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Forma y Función

Print version ISSN 0120-338X

Forma funcion, Santaf, de Bogot, D.C. vol.25 no.2 Bogotá July/Dec. 2012

 

APROXIMACIÓN AL SILENCIO ELOCUENTE DE LOS ENUNCIADOS: LO QUE SE COMUNICA Y NO SE DICE*

AN APPROACH TO THE ELOQUENT SILENCE OF STATEMENTS: WHAT IS COMMUNICATED BUT NOT SAID

Constanza Moya Pardo**
Universidad Nacional de Colombia

* Este trabajo es el resultado de la investigación ‘El silencio como estrategia pragmática e inferencial’, registrada en el Sistema Hermes -Universidad Nacional de Colombia- desde el 2011.

** mcmoyap@unal.edu.co

Artículo de investigación. Recibido 15-09-2012, aceptado 03-11-2012.


Resumen

El estudio del silencio muestra otras posibilidades de interacción humana que se creían excluidas al callar. Esta dimensión lacónica del lenguaje posibilita una fenomenología de las formas de expresión que incorpora el mundo de lo implícito y supera el privilegio que ejerce la palabra verbal-explícita en nuestros procesos de comunicación. Muchos de los enunciados de la lengua ocultan otros que les dan sentido. Además de aparecer como privación verbal, como ausencia de habla o artificio de la economía lingüística, el silencio es una manera de pensar y de comunicar. Es el saber compartido, el mundo implícito de los hablantes. Este juego de silencios, mediante el cual transmitimos pensamientos e intenciones sin necesidad de enunciarlos directamente, es posible gracias a habilidades cognitivas de conexión e inferencia, y al conjunto de supuestos compartidos por los miembros que pertenecen a una misma comunidad pragmática y que dominan las reglas de esa gramática del silencio.

Palabras clave: gramática del silencio, principio lacónico, inferencia, no literalidad, comunidad pragmática.


Abstract

The study of silence reveals other possibilities of human interaction, which were thought to be excluded. This laconic dimension of language makes possible a phenomenology of the forms of expression that incorporates the world of the implicit and goes beyond the privilege granted to explicit-verbal language in our communication processes. Many language statements conceal others that give them meaning. Silence, besides appearing as a verbal deprivation, as an absence of speech, or as an artifice of linguistic economy, is a way of thinking and communicating. It constitutes the shared knowledge, the implicit world of speakers. This play of silences through which we convey thoughts and intentions without stating them directly is possible thanks to the cognitive abilities of connection and inference and to the assumptions shared by members of the same pragmatic community, who have command of the rules of that grammar of silence.

Keywords: grammar of silence, laconic principle, inference, non-literal nature, pragmatic community.


Introducción

"El silencio no es mutismo sino transformación del lenguaje, tal es el caso de la metáfora y la metonimia, expresiones que desdicen de su propio significado y nos dicen de algo que no se puede decir literalmente, la expresión calla su significado para decir otro"
(Miroli, 2003, p. 3).

Se afirma que fue el excesivo protagonismo que tuvo la palabra literal, exacta y presente lo que motivó la aparición del llamado giro lingüístico. Se hacía necesario explicar fenómenos como la polisemia, la metáfora, el sentido figurado, la no literalidad o el silencio. Este último aspecto ha despertado un gran interés entre los estudiosos del lenguaje, por cuanto nos ha obligado a pensar en nuevos mecanismos de comunicación capaces de explicar los procesos y estrategias inferenciales que se llevan a cabo cuando interactuamos con el lenguaje, sobre todo, el papel que juega la palabra no literal en la transmisión de significados no expresados lingüísticamente. En ese sentido, no se trata de una dualidad entre decir y no decir sino, a la manera de Heidegger, entre decir y mostrar. Esto es, comunicar con palabras o comunicar con su ausencia.

[…] En la conversación nuestro silencio hace significado y termina siendo palabra en los discursos de los otros. Así paradójicamente nuestro mutismo se involucra como palabra o mensaje en la palabra del otro por lo que al callar no nos sustraemos de comunicar (Miroli, 2003, p. 3).

Lo que se dice es el indicio que lleva al otro a entender lo no dicho. Gracias a ello comunicamos más de lo que decimos con palabras. Esta suerte de Principio lacónico del lenguaje1, o dimensión oculta y silenciosa, hace posible una fenomenología de las formas de expresión que incorpora el mundo de lo implícito y supera el privilegio que ejerce la palabra verbal-explícita en nuestros procesos de comunicación.

En efecto, cada vez que usamos la palabra-signo o cada vez que nos negamos a hacerlo, estamos comunicando. Palabra y silencio tienen entre sí relaciones más tenues y afinadas que la sola ausencia o presencia de signos, tal es el caso de las expresiones encubiertas, las afirmaciones solapadas, las insinuaciones, las indirectas, los aforismos, las expresiones metafóricas o la ironía. Aquí el silencio ocupa un lugar muy destacado en la comunicación, por cuanto es necesario para la estructura

Desde siempre, los poetas y místicos han hablado de lo inefable, de lo inconmensurable y del silencio, especialmente cuando se atrevían a poner en palabras aquello imposible de decir y concebir. El lenguaje del silencio lo dice todo sin expresar nada. Pero, incluso, la propia reproducción lingüística literal, aparentemente exacta y explícita, transporta una dimensión de silencio, un dejo de algo inexpresado. Ocurre, por lo general, que cualquier evento comunicativo no solo oculta lo que en realidad se quiere decir, sino la verdadera intención comunicativa, por lo que no siempre hay correspondencia entre lo dicho, lo implicado y los efectos pragmáticos alcanzados. Hablar no es solo referenciar, hablar es también hacer cosas. Lo mismo podría decirse del que comprende e infiere. Comprender no es descifrar códigos ni aparear significantes a significados; comprender exige un encuentro semiótico, una constante búsqueda de sentido. Asimismo, más que un ejercicio lingüístico, interpretar es un ejercicio hermenéutico que nos ayuda a comprender los silencios del texto. Por eso, el asunto del silencio no puede ser abordado como un hecho lingüístico, sino como un fenómeno semiótico, lo que equivale a decir que el silencio es asunto del habla y no de la lengua.

