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Ensayos sobre POLÍTICA ECONÓMICA

Print version ISSN 0120-4483

Ens. polit. econ. vol.30 no.spe67 Bogotá June 2012

 

La Caja de Ahorros: una aproximación a los patrones de ahorro en Bogotá, 1846-1865*

La Caja de Ahorros: An Approximation to the Savings Patterns in Bogotá, 1846-1865

A Caixa Econômica : uma aproximação aos padrões de poupança em Bogotá, 1846-1865

 

María del Pilar López Uribe
Diana Marcela Güiza

*Las autoras son en su orden: Departamento de Economía – London School of Economics; Universidad de los Andes.Un agradecimiento a Jorge Cuartas por su excelente trabajo como asistente de investigación. También agradecemos la ayuda financiera otorgada por la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes y Colciencias.

Correos electrónicos: m.d.lopez-uribe@lse.ac.uk; dguiza@uniandes.edu.co.

Documento recibido: 27 de octubre de 2011; versión final aceptada: 27 de noviembre de 2011.


La creación de instituciones de ahorro y crédito en Colombia fue indispensable para generar un hábito de ahorro en la población y consolidar un sistema bancario estable durante el siglo XIX. La Caja de Ahorros de Bogotá fue el primer intento por consolidar una mentalidad previsiva en los bogotanos, especialmente en las clases trabajadoras. Este documento presenta una descripción y análisis de la dinámica de la Caja de Ahorros, y de los patrones de ahorro de los diferentes pobladores de la ciudad de acuerdo con su grado de calificación laboral durante la existencia del establecimiento. Para estudiar esto, se realizaron comparaciones entre los diferentes grupos de trabajadores y no trabajadores a través de un análisis estadístico simple y del método clusters; con el fin de mostrar el grado de participación y la dinámica de los diferentes grupos frente al ahorro. El documento concluye que la población económicamente inactiva y la población femenina tuvieron una mayor disposición a ahorrar, seguidos de la clase trabajadora (que era la población objetivo de la entidad). Por último, los trabajadores en oficios con mayor calificación fueron los que registraron menores montos de ahorro.

Clasificación JEL: N26, E21.

Palabras clave: Caja de Ahorros, patrones de ahorro,trabajadores, Bogotá.


The creation of savings and credit institutions in Colombia was essential to generate a savings habit among the population and build a stable banking system during the 19th century. "La Caja de Ahorros" of Bogotá was an attempt to consolidate a forward looking mentality, especially in the working class. This document shows a description and analysis of the dynamics of "la Caja de Ahorros", its customers and savings patterns of the different savers according to their level of qualification during the existence of the institution. Furthermore, the document made comparisons among different groups of workers and not workers, based on simple statistical analysis and clusters method. The conclusion is that the economically inactive population and female population had a greater willingness to save, followed by the working class. Finally, the workers qualified were those who reported lower amounts of savings.

JEL classification: N26, E21.

Keywords: Caja de Ahorros, savings patterns,workers, Bogotá.


A criação de instituições de poupança e crédito na Colômbia foi indispensável para gerar o hábito de poupar na população e consolidar um sistema bancário estável durante no século XIX. A Caja de Ahorros —Caixa Econômica— de Bogotá foi à primeira tentativa de consolidar uma mentalidade previsível nos bogotanos, especialmente nas classes trabalhadoras. Este documento apresenta uma descrição e análise da dinâmica da Caixa Econômica, e dos padrões de poupança dos diferentes povoadores da cidade de acordo com seu grau de qualificação trabalhista durante a existência do estabelecimento. Para estudar isto, se realizaram comparações entre os diferentes grupos de trabalhadores e não trabalhadores através de uma análise estatística simples e do método clusters; com finalidade de mostrar o grau de participação e a dinâmica dos diferentes grupos com relação à poupança. O documento conclui que a população economicamente inativa e a população feminina tiveram uma maior disposição para poupar, seguidos da classe trabalhadora (que era a população alvo da entidade). Por último, os trabalhadores em ofícios com maior qualificação foram os que registraram menores montantes de poupança.

Classificação JEL: N26, E21.

Palavras-chave: Caixa Econômica, padrões de poupança, trabalhadores, Bogotá.


I. INTRODUCCIÓN

A comienzos del siglo XIX Bogotá no había heredado algún tipo de sistema bancario y financiero sólido. Los créditos, manejados mayoritariamente por la Iglesia católica y por grandes comerciantes que aprovechaban la escasez de circulante predominante en la época, cobraban altas tasas de interés que deprimían el fomento industrial. La figura del ahorro era inexistente y estaba atada a la falta de institucionalización de la banca.

Un primer intento de integrar un concepto más limpio de acceso a crédito y de impulso al ahorro, fue inspirado por Judas Tadeo Landínez, hijo de comerciantes tunjanos. Reconocido como alta figura pública, inauguró lo que sería el primer experimento de banca en Bogotá: la compañía de "Giro y Descuento". Esta entidad ofrecía facilidades para acceder a créditos a una tasa de interés que oscilaba entre el 1,5% y el 2% mensual y prometía el 2% a aquellos que depositaran sus ingresos en la compañía. Sin embargo, los depositantes vieron en esta compañía más que una primera figura bancaria, una forma de poner a rendir los recursos de manera más eficiente. Así, la compañía de Landínez se convertiría en pionera de las instituciones de ahorro y crédito (Arango, 1981).

El desenlace infortunado de la compañía de "Giro y Descuento" en 1842, truncó el impulso de la banca en la capital. Tras la masiva desconfianza del público a este tipo de instituciones, impulsar nuevamente al ahorro fue aún más desafiante. Ante el reto, el Gobierno, liderado por el gobernador de Cundinamarca, decidió tres años más tarde, a la quiebra de Landínez, a inaugurar la primera Caja de Ahorros en la ciudad. Este nuevo proyecto basó su sistema en las cajas de ahorro vecinas como la de Caracas.

Con ideales filantrópicos y objetivos netamente educativos en el tema económico relacionados con el ahorro y la responsabilidad individual, la Caja de Ahorros de Bogotá se creó en 1846 y se convirtió en un nuevo ensayo de institucionalización de la banca y de incorporación del ahorro a la vida cotidiana del bogotano.

La Caja de Ahorros la creó la Cámara Provincial de la ciudad por medio de la resolución del 30 de septiembre de 1845; para iniciar operaciones el primer domingo de enero de 1846. Instaurada con principios netamente liberales introducidos por los ministros Lino de Pombo y Florentino González, estaba dirigida a fomentar el progreso económico, a dar apoyo a las operaciones de la industria y el comercio (Correa, 2009) satisfaciendo las necesidades de crédito y a estimular el ahorro entre la sociedad bogotana especialmente en las capas inferiores (Sowell, 1993).

La fundación de la Caja de Ahorros de Bogotá fue impulsada por el desarrollo de las cajas de ahorro regionales fundadas anteriormente en Cartagena (1842) y Medellín (1844). Este tipo de institución podía tener tres clases de organizaciones: la primera, por sociedades filantrópicas que las ponían en marcha una vez recibida alguna donación; la segunda, mediante la autoridad pública con un nombramiento previo de los respectivos administradores y, finalmente, como establecimientos particulares dirigidos por independientes y socios.

En Bogotá, la Caja de Ahorros fue establecida por la autoridad pública, la segunda de las tres modalidades bajo las cuales se realizaba tradicionalmente la creación de esta institución en Europa y América. Para el caso de la capital, su administración estaba a cargo de ciudadanos nombrados inicialmente por el gobernador de la provincia y luego por el comité de los depositantes con opción de ser reelegidos para administrar la Caja por un bienio.

Igualmente, la Caja de Ahorros entraba a competir con la Iglesia católica como institución financiera, quien venía manejando el sistema de crédito de la época a través de censos1. En el momento en que surgió la Caja, la Iglesia había estado compitiendo únicamente con grandes comerciantes desagregados por el país sin una organización sólida, por lo que la Caja de Ahorros en la capital surgió como una institución financiera laica que entraba directamente a pelear el monopolio que tenía la Iglesia en el sistema de crédito.

Sin embargo, la población objetivo de las dos instituciones era muy diferente. Mientras que en el caso de la Iglesia católica, esta se concentraba en terratenientes, quienes tenían acceso a este tipo de endeudamiento por sus fincas y haciendas que utilizaban como respaldo (Colmenares, 1997); en el caso de la Caja de Ahorros, la población objetivo era la clase trabajadora.

La Caja de Ahorros de Bogotá retaba el estereotipo de vida de entonces y empezaba a introducir la concepción de ahorro. La institución se enfrentaba a la mentalidad de la mayoría de la población, sustentada con el lema "gasta conforme lo ganas" (Ross, 2005). Por tanto, este establecimiento llegaba a irrumpir esta mentalidad de forma que cada ciudadano esperaba algún tipo de reconocimiento al sacrificio de destinar parte de sus ingresos como reserva.

Tal antecedente cobra importancia, puesto que, ante la inexistencia de una noción de ahorro formal, los bogotanos preferían gastar todos sus ingresos y economizar en lo necesario, para luego gastarlo en cosas triviales (Holton, 1981). La creación de la institución y la influencia de la entidad para incorporar el concepto en el limitado pensamiento económico de la población bogotana es, sin duda, relevante. La presente investigación logra mostrar las particularidades respecto al ahorro de la época, pues como señala Sowell (1993): "los patrones de ahorro reflejan las percepciones sobre el valor del ahorro".

