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Praxis Filosófica

versión impresa ISSN 0120-4688versión On-line ISSN 2389-9387

Prax. filos.  n.28 Cali ene./jun. 2009

 

DAVID MILLER Out of Error.Further Essays on Critical Rationalism Aldershot, Ashgate, 2006, 304 pp.

Diego Rosende

Universidad de Buenos Aires


Este valioso libro de David Miller es, como el subtítulo lo indica, un pariente cercano de su obra de 1994 Critical Rationalism. Su tesis central, expuesta con rigor y vigor característicos, podría resumirse en la siguiente propuesta: debemos sustituir la pregunta ¿Cómo se justifica X? por esta otra: ¿Podemos formular alguna objeción correcta a X? La racionalidad, según esta tesis (que también es la tesis de Karl Popper), consiste en el control crítico antes que en la justificación. El objetivo legítimo de la ciencia – la verdad – es trascendente e irreducible a nuestras capacidades prácticas, pero nuestras ideas sobre el mundo pueden ser puestas a prueba y corregidas con su ayuda. Así, contrariamente a lo que sostiene buena parte de la epistemología contemporánea, Miller enfatiza que es posible buscar racionalmente la verdad a pesar de que no podamos legitimar nuestra conjetura de haberla hallado mediante premisas más básicas que esa misma conjetura. Nada perdemos, según Miller, al abandonar las pretensiones de legitimación, pero abandonamos la racionalidad desde el momento en que decidimos no examinar nuestras conjeturas críticamente. Pasemos ahora a dar una idea de la articulación de la obra.

El primer capítulo traza la biografía intelectual de Popper (de quien Miller, vale aclarar, es un destacado discípulo). Uno advierte aquí cómo la trayectoria de Popper estuvo dominada, como quizás la de ningún otro filósofo del siglo pasado, por una serie de fascinantes problemas en casi todos los ámbitos de la reflexión humana. La exposición de Miller tiene la rara ventaja de explicar el desarrollo intelectual de Popper con precisión tanto intelectual como histórica. Encontraremos aquí, de hecho, una excelente invitación a su obra, en la que se explica breve pero lúcidamente lo esencial de varios de los problemas que abordó -y las soluciones que propuso- en el ámbito de la lógica, la metodología de la ciencia, la filosofía política, la filosofía de la física y tantos otros asuntos de relevancia filosófica.

El segundo capítulo ahonda en el carácter propiamente escéptico del racionalismo crítico de corte popperiano. Hay tres requisitos que caracterizan esta filosofía según Miller. Primero, el falibilismo: lo ilusorio de la certeza. Como explica Miller, sin embargo, este requisito es compartido hoy por casi todas las teorías epistemológicas y ya lo era en la década del 1930 (Dewey y Reichenbach, por ejemplo, eran dos ejemplares falibilistas por aquella época). Segundo requisito, el negativismo metodológico. La investigación científica debe siempre buscar posibles errores antes que confirmaciones; la actitud debe ser siempre crítica y nunca complaciente. Pero esto, nuevamente, puede ser suscripto por inductivistas partidarios de justificaciones mediante tests severos. La diferencia específica del racionalista crítico es, de acuerdo con Miller, su completo rechazo del valor objetivo de la confirmación y –aun más llamativamente- de la justificación en general. La provisión de información empírica que ya estaba contenida en nuestra teoría no cambia en absoluto la condición de ésta; no le da un valor adicional y, en particular, no la justifica. Y sin embargo, tal provisión es precisamente lo que usualmente llamamos confirmación; ésta es, sugiere Miller, completamente irrelevante para la investigación objetiva. Esto no significa que el procedimiento que condujo a la confirmación –la contrastación- haya sido ocioso. Un investigador pone a prueba su teoría porque el resultado podría revelar su falsedad, en cuyo caso habrá que diseñar una teoría mejor. Si el resultado no es negativo, la teoría queda exactamente en la misma condición en que se encontraba: un candidato en la búsqueda de la verdad.

