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Forma y Función

versión impresa ISSN 0120-338X

Forma funcion, Santaf, de Bogot, D.C. vol.24 no.2 Bogotá jul./dic. 2011

 

APUNTES PARA COMPRENDER LA CIUDAD: APROXIMACIONES SEMIÓTICAS PARA LA INTERPRETACIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO*

TOWARD AN UNDERSTANDING OF THE CITY: SEMIOTIC APPROACHES TO THE INTERPRETATION OF PUBLIC SPACE

 

Ángel Saúl Díaz Téllez**
Universidad Nacional Abierta y a Distancia, UNAD Colombia
angel.diaz@unad.edu.co.

Artículo de investigación. Recibido 22-04-2011, aceptado 18-11-2011


Resumen

El texto que se presenta conforma los resultados de una investigación cualitativa, en el ámbito de la semiótica urbana, que aborda el sentido dado al espacio público de la plaza de mercado de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga por parte del habitante común. Estos resultados surgen de la relación que se da entre la semiótica y lo urbano, a partir de un proceso de investigación con apoyo del método etnográfico. De forma concreta, se recurre al discurso y al análisis semiótico de este, con el fin de desentrañar el sentido que otorga el habitante común al espacio público en el caso de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga, en Colombia. El investigador desarrolla esta labor entre el 2007 y el 2009.

Palabras clave: semiótica, espacio público, sentido, urbano, discurso, ciudad.


Abstract

The article presents the results of a qualitative research project in the field of urban semiotics, which addresses the meaning given by the average citizen to the public space of the market in downtown Bucaramanga. The results are the product of the relation between semiotics and the urban phenomenon, on the basis of a research process supported by the ethnographic method. Specifically, discourse and its semiotic analysis were used to unravel the meaning given by the average citizen to public space, in this case, that of downtown Bucaramanga, Colombia. Work was carried out between 2007 and 2009.

Keywords: semiotics, public space, meaning, urban, discourse, city.


Introducción

EN EL MARCO la semiótica, las urbes pueden ser entendidas como escenarios de significación, significados y sentidos -aunque no siempre compartidos-. En todo caso, se puede decir que las ciudades están permeadas por procesos y fenómenos de información y comunicación, dependientes de la demanda y producción de datos. La ciudad, para este estudio, fue asumida como el espacio vivido, experimentado y habitado, si se quiere, como un lugar en el que se desarrollan interconexiones, relaciones amplias y complejas, de mezclas entre lo público y lo privado, lo propio y lo ajeno, lo extraño y lo conocido, lo formal e informal. En ese orden de ideas, la ciudad, desde sus dimensiones simbólicas y físicas, se entiende como el contexto en el que se presentan las situaciones de transformación, de cambio, de circunstancias, tensiones, conflictos y crisis que han sido y son de interés para distintas áreas del conocimiento. En este caso se aborda desde la semiótica.

En la literatura sobre lo urbano, hay posiciones que dicen que las tensiones y relaciones que se imbrican en la ciudad se manifiestan en los encuentros, mas no en los consensos, entre distintas instancias, agentes y sujetos, como, por ejemplo, el Estado, el habitante común, las organizaciones privadas y la sociedad civil. Es recurrente encontrar, en algunas fuentes que se refieren a estos aspectos académicos, que la ciudad (Echeverría, 2002) es un espacio en el que convergen procesos de tensión entre los intereses -de todo tipo-, intencionalidades y usos. Es, entre otros tantos, la ciudad, el espacio en el que los significados, sentidos, representaciones y simbologías pueden tener versiones distintas o, mejor, puntos de vistas heterogéneos entre sus habitantes comunes y usuarios, mandatarios, dueños, negociantes, lo cual genera divergencia y colinda entre el consenso y disenso.

Teniendo presente lo anterior, es de anotar la polisemia que se teje entre los distintos sujetos que están en la ciudad respecto a las construcciones de sentido que se dan en ella. Al respecto y partiendo de la semiótica, se preguntó desde la investigación ¿cómo se forman los habitantes comunes, el sentido (estudio semiótico) del espacio? Partiendo de este interrogante, se puede decir que, a pesar de la materialidad del espacio, independientemente de que esté dotado de las mismas características sensibles (físicas), el sentido o, mejor, los sentidos que se le instalan sobre su espacio por parte de las individualidades y colectividades son diferentes. Con esto, cabe interrogar ¿cómo lo urbano hace parte de este proceso de construcción de sentidos?

En especial, en el artículo se da cuenta de los resultados de investigación desde el discurso respecto al espacio público, a partir del sentido instalado y que interpreta a la luz de lo que predican (discurso) sus habitantes comunes, desde la metodología del análisis semiótico. Teniendo presente lo anterior, este estudio de semiótica urbana delimitó un espacio: la plaza de mercado de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga, en Colombia. Para llevar a cabo esa delimitación, el supuesto de la investigación fue: el habitante común, a partir de sus vivencias (expresadas en los discursos), refleja sus representaciones y tensiones sobre el espacio público (plaza de mercado) de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga, Colombia.

Para delimitar respecto a la posición teórica, una ciudad es ese espacio (el espacio público, e implica el espacio privado) que se supone urbano, un lugar en el que se desarrollan estilos culturales o, mejor, formas de vida que delimitan la identidad o identidades de cada ciudad (De Paula, 2006). En concordancia con lo dicho y desde la propuesta de la semiótica urbana, se entiende que estas áreas del saber (semiótica y urbanismo) se encargan de estudiar fenómenos, procesos sociales y culturales de la ciudad. Es de aclarar que la postura en relación con la semiótica se asumió como una posición del conocimiento que se encarga del "estudio de los objetos de sentido" (Floch, 1993, p. 21). Por su parte, lo urbano, desde una concepción general, se entiende como un fenómeno cultural, social, político y económico (Castells, 1971) que se da principalmente en las ciudades.

Breve referente teórico para el caso de la plaza de mercado de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga: el discurso como mecanismo de acceso al sentido

El mundo de lo científico implica "cánones mínimos de actuación, para lo cual se espera que un sujeto investigador los cumpla" (Díaz, 1996, p. 11). En tal dimensión, la metodología de esta investigación, que hace uso de la propuesta semiótica en el marco de lo urbano, desde su indagación, tiene en cuenta que la literatura advierte que el estudio al respecto es complejo y que aún no existe la última palabra frente a definiciones, explicaciones y teorizaciones. A pesar de dicho panorama, lo que se presenta en este artículo, más que abarcar varias posiciones de la teoría de lo urbano, que sería una tarea para otro momento y caso, intenta dilucidar algunos puntos de encuentro. En conexión con lo anterior, se posibilitaron homologaciones y traducciones desde las opciones que permite el análisis semiótico. Es así que, desde esa área del saber y a partir de uno de los medios para ingresar a esta esfera de lo urbano, se determinó y abarcó el concepto de forma de vida. Luego de esto, se reconoció la potencialidad que había en el material expresivo recogido en el proceso de campo (recolección de información), porque estaba cargado de elementos para hacer el estudio, en especial desde el discurso. En este caso, tal posición dio pistas para poder capturar elementos empíricos respecto a los elementos significantes del habitante común del espacio urbano en la zona centro de la ciudad de Bucaramanga, Colombia.

