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Forma y Función

Print version ISSN 0120-338X

Forma funcion, Santaf, de Bogot, D.C.  no.18 Bogotá Jan./Dec. 2005

 

 

Problemas metodológicos de la
sociolingüística histórica

Methodological problems of historical sociolinguistics

FRANCISCA MEDINA MORALES

candidata a Ph. D.
Departamento de Lingüística - UNIVERSIDAD DE GRANADA
E mail: fmedina@ugr.es


En este trabajo, pretendemos llevar a cabo una exposición de los principales problemas que nos encontramos a la hora de estudiar un texto o un corpus de textos históricos desde el punto de vista sociolingüístico. Dichos problemas se derivan de la naturaleza del propio objeto de estudio e imponen la urgencia de adaptar el método de análisis de los estudios sociolingüísticos de campo a las nuevas necesidades planteadas. Con este propósito, damos respuesta a un interrogante que subyace al hablar de sociolingüística histórica: ¿estamos ante una nueva disciplina o simplemente ante el enfoque diacrónico de los estudios sociolingüísticos? y, en este último caso, ¿podemos hablar de un único método de análisis e interpretación de los datos o de dos métodos distintos?.

Palabras clave: sociolingüística histórica, metodología, variacionismo, cambio lingüístico, novela picaresca.


The author of this study endeavours to lay out the principal problems we encounter when we analyze a text or a corpus of historical texts from a sociolinguistic point of view. The mentioned problems are derived from the nature of the object of analysis itself and urgently force the adaptation of the method of sociolinguistic field analysis to the newly established necessities. With this purpose we respond to the interrogative regarding historical sociolinguistics: Are we dealing with a new discipline or simply with a diachronic focus of sociolinguistics? And if the latter is true, can we talk of one unique method of interpretative data analysis or of two different methods?


En el presente artículo, pretendo esbozar la sistematización de un método de trabajo que no ha sido definido, esto es, un método de trabajo al que no se le ha hecho ninguna o muy pocas referencias, me refiero a la metodología que orienta los trabajos de sociolingüística histórica. En ningún caso, considero estas líneas como algo definitivo (bien es sabido que todo método está en perpetua revisión), sino más bien como un punto de arranque de futuras monografías que, con casos prácticos, vayan perfeccionando el método.

La susodicha postergación del método, en parte, se explica en nuestro país por la confusión entre la dialectología y la sociolingüística, lo cual se hace manifiesto en la escasez de estudios verdaderamente sociolingüísticos sobre el español de la Península, en comparación con los trabajos existentes acerca del español de América (Calero, 1989:35-46)1. El hecho se agrava si el objeto de estudio es la lengua del pasado desde una perspectiva social, pues hasta los años ochenta no aparece expuesto de forma teórica este enfoque2. A este respecto, es pionero el trabajo de Mondéjar, donde se expone de forma contundente la necesidad imperiosa de una sociolingüística histórica3:

    Empezamos diciendo que vamos a explicar la evolución de una lengua en términos sociolingüísticos, pero después no vamos más allá de la explicación estructural de la misma y nunca se ve el nexo social o cultural concreto que ha condicionado el proceso. A nadie se le oculta que ésta es una tarea ardua y que exige muy variados conocimientos además de los lingüísticos y que no puede realizarse sin una previa preparación de trabajos monográficos, pero, a mi parecer, éste es el único camino que hay que seguir para que la rúbrica de ‘historia de una lengua’ corresponda realmente a la realidad que la lengua es: un sistema de comunicación que vive en una sociedad determinada, condicionada por unas circunstancias de espacio y tiempo. (Mondéjar, 1980:26)

Así pues, con el susodicho propósito de sistematización metodológica se ponen sobre la mesa dos cuestiones teóricas que obligarán a hacer una referencia continua a la sociolingüística de campo: cuál es el objeto de la sociolingüística histórica y si ésta requiere de un método empírico exclusivo para la consecución de unos resultados científicos.

1. EL OBJETO

Parto de que toda lengua siempre ha tenido y tiene variedades internas, pues el hablante, al enfrentarse a ella, descubre que las mismas cosas pueden ser dichas de diferentes maneras, es decir, descubre posibilidades de variación. Dicha variación presupone, en consecuencia, que elementos de cualquier nivel lingüístico puedan alternar y, con el tiempo, puedan incluso llegar a ser sustituidos entre sí.

Todo hablante es multidialectal, dado que su competencia lingüística le permite usar variantes de una lengua o al menos identificarlas (Schlieben-Lange, 1977:118). (Una de las paradojas que caracterizan la actuación lingüística, siguiendo la terminología de Chomsky, es que aunque la producción de habla es heterogénea, la interpretación es homogénea.) La sociolingüística, en este sentido, es la disciplina encargada de estudiar dichas variantes en relación con los factores sociales que las condicionan para llegar a formular, en palabras de Labov, la verdadera competencia de la comunidad lingüística, esto es, la competencia sociolingüística, integrada por elementos gramaticales además de factores sociales, o sea, el conocimiento que tiene el hablante de las reglas de la gramática, entendida en su más amplio sentido, y de las reglas para su uso en las circunstancias sociales apropiadas.

Ya la sociolingüística histórica se encuentra como propuesta en el nacimiento de la sociolingüística, pues Bright escribió en un trabajo considerado fundacional que una de las aplicaciones más importantes de ésta es el estudio de la historia de las lenguas (Bright, 1974)4. Más tarde, Romaine ha manifestado que, sabedores de cómo actúa hoy la variabilidad en el contexto lingüístico y social de las comunidades de habla, es posible revitalizar el estudio del cambio diacrónico incorporando a él tales patrones de variabilidad (Romaine, 1996:170); dicho con otras palabras, podemos usar el presente para tratar de explicar el pasado.

Desde un punto de vista histórico, “la sociolingüística se ocuparía de los fundamentos generales e históricos del cambio lingüístico a partir de las correlaciones entre factores lingüísticos y sociales” (Gimeno, 1983:185). Según esto y siguiendo la terminología de los estudios de campo, daría cuenta del cambio que se produce en la competencia sociolingüística de una comunidad histórica, de ahí que su principal tarea metodológica sea desarrollar un conjunto de procedimientos para la reconstrucción de la historia de la lengua en su contexto social. Esta necesidad de orientación de los estudios históricos fue expuesta por Mondéjar: “[…] las dimensiones naturales de la lengua son tres: sistemática, temporal o histórica y social. […] No bastan con describir las relaciones mutuas que los ligan y regulan su funcionamiento (los elementos del sistema), es necesario dar razón de cómo se han formado esos elementos, de cómo se han integrado en ese sistema, y de cómo se realizan en cada estrato social en función de determinantes sociohistóricas” (Mondéjar, 1980:9).