De tal forma, el trabajo busca dar una aproximación a los patrones de ahorro de la población bogotana a mediados del siglo XIX; luego de superar lo que sería la primera bancarrota del país y de vincular la Caja de Ahorros de Bogotá como figura de atracción y recepción de ahorro de todas las clases sociales, específicamente de las clases más desfavorecidas. Con base en cifras publicadas en diarios de la época, se permite tener un acercamiento a la cantidad de depósitos en la Caja y a la dinámica de esta durante su período de existencia, excepto en años de conflicto (1853-1854- 1861). Tal información permitió organizar por oficio datos sobre el monto total de depósitos, el número de depositantes y los depósitos per cápita y realizar inferencia estadística descriptiva.

El trabajo se divide específicamente en siete secciones. La primera, la introducción. En la segunda parte se presenta una descripción de la creación y funcionamiento de la Caja de Ahorros (1846-1864). En tercer lugar se da una breve reseña de la cotidianidad bogotana. En la cuarta sección se muestra la dinámica de la Caja de Ahorros. En la quita se mencionan las características de los ahorradores. En la sexta se realiza una descripción de los patrones de ahorro de los diferentes trabajadores y no trabajadores, a partir de la incorporación de la Caja de Ahorros como establecimiento de promoción del ahorro ante la ausencia educativa de esta noción económica, y, finalmente, en la sección séptima se concluye acerca de las características de los ahorros de los bogotanos.

II. FUNCIONAMIENTO DE LA CAJA DE AHORROS DE BOGOTÁ

La modalidad con la cual se creó la Caja acarreaba una vigilancia gubernamental importante. Una vez constituida, la dirección de la Caja fue asumida por Lino de Pombo; secretario de Hacienda liberal (moderado) en el Gobierno de Mosquera (1845-1849). Junto a él se conformó una junta integrada por un tesorero y veintiún administradores. Estos últimos, de acuerdo con las disposiciones del gobernador, recibirían por turnos los depósitos del público en el día y sitio señalados. También formaban parte de la junta un secretario, un vicesecretario y tres vicedirectores. Todos, excepto los administradores, conformaban la Junta de Inversión y Superintendencia de la Caja.

Las actividades principales de la Caja estaban dirigidas a la captación de recursos voluntarios y a la colocación de los mismos. La Junta de Inversión y Superintendencia de la Caja estaba obligada a informar semestralmente acerca de la captación, colocación, dividendos y ganancias generadas por la entidad. De igual forma, era obligación de la junta administradora hacer público el monto de los intereses trimestrales o semestrales que tenían derecho a devengar los ahorradores.

Importantes ciudadanos de diferentes sectores económicos y sociales formaban parte de la organización de la Caja. De esta forma, el secretario de Hacienda de la época Lino de Pombo, el arzobispo Juan Manuel Mosquera, el abogado y exgobernador de la provincia Rufino Cuervo, el estadista y periodista conservador Ignacio Gutiérrez (Gutiérrez, 2007) y José Vicente Martínez, entre otros, conformaron la junta de administradores. El nombramiento de tales personalidades no fue fortuito, puesto que se requería que el consejo administrativo de la Caja irradiara y atrajera la confianza de los bogotanos. De ahí la necesidad de involucrar personajes de la política, el clero y los medios. Con un público prevenido y reacio a colocar sus fondos en entidades captadoras después de que la compañía de Landínez fracasara en 1842 (un establecimiento caracterizado por realizar las primeras actividades bancarias en el país, dedicado a descontar billetes2 u obligaciones al 1,5% mensual y admitir depósitos de dinero a un interés fijado del 2% mensual —Arango, 1981—), se pensaba que los ciudadanos nombrados, al ser provistos de reconocimiento social y apoyo gubernamental, proporcionarían seguridad y credulidad en la institución creada.

En 1841, la trayectoria profesional de Landínez proporcionó la confianza a los ciudadanos al ver en esta compañía de "Giro y Descuento" una posibilidad de hacer rentar el dinero sin mayor esfuerzo y riesgo, ante la situación de desorden político y económico que atravesaba el país. Sin embargo, la excesiva especulación de Landínez con títulos del Gobierno y la inflación que se generó después de la guerra de 1839, llevaron a la compañía al declive y la imposibilitaron para cumplir con sus obligaciones a los depositantes de dinero y acreedores. Al hacerse pública lo que sería considerada la primera bancarrota colombiana (Arango, 1981), se deterioró notablemente la confianza de los ciudadanos en este tipo de instituciones. Era difícil que los ciudadanos volvieran a recomendar su dinero en este tipo de entidades.

La quiebra de la primera figura bancaria fundada en 1841, la compañía de "Giro y Descuento" de Landínez, fue trascendental. Minó la confianza de los ciudadanos una vez se hizo público el desmoronamiento financiero del mayor prestamista del Estado y el mayor especulador de la época. Ante estos sucesos, el Gobierno intentó estimular la creación de cajas como un nuevo intento de institucionalización de la banca.

La instauración de la Caja de Bogotá constituía un nuevo esfuerzo gubernamental para propiciar un sistema de banca estable. La Caja tenía dos importantes objetivos: por un lado, buscaba incrementar la oferta de crédito y, por otro, establecer un hábito alrededor del ahorro e impulsar una economía individual más consciente, previsiva y prudente. Esta última función relacionaba directamente la Caja con los hogares. Con una noción de ahorro inexistente para la época, la Caja de Ahorro de Bogotá tenía como reto cristalizar este concepto en una sociedad desconfiada (tras los problemas de 1842), poco instruida y dirigida por un Gobierno inestable. La Caja entró en marcha, dispuesta a impregnar en la sociedad bogotana la concepción del ahorro, la cual era pensada a partir de la acumulación, la conservación y la transformación3 de los salarios en fondos meramente previsivos.

Por otro lado, la Caja también buscaba impulsar la industria nacional y el desarrollo local. Para esto, se comprometió a dar un firme apoyo a la industria a través de créditos a tasas accesibles. La escasez de crédito heredada de la época de la Colonia y la poca existencia de circulante hacían excesivo el cobro del interés. En 1840, las tasas oscilaban alrededor del 25% anual, una cifra excesiva, efecto de la liberación de las tasas de interés aprobada en 1835, donde se suprimía la legislación española que limitaba el alquiler del dinero (Arango, 1981). De esta forma, la Caja también funcionaría como promotora del desarrollo industrial en la capital, haciendo un esfuerzo por conseguir el perfeccionamiento de las actividades en torno a los recursos captados, un estable sostenimiento y una sólida colocación de los fondos depositados.

Al ahondar en el funcionamiento de la Caja de Ahorros de Bogotá se encuentra un sistema simplista. Los administradores cumplían sus funciones sin esperar remuneración alguna y con un deber claro enfocado al bienestar de la población. Sin embargo, para motivar la labor transparente de los administradores, quienes bajo ninguna circunstancia podían disponer de los recursos a su cargo, la Cámara y el Senado optaron por hacer acreedores a ciertas exenciones tributarias a los funcionarios encargados de la institución.

El sistema de la Caja establecía un registro de cada depositante por nombre y apellido y la entrega oficial de una libreta personal seriada, respaldada como documento público por el Gobierno. Dicha libreta contenía los movimientos financieros del depositante y especificaba el tiempo que deseaba que su dinero permaneciera en la Caja4, lo que le aportaba al ahorrador una sensación de titularidad, rentabilidad y disponibilidad de sus ahorros (Martínez, 2000).

Las actividades de la Caja estaban sujetas a ciertos criterios legislativos. Por el lado de la captación, la Caja aceptaba recursos mínimo por 0,2 pesos. También ofrecía intereses a aquellos individuos que depositaran una cifra superior a 2,5 pesos, recibiendo hasta un monto máximo de 1.000 pesos (más allá de esta cifra ningún monto se haría acreedor a intereses) y con una duración no inferior a tres meses en la Caja, con la opción de tener los intereses abonables5 a los depósitos. Los intereses estuvieron alrededor del 3% al 5% anual en los inicios de la Caja, en 1848 en 6,9% y luego entre el 9% y el 10% anual (Sowell, 1993).

Por otra parte, la colocación de los recursos estaba dirigida específicamente a la deuda de la República, a descuentos y a préstamos tanto a particulares como al sector privado. Si el monto a endosar superaba los 1.000 pesos, tal cantidad no podía ser cedida a una sola persona a menos de que se contara con un colateral certificado; "la Caja podía hacer préstamos de hasta dos mil pesos, suma que creció con el tiempo hasta cuatro mil pesos" (Sowell, 1993). Los empréstitos se concedían a una tasa máxima del 1% mensual, correspondiente al 9% anual en promedio (Correa, 2009), para los años en los que se inició la actividad de la Caja y el plazo máximo al que serían emitidos los recursos a un particular no excederían los seis meses, es decir, la entidad solo se prestaría por máximo seis meses. Estas rigideces, junto a la superioridad de la tasa de colocación respecto a la tasa de captación provocaban un bajo estímulo en la solicitud de créditos y no promovían el desarrollo industrial por las dificultades para acceder al financiamiento.

