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Praxis Filosófica

versão impressa ISSN 0120-4688versão On-line ISSN 2389-9387

Prax. filos.  n.26 Cali jan./jun. 2008

 

MAQUIAVELO Y LA ESTABILIDAD INTERNA DE LA REPÚBLICA: INTERPRETACIÓN HISTÓRICA, CRÍTICA CONTEMPORÁNEA*

 

Machiavelli and the Internal Stability of the Republic: Historical Interpretation, Contemporary Critique

 

Joan Balcells

Instituto Universitario Europeo, Italia

* Recibido Marzo 03 de 2008;Aprobado Mayo 07 de 2008.


 

RESUMEN

El objetivo del presente análisis es ofrecer una interpretación del Maquiavelo republicano de los Discuros en relación con la cuesti ón del mantenimiento interno de la república a través de tres líneas claves: la lucha contra los enemigos internos de la república, el sentido de contingencia y fragilidad en el ámbito de lo político, y la necesidad de la energía constructiva de la virtù. En la segunda parte se exponen algunos aspectos atractivos del republicanismo neo-maquiaveliano, relacionados especialmente con la dimensión de la ciudadanía, y sus puntos de contacto con la tradici ón liberal. El acento se pone en la necesidad de una ciudadanía que cultive las habilidades necesarias para mantener el poder pol ítico bajo control y garantizar así la calidad de la república.

Palabras clave: Maquiavelo, Republicanismo, Liberalismo, Democracia, Virtud.


 

ABSTRACT

The aim of this analysis is to present an interpretation of the republican Machiavelli of the Discorsi with regard to the question of the internal maintenance of the republic, through three different guidelines: first, the struggle against the internal enemies of the republic; second, the sense of contingency and fragility in the domain of the political; and third, the needed constructive energy of virtù. In the second part, some attractive aspects of neo-Machiavellian republicanism are highlighted in connection with contemporary debates on citizenship and political liberalism. The emphasis is put through the text on the necessity of having citizens equipped with the political abilities that are required to keep the political power under control and ensure the good quality of the republic.

Key words: Machiavelli, Republicanism, Liberalism, Democracy, Virtue.


 

1. Introducción: el mantenimiento de la república como bien supremo

Maquiavelo escribe en un contexto político marcado por la división, la inestabilidad, el intervencionismo exterior y el belicismo, como es la Italia del Renacimiento. Es un momento de ruptura, de cambio y de transformación. No es de extrañar pues que para Maquiavelo la preservación y la estabilidad del sistema político se conviertan en fines en si mismos, en objetivos que hay que perseguir a toda costa, con la fuerza del león y la astucia del zorro.

Ávido admirador de la Antigüedad, Maquiavelo reconstruye el pasado de la Roma republicana, en los Discursos sobe la primera década de Tito Livio1 , para encontrar los remedios que deben servir para curar las enfermedades políticas de su época. El pasado glorioso de Roma se convierte para Maquiavelo en el futuro que debe iluminar una nueva manera de entender y practicar la política, basada en los ejemplos de la Antigüedad. De igual manera que los humanistas no sólo admiraban la prosa latina de Cicerón sino que también imitaban su estilo, Maquiavelo propone imitar a la virtud de los antiguos, y no sólo admirarla, en lo que concierne el arte de la política, es decir, la empresa colectiva de organizar y estructurar una república bien ordenada.

Para Maquiavelo, la estabilidad de la república se fundamenta en dos pilares: por un lado, el diseño institucional trazado por las leyes y los ordenamientos; por el otro, la actitud y las acciones de los agentes que intervienen en el entramado político. Cuando ambos pilares funcionan adecuadamente, la repú- blica aparece como un cuerpo orgánico dinámico y saludable. Cuando alguno de los elementos no funciona adecuadamente, por el contrario, el cuerpo político tiende a corromperse, decaer e incluso, en última instancia, morir.