Tal conjunto debe partir de un presupuesto fundamental, a saber, el hecho de que todo cambio implica variación, pero no toda variación supone cambio (Almeida, 1992:51): la variación es el origen de un cambio lingüístico y el cambio lingüístico sólo se confirma cuando la variable (indicador5) se generaliza a través de algún subgrupo de la comunidad hablante. Como resultado de la interacción inter e intracomunitaria, otros grupos adoptan la variable (que ahora será marcador) que supuestamente simboliza la importancia social de un grupo (Weinreich, Labov, y Herzog, 1968:95-189)6.

Así pues, la sociolingüística histórica explica las etapas reales del cambio y los motivos lingüisticosociales que lo provocaron. Ahora bien, es preciso mencionar entre las cuestiones que entorpecen este fin, a las cuales me iré refiriendo progresivamente, la inevitable pérdida de información de carácter social y estilística que afecta a los datos procedentes de estadios del pasado y el hecho de que, por esta razón, el material de estudio histórico resulte, en ocasiones, demasiado uniforme desde el punto de vista estilístico, pues suele recoger los usos más formales en los que vive una lengua. De hecho, muchas de las variables estudiadas hoy por los sociolingüistas tienen una antigüedad considerable y representan cambios de largo y lento desarrollo que aún no se han completado y que puede que no lleguen a completarse nunca y que, por otra parte, si no se perciben del todo en los textos antiguos es porque predomina la variedad estándar que ofrece los hechos como consumados (Romaine, 1996:166).

2. EL MÉTODO

Entre 1962 y 1966, se publica una serie de trabajos básicos para la metodología de la sociolingüística de campo. Son, como sabemos, los años de fundación de la teoría variacionista. Esta teoría, frente a otras muchas teorías no sociolingüísticas que se han dado sobre el cambio, ha mostrado que la homogeneidad es una falacia:

    […] if a language has to be structured in order to function efficiently, how do people continue to talk while the language changes, that is, while it passes through periods of lessened systematicity? […] The solution […] lies in the direction of breaking down the identification of structuredness with homogeneity. (Weinreich et al., 1968: 100-101)

Ahora bien, esta teoría concibe la lengua como un sistema cuya heterogeneidad no es arbitraria, sino sometida a reglas. Así, el método tiene como finalidad el establecimiento de lo que Labov denomina reglas gramaticales variables. Éstas, frente a las reglas fijas o estables de la gramática tradicional, poseen un carácter opcional que muestra una variación sistemática de aplicación debida a la correlación de factores lingüísticos y sociales. Servirán como instrumento de interpretación de la variabilidad lingüística en una comunidad de habla7. Se puede afirmar que el cambio ocurre cuando los factores sociales que limitan la aplicación de la regla variable desaparecen progresivamente siendo finalmente eliminados, es decir, cuando la regla variable se convierte en categórica. Análogamente, la consecución de unas reglas que expliquen el cambio en marcha a partir de variantes será el fin que debe perseguir el método aplicado en sociolingüística histórica8.

2.1. El método implica el establecimiento de variables sociales9

Con este fin, es preciso llevar a cabo el análisis sociológico de la comunidad y comprobar cuáles son las variables realmente importantes en la estructura social y que, por tanto, pueden influir en el uso de la lengua. En este sentido, para el sociolingüista del pasado es fundamental conocer la historia externa del español. Las variables sociológicas admiten la siguiente clasificación:

2.1.1. Sexo y edad

Los estudios de campo nos demuestran que suele subordinarse a dimensiones sociales diferentes y con mayor poder de determinación, como el nivel sociocultural o el estilo, aunque no por ello ha dejado de ser un factor de atención.

En los estudios de sociolinguística histórica, muchas veces, hemos de prescindir de ella por la escasez de datos, dado que los hablantes femeninos aparecen raramente en los textos, ya sea en primera persona como escritores, ya sea representados indirectamente como personajes de ficción.

Podemos encontrar, por ejemplo, algunas noticias aisladas que dan cuenta de la variable sexo en la novela picaresca, pues se apuntan diferencias de prestigio social entre el ceceo de las mujeres y el de los hombres.

La variable edad es clave como indicadora del cambio, pues se sostiene que si hay diferencias en una comunidad entre miembros de diferentes edades o grupos generacionales hay que interpretarlas como posible resultado de un cambio en curso. Así pues, en el estudio del cambio lingüístico en curso la primera pista que hay que seguir es el estudio del cambio en tiempo aparente, es decir, la distribución de las variables lingüísticas por niveles de edad. El problema es decidir si estamos ante un verdadero cambio en curso o una estratificación por edad, o sea, un cambio regular de comportamiento lingüístico con la edad que se repite en cada generación (Labov, 1996:99). Generalmente hay que prescindir del estudio del cambio a través de las generaciones, considerando siempre períodos más amplios, pues es muy difícil encontrar datos lingüísticos clarificadores que permitan segmentar a la población conviviente en las tres o cuatro generaciones en que normalmente se considera dividida. Por ejemplo, cuando Menéndez Pidal teoriza acerca del cambio fonético, insiste en que su duración es extraordinariamente larga, multisecular, porque la tradición que hay que vencer es la más fuerte de todas, al estar tan arraigada en el inconsciente (Menéndez Pidal, 1970:18). Sólo a través de muchas generaciones podemos observar dicho cambio, cuando determinado gusto acaba imponiéndose. De la misma opinión, aunque publicada más recientemente, son Weinreich, Labov y Herzog (Weinreich et al., 1968:188).

En este caso, para la sociolingüística histórica la exacta datación del texto se convierte en un problema fundamental.

2.1.2. Clase social

El concepto de clase quedó definido en términos económicos por Marx cuando afirmó que la población quedaba dividida entre los que tienen capital (clase capitalista) y los que no lo tienen (proletariado). Una cuestión fundamental que se plantea es si la sociedad puede ser clasificada en distintos grupos de acuerdo con el estatus o clase social, pues clase social es un término hoy impreciso y los diversos factores que la identifican como la riqueza, la profesión o la educación que tradicionalmente hacían referencia a una única jerarquía responden hoy a distintas estructuras jerárquicas más o menos independientes: una para la riqueza, otra para la educación y así sucesivamente. Desde los años setenta, la sociolingüística de campo trabaja con un modelo multidimensional que presenta variables independientes: educación, ocupación, ingresos, en lugar de la variable clase como un todo.

