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Revista Facultad Nacional de Salud Pública

Print version ISSN 0120-386XOn-line version ISSN 2256-3334

Rev. Fac. Nac. Salud Pública vol.26 no.2 Medellín July/Dec. 2008

 

REVISION DE TEMAS

La época del imperialismo y sus implicaciones en la salud pública

Imperialist times and its implications for public health



John H. Estrada M.1

1 Profesor Asociado de la Universidad Nacional de Colombia, estudiante doctorado en salud pública, Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: estradamontoya@hotmail.com jhestradam@unal.edu.co



(Recibido: 27 de junio de 2007. Aprobado: 15 de octubre de 2008)



Estrada JH. La época del imperialismo y sus implicaciones en la salud pública. Rev Fac Nac Salud Pública 2008; 26(2): 215-222.

RESUMEN

Este artículo estudia el denominado gran siglo XIX o largo siglo XIX, que comprende todo este siglo más las décadas que antecedieron y acompañaron a la primera guerra mundial y que se corresponde con la consolidación del imperialismo. Desde la perspectiva de la salud pública, es importante por haberse producido la transición de la higiene a la salud pública y que ya en 1880 caracteriza el advenimiento de la teoría bacteriológica y su influencia en las medidas de sanidad estatal imperantes. La medicina antes de 1900 se caracterizaba por: 1) predominio de lo militar y de lo imperial; 2) principios de prevención importados y concentrados en prácticas sanitarias; 3) la medicina colonial no estaba separada de la medicina imperial; 4) interés en las colonias como fuerzas productivas o de inestabilidad política; 5) el interés pasó de las medidas de sanidad general a la búsqueda de agentes específicos para las enfermedades y a medidas para su control; y 6) la medicina tropical se vuelve una especialidad de posgrado. El fenómeno del imperialismo norteamericano comparte las principales características con el imperialismo europeo, pero se diferencia en las medidas sanitarias, pues los americanos temían la introducción de enfermedades prevalentes en los trópicos, ya fuera por México, el Atlántico o el Pacífico, para lo cual diseñaron e implantaron rigurosas medidas de inspección y control en los países donde tenían intereses comerciales y en los puertos de embarque de pasajeros y mercancías hacia su territorio. El surgimiento de la medicina estatal en nuestra subregión es una consecuencia de la instauración de modos de producción capitalista, ya que las relaciones sociales y económicas de los individuos con el Estado fueron duramente afectadas y transformadas por los procesos de incipiente industrialización y consolidación de dicho modelo de producción. Ello implicó la consolidación de un cuerpo burocrático y un aumento de la intervención en la vida de los ciudadanos por la vía de las políticas sociales. En Colombia, la introducción de las prácticas de higiene y luego de la bacteriología tienen un discurrir particular, lo cual se pone de relieve a lo largo del siglo XIX, cuando la burguesía en el poder respondió más a fenómenos episódicos, como las epidemias de viruela, cólera o fiebre amarilla que recorrieron con mayor o menor severidad el país, desde los litorales Atlántico y Pacífico hasta el interior, con el riesgo de diezmar las poblaciones obreras y afectar el incipiente intercambio comercial del país.

Palabras clave: imperialismo, capitalismo, colonialismo, higiene pública y privada, salud pública, medicina estatal, epidemias, teoría bacteriológica


ABSCTRACT

This articles studies the period called by historians as the Big or Long XIX century. Besides the XIX century by itself, it encompasses the decades that preceded it and the decades of the First World War. All of them belong to the consolidation of imperialism. From the perspective of public health, the Big XIX Century is important because of the transition from hygiene to public health, and the beginning of the bacteriologic theory in 1880, influencing sanitary control measures of the State. Before 1900, medicine was characterized by: 1) predominance of military and of imperial approaches, 2) prevention principles were imported and concentrated in sanitary practices; 3) colonial medicine was not separated from imperial medicine; 4) interest focused on colonies as productive forces or as sources of political instability; 5) the main concern went from general sanitary measurements to the search for specific disease agents and their control measurements; and 6) tropical medicine becomes a postgraduate specialty. North- American imperialism shares the main characteristics of European imperialism, but the difference was centered in the sanitary measurements because Americans feared the introduction of prevalent diseases from the tropics to their territory either through Mexico or through the ports in the Atlantic or the Pacific oceans. In order to avoid this, Americans designed and implemented rigorous inspection and control measurements in the countries where they had commercial interests and in the ports where passengers and merchandise were headed to the United States. The appearance of state medicine in Latin American is a logical consequence of the implementation of the capitalistic mode of production, provided social and economic relationships between the people and the State were hardly affected and transformed by the incipient industrialization and consolidation of such a production model. This implied the consolidation of a bureaucratic mass and an increased intervention in everyday lives of the citizens via the social policies. In Colombia, the beginning of hygiene practices and, later on, of bacteriology developed in very distinctive ways. This can be observed along the XIX century, a period in which the bourgeoisie responded mainly to episodic events such as smallpox, cholera or yellow fever epidemics, which affected the whole country with different degrees of severity from both Atlantic and Pacific coasts towards the inner part of the country, threatening to reduce the population of workers and affecting the incipient commercial exchange of the country.

