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Praxis Filosófica

versión impresa ISSN 0120-4688versión On-line ISSN 2389-9387

Prax. filos.  no.43 Cali jul./dic. 2016

 

ENTRE EL CONTEXTUALISMO DE SKINNER Y LOS "PERENNIAL PROBLEMS": UNA PROPUESTA PARA INTERPRETAR A LOS CLÁSICOS1

Among Skinner contextualism and the perennial problems: a proposal to interpret the classics

Rafael Silva Vega
Actualmente es Profesor Asistente de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi y miembro del grupo de investigación "Nexos", Cali, Colombia. Licenciado en Filosofía de la Universidad del Valle, con Maestría en Filosofía Política y Ética en la misma universidad. Realiza estudios de Doctorado en Ciencias Sociales con Especialización en Estudios Políticos en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Ecuador. Es especialista en Teoría Política del Renacimiento italiano y en métodos hermenéuticos. Sus áreas de interés investigativo son la teoría política, la ética aplicada y los problemas históricos y actuales de la democracia y la ciudadanía.
Dirección Postal: Cl. 18 #122-135, Universidad Icesi, Cali- Valle del Cauca.
Dirección electrónica: rsilva1@icesi.edu.co

Recibido: noviembre 24 de 2015
Aprobado: febrero 10 de 2016


Resumen

Este trabajo propone un enfoque metodológico, de corte hermenéutico, para interpretar escritores políticos del pasado. El método que aquí se formula, explicitado en la última parte de este trabajo, lleva por nombre "enfoque de la doble significación de los textos clásicos". Este hunde sus raíces en un debate acerca del valioso aporte y la profunda influencia que ha tenido la metodología para la interpretación de los textos clásicos elaborada por Quentin Skinner, como a su injustificada crítica a otras metodologías contra las cuales él levanta su propia orientación. Por lo tanto, el enfoque que aquí se propone resulta también deudor de la perspectiva de análisis a la que Skinner se enfrenta de forma radical.

Palabras clave: hermenéutica; historia de las ideas; filosofía política; los Clásicos.


Abstract

This paper proposes a methodological approach, hermeneutic, to interpret political writers of the past. The method here is formulated and explained in the last part of this work is called "dual approach significance of classical texts." This is rooted in a debate about the valuable contribution and has had profound influence that the methodology for the interpretation of classical texts produced by Quentin Skinner, and its unwarranted criticism of other methodologies against which he raises his own orientation. Therefore, the approach proposed here is also indebted to the perspective of analysis to which Skinner faces radically.

Keywords: hermeneutics; history of ideas; political philosophy; the Classics.


Introducción

El interés central de este escrito es poner en claro un enfoque metodológico para interpretar los escritos de los pensadores políticos del pasado. El que aquí se propone, explicitado en la última parte de este trabajo, lleva por nombre "enfoque de la doble significación de los textos clásicos". Su desarrollo se debe, por un lado, al reconocimiento, de nuestra parte, del valioso aporte y la profunda influencia que ha tenido la metodología para la interpretación de los textos clásicos elaborada por Quentin Skinner, por otro, a su injustificada crítica a otras metodologías contra las cuales él levanta su propia orientación. Por lo tanto, el enfoque metodológico que aquí se propone resulta también deudor de la perspectiva de análisis a la que se enfrenta de forma radical Skinner.

El enfoque metodológico de Skinner ha sido llamado por él mismo "ideas en contexto" y es una reacción y, al tiempo, una alternativa metodológica a lo que él ha llamado el enfoque "textualista" -representado por historiadores de las ideas y filósofos como Sheldon Wolin y Leo Strauss, entre otros-. El elemento principal de los ataques de Skinner, al mencionado enfoque, es la defensa que este hace de los llamados "perennial problems". Es decir, la idea de que en términos de la historia del pensamiento filosófico existen unos problemas recurrentes o universales a los que los teóricos de la política vuelven una y otra vez para pensarlos y darles una respuesta original en términos de las condiciones de su propio momento histórico. Frente a esta tesis Skinner plantea que tales problemas no existen, que los únicos problemas que existen son problemas particulares y específicos ligados al contexto histórico, ideológico, en los que cada pensador está situado. Y que, por tanto, estos problemas sólo pueden ser pensados y explicados desde una reconstrucción histórica de los mismos. En torno de este debate metodológico entre Skinner y los que él elige como sus opositores, este trabajo se propone presentar una propuesta que asume que las críticas de Skinner a la tradición metodológica anterior a él están basadas en un falso conflicto entre métodos y que, contrario a lo que él piensa y argumenta, no existe una oposición entre su propuesta de las "ideas en contexto" y los "perennial problems". Antes bien, estas dos formas de interpretación de los escritos de los autores del pasado son formas de indagación complementarias.

De este modo, en la primera parte de este trabajo se hace una reconstrucción del método contextual de Quentin Skinner, con el fin de dejar lo más claro posible su enfoque. En la segunda parte se plantea una defensa del enfoque de los "perennial problems" y una crítica a los ataques de Skinner a este enfoque. Y, en la tercera y última parte, la idea del enfoque de la "doble significación de los textos clásicos".

El contextualismo de Quentin Skinner

Desde la década del sesenta, del pasado siglo, Skinner se ha convertido en una figura notable por el desarrollo de un enfoque metodológico que ha hecho grandes aportes al estudio de la historia de las ideas, la filosofía política y la teoría social. Sus trabajos, y la aplicación de su particular enfoque a ejercicios de interpretación específicos, se han centrado en la "interpretación de los textos históricos, el estudio de la formación y cambio de la ideología y al análisis de la relación de la ideología con la acción política que esta representa" (Tully, 1988: 7). Sus más importantes escritos metodológicos han sido recogidos y publicados en Visions of Politics. Volume I. Regardin Method (2002a) y entre sus más notables ejercicios de aplicación de su método de interpretación están The Foundations of Modern Political Thought (1978), Machiavelli a very short introduction (2000) y Visions of Politics. Volume III. Hobbes and Civil Science (2002b). El hilo de Ariadna del pensamiento y el trabajo de investigación de Skinner no es otro que el problema acerca de la interpretación de los textos clásicos, fundamentalmente de escritores o filósofos políticos. Una preocupación que implica la relación entre la filosofía política y su historia, en términos de las complejas cuestiones metodológicas, es decir, teóricas, conceptuales y epistemológicas inherentes a la llamada historia de las ideas o historia del pensamiento político. O, como sugiere Kulkarni, que involucra "una investigación general de los objetivos, conceptos y principios de razonamiento apropiado" (2012: 1) en este campo especifico de investigación.