El tercer capítulo, cuyo título es la pregunta ¿Qué logran los argumentos? explica con más detenimiento algunas de los desafíos epistemológicos ya esbozados a las posiciones justificacionistas. Constituye una elaboración de la crítica a las 'buenas razones' desarrollada en el libro Critical Rationalism. Consideremos lo que Miller tiene para decir sobre la jusitificación deductiva. ¿Qué logra un argumento deductivo? Las premisas, suele decirse, justifican plenamente la conclusión. Pero, según Miller, incluso esta aparente obviedad es ilusoria. Los argumentos deductivos son circulares, peticiones de principio lisas y llanas, y por tanto incapaces de proporcionar justificación alguna a la conclusión (según los estándares comúnmente aceptados sobre lo que es una justificación). Se admitirá que C&P no justifica C. Ahora bien, si el argumento 'P ergo C' es válido, P dice lo mismo que C&P. De modo que en ningún sentido objetivo P justifica C – esto es, las premisas de un argumento válido no justifican su conclusión. Pero entonces, ¿qué logran objetivamente los argumentos? La única función objetiva, sugiere Miller, es la de la crítica – esto es, explicitar las implicancias de nuestras conjeturas para contrastarlas críticamente. Como escribió Popper, la lógica no es el organon de la justificación, sino de la crítica. El capítulo 4, "Falsifiability: More than a Convention?", es la defensa de Miller de la teoría de la demarcación popperiana. La discusión, si bien incluye unas consideraciones pasajeras sobre la adecuación histórica de la demarcación popperiana, se mantiene dentro del ámbito puramente epistemológico y constituye una suerte de deducción trascendental del criterio de falsabilidad. Aquí explica Miller por qué la falsabilidad no es una exigencia epistemológica fácilmente dispensable. Una explicación popperiana clásica de su importancia dirá aproximadamente lo siguiente: sólo las teorías falsables son sensibles al error empírico; si desatendemos la refutabilidad, pues, la falsedad de nuestras hipótesis podría quedar para siempre oculta y a buen resguardo de nuestras observaciones. Las hipótesis falsables, en cambio, otorgan a los investigadores una ventaja esencial, dado que ellas pueden encallar en sus laboratorios y observatorios. Miller, desde ya, acepta esta explicación, pero va un tanto más allá. Es imposible encontrar en la confirmación empírica de una teoría una enseñanza objetiva – esto es, de algo que no estuviera ya supuesto en nuestra propuesta teórica. Pero entonces, la exigencia de falsabilidad de las teorías, según Miller, se sigue simplemente del requisito de la objetividad de la investigación empírica, ya que sólo las refutaciones pueden enseñarnos algo: la experiencia sólo puede enseñarnos que erramos. Como se advierte, nuestro conocimiento, según esta perspectiva, consiste en nuestras conjeturas, y ningún resultado experimental les otorga la virtud epistémica que se suele imaginar bajo el nombre de justificación (a menos que entendamos esto en términos puramente psicológicos). Dejan de pertenecer a nuestro conocimiento actual cuando quedan refutadas, y nada ganan cuando la experiencia nos muestra algo que ellas ya nos decían. Se advierte pues la proscripción de Miller –siguiendo a Popper- de cualquier elemento subjetivo de los fines de la investigación (proscripción que sin duda resultará bastante increíble si atendemos al modo usual de pensar estos problemas).