Key words: Imperialism, capitalism, colonialism, public and private hygiene, public health, state medicine, epidemics, bacteriological theory.




Introducción

Eric Hobsbawm denomina al periodo que atraviesa todo el siglo XIX más las décadas que antecedieron y acompañaron a la primera guerra mundial como el gran siglo XIX o largo siglo XIX, que es objeto de estudio desde la salud pública por haberse producido en él la transición de la higiene a la salud pública y que ya en 1880 caracteriza el advenimiento de la teoría bacteriológica y su influencia en las medidas de sanidad estatal imperantes en las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX.1

Diversos autores coinciden en señalar que durante el siglo XIX se produjo la expansión y consolidación del capitalismo, fenómeno respaldado e impulsado por lo que se ha denominado el auge del modelo liberal.1-4 Y es que si bien la ideología liberal llevaba más de tres siglos abriéndose paso en el mundo, es en el siglo XIX cuando alcanza su florecimiento y a la vez comienzan los signos de su primera gran crisis, que se extenderá desde los comienzos de la primera guerra mundial hasta el final de la segunda guerra mundial, con un breve periodo de renovación entre 1919 y 1929. La manera como el capitalismo y luego el socialismo de la Unión Soviética resolvieron la profunda crisis del liberalismo marcará el surgimiento de los estados de bienestar después de la segunda guerra mundial, pero por ahora se examinarán los momentos previos a la crisis y sus implicaciones en lo que el historiador Emilio Quevedo ha denominado el tránsito de la higiene a la salud pública.5

Para los europeos comunes y la gran parte de sus legisladores y políticos, la guerra que se inició en 1914 se resolvería en máximo tres meses, y se trataba de una guerra en pro de la civilización occidental y de la preservación del modelo liberal. Para otros (los menos), se trataba de la peor crisis del liberalismo jamás vista, y tuvieron que transcurrir cuatro años de mortandad, con el triunfo del bolchevismo en Rusia, el surgimiento del fascismo y la desintegración de la economía europea en la gran depresión, para que la mayor parte de los ciudadanos percibiera la verdadera dimensión de la llamada Gran Guerra, primera de alcance internacional. Se afirma esto porque, en particular, los cuarenta años anteriores a 1914 habían sido un periodo de extraordinaria prosperidad, y ya en 1914, Norman Stone, historiador británico, señala que “la mayor parte de la población, a pesar de que esta había aumentado de manera muy considerable, se encontraba alimentada, alojada y, en general, atendida mucho mejor que antes. La educación había progresado, hasta el punto de haberse conseguido en la mayoría de los países una alfabetización prácticamente universal”.2

La primera guerra mundial marcó entonces el derrumbe de la civilización occidental del siglo XIX, tal como se conocía. Esta guerra movilizó a 65 millones de hombres, mató más de ocho millones, dejó 21 millones de heridos y barrió con cuatro de los antiguos imperios del continente. Esa civilización derrumbada era capitalista desde el punto de vista económico, liberal en su estructura jurídica y constitucional, burguesa por la imagen de su clase hegemónica característica, y brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, la educación y el conocimiento, así como del progreso material y moral. Esta civilización estaba profundamente convencida del predominio y posición de privilegio de Europa, cuna de las revoluciones científica, artística, política e industrial, cuya economía había extendido su influencia sobre una gran parte del mundo, que sus ejércitos habían conquistado y subyugado. Su población constituía la tercera parte de la humanidad y sus estados, el tablero de la política mundial. Los grandes imperios coloniales que se habían formado años atrás se derrumbaron y quedaron reducidos a cenizas.