En cuanto a los retiros, la Caja contaba con ciertas limitaciones. Como los depósitos administrados pertenecían al capital de la Caja, los retiros masivos o súbitos podrían perturbar el normal funcionamiento, provocando el deterioro de los fondos conservados autorizados de acuerdo con el estamento. Por tal motivo, los retiros estaban restringidos a 20 pesos diarios. Tal política se sostenía también con la intención de promover la constancia de los depositantes y evitar retiros que mermaran el buen funcionamiento de la institución.

Respecto a las ganancias producidas por la Caja después de gastos, la utilidad neta de cada semestre estaba comprometida a los depositantes y sería adjudicada proporcionalmente al total de depositantes existentes. Estos tendrían dos opciones: capitalizar o recibir los dividendos correspondientes. Cada una de estas medidas intentaba minimizar los riesgos a los que podía estar expuesta la Caja en términos de escasez de fondos e inestabilidad en su funcionamiento; teniendo en cuenta que implícitamente el buen desempeño de la Caja abonaba el terreno hacia un modelo consistente de ahorro para otras cajas provinciales y cantonales.

Conforme a los estatutos consistentes y similares a los puestos en marcha en instituciones de la misma procedencia establecidos en Francia, Inglaterra, España y posteriormente en Caracas, la Caja de Ahorros de Bogotá abrió sus puertas los días domingos, con el patrocinio y respaldo gubernamental de la época y con un manejo basado en la filantropía a favor de la clase de bajos ingresos. El funcionamiento de la institución partió de una iniciativa progresista para la provincia, tras hacerse sentir la necesidad de crear organismos crediticios y captadores de ahorro después de la bancarrota de Landínez.

La Caja de Ahorros sería la institución destinada como depositaria de una parte del trabajo, especialmente de la clase laboriosa de la ciudad. Con cierto entusiasmo, credibilidad y confianza, la entidad puso a disposición sus servicios, tratando de encajar el concepto de ahorro dentro del exiguo lenguaje económico en la población más pobre.

III. COTIDIANIDAD BOGOTANA

El interés por adentrarse en la vida de los bogotanos hacia mediados del siglo XIX, está relacionado con la posibilidad de observar el comportamiento de ellos respecto a sus tendencias de consumo, sus necesidades y sus diversas actividades.

Antes de 1848, Bogotá contaba con poca población, como resultado principalmente de las epidemias de viruela generalizadas en todo el país. Para 1851, la población ascendía a 40.833 habitantes y para 1859 esta se había reducido a 31.701 (Mejía, 2000). Sin embargo, las cifras se mantienen en un arduo debate debido a que los censos de la época resultan poco creíbles. Esta situación es discutida fundamentalmente por los relatos de viajeros (Mejía, 2000), que contemplaban a la ciudad atiborrada de gente en las calles y en las plazas de mercado. La probable disminución fue producto de nuevas técnicas de censo ordenadas por la Ley del 1º de abril de 18586, que designaba una división por círculos en cada distrito y que fue irrumpida por la guerra civil desatada en 1859. Aún así se tiende a inferir que la ciudad perdió poder demográfico (Mejía, 2000). La ciudad estaba constituida mayoritariamente por emigrantes de diversas regiones del país, que veían en Bogotá una gran oportunidad de progreso (Iriarte, 1988). Aunque en aquel entonces la industria era incipiente, las obras de construcción, el arreglo de caminos y la fundación de establecimientos de crédito, como la Caja de Ahorros y patronatos de beneficencia, atraían a ciudadanos y campesinos de otras partes del país.

El comercio de Bogotá en estos años estaba constituido principalmente por un gran número de zapaterías, pulperías, carpinterías y relojerías. Otros negocios más escasos eran los de encuadernación, joyería y algunas actividades con poca especialización, específicamente trabajos de manufactura. Las actividades comerciales de la ciudad eran incipientes, debido a la carencia de caminos que obstaculizaban el tráfico de mercancías y —según Peralta (1988)— a la no "eliminación de la hegemonía social del latifundio y del monasterio" desde 1840. Aún así, las casas de comercio, las iniciativas en cuanto a mercados cubiertos (que reubicaron los toldos de las plazas a un sitio cerrado) y la división y organización de las plazas de mercado fueron representativas. Algunos santafereños se empleaban en la incipiente industria, especialmente en las fábricas de loza, jabón y tejidos ubicadas en la ciudad. Algunos ciudadanos eran artesanos y los demás se dedicaban a trabajar en el sector de servicios (desempeñaban oficios como panaderos, pendolistas, peluqueros, entre otros).

Por otro lado, las características cotidianas del entorno capitalino se mantenían igual a los siglos anteriores. Las viviendas de Bogotá guardaron su legado colonial y se diferenciaban, principalmente, de acuerdo con el ingreso. La construcción y el diseño de las casas dependían mayoritariamente de la clase social. En la élite, materiales como el vidrio, el ladrillo, piso diferente al natural y la teja eran infaltables en las edificaciones; mientras que en las clases menos favorecidas, el levantamiento de las viviendas se hacía con materiales netamente naturales como el barro, el adobe y el bareque sobre piso natural.

En cuanto al diseño, las residencias de las clases más favorecidas contaban con un gran zaguán, la cocina, una sola puerta y las respectivas habitaciones, la mayoría no superaba los dos pisos. En su interior, contaban con habitaciones amobladas con cama, colchones y adornadas con cristalería y porcelana, en la cocina las vajillas de plata y los utensilios necesarios eran comunes, la sala constituía uno de los espacios decorados con elementos exóticos aunque escasos del legado europeo (Carvajal, 1996).

Para los jornaleros y trabajadores no pertenecientes a la élite, la exigencia respecto al diseño era mínima, su interés radicaba en resguardarse del frío. En el interior de sus residencias las habitaciones tenían escasos colchones, una que otra almohada, las camas en la gran mayoría eran reemplazadas por hamacas y esteras, los utensilios de cocina eran trastos de barro y algunos elementos precarios y no existía decoración alguna.

Aquellos ciudadanos que no contaban con una residencia propia, que eran la gran mayoría, pagaban alquileres por una habitación en las tiendas de la ciudad. Estos cuartos eran generalmente húmedos, de ocho a diez varas cuadradas, con frágiles condiciones y hacinamiento (de cuatro a cinco personas por habitación) y llegaban a costar entre 10 y 25 pesos mensuales (Mejía, 2000).

En cuanto al núcleo familiar bogotano, este se encontraba constituido frecuentemente por matrimonios jóvenes; la esposa, el marido y tres niños formaban tradicionalmente los hogares bogotanos. Las familias solían llevar una vida tranquila, tenue y para algunos un tanto aburrida. El hombre de la casa se dedicaba a trabajar no más de ocho horas diarias, si eran funcionarios públicos no más de seis horas, y los artesanos y jornaleros trabajaban de seis a seis (Cordovez, 1978). Durante el día aprovechan para almorzar en su casa y en sus ratos libres se dedicaban a la tertulia en las chicherías o pulperías de la ciudad.

Otra era la cotidianidad de la mujer en el hogar bogotano. Si la mujer pertenecía a la clase alta, sus días se repartían entre la iglesia hasta casi el medio día, atender a su esposo a la hora del almuerzo, supervisar la servidumbre y usualmente dejaban a cargo de tutores a los niños para así dedicarse a labores de pintura, bordados y costura el resto del día. En el caso de las mujeres más humildes, estas formaban parte del mercado laboral con trabajos no calificados como sirvientas, lavanderas y planchadoras y dedicaban el resto de su tiempo a actividades de hogar y al cuidado de los niños (Cordovez, 1937).

Las familias bogotanas tenían muy pocas actividades lúdicas; sin embargo, era común que todas las familias realizaran paseos a las afueras de la ciudad durante los fines de semana o tertulias a puerta cerrada con los familiares y amigos. En aquel momento no existían diversiones como juegos de azar o teatro. La actividad infaltable en la cotidianidad familiar era la oración y el rezo constante. En general, las familias llevaban una vida tranquila, excepto en épocas afectadas por los conflictos civiles o guerras.

Los hábitos convencionales de la población santafereña incluían la asistencia a misa, desayuno, almuerzo y comida y meriendas entre las comidas. El desayuno estaba compuesto por chocolate, pan, queso y pastelitos, o en ocasiones, con caldo de manteca, cebolla y sal; el almuerzo contaba con arroz, carnes variadas (de res, cordero o pollo), papa, plátano, arracacha, yuca y tomates, y en la cena solían servir ajiaco y arroz seco, cada una de las comidas acompañada por el chocolate o el agua de panela (Carvajal, 1996). Todo este menú era el común denominador de la población con ingresos medios y altos. La comida para los más pobres difería con las demás clases en que no contaba con grandes porciones de carnes y se apegaban a las antiguas tradiciones bajo las cuales se tomaba agua con panela y yerbas y caldos insípidos. Estas familias acostumbraban a tomar chicha durante varios momentos del día, lo que era considerada una causa del alto índice de mortalidad por las malas condiciones sanitarias en las que se elaboraba.