2. El concepto de república bien ordenada: la lucha contra los enemigos internos de la república: la tiranía, la corrupción y la fortuna

En cuanto al ámbito institucional, Maquiavelo defiende un tipo de constituci ón mixta al estilo del republicanismo clásico (D. I, 2). Para Maquiavelo, el objetivo del diseño institucional debe ser el de garantizar un equilibrio entre los distintos humores sociales, especialmente entre el ansia de poder de los nobles y el deseo de no dominación por parte de la plebe. En este sentido, la república debe organizarse de tal modo que consiga canalizar y contrarrestar los elementos disgregadores de la república, tales como la ambición y el interés privado. Sin embargo, hay que destacar que a diferencia del republicanismo de corte clásico, Maquiavelo considera que el resultado del sistema mixto no es una situación de concordia: el conflicto es útil y necesario para garantizar que el sistema de pesos y contrapesos funcione de una manera eficiente (D. I, 4). Cuando se consigue mantener este equilibrio dinámico entre las distintas fuerzas sociales, sin que ninguna de ellas predomine por encima de las demás, es cuando se puede evitar el problema de la tiranía.

Sin embargo, el sistema institucional, por si mismo, no es suficiente. Es necesario que el sistema repose además sobre las prácticas y las acciones de los agentes que interactúan dentro de sus límites. Es imprescindible que los agentes actúen en consonancia con el bien común. Por este motivo es importante que las leyes forjen buenos ciudadanos y fomenten buenas prácticas y costumbres entre la población (D. I, 18). Aquí juega un papel importante también la religión, analizada desde la perspectiva de la utilidad política (D. II, 2). Maquiavelo alaba las virtudes de la religión civil institucionalizada por los romanos y menosprecia las enseñanzas de la religión cristiana: los romanos articularon una religión que promovía cualidades como el honor, el coraje o la fortaleza, mientras que el cristianismo ha implantado un modelo humano basado en la abnegación, la resignación y la humildad. Maquiavelo, además, critica también las virtudes del intelectualismo, elogiadas en la antigua Grecia, por estar basadas en el ocio y no en la actividad útil para la república.Aquí el enemigo a combatir es la corrupción, que se produce cuando las prácticas no están encaminadas hacia el bien común de la república. Nótese que Maquiavelo, en este sentido, muestra la incompatibilidad entre las distintas virtudes y, por el bien de la república, rechaza aquellas que puedan ser perjudiciales para la comunidad política.

Cuando está bien ordenada, tanto en sus instituciones como en sus prácticas, la república es capaz de superar los conflictos y problemas que diariamente tiene que afrontar. La república se convierte, para decirlo de algún modo, en el líder esbozado en el Príncipe, cuya extraordinaria habilidad le permite vencer y dominar a la inconstante y soluble Fortuna. Su buena organización le permitirá cambiar de acuerdo con los tiempos y adaptarse a nuevas situaciones cuando la necesidad le obligue (D. III, 9), sin que le afecten de forma letal las situaciones de crisis o de conflicto. Dicho de otro modo, la república sentará las bases para su perdurabilidad.

3. Las coordenadas del pensamiento político de Maquiavelo: fragilidad y contingencia

Lograr vencer a los enemigos internos2 , sin embargo, no es tarea fácil. Maquiavelo mantiene una concepción un tanto negativa del comportamiento humano. El legislador tiene que pensar siempre que los hombres actuarán, si pueden, de forma malvada (D. I, 3), con lo cual, el objetivo de la ley tiene que ser, en primera instancia, eliminar los apetitos humanos que sean nocivos para la comunidad política (D. I, 42). En este sentido, Maquiavelo defiende a nivel social unas costumbres férreas basadas en el auto-control y la disciplina: los buenos ciudadanos, para Maquiavelo, tienen que llevar a cabo una vida simple, frugal y sin riquezas (D. III, 25). De igual manera, los hombres se corrompen con facilidad, especialmente cuando están en contacto con el poder, incluso cuando han recibido una excelente educación (D. I, 42). Por este motivo, es importante que la república, entre otras condiciones, disponga de mecanismos para volver periódicamente a los orígenes que la inspiraron (según Maquiavelo, esto tendría que ocurrir cada diez años), para infundir de nuevo respeto y temor, ya sea a través de nuevas ordenamientos, de castigos ejemplares o de las acciones virtuosas por parte de ciudadanos extraordinarios (D. III, 1).

