Editorial

La historia de la salud pública, en su permanente devenir, nos pone a veces en situaciones difíciles. Hace veinte años, Colombia presenció atónita una escalada de agresiones a destacados personajes que en su momento representaron para la sociedad los valores de la dignidad académica al servicio de la paz y la equidad. Personajes acrisolados en una visión de la academia edificada al frente de los problemas estructurales del país y que por ello se convirtieron en ciudadanos molestos para quienes toman el atajo de la violencia con el objetivo de sacar adelante sus oscuros intereses.

El asesinato y el exilio nos privaron de un importante grupo de hombres de bien, valiosos por su saber y su práctica e irremplazables por su papel conductor de la sociedad. Ya desde 1962, en el Primer Congreso Latinoamericano de Salud Pública celebrado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, el doctor Héctor Abad Gómez planteó un enfoque particular a lo que denominó “la epidemia de la violencia”, como un problema fundamental de la salud pública que reclamaba para su intervención un tratamiento acorde con la evidencia científica, la intervención de los determinantes sociales y la concertación de sectores.

Esta violencia, que en cada episodio de la historia nacional pareciera tocar fondo, se reedita continuamente con nuevas y más atroces manifestaciones. Hoy sigue vigente el reclamo a la participación de los salubristas para que acompañen a diversos actores de la sociedad en la formulación de políticas públicas con programas de eficacia reconocida en procesos de mediano y largo plazo.

Héctor Abad Gómez, Leonardo Betancur Taborda, Pedro Luis Valencia Giraldo, Emiro Trujillo Uribe, Leonardo Lindarte Carvajal y Luis Javier García Isaza fueron la cuota de salubristas de la Universidad de Antioquia que entregaron su vida sin renunciar a sus idearios, de cara a la sociedad y con la convicción de cumplir con un deber de la más alta dimensión ética: el de trabajar por el derecho a la salud en una nación en la cual intereses particulares de minorías poderosas usufructúan los bienes del Estado, haciendo caso omiso de la exclusión social y de la iniquidad de grandes masas poblacionales. Y esto es peligroso. La salud pública no puede ser neutral ni inocua, reclama compromiso, valor civil y especialmente exige que se ponga el cúmulo de saberes e instrumentos que les son propios al servicio de todos los ciudadanos como un aporte básico para la paz, la convencia y el bienestar.

Este número de nuestra revista hilvana el pasado con el presente. Recoge semblanzas y escritos de nuestros egregios profesores, quienes aportaron los cimientos de la salud pública, contrastados con artículos actuales que dan cuenta del constante recorrido que renueva el compromiso por la paz y actualiza los modelos de intervención a partir de evidencia científica aportada por el desarrollo de instrumentos epidemiológicos, lo cual ha enriquecido en los últimos años el acopio de investigaciones sobre el tema de la violencia desde el grupo de investigación en salud mental de la Facultad Nacional de Salud Pública.

El lector podrá encontrar un interesante mosaico de enfoques desde posturas ideológicas y metodológicas que quizás puedan diferir en la comprensión del fenómeno de la violencia, mas no en los fines que busca hacia la solución por vías democráticas y civilistas. Con el ánimo de aportar a la historia de la salud pública en su dimensión particular hacia la solución de la violencia, se incluyen artículos previamente publicados en este y otros medios, correspondientes a los aciagos años de 1987 y 1988. Pero, además, es un sentido y merecido homenaje a ellos, nuestros héroes.