SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.24 suppl.1Autopsia del cadáver del excelentísimo señor Libertador General Simón BolívarDemostración de tuberculosis en una momia prehispánica colombiana por la ribotipificación del ADN de Mycobacterium tuberculosis author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Biomédica

Print version ISSN 0120-4157On-line version ISSN 2590-7379

Biomédica vol.24  suppl.1 Bogotá June 2004

 

La presencia asfixiante del cuerpo

Marta Renza

Instituto Nacional de Salud, Bogotá, D.C., Colombia

Se hace una breve reflexión sobre la tuberculosis como paradigma de la enfermedad y sus relaciones con los comportamientos humanos con base en una lectura de La montaña mágica de Thomas Mann. Se analiza el mito romántico de la tuberculosis como dolencia de seres especialmente sensibles y se plantea un paralelo con las expectativas actuales de salud como producto de la popularización de los hallazgos incesantes de la ciencia médica.

The suffocating presence of the body

A brief reflection is presented on tuberculosis as a paradigm of disease and its relationship with human behavior based on Thomas Mann's The magic mountain. The romantic myth of tuberculosis is analyzed as a disease prevailing among psychologically sensitive people. This myth is compared with present day health expectations as a consequence of widespread information produced by the tireless efforts of the medical sciences.

"... a su cuerpo, forma carnal lánguida y plástica, infinitamente acentuada por la enfermedad; a su cuerpo convertido doblemente en cuerpo."

Thomas Mann

La montaña mágica

En 1944 se comenzó a utilizar la estreptomicina para el tratamiento de la tuberculosis. Hasta ese momento, y especialmente durante el siglo XIX y comienzos del XX, esta enfermedad, la llamada 'peste blanca', sirvió de combustible a una imaginería romántica que la situó como una dolencia que atacaba particularmente a seres creativos, dotados de una sensibilidad exacerbada, proclives a entregarse a la pasión y a la elevación mística. Como lo anota Susan Sontag en su conocido ensayo La enfermedad y sus metáforas (1), la tuberculosis bien podría llamarse la primera enfermedad percibida como dolencia del individuo, en contraposición a otras dolencias humanas que arrasaban a poblaciones enteras, extendiendo su manto destructor masivamente, a la manera de las pestes medioevales. Esta mitificación romántica de la tuberculosis se debió, tal vez, más que a las características de la enfermedad misma, cuyos síntomas, en su mayoría, poco tenían que ver con la languidez serena que la literatura le ha atribuido, al hecho de que fueron muchos los artistas e intelectuales que en los dos siglos pasados la padecieron y murieron por su causa. Para constatarlo bastaría mencionar los nombres de poetas y escritores como Keats, Poe, Chejov, Simone Weil, Emily Brönte, Katherine Mansfield o Kafka, a quienes la tuberculosis llevó a la tumba. Curiosamente, el tratamiento en cierto modo privilegiado que muchos escritores le dieron a la tuberculosis evitó que, al menos a partir del romanticismo, la enfermedad cargara consigo la estigmatización que otras enfermedades como la lepra, la sífilis, el cáncer y, más recientemente, el sida han representado.

Así pues, la estreptomicina primero y más tarde drogas como la isoniacida, le asestaron un golpe mortal a la entelequia de la tuberculosis como enfermedad 'noble' y 'espiritual', muchas veces alimentada por los mismos escritores que la padecieron. La aparición de los medicamentos, más que la utilización de la vacuna contra la tuberculosis que comenzó a aplicarse en 1921 y que a pesar de su capacidad de generar anticuerpos no modificó mucho la incidencia de la enfermedad (2), condujo a la desaparación paulatina de los establecimientos en los que se internaba a los pacientes para tratamiento y dejó sin piso la ecuación que igualaba la dolencia con la muerte casi segura, aspecto éste que contribuyó igualmente a darle a la tuberculosis su aureola de sublimidad.