Se opta por esta perspectiva respecto al discurso porque este "inventa sin cesar nuevas figuras, contribuye a desviar o deformar el sistema que otros discursos habían antes nutrido" (Fontanille, 2001, p. 75). Lo anterior implica que hay uno o varios cuerpos sensibles, racionales y emocionales que, desde las posibilidades del universo semiótico, representan, recrean y reinventan sus espacios y tiempos por medio del discurso. Tales cuerpos -individuales o colectivos- construyen el sentido (dirección, orientación, tensión) de lo que los rodea. Lo hacen a partir de la experimentación que se establece entre los objetos y sujetos, para luego configurar y discurrir con las múltiples estrategias que posibilite e instale el lenguaje (Bruner, 1989). Al tenor de lo identificado, necesariamente, el correlato del discurso es un cuerpo sensible -individual y colectivo-. Para el caso se escogió al habitante (común) de la ciudad, entendido este como agente que dimensiona y (re)construye sus espacios físicos y virtuales a partir de lo que vive y padece. Dicho esto, el supuesto teórico fue que tal sujeto, agente y cuerpo material, es capaz de expresar dichas vivencias y transformarlas mediante sus actos discursivos.

Fue posible el ingreso por esta vía porque tal dispositivo social (discurso) implica la (re)presentación y expresión de cuerpos sensibles que dan cuenta de lo que les pasa por medio de toda una unidad de sentido (discurso), que afecta lo cognitivo y emocional, de modo que abarca tanto lo individual como lo colectivo. Al hacer esta claridad y teniendo en cuenta la perspectiva semiótica, se pudo interrogar ¿cómo desde las estrategias y configuraciones de sentido que se tejen en las prácticas discursivas de los habitantes comunes se pueden entender las prácticas culturales en un espacio urbano específico?

Ante la pregunta, la posible respuesta se empezó a dibujar cuando se emprendieron esfuerzos por entender las prácticas semióticas, desde las que se generan formas, medios o caminos para dar cuenta de estructuras superficiales y profundas de este. Es desde esta postura que se hacen inteligibles las estrategias y tácticas de las que se sirven los sujetos para que el sentido se dé y se construya, a partir de las dinámicas socioculturales y, en efecto, de la fuerza del lenguaje que lo habilita y posibilita. Esto para decir que el espacio urbano está articulado a una semiosfera en la que se dan prácticas significativas, entendibles desde la noción de formas de vida y analizables a partir de su forma susceptible de captura empírica: el discurso. Todo esto va más allá de las estructuras sociales o culturales, pues tiene efectos sobre dimensiones políticas, históricas y económicas.

A lo expresado se le suma, además, que el espacio urbano, más que una abstracción teórica, desde el plano de lo práctico implica necesariamente un lugar físico o tangible y eso es, en efecto, entender la ciudad como materialidad, pero también obligar al semiótico a abarcarla como (re)presentaciones, símbolos y, en últimas, signos elaborados por los habitantes, que se manifiestan por medio de distintas formas, expresiones, significados, comportamientos, signos y prácticas significantes.

Respecto a esto último, se retoma la noción de discurso que implica la aparición de la predicación que hace el informante, sujeto o habitante, que está posibilitado para expresar las axiologías y contenidos recurrentes que confluyen en la representación de la forma de vida de una comunidad urbana o rural y desde la que se inventan y presentan distintos mecanismos para expresar sobre los espacios. Cada comunidad tiene diferentes formas de apropiarse, de usar sus objetos y espacios, y es así que es posible, por ejemplo, una semántica acerca de los discursos sobre el espacio urbano, puesto que, como propone Lefebvre:

El análisis semiológico debe distinguir múltiples niveles y dimensiones. Tendríamos, así, la palabra de la ciudad: [...] lo que allí se dice [...] Tendríamos también la lengua [...] y el empleo de la palabra de los habitantes. Tendríamos el lenguaje urbano, al que podríamos considerar el lenguaje de las connotaciones [...]. (1978, pp. 82-83)

Partiendo de esta propuesta de Lefebvre -y si hay un lenguaje urbano-, también se puede hablar del discurso urbano. Al respecto, esta es una de las posibilidades para reconocer, analizar e interpretar cómo, desde dicha noción, se puede dar cuenta de las formas de vida que se manifiestan en una ciudad/población. Se llega a tal afirmación porque los enunciados que predican la experiencia del sujeto en el espacio constituyen uno de los elementos o materias por medio de las cuales se construye sentido sobre dicho espacio. Así, es posible preguntar ¿cómo el sujeto o los sujetos son afectados (pasión), y cómo perciben o valoran (cognición-acción) el espacio (objeto) para darle sentido?

En este panorama, se dibuja lo humano y su sistema de axiologías semióticas que implican un mundo de manifestaciones significantes, en el que se imbrican el sentido común y las emociones en movimientos que van desde lo subjetivo, lo intersubjetivo y el mundo de los objetos hasta modelar el espacio vivido, padecido, actualizado y virtualizado, lo cual dinamiza y complejiza la semiosfera y da cuenta de la forma de vida como un elemento que se puede abordar desde la semiótica.

Para el desarrollo de la investigación semiótica urbana, en el caso de estos resultados, fue necesario tomar un límite respecto al universo teórico, lo cual se hizo desde la perspectiva del análisis semiótico del discurso. En cuanto a lo urbano, a pesar de la multiplicidad en las áreas del saber, hay un punto de encuentro entre ellas, y lo urbano puede ser tema, tópico, esfera, escenario, categoría y elemento (Urrutia, 1999, p. 9) que se conforma y presenta como un componente desde y donde se entrecruzan e hibridan las miradas -entre esas, las académicas- que proponen, interrogan, crean, critican e interpretan las situaciones y contextos socioculturales, entre esos la comprensión, análisis y conceptualización en el marco de lo que la ciudad como concepto y como una "realidad" empírica.

Respecto a la ciudad, se puede hablar de su materialidad, de lo sensible (plano de expresión) o de lo físico. Pero el asunto va más allá, dado que lo sensible o la materialidad (expresión) es una instancia que desborda la dimensión de lo inteligible, puesto que esto se sitúa en el plano del contenido o, mejor, se configura en las esferas del sentido, ese que se otorga individual o colectivamente a un objeto o fenómeno. De esa correlación, entre lo material y lo inteligible, se asume que estos son los elementos base que, aunados a todo un universo semiótico, se reflejan en el campo del universo significante. De esto se debe decir que las sensaciones, la percepción, la significación y la vivencia dadas desde la subjetividad son mecanismos que se entretejen en esta dinámica.

La ruta y las relaciones que se dan desde la semiótica y lo urbano son amplias, puesto que involucran desde puntos de vista que conceptualizan de lo practicado a lo teorizado y viceversa. Se debe anotar que desde la semiótica y lo urbano, a partir situaciones de intersubjetividad científica (comunidades científicas), se promueven relaciones e interdependencia de sujetos de cara a los datos, información y sentidos que hacen del estudio de la ciudad y del espacio público un asunto arduo y complejo. Con base en esto último, se aclara que lo complejo no se toma como un estado de incertidumbre o un proyecto sin rumbo, sino que, por el contrario, implica un pensamiento en red, no desde una versión de lo plano o biplano, sino desde múltiples posibilidades y conexiones. Si se tiene presente lo dicho, con estas precisiones, se identifica que los conceptos urbano y semiótica son elementos que se articulan a aspectos abstractos de la teoría y, desde el punto de vista de lo empírico, las relaciones se fusionan o funden en el fenómeno de lo urbano y el sentido que este representa.

La teoría fungió como pretexto y como soporte; fue necesaria para delimitar, entender y comprender (aún falta más) el universo posible de representaciones y, en fin, de la formación de discurso del habitante común, de significados en conexión con lo que es la ciudad, lo urbano y el espacio público que en este caso se centra en la plaza de mercado de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga. Pero, al ser un pretexto la teoría, no constriñe las afirmaciones que se lanzan, porque, a la luz de los hallazgos que no fueron nombrados, emergieron categorías como otras opciones para la conceptualización de ciertas circunstancias y fenómenos aplicables a un momento y espacio particular.