El punto de partida o la cuestión privilegiada del interés metodológico de Skinner es la pregunta acerca de cómo, por qué y para qué interpretar las obras de los pensadores políticos del pasado. Un interrogante que muestra su complejidad cuando advertimos que estudiar a los autores claves del pasado significa lidiar con épocas, culturas, tradiciones de pensamiento, ideologías, lenguajes y vocabularios políticos que nos son extraños por el hecho de estar demasiado alejados, en el tiempo, de nosotros. La novedad y particularidad de su orientación metodológica2 se puede evidenciar, por ejemplo, en:

  1. Su alejamiento del enfoque metodológico positivista practicado por Georg Sabine en su History of Political Theory, que establece, a través de una rígida separación entre hechos y valores, la exclusión de estos últimos como objetos de investigación por su componente subjetivo (Sabine, 1949: 7). Tendencia de la cual también toma distancia Pocock, su colega de Cambridge, por considerar que la History of Political Theory de Sabine "no es una historia en absoluto porque no describe la historia de ningún tipo de actividad humana definible y continua" y porque "no se puede escribir algún pedazo de la historia del pensamiento político a través de su método de clasificación cronológica de los sistemas filosóficos" (Pocock, 2009: 21).
  2. En sus reparos al enfoque hermenéutico de Hans-Georg Gadamer, quien piensa la interpretación de los textos en términos de una "fusión de horizontes" (1975); y a Paul Ricoeur (1981), Wolfgang Iser (1972) o Stanley Fish (1980) quienes suponen que la interpretación de un texto exige la "excavación estructural de su sentido", o preguntarse ¿qué significa el texto ahora para mí o para nosotros?
  3. En su crítica al enfoque marxista de Christopher Hill (1986) y C. B. Macpherson (2010), que parten del supuesto de que los textos del pasado deben estudiarse como un subproducto de las circunstancias sociales de su tiempo, del modo de producción y de su relación con las clases sociales.
  4. En su cuestionamiento a la teoría de la interpretación radical de Davidson (1984), Macdonald y Pettit (1980), que sostiene, en términos generales, que "si nosotros queremos comprender a los otros, debemos tener en cuenta que están en lo correcto en la mayoría de los asuntos" (Davidson, 1984: 197).
  5. En su desafío al enfoque postmoderno de Roland Barthes (1977), Derrida (1976) y Foucault (1979), que no ve el texto como "una expresión de la intención del autor, sino como un caleidoscopio de significantes" (Kulkarni, 2012: 26).
  6. Y, fundamentalmente, en su radical ruptura con el enfoque textualista o normativo defendido y practicado por Leo Strauss (1988), Sheldon Wolin (1960), Arthur Lovejoy (1960), Andrew Hacker (1954) y Allan Bloom (1980), que reivindica un análisis exclusivamente textual de las obras del pasado argumentando que a través de una lectura repetitiva de las mismas podemos hallar el significado de las palabras o las expresiones y, por lo tanto, el significado intrínseco de lo que dicen sus autores. Un enfoque que, como dice Rabasa, "es muy parecido a la forma en que se estudiaba a la Biblia en la Edad Media, a fin de encontrar el significado de la palabra de Dios, como fue escrita en el Antiguo y Nuevo Testamento" (Rabasa, 2011: 162). Y que se caracteriza, a la vez, porque reivindica la permanente importancia de los problemas planteados por los pensadores políticos clásicos. Cuestiones que, según este enfoque, siguen estando vivas en nuestra época y, por lo tanto, pueden darnos claves para pensar los problemas de nuestro tiempo (Strauss, 1971, 1-9 y 1988: 9-55).

Dada la centralidad de la confrontación de Skinner con este enfoque metodológico, en contraposición del cual define su propia orientación, en el siguiente apartado se plantean las principales críticas que él formula al textualismo.

Contra el enfoque textualista

El enfoque metodológico de Skinner pone en cuestión la perspectiva según la cual los textos clásicos son valiosos en la medida en que estos contienen unos perennial issues bajo la forma de ideas universales. También la idea de que la mejor manera de comprender estos textos es "concentrarse sobre lo que cada uno de ellos dice acerca de cada uno de los conceptos fundamentales y preguntas permanentes de la moralidad, la política, la religión y la vida social" (Skinner, 2002: 57). Es decir, rechaza el enfoque según el cual nosotros debemos leer estos textos clásicos como si hubiesen sido escritos por "un contemporáneo" del que sólo hemos rastrear sus argumentos y lo que "dice" acerca de los perennial issues (Skinner, 2002: 57). Uno de los mayores riesgos de la metodología textualista, según él, es que al centrarse exclusivamente en lo que los autores del pasado "dijeron", y al tratarlos, de este modo, como si fueran contemporáneos, podemos fácilmente estar tentados a "poner en juego algunas de nuestras expectativas y prejuicios acerca de lo que deben estar diciendo" (Skinner, 2002: 58). Con lo que podríamos incurrir en el historical absurdity de que nuestras mismas expectativas y paradigmas con los que estamos familiarizados influyan indebidamente en la comprensión de lo que un autor del pasado dijo. O, lo que es lo mismo, que nuestras anhelos y prejuicios sobre lo que un agente debe decir o hacer nos lleven a comprender que él hace o dice algo que él propio agente "no puede aceptar como explicación de lo que él hizo o dijo" (Skinner, 2002: 58-59). En el capítulo cuatro del primer volumen de Visions of Politics, titulado "Meaning and Understanding in the History of Ideas" (2002: 57-89), Skinner describe con detalle el tipo de "mitologías" y de "absurdos históricos" que el enfoque textualista produce con su método de trabajo.