La época del imperialismo triunfante de la reina Victoria había llegado a su fin en menos del lapso de una vida humana. Al final de la confrontación, el liberal Woodrow Wilson ofreció un mundo más seguro para la democracia capitalista occidental; Lenin por su lado, una sociedad comunal emancipada de la necesidad y libre de las jerarquías del pasado. Hitler estaba gestando una raza guerrera, purgada de elementos extraños, que en poco tiempo realizaría su destino imperial. Cada una de estas tres ideologías rivales: la democracia liberal, el comunismo y el fascismo “se veía a sí misma destinada a rehacer la sociedad, el continente y el mundo, dentro de un nuevo orden para la humanidad. La incesante lucha entre las tres por definir el mundo moderno se prolongará durante la mayor parte del siglo XX”.6

Eric Hobsbawm1 señala que los males señalados anteriormente no fueron los únicos que acompañaron la primera guerra mundial, pues pocos años después se desencadenó una crisis económica mundial sin precedentes que sacudió incluso los cimientos de las más sólidas economías capitalistas y pareció poner fin a la economía mundial global, cuya creación había sido un logro del capitalismo liberal del siglo XIX. Incluso los Estados Unidos, que no habían sido afectados directamente por la guerra y la revolución, parecían al borde del colapso. Mientras las economías se tambaleaban, las instituciones de la democracia liberal –como se conocieron a lo largo del siglo XIX en Europa– desaparecieron y dieron paso por un breve periodo a democracias constitucionales, antes de entrar de nuevo en un periodo oscuro que desencadenó la segunda guerra mundial.

Durante el siglo XIX, los cambios económicos y sociales fueron grandes y rápidos, las poblaciones se duplicaron y triplicaron, se produjeron alteraciones en la familia, la educación, las prácticas médicas y en las actitudes hacia la religión. Con seis grandes potencias europeas y una americana dictando libremente su ley en el mundo, se produjeron asuntos internacionales en extremo complejos que derivaron en la gran confrontación que partió la historia del mundo occidental en dos en 1914.

Ocupémonos por ahora de la consolidación imperialista de los principales países europeos en el siglo XIX. Al desarrollarse los estados nacionales europeos y consolidarse la revolución industrial (al principio en Inglaterra y luego en toda Europa), se inicia una nueva fase de mundialización (la primera coincidiría con la invasión de América). Este segundo momento se erige en torno a la segunda revolución industrial (con el desarrollo de los ferrocarriles y la turbina de vapor) y conlleva la sumisión colonial de Asia y África, con el fin de abrir nuevos mercados y controlar los recursos naturales del planeta. En esta oportunidad, su contenido fue básicamente financiero, y los ritmos de intercambio se aceleraron y se extendieron hasta abarcar todo el planeta. “Los estados imperiales se convirtieron en actores centrales del proceso y diseñaron el mercado mundial a su medida e intereses, repartiéndose a sangre y fuego los territorios coloniales en Asia, África y América. En esta carrera por el poder, las potencias imperiales dotaron a sus colonias de instituciones políticas con ninguna o muy poca identidad local”.7

Bajo un ropaje colonialista/imperialista, las políticas de dimensión mundial, como la regulación por vía del mercado, adquirieron carácter internacional, y la lógica de poder que privilegiaba el dominio territorial quedó en evidencia. Por esto, la política de las grandes potencias se mantuvo centrada en la ampliación de espacios de dominación de manera territorializada, lo que garantizaba el control de determinados recursos naturales y rutas comerciales terrestres y marítimas. El inusitado crecimiento del comercio y la prosperidad económica que caracterizan este periodo no habrían sido posibles si se hubieran mantenido vigentes las tesis del mercantilismo y su filosofía proteccionista y de trato discriminatorio aplicadas por las potencias imperiales, por lo que principalmente la Gran Bretaña se dio a la tarea de fomentar a escala planetaria el libre comercio, la liberalización de los intercambios y la movilidad de personas como nunca se había visto en la historia. Esto requirió de una ideología (el liberalismo), que le sirviera de soporte y de la adecuación de una serie de instituciones al servicio de la política imperial, dentro de las que se destaca la organización de los servicios de sanidad en las diferentes metrópolis y colonias, como han señalado diversos autores en sus formidables textos sobre el imperialismo y el surgimiento de la medicina colonial.8-11

Hacia la década de 1850, la mayoría de países del continente experimentó dificultades financieras, y los prestamistas internacionales exigieron reformas institucionales para conceder sus empréstitos y garantizar su pago, lo cual se tradujo en reformas constitucionales, parlamentos elegidos por votación de ciertos sectores ricos e ilustrados* y eliminación de los privilegios comunes en el antiguo régimen.