Forma de vida como categoría semiótica para estudiar el espacio público

Retomando la idea de forma de ser y la situación que suscita el estilo de vida de lo urbano, en el universo semiótico seleccionado y el contexto de la discontinuidad implícita que arguye Delgado (1999), al respecto se puede considerar, además, que "La inestabilidad se convierte entonces en un elemento paradójico de estructuración, lo que determina a su vez el conjunto de usos y representaciones singulares de un espacio nunca plenamente territorializado, es decir sin marcas ni limites definitivos" (Delgado, 1999, p. 23).

La anterior situación, compleja e híbrida, es parte necesaria para que lo urbano se dé como una forma de vida. Es así que los sujetos, en tal escenario informe, instalan mecanismos y dispositivos de usos y (re)presentaciones particulares del espacio (en este caso el público), que no tiene límites estables, sino cambiantes o dinámicos.

Al tenor de lo comentado, la plaza de mercado en sí misma no es lo urbano (o lo rural), toda vez que dicha noción refiere a lo siguiente:

[...] Lo urbano consiste en una labor, un trabajo de lo social sobre sí: la sociedad "manos a la obra", produciéndose, haciéndose y luego deshaciéndose una y otra vez, empleando para ello materiales siempre perecederos [...] Las relaciones urbanas son, en efecto, estructuras estructurantes, puesto que proveen de un principio de vertebración, pero no aparecen estructuradas -esto es concluidas, rematadas-, sino estructurándose, en el sentido de estar elaborando y reelaborando constantemente sus definiciones y sus propiedades, a partir de los avatares de la negociación ininterrumpida a que se entregan unos componentes humanos y contextuales, que raras veces se repiten. (Delgado, 1999, pp. 23-25)

En concordancia con el texto citado, la plaza de mercado como espacio físico permite la convergencia de relaciones, así como el intercambio, la producción y el consumo de negociaciones simbólicas que, bajo su naturaleza de fenómenos, son particulares según las divergencias y convergencias que se establecen entre los componentes humanos. Dicho esto, la forma de vida, aunque dotada de complejidades y dinámicas que se mutan, también implica ciertas regularidades y sentidos que se instalan. Esto significa que la ciudad y el espacio público no son solo materialidades de los edificios y demás construcciones,

[...] sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado [...]. Pero la ciudad no cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, cada segmento surcado a su vez por arañazos, muescas, incisiones, comas [...]. (Calvino, 1999, p. 11)

En cuanto a lo último, es de anotar el aporte para la explicación cuando se retoma la noción de las prácticas semióticas (Fontanille, 2006), con lo propuesto por Horacio Rosales (2008), que interpreta, de Fontanille y Bertrand, otras posibilidades y propone una jerarquía que se establece según la forma de expresión y va de lo más amplio a lo particular, así:

  • Un estilo general de la cultura que se analiza o forma de vida.
  • Las situaciones de producción semiótica en que cada objeto semiótico se emerge en la realidad social.
  • Las estrategias de significación y comunicación dinamizadas por los intereses de los actores sociales.
  • Las diferentes materialidades producción y expresión semiótica, cuyas condiciones inciden directamente en la modulación del sentido.
  • Los textos, de diferente naturaleza expresiva y sus enunciados específicos, con sus complejidades relacionadas con lo sincrético y lo multimodal.
  • Las figuras de la enunciación.
  • Los signos que las constituyen (Rosales, 2008, p. 3).

La semiosfera como categoría base para estudiar el espacio público

En términos semióticos, lo urbano está compuesto por un repertorio de significación (sincretismo) que implica distintos niveles de complejidad. Tal repertorio heterogéneo de entrecruzamiento de textos (significantes) es lo que denominó el ruso Lotman (1996), precursor de la escuela de Tartu, la semiosfera. Una propuesta que se caracteriza por involucrar la multiplicidad de subsistemas (de sentido) que se atraen, rechazan o contraen. Al respecto, en la traducción de Desiderio Blanco de este ruso:

Se puede considerar el universo semiótico como un conjunto de distintos textos y de lenguajes cerrados unos con respecto a los otros. Entonces todo el edificio tendrá el aspecto de estar constituido de distintos ladrillitos. Sin embargo, parece más fructífero el acercamiento contrario: todo el espacio semiótico puede ser considerado como un mecanismo único (si no como un organismo). Entonces resulta primario no uno u otro ladrillito, sino el gran sistema, denominado semiosfera. La semiosfera es el espacio semiótico fuera del cual es imposible la existencia misma de la semiosis. (Blanco, 1996, p. 12)

En este contexto, Fontanille interpreta a Lotman afirmando que "La semiosfera es, ante todo, el dominio que permite a una cultura definirse y situarse para poder dialogar con otras culturas" (Fontanille, 2001, p. 245). En cada semiosfera se adquieren e instalan los rasgos y atributos que posibilitan presentar las diferencias entre una cultura y otra, de igual forma aparecen los límites o fronteras.

Al tenor de lo enunciado, se enfatiza que se propician situaciones en las cuales se valora desde la cultura propia en contraste con las que no son propias, las extrañas, las distintas. En este punto se habla de centro (lo propio o conocido) y de periferia (lo extraño y desconocido). Es relevante decir que la traducción, desde esta perspectiva, es posible desde la tensión que se teje y marca entre lo propio y lo extraño. En especial, en dicha tensión que se teje, está la noción de frontera, que implica entender cómo agentes o dispositivos semióticos logran mediar entre una semiosfera y otra; del centro a la periferia o, si se quiere, de lo conocido a lo desconocido. Dicho esto, los límites o fronteras de la semiosfera son discontinuas, puesto que se reorganizan procesos de construcción de significación y sentido, en función de la ampliación y complejización de los universos semióticos posibles, esto se presenta en la medida en que los elementos interactúan, al ser así se actualizan y se ejecutan múltiples relaciones (socioculturales) en el sistema.

En lo presentado hasta este momento aparecen conceptos que es necesario delimitar en función de entender desde qué perspectiva se asumen y son: signo, significación y sentido. En el caso del signo, entendido como la unidad básica para la construcción de la significación y la noción de sentido, se parte de la base de que está articulado a un megaescenario de prácticas significativas y que depende del contexto cultural e implica un proceso que puede cambiar constantemente en función de las variaciones que se presenten entre objetos, signos e interpretantes. En otras palabras, se podría decir que es el resultado o producto final que conglomera la mayoría de los significados que componen un signo. Se puede decir del signo que es un objeto (tangible e intangible) y que está en representación de otra cosa, es decir, está en lugar de algo. La significación es entendida aquí como el proceso por el cual se construye sentido; en palabras de Desiderio Blanco: "la significación es un fenómeno translingüístico; está hecha con el lenguaje, pero no se reduce al lenguaje; su materia es la vida entera, la experiencia vital transformada en la producción discursiva" (Blanco, 2006, p. 60).