Sea como fuera, Maquiavelo es consciente que incluso la república perfecta3 requiere un esfuerzo enorme para mantenerse dentro de los parámetros de la buena ordenación. Maquiavelo hilvana sus pensamientos no a través de la especulación teórica sino más bien a través de la reflexión histórica y la experiencia práctica, las cuales muestran un mundo en continuo e incesante movimiento (D. I, 6). Las repúblicas que tanto admira y cuyos ejemplos tanto reivindica no son en realidad sino cadáveres políticos, cuerpos que tras una época de auge y florecimiento, por un motivo u otro, terminaron por decaer y extinguirse. Incluso la mejor república, reconoce Maquiavelo, por muy bien organizada que esté, puede desintegrarse ante cualquier circunstancia imprevista (D. III, 17).

Tras leer los comentarios de Maquiavelo, uno no puede sino darse cuenta de la fragilidad en la que se mueve la vida política. La república, sin lugar a dudas, es una creación humana que fluctúa dentro de un mundo cambiante y contingente. No hay ningún valor o entidad trascendente que le otorgue un estatus o privilegio especial. La creación de la república romana, por ejemplo, fue el resultado de una combinación de circunstancias propicias, de unos acontecimientos felizmente entrelazados que, gracias a una extraordinaria habilidad por parte de los romanos, dio lugar a un sistema político complejo y bien organizado. Un sistema que aún así, a pesar de su buena y sólida construcción, acabó deteriorándose y desapareciendo. ¿Cuál es pues el secreto para mantener la forma política en su mejor rendimiento?

4. La energía de la república: la imitación de los antiguos y la noción de “virtù”

En la obra de Maquiavelo, la noción de virtù juega en este sentido un papel clave. Aunque este término toma distintos significados y resulta a veces un tanto ambiguo, puede entenderse en general como la capacidad o habilidad a la hora de ejercer un determinado rol o función político-cívica. De acuerdo con Maquiavelo, la república tiene que mostrarse siempre abierta para reclutar para los cargos públicos y los puestos de mayor responsabilidad a aquellos que muestren una excepcional virtù, independientemente de su origen o de su posición social (D. I, 60).

Por otra parte, es necesario que el cuerpo de ciudadanos ejercite en la práctica cotidiana las disposiciones necesarias para fortalecer y defender la comunidad política ante los distintos enemigos que la acechan. En efecto, es vital la existencia de un cuerpo de ciudadanos activo y vigoroso que cumpla adecuadamente su función pública para evitar que la república caiga en manos de posibles tiranías o que se descomponga por culpa de la corrupción. En tanto que construcci ón social, la república requiere estar compuesta de un buen material humano. La cualidad y las capacidades de aquellos que forman parte activa del cuerpo político son, de hecho, fundamentales para garantizar el éxito de la república.

Sin embargo, conviene destacar que la participación en la esfera pública no está marcada por la calma y la concordia, como algunas veces se idealiza, sino más bien por el conflicto y la disonancia: la arena pública es un foro agonístico y combativo donde el antagonismo entre las distintas fuerzas sociales actúa como filtro para garantizar la toma de decisiones de acuerdo con el bien com ún. Contrariamente a la opinión establecida que abogaba por una especie de concordia ordinum, Maquiavelo considera que los altercados y disputas que ocurrieron en la república romana desde sus inicios fueron la clave para su libertad y su buena organización (D. I, 4). Una república viva y sana requiere movimiento, de igual manera que un cuerpo, para estar en forma, necesita ejercitar sus músculos.

Maquiavelo no puede sino admirar el comportamiento ejemplar que leía en los libros de historia por parte de algunos ciudadanos romanos ilustres, que, cuando ocupaban un cargo público, lo hacían con grandeza de ánimo, con un gran sentido de autoridad y de responsabilidad; pero que, cuando dejaban la arena política, vivían como simples ciudadanos que obedecían de buen grado la ley y trabajaban con sus propias manos en sus campos y granjas. Es curioso ver como ciertas ideas estoicas, sobre el autodominio, la disciplina y el deber de la función pública, persisten con tintes nostálgicos en Maquiavelo. Los Discursos de Maquiavelo, de algún modo, pueden leerse como una exhortación a recuperar la virtù de los antiguos, su valor y su fortaleza, en cuanto se refiere a la construcción y mantenimiento de comunidades políticas, como respuesta a las enfermedades de la corrupción, la debilidad y la inestabilidad que Maquiavelo atribuía a sus tiempos (D. I y II, proemio).