Si bien es cierto que este juego de silencios se lleva a cabo mediante habilidades cognitivas de inferencia, lo que resulta verdaderamente interesante de este laconismo es la posibilidad pragmática de poner al descubierto una serie de afirmaciones no dichas pero sugeridas, cuyos presupuestos contradicen, en su mayoría, la norma semántica y lógica, con el fin de que descubramos lo que no está, lo que no se ha dicho. ¿Cómo es posible que esto suceda? ¿De qué estrategias nos valemos para comunicar algo diferente de lo que se dice explícita y literalmente? ¿A qué obedece el hecho de que alguien diga algo para dar a entender algo distinto o incluso contrario?

  1. "No le temo a la muerte, solo que no me gustaría estar ahí cuando suceda" (Woody Allen).
  2. "¡Nunca te diré cuánto te amo!"

Estos ejemplos develan sentidos insinuados indirectamente por ciertas palabras. En términos del contenido, es evidente que se comunicó más de lo que se dijo. Estos enunciados ocultan otros que les dan sentido -tal es el caso de la palabra ahí, en el ejemplo 1-. De hecho, el oyente no aplica literalmente la afirmación solo que no me gustaría estar ahí cuando suceda, ya que le resultaría falsa e incomprensible. Sin embargo, un proceso de inferencia adecuado, como en esta metáfora, puede recuperar una interpretación pertinente que conduzca a la consecuencia deseada. No basta, entonces, con reconocer el significado lingüístico codificado para que el proceso de comunicación sea exitoso. La estrategia empleada combina procesos de codificación e inferencia: se codifica un mensaje diferente del que se quiere transmitir, para que sirva como estímulo a partir del cual el destinatario infiera el contenido que se quiso comunicar. "Las palabras, hechas para designar las cosas, pueden perfectamente esconderlas. Si no fuese así, el enunciado de algo develaría su significado. Pero quien trabaja con palabras sabe de las trampas que pueden contener" (Sader, 2007, p. 1).

Estamos frente al enigmático mundo de los (pre)supuestos, de los implícitos, de los saberes compartidos por los hablantes. Este, sin lugar a dudas, no es un mundo caótico e infortunado, sino que debe estar ordenado y regido por una suerte de "gramática implícita" -o de niveles de inferencia- que aún no se ha descrito en su totalidad. Lo cierto e inexplicable es que lo implícito es lo que da coherencia a lo que se dice y, en consecuencia, justifica la presencia de todos los recursos lingüísticos no literales o metafóricos. Estos recursos de ninguna manera son accidentales. Al considerar este fenómeno como algo accidental en el uso lingüístico, se deja de ver, como apuntó Nietzsche, que "la polisemia y la desviación del sentido caracterizan al lenguaje como tal y no solo a ciertas expresiones de él. El lenguaje se comporta como la superficie del agua, que al ser atravesada por un rayo luminoso, lo refracta y desvía" (Ramírez, 1992, p. 8).

La tarea de esta nueva pragmática es explicar cómo el oyente deduce el significado del hablante a partir de la evidencia proporcionada por este. La distancia que existe entre lo que literalmente se dice y lo que realmente se quiere decir, la adecuación de los enunciados al contexto y a la situación; y la asignación correcta de referente como paso previo para la comprensión y desambiguación de las palabras, son algunos fenómenos que escapan a una explicación estrictamente gramatical.

Hemos visto que en la comunicación, detrás de los enunciados, hay contenidos significativos que no se corresponden directamente con el significado literal de las palabras que las componen, sino que dependen de los datos que aporta la situación comunicativa en que son realizados. De este modo, según Escandell (1996), quedan puestos de relieve dos hechos fundamentales: 1) hay una parte del significado, que logramos comunicar, que no es reductible al modelo de un código; y 2) para caracterizar adecuadamente dicho significado, hay que tomar en consideración los factores que configuran la situación o contexto en que los enunciados son emitidos.

En un ejemplo como nos vemos allá mañana sin falta, apreciamos con claridad cómo una parte muy importante de lo que se comunica depende directamente de los elementos compartidos que configuran la situación. Si bien es cierto que los términos nos, allá, mañana gramaticalmente se pueden clasificar como elementos deícticos, esto no nos permite indicar a qué día se refiere la palabra mañana, ni a qué lugar la palabra allá; ni siquiera sabríamos a qué personas se refiere la palabra nos si desconociéramos el contexto de emisión. Imaginemos que se trata de una valla publicitaria que anuncia una importante conferencia, o de una invitación a un cumpleaños o de un volante que se acaba de levantar del piso.

Por tratarse de términos cuya referencia se establece por su relación con todos los elementos que intervienen en la situación comunicativa, a manera de rizoma, solo adoptando un enfoque pragmático puede dársele una interpretación completa y exitosa a los enunciados, pues en este caso no es suficiente un análisis oracional de tipo sintáctico ni proposicional al estilo semántico. Escandell (1996) propone, acertadamente, que una teoría general de lenguaje deberá dar respuesta adecuada al menos a las siguientes preguntas: ¿Cómo es posible que lo que decimos y lo que queremos decidir puedan no coincidir? ¿Cómo es posible que, a pesar de todo, nos sigamos entendiendo? ¿Qué parte de lo que entendemos depende del significado de las palabras que usamos? ¿Qué parte depende de otra cosa? ¿De qué otra cosa? Estos interrogantes ponen de manifiesto la complejidad de la interacción verbal, y plantean a su vez retos y nuevos problemas teóricos y metodológicos que, sin duda, constituyen el centro de interés de la nueva pragmática.