Ahora bien, el concepto de clase social puede ser útil para la sociolingüística histórica, aunque, en todo caso, se trata de una cuestión empírica. Desde el siglo XV, la sociedad ya se despojaba de la armadura estamental de la Edad Media y comenzaba a mostrarse dinámica e integrada por dos clases fundamentalmente: los ricos y los pobres. Para esto sigo la tesis expuesta por Maravall (Maravall , 1986). Subrayamos esta datación para el uso de la variable clase social, datación que coincide con la época a partir de la cual la lengua puede ser estudiada científicamente con un criterio social, pues antes de la baja Edad Media tenemos dudosas noticias de la identidad del autor del texto así como de su extracción social, de manera que el análisis de las variantes puede llegar a ser pura fantasía.

Menéndez Pidal fue el primero en señalar el interés lingüístico que encierran los documentos notariales españoles de los siglos IX, X y XI para el estudio de las variaciones geográficas y temporales de la lengua y, sobre todo, para la reconstrucción de las etapas primeras del romance, o bien las glosas para el estudio de innovaciones pertenecientes al registro oral. Pero nada dice de la información lingüisticosocial que nos pueden brindar los textos.

Hoy, la sociolingüística de campo sustituye el concepto de clase social por el de red social como entidad menos abstracta y, en consecuencia, más útil (Milroy, 1992:1-26). (No obstante, los Milroy intentaron reconciliar los estudios basados en el concepto de clase social y los que usan la red social como noción básica. Parece ser que existe una clara relación entre red y clase social, pues los hablantes de clase media tienden a establecer redes menos estables que los de clases obreras (Romaine, 1996: 105).) Milroy definió red social como el “entramado de relaciones directas entre individuos que actúa como mecanismo para intercambiar bienes y servicios” (Milroy, 1987:82). Dichas redes de interacción cruzan por encima de los límites de clase y pueden revelar diferencias dentro de las clases mismas. Es evidente que, desde un punto de vista histórico, es muy difícil establecer relaciones entre los hablantes y, por tanto, adoptar esa metodología -sólo el género epistolar, en cualquier caso, lo permitiría, y también así sería muy complicado un seguimiento completo desde el punto de arranque.

2.1.3. Nivel de instrucción

Suele ir unido a la variable clase social y determina de forma directa la variación lingüística. Es evidente que la instrucción o el nivel de alfabetización va unido al uso de variantes prestigiosas y la falta de cultura propicia los vulgarismos. Sobre esto nos dice Romaine: “Normalización y alfabetización son dos procesos que van de la mano, puesto que aprender a leer y a escribir presupone la existencia de una variedad escrita codificada” (ROMAINE, 1996: 107-109).

La sociolingüística histórica se ve obligada, en muchos casos, a distinguir pocos niveles de alfabetización en comparación con el momento actual. En el pasado, había una gran abundancia de analfabetos, dado que la presión de la escuela era prácticamente inexistente, lo cual dificultaba al mismo tiempo la estandarización. A esto se sumaba la falta del influjo de los medios de comunicación, hoy tan importante, que explica, por ejemplo, la escasez o inexistencia de grados medios de cultura.

2.1.4. La procedencia y los barrios

La procedencia geográfica se convierte en una variable decisiva de análisis sociolingüístico, pues se ha demostrado que negar las isoglosas horizontales para aceptar sólo las verticales es un error metodológico que falsea los resultados. (Acerca de esto, dice Abad: “El más exacto conocimiento de la vida de las lenguas debe llevar a su consideración según las condiciones reales en que ellas existen, es decir, distribuidas geográfica y sociológicamente; sus productos también existen, por supuesto, diferenciados según el registro que se emplee al hablar” (Abad, 1989: 15).)

Según esto, la sociolingüística histórica ha de tener en cuenta dos niveles: un macronivel espacio / tiempo y un micronivel sociedad / situación; de esta manera se da respuesta a los tres ejes: diatópico, diacrónico y diastrático. En este sentido, se debe considerar, como lo hace la sociolingüística de campo, por ejemplo, la existencia de importantes movimientos migratorios del campo a la ciudad, que justifican las diferencias en el marco de la urbe. El concepto de barrio, del que nos vemos obligados a prescindir en los estudios históricos10, está ligado al de procedencia pues, como vemos, en la actualidad es habitual la concentración de individuos de igual origen en las mismas zonas.

2.1.5. Raza y etnia

Son numerosos los datos que obtenemos en todas las épocas partiendo de esta variable. Son muy frecuentes las transferencias lingüísticas desde la lengua de origen a la lengua receptora, porque, cuando una minoría étnica se encuentra inmersa en un ambiente lingüístico-cultural distinto al de su origen, la lengua es un signo de identidad.

Pensemos, por ejemplo, en la pronunciación de las sibilantes castellanas que caracterizaba a los moriscos de los siglos XVI y XVII, o en la morfología analógicamente transformada con la que hablaban los esclavos negros de dicha época. Dirá Nebrija: “La cual pronunciación es propia de judíos y moros, de los cuales, cuanto io pienso, las recibió nuestra lengua” (Nebrija, 1492: 34); Vid. Sloman, 1949: 207-217 y Baranda, 1989: 311-333.

2.1.6. Tipo de texto y estilo contextual

Aparte de las anteriores dimensiones de la estructura social, se ha valorado dentro del registro escrito de los textos históricos otras variables sociales como el tipo de texto y el estilo contextual (Traugott y Romaine, 1985:7-39). Dirá Gimeno:

    “Si asumimos que podemos reproducir una diferenciación estilística o contextual a partir de los textos existentes, entonces podríamos especular acerca de su probable conexión con la estratificación social, y proponer una hipotética reconstrucción del contexto social de los procesos históricos del cambio lingüístico, dentro de un planteamiento sociolingüístico general o interdisciplinario”. (Gimeno, 1995:54)11

Así pues, a partir de una diferenciación estilística se podría proponer una reconstrucción de la lengua del pasado en su contexto social.

Romaine ha distinguido dos tipos de textos y a cada uno de ellos le corresponde dos estilos:

Cada texto se considera al mismo tiempo como perteneciente a un estrato y como una variedad diafásica (Gimeno, 1988:1883-1192). Vale acotar que, en este trabajo, Gimeno, partiendo de la variable arriba considerada, intenta una aproximación sociolingüística a los primeros documentos del español. Para ello analiza además la situación histórico-lingüística en que fueron producidos así como el modo en que los escribanos reflejan en los textos escritos las variaciones de la lengua hablada.

