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Forma y Función

Print version ISSN 0120-338X

Forma funcion, Santaf, de Bogot, D.C.  no.21 Bogotá Jan./Dec. 2008

 

Michael Gazzaniga. The Ethical Brain. Nueva York: Dana Press, 2005. 201 páginas

Estábamos acostumbrados a asociar el nombre de Michael Gazzaniga con temas relacionados con la neurología del lenguaje como, por ejemplo, el compromiso lingüístico del hemisferio derecho del cerebro después de una disección. Se planteó, también, la hipótesis de si existen dos mentes en un solo cerebro, o tópicos sobre cómo el "pasado" de la mente se puede recuperar en funciones cognitivas presentes. Estas ideas ya las conocíamos desde 1998, brillantemente expuestas en su texto The Mind's Past, publicado por la Universidad de California, donde encontramos explicados los conceptos sobre las raíces biológicas del pensamiento, la emoción, el lenguaje y la inteligencia.

Pues bien, el inicio del nuevo milenio nos sorprende nuevamente con las delimitaciones del campo de la neurociencia cognitiva o -como él mismo las denomina- las "nuevas ciencias neurocognitivas" o, simplemente, biología de la mente. Actualmente, se desempeña como Director del Centro de Neurociencias Cognitivas en Dartmouth College, ee.uu. y es miembro del Consejo de Bioética de la Presidencia de este país. Explica, en entrevistas especializadas, que los hallazgos en el campo de la neurociencia plantean problemas éticos para los individuos y la sociedad. Precisamente en el texto aquí reseñado, The Ethical Brain, da cuenta de una manera cálida e inteligente que hace su contribución científica respetada y respetable en los distintos debates sobre estas materias. Podemos hacer proyecciones principalmente hacia el ámbito de la neurolingüística y, por qué no, de la psicolingüística.

El Dr. Gazzaniga comienza con lo que él denomina "neuroética de la vida" al considerar cómo el desarrollo del cerebro define la vida humana, igualmente en relación con los desafíos éticos que emergen a medida que el cerebro envejece. En los capítulos que tratan el tema de cómo hacer el cerebro más efectivo, pondera los avances en genética, la neurociencia del entrenamiento cerebral, y el desarrollo de nuevas drogas para estos fines. En términos simples, plantea la interrogante de aquello que es correcto o incorrecto cuando se trata de obtener un funcionamiento cerebral más brillante o efectivo. En el desarrollo de las ideas, nos encontramos, además, con capítulos que tratan sobre el libre albedrío y las responsabilidades personales en el campo de la ley o el derecho así como en el dominio de las comunicaciones. De esta manera, nos deja la preocupación sobre temas, tan de moda en tiempos de globalización, como la privacidad del pensamiento, si el cerebro determina la conducta humana, y las responsabilidades que tendrían en ello los procesos de memoria. El texto contiene, además, excelentes reflexiones sobre la naturaleza de las creencias morales y el concepto de una "ética universal". Para ello, se centra en los procesos por medio de los cuales formamos nuestras creencias y por qué nos adherimos a ellas, principalmente en la idea del rol que desempeña nuestro cerebro en la conformación de valores. En realidad, estamos frente a un texto provocativo y ante un examen fascinador de desafíos nuevos que surgen de la intersección de ciencia-ética; ello en la medida en que aparecen nuevos descubrimientos sobre funciones cerebrales, motivaciones para foros o debates que comprometen cualquier actividad humana.