La significación es un proceso que se instala por medio del lenguaje, pero que se remite a la vivencia o a la experiencia de los sujetos y la amplía. A partir de dichos sujetos, se generan distintos productos de enunciación, desde lo lingüístico y metalingüístico, cuestiones que dan cuenta de lo que ha sido conocido y ha afectado sus espíritus. En esta línea, la argumentación de Fontanille formula que

[...] la significación está, pues, ligada a una unidad, cualquiera que sea el tamaño de la unidad -la unidad óptima para nosotros es el discurso- y descansa sobre un elemento de la expresión y un elemento del contenido: por eso se habla siempre de la significación de alguna cosa [...] la significación, por oposición al sentido, está siempre articulada. (2001, p. 24)

En esa propuesta teórica, además está la postura desde la cual la significación es posible en la medida en que la percepción (Merlau-Ponty, 1985) del propio cuerpo, en relación con estímulos sensibles, situaciones cognitivas, emocionales y de experiencias, se articule al proceso que implica semiotizar el mundo. Se relaciona esto con entender que el cuerpo es afectado, tocado, movilizado desde una dimensión interna y a la vez externa, es decir, lo que ocurre desde el mismo cuerpo y fuera de él. El cuerpo es un agente que media entre la interioridad (interioceptivo) y la exterioridad (extereoceptivo).

En cuanto al sentido, que puede tener múltiples concepciones, para el caso de esta investigación y desde la propuesta de Fontanille, se ha conceptualizado y entendido como la dirección u orientación (Fontanille, 2001, p. 23) hacia la que tiende algo (significados, discursos, prácticas, etc.). Para explicar, si se parte de su acepción elemental, sentido es una palabra polisémica, pero para este caso se entendió como: razón de ser o finalidad. Al respecto, es de aclarar que si una cosa del mundo tiende a X, implica que está dotada de una intencionalidad (i). Esta puede estar dada en quien emite o crea el o los signos (representaciones), o en quien consume y recrea tales elementos (signos). No es regla que el sentido instalado por un sujeto X a un objeto (o) o fenómeno (f) sea igual al que capta o genera un sujeto Y de un mismo objeto y fenómeno. Dicho esto, el sentido (s) depende de la intencionalidad de quien capta el objeto o fenómeno, sin embargo, a partir de procesos semióticos, mediaciones, traducciones y, en sí, de las potencialidades y posibilidades del mundo de signos, el sentido se coloca y disloca según como se capten o aparezcan las cosas en sí en la conciencia.

Con lo mostrado hasta ahora, se busca postular que el recorrido por lo urbano no debe quedar como una salida simplista, como cuando se dice que se relaciona en la forma como el signo significa. Por el contrario, el propósito es reconocer que se refiere a un universo de sentido amplio y, a la vez, hacer alusión a las relaciones que aparecen a partir de la complejidad de los signos o de fenómenos significantes extensos y diversos. Esta investigación es solo una pequeña parte del estudio de tal macrofenómeno. En esencia, para la semiótica, lo urbano es entendido como una expresión y manifestación de prácticas significativas (formas de vida). Teniendo presente lo último, se da la oportunidad de continuar con el concepto de semiosfera, desde el cual se puede hacer una aproximación a fin de visualizar los rasgos y atributos culturales y sociales de los sujetos, que para el caso habitan en la ciudad.

En la presente investigación, se entendió la cultura como semiosfera, respecto a lo cual Iuri Lotman, representante de la escuela de Tartu, sostiene que tal concepto refiere al "conjunto de la información no hereditaria acumulada, conservada y transmitida por los diferentes colectivos de la sociedad humana" (Lotman, 1996, p. 110) o a la "memoria no hereditaria de la colectividad" (p. 110). Esta postura implicó entender la perspectiva sistémica, en donde la interdependencia y las interrelaciones de los elementos del sistema juegan un papel crucial en la configuración del sentido. Cada signo articulado a un ecosistema semiótico da el rumbo del sentido en el marco de lo humano. Si un signo se modifica, el sentido también lo hace. Sujeto, signo, entramado de signos y sentido son interdependientes e interrelacionados en un sistema.

Si se ha hablado de las posibilidades e interrelaciones que implican la ciudad, sus espacios y la vida cotidiana, también se ha presentado la noción de semiosfera como ese marco que da cuenta de una cierta división entre lo interior y exterior, y sus respectivos límites o fronteras. Dicho esto, si se quiere, la semiosfera es entendida como "el dominio en el cual, los sujetos de una cultura tienen la experiencia de la significación" (Fontanille, 2001, p. 245). Esta definición aclara que en cada cultura los sujetos tienen la potestad y cierto dominio sobre los usos, los modos, las costumbres, las creencias y las dinámicas de sus signos en función del proceso constitutivo de la significación, el significado y el sentido. En esta perspectiva, se articula lo que propone Lotman en cuanto a su propuesta de memoria no hereditaria de una colectividad, puesto que la experiencia de la significación implica necesariamente una suspensión espacio-temporal en mérito de rescatar, recordar y conservar ciertos textos, discursos y, en sí, signos que funjan como potenciales mecanismos de mediaciones en términos de proveer datos, información y comunicación en la cultura. Por lo expresado, la noción de semiosfera es relevante para hablar del concepto de forma de vida, puesto que en este último se configura de manera local y global el sentido y la significación frente a lo que representa un espacio de la ciudad o ella misma en su totalidad.

En tal aspecto, la propuesta de Lotman (1996) fue significativa en esta investigación porque posibilitó los medios de interpretación de la cultura. Es así que, cuando él alude a la información no hereditaria, primero se entendió el concepto de información como "el conjunto de mecanismos que permiten al individuo retomar los datos de su ambiente (físico, cultural, interno) y estructurarlos de una manera determinada, de modo que le sirvan como guía de su acción" (Paoli, 2005, p. 15). Lo segundo fue entender lo no hereditario, lo cual se tomó como aquello que no es biológico, sino que es dado por dispositivos socioculturales, que se genera y da desde contextos semióticos y metasemióticos.

Metodología

La investigación se diseñó con un enfoque cualitativo, a partir de la profundidad explicativa, en el marco de la modalidad etnográfica y, por el problema, se caracterizó desde la semiótica urbana. La recolección y análisis de datos se centraron en el discurso de los informantes, es decir, lo predicado por parte del habitante común. El objetivo fue analizar las formas como el discurso de los habitantes comunes construye significado y sentido en relación con el espacio público, en el caso la plaza de mercado de la zona centro de Bucaramanga.

Los informantes se escogieron a partir de una selección aleatoria, después de haber realizado tres sesiones de observación no participante y tres entrevistas sin estructurar y el criterio final de elección fue: el discurso de los sujetos que tuvieran experiencia y vivencia directa en el lugar. Es decir, se tomaron los actores/informantes/habitantes que estuvieran en mayor contacto con el lugar o espacio público, la plaza de mercado, centro metropolitano de mercadeo en Bucaramanga.

Esta elección se hizo porque entender y comprender la ciudad desde la semiótica implica llevar a cabo una interpretación, aunque no se puede desconocer el plano cuantitativo. Esto involucró entender que "la conversación es espacio permanente de invención. Es en la narración cotidiana donde el hombre/mujer va diciendo su vida" (Restrepo, 1987, p. 44). Es así que el discurso como posibilidad semiótica se crea y recrea para instalar dispositivos de sentido. Para la investigación, fue necesario llevar unos pasos, los cuales van desde la observación participante y monitoreada, hasta la realización de entrevistas estructuradas y no estructuradas; esto fue acompañado de registros de imágenes, diarios de campos y cuestionarios para las entrevistas.

En cuanto al método de análisis, este se centró en la propuesta del fránces J. Fontanille: el análisis semiótico del discurso (2001). La información se procesó y sistematizó en el programa informático Microsoft Word® y, para las matrices y tablas, se usaron hojas de cálculo de Excel®.