2. 2. El método implica la fijación de unas variables lingüísticas

En este sentido, las diferencias entre sociolingüística de campo e histórica son importantes. En la recogida de datos, el investigador de campo ha tenido en cuenta al elaborar su cuestionario las variables que le interesa estudiar y parte del nivel lingüístico en el que cree que va a obtener los datos. Es decir, el establecimiento del objeto de la investigación es previo y el estudioso debe comprobar las hipótesis respecto a las relaciones existentes entre las variables lingüísticas y las variables sociales:

    El hecho de que el investigador parta de una lista predeterminada de variables lingüísticas y sus variantes, indica que espera que las variantes de su lista se den realmente en la clase de textos que ha recogido, y generalmente parte también de un conjunto de hipótesis acerca de las variables sociales que se relacionan con las de su lista, tales como región, clase social o sexo. (Hudson, 1981: 154)

Es evidente que la sociolingüística histórica tiene que prescindir de la encuesta y recurrir a los textos. Para abordarlos, el historiador de la lengua no tiene una lista predeterminada de variables en que anote las distintas variantes o formas alternativas que se emplearon para cada una de ellas. Sólo puede establecer a posteriori, una vez realizada la investigación, las variables lingüísticas y conocer la extracción social de las variantes.

Una cuestión importante es la densidad de las variantes en el texto, a saber, que éstas sean numéricamente relevantes para no confundir un hecho sociolingüístico, esto es, realizado por un grupo de hablantes con una manifestación individual. A este respecto, Labov estableció para la sociolingüística de campo que diez o veinte datos lingüísticos de una variable dada son suficientes para representar una matriz de variación. No obstante, estas cifras pueden ser válidas para unos casos y no para otros, aunque él parte del principio de homogeneidad de la conducta lingüística.

En este sentido, lo importante no es tanto el número como la representatividad de los datos, pues, a veces, en los textos históricos encontramos un único ejemplo y, a pesar de ello, es significativo, pues documenta un fenómeno del cual sabemos por otras fuentes bibliográficas, como las gramáticas históricas que han manejado textos muy diversos, que es relevante en la época y podemos constatar su extracción social12.

Por último, hemos de considerar que unas variables lingüísticas estratifican la población de una forma más precisa que otras, e incluso algunas no se corresponderán con estructuras sociales, es decir, en este caso la variación lingüística no está en correlación con ningún tipo de variable externa (Romaine, 1996, 92). Por ejemplo, en la lengua del Siglo de Oro nos servirían para este último caso los grupos cultos.

2. 3. TERMINOLOGÍA

El método maneja una terminología bien definida que la sociolingüística de campo e histórica comparten sin diferencias. Nos referimos a términos tales como: variación, variedad, variable sociolingüística, variante, comunidad de habla, reglas gramaticales variables, competencia sociolingüística, prestigio, nivel de lengua, geolecto, sociolecto, estilo o registro, jerga o lengua y otras. Es fundamental la distinción entre variable lingüística, es decir, aquélla que no sea portadora de significación social y estilística, y variable sociolingüística, o sea, aquella que co-varíe con factores sociales o estilísticos. El concepto de variable sería aplicado a todos los niveles de análisis lingüístico, aunque todavía son escasos los trabajos cuantitativos sobre variables sintácticas. Con respecto a los otros conceptos, no es necesario extendernos en su definición, pues aparecen con claridad en una obra ya clásica como la de Labov (Labov, 1966). La actualización bibliográfica y revisión de los mismos nos llevaría mucho tiempo.

3. La recogida de datos

La sociolingüística de campo consigue el material a partir de encuestas en las que se responde a un cuestionario y que son recogidas en una grabadora (existe otro método que es la observación: se trata de recoger los datos de un grupo de informantes en su contexto natural, pero es más lento y menos fiable, de manera que ha sido progresivamente desterrado). Además de que el uso de grabadora es mucho más fiable que transcribirlas, pues así se deformaría lo oral con un tipo de discurso distinto. Las grabadoras se cuentan entre los nuevos métodos de la sociolingüística de campo, entre los que también están los métodos computacionales para el análisis de la onda sonora, las técnicas para el estudio representativo de la comunidad, la aplicación de la teoría de la probabilidad, los métodos para el análisis multivariable, etc. Es evidente que el carácter de los datos generados por los nuevos métodos requiere un tratamiento matemático.

Es evidente que la sociolingüística histórica tiene que prescindir de la prueba material sonora y recurrir a los textos. En éstos, se debe rastrear el cambio, es decir, en uno de los medios de la transmisión de comunicación lingüística que en nuestras sociedades ha venido siendo rasgo distintivo de los sectores “cultos” (durante mucho tiempo “hombre culto” fue el que sabía leer y escribir). La inmensa mayoría de los textos escritos con los que el sociolingüista histórico ha de enfrentarse proviene del sector superior de la comunidad, el cual suele manifestar un lenguaje cuidado, en el que se desarrollan, más que en ningún otro, las potencialidades del idioma, pero donde suele predominar una actitud conservadora. En este sector se hace manifiesta la variedad que Coseriu ha denominado lengua ejemplar, de ahí la relativa escasez de variantes, de manera que cuando alguna modificación llega a ella es el momento de su consagración definitiva. (No obstante, también podemos encontrar ejemplos en los que lengua escrita y registro espontáneo son compatibles (Cano, 1996:375-404).)

A pesar de ello, tenemos que buscar en los textos -porque no hay otra solución- evidencias de las variantes lingüísticas que normalmente no se escriben, ya que se emplean sólo en el dominio de la conversación. Tenemos que contentarnos, pues, con dichas evidencias más o menos indirectas para discernir lo que Oesterreicher ha dado en llamar competencia escrita de impronta oral, esto es, lo hablado en los textos (Oesterreicher, 1996, 317-340). Esta competencia se manifiesta, según dicho estudioso, cuando el autor no tiene suficiente formación cultural, aunque sepa escribir. Este autor, que podemos llamar semiculto, no conoce ni la variedad lingüística exigida por el género respectivo ni las reglas discursivas válidas para la estructuración del texto. Así, el escrito tiene construcciones y elementos que normalmente se usan en el ámbito de la conversación. Esta inseguridad además provoca ultracorreciones. También se hace patente en aquellos textos en los que su autor trata de adaptar la forma lingüística al nivel intelectual y las posibilidades de comprensión de los lectores, aunque éste tenga la capacidad para expresarse en una variedad de lengua perfectamente elaborada elige un lenguaje cercano al coloquial13. Añadiría que, asimismo, se muestra cuando el autor de un texto literario busca el realismo en su producción y, en consecuencia, pretende que los personajes se identifiquen lingüísticamente con el papel que representan -por ejemplo, algunos autores de novelas picarescas: Alemán, Cervantes, Quevedo, Espinel, entre otros-.