En definitiva, el mantenimiento de la república, es una tarea colectiva que concierne a todos sus miembros y que precisa del desarrollo de una serie de capacidades y habilidades para que funcione de una forma correcta y adecuada. Sin esta virtù colectiva, la república no puede sobrevivir de ninguna manera. Es responsabilidad de todos y cada uno de los miembros que integran la república de fortalecerla y mantenerla. Sin este apoyo, los beneficios que la construcción de la república trae consigo, tales como la seguridad, la prosperidad, la civilización y el orden, corren el riesgo de desmoronarse con ella. Y entre los valores más preciados está también el de la libertad, es decir, el de un auto-gobierno sin dominación ni exterior ni interior, cuya única sujeción aceptable es, en todo caso, la ley establecida por sus propios miembros.

5. El republicanismo neo-maquiaveliano y la cuestión del liberalismo político

A pesar del paso del tiempo, Maquiavelo sigue atrayendo hoy en día la atención de algunos teóricos de la política, que ven en sus ideas republicanas una fuente de inspiración para tratar algunos aspectos normativos contemporá- neos ligados especialmente a las ideas de democracia y ciudadanía4 .

De acuerdo con la teoría republicana, el precio de la libertad es la eterna vigilancia. La libertad, en este sentido, se contrapone a la tiranía, e implica la condición de vivir sin sufrir ningún tipo de interferencia arbitraria. Sin embargo, para garantizar la existencia de tal libertad, es preciso que el sistema político esté construido de tal modo que no se produzcan situaciones de dominación arbitraria o despótica. Dicho de otro modo, existe una relación necesaria entre las libertades que gozan los miembros de la república y la forma como la repú- blica está organizada y diseñada, en el sentido que, si el poder político se desvirt úa por los intereses particulares de una minoría o va adquiriendo con el tiempo rasgos tiránicos, a la larga acabará repercutiendo negativamente en los derechos y libertades conquistadas que forman parte del haber de los propios miembros de la república.

El poder, como la autoridad, es imprescindible; pero al mismo tiempo, como el anillo de Giges, tiene una naturaleza altamente corruptora que hay que saber soslayar. La clave pues no está en eliminarlo sino más bien en encadenarlo y controlarlo; en evitar a toda costa, a través de la fuerza de la ley y del diseño constitucional de equilibrios y contrapesos, que se transforme en una fuente de dominación arbitraria o se vicie con elementos tiránicos. A tal efecto, parece imprescindible que los miembros de la república tomen consciencia del rol que juegan en la esfera pública en tanto que ciudadanos, como un elemento indispensable más del juego de pesos y contrapesos que pone en jaque las relaciones de dominación y de poder. Desde este punto de vista es fundamental para la propia supervivencia que la república apueste por la cualidad y las capacidades (la virtù, como diría Maquiavelo) de sus miembros. El objetivo pues no consiste tanto en exaltar la participación política como una fuente de realizaci ón humana (como sucede en algunas visiones idealizadas de la polis) sino más bien subrayar su potencialidad como instrumento de control para la consecuci ón de una república bien ordenada5 .

He aquí un punto clave que se plantea en relación a la estabilidad del sistema y las cualidades de sus miembros. Es imprescindible que los miembros de la república estén capacitados y tengan las virtudes adecuadas para garantizar el funcionamiento y la preservación del sistema de organización colectiva, pero, al mismo tiempo, estas virtudes no pueden consistir en una mera reproducción del status quo, por una simple razón: el sistema requiere no tanto una dosis de adoctrinamiento sino más bien una cierta capacidad de juicio crítico para poder discernir y detectar cuando el status quo está corrompido, es decir, sesgado o desviado de la protección del interés común. La república tiene que ser ciega, guiada solamente por la imparcialidad de la ley, pero sus miembros no pueden estar ciegos en ninguno de los casos.

