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Revista Facultad Nacional de Salud Pública

versão impressa ISSN 0120-386X

Rev. Fac. Nac. Salud Pública vol.38 no.1 Medellín jan./abr. 2020

https://doi.org/10.17533/udea.rfnsp.v38n1e341123 

Editorial

Por una salud pública que enfrente la crisis civilizatoria

Juan Carlos Eslava C.1  , Profesor asociado

1Profesor asociado, Departamento de Salud Pública, Facultad de MedicinaUniversidad Nacional de Colombia Colombia


Sin querer caer en visiones apocalípticas que solo ven desilusión y desastre en nuestro futuro, es difícil no inquietarse por lo que ocurre en el mundo, más aún cuando los vientos políticos adversos recorren los países del continente americano, las dinámicas de un capitalismo voraz nos agobian y nos oprimen, y las esperanzas de cambio puestas en los llamados “gobiernos progresistas” se desmoronan y se diluyen.

No es una época fácil. Y el panorama se presenta sombrío, por más tranquilidad de espíritu que se quiera mantener a la hora de hacer balance. Basta mirar alrededor para apreciar un malestar social galopante y una criminal soberbia de las élites económicas y las clases dominantes. En un mundo donde la desigualdad social existe de manera tan atroz y se configura como toda una “historia universal de la infamia”, para usar la soberbia expresión de Jorge Luis Borges [1]; donde la brecha entre ricos y pobres se ensancha, como lo mostró no hace mucho el economista Thomas Piketty [2]; donde los problemas migratorios exaltan la xenofobia y evidencian las mezquindad de los sectores más conservadores de la sociedad; donde la sostenibilidad del planeta se halla en entredicho y la inmoral opulencia de unos cuantos se sobrepone a la cruenta miseria de millones de seres humanos, como lo corroboran los últimos informes de la Oxford Committee for Famine Relief (Oxfam) [3,4], resulta absurdo mantener las mismas premisas económicas y políticas que han producido ese macabro desastre. Pero, aun así, se mantienen y se hacen más férreas.

No resulta extraño que en el mundo actual aparezca cada vez con mayor frecuencia la idea de que vivimos una “crisis civilizatoria”. Con dicha noción se hace referencia a que la situación por la que pasa el mundo no debe pensarse como una simple recesión económica propia de las dinámicas cíclicas del modo de producción capitalista. Tampoco debe asumirse como una simple crisis financiera o productiva o, en términos generales, como una crisis económica, aunque esta última esté presente y sea central. Más bien, la crisis actual debe concebirse, en sí misma, como una confluencia de múltiples crisis, que conmocionan todos los aspectos de la vida social, ponen en entredicho los esquemas de intervención tradicionales y afectan la capacidad propia de regeneración de los ecosistemas del planeta [5].

Esa confluencia de crisis o, si se quiere, esa crisis multidimensional se manifiesta en diversos ámbitos, como el económico, el energético, el ambiental, el climático, el alimentario, y, claro está, el sanitario. Algunos autores agregan otras crisis o usan alguna otra clasificación, pero, en términos generales, se constata cierta confluencia de miradas para dar cuenta de lo mismo: los más ricos del planeta, el 1% de la población, tiene tanta o más riqueza que el 99% restante [4]; la diferencia de riqueza entre los países del Norte y los países del Sur se ha incrementado en el último siglo y hoy se calcula en un 74:1 [6]; una de cada 7 personas en el mundo pasa hambre; casi 200 millones de niños menores de 5 años padecen desnutrición crónica en el llamado “mundo en desarrollo” [7]; el precio de los alimentos se incrementa, así como los precios del petróleo; ya se presagia el agotamiento de los recursos naturales sobreexplotados; la tierra se degrada, la contaminación del aire es una realidad acuciante, así como la “crisis hídrica” y la intensificación de los conflictos ambientales [5]; la pérdida de biodiversidad en los diversos ecosistemas es escalofriante [6], y los problemas de acceso real a los servicios de asistencia médica, así como de calidad de la atención, de emergencia o reemergencia de epidemias y la inequidad sanitaria son preocupaciones cotidianas [8].

Todo esto, aunado a otros problemas, como la precarización del trabajo, la violación de derechos humanos y el sometimiento de grupos de población a todo tipo de violencias (en especial las mujeres) y al aniquilamiento sistemático hacen evidente que la crisis sanitaria es muy profunda, porque implica que las condiciones para el despliegue y el disfrute de una buena vida, esto es, de una vida saludable, no están dadas y, por el contrario, las condiciones ambientales, laborales, económicas, políticas, culturales e institucionales ocasionan daños y conducen a la merma de las potencialidades de la vida individual y colectiva.

Ante todo esto, la tarea esencial de la salud pública del presente es el enfrentamiento directo a esta “crisis civilizatoria”; es la crítica frontal al modelo de desarrollo imperante que produce esta tragedia; es la construcción social de un nuevo paradigma societario, que anteponga la vida, la naturaleza, la comunidad y las personas de carne y hueso, a las exigencias de los mercados, de las finanzas, de la eficiencia, del desarrollo económico, de las corporaciones y aun del Estado, como ente abstracto e idea homogeneizadora.

Estamos urgidos de una salud pública comprometida con la vida, con el bien estar, con el buen vivir. Y esto implica una salud pública comprometida de manera firme y contundente con la desmercantilización de la sociedad, con la desmercantilización de la vida. Pero el compromiso también es con la defensa de los derechos de la naturaleza y la justicia climática, con la defensa de los bienes comunes, con la protección de las potencialidades creativas de la vida comunitaria, con la equidad de género, con la interculturalidad y con la construcción de una economía solidaria y fraterna que esté en manos de la gente, esto es, de personas y agrupaciones asociadas de modo plural y diverso, de manera libre y democrática. Con una economía moral asentada en nuevos valores, con una soberanía alimentaria y una soberanía energética. Y, en últimas, con una soberanía de los pueblos.

De ese talante es la salud pública que requerimos para construir comunidades saludables, sociedades realmente justas y, en últimas, sociedades en paz.

Referencias

1. Borges JL. Historia universal de la infamia. Madrid: Alianza; 1995. [ Links ]

2. Piketty T. El capital en el siglo xxi. México: Fondo de Cultura Económica; 2014 [ Links ]

3. Oxford Committee for Famine Relief (Oxfam). Premiar el trabajo, no la riqueza. Oxford: Oxfam gb; 2018. [ Links ]

4. Oxford Committee for Famine Relief (Oxfam). ¿Bienestar público o beneficio privado? Oxford: Oxfam gb ; 2019. [ Links ]

5. Vega R. El capitaloceno. Crisis civilizatoria, imperialismo ecológico y límites naturales. Bogotá: Teoría & Praxis; 2019. [ Links ]

6. Fuentes JA. Sobre la crisis civilizatoria y las alternativas: de la industrialización de la vida a un pluriverso de realidades (Tesis doctoral). [Sevilla]: Universidad Pablo de Olavide; 2017. [ Links ]

7. Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). La desnutrición infantil. Causas, consecuencias y estrategias para su prevención y tratamiento. Madrid: Unicef España; 2011. [ Links ]

8. Organización Mundial de la Salud. (2010) La financiación de los sistemas de salud. El camino hacia la cobertura universal. Informe sobre la salud en el mundo. Ginebra [ Links ]

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