En el último tercio del siglo XIX, los europeos llegaron a ser mucho más ricos de lo que nunca habían sido: la revolución liberal había logrado su propósito. Sin embargo, hacia finales del siglo, la aristocracia terrateniente se encontraba en apuros y francamente en decadencia, como fruto de la erosión de la base agraria, tal como lo había pronosticado Marx años atrás. En 1870, los términos del intercambio comercial fueron muy desfavorables para la agricultura y comenzó un proceso de encarecimiento del precio de los alimentos y de empobrecimiento de la población. Más adelante, con los avances del ferrocarril y de la navegación con turbina de vapor, los costos del transporte de alimentos y mercaderías se redujeron dramáticamente y los precios de los alimentos tendieron a disminuir, lo que desestimuló a los campesinos y los impulsó a viajar a los grandes núcleos urbanos, donde creció el desempleo, el hacinamiento y la pobreza.

Se trataba entonces, según hemos visto, de una profunda crisis del liberalismo, que para algunos historiadores se venía venir de tiempo atrás, pues algunos años antes de la guerra, el sistema parlamentario de gobierno se encontraba en crisis en casi todas partes. Se había venido abajo en Austria, funcionaba mínimamente en Rusia y Hungría, en la República Francesa se presentaban cambios vertiginosos y en Alemania e Italia se presentaban a la ciudadanía los precursores del fascismo.

Para Worboys, en particular, la medicina antes de 1900 se caracterizaba por: 1) predominio de lo militar sobre lo civil y de lo imperial sobre lo colonial; 2) los principios de prevención eran importados y se concentraban en prácticas sanitarias (ambientes saludables, suministro de agua, saneamiento y monitoreo de la enfermedad); y 3) la medicina colonial no estaba separada de la medicina imperial; y –continúa el autor– durante la década de 1890 se produjeron cambios, así: 1) interés en las poblaciones coloniales como fuerzas productivas o de inestabilidad política; 2) el interés pasó de las medidas de sanidad general a la búsqueda de agentes específicos para las enfermedades, así como a medidas generales para su control; y 3) la medicina tropical se vuelve una especialidad de posgrado.9

Si bien el modelo imperialista de Gran Bretaña fue el más exitoso desde el punto de vista de la industrialización, e intentó ser exportado a todo el mundo, en el continente europeo se presentaron distintos esquemas de modernización, como el alemán o el francés, este último, altamente centralizado y con gran compromiso de las fracciones rentista, burocrática e industrial de la burguesía, lo cual permitió un aumento espectacular del ingreso per cápita durante todo el siglo XIX.12 Lo anterior permitió al modelo de imperialismo francés sellar una serie de compromisos que permitieron al país y a sus colonias alcanzar altos niveles de desarrollo social y responder en el caso de las demandas de salud de manera diferente al imperio inglés, tal como lo muestra Marcovich. Para ella, la escuela contagionista tenía gran tradición en Francia, y en sus colonias se impuso la práctica de tratar a la población nativa para preservar la fuerza de trabajo.10

En síntesis, durante esta segunda revolución industrial, y bajo el modelo de imperialismo constructivo, se produjeron cambios enormes en lo que respecta a la globalización, y “se puede hablar de un mundo propiamente internacionalizado que empieza a evolucionar hacia la constitución de una economía mundial. En torno a dicho mundo aparecen referentes cosmopolitas e identificatorios de los individuos, las migraciones fortalecen la convergencia social y las políticas predominantes y el colonialismo extienden el poder de occidente hasta los espacios más remotos del planeta, el imperialismo alimenta la idea del fin de la historia, la transmisión de información se agiliza y aparecen algunos bienes culturales que comienzan a ser mercantilizados. [...] el mundo intensificó la globalización y surgió, por vez primera, una historia mundial de contenido global”.12

Hacia finales del siglo XIX, la trayectoria política de los países europeos y americanos es difícil de seguir, pues (en Europa particularmente) estaban apareciendo los socialistas, apuntaba un conservadurismo de masas y el liberalismo se dividía en las variedades radical y clásica, que a su vez se subdividían en nuevas vertientes. En otros lugares aparecía el catolicismo político o movimientos nacionalistas. Los descubrimientos eran espectaculares y se sucedían uno a otro, mejorando la calidad de vida de las personas de manera notoria. Toda esta prosperidad se debía al auge del modelo liberal en oposición al antiguo régimen. El liberalismo variaba de un país a otro, pero conservaba sus principios esenciales derivados de los pensadores de los siglos XVII y XVIII. Liberalismo quería decir “razón” y “creer en los estados nacionales centralizados”.