Con relación al vestido usado por los pobladores de la capital: las mujeres se diferenciaban de acuerdo con el ingreso únicamente por los zapatos, pues las de clases más bajas en ocasiones no los usaban. Para el caso de los hombres, la prenda infaltable era el sombrero tanto en las clases altas como en las clases bajas, en estas últimas el sombrero de paja era representativo. Su ropa tradicional cambiaba únicamente los domingos, día en que las familias daban su tradicional paseo familiar. En esta época, los gastos del hogar en regalos eran pequeños, puesto que tradicionalmente eran producto de los juegos decembrinos y, por tanto, el gasto en ropa era mayor. Uno de los cambios quizá más notables en los acostumbrados trajes de la población se generó a mediados de los años cincuenta, cuando la moda europea se tomó la ciudad e influenció la habitual vestimenta, debido a que los habitantes con mayores ingresos habían comenzado a traer ropa desde el otro continente. Los bogotanos de mayores ingresos comenzaron a usar prendas de lino y de otras telas importadas. Los artesanos fieles a las manufacturas nacionales, vestían ruanas de colores, tejidos y sombreros.

En cuanto al origen del sustento de los hogares bogotanos, era el hombre el encargado de dicha responsabilidad; no obstante, en los hogares con bajos ingresos la mujer salía a trabajar en labores de servidumbre. Muchos de los capitalinos obtenían su ingreso a partir de desempeñar oficios en el sector de servicios, otros tantos empleados en las industrias de la ciudad y un fragmento de la población recibía su sustento de los oficios gubernamentales. A inicios de 1840, aquellos que contaban con educación superior fueron, en muchos casos, subempleados en oficios de reparación de caminos y en labores ajenas a su profesión, debido a la escasez de trabajo que produjo la guerra de 1839. Solo hasta 1850, la fundación de entidades gubernamentales amplió el campo de acción de estos profesionales y, por tanto, el sector público se convirtió en creador neto de empleo para los pobladores en general.

Con relación al salario devengado por el jefe del hogar, considerado "gran jefe de la familia, a quien todos debían responder y que representaba la fortaleza económica, intelectual y moral" (García, 2010). Por ejemplo, en 1848 aquellos hombres que se empleaban en oficios de baja calificación (peones, porteros, barrenderos) ganaban entre 5 y 20 pesos mensuales7, mientras que los empleados en trabajos con un mayor grado de calificación, como profesores e ingenieros, devengaban alrededor de 80 y 120 pesos mensuales. Igualmente, es importante resaltar que los salarios, en particular los públicos, mostraron cierta rigidez durante todo el siglo (Urrutia, 2010). Con tales cifras, no es extraño notar una gran diferenciación salarial, resultado de las diferencias existentes en el grado de capacitación laboral de los habitantes. Esa disimilitud pudo marcar los contrastes anotados en cuanto al tipo de vivienda y alimentos de la clase élite y la clase menos favorecida de la ciudad.

Es así como los diversos ámbitos de la vida bogotana presuponen una sociedad diferenciada económicamente, rutinaria, sencilla y probablemente afectada por los problemas políticos y de orden público circunstancialmente presentados en todo el país, con un legado colonial indiscutible y con la relevancia del género masculino dentro del núcleo familiar como sustento económico.

IV. DINÁMICA DE LA CAJA DE AHORROS

La Caja de Ahorros de Bogotá conquistó la confianza de los capitalinos pese a la incertidumbre que había provocado la reciente quiebra de la compañía de "Giro y Descuento" de Judas Tadeo Landínez como institución captadora de recursos. La actividad de la Caja, aunque incipiente en el primer año, logró registrar depósitos superiores a los 10.000 pesos (véase Cuadro 1). Para entonces, los periódicos bogotanos citaban, aunque con poco optimismo, el repentino crecimiento en los depósitos que se podría obtener en el establecimiento en los años posteriores.

Para 1848-1849, cuando los depósitos anuales ascendieron a más de 57.000 pesos, los rumores relacionados con la transformación de la Caja de Ahorros en un banco y su función como emisor de billetes, se extendieron entre el público. Sin embargo, la oposición a este tipo de ideas no se hizo esperar, al subrayarse la incapacidad de la ciudad para proveer una dinámica económica sólida, que le permitiera dar a la Caja un segundo paso hacia ese esquivo modelo de banca en Colombia. La idea de crear un banco se aceptaba solo si este se conformaba como una entidad aislada a la Caja.

Entre 1849-1850, la cifra de depósitos captados se había elevado a más de 95.000 pesos. En estos años, la Caja sufrió una restructuración en su dirección y su manejo fue definido de tipo mixto; lo que significaba que los administradores eran nombrados por un término de dos años por la asamblea de depositantes, por la Junta General de Administradores y por el gobernador de la provincia (Arango, 1981). La restructuración contribuyó a seguir fortaleciendo la confianza de los capitalinos en el instituto y a seguir integrando a los mismos al sistema de ahorro y al papel de ahorrador, surtiendo efecto en la cantidad de dinero depositado.

Solo hasta 1851, la Caja de Ahorros logró alcanzar un monto de recaudo de 100.000 pesos, lo cual —según Gutiérrez (2007)— era irrisorio teniendo en cuenta que era la única institución financiera existente en la ciudad. Por lo anterior y aunque se reconocía a los ahorradores un interés que oscilaba entre el 3% y el 5% anual (Sowell, 1993), fue arduo para el establecimiento llegar a tal cifra. Con relación a 1853-1854, los depósitos totales cayeron ligeramente, como se observa en el Gráfico 1, años en los cuales simultáneamente el número de retiros se incrementó (véase Gráfico 2). Tal como lo registró el diario "El Porvenir":

Fuertes retiros hubo en los doce meses, por las justas desconfianzas que inspiraban el vandalismo de los regeneradores del 17 de abril (los disturbios del 17 de abril de 1854 que provocaron enfrentamientos civiles generados por el inminente golpe al gobierno de Melo) y luego por la necesidad de aplicar a la subsistencia el fruto de las economías paulatinamente acumuladas. El crédito del establecimiento salió, no obstante, salvo de esta penosa crisis8.

Hacia 1854-1855 se presentó una caída en los depósitos del establecimiento a nivel total y a nivel individual (véase Cuadro 1), conforme a la tendencia que se venía presentando. De igual forma, el número de retiros para 1855 alcanzaba ya los 700 (véase Gráfico 2). En estos años empieza a generarse un síndrome de desconfianza sobre la Caja, fundado en la quiebra y mal manejo de la Caja provincial de Cartagena, a la cual se le había concedido la facultad de emitir billetes —para esta caja provincial fue una medida equivocada, pues se carecía de respaldo en la emisión—. Sumado a la quiebra de la Caja provincial cartagenera, la búsqueda de la junta administradora por encontrar destino a la colocación de los fondos provocó desconfianza en el manejo de la institución, cuestión que pudo desatar el descenso en los depósitos.

En los años subsiguientes la tendencia fue progresiva, la Caja de Ahorros experimentó hasta mediados de 1860 crecimientos continuos en el total de los depósitos y en el número de depositantes y logró captar aproximadamente 120 pesos por persona. Con el fin de mantener a buen término todo el funcionamiento de la Caja, desde 1852 el Senado de la República concedió varias exenciones a las cajas de ahorro y continuó respaldando su actividad. Tal motivación se vio reflejada en las operaciones de la Caja que hasta el primer semestre de 1860 registraba más de 200.000 pesos en depósitos y una disminución significativa del número de retiros (véase Gráfico 2), incluso después de haber superado los conflictos civiles de 1854.

Para los años en que la Caja estaba comenzando a consolidarse (1849-1851), el total de los depósitos anuales era cercano al 5% de los ingresos del Estado central en esos años; mientras que durante los años de mayor éxito (1858-1859), la Caja logró reunir en sus depósitos cerca del 11% de los ingresos del Gobierno Nacional (rentas totales nacionales), cifra nada despreciable y que muestra la importancia que estaba adquiriendo esta institución como captadora de recursos9.

A partir del segundo semestre de 1860 e inicios de 1861, el desempeño de la Caja se viene abajo. Después de lograr una captación de recursos por más de 200.000 pesos, estos descendieron casi hasta 145.000. La guerra desatada en estos años10 contribuyó a minar la confianza de los ahorradores provocando retiros masivos. Sin embargo, no se tiene registro alguno del monto de depósitos o retiros en los años posteriores. Lo que sí está claro, es que la institución comenzó a tener fallos en la administración, divulgación y publicación de los recursos que captaba una vez terminó la guerra.

Para 1863, el periódico "La Opinión" atribuía el desmejoramiento de la Caja de Ahorros de Bogotá a la revolución de 1861 y a la ambición desmedida por obtener intereses más altos al colocar el dinero de la Caja en títulos de deuda. Para la fecha, no existía claridad acerca del capital que manejaba la Caja, cuánto capital pertenecía a billetes, a vales o cupones sobre el tesoro y se desconocía el destino de los documentos de crédito11. La preocupación se acrecentaba, pues gran parte de los recursos pertenecían a la población pobre, trabajadores, viudas y huérfanos, y el capital formaba parte de los recursos con los que contaban los pequeños empresarios para hacer funcionar su actividad industrial12.