El primer tipo de mitología es la que él denomina "mitología de las doctrinas", y puede adoptar dos formas. La primera consiste, en términos generales, en "convertir algunas observaciones dispersas o incidentales de un teórico clásico en su doctrina sobre uno de los temas previstos" (Skinner, 2002: 60). Esta forma específica de "mitología de las doctrinas" produce dos absurdos históricos. El primero denominado "anacronismo", más propio de las biografías intelectuales, se ampara en "cierta similitud terminológica" para argumentar que determinado autor ha afirmado una "concepción sobre algún tema" sobre el que él "no pudo haber tenido, en principio, la intención de contribuir" (Skinner, 2002: 60). Atribuyéndole, así, significados que él no deseaba transmitir. Error que también puede ir acompañado del riesgo de "encontrar con demasiada ligereza doctrinas ya esperadas en textos clásicos" (Skinner, 2002: 61); o del peligro de investigar una doctrina particular desde un tipo ideal de la misma -de la igualdad, del progreso o del contrato social-. Lo que, de paso, puede llevar a los historiadores que se valen de tal enfoque a "encontrar" o "descubrir" en los autores del pasado anticipaciones de doctrinas posteriores a ellos. Y a valorarlos en función del grado de su "clairvoyance" (Skinner, 2002: 63). El segundo absurdo histórico, en el cual incurre según él Arthur Lovejoy en su The Great Chain of Being (1960), tiene que ver con el debate sobre si se puede afirmar que una "idea unitaria" realmente emergió en un "momento dado" y si "está realmente en la obra de un escritor determinado" (Skinner, 2002: 63). La segunda forma de "mitología de las doctrinas", o por lo menos su versión principal, relaciona a "los teóricos clásicos con doctrinas las cuales, se está de acuerdo, son apropiadas para su tema, pero las cuales ellos, irresponsablemente, fallaron en discutir" (Skinner, 2002: 64). Según Skinner, esta segunda "mitología de las doctrinas" juzga a los autores sin tener en cuenta si estos estuvieron siquiera interesados en hacer aquello que no hicieron. La moraleja que nos deja, entonces, el enfoque textualista es que él no produce como resultados historias sino, a lo sumo, mitologías que convierten a la historia en "montón de ardides con que nos aprovechamos de los muertos" (Skinner, 2002: 65).

El segundo tipo de mitología es la llamada "mitología de la coherencia". Dado que algunos autores clásicos no son del todo coherentes y sistemáticos en la enunciación de sus creencias, el historiador o la historiadora tiende a pensar que "su tarea es suministrar a estos textos la coherencia que puede parecer que les falta" (Skinner, 2002: 67). El objetivo de este tipo de mitología no es otro que el de "llegar a una interpretación unificada, alcanzar una perspectiva coherente del sistema de un autor" (Skinner, 2002: 68). Sin embargo, cuando pese a los esfuerzos de los o las intérpretes no es posible "extraer un sistema coherente de sus pensamientos", esto conduce a los investigadores al absurdo histórico de enjuiciar al autor por esta carencia de sistema. Ahora bien, la insistencia en la búsqueda de la coherencia puede llevar a dos tendencias metafísicas. Una consiste en "descartar las declaraciones de intención" que el mismo autor hizo en su obra o, incluso, "desechar obras enteras que menoscaben la coherencia de su sistema de pensamiento" (Skinner, 2002: 69). La otra en "resolver las antinomias" de un autor o en asumirlas sólo como "apparent contradictions" con tal de salvar en él la coherencia (Skinner, 2002: 70).

El tercer tipo de mitología es el de la "prolepsis". Se trata de una mitología que se produce cuando "estamos más interesados en el significado retrospectivo de un episodio dado en su significado para el agente en el momento" (Skinner, 2002: 73). Esta tendencia exegética es, como dice literalmente el autor, "la fusión de la asimetría entre el significado que un observador puede justificadamente reivindicar encontrar en un episodio histórico dado y el significado del episodio mismo" (Skinner, 2002: 73). Skinner esgrime como ejemplos de esto, por un lado, el señalamiento de Karl R. Popper (1962), con base en la República, de que Platón es "partidario del totalitarismo"; y, por otro, la supuesta modernidad del contenido de las obras políticas de Maquiavelo defendida por Ernst Cassirer (1961).

El cuarto tipo de mitología es el denominado "parochialism", el cual implica el riesgo de que el intérprete o la intérprete aplique "los criterios de clasificación y discriminación con los que está familiarizado" para comprender y explicar una cultura, un texto o un argumento ajeno por el sólo hecho de "ver" algo aparentemente familiar en él (Skinner, 2002: 74). Una de las formas que adopta este tipo de "parochialism" es que, por vía de la familiaridad de un argumento, el intérprete llegue erróneamente a suponer que un autor se refiere a otro para seguirlo o para contradecirlo. De este modo sólo "hablara erróneamente" de la influencia de un autor sobre otro (Skinner, 2002: 75). Otra de las formas que adopta es cuando el historiador "conceptualiza un argumento de tal modo que sus elementos ajenos quedan disueltos en una familiaridad engañosa" (Skinner, 2002: 76). Como, por ejemplo, cuando conceptualiza una demanda "igualadora" en un texto clásico como un llamado a la democracia.

Todo lo anterior apunta, en síntesis, a dos consideraciones metodológicas ineludibles. La primera tiene que ver con el riesgo que implica el que el historiador o la historiadora de las ideas "aborde sus materiales con paradigmas preconcebidos" (Skinner, 2002: 77). Y, la segunda, con el principio básico de que "no puede decirse que ningún agente haya pretendido o hecho algo que nunca podía verse en la necesidad de aceptar como una descripción correcta de lo que había pretendido o hecho" -como afirmar que él ha omitido enunciar una doctrina; que él ha anticipado la doctrina de otro autor o, en su defecto, esforzarse por encontrar un grado de coherencia que no existe en él- (Skinner, 2002: 77).