1. Literalidad y no literalidad

Hablar de literalidad del signo es cuestionarnos sobre la relación que existe entre la realidad y la palabra que la nombra y, en términos generales, indagar por la relación entre pensamiento y lenguaje. Es también preguntarnos qué hace que al describir o nombrar algo se prefiera usar términos completamente diferentes a él mismo, en lugar de usar la palabra literal. Suele decirse que en Occidente las primeras teorías sobre el lenguaje adoptaron una perspectiva en donde las palabras serían, en cierto modo, imitaciones de las cosas. En su momento, muchos consideraron que el lenguaje tenía la propiedad de representar, como en un espejo, la realidad del mundo; por lo tanto, el lenguaje era imagen fiel del mundo.

Por su parte, la gramática tradicional sostuvo durante mucho tiempo la interdependencia entre la sintaxis y la semántica. Por eso, señalaba que el significado de una oración era determinado por el significado de las palabras que contenía y por su estructura sintáctica. Así las cosas, en expresiones como eres desconfiada y ¿eres desconfiada?, cada palabra aislada se interpreta con el mismo significado en los dos enunciados, pero indudablemente, tienen distintos sentidos y distintas intenciones comunicativas. Lo mismo ocurre cuando se cambia el orden de los constituyentes de una oración ya que, por ejemplo, Juan extraña a María no es semánticamente igual a María extraña a Juan, así se trate de las mismas palabras.

De igual forma, se evidencia la no correspondencia entre las palabras utilizadas y el sentido que se quiere transmitir en el uso de expresiones idiomáticas o metáforas cotidianas como No dijo ni fu ni fa2. En este caso, si las palabras se consideraran literalmente, tales oraciones carecerían de sentido, aunque gramaticalmente estuviesen bien formadas.

El significado de la oración es distinto del significado del enunciado, ya que el primero es independiente del contexto, mientras que el segundo lo requiere para su adecuada interpretación. Aun así, existe una gran tradición lingüística que equipara el problema del significado con el de la referencia. De este modo, el significado de una palabra se puede explicar con base en la relación que hay entre ella y el objeto aludido, lo que conduciría, sin lugar a dudas, a un resultado erróneo, ya que, por ejemplo, palabras como eso, pues y conjunciones como y, o, pero no se refieren específicamente a algo.

Lo mismo sucede en los eventos comunicativos cuyos enunciados no coinciden con lo que se quiere decir ni con lo que se interpreta. Tal es el caso de los grafitis, refranes o avisos publicitarios: "Si quieres que te sigan las mujeres, ponte delante" (Francisco de Quevedo); "Solo conozco un verbo reflexivo: pensar" (Anónimo).

En este mismo orden de ideas, vemos que no siempre se da una relación intrínseca entre el significado de una oración, su estructura gramatical y el uso concreto del enunciado. En principio, una oración interrogativa es aquella que por su estructura gramatical y entonación expresa una pregunta. No obstante, en ocasiones estas no se usan con la función o intención que las caracteriza, sino que pueden ser usadas para la realización de actos de habla indirectos, como por ejemplo ¿te quieres callar?, para solicitar u ordenar a alguien que lo haga.

De nuevo estamos frente a la diferencia entre el significado literal y el significado pragmático. Se trata de usar el lenguaje de cierta manera, en la que las palabras puedan significar algo distinto de lo que aisladamente designan. Esto ocurre cuando el emisor tiene intención de expresar un significado que está más allá de sus palabras.

De lo anterior, se deduce que para interpretar el significado de un enunciado no basta con identificar las partes de la estructura, pues esto nos conduciría a la interpretación literal de los constituyentes formales de la oración y no al contenido semántico del enunciado. Por eso, se ha insistido a través de los distintos escenarios lingüísticos, literarios y filosóficos en que no es posible referirnos al mundo a través de un lenguaje exacto, neutro y exclusivamente literal, despojado de intención, emoción y contexto.

2. Palabra y silencio: principio lacónico del lenguaje

"Las palabras que pronunciamos no tienen sentido
más que gracias al silencio que les rodea".
Maurice Maeterlinck

El excesivo protagonismo que tuvo la palabra literal, exacta y presente motivó la aparición de nuevos modelos inferenciales para explicar el fenómeno de la comunicación. Palabra y silencio tienen ambos valor significativo. Decimos y callamos a la vez, pero siempre comunicamos: "el arte de callar es el arte de la presunción: callar es hacer que los demás supongan lo que uno sabe y desea comunicar" (Dinouart, 1999, p. 45).

Saville-Troike (2006), desde su planteamiento de la etnografía de la comunicación, sostiene que el silencio no está en función del material verbal, sino a la inversa. Entonces, el silencio deja de ser interpretado únicamente como pausa, con lo cual pasa a ser una importante unidad de comunicación, ya que su naturaleza tiene una estructura y dimensión más compleja. Poco se ha dicho del funcionamiento de la palabra ausente, de la estrecha relación entre palabra/silencio. En efecto, se puede encontrar una inmensa bibliografía sobre la palabra verbal, su carácter lineal, su proceso de enunciación, pero poco sobre la palabra callada, sobre el silencio.