El liberalismo, descendiente del derecho natural y del utilitarismo, se dirigía al sujeto moralmente responsable. Los liberales se oponían a la posición social y al privilegio, y pensaban que para el conjunto de la sociedad era preferible que las personas que trabajaban duro pudieran ascender en el escalón social; por eso apoyaban grandemente la educación, desligada del control de la Iglesia. En materia económica, los liberales eran tajantes y querían que la mano de obra fuera libre para comprarse o venderse según las circunstancias, y que no estuviera sujeta a ningún control particular. Rechazaban el proteccionismo en el comercio y se oponían a que el Estado se interpusiera entre patronos y obreros.

Puede decirse entonces que el siglo XIX es la época del triunfo del liberalismo; ninguna doctrina ejerció tanta influencia, y sus conquistas son tan vastas que los pensadores originales, como Adam Smith, se asombrarían de sus logros. El liberalismo fue el gran defensor del librecambio, con lo cual creó un mercado mundial que rompió el aislamiento de las regiones más distantes, según se ha comentado. Para historiadores como H. J. Laski,3 la civilización norteamericana del siglo XIX puede ser considerada como la realización del ideal liberal en tanto recoge las características antes mencionadas.

A estas pretensiones de universalidad del liberalismo se oponían los socialistas, quienes aducían que se trataba, no de una doctrina final, sino de una fase temporal en la evolución económica del mundo. En el año de 1848 se hizo evidente que otra ideología social estaba luchando por imponerse, pero el fracaso de los movimientos revolucionarios hizo que el liberalismo reinara de nuevo por otro medio siglo, a pesar de algunos avances de los partidos socialistas en Inglaterra o Francia. La riqueza inmensa que creó favoreció el lento avance de los socialistas, o al menos aplacó su fervor revolucionario en la mayor parte de los estados. El liberalismo no abandonó su creencia en la validez de la propiedad privada de los medios de producción, pero la presión de los sindicatos y de algunos pensadores le enseñó que debía adoptar una concepción positiva de Estado para neutralizar la amenaza revolucionaria, concepción en la cual se incluía la medicina estatal.

Para la población adulta de 1914, la realidad de la guerra fue brutal, pues durante casi un siglo no se había producido una confrontación que enfrentara a todas las potencias o a la mayor parte de ellas. En ese año, los componentes principales del escenario internacional estaban constituidos por las seis potencias europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia, Austria-Hungría, Prusia-Alemania, Italia) Estados Unidos y Japón. Solo había habido un breve conflicto, la guerra de Crimea (1854-1856), que enfrentó a Rusia con Gran Bretaña y Francia. La mayor parte de conflictos que enfrentaron a las potencias concluyó con rapidez, y lo normal era que duraran meses o incluso semanas, como la guerra entre Prusia y Austria de 1866. Entre 1871 y 1914 no hubo ningún conflicto en Europa en el que los ejércitos de las potencias atravesaran las fronteras de otros estados, aunque en extremo oriente se presentó la guerra Ruso-Japonesa entre 1904 y 1905, confrontación que aceleró el estallido de la revolución rusa. Anteriormente no se había producido una guerra mundial, y si bien se producían enfrentamientos entre las potencias imperiales en sus regiones de influencia, bien fuera en la India, América, Asia, África y los mares del mundo, ninguna potencia había enfrentado a otra más allá se su región inmediata de influencia.

Pues todo esto cambió en 1914, toda vez que en la primera guerra mundial participaron todas las grandes potencias y todos los estados europeos –a excepción de España, los países bajos, los países escandinavos y Suiza–. Diversos países de ultramar enviaron tropas, y los Estados Unidos, rompiendo su tradicional aislacionismo, enviaron sus ejércitos a Europa, condicionando el curso y desenlace de la guerra y de la historia del siglo XX. Si bien comenzó como un conflicto esencialmente europeo entre la Triple Alianza, constituida por Francia, Gran Bretaña y Rusia y las llamadas potencias centrales (Alemania y el imperio austro-húngaro), pronto Serbia y Bélgica se incorporaron al conflicto por el ataque de Austria a Serbia (lo cual desencadenó el conflicto), mientras que de la Triple Alianza se pasó a una gran coalición. Se compró la participación de Italia, y también tomaron parte en el conflicto Grecia, Rumania y Portugal. Bulgaria y el Imperio otomano, ya en decadencia, se incorporaron a la guerra del lado austriaco, y, por su lado, Japón, aprovechando el estado de cosas, invadió las posiciones alemanas en el extremo oriente y el Pacífico occidental. Como ya se comentó, los Estados Unidos entraron a la guerra en 1917, y su intervención inclinaría la balanza de manera decisiva a favor de la gran coalición.1