El escenario de la investigación: una descripción etnográfica

La plaza de mercado de la zona centro de Bucaramanga se puede entender como un espacio en el cual se hace visible un ecosistema social, cultural y económico. En ese aspecto se producen situaciones de interacción entre sujetos, de tal forma que se intercambian y producen signos, discursos, objetos, ritos, símbolos y comportamientos, hay ofertas y demandas, negociación y conflictos, entre otros fenómenos. En fin, las situaciones son dinámicas y los procesos son amplios, se puede decir que se presentan rasgos distintos de complejidad. En este contexto, se parte de la tesis de que no se puede generalizar lo hallado en un espacio e identificado en unos sujetos, puesto que las condiciones y los fenómenos son disímiles respecto a la ciudad y sus espacios. Dicho esto, aunque no se presenten conclusiones universales, sí se logran analizar rasgos particulares de sentido respecto a una de las partes del espacio (plaza de mercado) y sus habitantes en la ciudad de Bucaramanga, cuestiones que quizá se puedan presentar en ciudades similares a la comentada.

Al tomar la plaza de mercado como escenario, es obligado conocer algunos aspectos relacionados con las reglas de juego, así como otros elementos dependientes de sus estructuras y dinámicas. En este punto, es necesario señalar que la plaza de mercado o centro metropolitano de mercadeo en la actualidad (2009) está en un edificio que se fundó en 1996. Antes estaba en el edificio de la llamada plaza San Mateo.

Con la anterior descripción, se relaciona un ícono del antiguo espacio arquitectónico usado para la plaza de mercado. En la actualidad, esta estructura hace parte del paisaje urbano y es usada como depósito para el reciclaje. Sus ladrillos, cemento, piedras y vigas en desuso, guardan la memoria de los años que se dilatan en la cotidianidad de los usuarios del lugar.

Ahora, -para continuar con los referentes legales y después de haber comentado sobre lo que implica este espacio urbano- el nuevo edificio en el que se instala la plaza de mercado (Centro Metropolitano de Mercadeo) ha sido pensado como una organización formal que responde a normativas internas, procesos administrativos, financieros, contables, etc. Esta organización pertenece jurídicamente a la propiedad horizontal, según la Ley 675 del 2001 (Colombia. Congreso de la República, 2001).

La estructura arquitectónica de la plaza actual cuenta con siete niveles, los cuales se enunciarán según se puede experimentar por parte de un usuario al ingresar al sitio, desde abajo hacia arriba. En el piso del primer y segundo sótano, hay una zona de parqueo para ciento cincuenta carros y de descarga de mercancías que funciona veinticuatro horas. En el primer piso, según los planos y la nomenclatura que le han dado a la plaza, funciona la sección de legumbres; en el segundo, frutas, venta de calzado y ropa; en el tercero, está la zona de comercialización de carnes; en el cuarto están los restaurantes y la venta de ropa; y en el quinto están la sala juntas y un jardín infantil. Además de eso, cuenta con un sistema de circuito de vigilancia monitoreada con treinta y dos cámaras y tiene once ascensores, rampas de acceso entre los niveles y cuatro cuartos fríos. Desde el punto de vista de la organización interna de sus espacios y de conformidad con los propósitos de la organización -brindar espacios para la comercialización de productos y servicios-, hay en este edifico 1758 unidades (locales) privadas que sirven como instancias de oferta. Antes de continuar, se hace necesario describir de forma breve cómo es la cotidianidad de este lugar.

Breve descripción de la cotidianidad del espacio seleccionado

En las instalaciones de la plaza de mercado, día a día, los sujetos y los habitantes comunes actúan, viven y predican sobre su espacio, su vida y su futuro. A partir del proceso de observación no participante y luego de sistematizar las fichas que se desarrollaron para este proceso, se puede describir que, aproximadamente desde las tres de la mañana, la plaza de mercado y sus agentes empiezan a llenar de movimiento sus espacios. Desde ese momento, empiezan a llegar el transporte -camiones, camionetas y automóviles adaptados para cargar algunos productos-y demás vehículos con distintos insumos agrícolas. Desde esa hora, algunos vendedores informales de café y otras bebidas calientes se instalan en las esquinas o cerca de los vehículos que hacen la descarga de productos. Llegadas las cuatro de la mañana, se han descargado la mayoría de los elementos que harán parte de la oferta del mercado y se distribuyen por los distintos locales o espacios de comercialización de los insumos. Dicha labor se desarrolla en los cuatro pisos del centro metropolitano de mercadeo. A las cinco de la mañana llegan algunos propietarios de los establecimientos comerciales y empiezan a organizar sus productos para atender a los compradores.

Entre tanto, los celadores (guardias de seguridad) están pendientes de quiénes entran y quiénes salen de la edificación, e intercambian información por medio de dispositivos de comunicación electrónicos. La plaza de mercado solo es abierta para el ingreso del público a las siete de la mañana. De esa hora en adelante empiezan a ingresar los clientes, proveedores, cobradores, familiares, etc. A partir de ese momento, las situaciones, relaciones, sucesos y sujetos son cada vez más amplios y complejos; sobre tal aspecto, es imposible describir todo lo que pasa. La actividad del lugar -comercial, social, cultural, etc.- se da todos los días, de domingo a domingo.

Los días de mayor movimiento comercial y de personas son los viernes, los sábados y los domingos. De lunes a jueves la actividad de la plaza no es dinámica, es decir, comercialmente no hay mayor intercambio, tal como lo describe un entrevistado (hombre de treinta y tres años, trabajador formal de la plaza):

Entendiendo que la plaza o casa de mercado es por excelencia un punto de orden comercial, en tal aspecto se presentan relaciones de intercambio de productos y algunos servicios. En esa lógica por ejemplo, el incremento de ventas son los viernes, sábados y domingos puesto que esos días son los que las amas de casa y en general los trabajadores tienen algún tiempo libre, el día más fructífero es el domingo. (Informante 6, entrevista 8, enero 30, 2007)

Lo anterior hace parte de lo que pasa en un día, en el interior de la edificación de la plaza de mercado, en sus instalaciones, pero ahora es necesario hablar de lo que acontece afuera. Lo que se describe a continuación se desarrolló a partir de procesos de observación del lugar llevados a cabo en tres momentos: un lunes desde las tres hasta las nueve de la mañana, un jueves desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde y un sábado desde las cinco de la tarde hasta la una de la mañana.

Alrededor de las tres de la mañana, en las calles y las aceras hay poco movimiento, ocasionalmente pasan algunos automóviles y ciertos sujetos van a pie. Esporádicamente, pasan hombres y mujeres en estado de embriaguez o bajo la influencia de sustancias alucinógenas. Se deduce esto porque los sujetos presentan comportamientos altamente emocionales, como la risa y el llanto, y los acompañan con cantos individuales o grupales. En otras ocasiones, se presentaron casos de agresión física y verbal. En varios casos estos sujetos tenían en sus manos una botella de licor, un cigarrillo u otros estimulantes.

Los transeúntes empiezan a pasar por las calles circundantes, en mayor número a las seis de la mañana, en especial de lunes a sábado. Desde las siete de la mañana se instalan los vendedores informales y, entre siete y media y ocho de la mañana, los vendedores formales y dueños de tiendas y almacenes abren los establecimientos comerciales. Desde las siete y media llegan los funcionarios de la Secretaría de Gobierno, que se reconocen puesto que traen uniformes, en especial una gorra azul oscuro y un chaleco beige; ambas prendas tienen el escudo y el nombre del organismo al cual pertenecen. Algunos días no pasan por el entorno de la plaza y, cuando eso ocurre, llega al escenario la Policía. Estos dos grupos se encargan de la vigilancia y el control de la zona, se distribuyen y caminan por donde estén los vendedores informales, en especial por las calles 34 y 33, entre las carreras 15 y 16.