En 1865, la Caja de Ahorros de Bogotá no se asemejaba a lo que en algún momento se había alcanzado a conocer. La Caja dejó de ser considerada próspera y benéfica para las clases más laboriosas y, al mismo tiempo, descuidó sus constantes intentos por inculcar el hábito del ahorro y contribuir en el progreso de la población. El decaimiento de la institución, adjudicado a los disturbios de 1861, al descuido estatal y a la colocación indebida (por la fuerte depreciación de los bonos gubernamentales) de muchos recursos en la deuda pública, llamó la atención del Ejecutivo al hacer clara su intención de recuperar el estado de prosperidad de la Caja, haciéndose cargo de los gastos y atra- sos de la misma tras los disturbios ocurridos13. No obstante, la bancarrota de la Caja ya había sido expuesta, en agosto del mismo año, en los medios de comunicación14.

Finalmente, las diversas opiniones sobre el beneficio del instituto en cuanto a sus funciones bancarias, su lucha contra la usura y los beneficios de tipo moral (Sowell, 1993) terminaron por generar incertidumbre respecto a la devolución de los dineros y, a su vez, provocaron desconocimiento y desconfianza del verdadero destino de los recursos y una gran apatía al manejo de este tipo de institución. Sin embargo, fue considerado un primer paso para que en 1871 se estableciera firmemente el primer banco en la capital, el Banco de Bogotá.

V. CARACTERÍSTICAS DE LOS AHORRADORES

La Caja de Ahorros se mantenía firme en promover la cultura ahorrativa entre los trabajadores de la ciudad, especialmente entre artesanos y jornaleros. El fuerte de los ahorradores para 1847 "se concentraba en los sectores oficial, eclesiástico, mercantil y femenino" (Arango, 1981). Dos años más tarde de su creación, el periódico "El Siglo" hacía mención de la composición de los depositantes del establecimiento, casi en la totalidad "empleados, médicos, abogados, comerciantes, clérigos y hacendados, y uno que otro artesano, alguna aplanchadora y tal vez cocinera"15.

En esta forma, la clientela de la Caja de Ahorros surgía como otro elemento importante de análisis, puesto que se deseaba promover la cultura del ahorro en las clases más desfavorecidas y se encontraba para entonces cierta divergencia al respecto. Al profundizar en el tipo de depositantes categorizados propiamente por la Caja, se obtiene una larga lista de los oficios predominantes para la época en Bogotá. Al ahondar en el análisis se pueden establecer cinco clasificaciones: los trabajadores calificados, los trabajadores medianamente calificados, los trabajadores no calificados, los militares y la población económicamente inactiva (PEI) —aquella que recibe ingresos sin actividad laboral alguna—. A partir de estas se infiere el promedio de los depósitos hechos por cada persona según su capacidad laboral.

La configuración de los grupos sociales hecha a través del nivel de capacitación laboral deja entrever que para el período 1846-1859, dentro del grupo de los trabajadores con mayor calificación, los abogados, empleados y médicos son los más representativos. Los abogados repuntan con un promedio individual superior a 210 pesos (véase Cuadro 2). Su notoriedad puede radicar en la influencia de su oficio en cuestiones políticas, sociales y económicas en la época que le permitían hacerse acreedor a un mejor ingreso. Además, llama la atención que los directores de colegio son los menos integrados al sistema de ahorro respecto al resto de su grupo, situación que se mantuvo para los años observados.

Por otro lado, al observar aquellas labores o actividades que requieren un nivel de capacitación medio, se percibe que los impresores y los comerciantes encabezan la lista de ahorradores con promedios totales que oscilan entre los 1.000 y 4.000 pesos, respectivamente; seguidos por las costureras y los dependientes. A nivel per cápita, los comerciantes, relojeros y dependientes son representativos con un promedio de entre 140 y 200 pesos durante los años de existencia de la Caja (véase Cuadro 3).

Cabe resaltar que los comerciantes sobresalen por su promedio a nivel per cápita, a nivel total y respecto al número promedio de depositantes. Esta tendencia pudo deberse a que los comerciantes gozaron de una época próspera a mediados del siglo, tras el triunfo del liberalismo y las reformas anticoloniales de la época en tres grandes sectores: el agrario, el fiscal y el estatal (Peralta, 1988). Estas reformas permitieron la ampliación del comercio vía incremento de la oferta agrícola y generaron el florecimiento de la actividad comercial, hasta tal punto que para 1866 la ciudad ya contaba con 153 comerciantes16, cuestión que permite inferir un margen significativo de ahorro, tal como se evidencia.

Asimismo, al considerar aquellos oficios con poco nivel de calificación, se evidencia que en este grupo son los agricultores, las sirvientas y los sirvientes los que consignaron, en promedio, entre 1.000 y 3.000 pesos (véase Cuadro 4). Si se observa el promedio per cápita, resultan relevantes los indígenas, las botilleras17, los agricultores y las aplanchadoras con un promedio de 176, 145, 117 y 64 pesos, respectivamente. Esto mostraría que incluso sobre las personas dedicadas a actividades sin mayor especialización el concepto de ahorro logró asimilarse. Una de las razones para que esto se diera fue, por ejemplo, que los trabajadores domésticos (sirvientas y sirvientes) recibían en sus sitios de trabajo alimentación y vestuario (y en ocasiones vivían en sus sitios de trabajo) (Martínez, 2000) y al contar con estos suministros, la posibilidad de ahorrar era mayor.

Otro grupo de la población bogotana eran aquellos que no se dedicaban a un trabajo particular. Es decir, parte de la población recibía ingresos que no provenían de un salario laboral sino a través de rentas, herencias, etc. Esta población se podría clasificar como la población económicamente inactiva (PEI) y en ella se agruparían las viudas, las solteras, los eclesiásticos, las casadas, los menores y los estudiantes. Estos últimos eran un grupo relevante dentro del promedio de depósitos, más aún si se tiene en cuenta que en Bogotá, a diferencia de las cajas de ahorro en Europa en donde se establecieron cajas escolares ligadas a las cajas de ahorro, no se proporcionaba en las escuelas conocimiento relacionado con este hábito.

La colocación de recursos de la PEI muestra un predominio claro del género femenino. Las mujeres dentro de este grupo depositaban, en promedio, entre 7.000 y 20.000 pesos y tenían depósitos per cápita de más de 100 pesos anuales (véase Cuadro 5). Es probable que la relevancia de las mujeres pueda estar relacionada a la gran actividad en el núcleo familiar, puesto que como mujer podría tener una noción más explícita y clara del concepto de previsión para la familia. Como asegura Soto (1999): "La mujer tenía un gran número de restricciones en cuanto a su actuar social y moral, al mismo tiempo que tenía el cometido más arduo: perpetuar a la familia como su unidad básica de la sociedad", y es esta obligación la que pudo haber generado una visión más clara sobre la noción de ahorro para mejorar las condiciones del núcleo familiar. En general, las mujeres se destacan por ahorrar importantes cantidades de dinero en la Caja.

Por otro lado, los militares forman parte de un grupo especial, pues su labor era altamente representativa por el gran número de conflictos de la época que afectaban el orden nacional. Sus actividades fueron intensas teniendo en cuenta las guerras desatadas durante el siglo y, en particular, durante el período de funcionamiento de la Caja (la Guerra de los Supremos (1839-1841), el golpe de Melo en 1854 y la guerra de 1860). Desde el inicio de la Caja, los militares aportaron al fondo de ahorro, en promedio, 63 pesos per cápita (véase Cuadro 6) y en depósitos totales alrededor de 885 pesos, en promedio.

Al entrar en detalle, se observa que el número de depositantes militares estuvo en ascenso hasta 1852 con 19 militares y luego se estabilizó alrededor de los 13 y 15, siendo un número no muy significativo para ser una profesión altamente reconocida socialmente (véase Gráfico 3). Sin embargo, al no tener certeza del rango militar de los depositantes en las fuerzas militares (de acuerdo con el cual dependía su ingreso), ni algún indicio del número de militares con residencia en Bogotá, es poco lo que se puede concluir acerca de su ahorro. Incluso, podrían haber sido militares que recibían una pensión constante de la cual alguna suma se dedicaba a un fin netamente preventivo y por eso se decidía por depositarla en la Caja.

Por otra parte, si se observa la participación de cada uno de los grupos dentro del total de clientes de la institución, se obtiene un predominio de la población económicamente inactiva con una participación superior al 50% del total de los clientes. Esto significa que los aportes más relevantes provenían de lo que podría denominarse ahorro familiar (de tipo previsivo, principalmente) en su mayoría de mujeres y menores, siendo importantes sus ahorros en la sostenibilidad de la Caja.

En segundo lugar, estarían los trabajadores no calificados con 15,7% y los trabajadores medianamente calificados con 14,5%. Sin embargo, aunque su participación no fue tan significativa dentro del total, este porcentaje parecería indicar que la idea de ahorro sí fue capturada por una porción de la población capitalina perteneciente a estos grupos económicos, aunque su trascendencia no fue la esperada.

Por último, los trabajadores calificados solo participaron en un 10% respecto al total (véase Cuadro 7), cuestión previsible si se tiene en cuenta que el objetivo de la Caja de Ahorros al promover esta figura económica iba más dirigida a las clases laboriosas y pobres que a aquellas con mayores recursos. Este grupo debió utilizar los excedentes de sus ingresos en otras inversiones que demandaban mayor cantidad de recursos (lo que era imposible para las clases trabajadoras) y que estaban relacionadas con agricultura, industrias u obras públicas. Estas inversiones podían generar mayor rentabilidad aunque a un plazo más largo. Otra posibilidad es que hubieran preferido mantener las inversiones en censos de la Iglesia, a la que fácilmente podían acceder y que estaban completamente cerradas para las clases trabajadores; todo esto en su intento por diferenciarse de estas en su manejo del dinero. Así, el ahorro en este tipo de institución incipiente no era una prioridad.