Miller también mejora en este capítulo algunas exposiciones clásicas del falsacionismo. Popper solía decir que el problema de la demarcación no determinaba la aceptabilidad ni la verdad de las hipótesis, sino sólo su cientificidad. Así, daba la impresión de que primero se resolvía la cuestión de la cientificidad (falsabilidad) de H y luego la cuestión de si H era aceptable como miembro del conocimiento científico. ¿De qué podía depender eso, si no de la puesta a prueba de la hipótesis y su corroboración? Esa es precisamente la impresión que dan algunos párrafos de Logik der Forschung, cuando uno lee que una hipótesis debe pasar un examen empírico antes de ser "seriamente tenida en cuenta". Pero eso, claro, es casi inductivismo (o una suerte de auto-contradicción pragmática para un verdadero racionalista crítico). Así pues, si el antiinductivismo (y anti justificacionismo) permanecen consecuentes consigo mismos, deben considerar que la sola falsabilidad de una hipótesis basta para su aceptabilidad (con tal que no haya sido refutada): la corroboración no debería hacer aquí ninguna diferencia. Y es que, en rigor, la aceptabilidad de una hipótesis (en el único sentido útil en que, según Miller, puede emplearse esta palabra) consiste en la carencia de objeciones correctas a la misma. Esto significa que el "principio del empirismo" del racionalismo crítico no implica el principio del empirismo clásico ("un enunciado sintético sólo puede ser aceptado si es empíricamente confirmado", tal como lo formula Carnap1 ). Desde ya, habrá muchas hipótesis en conflicto sin refutar en cualquier momento dado, pero la preferencia por una de ellas es una decisión que no queda justificada por la corroboración que le pueda advenir como resultado de su contrastación; la metodología racionalista crítica, sin embargo, insiste en que la opción puede y debe ser, en lo posible, contrastada críticamente.

El capítulo quinto ("Induction: a Problem Solved") se enfrenta a un desafío clásico: el problema pragmático de la inducción. Si la confirmación pasada no fuera un índice parcialmente confiable de la confirmación futura – se suele objetar a Popper - la ciencia no tendría ningún uso en las decisiones tecnológicas. Parte de la solución a este aspecto del problema pragmático de la inducción consiste en que los agentes no necesitan suponer que sus teorías están justificadas o confirmadas para aceptar sus predicciones futuras, sino sólo que son verdaderas. Como también señalaba Grover Maxwell (y, por supuesto, Popper), lo que suponemos una ofrenda inductiva suele derivarse de nuestro conocimiento implícito en el contexto – esto es, de nuestras hipótesis. La mejor manera de 'conectar' pasado con futuro es a través de estas hipótesis universales (e injustificables, aunque controlables empíricamente). No se entiende, objeta Miller, qué se gana con postular en su lugar un principio de uniformidad que, según de admite desde Hume, es incapaz de justificación (y que, dado su carácter más bien indeterminado, es igualmente incapaz de proporcionar una premisa eficiente; sobre cuál sea el principio de uniformidad ad hoc más económico para una inferencia inductiva particular se ocupa el entretenido capítulo 8). Miller ofrece también un refinamiento de esta solución y de su planteo. Las teorías científicas, sostiene, proscriben más de lo que prescriben: se utilizan, por lo general, como armas críticas para examinar distintas propuestas prácticas; antes que bases, son filtros. (Esto no significa que las teorías nunca den una clave positiva sobre los implementos tecnológicos: en la medida en que estas leyes 'explican post hoc' (p. 122) las invenciones, sin duda tienen sugerencias positivas, aunque no sean manifiestas). Este capítulo también contiene una discusión – un tanto abstrusa, me temo, aunque no técnica – del problema de Goodman. Sin embargo, no encontraremos una respuesta al interrogante muchas veces planteado a la solución popperiana: a saber, por qué, en general, elegimos para seleccionar nuestras propuestas prácticas una hipótesis bien corroborada antes que una que nunca ha sido puesta a prueba (aunque entiendo que Miller ha escrito sobre este problema recientemente).