Pero ¿por qué se insiste en que el estallido de la guerra fue un momento de crisis del modelo liberal? El liberalismo no se había percatado de que la democracia política a la que había dado forma se había establecido sobre el supuesto de que no se tocarían jamás los privilegios de la propiedad privada y de los medios de producción. Podría, como en efecto lo hizo, realizar concesiones cuando las utilidades lo permitieron. El liberalismo enseñó a los ciudadanos que eran el pueblo soberano y que el Estado estaba para servir sus deseos, y durante mucho tiempo el modelo de acumulación permitió una corriente continua de ventajas materiales para las clases menos favorecidas. Se olvidaron todos del resquebrajamiento del modelo económico y de la imposibilidad de que la redistribución fuera al ritmo de la producción, pues los dueños de los medios de producción se vieron cada vez más arrastrados en la lucha por conseguir nuevos mercados, y esto dio paso al surgimiento del colonialismo, el choque de imperios rivales, el nacionalismo económico y una configuración del mundo que negaba las consecuencias de su ordenamiento económico.

El sistema económico se había regulado a sí mismo durante muchos años, en gran parte durante el periodo de expansión capitalista, y si bien había habido crisis, guerras y falta de trabajo, explicadas por la avaricia de adquirir nuevas riquezas, la capacidad de autorregulación había sido suficiente para volver por la senda del crecimiento y la acumulación. Pero dicha capacidad de autorregulación y de recuperación desaparecieron en el periodo de contracción capitalista que antecedió a 1914 y condujo a lo inevitable. Con esto se dio paso también a la suspensión de conceder ventajas materiales a las masas y se obligaba a hacer un alto en la legislación social, en el avance de la calidad de vida de los trabajadores, por que para los capitalistas, esto impedía el acceso a más utilidades, razón fundamental del modelo y de la aventura liberal.

Los poseedores de propiedad y medios de producción no estaban dispuestos a ceder en sus privilegios, como no estuvieron dispuestos a hacerlo los señores feudales. El capitalismo se halló ante el dilema de que si proseguía con el experimento liberal, podría conducir a su propia destrucción, y esto, sumado a los vientos revolucionarios en la Rusia zarista, impulsó a sus defensores a hacer lo que cualquier sistema económico amenazado haría: se armó para defender lo que consideraba como derechos naturales. Y en efecto, llevaba más de cuatro siglos haciendo uso del poder coercitivo del Estado para imponerlos en cada rincón del planeta. Los defensores del liberalismo se convirtieron y adoptaron una idea armada, que defendió una concepción tradicional de la sociedad, y cuando las ideas recurren a las armas y a la guerra, no queda ya sitio en la sociedad para una doctrina liberal.3 Cuando un sistema trata de defenderse, no queda tiempo para las actitudes deliberantes, y quienes están dispuestos a arriesgarlo todo a favor del statu quo, no reparan en medios para lograrlo y las nociones de tolerancia o raciocinio desaparecen.

Es claro para los teóricos de la doctrina liberal que el ambiente deliberativo y de participación ciudadana en la discusión de los aspectos básicos de la sociedad no tiene cabida en un frenesí guerrerista como el que antecedió y acompañó la primera guerra mundial, y más adelante en otro periodo oscuro de la historia, que acompañará el ascenso del fascismo, el nazismo y el desencadenamiento de la segunda guerra mundial. Hacia el fin de la primera guerra, ante las propuestas del tratado de rendición firmado en Versalles, J. M. Keynes predijo que la crisis no había sido superada y que en pocos años se enfrentaría el mundo a otra confrontación de escala planetaria, pues “no era natural que una población, de la cual tan pocos disfrutaban de las comodidades de la vida, acumulara tan enormemente. La guerra ha descubierto la posibilidad de disipación para todos y la vanidad de la abstinencia para muchos. El bluff está así al descubierto; las clases trabajadoras pueden no estar ya dispuestas a abstenerse de tanto, y las clases capitalistas, sin confianza ya en el porvenir, tratan de disfrutar en mayor escala sus libertades de consumo en tanto duren, precipitando así la hora de la confusión”.3