Volviendo al terreno de lo literario, tal vez la excepción más ilustre de este tratamiento distorsionado y, valga decirlo, bastante alejado de la terrible realidad de la tuberculosis, lo constituye una de las obras cumbres de la literatura de todos los tiempos, La montaña mágica de Thomas Mann. Según lo refiere Estanislao Zuleta en su brillante análisis de la novela, Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica, Mann comenzó a escribir la obra después de una visita que hiciera a su esposa aquejada de tuberculosis e internada en uno de los sanatorios que entonces se dedicaban a recibir a los enfermos para someterlos a un tratamiento que, en algunos casos, podía prolongarse durante varios años, cuando no desembocaba en la muerte (3). La montaña mágica desmonta esa mitificación de la que he hablado, presentando con sutiliza e ironía insuperables las características de una enfermedad que convierte al cuerpo en una presencia amenazante. La maestría insuperable de Mann para mostrar matices y desplegar oposiciones reveladoras nos entrega una de las reflexiones más profundas sobre el carácter no solamente de la tuberculosis sino de la enfermedad en general y de sus efectos físicos y psicológicos sobre el ser humano. La novela es un fresco gigantesco que, además de presentar un compendio sobre la etiología, la sintomatología, el desarrollo y el desenlance de la tuberculosis, tal como la ciencia médica la entendía en ese entonces (Mann comenzó a escribir su obra en 1924), constituye un tratado profundo y complejo sobre el comportamiento del ser humano cuando se ve confrontado con una dolencia física que lo reduce a la inactividad y al internamiento continuo en un cosmos cerrado, el del sanatorio, con reglas firmemente establecidas y una rutina rígidamente observada, cuyo ambiente asfixiante, además, sirve como metáfora de la atmósfera de una Europa enferma que - poco después - se embarcaría en la ordalía sangrienta del fascismo y de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque el título de la novela y las observaciones de muchos de los personajes que la pueblan podrían propiciar juicios que respaldan la mitificación romántica de una enfermedad propia de seres con una sensibilidad exacerbada y apasionada, al hacer alusión a un sitio mágico que se contrapone a la cotidianidad prosaica y que es, precisamente, la oposición que más destaca Zuleta en su estudio, la verdad es que La montaña mágica nos entrega la descripción muchas veces despiadada de toda la miseria, la banalidad y la irrisión de las que solemos ser presa los seres humanos aún ante las situaciones que tradicionalmente consideramos las más solemnes y dignas de respeto. En este sentido, uno de los episodios que mejor refleja el absurdo que surge en medio de una situación que usualmente debería tener visos de tragedia, es el encuentro de Castorp, el protagonista de la novela de Mann, con el grupo de pensionistas llamados los "medio pulmón", por haber sido sometidos a la operación del neumotórax, en el que una joven, sin abrir la boca, le silba al pasar a su lado, produciendo el sonido desde su tórax demediado (4), lo que provoca en Castorp una carcajada retrospectiva cuando su primo Joachim le explica el origen del suceso. Poco a poco, Castorp se irá acostumbrando a ese mundo del sanatorio y a todas sus excentricidades y lo veremos desenvolverse como uno más de los iniciados en sus laberintos, en una dinámica de seducción que, casi se podría decir, termina arrojándolo a los brazos de la enfermedad.

Ese cosmos cerrado del sanatorio de tuberculosos de Davos sirvió a Thomas Mann para realizar un examen minucioso de la relación del hombre con su cuerpo y con las reacciones de su psique ante la enfermedad, que en el caso de la tuberculosis en la época en que se escenifica la trama de la novela, no representaba otra cosa que la muerte. Casi me atrevería a decir que una de las lecturas posibles de La montaña mágica permite apreciarla como un estudio clínico y psicológico que describe fotográficamente los estados de los pacientes y la aparente contradicción de sus compor-tamientos. Los seres que habitan la montaña, en su mayoría condenados a muerte por la enfermedad, se entregan a la libertad y, en ocasiones, al exceso que permite esa cercanía con el fín. Así, en lugar de inclinarse ante las cortesías y la discreción del amor vivido de acuerdo con las normas establecidas, copulan sin reparo, como la pareja de rusos vecina de la habitación de Castorp, a quien sus resuellos y gemidos hacen ruborizar; en el comedor, estos enfermos casi terminales más que comer devoran las viandas que de manera abundante les ofrece la administración del sanatorio y en sus conversaciones, algunos, en lugar de departir con medida, deliran acariciando la idea de poner fin a sus días, divulgándola abiertamente.

Los matices que ofrecen las descripciones de la novela permiten apreciar en toda su complejidad el planteamiento, tan común hoy en día, de la enfermedad como un fenómeno no sólo orgánico sino también psíquico, en el que uno y otro ámbito se alimentan mutuamente y modifican el curso de la enfermedad, intensificándolo o atenúandolo. Desde el punto de vista de lo que podría ser la historia de los tratamientos médicos, La montaña mágica constituye un documento valiosísimo, en el que se encuentran los detalles del manejo que se daba a la tuberculosis hasta la aparición de los medicamentos que pusieron fin a las famosas curas en los sanatorios de la época. Mann describe con lujo de detalles el horario estricto de los reposos en las famosas chaises longues; la toma rigurosa de la temperatura; el procedimiento de los rayos X a que se sometía a los pacientes; las operaciones quirúrgicas que muchos debían padecer, hasta los momentos finales de aquéllos que sucumbían del todo a la acción insidiosa del bacilo.