En principio, y ordinariamente, por silencio entendemos ausencia de palabra, actitud callada, ausencia de sonido. Así, silencio se equipara con mutismo, pero en rigor, el silencio tiene modos más complejos, palabra y silencio tienen entre sí relaciones más sutiles y afinadas que la mera ausencia o presencia de la palabra y entre ellos se ocultan ciertas paradojas que vale la pena explorar para una comprensión más acabada del propio silencio. […] el silencio no es mutismo sino transformación del lenguaje, tal es el caso de la metáfora y la metonimia, expresiones que desdicen de su propio significado y nos dicen de algo que no se puede decir literalmente, la expresión calla su significado para decir otro. Así, en la retórica, el silencio no es ausencia de palabra sino ausencia del significado propio e instalación de otro significado que por sí es callado (Miroli, 2003, §1, p. 3).

En las interacciones cotidianas, estos mecanismos inferenciales garantizan una gran eficacia comunicacional, ya que en los usos lingüísticos ordinarios hablar y producir efectos son dimensiones que van de la mano; solo un lenguaje muy elaborado y artificial, incapaz de ser empleado en la vida real, puede satisfacer el principio de representación literal. Así, cualquier intento comunicacional oculta aquello que estamos diciendo, pues los efectos pragmáticos siempre se entremezclan con la referencia que queremos hacer. De ese modo, en el lenguaje ordinario, la palabra es, en cierta manera, silencio, ya que al mismo tiempo que dice algo lo calla con los efectos pragmáticos. "En la conversación nuestro silencio hace significado y termina siendo palabra en los discursos de los otros. Así paradójicamente nuestro mutismo se involucra como palabra o mensaje en la palabra del otro por lo que al callar no nos sustraemos de comunicar o de hablar" (Miroli, 2003, p. 3).

En efecto, este silencio verbal no solo se hace mensaje a partir de los acuerdos y presuposiciones compartidas -contexto cognitivo-, sino que, al no decir con palabras -callar- se descubre otra dimensión de la comunicación: aunque permanezcamos callados, seguimos produciendo señales, mensajes y efectos en los demás, solo que ahora, al estar ausente la expresión en un lenguaje articulado, la interpretación de aquello que producimos se hace necesaria y más compleja. Tal es el caso de la metáfora, que, al hallarse incrustada en el lenguaje, se convierte en la capacidad manifiesta del hombre para trascender su propia expresión lingüística.

Ramírez (1992) hace un profundo análisis sobre la naturaleza y especificidad del fenómeno del silencio, del cual extraigo los planteamientos más relevantes, con miras a comprender mejor este enigmático fenómeno.

  1. Un estudio del lenguaje como acto de habla presta atención primordial al discurso, al contexto y a la connotación, no a los términos ni a la denotación estricta, y se interesa más por la hermenéutica y los juegos de lenguaje que por los códigos y los mensajes estereotipados.

  2. La lengua es norma establecida, el habla es acción fluyente e inapresable. La primera es de índole parmenídea, la segunda de carácter heraclíteo.

  3. Al adentrarnos en el problema del silencio, considerado como signo, y de sus significados, solo es posible tratarlo desde el punto de vista del habla y no de la lengua.

  4. Preguntarse lo que significa el silencio en un caso determinado no equivale a preguntar qué significa una cosa determinada, sino qué significa el hecho de que alguien, en un momento determinado, no diga nada -pero lo comunique implícitamente-.

  5. El silencio como signo debe ser considerado semióticamente, más bien que lingüísticamente.

  6. El uso de lo tácito afecta, en muchos casos, a significados o sentidos diferentes de los que la norma lingüística asignaría a los significantes empleados. Otras veces, descubre afirmaciones, órdenes, recomendaciones y preguntas expresadas -implícitamente- como si fueran enunciados de otra índole.

  7. El silencio pone también al descubierto creencias o convicciones concretas o incluso sistemas complejos de creencias.

  8. Además de eso, puede develar estructuras más profundas del pensamiento, determinantes de su forma de categorizar la realidad y de su concepto del mundo.

Este autor considera que la tarea fundamental de toda hermenéutica es aprender a leer los silencios incluidos en todo texto lingüístico. Así mismo, sostiene que los usos conversacionales están llenos de este tipo de silencios que dan colorido al lenguaje. Pero, también, señala que incluso en el lenguaje oficial y aun científico se silencian premisas o conclusiones que, sin embargo, se captan por deducción a partir de los elementos expresados.

El estudio del silencio -no decir literalmente con palabras- y esta nueva manera de explicar su comportamiento en nuestra comunicación, se sustentan en el principio lacónico del lenguaje, entendido como la capacidad de poder comunicar más de lo que se dice explícitamente con palabras. Lo cierto de todo esto es que el silencio no solo aparece como mutismo, privación verbal o como artificio de la economía lingüística. Como ya se mencionó, el silencio es una manera de pensar y de comunicar; es nada menos que el saber pragmático compartido, el mundo implícito de los hablantes. El silencio es lenguaje, cuyo entendimiento y explicación se logran en el marco de una gramática del silencio.

El silencio que nombramos en singular, concebido como algo abstracto, no se nos muestra, pues es significado y no significante y solo el significante, por definición, se muestra. El Silencio es el nombre que damos no a algo que aparece, a un fenómeno, sino a algo que no aparece, la metáfora de lo inefable o inexpresable (Ramírez, 1992, p. 21).

En términos generales se puede afirmar que el significado constituye la parte universal del concepto y que es invariable entre los usuarios de un mismo sistema lingüístico. Su función es describir la realidad y hacer valoraciones generales de superficie. "En síntesis, se diría que el significado actúa en congruencia directa con la lengua y con las normas y reglas que la gobiernan. En tal dirección, el significado está en el marco de la ortodoxia y academia de la lengua. No es aventurado proponer que el significado, por su misma universalidad, merma la sensibilidad que pueda tener una lengua; aunque, por supuesto, tiene la ventaja de unificar criterios, formas de vida y comportamientos en torno a reglas y normas socioculturales" (Ramírez, 1999, p. 188).