En relación con la autenticidad de los datos recogidos, el investigador de campo no debe engañarse sobre la fidelidad de sus grabaciones: siempre habrá un estilo más espontáneo que el recogido en la más perfecta de sus cintas. Con un magnetófono delante, nunca tendremos la completa seguridad de que los materiales que recogemos serán idénticos a los que obtendríamos al trabajar sin él.

Estamos ante la llamada paradoja del observador, a saber, la meta es descubrir cómo habla la gente cuando no es observada sistemáticamente, pero sólo mediante la observación sistemática podemos obtener los datos necesarios. En este sentido, reconstruir un estado de lengua sincrónico es también una extrapolación de datos que, en forma metodológicamente ficticia, consideramos reales. No obstante, esta convención es tradicionalmente aceptada, frente a las reticencias que han de afrontar los estudios que parten de la reconstrucción de la lengua a partir de los textos.

Romaine al hablar de una sociolingüística histórica basada en los modelos sociolingüísticos del multidialectalismo trata la problemática del texto y se opone a Labov al considerar los textos válidos por sí mismos (Romaine, 1982: 122). Un autor como Frago ha reconocido en múltiples ocasiones que la máxima fuerza probatoria para establecer los sucesivos estadios del cambio fonético reside en el análisis de la lengua escrita, “puesto que en ella es donde mejor se refleja la lengua hablada y, por consiguiente, las vicisitudes que ésta ha experimentado a lo largo de la historia” (Frago, 1993: 9).

Por otra parte, y esto es ya una reflexión personal, hemos de tener en cuenta que el estudio profundo de la lengua sólo es posible gracias a la escritura, no se puede estudiar lo oral a través de lo oral, porque disponemos de la memoria solamente para ello y no se pueden guardar en ella grandes trozos de texto, suponiendo que escuchemos absolutamente todo y no reconstruyamos la mitad de lo oído, que es lo que normalmente se hace.

Es uno de los fallos del método de campo que ya fue expuesto por Labov (Labov, 1972). Para evitar las consecuencias de la paradoja del observador en la sociolingüística de campo, Villena hace una revisión de estos métodos pioneros y clásicos inspirados en el estudio de Labov sobre el inglés de Nueva York. Así en un estudio del vernáculo malagueño (VUM), dicho autor establece como presupuesto la inmersión de los investigadores en la vida y en los hábitos de comportamiento de la comunidad investigada, junto con el conocimiento etnográfico del medio y el modo de comportamiento comunitario (Villena, 1994:22).

Labov ha hablado de la paradoja de la lingüística histórica y la hace equivalente a la paradoja del observador en lingüística sincrónica (Labov, 1996:58-66). La primera supone que los registros del pasado son inevitablemente incompletos y defectuosos y que la tarea del lingüista histórico es completar ese registro infiriendo las formas perdidas. Así pues, las soluciones a la paradoja histórica han de ser análogas a las de la paradoja del observador. Es decir, los problemas particulares deben abordarse a partir de diferentes métodos o usando fuentes complementarias de error; de esta forma, la solución puede localizarse en algún punto en medio de las respuestas ofrecidas por los diferentes métodos. Asimismo, podemos conocer los límites de los errores aun cuando no podamos eliminarlos por completo.

Ahora bien, hemos de considerar que no todos los textos son iguales: igual que hay estilos diferentes en el lenguaje oral hay estilos diferentes de lenguaje escrito, o lo que es lo mismo, distintos tipos de textos, a pesar de que la sociolingüística derivada de Labov ha tendido a considerar por un lado el estilo propio de la lengua hablada y por otro el de la escrita. Así pues, es un hecho que hay diferencias entre los textos escritos en cuanto a su nivel de elaboración que está vinculado a distintos factores: el estrato sociocultural del emisor y receptor, la situación comunicativa en que se produce, el tema tratado, etc. En este sentido, resulta muy clara la terminología usada por Giovanni Nencioni cuando habla de parlato parlato para identificar una conversación de amigos en un bar, de parlato scritto para identificar un carta privada en estilo coloquial, de scritto parlato para la lectura del texto de una conferencia y de scritto scritto para un texto jurídico (Nencioni, 1976:1-56)14. Ante todo, el sociolingüista del pasado debe, como necesidad metodológica, desprenderse de los prejuicios habituales que han identificado lo oral y lo coloquial y lo escrito y lo culto. Lo oral, como ya afirmó Beinhauer, es un modo de enunciación, de producción del lenguaje, mientras que “coloquial” se refiere a la conversación, que tiene unas características peculiares. Tradicionalmente, se ha utilizado “coloquial” como sinónimo de descuidado, aunque ni la ausencia de “literariedad” ni la presencia de errores son suficientes para definir la coloquialidad (y aun menos la oralidad) de la lengua de un texto. La lengua coloquial no consiste sólo en incorrecciones (o variantes que pudieran ser el germen de futuros cambios), sino que en ella hay fenómenos propios (construcciones oracionales, fraseologías, palabras) que son exclusivos de ese nivel y cuya presencia rechaza la lengua culta. Beinhauer lo expuso de esta forma:

    “Entendemos por lenguaje coloquial el habla tal y como brota natural y espontánea en la conversación diaria, a diferencia de las manifestaciones lingüísticas conscientemente formuladas y, por tanto, más cerebrales de oradores, predicadores, abogados, conferenciantes, etc., o las artísticamente moldeadas y engalanadas de escritores, periodistas o poetas […]. Al tratar de lengua coloquial nos referimos únicamente a la lengua viva conversacional. […] refleja espontáneas tendencias lingüísticas, no ya del hombre de tipo corriente y moliente, sino aun de gentes cultas cuando su habla va impulsada por la afectividad o en momentos de expansiva intimidad” (Beinhauer, 1968: 12.)

Este concepto de lenguaje coloquial como un registro o estilo de lengua y no como un nivel (popular o culto) ha sido adoptado por muy diversos autores y tiene hoy plena vitalidad (Vid. Cano Aguilar, 1996: 377-379 y Gimeno, 1993: 33-45).