La participación por oficios (véanse Cuadros 8 y 9) deja entrever que dentro de los oficios representativos en la actividad de la Caja de Ahorros fueron los abogados, comerciantes y empleados los que sostuvieron participaciones por encima del 3% durante todo el período analizado. En adición, los establecimientos públicos en los primeros años se destacaron con niveles entre el 4% y 8%, pero su tendencia cayó después del golpe de Estado dado al general Melo en 1854. Empleados domésticos, como sirvientes y cocineros, solo participaron con niveles inferiores al 2%, participación pequeña y aunque constante, no significaba un gran aporte a la actividad de la clientela de la Caja.

De manera general, las viudas, casadas y solteras se mantuvieron firmes con participaciones que oscilaban entre el 6%, 9% y 16%, respectivamente. Por su parte, los menores fueron los de mayor participación dentro de toda la muestra con un promedio del 18% en los años observados. Este grupo solo tuvo un retroceso en los años posteriores al conflicto de 1854 (véase Cuadro 9).

Sumado a lo anterior, se observa que los eclesiásticos se caracterizaron por realizar grandes depósitos en términos per cápita, pero no eran representativos dentro del total porque las grandes cantidades de dinero eran aportadas por un número mínimo de personas. Por su parte, los médicos comenzaron con una gran dinámica los primeros años de la Caja, pero fueron perdiendo este ritmo con el paso de los años al registrar pequeñas participaciones dentro de la institución respecto al número de personas que depositaban allí sus reservas (véase Cuadro 8).

De 1852 a 1859 la situación no cambió sustancialmente. Los abogados, menores, estudiantes, solteras, viudas y casadas siguieron registrando niveles altos de participación. Otro es el caso de las costureras, quienes siempre mantuvieron un aporte constante (el número de mujeres de este oficio que depositaban se mantuvo en el tiempo) pero pequeño desde la apertura de la Caja. Por otro lado, los empleados se destacaron en estos años por ser parte significativa del total de depositantes, aunque tuvieron una ligera disminución en su participación desde 1852, comparada con la que inicialmente se registró a comienzos de 1846. Al final, lograron recuperar su participación con niveles por encima del 4% hacia finales de los años cincuenta (véase Cuadro 9).

Por otra parte, al entrar en mayor detalle respecto a los clientes de la Caja, se observa que las mujeres, en especial las viudas, casadas y solteras, ejercieron en mayor medida la práctica del ahorro respecto al resto de mujeres trabajadoras y sobre gran parte de la clientela de la Caja. Las sumas de dinero depositadas son relevantes, si se tiene en cuenta que estas no se dedicaban a ningún oficio en particular. Parte del comportamiento activo de las mujeres al mantener grandes ahorros en la institución, puede estar sustentado en el tipo de ideas introducidas en la época respecto a sus labores, responsabilidades y oficios a los que debía dedicarse. García (2010, p. 3) manifiesta que sobre la base de los manuales de la época escritos por mujeres como Josefa Acevedo y Gómez, las labores de la mujer ideal de sociedad se reducían al manejo del hogar y al manejo adecuado y acorde a los valores de la economía. Un ama de casa que ejercía su labor correctamente, lo hacía cuando encontraba en cada gasto la forma de economizar y ahorrar para el futuro. Así, si este traía imprevistos graves, estos podrían ser solucionados por la labor diestra del ama de casa.

Durante todo el período las solteras cobraron preeminencia dentro del grupo por ser las más ahorradoras. Ellas sostuvieron una tendencia creciente en sus depósitos, hasta alcanzar en los últimos años cifras cercanas a los 60.000 pesos en el total de depósitos (véase Gráfico 4). Las mujeres casadas y viudas tuvieron un ritmo similar durante los años analizados. Las casadas se caracterizaron por ahorrar desde el primer semestre de funcionamiento de la Caja, con una cifra mayor a los 300 pesos como depósito total (véase Cuadro 10), mientras que las viudas comenzaron su proceso de ahorro un poco más adelante. Tanto casadas como viudas mantuvieron durante estos años una propensión al ahorro creciente, que solo se vio levemente aminorado luego del conflicto de 1854 (véase Cuadro 11).

La explicación a la alta participación de las viudas dentro de los depósitos totales puede deberse a que muchas de ellas habían sido esposas de militares, a quienes el Gobierno les garantizó un aporte mensual de acuerdo con el grado militar que su respectivo esposo hubiese desempeñado. Además, parte de este grupo de viudas fueron esposas de grandes comerciantes de la ciudad, que al morir le heredaban sus establecimientos comerciales. Esto les pudo haber asegurado una suma de dinero permanente que alcanzaba no solo para satisfacer sus necesidades, sino que también podía ser sujeto de toda clase de decisiones en términos económicos, como por ejemplo el ahorro. Igualmente, estas mujeres no estarían interesadas en utilizar este excedente en nuevas inversiones que implicaran trabajo, desgaste y tiempo (como las inversiones en agricultura, la industria o en obras del Estado) y preferían utilizarlo de una manera segura y rentable, pero que no implicara mucho tiempo de dedicación.

Con relación a las casadas, su interés en el ahorro puede ser contemplado desde el lado meramente familiar para hacer frente a situaciones difíciles, dado su importancia en el mantenimiento y favorecimiento de su núcleo familiar. Respecto a las mujeres solteras, sus elevados niveles de ahorro probablemente fueron pensados para el pago de la dote o para un uso posterior en sus matrimonios.

Sumado a lo anterior, debe tenerse en cuenta que la educación en las mujeres era casi nula y nada profunda más allá de las labores desempeñadas en el hogar, y por tanto, no influía sobre un entendimiento claro del concepto de ahorro. No obstante, García (2010, p. 11) es categórica al afirmar que "era considerado deber de la mujer, que se pensaba tenía cierta disposición natural al orden y las labores domésticas, ahorrar en toda ocasión". Al apoyarse en Pascual de San Juan (1873), se ratifica que "en todas las situaciones de la vida la mujer necesita ser económica y previsora", lo que indiscutiblemente se convierte en una de las razones más fuertes del por qué las mujeres ahorraron grandes montos de dinero en la Caja de Ahorros de Bogotá. Así, para la época "resultaba un ser ideal a la hora de ahorro y gasto necesario, mucho más que el mismo hombre" (García, 2010), lo que permitió en últimas asimilar claramente el concepto.

Por otra parte, si se considera el grupo de mujeres según su estado civil junto a aquellas mujeres que realizaban algunos trabajos, en su gran mayoría de baja remuneración (actrices, aplanchadoras, botilleras, cocineras, costureras, lavanderas, pulperas, sirvientas y vivanderas18), se aprecia a la mujer como uno de los principales agentes de ahorro de la Caja. Su participación, aunque incipiente en los inicios del establecimiento, fue tomando fuerza en el transcurso de los años, de forma tal, que después de 1856 tenían una participación cercana al 50% (véase Gráfico 5) en los depósitos totales de la entidad, lo que deja entrever su influencia en el sostenimiento de la institución. Esto mostraría que las mujeres constituían una gran porción de la clientela de la Caja.

La población indígena, proveniente de sitios cercanos a la capital, también formó parte de los clientes de la Caja de Ahorros. Estos individuos se caracterizaron por tener depósitos con cierta variabilidad en algunos períodos (véase Gráfico 6), y su ahorro, aunque incipiente en los inicios de la Caja, fue recobrando importancia en el transcurso del tiempo con niveles depositados superiores a los 600 pesos per cápita en 1851-1852. En estos años comenzó la disolución de los resguardos indígenas en zonas aledañas a la capital. Esto les pudo proporcionar cierta cantidad de recursos (mayores a sus ingresos mensuales) como resultado de la división y posterior venta de su pedazo de tierra a algún hacendado. A partir de este período, sus depósitos individuales cayeron bruscamente hacia 1853. Después de la guerra, sus depósitos siguieron descendiendo y solo hasta 1856 volvieron a repuntar con montos superiores a 200 pesos. De ahí en adelante sus ahorros decrecieron con niveles muy cercanos a cero para 1858-1859.

Es importante mencionar que la población indígena formaba parte de un grupo de residentes en la capital dedicado a trabajar en labores domésticas y a ofrecer los productos traídos de cercanías de la ciudad al mercado capitalino, y por tal razón, la gran mayoría de los que residían en la capital eran considerados un segmento de los habitantes pobres y mendigos. La mayoría habitaba en los alrededores de Bogotá y otros en alojamientos nada lujosos de la ciudad.

Con relación al clero, su participación vía depósitos fue alta hacia finales de los años cincuenta, cuando alcanzó niveles superiores a los 7.000 pesos en depósitos totales (véase Gráfico 7). No obstante, en el primer semestre de inaugurada la Caja, no se tiene registro alguno de su intención por depositar. Hacia 1847 sus depósitos tampoco constituían una gran porción de los depósitos totales. Esta situación pudo ser alentada por la arremetida del primer gobierno de Mosquera contra el poder eclesiástico, al poner en discusión proyectos que dinamizarían la economía y que influirían sobre la preponderancia de la Iglesia (Cándelo, 2002). Con el apoyo de Florentino González, miembro activo de la junta administradora de la Caja, los proyectos fueron presentados a las cámaras.