La crítica de Skinner al método textualista tiene que ver, en primer término, con su argumento acerca de que si queremos comprender un texto clásico no es suficiente con dar una explicación del significado de lo que el autor dijo sino, también, "de lo que el escritor en cuestión quiso decir al decir lo que dijo" (Skinner, 2002: 79). Es decir, de ser capaces de pasar de lo que el autor dijo a la "comprensión de lo que pretendió decir". O, de lo que dice a lo que hace al decirlo -o sea, "la fuerza de la intención con la que se emite el enunciado"- (Skinner, 2002: 80-82). Esto, necesariamente, nos obliga a tener en cuenta el cambio del significado de las palabras o conceptos a lo largo del tiempo, pues el significado que determinado término puede tener para un escritor del pasado no ha de ser el mismo para nosotros.3 Es decir, a no pasar por alto las "estrategias retóricas oblicuas" que los escritores del pasado usan, como, por ejemplo, la ironía. Su crítica al mencionado enfoque metodológico también tiene que ver con la manera como éste hace abstracción de "argumentos particulares del contexto de su ocurrencia para recolocarlos como contribuciones a los supuesto problemas perennes" (Skinner, 2002: 86); pues, al sacar los argumentos de su contexto ya no es posible preguntarse ni ver qué estaba haciendo determinado autor al decir lo que dijo. Tampoco, cómo estaba usando las ideas y cuáles eran sus intenciones al usarlas. Es decir, esta metodología impide hacer la única historia de las ideas que puede elaborarse, la cual es la de "sus usos en la argumentación" (Skinner, 2002: 86). Y es esta propuesta de una historia de las ideas de Skinner la que abordaremos en el siguiente apartado.

La única historia de las ideas posible

¿Existe una perspectiva más clara y adecuada para comprender los textos clásicos que el simple ejercicio de leer el texto "una y otra vez" como han planteado los defensores del enfoque textualista? En The Foundations of Modern Political Thought (1978) Skinner sostiene que el modo más apropiado de interpretar a los autores del pasado es el de "construir un marco general" dentro del cual situar sus escritos. Esto implica, para él, dar cuenta de los rasgos más esclarecedores de la vida política del contexto social dentro del cual y para el cual estos autores escribieron (Skinner, 1978: 8). Es decir, de los issues o problemas políticos de debate dentro del particular contexto histórico en el que está situado el teórico político. Planteado así, Skinner elabora un enfoque diacrónico que se diferencia de entrada con la tesis de los perennial issues defendida por el enfoque textualista y de la tesis de que los textos del pasado deben estudiarse como un subproducto de las circunstancias sociales de su tiempo defendida por el enfoque marxista. En efecto, cuando él habla del contexto social o histórico está haciendo referencia explícita al contexto lingüístico o intelectual en el que está inserto el autor y su obra. Por lo tanto, dar inicio a la labor de interpretación de un autor desde la reconstrucción de un "marco general" es establecer como ineludible la reconstrucción del "contexto ideológico" en el que el autor está situado como única posibilidad de un ejercicio de interpretación más adecuado y realista (Skinner, 1978: 9).

De esta forma el enfoque metodológico de Skinner propone un desplazamiento del texto al contexto, una especie de descentramiento del autor, con el fin de romper con la práctica de interpretación que se sitúa sólo en la lectura del propio texto. Ahora, al centrarse más en el "marco general" en el que el texto se sitúa, la operación interpretativa consiste en zambullir al autor en su propio contexto ideológico con el propósito de hacerlo hablar dentro de esas mismas coordenadas. El resultado de esta operación, según Skinner, además de permitirnos ver cómo los autores del pasado elaboran su pensamiento político, es que:

[...] nos capacita a caracterizar lo que los autores estaban haciendo al es- cribirlo. Podemos empezar a ver no sólo los argumentos que estaban pre- sentando, sino también las preguntas que estaban enfocando y tratando de resolver, y hasta qué punto estaban aceptando y apoyando, o cuestionando y repudiando, y quizá polémicamente desdeñando, las suposiciones y con- venciones prevalecientes en el debate político (Skinner, 1978: 11).

Dicho así, la interpretación de los autores del pasado implica dos principios metodológicos generales básicos:

  1. Primero, conocer algo del contexto social, en este caso ideológico, en el que escribieron, para ver cómo reaccionan ellos en el marco de los problemas políticos de su tiempo.
  2. Y, segundo, conocer el "vocabulario político general de la época" con el fin de comprender su reacción, es decir, "la dirección exacta y la fuerza de sus argumentos" (Skinner, 1978: 11).

Estos dos principios dejan en claro que para Skinner lo que le da un auténtico valor a los textos clásicos no son los perennial issues sino, más bien, los problemas específicos de su propio contexto histórico. Porque son estos últimos los que nos descubren el texto como un act of communication. El método de Skinner es pues, al tiempo, una explicación sobre qué es un texto o cuál es su significado -"the meaning of a text"- (Skinner, 2002: 91). Su esfuerzo por responder a esta cuestión lo ha llevado a polemizar con Beardsley (1992), Wimsatt (1946) y Derrida (1976) quienes afirman, en general, que hablar del significado de un texto es similar a preguntar "¿qué significan las palabras? o ¿qué significan estas en un texto determinado? Y a discutir con algunos seguidores del New Criticism como Wolfgang Iser (1972), Paul Ricoeur (1981) o Stanley Fish (1980) quienes defienden la idea de que preguntarse por el significado de un texto implica preguntarse ¿qué significa ese texto, ahora, para mí o para nosotros? (Skinner, 2002: 92). Frente a estas posturas, Skinner ha defendido la idea de que los "textos son actos" (Skinner, 2002: 120) y que, por lo tanto, preguntarse por el significado de un texto implica indagar "¿qué quiere significar un escritor o una escritora por medio de lo que él o ella dicen en un determinado texto?" (Skinner, 2002: 93). Desde esta idea de lo que es un texto clásico, su enfoque metodológico propone, ante todo, preguntarse qué habrá querido comunicar un autor al escribir lo que escribió en su época y para el auditorio concreto a quien se dirigía. Para luego establecer las relaciones entre los enunciados particulares del autor y el contexto social -ideológico o intelectual-, y así poder comprender las intenciones del escritor estudiado. De este modo su enfoque asume el texto clásico y los enunciados de su autor como "la encarnación de una intención particular, en una ocasión particular, dirigida a la solución de un problema particular" (Skinner, 2002: 88).