El capítulo sexto ofrece una crítica a los análisis epistemológicos contenidos en el interesante y alguna vez famoso libro Imposturas intelectuales, de Sokal y Bricmont. Lo que muestra Miller aquí es que, no obstante sus aciertos, la denuncia de estos autores confunde notoriamente dos problemas: el del relativismo y el del escepticismo. La existencia de una verdad objetiva, y de la utilidad de la razón – impugnadas por ciertas vertientes del postmodernismo, de cuya falta de seriedad Miller no parece dudar – no debe confundirse con la existencia de justificaciones inductivas, que Sokal y Bricmont sí postulan, propagando de este modo una versión de la racionalidad fácilmente rebatible, cuyo fracaso, a su vez, inspira las impugnaciones de los posmodernos. En la base de su argumentación, Sokal y Bricmont caen, según Miller, en esta misma confusión posmoderna. El siguiente capítulo, "Being an Absolute Sceptic", amplía lo sugerido en el análisis de Imposturas intelectuales, exponiendo de modo muy claro lo esencial del escepticismo racionalista y objetivista suscripto por Miller y sus cruciales diferencias con el relativismo. También contiene sus respuestas a críticas de Deborah Mayo y otros autores a las ideas propuestas en este capítulo.

La concepción tarskiana de la verdad y sus servicios al racionalismo crítico constituyen el tema del capítulo noveno. Al igual que Popper, Miller enfatiza el carácter no criterial de la verdad y su condición trascendente con respecto a la justificación y – según se desprende de la obra de Tarski y de Gödel - también con respecto a la demostrabilidad, lo cual parece dotar de un cariz objetivo a la verdad aun en el ámbito de las ciencias formales. También ofrece algunas aclaraciones interesantes y originales sobre la empresa tarskiana, en particular sobre el diagnóstico de Tarski de las paradojas semánticas. En la última sección se detiene en el problema de la vaguedad del lenguaje y su posible incapacidad de reflejar (o retratar) adecuadamente la realidad – problema al que, como es sabido, se enfrentan las teorías tradicionales de la verdad como correspondencia. Al resolver satisfactoriamente este y otros desafíos, sin dejar de ser un concepto lo suficientemente robusto, podemos equiparar el concepto de verdad de Tarski, sugiere Miller, con el que subyace al panorama epistemológico trazado por el racionalismo crítico.

Los restantes capítulos son predominantemente técnicos pero importantes. Tratan de la relación entre belleza y verosimilitud (capítulo 10), de las desventuras de varios intentos de capturar esta última noción y otras emparentadas (capítulo 11), de la inutilidad de la lógica paraconsistente (capítulo 12) y de su utilidad (capítulo 13). Digamos algo sobre esta última sorpresa. Según el racionalismo crítico, nuestro conocimiento consiste en nuestras conjeturas no falsadas. Sin embargo, entre éstas habrá pares que se contradicen mutuamente; así, parece que necesitamos una lógica que no trivialice el conjunto de las consecuencias de sistemas inconsistentes - esto es, una lógica paraconsistente. Miller selecciona para esta tarea la poco conocida lógica broweriana (dual de la intuicionista) y da algunos detalles de la cuestión. El capítulo anterior, poblado de agudas observaciones, refutaba detalladamente la supuesta necesidad de recurrir a una lógica paraconsistente para dar cuenta de las creencias aparentemente contradictorias de las pueblos Azande y Nuer, y examinaba críticamente otras pretensiones de inevitabilidad de la "Weltanschauung paraconsistente" (p. 246).

El fulminante ensayo sobre la verosimilitud (capítulo 11) es, sin duda, uno de los más importantes del libro. Su interés central es discutir una circunstancia que, de ser tolerada, despojaría a la verosimilitud y a la aproximación a la verdad de interés epistemológico: el que, como sucede en el caso de muchas de las definiciones propuestas, el orden definido depende no simplemente de los hechos sino también del tipo de lenguaje en que son formuladas las teorías que se comparan. Miller defiende esta acusación con vigor frente a las diversas apologías de la dependencia lingüística que se han repetido en las últimas décadas, entre ellas las de Niiniluoto, Zwart y Smith.

El libro concluye con una nota personal en que Miller rememora afectuosamente a Popper. Menciona hacia el final su intención de concluir una investigación conjunta sobre algunos problemas de la teoría de probabilidades que maestro y discípulo pensaban publicar. Esperemos que así sea.


1 Carnap, R., Logical Foundations of Probability, Chicago, University of Chicago Press, 1950, p. 178.


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