De esta forma, vamos a concluir un principio fundamental para la recogida de datos en sociolingüística histórica: la distinción tradicional entre lo fónico y lo gráfico, características propiamente físicas del texto, constituye una dicotomía que debe ser trascendida a favor de una concepción abstracta que supone una gradación, una escala de un continuo limitado por dos extremos que se podrían denominar inmediatez comunicativa y distancia comunicativa. Debemos estas reflexiones, cuya repercusión es fundamental en sociolingüística histórica, a Oesterreicher, el cual las expuso sin mencionar su importancia para dichos estudios (Oesterreicher, 1996:318). En ellos hay que reconocer el hecho de que lo hablado, o la inmediatez comunicativa, puede tener una realización fónica y lo escrito, o la distancia comunicativa, una realización gráfica, pero que esto no es siempre así y que es posible que en textos escritos -con los que esta disciplina trabaja- haya un determinado grado de inmediatez, así como en los orales pueda haberlo de distancia.

En cualquier caso, la indagación sobre la presencia de la oralidad en los textos escritos debe dirigirse no sólo a la localización y descripción de los rasgos orales, sino también a determinar los grados de oralidad y la función de los signos que así lo manifiestan desempeñan en el discurso reproducido (Bustos Tovar, 1996:359-374.)

Hay textos muy diferentes que nos proporcionan una información sociolingüística diversa, aunque, si hay que marcar prioridades metodológicas, las tienen aquellos textos que se redactaron sin intención científica o artística. Es evidente que es muy difícil estudiar la lengua de la conversación partiendo de un escrito publicado que ha sido enmendado, pero es fácil partiendo, por ejemplo, del discurso epistolar, sobre todo si la carta es familiar y en el momento de su producción el “informante” está movido por una especial situación emocional, en este caso, el grado de inmediatez será el máximo15; también es fácil a partir de la transliteración de las declaraciones notariales o de los juicios16 e incluso es fácil a partir de los textos literarios cuando éstos nos ofrecen datos sobre otros niveles de lengua que no son el estándar, siempre que el escritor haga guardar el decoro a sus personajes17, creando así una oralidad simulada, lo oral escrito. Si bien, no debemos olvidar que los textos literarios someten muchas veces a la realidad literaria la realidad lingüística. Las siguientes palabras de Jauralde Pou corroboran lo que digo:

    “La desviación de lo literario puede ir -muchas veces va- hacia la imitación más que hacia la reconversión expresiva, y aun cuando lo hace de esta última manera es sobre el fondo común del habla real. […] no me cabe ninguna duda de que es posible trazar amplios lienzos en lo que era el coloquio, el habla viva, el lenguaje real de cualquier época a partir de los múltiples documentos directos o indirectos del lenguaje escrito”. (Jauralde Pou, 1992: 101)

Lo que es evidente y de lo que debemos partir es de que es imposible la transcripción de lo oral por escrito tal cual, porque en la transcripción siempre hay un compromiso entre la fidelidad a lo que se dijo y la “legibilidad” obligada por la tradición de los textos que nos impone restricciones (Benveniste, 1998:15).

Otros problemas ligados a los textos que sólo mencionaremos de paso son los siguientes: siempre que consideramos textos antiguos se debate el valor de las grafías como representaciones de sonidos y, por tanto, de variantes, lo cual puede, en ocasiones, venir dado por un lapsus calami del autor, o bien como cacografías, en cuyo caso no sirven al estudioso. De ahí que el sociolingüista histórico deba ser también un prudente analista de grafías.

Una última cuestión en la recogida de los datos es el número de informantes necesarios en un trabajo de campo y el corpus de textos necesarios en un trabajo histórico. Labov decía que no eran necesarios muchos informantes, porque la comunidad lingüística es bastante homogénea y porque existe un umbral de significación, antes de él se obtienen datos significativos y después de él las conductas comienzan a ser redundantes. En los estudios históricos, el corpus de textos será más o menos amplio en función de la densidad de información que se encuentre en los textos. En todo caso, se considera que el individuo que se manifiesta lingüísticamente se comporta como un grupo, pues en él concurrirían una serie de variantes lingüísticas y extralingüísticas que lo convierten en representante de un grupo social determinado.

4. La interpretación de los datos

La interpretación siempre está en correspondencia con la finalidad del estudio, que puede descubrir, por ejemplo, entre otros muchos aspectos, los rasgos lingüísticos más característicos de un grupo o la frecuencia de variantes lingüísticas en relación con factores sociales, o establecer una relación causal entre las variables. De ahí que, al agrupar, ordenar y comparar los datos se dé prioridad a unos aspectos en detrimento de otros. Asimismo, mediante la interpretación de los datos hay que intentar establecer una cierta continuidad en el proceso investigador, poniendo en relación los resultados con los de otros estudios. Nunca hay que emitir juicios de valor sobre los hechos de lengua que se analizan, al contrario de las gramáticas.

Ahora bien, esta interpretación no se distinguiría de la de otras disciplinas lingüísticas si no fuera por la cuantificación constante de los datos. La sociolingüística siempre recurre al análisis estadístico para interpretar sus resultados. El responsable de los métodos cuantitativos es Labov. La razón fundamental del análisis cuantitativo está en que si cada texto contuviera muestras de tan sólo una variante para cada variable, entonces podría ser situada en un espacio lingüístico relevante sin el empleo de la cuantificación. Pero la realidad no es ésta, porque distintas variantes de la misma variable concurren juntas en el mismo texto; por otra parte, la relación entre distintas variables lingüísticas es también una cuestión de grados, estando unas más relacionadas que otras y lo mismo puede decirse de las relaciones entre las variables lingüísticas y sociales.

Los conceptos estadísticos básicos que maneja la sociolingüística son la frecuencia y la probabilidad, representadas en tablas y en gráficos. A este tipo de representaciones se les llama patrones de estratificación sociolingüística, y nos muestran la distribución de las variables lingüisticosociales y la relación posible entre ellas. Para calcular la probabilidad, se parte de la frecuencia observada en un corpus representativo de la actuación lingüística de los hablantes de una comunidad dada. Este modelo probabilístico abarcará por igual factores lingüísticos y extralingüísticos. Ahora bien, muchos estudiosos se niegan a integrar la probabilidad en sus teorías y prefieren los análisis discretos que expliquen los fenómenos que estudian, a pesar de que la mayoría de los trabajos actuales se ocupan de ello (López Morales, 1981: 247-268). En palabras de López Morales, la contribución más notable de la sociolingüística de campo, a pesar de que desde los primeros años usó para sus descripciones un aparato estadístico muy preciso, no fue hasta fecha muy reciente en que, apartándose de la simple descripción de la actuación lingüística se lanzó a trabajar sobre planos más abstractos y teóricos, esto es, trató de “insertar en la teoría lingüística datos provenientes de factores extralingüísticos, considerados pertinentes en la actuación, pero inaceptados en la competencia” (López Morales, 1977: 17-36).