Así, interpretar un texto clásico como un "acto" implica poner en claro las intenciones del autor. Desde este postulado la orientación de Skinner fija el ejercicio de interpretación no en el significado de las palabras o de las expresiones del autor sino en el uso que él hace de ellas. En este sentido su método es deudor de las investigaciones de Wittgenstein y de Austin acerca del uso de las palabras. La teoría de los actos de habla, formulada por Austin en su How to Do Things with Words (1962) y por Wittgenstein en sus Philosophical Investigations (1958), es considerada por Skinner como una "hermenéutica de excepcional valor" para los historiadores de las ideas (Skinner, 2002: 103). De acuerdo con Skinner, más que el sentido y la referencia de las palabras para decir algo, las indagaciones de Wittgenstein y de Austin apuntan a que si queremos comprender "un enunciado serio" es importante recuperar "lo que el agente estaba haciendo al decir lo que dijo" (Skinner, 2002: 104). Esto, según él, pone el énfasis en "la fuerza particular con la cual cualquier declaración dada (con un significado dado) pudo haber sido emitida en una ocasión particular" (Skinner, 2002: 104). Y condujo a Austin a hablar de la oposición entre "la fuerza ilocucionaria y la fuerza perlocucionaria" de las declaraciones. Partiendo, entonces, de la idea de que expresarse con determinada fuerza ilocutiva involucra ejecutar un acto de carácter voluntario, Skinner concluye que lo que "conecta la dimensión ilocucionaria del lenguaje con la realización de actos ilocucionarios debe ser -como con todos los actos voluntarios- las intenciones del agente involucrado" (Skinner, 2002: 105). De este modo, desde la idea de que los desarrollos de Wittgenstein y Austin más que a una "teoría sobre los actos de habla" apuntan a una descripción de "un hecho sobre el lenguaje" (Skinner, 2002: 105), Skinner piensa su enfoque metodológico como un esfuerzo por expandir la investigación de Austin, de que son las intenciones del agente las que determinan los actos ilocucionarios,4 hacia el campo de la interpretación de los textos de los escritores del pasado.

De este modo, Skinner plantea que el conocimiento de las intenciones cumple un papel importante en la interpretación de las obras de los clásicos. Más enfáticamente, él sostiene que conocer las intenciones "es conocer la relación en la que un escritor se encuentra con lo que él o ella ha escrito" (Skinner, 2002: 96). Implica saber si el escritor en cuestión "está bromeando, o es serio o irónico, o, en general, establecer qué actos de habla -speech acts- pudo haber realizado al escribir lo que escribió" (Skinner, 2002: 96). En tal sentido, parte del presupuesto de que las intenciones se pueden recuperar, pues se trata de convenciones empleadas para enviar mensajes, de "entidades con un carácter esencialmente público" y, por ende, de carácter intersubjetivo (Skinner, 2002: 97). Existe, entonces, un fuerte vínculo entre lo que Skinner denomina intención y lo que Austin ha llamado una "fuerza ilocutiva" (Austin, 1962). Visto así, cuando algún agente enuncia algo está, realizando, al mismo tiempo, un "acto ilocutivo", tal como: criticar, prometer, advertir, rogar, atacar o defender a algo o a alguien. Es en este sentido que para Skinner, la comprensión del acto ilocutivo de un autor implica la comprensión de sus intenciones al enunciar algo, y que conocer sus intenciones implica "poder caracterizar lo que estaba haciendo el escritor", por ejemplo, conocer si estaba atacando o defendiendo una postura en particular, criticando, rechazando o aportando a una tradición, un discurso o cierto tipo de argumentación (Skinner, 2002: 98).

Lo anterior muestra que para Skinner una cosa es "qué significa un texto" y otra muy distinta "qué puede querer significar su autor". Pero si bien se trata de dos preocupaciones muy distintas y la primera de ellas no lleva a una adecuada comprensión de los textos clásicos, de todas maneras en el enfoque metodológico de la "ideas in context" estas dos cuestiones no están desligadas. Muy al contrario de lo que se puede suponer, dada la centralidad que en este enfoque tiene la recuperación de las intenciones contenidas en los actos ilocucionarios de los autores como acto de interpretación fundamental, para Skinner la comprensión o "aprehensión" -uptake- de la fuerza ilocucionaria intencional del uso de cualquier expresión por parte de un agente requiere de dos elementos básicos. Uno de ellos es el significado de la expresión misma, dado que este "ayuda a limitar el espectro de fuerzas ilocucionarias" que la expresión puede llevar.

Otro es "el contexto y la ocasión de las expresiones", es decir, el que estas expresiones sean consideradas como argumentos o, lo que es lo mismo, "actos de comunicación" (Skinner, 2002: 115). Es decir, no sólo como meras proposiciones sino como una posición asumida (a favor o en contra) por un agente dentro de una argumentación, una conversación o un debate preexistente. Y esto es propiamente a lo que Skinner se refiere cuando sostiene que para comprender qué ha dicho un autor es necesario entender lo que pudo haber estado haciendo al decir lo que dijo. De este modo el método para la interpretación de textos de Skinner inicia por entender el significado de las expresiones de los autores para, luego, identificar el contexto argumentativo de su ocurrencia con el fin de interpretar lo que el agente en cuestión estaba haciendo al decir lo que dijo (Skinner, 2002: 116).