Los vendedores informales, cuando ven que se aproximan estos sujetos, en la mayoría de casos corren y se esconden en tiendas, almacenes, etc. Lo hacen porque, por lo menos en Colombia, las ventas informales no son reconocidas como legales, es así que las fuerzas coercitivas del Estado toman medidas preventivas y les decomisan la mercancía a estos sujetos. Además, es usual que los vendedores se tomen el espacio público, en ocasiones obstaculizando la movilidad, tanto vehicular como peatonal, y al respecto algunos organismos se encargan, a partir de distintas formas, de hacer cumplir las normas a los vendedores ambulantes o informales.

En las noches, a partir de las seis de la tarde, se dibuja la escena de la plaza: los espacios que se despiertan desde las cantinas, los billares, las residencias y moteles, la calle, la acera y los prostíbulos que circundan la plaza. Los conflictos son perceptibles constantemente, son propiciados por hombres y mujeres de distintas edades; la agresión verbal y física está presente, tanto en el día como en la noche. En ese contexto, se puede escuchar e interpretar, a partir de las situaciones conflictivas, que los infortunados encuentros son por dinero o deudas económicas, por amores o por la presión de la policía a los vendedores informales. Es de anotar que, entre los mismos vendedores informales, hay disputas por territorio.

A la anterior descripción se suma la presencia de menesterosos o "habitantes de la calle", que pasan con un pequeño frasco o una bolsa inhalando una sustancia de color amarillo (pegamento industrial para zapatos). También, estos sujetos piden limosna a cualquier transeúnte. Al llegar ciertas horas (once de la noche), la plaza de mercado es distinta, es un espacio desolado, no se percibe mayor movimiento y, cuando lo hay, es porque hombres y mujeres ingresan a las cantinas, moteles y residencias. Pasan pocos vehículos, algunos motorizados de la policía vigilan, requisan, etc. Hasta acá se ha hecho una breve descripción del espacio sobre el cual se ha indagado en los discursos de sus habitantes comunes.

Identificación de aspectos emergentes, preámbulo de los hallazgos

De cara a lo descrito, en la plaza de mercado, así como en los espacios públicos, los sujetos experimentan varias situaciones que se funden en el espacio y en el tiempo. Al respecto, se detectan varias acciones, por ejemplo: se vende, se compra, se camina, se mira, se paga, se corre, se observa, se oye, se dice, se llora, se generan subjetividades que se expresan en las manifestaciones de pasiones, risas, deseos y amor.

En tal contexto, se producen y consumen signos, palabras, pavimento, calles, etc. En la plaza de mercado, por lo menos para este caso, están presentes las distintas tensiones de sentido que, si bien hacen parte de su configuración las palabras (ya sea en un nivel semántico), también se dan en lo semiótico, toda vez que esas situaciones generan valores (semióticos). Estos últimos son entendidos como las variaciones y diferencias que producen las prácticas significantes. Es así que se hablaría, por ejemplo, de las tesis y las antítesis, los complementos y los contrarios, el fuego y el agua, lo bueno y lo malo, la mujer y el hombre, el fuerte y el débil, lo privado y lo público, la paz y la guerra.

Con esto se puede decir que la plaza de mercado, como otros espacios públicos, se consolida como un espacio/tiempo que afecta y permea la percepción de los sujetos, quienes están constantemente interconectados, a través de su propia conciencia, con la conciencia de otros sujetos, que implica e integra la materialidad de los objetos. La captación de los fenómenos, procesos y dinámicas de un universo de sentido se genera e instala a la luz de cómo se captura el mundo y las cosas en sí a partir de la conciencia. Con lo anterior, la plaza de mercado es un espacio público, un escenario dinámico y complejo, es el punto de encuentros y desencuentros, es donde los procesos semióticos hacen parte de la vida cotidiana. Es en esas situaciones en las se dan híbridos que se imbrican y yuxtaponen, para hacer de este contexto un objeto de amplitudes e intereses para las ciencias.

En la anterior descripción se hace referencia al ente en el que cristalizan los objetos y prácticas significantes desde el punto de vista del sentido. Se debe señalar que existe un diseño que responde a la perspectiva de unos sujetos, a la vez que la arquitectura del edificio se eleva e impone ante la experiencia y la vida diaria del habitante común. Es particularmente interesante el hecho de que quienes administran y gestionan el espacio desde las lógicas racionales sostienen que un lugar como este es un tipo de organización que va del orden al caos y viceversa. De hecho, desde la administración de la plaza de mercado de la zona centro, y en voz de quien hace su parte como gerente, se predica que, en relación con lo que emana y se demanda a partir de la normas de la ciudad, se busca cumplir con lo que la ley indica. En paralelo, un fragmento de ello es el sentido o sentidos de espacio dados por los habitantes en sus usos y prácticas, lo cual se instala a pesar del diseño y la planificación de un arquitecto, un ingeniero civil, un urbanista y un legislador, o de las intenciones de quien administra, desde el punto de vista formal, este centro de mercado.

En este contexto -amplio y general-y desde lo concreto (particular), se puede sostener al respecto que se configuran dispositivos, mecanismos y estrategias que tienen efectos sobre la vida social. La vida social es entendida como la existencia humana que se integra a sistemas de interacción e interrelación entre los sujetos/ agentes en distintos espacios y tiempos. En tal sistema se comparten, parcial o totalmente, signos, significados y sentidos.

Teniendo en cuenta lo comentado, lo complejo de la semiosfera, la ciudad y lo urbano se da porque implica una serie de relaciones que se escapan a la mirada de un investigador, aunque, claro está, no significa lo anterior que sea imposible abordar el objeto (lo urbano). Por el contrario, la complejidad (Delgado, 1996, p. 23) es entendida como una oportunidad para que los saberes dialoguen -en la interdisciplinariedad, en la transdisciplinariedad, etc.- y generen reconstrucciones, reorganización y reestructuración del conocimiento. Lo que se traduce en la comprensión plural y multidimensional de lo urbano, que se entiende como lo asimétrico, principalmente porque las relaciones y las interdependencias de quienes se mueven al interior de lo urbano varían en intensidad y en tiempos. Con lo dicho, se afirma que este objeto (lo urbano) debe estar más allá del monopolio de una mirada, pues es amplio, rico en fenómenos y dimensiones por estudiar, por lo cual no se puede reducir o minimizar su investigación y, como se ha sostenido, esta investigación hace parte de ese cruce de miradas.

Para ir redondeando la idea de lo urbano, se parte de que la noción está directamente relacionada con el concepto de ciudad. Pero no todo en la ciudad es urbano, cuando este concepto es entendido como un atributo, como un estilo de vida. Por tal razón, se pasa por este concepto, que se define como un escenario de prácticas significantes, en donde se gestan y configuran distintas formaciones semióticas, prácticas significativas, objetos de sentido y, en efecto, formas de vida (ser y estar).

Respecto al último elemento, se asume que "para el semiótico, las formas de vida permiten aprehender la globalidad de una práctica significante en relación con las elecciones axiológicas propias a un individuo o a una cultura entera" (Zilberberg & Fontanille, 2004, p. 166). Lo que se expresa en esta cita implicó reconocer cómo, en el espacio de lo cultural, una práctica significante (semiótica) o cultural está directamente relacionada con los valores (sistema) que elige un individuo/ sujeto o un colectivo/sociedad, a partir de "presaberes", costumbres, creencias, imaginarios, conocimientos e historia. Al entender lo precedente, se pudo, en un caso concreto, postular e intentar responder: ¿cómo abordar lo urbano desde la semiótica? La clave, en resumen, estuvo en empezar desde la noción de forma de vida (habitante común).