En 1849, Mosquera propone que "el Gobierno se limite a dotar al clero" (Cándelo, 2002), época en la cual los depósitos se incrementan por encima de 1.000 pesos. Después de ese pronunciamiento, la disputa entre el Estado y la Iglesia tiende a intensificarse tras la llegada al poder de José Hilario López, quien retomó la reforma a la Iglesia haciendo que los depósitos volvieran a caer. La incertidumbre acerca de lo que pasaría con el predominio de la Iglesia pudo provocar tal comportamiento. Debe recordarse que el prestigio e influencia de la Iglesia, también se debía a que esta institución tenía adjudicados varios establecimientos comerciales y era uno de los mayores dueños de la finca raíz de la ciudad.

Después de 1853 se observa una tendencia creciente a ahorrar por parte de este grupo. Esa conducta pudo estar influenciada porque desde este año, la Iglesia y el Estado rompieron toda relación (se pone fin a la Ley del Patronato) y al mismo tiempo la institución se alió al Partido Conservador, cuestión que pudo influenciar para que el clero se sintiera más confiado en la defensa de sus intereses.

A pesar de que no se tienen datos después de 1859, es probable que la tendencia creciente de ahorro haya sufrido un revés cuando en 1861 se estableció la Ley de Manos Muertas, que permitió que todos los bienes de la Iglesia pasaran a manos del Estado (Cely, 2007; Jaramillo y Meisel, 2010). A su vez, se suprimieron los beneficios otorgados por el Gobierno y se obligó a los sacerdotes a presentar un juramento de fidelidad para poder ejercer sus actividades. Con todas estas reformas se coartó la participación de la Iglesia y su estabilidad económica pudo haberse afectado, haciendo que sus ingresos, y por tanto sus ahorros, se redujeran.

En definitiva, las estadísticas muestran que la población capitalina perteneciente a la PEI, incorporó más fielmente el concepto de ahorro en su cotidianidad y contribuyó notoriamente al sostenimiento de la Caja con una alta participación de los depósitos totales. También se demostró una alta intervención de las mujeres al alcanzar una participación mayoritaria en el establecimiento, seguidas de individuos pertenecientes a los grupos de mediana y baja calificación, y en el último lugar se encontró a la población con mayores ingresos, quienes se rezagaron dentro de la actividad de la institución.

VI. ANÁLISIS DE LOS PATRONES DE AHORRO POR EL MÉTODO DE CLUSTERS

Al aplicar un análisis multivariado se busca observar algún patrón de ahorro en los grupos ya discriminados (trabajadores calificados, trabajadores medianamente calificados, trabajadores no calificados, militares y población económicamente inactiva) o en algunos de los individuos partícipes en la dinámica de la Caja de Ahorros. Al utilizar la técnica de clusters (y dentro de ella se escogió el método de Ward por generar una pérdida de información mínima, proporcionar resultados consistentes y por ser el que mejor responde al tipo de información recopilada), los resultados tienden a asemejarse a los anteriormente expuestos. Esta herramienta estadística sirve para corroborar lo que se infería inicialmente de las estadísticas descriptivas presentadas previamente.

Al usar el método de Ward y realizar un dendograma por promedios, se obtiene que cuatro años más tarde a la creación de la Caja de Ahorros, tiempo prudencial para realizar una medición del comportamiento común de los individuos respecto a sus ahorros en la institución, hay una similitud en los ahorros de la gran mayoría de los trabajadores con mediana y baja calificación (cluster 1). Sorprendentemente, algunos trabajadores calificados (arquitectos, médicos y profesores) tienen semejanzas con el patrón de ahorro de las clases trabajadoras (véase Gráfico 8).

En segundo lugar, se observa que hay un grupo conformado por los abogados, empleados y comerciantes (cluster 2) que muestran patrones de ahorro similar. Los abogados siempre mantuvieron depósitos altos en la Caja y se caracterizaron por su influencia en la sociedad capitalina en todo tipo de asuntos. Los abogados son considerados individuos característicos dentro de los pocos oficios calificados de la época y su peso dentro del mercado laboral aumentó año tras año. Así, para 1858, la ciudad solo contaba con 1519 abogados, mientras que para 1866 el número ya ascendía a 6420 y para 1886 el total era de 11521 abogados. Este incremento en el número total de abogados en la capital podría explicar su aumento en los depósitos totales. Los empleados recibían para entonces ingresos estables, pues la gran mayoría devengaba sus ingresos del sector público. Finalmente, los comerciantes se caracterizaron por ser un número reducido en la capital y por contar con grandes recursos económicos al formar parte de los prestamistas de la ciudad y de manejar y hacer circular importantes niveles de dinero.

Por otro lado, un grupo que cobra importancia es el conformado por los establecimientos públicos, las casadas, solteras y viudas (cluster 3). Nótese que el grupo está constituido ampliamente por las mujeres, patrón muy marcado, incluso en el análisis estadístico simple, lo que significa que la segunda persona al mando del hogar, en el caso de las casadas, asumía gran parte de la responsabilidad respecto a la economía del hogar en términos de prevención y ahorro.

Es importante resaltar que las clasificaciones que se realizaron previamente coinciden con las agrupaciones que resultaron por el método de los clusters; en un período en el que no se presentaron mayores distorsiones políticas ni civiles. Este análisis fortalece el estadístico simple y corrobora los grupos de depositantes predominantes en el funcionamiento de la Caja por grado de asociación, mostrando, además, las disimilitudes entre los individuos.

Las diferencias mostradas por los clusters entre individuos mediante las variables analizadas (depósitos totales por oficio, número de depositantes y depósitos per cápita), refleja que los patrones de ahorro que se evidenciaron con el análisis simple a través de la agrupación de oficios vía ingreso se mantienen. De este modo, los clientes que tenían una participación consistente dentro de la Caja pertenecen a las clases laboriosas (medianamente calificados o no calificados). También, se observa que por asociación se mantiene un alto vínculo de los individuos de la PEI frente al ahorro y una poca participación de la élite o de los grupos con mayores ingresos.

Finalmente, la técnica aporta una revalidación de los análisis expuestos acerca de los patrones de ahorro: primero, con una clasificación no fortuita a partir de ingreso, y segundo, con una agrupación aleatoria de acuerdo con semejanzas encontradas por los individuos. En este punto se ratifica, a manera de aproximación, que el ahorro de los capitalinos se segmentaba según su oficio y, en particular, a ciertas disposiciones y características de los mismos.

VII. CONCLUSIONES

Al examinar en detalle la dinámica de la Caja de Ahorros de Bogotá durante los diecinueve años de existencia (1846-1865), se puede concluir que la entidad resultó ser un proyecto desafiante como institución bancaria y crediticia, y desempeñó una función acorde con sus objetivos básicos enmarcados en la promoción del ahorro y el fomento industrial. No obstante, su aporte al sector industrial se quedó corto, al limitar sus préstamos bancarios a una cierta cantidad.

En cuanto al ahorro, la institución contó con la credibilidad necesaria para hacerse establecimiento captador de recursos. Las clases medias y bajas (trabajadores medianamente calificados y trabajadores no calificados) lograron captar el concepto de ahorro aunque de forma no trascendental. Así, su comprensión respecto a este criterio económico se tornó en una práctica más común y menos aislada dentro de su cotidianidad, aunque solo conformaran el 30% de los clientes de la Caja.

Además, es singular observar que las mujeres tuvieron una alta propensión a ahorrar, especialmente aquellas que no participaban activamente de alguna ocupación económica. Incluso, si desempeñaban alguna labor, tendían a ahorrar un monto superior a los hombres que ejercían un oficio similar. Su participación promedio en el total de depositantes de alrededor del 37% las ubicaba en un lugar sobresaliente en la actividad de la Caja. Este resultado, producto de la crianza y educación dada a las mujeres de la época, les permitía tener una mentalidad más amplia respecto al ahorro como fondo previsivo para situaciones no previstas (enfermedad, guerra, decadencia económica) y más acordes con los momentos políticos y económicos que podrían darse y que afectarían la economía doméstica.

En especial, los integrantes de la población económicamente inactiva, entre los que se encuentran las solteras, casadas, viudas, estudiantes, menores y eclesiásticos tienen una alta representación dentro del total de depositantes con cerca del 59% en promedio por año. Este grupo continuó con su alta participación a pesar del conflicto civil de 1854. Sin embargo, no se tiene evidencia de que este patrón continuara incluso después de la guerra civil de 1860-1862 por falta de información. Por su parte, los eclesiásticos, considerados dentro de la PEI, tuvieron un gran desempeño después de varios años de creación de la Caja, incluso con los constantes choques entre el Estado y la Iglesia.

A su vez, es interesante anotar, que al contrario de los países europeos que contaban con cajas escolares de ahorro dirigidas a la población de menor edad y que buscaban inculcar la importancia de adoptar principios económicos como el ahorro en la vida habitual, no hay evidencia de que en Bogotá existiera tal figura. A pesar de esto, es relevante cómo los menores y los estudiantes pertenecientes a la PEI resultaron formar parte de la clientela con mayores ahorros con cerca de 20.000 pesos, en promedio, en el período analizado; valor muy por encima del promedio de los trabajadores medianamente calificados que apenas superaron los 17.000 pesos.