Habría que señalar, sin embargo, que estos tratamientos y el ambiente de lujo, higiene, luz y cuidados especiales de los sanatorios al estilo de La montaña mágica no pueden llevarnos a olvidar la forma en que la tuberculosis, sometida al eufemismo por la literatura y el arte, constituía un flagelo terrible para la gran masa de la población que la debía padecer sumergida en el fango, la humedad, el frío y el hambre, en medio de condiciones de vida infrahumanas. Una de las expresiones artísticas que recoge esta triste realidad es la ópera La Bohemia, en la que Mimi languidece en medio del hambre y el frío, recordemos su gelida manina, en un ático parisino. Eso, sin embargo, no alcanza, como sí lo hace La montaña mágica, a empañar el espejismo al que me refería al comienzo, de una dolencia propia de seres especialmente sensibles, pues Mimi, tuberculosa y todo, logra atraer la atención y el amor apasionado de Rodolfo.

En otro artículo de este número de Biomédica, Maldonado y Hernández hacen un recuento pormenorizado del tipo de instalaciones, los equipos y la atención que se brindaba en el sanatorio del Hospital San Carlos, construido en Bogotá por voluntad testamentaria de don Gustavo Restrepo Mejía para alojar a los enfermos de tuberculosis. En este sanatorio se recibía a pacientes de todas las condiciones económicas y se les sometía al mismo tratamiento de primera, lo que de alguna manera se contrapone a la idea de lugares establecidos para recibir a una población que contaba con los medios económicos suficientes para pagar una mensualidad que, por las varias alusiones de Mann en La montaña mágica, no debía ser poca.

De todas maneras, hay que reconocer que la mayoría de quienes contraían la tuberculosis en los siglos precedentes seguramente sufrieron sus rigores sin ninguno de los atenuantes que permite la disponibilidad de medios económicos holgados y que, muy probablemente, ésta se extendió a tasas de morbilidad y mortalidad incontrolables debido a las condiciones de miseria de quienes la padecían, tal como ocurre con las epidemias y pandemias actuales, que, en su mayoría, se ven intensificadas por factores externos como la pobreza y la ausencia de las mínimas condiciones para una vida digna. De otra parte, en el caso de la tuberculosis resulta irónico que a comienzos de este tercer milenio, con el magnífico despliegue de conocimiento anunciado por el desciframiento del mapa del genoma humano, nos veamos enfrentados con su reemergencia furiosa aupada de la que, quizás, sea la pandemia más atroz de los últimos años, el sida. Aquí, de nuevo, somos testigos, a veces impotentes, de la agudización de la incidencia de una enfermedad que a finales del siglo pasado se veía como un mal recuerdo del pasado y que vuelve a cobrar su cuota de sufrimiento y muerte, sobre todo entre esa mayoría privada de los recursos mínimos necesarios para prevenirla o enfrentarla con éxito.