De los hallazgos: la plaza de mercado, mezcla de formas de vida

En Bucaramanga, según los diagnósticos (Vargas, 2008) entregados por los alcaldes, es usual encontrar que la imagen que se asocia a la plaza de mercado es la de un lugar desordenado, desaseado, inseguro, etc., y tal planteamiento se nutre a partir de los datos que se obtienen de la Policía, la Defensoría del Espacio Público y la Secretaría de Gobierno. También hay otros sujetos que piensan la plaza como un centro de estéticas y sensibilidades diferentes que oxigenan, nutren y enriquecen la cotidianidad de lo urbano. La plaza es, por naturaleza, en la actualidad bumanguesa, un lugar para comerciar -aunque hay otras funciones- y se ha instalado tradicionalmente como el escenario en el que el campesino se relaciona con la ciudad mediante dispositivos productivos. Ahora, si se quiere, desde una perspectiva microsemiótica, sería una instancia que permite el desarrollo de operaciones de sentido entre los sujetos y los objetos de la ciudad.

Aunque la infraestructura de esta plaza es reciente (1994) y se han desarrollado acciones y planes de reestructuración del espacio público en esta zona centro de la ciudad, se presentan aún ocupaciones de dicho espacio. En ese aspecto, las tensiones entre las dinámicas del espacio y la realidad de los habitantes generan situaciones conflictivas entre la forma de vida de lo urbano y lo rural. Sumado a estos detalles, se evidencia un edificio -uno de los elementos urbanos- y otros elementos como los avisos, las personas, la calle, etc. En ese sentido, se puede divisar que algunos transeúntes pasan, no sobre los andenes, sino por la calle. Ese tipo de actividad quizás se pueda relacionar con el estilo de vida de lo rural, puesto que, en el campo, es habitual ir por el centro del camino o la carretera, mientras que, en la ciudad, ese tipo de prácticas no son usuales (desde la perspectiva urbana); sin embargo, lo son para este caso y eso es lo que se ha capturado con ese elemento icónico.

En tal situación, si se quiere, se perfilan hibridaciones, como se dijo. No obstante, vale anotar que persiste con mayor fortaleza la noción de lo urbano, en comparación con la noción de lo rural, puesto que parece que el Estado, a través de su aparataje estratégico y operativo, busca que las axiologías de lo urbano sean el paradigma predominante, para hacer de la ciudad un espacio más gobernable. Retomando a Lotman, desde la explicación de la semiosfera, se parte entonces de que todas las prácticas desarrolladas en la plaza de mercado, si no se acogen a los dispositivos estatales, estarían trasgrediendo lo ya impuesto, que se supone desde la forma de vida de lo urbano. En la frontera estarían los procesos de hibridación, toda vez que, desde esta posición, se gesta la mediación de sentidos posibles. Por ejemplo, se pudo identificar que las personas, a pesar de la existencia de andenes, prefieren caminar por la calle, independientemente de si hay obstáculos en las aceras. También se puede señalar que, si bien anteriormente la plaza era una suerte de gestión comercial para las formas de vida de lo rural (en especial para la venta de productos por parte de los campesinos), ahora, con la estructura y la administración del Centro Metropolitano de Mercadeo, las lógicas han generado situaciones en las que se debe comprar un local y pagar servicios e impuestos, entre otros aspectos más usuales en el modo de vida de lo urbano.

El espacio público de esta zona de la ciudad, en este caso, es un escenario que posibilita la interacción entre los estilos de vida, y no solo en términos del cohabitar, sino también desde la dimensión de los sentidos que se instalan. Así las cosas, la plaza de mercado es un espacio necesario que permite la convergencia de las tensiones que se imbrican en torno al diario vivir. Si bien es cierto que se encuentra la plaza de mercado en el centro de la ciudad, no sorprende que las prácticas significantes en dicho espacio se configuren desde lógicas más cercanas a la forma de vida de lo rural; incluso, los habitantes comunes buscan mecanismos para deslizarse desde las gramáticas de lo rural.

En los detalles y observaciones adelantadas para lo comentado, entre otras interpretaciones, se indica que en ese momento, en aquel fragmento de la captura de la "realidad", los habitantes comunes hacen parte del ecosistema social y cultural, articulados a las estructuras físicas y a la cotidianidad que se experimenta, de modo que, tanto el mundo de lo inteligible como el de lo que se oculta tras cada rincón, cada movimiento, color y olor, se presentan ante los mundos internos y externos, subjetivos e intersubjetivos, de modo tal que, en los procesos de comprensión y entendimiento de lo que rodea el entorno, se diluye en el ir y venir de la cotidianidad. El sentido no se capta en su totalidad, solo se hacen aproximaciones a lo que lo conforma, se reconocen algunas de las estrategias y caminos que usan los sujetos para hacer parte y crear el sentido. Aún el camino queda abierto a involucrar otras perspectivas, en función de comprender cómo se construye el sentido.

En la Figura 1, se representa la forma en que lo urbano, desde la dimensión del universo del sentido, se perfila como el eje dominante, por ello está en el primer círculo. Desde esa instancia, se evalúan los otros componentes de la semiosfera, toda vez que se configura desde allí una suerte de gramáticas culturales. La periferia sería aquello que no encaja en la gramática dada en el centro. En medio de esos dos elementos, están los procesos de mediación y, de hecho, de hibridaciones que pueden ser dinamizadas del centro hacia afuera o viceversa. Ahora, si se toma a la ciudad como parte de la semiosfera, en especial, si esta es entendida como el centro, se instaura bajo la lógica de lo urbano una posición desde la cual se opina y se juzga a las formas de ser que no encajan en tal centro -lo dado, lo natural o lo normal-. Se advierte que, desde la dimensión del discurso escrito, se predica que la plaza hace parte del espacio público, aunque se debe reflexionar si esto es garantía de que sea un espacio urbano; es más, se ha hablado de que es, por excelencia, un lugar de hibridaciones. Dicho esto, se llega a la conclusión de que la plaza de mercado se instala como frontera entre lo urbano y rural.

Respecto a lo anterior, el habitante común es el que empieza a generar medios de traducción y navega entre la frontera, el centro y la periferia, resignificando su experiencia y reinventando las formas de actuar. Esto, en esencia, hace evidente que la forma de vida en la plaza de mercado de la zona centro es un híbrido que se virtualiza (se habilita), potencializa (probable), actualiza (se reorganiza) y realiza (acción, desarrollo) a través del discurso, toda vez que hay un juego entre la predicación, la narración y los espectros tímicos y cognitivos.

Además, si se parte de lo que se afirma desde la visión de la Gobernación, la Alcaldía y demás instancias oficiales, se proyecta la plaza de mercado y el espacio circundante como una zona problemática, principalmente por la ocupación -no legítima- del espacio público y por otras alarmas socioculturales y económicas como la inseguridad, la violencia, la prostitución, el tráfico de fauna y estupefacientes, y el trabajo infantil. Ante tal situación, las fuerzas coercitivas del Estado movilizan castigos para quienes se salgan de los límites que establece el gobierno. Es así que, por ejemplo, se decomisan los elementos de los vendedores ambulantes; constantemente, la policía adelantaba batidas (búsquedas exhaustivas), allanamientos, etc. Aunque también se desarrollaban programas y acciones socioculturales de orden pedagógico, para así evitar situaciones que involucraran la violencia hacia los vendedores ambulantes, hacia otros grupos o hacia la comunidad. Lo anterior se hizo a partir de planes de reubicación, capacitaciones, etc.