Aunque algunas veces estas teorías republicanas se construyen en respuesta al lenguaje normativo del liberalismo político, la verdad es que muchas veces ambos tienen más elementos en común de lo que parece. Siguiendo la narrativa más o menos planteada hasta ahora, parecen ser muchos los puntos de encuentro entre este republicanismo (denominado “instrumental”6 ) y el liberalismo político tal y como lo expone, por ejemplo, J. Rawls. Rawls mismo considera que el republicanismo clásico7 , a pesar de sus diferencias, no está en contradicci ón con la versión del liberalismo político que él defiende: en rasgos generales, ambos identifican un bien político que es fruto de una empresa colectiva y que, al mismo tiempo, requiere de unas ciertas prácticas acordes con este bien común para garantizar la estabilidad y la auto-reproducción del propio sistema. Rawls llama a este cimiento que amalgama las prácticas cuotidianas con el bien político (de los principios de justicia) la posesión de un “sentido de la justicia ”.

Por ambiguo que a veces resulte este término, la idea de un sentido de la justicia, como el de virtù o habilidad/capacidad política, viene a reforzar la intuición que el sistema político no puede funcionar de manera independiente de las prácticas de sus miembros. Rawls utiliza por ejemplo la metáfora de un juego en equipo8 para ilustrar esta idea: la cooperación entre ciudadanos es indispensable para establecer y hacer funcionar razonablemente unas instituciones democráticas justas igual que, para los jugadores de un deporte en equipo o los componentes de una orquestra de música, es necesario trabajar conjuntamente para conseguir una buena ejecución.

En otras palabras, esta idea viene a expresar una fuerte desconfianza en relación con la fe ciega que algunos teóricos liberales, sobre todo desde los posicionamientos del libertarianismo, depositan en los mecanismos de la mano invisible. ¿Generan los vicios privados necesariamente virtudes públicas? Sin menospreciar sus méritos, el problema de la mano invisible es que, por si sola, resulta a veces tan invisible que es incapaz de detener con firmeza a los enemigos que la tradición republicana asocia con la idea de poder, es decir, el peligro de la dominación arbitraria o tiránica y el riesgo de la corrupción.

Un autor de indiscutible factura liberal, como Benjamín Constant, en su famoso ensayo acerca de la libertad de los antiguos y la libertad de los modernos, tras esbozar las diferencias entre sendos conceptos, afirmaba que el meollo de la cuestión residía no tanto en la confrontación entre lo que representaban un ideal y otro sino en como deberían combinarse entre ellos. Si la libertad de los antiguos corría el riesgo de suprimir el individuo en beneficio del bien com ún, la libertad de los modernos no estaba tampoco exenta de problemas, pues la excesiva atención en el disfrute de la vida privada podía conllevar el olvido de las responsabilidades y libertades políticas. Constant argumentaba la idea de que resultaría un peligro renunciar a la libertad política con un ejemplo ilustrativo: sería una locura que un hombre, por el mero hecho de vivir cómodamente en el primer piso, no se preocupara de si las bases del edificio donde habita reposaran o no sobre arena.

6. Conclusiones

En definitiva, la república es una construcción humana, con sus logros y méritos, pero también con sus miserias y debilidades. De nada sirve, como diría Maquiavelo, imaginar repúblicas utópicamente perfectas: hay que tener en cuenta cómo funcionan en la realidad y cuáles son los problemas y enemigos con los que tienen que lidiar día a día para garantizar su estabilidad y óptimo mantenimiento. De nada serviría idear repúblicas para seres angelicales, pues seguramente, si éstos existieran, no precisarían de república alguna.

El poder es una espada de doble filo que, por un lado, permite mantener la república bien ordenada, pero, por el otro, se convierte en una amenaza para su propia existencia. El destino de la república, en este sentido, reside en la capacidad de contrarrestar los efectos perversos que conlleva el poder y los “humores nocivos” que se relacionan con él, sobre todo, según la opinión de Maquiavelo, la ambición. Para conseguir una construcción resistente y robusta no es sólo importante el diseño y la cualidad de sus instituciones sino también la capacidad y las acciones de sus miembros. La salud de la república depende, en buena medida, de los ciudadanos que la integran.

