keynesianismo, declinó notablemente, hasta situarse en un 40 % del PIB. Desde 1970 hasta hoy, con el imperante neoliberalismo, ha crecido a niveles muy elevados.

Al comenzar el 2023 la deuda global alcanzó los 300 trillones de dólares, lo que equivale al 349 % del PIB mundial. Esto significa que cada uno de los 8000 millones de seres humanos actualmente debe USD 37 500, contrastado con su ingreso per cápita de USD 12 000 (Chan & Dimitrijevic, 2023). La deuda diaria per cápita es de USD 103, que triplica el hipotético ingreso per cápita de USD 33. La riqueza imaginaria triplica la riqueza real. El mayor crecimiento del PIB implica más destrucción (extractivismo, contaminación, calentamiento global, exterminio de vida y biodiversidad, etc.), que construcción (bienestar a través de la producción de bienes y servicios). La deuda se torna impagable, pues una inmensa mayoría de la humanidad (aproximadamente un 70 %) no devenga ni siquiera USD 10 diarios para subsistir.

La brusca caída del PIB global en 2020 (por el confinamiento y la parálisis económica causados por el manejo de la pandemia), los recientes problemas de abastecimiento, la inseguridad alimentaria ocasionada por el conflicto bélico Rusia-Ucrania, la guerra comercial por microprocesadores, entre otros, son apenas síntomas de estos tiempos recesivos y, además, de ineluctable colapso (Cante, 2021). Mientras que la economía real y la vida declinan dramáticamente, la deuda ha seguido en ascenso.

CONCLUSIONES

Como diría Benjamín (2008), no hemos superado la guerra social y, en cambio, hemos intensificado la violencia contra la naturaleza. Por el conflicto bélico Rusia versus Ucrania se intensifican los temores del economista Schelling (2005): después del uso de las primeras bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, la humanidad ha franqueado los límites de la destrucción a gran escala y, desde entonces, cada día que vivimos es un milagro.

Las engañosas tentativas de desarrollo sostenible, crecimiento verde, economía circular y bioeconomía -término secuestrado y vaciado de su contenido original, de acuerdo con ( Vivien, 2019) - pretenden alcanzar, simultáneamente, dos finalidades contradictorias como son la sostenibilidad y el crecimiento, además de limitarse a un cambio en la matriz energética (hacia la descarbonización y las energías renovables).

Aportes más pertinentes como el de Bonaiuti (2010) ponen el énfasis en el cambio de comportamientos (abolición de la sociedad de consumo) y en la instauración de límites para poner freno, mediante el decrecimiento, a las nocivas tendencias exponenciales, como la del gasto y consumo de combustibles fósiles.

Martínez-Alier y Roca (2000) muestran la perversa retroalimentación entre la deuda monetaria, el comercio internacional y la deuda ecológica: para pagar los onerosos servicios de la deuda monetaria, los países subdesarrollados deben incrementar tanto su productividad como sus exportaciones, con el consecuente aumento de la deuda ecológica. El endeudamiento ecológico (en sentido inverso al endeudamiento monetario) es de los países opulentos del norte (Estados Unidos y la Unión Europea) con los países del sur global. Este obedece a los daños ecológicos, en gran medida irreparables, que resultan de la extracción de recursos energéticos, materiales y formas de vida, con la destrucción de ecosistemas que, para colmo de males, empeora, pues los países del sur también son vertederos de nocivos desperdicios provenientes de las naciones más desarrolladas. Los autores (2000) destacan que la porción inmensamente mayoritaria de los gases efecto invernadero y de otros contaminantes ha sido vertida a comunes globales como la atmósfera y los mares por los países más desarrollados, durante varias décadas. Consecuentemente, ellos subrayan que la deuda ecológica supera a la deuda monetaria, y que esta última no se debería pagar.

Graeber (2011) ha propuesto revivir la vieja y efectiva solución de jubileo (cancelación de las deudas). Más recientemente, Hudson y Goodhart (2018) y Hudson (2020) han hecho énfasis en que este jubileo es el único camino para evitar una nueva depresión económica y, también, en que a través de un nuevo sistema de crédito (controlado por el Estado y la veeduría ciudadana), se debe propender a una radical redistribución del ingreso y de la riqueza a favor de los más pobres.

Una economía de la vida y del bien, en la perspectiva de Sedlacek (2014), implicaría expulsar a rentistas, capitalistas y banqueros del paraíso, para instaurar un mundo sin deudores, donde cada quien gane el sustento diario con el sudor de su frente.

AGRADECIMIENTOS

Agradecemos los comentarios y sugerencias de los árbitros anónimos.

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Cómo citar: Cante, F., & Franco-Cuervo, A. B. (2023). Apogeo de la deuda y decrecimiento económico: el colapso de la civilización. Apuntes del Cenes, 42 (76). Págs. 45 - 70. https://doi.org/10.19053/01203053.v42.n76.2023.15883

FINANCIAMIENTO Notificamos que este trabajo no recibió apoyo financiero alguno.

CONTRIBUCIÓN DE LOS AUTORES Freddy Cante se encargó de la sección de economía política de la no-violencia, decrecimiento y economía heterodoxa, y Ana Beatriz Franco-Cuervo, de sistemas políticos y procesos electorales.

Recibido: 18 de Abril de 2023; Aprobado: 26 de Junio de 2023

DECLARACIÓN DE CONFLICTO DE INTERESES

Asumimos la responsabilidad ética por este trabajo.

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