Para los liberales anteriores a la revolución francesa, el Estado era una institución negativa de cuya tiranía se hacía necesario escapar. Más adelante, este mismo Estado fue visto como un medio de protegerse contra la invasión de los de abajo, y algo más tarde, como una técnica para distribuir concesiones a los que discutían su supremacía, lo cual le permitió a la clase dirigente mantenerlo inalterable en sus principio generales, esto es, defender una sola clase de la comunidad, poseedora de beneficios y a cuyo servicio contribuyó el Estado liberal. En efecto, no era un propósito original del liberalismo conceder bienestar a los más necesitados de la sociedad, y su aspiración fundamental era servir a los propietarios y garantizar la obtención de ganancias. Cuando llegó el conflicto bélico, sus defensores no estaban preparados para su advenimiento, y ningún precio les pareció demasiado alto para preservar sus privilegios, aun si esto conllevaba a la propia destrucción del liberalismo. Tuvieron en sus manos la elección entre la paz y la guerra, pero la idea de obtener ganancias era tan fuerte, que en nombre de la humanidad y la democracia (como es tan frecuente hoy en día) escogieron ciegamente la guerra.

Finalizada la primera guerra y tras el colapso de los grandes imperios autocráticos de Rusia, Alemania, Austria- Hungría y el turco otomano, los acuerdos de París significaron la entronización de la democracia parlamentaria en toda Europa, lo que llenó de nuevo júbilo a los defensores del modelo liberal, toda vez que un cinturón de democracias, desde el mar Báltico hasta los Balcanes, estrenaba democracias y constituciones redactadas conforme a los principios liberales más actualizados para la época. Se pasó a la aceptación casi universal de la democracia como forma natural de gobierno.

Pero este triunfo del liberalismo se reveló efímero. La revolución rusa y el espectro de la subversión comunista arrojaron su sombra hacia el oeste por toda Europa. Los valores democráticos ampliamente defendidos en los años posteriores a 1919 desaparecieron cuando la polarización política condujo a Europa al borde de la guerra civil. Las élites en el poder se declararon defensoras de la democracia, profundamente anticomunistas, y rápidamente viraron a la derecha. Este fenómeno se expresa claramente con la derrota del gobierno revolucionario Húngaro tan temprano, en 1919. En Italia, los liberales apoyaron en 1922 la formación de un gobierno fascista. Primo de Rivera se alzó con el poder en España. La república portuguesa sucumbió ante el dictador Salazar. Polonia se apartó abruptamente del régimen parlamentario en 1926 y, tras la gran depresión de 1929, los gobiernos completarían o entrarían en el desplazamiento hacia la derecha.6 La democracia liberal triunfante en 1919 sucumbiría veinte años después, quizás por estar demasiado concentrada en los derechos constitucionales y bastante desatenta a las responsabilidades sociales.

En el continente americano, hacia finales del siglo XIX, en particular después de la guerra hispano-americana (1898), el fenómeno del imperialismo norteamericano comparte las principales características con el imperialismo europeo, pero en cuanto a las medidas sanitarias, tiene diferencias con este, pues los americanos temían la introducción a sus territorios de enfermedades prevalentes en los trópicos, bien fuera por su amplia frontera sur con México o por cualquiera de los puertos sobre el Atlántico y el Pacífico, para lo cual diseñaron e implantaron rigurosas medidas de inspección y control en los países donde tenían intereses comerciales y en los puertos de embarque de pasajeros y mercancías que se dirigían a su territorio. Para los Estados Unidos, “la política de civilización y americanización no era solo un mecanismo de asegurar la salud de los norteamericanos en ultramar, como era el caso de los ingleses. Esto condicionó una actitud distinta de la de los británicos ante los nativos: había que asegurar también la salud de los pobladores locales, como un asunto de seguridad nacional norteamericana”.13