La única historia de las ideas posible para Skinner es, pues, la que es capaz de fundamentar su interpretación desde un contexto histórico, lo que de paso implica recuperar las intenciones del autor. Se trata de una propuesta metodológica e investigativa que, como él mismo lo señala, es "similar" a la que siguió Max Weber en Economía y sociedad (1997) en relación con la comprensión de la acción social, pues, como sostiene en "Social meaning and the explanation of social action" su análisis es útil para la comprensión de las intenciones de las acciones sociales, sean estas lingüísticas o no lingüísticas. Obviamente, poner el acento en las intenciones significa para él preguntar por la fuerza ilocucionaria del comportamiento de un agente social y no por los motivos -o lo que causó su acción-. De tal forma que su interés, como él bien lo expresa, "apunta al significado de la conducta" y no a la identificación de las causas o los motivos de las mismas (Skinner, 2002: 134-136). Esto de paso delinea para él la que ha de ser la tarea del historiador de las ideas, asunto del cual nos ocuparemos a continuación.

La tarea del historiador de las ideas

En su debate con Geoffrey Rudolph Elton (1967), acerca de cuál ha de ser la tarea del historiador, Skinner deja en claro que en lo que tiene que ver con el historiador de las ideas, su labor está centrada en proveer interpretaciones, es decir, en "poner textos y otros objetos semejantes dentro de campos de significado desde los cuales sus propios significados individuales puede decirse que se infieren" (Skinner, 2002: 10). Así, el trabajo de recuperar las intenciones de un autor del pasado consiste en hallar el significado, históricamente fundamentado, de sus enunciados con el fin de proporcionar una interpretación adecuada de sus ideas. Tarea que, a fin de cuentas, termina siendo la misma que "investigar y explicar las creencias desconocidas que encontramos en las sociedades del pasado" (Skinner, 2002: 27). Aunque hasta aquí la naturaleza de la tarea del historiador de las ideas parezca bastante clara, pese a su complejidad, ella afronta el problema, enunciado en su momento por Charles Taylor (1988: 218-228),5 acerca de "¿cuál es la relación entre nuestro suministro de tales explicaciones y nuestra evaluación de la verdad de tales creencias?" (Skinner, 2002: 27). En otros términos, el problema de cuál ha de ser la relación entre la interpretación y la verdad o entre la explicación de las creencias de las sociedades del pasado y nuestra valoración de su verdad o falsedad.

Como ha quedado claro, por medio de sus críticas al enfoque textualista, para Skinner el historiador de las ideas no puede esperar que las creencias que él se propone explicar coincidan con sus propias creencias actuales sobre un determinado tema. Pues esto sería tanto como asumir que su tarea consiste en tener que aprobar o desaprobar las creencias que desea explicar. El intérprete no puede esperar que "los otros estén en lo correcto" para poderlos comprender (Skinner, 2002: 29). Quien investiga las creencias de las sociedades del pasado no puede caer en la posición asumida por Macdonald y Pettit (1980), Keith Graham (1981) y Steven Lukes (1973) según la cual cada vez que uno se encuentre frente a una creencia que uno considera como falsa la explicación de ella ha de "centrarse siempre en una inconsistencia en la racionalidad" (Skinner, 2002: 31). Para Skinner, esto es implica el mismo engaño de "equiparar la posesión de creencias racionales con la posesión de creencias que el historiador considera como verdaderas" (2002: 31). Y lleva a negar la posibilidad de que "pudo haber buenas razones en los anteriores periodos históricos para poseer como verdaderas creencias que hoy en día descubrimos como manifiestamente falsas" (Skinner, 2002: 31).

De tal modo, desde su enfoque metodológico Skinner sostiene que cuando él habla de "agentes que tienen creencias racionales" solamente quiere decir que sus creencias "deberían ser creencias adecuadas para ellos considerarlas verdaderas en las circunstancias en las cuales ellos se encuentran" (2002: 31). Según él, una creencia racional es aquella que alguien ha adquirido a través de un "accredited process of reasoning" (2002: 31), pues es este proceso el que provee al agente de buenas razones para sostener una creencia como verdadera. Lo que significa que el agente racional tiene de por sí un gran interés en la consistencia de sus creencias y las piensa de manera crítica. Así, un agente racional es aquél que "believes what he or she ought to believe" (Skinner, 2002: 31).

Como corolario de lo anterior resulta posible que podamos sostener creencias falsas de forma totalmente racional. Y que sería un error que el historiador de las ideas no tome en cuenta la explicación de este tipo de creencias. De este modo, preguntarse si una creencia es o no es racional es un paso previo para poder explicarla. De ahí que sea no solamente imprescindible investigar el "accredited process of reasoning" de la racionalidad de las creencias que los agentes sostienen como verdaderas sino, también, las razones y las condiciones que le impidieron a un agente alcanzar cierto grado de racionalidad al sostener una creencia. Es decir, las causas que le imposibilitaron "seguir los cánones de evidencia y argumentación aceptados", o las razones que lo llevaron a desatender, resistir o violar tal racionalidad (Skinner, 2002: 34). El principio metodológico del historiador de las ideas no consiste, entonces, en preguntarse si las creencias que han sido sostenidas en las sociedades del pasado son racionales de acuerdo con los "estándares de racionalidad epistémicos" de las sociedades actuales.

Este trabajo de excavar creencias del pasado debe no solamente tener en cuenta todos los elementos inherentes al contexto en el cual la creencia es sumergida sino, además, otras creencias o conjunto de estas. Según Skinner, la racionalidad de una creencia o el mejor sentido que podamos extraer de ella "dependen de qué otras cosas creemos" (2002: 43). Lo que quiere decir que las creencias no se presentan solas sino acompañadas. Realmente están integradas a una red de la cual hacen parte y en la cual las distintas creencias se prestan mutuo apoyo. Pero este elemento fundamental, la "forma holística" en que las creencias se presentan no puede dejar pasar inadvertida la relación entre las creencias y los conceptos que sirven para enunciarlas. Las creencias y los juicios a través de los cuales las articulamos están mediados por "los conceptos de que disponemos para describir lo que hemos observado" (Skinner, 2002: 44). Y el uso de un concepto implica "valorar y clasificar" nuestra propia experiencia desde una "perspectiva particular" (Skinner, 2002: 44). Una perspectiva que puede ser la de un hombre en particular, en una época particular del pasado, y que difícilmente puede ser equiparable a nuestro mundo y al uso que en la actualidad podemos hacer de nuestros conceptos.