El sentido, por su parte, actúa en analogía con la connotación; esto quiere decir que el sentido se construye en la dimensión de la multiplicidad interpretativa.

El sentido reivindica la estructura discursiva. Está en función de lo no evidente, de aquello que es menester inferirlo, deducirlo o inducirlo de acuerdo con las circunstancias, es la parte invisible del signo, el alma de las estructuras comunicativas […] El sentido le permite versatilidad al signo, es el escenario en el cual el participante de un acto comunicativo asume las condiciones de vida socioculturales de sí mismo y de quienes le rodean, se desarrolla en congruencia con el sistema sociocultural en el que se produce el discurso (Ramírez, 1999, p. 188).

Así las cosas, podemos colegir que:

  • El sentido es variable, pues es el producto de las condiciones de vida, de las expectativas que el hablante tenga.
  • El sentido no está preestablecido, se construye y se re-crea en las acciones comunicativas. Por eso, el sujeto adquiere cierta autonomía y proyección semiótica.

En conclusión, y siguiendo a Ramírez, el sentido no es simplemente una categoría lingüística más, es una dimensión en la que el lenguaje -discurso- se vuelve inagotable, inconmensurable y, por ende, abierto a todo tipo de lecturas e interpretaciones posibles. "Los significados unen, los sentidos desunen; los significados vitalizan la tradición, los sentidos promueven el cambio; los significados describen la realidad, los sentidos valoran las condiciones en las que se presenta esa realidad. Los significados y los sentidos no se oponen, se complementan mutuamente" (1999, p. 189).

La idea según la cual el sentido se encuentra inscrito en el enunciado, cuya comprensión pasaría esencialmente por un conocimiento del léxico y de la gramática de la lengua, ya no es aceptada. El contexto no solo está alrededor de un enunciado. El contexto, como conjunto de supuestos, interviene en la interpretación de un enunciado. Comprender un enunciado no es solo remitirse a una gramática y a un diccionario, es movilizar unos saberes y supuestos muy diversos, construyendo un contexto que no está preestablecido para cada evento de comunicación. Así mismo, la idea de un enunciado que posee un sentido fijo fuera del contexto no se sostiene. El enunciado no solo tiene un valor verbal, posee también un valor pragmático, gracias al cual se establece una verdadera relación semiótica con el interlocutor.

(3) "En los aviones el tiempo se pasa volando" (anuncio publicitario)

(4) "¡SI QUIERE CONOCER LA PAZ, VAYA A BOLIVIA!" (Grafiti)

Cuanto más diferentes sean los contextos personales de quienes se comunican, más probabilidades habrá de que se produzcan infortunios o malentendidos en la comunicación. El contexto compartido no solo garantiza el éxito comunicativo, sino que permite recurrir al universo de lo implícito, donde se encuentran los saberes y supuestos compartidos que sustentan la intención y verdaderos sentidos de nuestros enunciados. Sabemos que los verdaderos contenidos e intenciones de los mensajes no siempre están presentes en las palabras o enunciados, por lo que hay que inferirlas. Tal inferencia solo es posible en cuanto existe una relación semiótico-pragmática entre los interlocutores, lo que implica ciertos supuestos compartidos -no se entienda convencionales- que se necesitan explicitar, porque son plenamente conocidos por ambos.

Umberto Eco, en su texto Signo, afirma que "en la hermenéutica no se construye ninguna teoría de las convenciones sígnicas: se escucha, con espíritu de fidelidad, una voz que habla desde aquel lugar en el que no existen convenciones, porque sigue directamente al hombre" (1973, p. 114).

Los miembros que participan y pertenecen a una determinada comunidad pragmática comparten contextos cognitivos -conjunto de supuestos- y abordan lo implícito -el silencio- como signo, lo que equivale a considerarlo como algo dotado de sentido. Una comunidad pragmática presta atención primordial al discurso, al contexto y a la connotación, no solo a los términos o a la denotación sensu stricto. Se interesa menos por la elaboración/desciframiento de los códigos lingüístico y el seguimiento riguroso de reglas gramaticales convencionales, y más por la hermenéutica y los juegos de lenguaje.

3. Lo dicho y lo implicado

"Callamos, decía Sor Juana, no porque no tengamos nada que decir, sino porque no sabemos cómo decir todo lo que quisiéramos decir. El silencio humano es un callar y, por tanto, es implícita comunicación, sentido latente. El silencio de Mallarmé nos dice nada, que no es lo mismo que nada decir. Es el silencio anterior al silencio"
Octavio Paz (1995).

Gran parte del significado que producimos e interpretamos se origina fuera de la misma palabra. Lo que queremos comunicar a veces coincide con lo que finalmente decimos; sin embargo, en muchos casos, no lo decimos pero está implicado en lo que al final se dijo. La implicatura, como afirma Reyes (1990), es una dimensión pragmática del significado: no forma parte del significado literal del enunciado, sino que se produce por la combinación del sentido y el contexto. Lo implicado se relaciona con el contexto del habla y de los interlocutores. De esto se deduce que la distinción entre lo dicho y lo implicado guarda relación con la distinción entre la semántica y la pragmática del proceso comunicativo, terreno este último al que pertenece la implicatura.

Los siguientes ejemplos muestran con claridad la diferencia entre lo dicho -con palabras- y lo implicado -con lo no dicho, con el silencio-.

(5) "Escribe en la arena las faltas de tu amigo" (Pitágoras de Samos).

(6) "Donde funciona un televisor, seguro que hay alguien que no está leyendo" (John Irving).