En cuanto al modelo probabilístico, este principio metodológico debe ser compartido por la sociolingüística de campo e histórica. Ahora bien, desde un enfoque histórico, la cuantificación no podrá ser aplicada, en ocasiones, a todas las variables lingüísticas consideradas, por la falta de frecuencia de algunas de ellas en los textos, falta que no en todos los casos -como vimos arriba- le resta importancia en lo escrito y que no implica obligadamente que éstas no sean indicadoras de cambio, pues, a veces, inconsistencias mínimas de los documentos pueden reflejar rasgos lingüísticos de su autor. A saber, en ocasiones, el corpus manejado debe considerarse representativo de estados lingüísticos a los cuales trasciende, no un producto lingüístico autosuficiente, dada la poca frecuencia en los textos de determinadas variables lingüísticas. Como conclusión, hago mías las siguientes palabras de Labov acerca de la interpretación de los datos: “Puede entonces concebirse la lingüística histórica como el arte de hacer el mejor uso posible de datos deficientes.” (Labov, 1996:45.)

Por otra parte, en la interpretación de los datos, la sociolingüística histórica también debe partir de un principio que no considera la de campo. Dicho principio deriva de la temporalidad del concepto de norma lingüística18. El investigador de campo es capaz de relacionar las variables con factores sociales sin necesidad de recurrir a tratados normativos, pues como lingüista posee un conocimiento empírico de la variedad normalizada o estándar y del resto de las normas de la sociedad en la que vive. En cambio, el estudioso de textos del pasado, al que no le es posible acceder al saber idiomático de los distintos usuarios de una época pasada, tiene que esforzarse en no interpretar el pasado desde su presente (no hay que olvidar, sin embargo, que estamos ante dos comunidades lingüísticas distintas, y que no se pueden igualar datos lingüísticos del siglo XXI a datos del siglo XVI, aunque en apariencia sean idénticos, porque no fueron extraídos de la misma comunidad de habla) y está obligado, además, a recurrir a gramáticas, tratados sobre la lengua, diccionarios19. u otros repertorios léxicos contemporáneos al texto o bien cualquier tipo de obra donde se mencionen cuestiones lingüísticas, además de los juicios metalingüísticos de los autores de obras literarias para dilucidar la variedad estándar, a saber, aquella que ha sido normalizada fijando y regulando su ortografía, morfología, sintaxis, etc., por medio de obras como las anteriormente expuestas que sirven de autoridad y que, en todo caso, tienen como finalidad prescribir antes que describir. Este hecho ya fue expresado por Labov, aunque en un contexto diferente, pues lo hizo al hablar de los impedimentos, no de la sociolingüística histórica -de la cual él no habla-, sino de la lingüística histórica: “Aunque conocemos lo que se escribía, no sabemos nada sobre lo que se entendía, y no estamos en posición de realizar experimentos controlados sobre comprensión trans-dialectal. Nuestro conocimiento de qué era pertinente y qué no está severamente limitado, dado que no podemos usar el conocimiento de hablantes nativos para diferenciar variantes pertinentes y no pertinentes” (Labov, 1996: 45).

Solamente una vez reconocida la variedad estándar, prestigiosa, se puede establecer, análogamente o por oposición, la norma o normas imperantes en el texto20., pues todo tratado de autoridad lleva inherente, junto a la norma explícita, una norma implícita. En este caso, entiendo por tales normas, no un cierto tipo de dictamen, sino el mismo uso lingüístico en su concreción social, aunque éste no aparezca en las gramáticas. De hecho, las gramáticas siempre presentan diferencias entre sí. Las más evidentes son al prescribir sobre unos aspectos de la lengua en detrimento de otros; en este caso, las diferencias podrían ser explicadas porque ninguna de ellas ha llegado a tal grado de intervención de la lengua que la codifique plenamente. Por otro lado, las diferencias más peligrosas para el sociolingüista del pasado son las que se establecen a la hora de prescribir a favor de un determinado hecho de lengua.

Este hecho explica que esta disciplina tenga intereses en común con la lingüística histórica tradicional y sus métodos filológicos de interpretación textual. Así pues, combina esta rica tradición con el método reciente basado en la cuantificación.


Comentarios

1. En los comienzos, los estudios fueron dialectológicos, algunos de tal envergadura que el dar cuenta de estos aspectos justifica el sacrificio de los aspectos diastráticos. Hemos de reconocer que, en muchos aspectos, el método sociolingüístico debe a estos estudios.

2. A principios de la década de los ochenta surgieron algunas formulaciones teóricas autónomas y casi coincidentes: Mondéjar, 1980:1-49; Romaine, 1982; Várvaro, 1982:191-201); Gimeno, 1983:181-226.

3. Las gramáticas históricas tradicionales tuvieron en cuenta la variación lingüística sólo a la hora de describir la formación de dialectos como el leonés, aragonés, navarro, castellano. Para las etapas siguientes, se limitan a la historia de la lengua oficial nacional, esto es, el castellano escrito, literario, descuidando así las variantes empleadas en la lengua hablada y la evolución de los dialectos, que han sido estudiados en función de su contribución al español, de ahí los términos “leonesismo” o “aragonesismo”. Esta línea de trabajo es la que se ha venido siguiendo hasta época muy reciente, momento en que comienza a ser reivindicado el enfoque diastrático de los estudios históricos.

4. Este artículo nos muestra cómo la lingüística histórica tradicional puede ser elaborada en moldes sociolingüísticos. Mucho antes, a comienzos de siglo, se crea la “Escuela Sociológica Francesa” dirigida por Antoine Meillet, quien, en 1906, como principio de sus estudios históricos, señaló que la estructura social era una de las causas que provoca perpetuas variaciones en las lenguas.

5. Debemos esta terminología de variable -la forma lingüística que esta sometida a una variación por factores sociales o estilísticos- así como la que sigue de marcador, a Labov (Labov, 1972:237 y sigtes):
Indicadores: condicionados por factores socioecónimos, étnicos, de edad que en un mismo individuo no varían con el contexto.
Marcadores: reflejan tanto la clase social como el estilo.
Estereotipos: formas estigmatizadas dentro de la comunidad.

6. Dicho presupuesto partió de este trabajo considerado fundamental y que resulta de la fusión metodológica de la lingüística histórica, el estructuralismo y la sociolingüística. El modelo de retícula social diría que son necesarios vínculos débiles entre los miembros de un grupo a fin de que se puedan generalizar las innovaciones lingüísticas.

