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Revista Facultad Nacional de Salud Pública

Print version ISSN 0120-386X

Rev. Fac. Nac. Salud Pública vol.37 no.1 Medellín Jan./Apr. 2019

https://doi.org/10.17533/udea.rfnsp.v37n1a07 

Editorial

Homenaje


A los profesores, estudiantes y egresados de la Universidad de Antioquia fallecidos:

Maria Teresa Uribe de Hincapié, socióloga, magister en planeación urbana, doctora en ciencias sociales, docente de la Universidad de Antioquia y su esposo Guillermo Hincapié Orozco, ingeniero y exalcalde de Medellín.

Robert VH Dover, antropólogo, magister y doctor, docente de la Universidad de Antioquia.

Billy Paola Quintero estudiante de administración en salud de la Facultad Nacional de Salud Públic a “Héctor Abad Gómez”

Carlos Mario Peña Jaramillo egresado de la Universidad de Antioquia, su esposa Soraida Delgado y sus dos hijas Manuela y Juliana.

Canción de hadas (fragmento)

Ahora el silencio

un silencio duro, sin

manantiales, sin retamas, sin

frescura, un silencio que

persiste y se ahonda aun

detrás del estrépito de las

ciudades que se derrumban.

Y las hadas se pudren en los estanques

muertos entre algas y hojas secas

y malezas,

o se han transformado en trajes de seda

abandonados en viejos armarios que se

quejan, trajes que lucieron ciñéndose a la

locura de las danzas entre luces y músicas.

Aurelio Arturo[1]

Asesinato de Héctor Abad Gómez

Septiembre 4 de 1987

Se acabaron los sueños. Este plomo que rompió el corazón de Héctor Abad Gómez me rompió, del mismo golpe, la patria. Es una sensación amarga, que sobrepasa el dolor. Por ese plomo ya no tengo patria. Porque la patria es algo más que un territorio y es algo más que un pasaporte: la patria es un sueño. Ese que se empezó a edificar allá en la adolescencia junto a compañeros como Héctor Abad Gómez. Nunca el afán de sumar cosas o bolsas, sino el afán de la justicia: ese dolor de los pobres y de los humildes y de los desheredados y de los desposeídos y de los maltratados y de los vejados y de los relegados y de los marinados del gran banquete de la vida, era el impulso de ese sueño. Que para ellos, y para todos por igual, se diera algo tan simple como la justicia. Era lo que sustentaba el sueño de la patria. Nuestro clamor, desde esas ilusiones y luchas de la juventud (cuando el sueño es tan entero), era algo que ni siquiera requería de una etiqueta o de un cartel: el pan para todos. Y así era la patria ensoñada: un espacio y un cielo donde el pan fuera universal y el techo cubriera todos los fríos. Por eso digo que la patria es un sueño. Ese del pan igual. Ese de la justicia. Porque sin la justicia la patria se esfuma y se desgarra. Y nosotros la soñábamos entera. Y ese sueño, ese único sueño, fue siempre nuestro impulso. Nunca el odio: siempre el amor. Por ellos, por los humildes, para que accedieran al pan y a la esperanza.

Puedo jurar (lo sé en el corazón) que nunca nos ocupó el odio. Que a Héctor Abad Gómez nunca lo movió ni la hiel ni el odio. Bien sabía que el reparto desigual de los bienes del hombre no es obra de un destino ineluctable, sino producto de una apropiación o de un despojo: desigualdad impuesta por los hombres. Y había que corregirla para sí realizar aquel sueño de la patria. Pero nunca, hacia los detentadores de la riqueza de los hombres, el dardo del odio. Teníamos confianza en la palabra que dice la justicia. Una fe ciega (que ahora se ve ingenua) en el poder de la razón, vehículo de la palabra. Nunca el odio. Porque sabíamos que el odio es la antesala de la muerte, y nuestro clamor fue siempre por la vida. Quizás haya sido un clamor en el desierto. Pero se mantenía la convicción íntima de que el clamor de la palabra por la justicia algún día sería escuchado, ablandando el corazón de los poderosos. Para que el reparto del pan en el banquete fuese de nuevo una fiesta y no un arrebato. No queríamos ni sabíamos arrancar el pan a punta de pistola. Nunca supimos de armas. Creíamos que la palabra que dice la justicia sería un día, por sí sola, refulgente. A veces, o siempre, ante el dolor del desposeído, ante la injusticia lacerante, se arrugaba el corazón y se desenvolvía en un gesto de ira: la ira santa contra los mercaderes del templo. Pero nunca el plomo. Nunca el odio. Nunca la muerte. Siempre la patria, el sueño y la justicia. Porque la palabra que dice razón de justicia era el soporte de nuestro sueño. Y siempre la incitación al amor. Soñando, siempre soñando, que al fin de los corazones endurecidos serían dulcificados por el amor.

No servimos para otro combate que éste del clamor por la justicia. Ni conocemos otra arma que la palabra que la dice y la reclama. Héctor Abad Gómez era el más soñador entre los nuestros. Porque su fe seguía siendo ciega, aunque ya de cerca aullaban los lobos. Y a veces nos asombraba la fortaleza de su ilusión. Ahora se, de algún modo secreto, que esa ilusión suya era la que mantenía el sueño de la patria.

Ahora, roto el sueño, se esfuma la patria. Porque con el viejo compañero se ha ido el soporte del sueño. Y queda uno, no ya sin caminos, sino sin rumbo. Más esta desazón por la inutilidad de la palabra, que era nuestro único recurso.

Ni siquiera eso nos queda. Porque la palabra ha sido aniquilada por el plomo. Hay un exilio pero que el de las fronteras: es el exilio del corazón.

Alberto Aguirre [2]

Referencias

1. Aurelio Arturo. Canción de hadas. Eco 1963; 4 (40): 264-274. [ Links ]

2. Alberto Aguirre. El arte de disentir: columnas. Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT; 2014. p. 76-77. [ Links ]

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