(7) "No rompas el silencio si no es para mejorarlo" (Ludwig van Beethoven).

(8) "La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede" (Aldous Huxley).

(9) "Incluso el camino más largo empieza por el primer paso" (Proverbio chino).

Un caso muy interesante que evidencia la competencia pragmática es lo que ocurre con los enunciados que portan rasgos de ironía o de humor, como ocurre con ciertos grafitis o expresiones coloquiales -dichos-:

(10) "No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella".

(11) "La verdadera felicidad está en las pequeñas cosas: una pequeña mansión, un pequeño yate, una pequeña fortuna..."

(12) "El que ríe de último, no entendió el chiste".

A menudo, el enunciador tiene la intención de comunicar otra cosa distinta a lo que su enunciado significa en su literalidad; su propósito es llevar su interlocutor a la interpretación correcta, más allá del sentido literal, a manera de "sobre-entendido". Tal es el caso de la metáfora, la ironía y el humor, donde el locutor, enunciando algo explícito, tiene la intención de hacer comprender algo distinto, a veces contrario, de lo que efectivamente se comunica.

Hemos visto que, en la comunicación, detrás de los enunciados hay contenidos significativos que no se corresponden directamente con el significado literal de las palabras que las componen, sino que dependen de los datos que aporta la situación comunicativa en que son realizados. De este modo, según Escandell (1996), quedan puestos de relieve dos hechos fundamentales: 1) que hay una parte del significado que logramos comunicar, la cual no es reductible al modelo de un código; y 2) que para caracterizar adecuadamente dicho significado hay que tomar en consideración los factores que configuran la situación o contexto en que los enunciados son emitidos.

Lo que se dice no supone un sinónimo de lo que se implica: lo primero goza de una presunta neutralidad que no tiene lo segundo. Decir es informar, evidenciar, mientras que implicar consiste en insinuar, mostrar u ostentar. Lo implicado se construye sobre lo dicho.

Veamos ahora el comportamiento semántico del marcador ver -y sus posibles variaciones: vea, ve, ves, veo, etc.-, cuya generación de nuevos sentidos parte de la posibilidad de nuevas combinaciones de supuestos compartidos -salvo en el primer caso, en que su significado coincide con su acepción conceptual más convencional, es decir, la de verbo de percepción sensorial-:

(13) Por favor, déjame ver -Percibir por los ojos los objetos mediante la acción de la luz-.

(14) No veo bien que no vayas a la fiesta -considerar algo, opinar, parecer-.

(15) Te ves muy elegante con ese sombrero -lucir, aparentar-.

(16) ¿Ves lo que te quiero decir? -percibir algo con la inteligencia o entender-.

(17) Ve, ¿y cómo te fue? -fático-.

(18) Vea, hágame un favor -apelativo-.

(19) - ¿Supiste que al fin Martha se fue para Francia?
-Vea, pues -¿sorpresivo?-.

Analizando cualquiera de estos enunciados, podemos llegar a develar mensajes o contenidos que no están escritos ni dichos, pero que se infieren del contexto pragmático, gracias a los supuestos compartidos entre los miembros que pertenecen a una determinada comunidad pragmática. Las implicaturas conducen a una comunicación relevante y exitosa, pero, también, más complicada desde el plano cognitivo, pues presuponen la interacción de los interlocutores desde una misma base de conocimiento.

En el caso de los ejemplos 17, 18 y 19 el marcador pragmático ve, vea se caracteriza porque su función es netamente conversacional3, es decir, tiene un valor conativo, ya que vincula al receptor -su forma morfológica es imperativa, esto es, en segunda persona: tú, usted-. Estos conectores pragmáticos evidentemente tienen un valor conversacional fático -de contacto-4 relacionados con la intención de interactuar dialógicamente con el otro. Son formas típicas de la oralidad.

Algo similar ocurre con marcadores como pues, ajá, etc.

(20) - ¿Supiste que Martha se fue para Francia?
- vea, pues.
- pues no.
- ¡nooo, pues!

(21) - ¿Y tus compañeros?
- Seño, es que está lloviendo y... Ajá.

De los ejemplos anteriores se deduce que las implicaturas y las inferencias no son lo mismo, sino que se refieren a las dos fases propias del modo de hablar indirecto: una implicatura se presenta en la fase de producción; y una inferencia, en la etapa de recepción. Lo implicado se relaciona con el contexto del habla y del emisor, mientras que lo inferido pertenece al nivel cognitivo del receptor de la comunicación, por lo que implicatura e inferencia no pueden considerarse sinónimos, aunque ambas formen parte de los supuestos y contextos compartidos.

3. Opacidad y transparencia del texto

La oposición transparencia/opacidad, utilizada a menudo en lingüística, para referirse a ciertas ambigüedades de los términos u expresiones y proviene de la lógica formal. Fue introducida en 1960 por Quine para dar cuenta de los casos en que no se cumplía la llamada ley de Leibniz5. Quine acuñó la expresión contexto opaco para indicar que los términos singulares que aparecen tras algunos operadores no son puramente referenciales, es decir, su rol semántico no es, o no es exclusivamente, el de señalar un objeto. Propuso distinguir entre contextos referencialmente opacos y contextos referencialmente transparentes. Son referencialmente opacos los contextos que imposibilitan la aplicación de la ley de Leibniz, debido a que, en ellos, la sustitución de un término por otro correferencial cambia el valor de verdad del enunciado.