7. Para la interpretación de esta finalidad metodológica laboviana, hemos tenido en cuenta el trabajo de Villena donde se da cuenta de las debilidades de este método (Villena, 1984: 267-295).

8. Wright sostiene que los análisis variacionistas de la metodología de regla variable ya pueden ser usados por los historiadores del romance temprano -romance temprano es, para él, antes del siglo IX- (Wright, 1989).

9. En el año 1956, antes de los trabajos considerados fundacionales de la Sociolingüística, Cohen ya expuso, adelantándose a su época, como causas del cambio lingüístico lo que hoy llamaríamos variables sociales: clase o nivel (Cohen, 1956:175), oficio (Cohen, 1956:188), habitat (en este sentido, explica las diferencias que hay en el habla de las ciudades) (Cohen, 1956:168-174), ideología , etc.

10. Aunque es evidente que siempre ha habido estas diferencias. Nos dice Aldrete: “[…] son mui accidentales en qualquiera lengua los varios modos de dezir della, i no depende dellos lo principal de la lengua, porque si fuesse assí diriamos que auia tantas lenguas como ciudades, i aun como barrios, i aun como casas” (Aldrete, 1609: 68).

11. Gimeno, en su estudio del cartulario medieval alicantino, ha limitado las variables sociales a tipo de documento jurídico (según el grado de ingenuidad documental, es decir, original o traslado) y estilo contextual (según el grado de formalidad erudita, esto es, cancilleresco o municipal)

12. Es muy importante el manejo de cualquier tipo de bibliografía sobre la variable estudiada, pues es una forma de profundizar en el estudio de la misma. Es cierto que no siempre es fácil relacionar lo que encontramos con nuestros intereses, porque los autores de estos estudios previos podían tener preocupaciones diferentes, usar distintos métodos, o abordar el problema desde otra perspectiva. No obstante, seguro que de cualquier manera mis conclusiones se pueden ver enriquecidas.

13. Con respecto a esto, hay que precisar que el ideal de llaneza de Valdés es un estilo literario relativo que no coincide con el lenguaje coloquial auténtico, aunque sí utiliza los recursos lingüísticos por naturaleza orales que en la tradición literaria se emplean para expresar naturalidad, sencillez. Es decir, viene esencialmente determinado por finalidades estéticas y no por el interés de imitar la lengua hablada (Oesterreicher, 1996:328).

14.La obra de Benveniste es también una reflexión muy interesante, desde el punto de vista del francés actual, sobre los distintos tipos de textos tanto orales como escritos, así como de métodos con los que cuenta la escritura para transcribir fielmente lo oral, lo cual es muy curioso (Benveniste, 1998).

15. Así lo han demostrado Elizaincín y Groppi con el análisis de dos cartas familiares de autores diferentes, de comienzos del siglo pasado (Elizaincín y Groppi, 1991: 271-184).
Mondéjar ya estableció las fuentes para trazar una verdadera historia social de la lengua: “[…] es necesario tener en cuenta desde las actas de Cortes. Pasando por los fueros, hasta las escrituras de dote; desde las ordenanzas municipales a los ordenamientos portuarios; desde los tratados de economía política hasta los de teoría sindicalista, desde los sermonarios a las constituciones políticas […]” (Mondéjar, 1980: 27).
Entre otros tipos de fuentes, encontramos que Cano Aguilar se ha servido para el estudio de la lengua hablada del siglo XVI de las transcripciones de declaraciones efectuadas por quienes son llamados a declarar en un juicio, que, aunque son obra de escribanos profesionales, pretenden recoger con la máxima fidelidad lo dicho por tales personas, que suelen pertenecer a niveles socioculturales inferiores (Cano Aguilar, 1998: 219-242); Eberenz, por su parte, ha usado actas inquisitoriales de los siglos XV y XVI (Eberenz, 1998, 243-266).

16. En este caso, estaríamos ante algo parecido a un borrador de un texto escrito, es decir, algo que no ha sido enmendado o corregido. En opinión de Benveniste, la lengua de la conversación solamente es comparable, no a un escrito publicado o corregido, sino a su borrador (Benveniste, 1998: 22 y 33).

17. Los textos literarios siempre fueron escritos por cultos, no obstante, es un hecho que el saber idiomático de cada hablante se extiende más allá de su propio dialecto y su nivel de lengua. Puede variar este grado de conocimiento, pero su competencia lingüística abarca un acervo activo, un acervo disponible y un acervo pasivo (Coseriu, 1981: 1-32).

18. No existe la norma de una lengua histórica, en términos de Coseriu, ya que todos conocemos la naturaleza polisistemática de toda lengua histórica; sí existe la norma de una lengua funcional, siguiendo con dicha terminología, o sea, la lengua en cuanto sistema, una lengua más o menos unitaria dentro de una lengua histórica, la lengua que es sincrónica, sinstrática y sinfásica. Una lengua histórica (el francés, el español...) tiene en cada etapa varias lenguas funcionales y cada una de ellas es, dentro de la lengua histórica, un sistema autosuficiente mínimo que, en consecuencia, tiene su norma (Coseriu, 1991: 12). Por ejemplo, no podemos estudiar la palabra cantar en el español del Siglo de Oro, puesto que una forma de este español, por ejemplo, el español estándar la opone al verbo confesar y en otra forma de español, el vulgar o subestándar, no existe tal oposición; hoy, con toda seguridad, este verbo admite otro estudio.

19. Suelen ser útiles para estudiar variantes fonético-fonológicas, por ejemplo, pues en ellos aparecen las prestigiosas.
A veces, no son útiles para el estudio del significado, porque pueden extraer la definición de un texto (por ejemplo el Diccionario de Autoridades) donde el lexema aparece con un sentido ocasional dado por un determinado autor y no generalizado, por tanto. Suelen ser útiles para estudiar variantes fonético-fonológicas, por ejemplo.

20. Tenemos que subrayar que se trata de reconstruir la norma imperante o el patrón de corrección lingüística a partir de las gramáticas y otros documentos sobre la lengua contemporáneos al texto objeto de estudio y de la posterior confrontación con la variedad de dicho texto, en ningún caso es de nuestra incumbencia hacer una historia interna del español a partir de sus gramáticas. Dicho de otro modo, no hay que extenderse en la explicación de estos documentos ajenos al texto, pues, aunque nos brinden datos i nteresantes procedentes de otro nivel de lengua, lo importante es interpretar el material que fue seleccionado en el texto que nos ocupa.


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