La participación en la vida pública, por lo tanto, es un factor determinante para mantener un poder político responsable y bajo control. La lección de Maquiavelo es que en ningún momento puede bajarse la guardia. Si la corrupción es la sombra que acecha el poder, la esfera pública es un ámbito de contestaci ón, de lucha y de conflicto donde se resuelve el juego de la dominación y la no dominación. El equilibrio de la república es una balanza frágil y dinámica que requiere un ejercicio y una vigilancia continuos para evitar que la pasividad acabe royendo y debilitando los fundamentos que sostienen la comunidad polí- tica. Es de este modo que las ideas republicanas, con su sentido a la vez crítico y pragmático, pueden aportar un buen complemento a la hora de juzgar el papel que deben jugar el poder político y la ciudadanía en el marco de nuestras democracias liberales actuales.


1 Para posteriores referencias se utilizará la abreviación “D.”.

2 Otra cuestión serían los enemigos externos de la república, básicamente la amenaza de conquista por parte de potencias exteriores. Esta dimensión resultaría también interesante de analizar, pues tiene también sus implicaciones en la estructura interna de la república (en buena medida, la preferencia de Maquiavelo por el modelo popular romano, en contraste con las repúblicas aristocráticas como la espartana, se debe a su capacidad para reclutar soldados y su potencial para expandirse territorialmente).

3 Entendiendo perfecto no en términos utópicos sino en términos de óptima organizaci ón dentro de unas posibilidades reales.

4 La obra que ha contribuido especialmente a devolver el interés en el Maquiavelo republicano ha sido The Machiavellian Moment del historiador J. G. A. Pocock (1975), y su relevancia para los debates actuales ha sido reivindicada por autores como Q. Skinner (1990) o P. Pettit (1999), que han centrado su análisis especialmente en la idea de la libertad republicana.

5 En el caso de Maquiavelo, sin embargo, este punto es controvertido. Pocock (1975) tiende a hacer una lectura de Maquiavelo bajo parámetros aristotélicos que ha sido muy criticada desde interpretaciones más instrumentales (cfr. Sullivan, 1992).

6 En contraste con el denominado “humanismo cívico” (Rawls, 2004, 240), que, en tanto que variante del aristotelianismo, considera la participación política como una forma de realización de la naturaleza esencial del hombre.

7 Rawls (2004, 239) define el republicanismo clásico de la siguiente forma: “entiendo por republicanismo clásico el punto de vista según el cual si los ciudadanos de una sociedad democrática quieren preservar sus derechos y libertades básicos (incluidas las libertades civiles que garantizan las libertades de la vida privada), deben también poseer en grado suficiente las “virtudes políticas” (como yo las he llamado) y estar dispuestos a participar en la vida pública”.

8 Cfr. Rawls (2004, §79).


 

Referencias bibliográficas

Constant, B. (1988) Political writings, Cambridge, Cambridge University Press.        [ Links ]

Maquiavelo, N. (2003), Discursos sobre la primera década de Tito Livio, trad. Ana Martínez Arancón, Madrid, Alianza.        [ Links ]

Pettit, P. (1999), Republicanismo: Una teoría sobre la libertad y el gobierno, Barcelona, Paidós.        [ Links ]

Pocock, J.G.A. (1975), The Machiavellian moment, Princeton and London, Princeton University Press.        [ Links ]

Rawls, J. (1997), Teoría de la justicia, Madrid, FCE.        [ Links ]

Rawls, J. (2004), El liberalismo político, Barcelona, Crítica.        [ Links ]

Skinner, Q. (1990) “The republican ideal of political liberty”, en G. Bock, Q. Skinner and M. Viroli, Machiavelli and Republicanism, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 293-309.        [ Links ]

Sullivan, V. (1992), “Machiavelli’s momentary ‘Machiavellian Moment’: a reconsideration of Pocock’s treatment of the Discourses”, en Political Theory, 20, pp. 309-318.         [ Links ]

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