Es necesario considerar que la plaza de mercado, desde las instancias oficiales, no es mostrada ante los dispositivos y mecanismos de información como un espacio tranquilo y seguro. En su lugar, se dan a conocer, de forma masiva, noticias que refuerzan la idea de un lugar con problemas como, por ejemplo, la situación de invasión y la inseguridad. En últimas, la plaza de mercado queda en el anonimato respecto a los espacios urbanos, pues pareciera que la misma dinámica de la ciudad ocultara a la plaza, o mejor, normalizara lo que acontece en ella.

A partir de lo presentado, se puede concluir que en el espacio público, en el caso de esta investigación, se generan convergencias de estilos de vida. De hecho, se puede hablar de sincretismos entre lo urbano y lo rural, de hibridaciones y mediaciones que se generan a favor de procesos de adaptación a los estilos de vida que se generan en la ciudad.

De las demandas: los habitantes y su predicación

Teniendo en cuenta el recorrido hecho en este trabajo, desde los elementos descriptivos hasta los interpretativos, se ha evidenciado una parte de lo que pasa en uno de los espacios de la ciudad de Bucaramanga. Este ha sido la plaza de mercado de la zona centro de la ciudad, entendida como un lugar en el que se mezclan lo público y lo privado, lo urbano y lo rural; es un espacio de lo posible, de los sentidos que instalan los gobernantes y gobernados -el habitante común, el trabajador, el transeúnte, etc.-.

Retomo el supuesto de investigación: el habitante común, a partir de sus vivencias, expresadas en los discursos, refleja sus representaciones y tensiones sobre el espacio público (plaza de mercado) de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga, Colombia. Ante lo comentado, a través del discurso de los habitantes y por medio de lo analizado acerca de su saber común, se señala que demandan de este espacio administrado por el gobierno que sea un punto de referencia en el que se apoyen los sentidos y significados que la gente ha instalado. Se trata de sentidos que se han construido a partir de las propias experiencias y saberes de los sujetos, de tal manera que hacen del mundo de su cotidianidad una realidad. Estas son cuestiones que generalmente están atravesadas por situaciones de la vida privada, como, por ejemplo, las relaciones familiares y laborales, así como fenómenos de la esfera de la vida pública.

En consecuencia, se espera que esos sentidos que expresan los habitantes comunes se articulen a las intencionalidades que predica el Estado, es decir, ¿qué esperan los habitantes comunes en los cuatro casos, por parte del Estado y de la sociedad?, la creación de puentes de entendimiento, negociación y mediación de intereses y de valores compartidos para hacer el espacio público de todos y para todos. En los casos indagados, los habitantes comunes interpretan que el gobierno, más que un apoyo, es un obstáculo para el desarrollo de su vivencia en el espacio que habitan cotidianamente, en aquel que buscan o esperar tener los medios o formas para cumplir propósitos existenciales.

En esta instancia, es importante pensar en cómo transformar la experiencia urbana de la gente en una ciudad de tensiones entre lo público, lo privado, lo rural y lo urbano. La respuesta es amplia, aunque, desde una postura semiótica, la cuestión está relacionada con los procesos de mediación y la construcción de sentidos y significados compartidos. El Estado tiene claro qué es el espacio público (a pesar de los críticos y las teorías), eso se comprueba en la medida en que hay una reglamentación nacional, regional y local en torno a lo que involucra el espacio público. En cuanto a lo que puede estar en el saber y las vivencias de la gente común, solo hay algunas claridades respecto a lo que significa el espacio público. Es así que el habitante hace unas interpretaciones subjetivas, mediadas por comentarios y rumores basados en especulaciones y supuestos en el universo posible del sentido, pero, en el momento de homologarlas a lo pretendido por el Estado, no hay mayor compatibilidad, lo que genera choques y desencuentros que no posibilitan la construcción que se adelanta por parte del gobierno.

En síntesis, el sentido del espacio público, desde la perspectiva del habitante de la plaza de la zona centro de Bucaramanga (su discurso), expresa que este es un lugar en el que difícilmente se pueden alcanzar o cumplir objetivos de orden social, cultural y económico. En cambio, allí se padecen relaciones violentas y, en últimas, fenómenos disfóricos, a lo cual se suma la coerción del Estado, que es predicada como un mecanismo que genera rechazo. En consecuencia, se hace visible que es complicado llegar a acuerdos mínimos; mientras que los habitantes construyen un sentido, el gobierno va en otra dirección.

El asunto es aún más profundo, puesto que en la ciudad, bien sea desde el gobierno o desde la sociedad -aunque habrá excepciones-, lo urbano no es tan claro. A partir de la información recolectada, se puede decir que los datos apuntan a asuntos relacionados con aspectos de estructuración física del espacio y no a otros escenarios de construcción de lo público y lo urbano. Es así que los habitantes y agentes del gobierno demandan reforzar o replantear el sistema educativo, para que los procesos se encaminen a que se conozca a los sujetos, a las ciudades y a las regiones. Por lo tanto, se podrían desarrollar proyectos al interior del aula y fuera de ella que estén a favor de recuperar la memoria histórica y de pensar qué tipo de ciudad y espacios se esperan. De igual forma, estos proyectos deben promover que se empiece a configurar la construcción de redes de ciudadanos que participen activamente en la planificación de sus espacios (públicos), sin discriminar las potenciales hibridaciones con formas de vida de lo rural.

Por parte del gobierno, el habitante común espera proyectos, campañas y estrategias de largo plazo, y no acciones de contingencia o inmediatistas, puesto que los procesos de información, divulgación y socialización no han minimizado los conflictos, y no se ha pensado con profundidad en la gestión de proyectos productivos y socioculturales que favorezcan la consolidación y el fortalecimiento de la cultura urbana.

Respecto a los deseos y demandas en el espacio público, a partir de la predicación de los informantes se puede identificar la representación que se hacen sobre cómo debería ser el espacio que los interpela. A continuación, en la Tabla 1, se hizo alusión a eso que demandan o desean los habitantes. En virtud de lo mostrado allí, se evidencia que los informantes tomaron una posición respecto al uso pragmático -en el que se evalúa el valor práctico de las cosas- del espacio público, pero, en cuanto a la construcción del espacio público como una instancia mental o virtual, las posiciones de los informantes -trabajador formal, informal, menesteroso y trabajadora sexual- se enfocaron en delimitarlo como un elemento que no hace parte de sus responsabilidades, que es ajeno a ellos y respecto al cual opinan que es el otro -el Estado- quien debe velar por él -es decir, gestionarlo y administrarlo-. De esto se interpreta que, según los informantes, si el espacio es dado o impuesto por otros, su construcción no debe ser llevada a cabo por ellos -los habitantes- sino por el Estado. A la vez, de forma implícita o explícita, en los predicados expresados por parte de los habitantes, se hizo referencia a que querían que el espacio fuera tranquilo, limpio, más organizado y que se pudieran construir relaciones sociales que generaran confianza. Así mismo, desearían que el lugar fuera más seguro.

* En esta columna se tomó textualmente lo dicho por parte de los informantes.


* Este artículo es resultado de  la investigación: "La cotidianidad de la plaza de mercado de la zona centro de la ciudad de Bucaramanga en el discurso de sus usuarios. Análisis semiótico". Agradecimiento al cuerpo académico del Programa de Comunicación Social de la UNAD y, en general, a todo el talento humano de la organización, ya que han generado las condiciones de apoyo y solidaridad en función de que la academia se dinamice.

** Docente Investigador del Programa de Comunicación Social, Escuela de Ciencias Sociales, Artes y Humanidades, Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD). Estudiante doctorado en Ciencias de la Educación, Área Pensamiento Educativo y Comunicación de la Universidad Tecnológica de Pereira (Rudecolombia). Magíster en Semiótica. Comunicador Social-Organizacional. Líder del grupo de investigación Sujeto, Mente y Comunidad (UNAD).


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