En síntesis, para Skinner la tarea del historiador de las ideas no consiste en "explicar exactamente" lo que creían los pensadores del pasado. Más bien, su labor radica en "producir tanta comprensión como sea posible" (Skinner, 2002: 52), para lo cual solo le basta con usar el concepto de "rational acceptability" de las creencias y no el de "verdad" (Skinner, 2002: 53). Pero el concepto de "rational acceptability requiere que nosotros compartamos con los hombres del pasado algunas "suposiciones, al menos, sobre el proceso mismo de formación de las creencias" (Skinner, 2002: 54). Por lo menos la creencia en la importancia de la "consistencia" y la "coherencia" al emitir cualquier enunciado. Como por ejemplo el respeto por el principio de no contradicción. Aunque, en algunas ocasiones, este principio sea deliberadamente o descuidadamente violado (Skinner, 2002: 55). Esclarecida la tarea del historiador de las ideas, ahora resta examinar la utilidad de su método.

La utilidad del método

Skinner es muy preciso al declarar cuáles son las ventajas de su método. Por lo dicho anteriormente se puede decir sintéticamente que, según él, su método nos evita incurrir en las mitologías y absurdos históricos en los que otros enfoques metodológicos suelen caer. Pues, su enfoque nos permite comprender los problemas hacia los que un autor clásico está apuntando, las preguntas que se está formulando, el uso que hace de los conceptos de que disponen, las intenciones que tiene al escribir, o sea, "lo que pudo pensar por lo que dijo [...] o dejó de decir", sus creencias (Skinner, 1993: 12). Y, en la medida de lo posible, nos permite "ver las cosas a su manera" (Skinner, 2002: 3). Puesto en estos términos, la utilidad de su método pareciera simplemente ponernos en situación de lograr una lectura aséptica, fría y desapasionada de los escritores clásicos del pasado. O, si se prefiere, proporcionarnos un lugar privilegiado desde donde emprender una lectura neutral referida únicamente a las preocupaciones de los clásicos.

Sin embargo, Skinner admite que la tarea del historiador de las ideas debe estar ligada a las "necesidades y preocupaciones del presente" (Skinner, 2002: 21) y que, en este sentido, el estudio de la historia es útil y relevante para nuestra sociedad presente y futura, sobre todo para pensarla mejor y ayudar a transformarla. Lo que indica que para Skinner, como para el Marx de las Tesis sobre Feuerbach (Marx, 1970), la labor del intérprete debe tener efectos prácticos sobre su mundo social. Esta utilidad práctica del método contextualista se enuncia con más fortaleza cuando desde sus propias coordenadas se analizan las relaciones entre lenguaje y poder. La tesis defendida por Skinner de que los escritores políticos formulan sus conceptos, sus ideas o creencias desde un contexto ideológico, una tradición de pensamiento o un "modelo heredado" es un indicador, para él, de que los pensadores están influidos fuertemente por ese contexto; que en parte su libertad está sujeta a los controles propios de un orden social de enunciación; que el lenguaje es "uno de los constreñimientos para nuestra conducta". No es un mero epifenómeno de la conducta de los agentes, es "uno de los determinantes de su comportamiento" (Skinner, 2002: 174). Pero, al mismo tiempo, su estudio sobre la dimensión de la "linguistic action" -las cosas que los hablantes son capaces de hacer al hablar- siguen, según él, el poder del lenguaje y de las palabras en la construcción de nuestro orden social, en la legitimación o deslegitimación de nuestras prácticas y de nuestras creencias, entre otras cosas (Skinner, 2002: 5). O, tal como lo dice Pocock, el método contextualista logra dar cuenta de "en qué medida el contexto lingüístico determinaba las intenciones del autor y cómo influían estas, a su vez, en el contexto" (2009: 12).

Desde este punto de vista su enfoque metodológico, si bien es básicamente histórico, también puede ser visto como "una contribución a la comprensión de nuestro mundo social actual" (Skinner, 2002: 6). Por un lado, porque nos permite ser conscientes de que nuestros valores, creencias y modos de pensar son producto de "continuas luchas para obtener reconocimiento y legitimidad", lo que habla, además, de las "motivaciones ideológicas que subyacen aún en los sistemas de pensamiento más abstractos" (Skinner, 2002: 6-7); a reconocer que, dado que el lenguaje es un recurso que está a nuestra disposición para construir o demoler nuestro orden social, "la agencia merece, después de todo, ser privilegiada sobre la estructura" , en la explicación de lo social (Skinner, 2002: 7). Es decir, nos permite advertir que nosotros "podemos ser más libres de lo que algunas veces suponemos" (Skinner, 2002: 7). Por otro lado, nos capacita para ver las diferencias entre los valores propios de nuestro tiempo y aquellos que constituían el estilo de vida de los hombres de otras épocas; a examinar de forma más adecuada si nuestras creencias o nuestros modos de pensar, en relación con otros sistemas de creencias, son los más acertados o los más correctos. Es decir, a "tomar distancia de nuestras propias asunciones y sistemas de creencias" con el fin de poder considerar nuestra propia forma de vida, nuestras conceptualizaciones, creencias y disposiciones morales y políticas de una forma más crítica (Skinner, 2002: 124-127).

La resistencia de los perennial problems

A lo largo de más de cinco décadas, de formulación y desarrollo, el enfoque metodológico de Skinner se ha visto sometido a una constante revisión y análisis. Parte de las más importantes críticas a su método han sido recopiladas por James Tully en Meaning and Context. Quentin Skinner and his Critics (1988). La mayoría de esas críticas, formuladas por Martin Hollis, Keith Graham, Joseph V. Femia, Kenneth Minogue, Nathan Tarcov, John Keane y Charles Taylor, a las cuales Skinner da respuesta en la cuarta parte del volumen editado por Tully, están centradas en los problemas derivados de la manera como él entiende la racionalidad de las creencias, la función de la fuerza ilocucionaria en el plano de la interpretación, el valor de su énfasis en la intenciones del autor y el éxito de la aplicación de su propio enfoque metodológico, entre otras cuestiones. Sin embargo, ninguna de esas críticas asume el análisis del ataque que Skinner plantea a la columna vertebral de lo que él denomina el enfoque textualista: los perennial problems. Sobre todo por su acusación de que todas las mitologías o absurdos históricos de los historiadores de las ideas provienen de esta idea equivocada.