El término 'neuroética' fue acuñado en el 2003 por William Safire, presidente de la Fundación Dana, en una columna del New York Times (10 de julio) para describir un campo de la filosofía que analiza los actos de corrección y de incorrección (moral), así como la distinción entre lo bueno y lo malo (ética) en el estudio del cerebro humano. En este sentido, la neuroética constituye una rama de la bioética cuyo campo define las acciones o actos médicos a medida que los descubrimientos científicos se hacen más avanzados. La idea aquí es que se necesitan filósofos especializados, capaces de distinguir lo aceptable de lo inaceptable en áreas como la ingeniería genética, la biología reproductiva y -por sobre todo- definir el concepto de la muerte cerebral. Así, en muchos de los problemas bioéticos que involucran al cerebro (o el sistema nervioso central), la neuroética desarrolla allí su camino. Sobre esta base, el Dr. Gazzaniga define el campo de la neuroética como el estudio de la forma en que podemos abordar los problemas sociales de una enfermedad neurológica. Del mismo modo, la idea de normalidad versus anormalidad, mortalidad, estilo de vida o -usando sus propias palabras-, la "filosofía de vida" que nos dictan nuestros mecanismos cerebrales subyacentes en la comunicación humana. Es un esfuerzo brillante por dar cuenta y comprender la existencia humana con base en las funciones del cerebro. Es función de la neuroética -dice Gazzaniga- utilizar lo que sabemos sobre el cerebro humano para ayudar a definir lo que significa 'ser humano' y, por ende, cómo desarrollamos nuestras interacciones sociales y/o comunicativas. De esta manera, el cerebro siempre necesita o desea creer, estamos estructurados neurológicamente para formar creencias, pensamientos, nociones, sentimientos, un lenguaje, que definen nuestros ambientes culturales. En otros términos, es o parece ser en estas cosas que nos enseñan nuestros pares, nuestros mayores, nuestra sociedad, la religión, o el sistema educativo, donde nuestro cerebro se constituye en el órgano de la individualidad, el que nos da la inteligencia, la integridad, la curiosidad, la compasión, en una sola palabra la conciencia.

Sobre lo planteado hasta aquí, sabemos, por ejemplo, que existe un sistema en el hemisferio izquierdo cuya función es descifrar el significado o patrón de nuestras acciones, nuestros estados afectivos, y el significado de las acciones y los estados afectivos de los demás. Así, encontramos una coincidencia en cuanto a que el cerebro humano, en la manera o forma de procesar información, construye significados. De la calidad de la acción de este sistema cerebral depende la seguridad de la información que se obtiene. En términos más simples, a medida que acumulamos conocimiento mejora también la naturaleza del mundo. En consecuencia, lo hacen también nuestras ideas y creencias sobre el mundo y/o las instituciones donde nos movemos. Gazzaniga plantea también que las creencias más difíciles de cambiar son las de naturaleza religiosa, lo que seguramente afirma por el temor a renunciar a la profundidad de las mismas; esto por cuanto cualquier credo religioso siempre las construye como un temor a que formemos parte de un mundo sin moral, sin principios orientadores, sin significados. Lo que sería "¡horrible!", augura el autor. En este contexto, la neurociencia moderna asegura que esto no sucederá; es más probable que las creencias religiosas surjan de historias diferentes a las que dieron origen en la historia humana, ello como un intento de explicar la realidad con las capacidades de razonamiento moral intrínsecas a nuestra especie. La idea es que puede haber un conjunto universal de respuestas biológicas a los dilemas morales de la sociedad expresado como un tipo de ética construida en nuestro cerebro. La esperanza, entonces, es que pronto seremos capaces de descubrir esa ética, identificarla y comenzar a vivir más acorde con ella. Se plantea que actualmente convivimos con ella de un modo inconsciente y que podríamos llegar a eliminar el sufrimiento, la guerra, el conflicto, si viviéramos más conscientes de esa ética.

Este texto en sí constituye un aporte interesante en un campo emergente del que no se conoce mucho aún. Se trata de provocar un debate sobre las ideas o posiciones que atraviesa todo quehacer científico humano y de esta forma comprender el rol de la neuroética en nuestra sociedad globalizada y, fundamentalmente, cómo nos manejamos en nuestros estilos de vida y formas de comunicación. Haciendo una lectura reflexiva de esta obra de Gazzaniga reconocemos, una vez más, que estamos ante un pionero en el estudio de las relaciones mente-cerebro, alguien que ha hecho por la mente lo que S. Hawking ha hecho por el estudio del cosmos. Las investigaciones en neurociencias cognitivas, sin duda, aportarán nuevas luces sobre la conciencia humana, la toma de decisiones, los aprendizajes y las emociones así como las manifestaciones del lenguaje como facultad. Gazzaniga propone, por lo tanto, reinterpretar los cambios posibles en la corteza cerebral inducidos por aprendizajes como un proceso de selección de circuitos pre-existentes pero inactivos. Así el objetivo de una neurociencia cognitiva madura es especificar los algoritmos activos en el traspaso de datos desde las estructuras fisiológicas a funciones psicológicas.

Finalmente y, en todo caso, no nos apartamos tanto de aquel pensamiento de Richard D. Bach en Juan Salvador Gaviota, de que para volar tan rápido como el pensamiento a donde quiera que sea, debemos empezar por saber que hemos llegado.

Omer Jesús Silva Villena
Universidad de La Frontera, Temuco-Chile

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