Esta distinción ha sido aprovechada por la semántica, y especialmente por la pragmática, para explicar el carácter literal o no literal de los enunciados. De igual forma, estos conceptos se han extendido a los campos del texto y del discurso. Desde esta perspectiva, el uso transparente de los signos se relaciona con la coincidencia que el hablante establece entre su pensamiento, su intención y las palabras utilizadas -literalidad y explicitud-. De tal suerte que el oyente, apelando a su competencia lingüística, le asignará apropiadamente los respectivos referentes. Este procedimiento garantizará, de alguna manera, el éxito comunicativo con un esfuerzo mínimo.

(22) "La fotosíntesis es el proceso por el cual las plantas verdes, las algas y algunas bacterias utilizan la energía de la luz para su desarrollo, crecimiento y reproducción".

Por el contrario, la creación y uso de referencias opacas, de naturaleza simbólicas, están envueltas por una suerte de misterio y sugerencias ocultas que el destinatario deberá inferir, develar, para hallar el verdadero sentido e intencionalidad de su interlocutor. El intérprete juega con estos vacíos o silencios que, gracias a su competencia pragmática, llena de contenido a través de los procesos inferenciales que ya hemos mencionado. Podemos atrevernos a decir que cuanta más transparencia tenga un texto, es mayor su literalidad, su explicitud, por lo que la inferencia será mínima o casi nula; por el contrario, cuanto más opaco sea un enunciado, más vacío y silencio habrá y solo a través de las inferencias se podrá recuperar su sentido. Las formas implícitas del decir nos permiten también hacer afirmaciones solapadas, sin tener que hacernos responsables de lo dicho, con lo cual se obtiene un arma efectiva de ataque sin respuesta. Tal es el caso de la insinuación y de las llamadas indirectas.

(23) "África agoniza lentamente azotada por el hambre, la miseria y el cáncer de la corrupción".

Iser introduce el concepto de espacios vacíos para referirse a los espacios de indeterminación que enfrenta el lector cuando se está fijando el sentido del texto, y en los cuales se espera su mayor participación. La actividad del lector consiste, por tanto, en llenar los espacios vacíos, dotándolos de sentido: "un texto es potencialmente susceptible de admitir diversas realizaciones diferentes, y ninguna lectura puede nunca agotar todo el potencial, pues cada lector concreto llenará los huecos a su modo, excluyendo por ello el resto de las posibilidades; a medida que vaya leyendo irá tomando su propia decisión en lo referente a cómo ha de llenarse el hueco" (1987, p. 223).

Dado que existen textos con mayor y menor cantidad de espacios vacíos, la actuación del lector será más o menos compleja según se encuentre frente a un texto opaco -un poema de Baudelaire o de Borges, El péndulo de Foucault, un proverbio como: "una vez se haya dicho todo, estaremos en condiciones de volver a decirlo todo, porque todo se habrá contradicho", o expresiones metafóricas: una palabra hiere más profundamente que una espada-, o frente a un texto en apariencia más transparente -instrucciones para utilizar un cajero automático, la definición de un término en un diccionario o el texto expositivo de una enciclopedia-. En esta misma dirección van los planteamientos de Umberto Eco, en su modelo de cooperación textual, que, desde una semiótica del texto narrativo, lo considera incompleto, cargado de espacios en blanco, de no dichos, y postula la necesidad de la cooperación del lector en su proceso de actualización. Eco concibe la cooperación textual "como una actividad promovida por el texto" (1981, p. 84).

Como se sabe, una de las competencias del pensamiento, decisiva en la interacción y en la lectura, es la interpretación; su necesidad proviene de los índices de ambigüedad surgidos de la opacidad del lenguaje. Por esa razón, la acción sobre lo explícito y lo implícito exige el despliegue del sentido para contribuir a cierta univocidad significativa que, de no lograrse, acarrearía constantemente infortunios en la comunicación.

Reiteremos que la comprensión de los enunciados no dependen exclusivamente de las reglas gramaticales, sino de otros acuerdos y supuestos compartidos; más de la capacidad inferencial y hermenéutica de los intérpretes, que de cierta configuración lógica preestablecida. En últimas, la interpretación se rige más por factores de índole contextual que textual y, por tanto, depende más de las condiciones pragmáticas que del conocimiento de un determinado código lingüístico. Los límites borrosos entre lo que se dice, se comunica y se interpreta se sitúan, en este caso, en los terrenos de la inferencia6.

También en las lecturas de los diferentes textos, lo que comunicamos no es solo lo que está escrito sino también lo que callamos. Sin embargo, en el contexto educativo, la lectura de textos se restringe al análisis de su estructura textual, donde el contenido es manifiesto y evidente. Con esta restricción, se ignora que el sentido transcurre entre lo explícito y lo implícito. Gran parte de lo que comunicamos se oculta tras la superficie textual y es necesario transdecodificarlo para poder interpretarlo. Las prácticas de lectura también deben dar su giro hermenéutico de la decodificación a la interpretación. La eficacia de la interpretación se manifiesta cuando el intérprete es capaz de poner en evidencia el conjunto de implícitos comprendidos en ese universo del sentido textual y, justamente, uno de los procedimientos naturales de la interpretación es la inferencia7, cuyo papel es definitivo en la lectura y la escritura.

La estrecha relación de las inferencias con lo no dicho supone que el lenguaje dice y calla, es explícito o juega con lo implícito, crea texto pero deja fluir el subtexto ba,jo la literalidad de aquel. En ese equilibrio, radica la potencia de los textos para generar lecturas que no solo rompen con la lógica sino que atraen lo simbólico, lo cultural, lo psicológico, alterando la percepción de lo cotidiano. Ese poder estriba en la indeterminación y en la ruptura de expectativas, frente a las cuales hay que estar alerta (Iser, 1987).

Por tanto, la inferencia no es exclusivamente un procedimiento lógico. Su naturaleza discursiva supone condiciones contextuales relacionadas con factores socioculturales, históricos y psicológicos que influyen en los supuestos compartidos por los interlocutores.