La lectura de la novela de Mann necesariamente suscita reflexiones inquietantes sobre el fenómeno de la enfermedad y la salud en este comienzo del tercer milenio. Hoy, cuando la ciencia, en particular los avances en el campo de la medicina y la biomedicina han convertido la posibilidad de erigir mitos en algo quimérico, nos enfrentamos, sin embargo, a situaciones contradictorias. Por un lado, la inmediatez de la información sobre los descubrimientos que se suceden día a día en estos campos pone al alcance del gran público los pormenores de sus dolencias, nos familiariza a todos con conceptos que hasta hace relativamente poco eran dominio exclusivo de los especialistas. Hoy, quienes padecen de sida pueden fácilmente preguntarle a sus médicos en qué va el recuento de sus células T y, muy probablemente, saben a qué se refieren cuando lo hacen; muchos diabéticos se inyectan ellos mismos la dosis necesaria de insulina; muchos enfermos de cáncer poseen el conocimiento suficiente para discutir con los médicos qué clase de quimioterapia es la más adecuada para su tipo específico de mal. En fin, en la ctualidad la ciencia y la popularización de sus hallazgos han reducido la brecha entre especialistas y legos, aunque todavía los médicos mantienen algo de aquella aureola de brujos que durante tantos siglos los acompañó y que recibe un tratamiento cargado de complejidad en La montaña mágica a través de la descripción de las personalidades del doctor Behrens y de su ayudante Krokowski, cuyas figuras dibujadas al claroscuro reflejan sabiamente el papel tristemente omnipotente que la sociedad ha obligado a desempeñar a los epígonos de Hipócrates. Como decía, ese acercamiento entre los saberes de quien padece un mal y quien actúa para contrarrestarlo podría verse como algo positivo, como la necesaria ampliación de la frontera de los derechos de los pacientes ante quienes velan por su salud y, no obstante, eso mismo ha propiciado, casi tanto como la enfermedad, lo que trata de resumir el título de esta reflexión, la asfixiante presencia del cuerpo, la cual también se expresa como resultado de la abrumadora cantidad de información de la que hoy disponemos. El bombardeo permanente de datos sobre todo tipo de enfermedades y los detalles sobre su origen y tratamiento, parecen habernos arrojado a lo que me atrevería a calificar como la esclavitud de la salud. Vivimos pendientes de los requerimientos de vitaminas, nutrientes y micronutrientes que reclama nuestro organismo; del ejercicio físico aeróbico que debemos realizar al menos tres veces por semana; de los compuestos cancerígenos presentes en los alimentos que consumimos; de las emisiones de gases en la atmósfera y su efecto sobre el funcionamiento de nuestras células; del sol que calentaba a nuestros abuelos y que a nosotros nos produce cáncer de piel. Con estas alusiones de ninguna manera pretendo caer en la conclusión facilista de que todo tiempo pasado fue mejor, cuando cualquier infección menor podía conducirnos a la tumba. No; se trata de matizar y complicar nuestra posición ante los fenómenos que como la enfermedad y el famoso 'silencio de los órganos' de Bichat, forman parte del insondable misterio de la vida, al cual, a pesar de los inverosímiles avances de la ciencia, seguramente seguiremos pagando tributo.

Hoy, cuando cada día nos sorprende con un nuevo conocimiento que roba espacio a la oscuridad, seguimos atados a las miserias de nuestro cuerpo y han aparecido, en contraposición a lo que ya anotaba sobre la pobreza y su incidencia en la enfermedad, dolencias propias de la abundancia, como la actual epidemia de obesidad en Estados Unidos, catalagoda por las autoridades de salud norteamericanas como un verdadero problema de salud pública.

Así, presos todavía, a pesar de toda la luz de nuestro conocimiento, de la eterna batalla entre lo que en nuestro cuerpo se hunde en la tierra y lo que se eleva hacia el cielo, tendremos que acompañar a Thomas Mann en las hermosas palabras que cierran La montaña mágica, cuando al decirle adiós a Castorp señala que ni siquiera la tuberculosis pudo salvarlo de otro destino aún más cruel, el de perecer como materia deleznable en la locura inverosímil de la guerra, y aventura una última esperanza cifrada en el amor (4):

"Las aventuras de la carne y del espíritu, que han elevado tu simplicidad, te han permitido vencer con el espíritu lo que no podrás sobrevivir con la carne. Hubo instantes en los que surgió en ti un sueño de amor, lleno de presentimientos - sueño que "gobernabas" -, fruto de la muerte y de la lujuria del cuerpo. De esta fiesta mundial de la muerte, de esta mala fiebre que incendia en torno tuyo el cielo de esta noche lluviosa, ¿se elevará el amor algún día?".

Correspondencia:

Marta Renza

mcrenza@hotmail.com

Recibido: 01/09/03; aceptado: 17/09/03

Referencias

1. Sontag S. La enfermedad y sus metáforas. Barcelona: Muchnik editores; 1984.         [ Links ]

2. Torres CA. Tuberculosis y otras enfermedades micobacterianas del pulmón. En: Chalem J, Escandón J, Campos J, Esguerra R, editores. Medicina Interna. Santa Fe de Bogotá, D.C.: Fundación Instituto de Reumatología e Inmunología; 1998. p. 1470.         [ Links ]

3. Zuleta E. Thomas Mann, la montaña mágica y la llanura prosaica. Bogotá: Instituto Colombiano de cultura; 1977. p. 24.         [ Links ]

4. Mann T. La montaña mágica. Barcelona: Plaza & Janés; 1967. p. 802.        [ Links ]

 

 

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License