Por otra parte, el grupo de los trabajadores calificados, al que pertenecían los individuos con altos ingresos de la ciudad, apenas participaban con un 10% dentro del total del público ahorrador de la entidad. Considerando que tales individuos no eran el grueso de la población objetivo a la que la Caja se había propuesto llegar para inculcar el ahorro, estos trabajadores ahorraron en menor cuantía y es posible que estos mismos animaran a las clases trabajadoras a consignar parte de sus ingresos en la institución. Incluso, las grandes personalidades de la ciudad, pertenecientes a la clase alta, eran las encargadas del manejo administrativo de la Caja y, por tanto, el deber de impartir la idea del ahorro era mayor.

La población que acogió de forma más firme e incorporó el ahorro a su vida económica, fue la población económicamente inactiva; mostrando un patrón de ahorro por encima del revelado por las clases trabajadoras, adonde se pretendía llegar con más fuerza y que si bien logró acoplar el ahorro a sus actividades regulares, sus patrones de ahorro fueron inferiores a lo que probablemente se esperaba.

A manera de conclusión, la aparición de la Caja de Ahorros consiguió adaptar el concepto del ahorro en la población bogotana, en especial en la población económicamente inactiva y en la población femenina, después de lidiar con una ausencia formal del concepto. La explicación de este vacío radica en la falta de instituciones financieras y en la mentalidad poco previsiva y moralizadora de los capitalinos. La Caja también sirvió para proveer de diversos beneficios en materia de comodidad, moralidad y previsión a las clases más vulnerables respecto al ahorro, a pesar de su corta duración.

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1 Hasta pasada la mitad del siglo XIX, el sistema de crédito se basaba en préstamos hipotecarios, llamados censos (Jaramillo y Meisel, 2010), que eran contratos celebrados entre dos particulares, en los que un individuo daba a otro una suma de dinero que debía respaldarse con una propiedad inmueble, y que comprometía al segundo a pagar una suma anual bajo una tasa de interés, que generalmente era del 5% (Nieto, 1996; Restrepo, 1885).

2 Los billetes fueron vales emitidos por el Gobierno a partir de 1837 para obtener recursos fiscales.

3 Decretos y reglamentos constitutivos de la Caja de Ahorros de la provincia de Bogotá (1845).

4 Ibidem.

5 Ibidem.

6 La Ley del 1º de abril de 1858, especificaba que el estado de Cundinamarca estaría compuesto por el círculo de Mariquita, conformado por los distritos de Ambalema, Beltrán, Buenavista, Guarumo, Guataquí, Guayabal, Honda, Ibagué, Lérida, Mariquita, Méndez, Nariño, Piedras, Pulí, Santana, Venadillo y Victoria.

7 Tomado del archivo de José Restrepo. Fondo República (1847-1848).

8 "El Porvenir", octubre 9 (1855).

9 Según la información recopilada de las Memorias de Hacienda de la época, los ingresos totales entre 1850-1851 eran de 1.784.764 pesos, mientras que entre 1858-1859 estos no habían aumentado considerablemente y eran de 1.910.500 pesos.

10 La guerra de 1860-1861 fue un conflicto civil desatado contra el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez, con el propósito de conseguir el triunfo y vigor del liberalismo.

11 "La Opinión", abril 21 (1863).

12 Ibidem.

13 Ibidem, diciembre 4 (1865).

14 "El Obrero", agosto 31 (1865).

15 "El Siglo", octubre 4 (1848).

16 Véase Almanaque de Bogotá, guía de forasteros para 1867.

17 Las botilleras eran mujeres dedicadas a servir bebidas.

18 Las vivanderas eran mujeres que vendían artículos de consumo en las plazas de mercado o de tienda en tienda.

19 Guía oficial y descriptiva de Bogotá (1858).

20 Almanaque de Bogotá. Guía oficial de forasteros para 1867 (1867).

21 Directorio y almanaque de Bogotá (1886).

22 Entre estos diarios se encuentran: "El Constitucional", de 1846 y 1851, la "Gaceta Oficial" de 1847, "El Día" de 1848 y 1849, "El Neogranadino" de 1850, "El Pasatiempo" de 1852, "El Tiempo" de 1855, 1856 y 1857, "El Comercio" de 1858 y 1859, la "Gaceta de Cundinamarca" de 1860 y "El Colombiano" de 1862.

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ANEXO 1

LOS DATOS

Para obtener los datos se consultaron diversas fuentes primarias. Dentro de ellas ocuparon un espacio preponderante los periódicos de la época en el período de referencia (1846-1865). Para el primer semestre de 1846 y el año entre julio de 1846 y julio de 1847, en el cual no se había aún publicado ningún informe agregado relacionado con la actividad de la Caja de Ahorros, la información se recopiló de las publicaciones semanales del periódico "El Constitucional" y la "Gaceta Oficial". A partir de esto se realizó la construcción de la serie con los datos disponibles, teniendo en cuenta que los meses de septiembre, octubre y noviembre de 1846 no contaban con todos los registros semanales.

Para los años posteriores y hasta 1859, la información se obtuvo de diarios22 capitalinos, en los cuales se encontraban los informes de la Junta de Inversión y Superintendencia publicados anualmente. En 1853-1854, los datos encontrados fueron escasos y después de 1859, la información es casi nula, por lo que no tienen un soporte numérico alguno.

Además, se contrastó la información encontrada en los periódicos con la de los reportes realizados a la Gobernación de Cundinamarca. Respecto a los lineamientos de la Caja, se utilizó el original de los decretos y reglamentos constitutivos y orgánicos de la Caja de Ahorros de la provincia de Bogotá de 1845, lo que aportó información valiosa respecto a la fundación del instituto.

Sumado a lo anterior, se consultaron otros periódicos de la época con el fin de contextualizar el funcionamiento de la Caja y el pensamiento de los ciudadanos frente al ahorro. Algunos de los consultados fueron "El Porvenir", "El Núcleo", "El Pobre", "El Cundinamarqués", "El Bogotano", "El Mosaico", "El Noticioso", "El Obrero", "El Duende", "El Amigo", "El Coco", "El Cometa", "La Opinión", "El Siglo" y "La Siesta". También se consultaron los fondos del Congreso, el fondo de gobernaciones y el archivo de José Restrepo ubicados en el Archivo General de la Nación. A partir de la información recopilada, se logró agregar una serie por oficios que permitió los análisis.

ANEXO 2

FUENTES PRIMARIAS

Acevedo, Josefa. Tratado sobre economía doméstica para el uso de las madres de familia y las amas de casa, Bogotá, Imprenta de José A. Cualla, 1848.

Acevedo, Josefa. Los deberes de los casados escrito por los ciudadanos de la Nueva Granada, Imprenta Bénard y Cía., 1852.

Almanaque de Bogotá, guía de forasteros para 1867, por J. M. Vergara, I. J. B. Gaitán, Bogotá, Imprenta de Gaitán, 1866.

Archivo de José Restrepo, Fondo IV, 1848-1849.

Caja de Ahorros de Caracas: abierta el domingo 6 de marzo de 1842, The Hispanic Society of America, 1846.

Codificación nacional de las leyes de Colombia, 1846-1847.

Guía oficial y descriptiva de Bogotá, Imprenta de la Nación, 1858.

Tercer informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Día", 7 de octubre de 1848.

Cuarto informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Día", 6 de octubre de 1849.

Quinto informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Constitucional", 18 de octubre de 1851.

Sexto informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Pasatiempo", 27 de octubre de 1852.

Séptimo informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Pasatiempo", 19 de octubre de 1853.

Noveno informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia de la Caja de Ahorros de Bogotá, al señor gobernador de la provincia, 1854-1855.

Décimo informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Tiempo", 30 de septiembre de 1856.

Onceavo informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia de la Caja de Ahorros de Bogotá, al señor gobernador de la provincia, 1857.

Doceavo informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Comercio", 21 de septiembre de 1858.

Décimo tercer informe anual de la Junta de Inversión y Superintendencia. Periódico "El Comercio", 29 de noviembre de 1859.

Periódicos: "El Amigo" (1849), "El Bogotano" (1863-1865), "El Coco" (1859), "El Colombiano" (1862), "El Comercio" (1858-1859), "El Cometa" (1850-1851), "El Constitucional" (1846-1851), "El Cundinamarqués" (1859), "El Día" (1844- 1851), "El Duende" (1847), "Gaceta de Cundinamarca" (1846-1864), "Gaceta Oficial" (1847), "El Mosaico" (1859-1864), "El Neogranadino" (1848-1857), "El Noticioso" (1862), "El Núcleo" (1858-1859), "El Obrero" (1864-1865), "El Pasatiempo" (1852-1853), "El Pobre" (1851), "El Porvenir" (1855-1861), "El Repertorio" (1853), "El Siglo" (1848-1849), "El Tiempo" (1855-1857), "La Opinión" (1863-1865), "La Siesta" (1852).

Revistas: Revista Semana, edición 1224, 17 de octubre de 2005.