Reflexiones finales

Un estudio del lenguaje y de la comunicación debe abordarse desde una perspectiva pragmática y semiótica, pues el lenguaje en su uso permite entender la complejidad de la palabra en lo que se dice y en lo que se calla; y porque el silencio, en tanto signo no convencional, es un asunto del habla y de los hablantes y no del sistema lingüístico.

Es importante mostrar cómo, detrás del significado literal de una palabra, se manifiestan, en el uso, una red de significaciones que pueden diferir sustancialmente del significado convencional encontrado en el diccionario. La pragmática igualmente considera que los procesos de comprensión y producción no se traducen en procesos de codificación y decodificación, sino que, en el caso de la comprensión, esta depende de la aplicación de estrategias inferenciales que permitan al receptor comprender una información a partir de informaciones previas. El análisis de lo no literal, a través de las inferencias, permite develar el mundo implícito de los hablantes, así como su concepción de mundo.

El sentido, lejos de ser una categoría de la lengua, es una dimensión en la que el signo-texto se vuelve inagotable y, por ende, una obra abierta a todo tipo de lecturas posibles: recupera la característica polifónica del texto.

La distancia que existe entre lo que literalmente se dice y lo que realmente se quiere decir y se interpreta, es un fenómeno que escapa a los intereses de la gramática. Solo un enfoque basado en el uso puede mostrar cómo lo que se comunica depende directamente de los elementos que configuran la situación, de los supuestos compartidos entre los interlocutores y de la competencia comunicativa que los identifica como miembros de una determinada comunidad pragmática.

El silencio, la vacuidad y la inefabilidad son factores intrínsecos y esenciales para estructurar la comunicación humana, para organizar y regular las relaciones sociales de la comunidad en que vivimos, para la estructura del lenguaje, pues, sin lugar a dudas, el lenguaje verbal no solo son palabras habladas, sino palabra y silencio juntos, esto es, provocaciones.


Notas

1Este principio lacónico del lenguaje lo desarrollé en Moya (2008).ausente de este lenguaje. Este conlleva más sentido, potencia la expresividad y muchas veces se convierte en el protagonista del acto comunicativo. Así, como sentencia Ernest Jünger en una de sus frases célebres, "más profundo que la palabra es el silencio".
2Estas expresiones "hechas o fijas" se denominan unidades fraseológicas, las cuales se destacan por su idiomaticidad. Esta característica se refiere a aquella propiedad semántica que presentan ciertas unidades fraseológicas, por la cual el significado global de dicha unidad no es deducible del significado aislado de cada uno de los elementos constitutivos (ver Corpas Pastor, 1997). Este significado global obedece a procesos de metaforización o metonimia. Cuanto más idiomatizada esté una expresión, como ni fu ni fa o dar lata, será más opaca y menos analizable en términos de la correspondencia entre el significado y sus constituyentes; y por el contrario, cuanto menos idiomatizadas o transparentes sean, como dormirse en los laureles, ponerse la piel de gallina, serán más analizables semánticamente.Pareciera que aquí las palabras se solaparan unas con otras para dar distintos sentidos. Por esta razón, la intencionalidad es muy importante para cualquier explicación semántica de los enunciados. Como señala John Lyons, "la significación del lenguaje consiste en mucho más que expresar simplemente lo que significa cada palabra" (1983, p. 24).
3El uso de ciertos verbos de percepción física como conectores es una característica de la conversación que no ha pasado inadvertida a los estudiosos de la lengua, especialmente los adscritos a la semántica cognitiva. La teoría de la gramaticalización y la lingüística cognitiva dan cuenta de este fenómeno de transcategorización, típico de la lengua oral, aparentemente difícil de explicar a partir de otros modelos teóricos.
4Este mismo comportamiento lo tienen también otros verbos de percepción visual como mire -pille, versión coloquial- y verbos de percepción auditiva como oír y escuchar -oye, oiga, oí, escúchame, etc.-.
5Leibniz estableció que si existe un enunciado de identidad verdadero a es b, cualquiera de los dos términos a y b puede sustituir al otro en cualquier enunciado sin que cambie el valor de verdad de este -salva veritate-. Esto es lo que se conoce como el principio de sustitución de idénticos:

1) Scott es el autor de Waverley.
2) Scott es un escritor escocés.
3) El autor de Waverley es un escritor escocés.
Como se ve, la ley se basa en la correferencia: si dos sintagmas nominales tienen un mismo referente, se puede cambiar el uno por el otro en cualquier enunciado sin que cambie por ello su valor de verdad.
6Un texto se distingue de otros tipos de expresiones por su mayor complejidad. El motivo principal de esa complejidad es precisamente el hecho de que está lleno de elementos no dichos a la manera de Ducrot (1982), para quien lo no dicho significa no manifiesto en la superficie, en el plano de la expresión. Pero precisamente son esos elementos no dichos los que deben actualizarse en la etapa de la identificación del contenido. Para ello, un texto, más que cualquier otro tipo de mensaje, requiere ciertos movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte del lector.
7Umberto Eco privilegia desde sus primeros trabajos, en complicidad con la semiótica peirceana, el método abductivo, frente al inductivo y al deductivo. La inferencia en el modo abductivo es alentada desde el texto.


Referencias

Corpas Pastor, G. (1997). Manual de fraseología. Madrid: Gredos.         [ Links ]

Dinouart, A. (1999). El arte de callar. Madrid: Biblioteca de Ensayo Siruela.         [ Links ]

Ducrot, O. (1982). Decir y no decir. Barcelona: Anagrama.         [ Links ]

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Iser, W. (1987). El acto de leer. Teoría del efecto estético. Madrid: Taurus.         [ Links ]

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