En el caso colombiano, la introducción al país de las prácticas de higiene y luego de la bacteriología tienen un discurrir particular, pues se dan las transformaciones políticas y las vicisitudes vividas por el joven Estado colombiano, que pasa de un modelo centralista a uno federalista, y luego otra vez a un modelo de tipo centralista, estrenando constituciones cada cierto tiempo –eso sí, todas con principios de corte liberal–; asiste, además, a múltiples guerras civiles y da cuenta de la alternancia en el poder de los grupos dominantes, llámese conservadores, liberales radicales o liberales moderados, pero ninguno de estos grupos está interesado en una verdadera política social, sino en mantener los intereses de clase por encima de todo lo demás.14 Esto se pone de relieve a lo largo del siglo XIX, periodo en el cual la burguesía en el poder respondió más a fenómenos episódicos, como las distintas epidemias de viruela, cólera o fiebre amarilla que recorrieron con mayor o menor severidad el país desde los litorales Atlántico y Pacífico hasta el interior, con el riesgo de diezmar las poblaciones obreras y afectar el incipiente intercambio comercial del país.

Bajo esta perspectiva, no es de extrañar que los desarrollos de la higiene hayan tardado en permear en Colombia y que cuando lo hicieron estuvieran filtrados de toda ideología revolucionaria y transformadora del statu quo, por lo cual “las condiciones políticas, sociales, culturales y económicas de la nación no permitieron el desarrollo de un movimiento higienista fuerte y consolidado, ni la constitución de una estructura sanitaria estatal con la suficiente envergadura como para transformar las condiciones sanitarias nacionales, ni para lograr reformas sociales y urbanas de las proporciones que tuvieron las europeas, o aun las mexicanas, brasileñas o argentinas de la época”.13

Consecuencia de lo anterior es el modelo higienista finalmente adoptado durante el periodo de 1810 a 1886, más ligado al concepto humanitario de beneficencia y asistencia públicas que al de la salud como derecho de los ciudadanos y responsabilidad del Estado, ya que en la época “se vuelve ahora a recurrir a los sentimientos humanitarios y cristianos y a la buena voluntad de las personas, como motores de las políticas de higiene pública”.13 Tendremos que esperar a que se fortalezca un modelo monoexportador cafetero, a que se consolide la burguesía en el poder y a que lleguen al país las nuevas teorías bacteriológicas para poder hablar de desarrollos innovadores en el campo de la salubridad.

Con los movimientos migratorios de millones de personas desde Europa a América, muchas de ellas obreros vinculados a movimientos socialistas y al anarcosindicalismo, llegaron los ideales de la medicina estatal a América latina y, lentamente y con grandes forcejeos con las burguesías y élites en el poder, el tema se fue posicionando en las agendas de los gobiernos de todos los países y provocando adecuaciones y transformaciones en la estructura misma de los estados. Estos cambios en la estructura administrativa del Estado son explicados por Juan César García como “una transformación necesaria a la fase de implantación del capitalismo en América latina. Esta tarea es asumida por la burguesía surgida de la producción capitalista de materias primas y de productos alimenticios exportables”.15

Para los autores que estudian a fondo el periodo de la institucionalización de la higiene pública y la medicina estatal en América latina, el surgimiento de la medicina estatal en nuestra subregión es una consecuencia lógica de la instauración de modos de producción capitalista en los países del continente, ya que las relaciones sociales y económicas de los individuos con el Estado fueron duramente afectadas y transformadas por los procesos de incipiente industrialización y consolidación del modelo de producción capitalista, lo cual implicó del aparato estatal, la consolidación de un cuerpo burocrático y un aumento de la intervención en la vida de los ciudadanos por la vía de las políticas sociales.13,15-18 “Los países que lograron un desarrollo capitalista temprano, en donde la burguesía que surge de esta producción se halla controlada por el Estado, son también los países en los que primero se crean unidades estatales de sanidad; Argentina y Uruguay constituyen los ejemplos clásicos”.15

Se podría concluir que la medicina estatal surge en los países de América latina como producto de la emergencia de los procesos de industrialización y expansión del capitalismo, en una relación mediada por un complejo conjunto de variables económicas, políticas y sociales que se interrelacionaron e influenciaron mutuamente para dar cuerpo y consolidar los sistemas de protección social vigentes hasta la década de los años ochenta del siglo XX.


Referencias

1 Hobsbawm E. Historia del siglo XX. 4.ª ed. Barcelona: Crítica; 2003. p. 17.        [ Links ]

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* Es de aclarar que durante mucho tiempo no se concedía el voto a las masas denominadas ignorantes, pues para los políticos de la época, podrían optar por elegir gobiernos revolucionarios o de corte aristocrático, ambos opuestos al régimen liberal.

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