El ataque de Skinner a los llamados perennial problems se centra en el argumento de que los practicantes del enfoque textualista aíslan los textos clásicos de su contexto histórico para, por esa vía, entrar en contacto con las verdades eternas o elementos universales que estos contienen y encontrarse, al final, con las respuestas que ellos formulan a estos supuestos perennial problems. Este movimiento es el que los lleva al anacronismo y a una variedad de mitologías que les impide interpretar de una manera adecuada los textos clásicos y ver que no existen perennial problems sino que, más bien, las preguntas planteadas por los autores clásicos sólo tienen sentido y significado dentro de su contexto histórico particular de enunciación. Por lo tanto, las preguntas planteadas por los clásicos sólo se pueden comprender dentro de su propio contexto histórico porque, aunque aparentemente se repitan en otros autores, siempre son diferentes, particulares y pertenecientes a su contexto de enunciación. En este sentido, para Skinner no existe continuidad en la historia del pensamiento político, pues ella está gobernada más bien por la ruptura y la discontinuidad. No obstante, si se echa una mirada a algunos de los representantes de lo que Skinner denomina enfoque textualista, se puede advertir que él ha desarrollado su propia orientación sobre una tergiversación de la tradición de la historia de la teoría política anterior a él y de un falso conflicto entre métodos.

Si se toma como ejemplo a Sabine y a Wolin, dos de los historiadores que Skinner pone dentro de lo que él denomina enfoque textualista, podemos ver que su tesis de que estos autores aíslan los textos clásicos de su contexto histórico para interpretarlos pierde todo sustento. Más allá de los tintes positivistas que pueda tener, Sabine es claro al sostener que su History of Political Theory toma a las teorías políticas no como una "realidad externa" sino como teorías que se "producen como parte normal del medio social en el que la propia política tiene su ser" (Sabine, 1949: 6), es decir, como ideas que están articuladas a un contexto histórico desde el que han de ser pensadas e interpretadas. En el mismo sentido, Wolin, en su Politics and Vision: Continuity and Innovation in Western Political Thought, parte de la idea de que la actividad del teórico político, y su propia libertad para pensar, tiene su lugar en un contexto histórico que, en parte, es su propia limitante.

Ese contexto al tiempo es una tradición en la que el autor interviene, es decir, un "debate cuyos términos ya han sido establecidos, en gran medida, de antemano" (Wolin, 1960: 21). Para Wolin hablar de una tradición implica hablar de un "cuerpo de conocimiento heredado" -conceptos que han sido enseñados, examinados, criticados y modificados- que opera como un "agente conservador" en el corpus de pensamiento de un teórico preservando la comprensión del pasado y "obligando a quienes desean tomar parte en el diálogo político occidental a someterse a ciertas reglas y usos" (1960: 22). Por supuesto, al hablar de la tradición Wolin la identifica, así, con un diálogo ininterrumpido que posibilita la comunicación entre contemporáneos, desde un lenguaje común, pero que, a la vez, "ofrece un vínculo de continuidad entre pasado y presente" desde un lenguaje y un conjunto de problemas comunes para la investigación política (1960: 22- 23). Obviamente, lo anterior, no le lleva a Wolin a desconocer, y aquí está la tergiversación de Skinner, que si bien los autores clásicos comparten un vocabulario político y unos problemas comunes, un diálogo perenne, por un lado, ese vocabulario se modifica en el tiempo, en gran medida por "los esfuerzos creadores del teórico", tomando distintos significados de acuerdo a los distintos usos políticos del teórico (1960: 15-16); y, por el otro, que cada pensador le da a esos problemas perennes una respuesta original y creativa dentro de su propio contexto histórico generando, al tiempo, rupturas dentro de la continuidad. Según Wolin:

Enfocando la experiencia política común desde un ángulo algo distinto del predominante; presentando de manera novedosa una antigua cuestión; re- belándose contra las tendencias conservadoras del pensamiento y el len- guaje, determinados pensadores han ayudado a liberar modos de pensar establecidos y a plantear, ante sus contemporáneos y la posteridad, la nece- sidad de repensar la experiencia política (Wolin, 1960: 23).

Por lo tanto, para Wolin cada pensador político está comprometido, escribe desde los problemas de la vida política pertenecientes a su propio contexto histórico y, en tal sentido, toda obra clásica del pensamiento político es "un manifiesto dirigido a su época" (1960: 24). Por eso, como ha llegado a afirmar Boucher, Skinner no tiene razón al afirmar que los historiadores que estudian los perennial problems lo hacen para "aprender directamente de ellos las respuestas" a estos problemas (1984: 294). Para Boucher, "sería un comentador muy ingenuo quien lea los clásicos por las razones que denuncia Skinner" (1984: 294). Dicho esto hasta aquí, no queda claro entonces qué es lo que Skinner llama enfoque textualista, por lo menos en la manera cómo él lo entiende. Pues el ejemplo de Sabine y, aún más, el de Wolin muestra que este tipo de historiadores no descartan los elementos a los que Skinner les da prioridad en su enfoque. La diferencia está, más bien, en que no le apuestan, como Skinner, a una concepción radical de la historia de las ideas en términos de la ruptura y la discontinuidad de las ideas y conceptos. Aquí, más bien, la carga de la prueba de la no continuidad queda en manos del historiador de Cambridge. A este respecto Michael P. Zuckert ha sostenido que si, por un lado, Skinner está en lo correcto acerca del "papel de la convención en la obtención de la comprensión, por el otro, no tiene éxito al plantear su pretensión principal, en el sentido de que no hay problemas perennes" (1985: 416). El argumento de Zuckert es que si bien la teoría de Skinner sobre la convención logra, en cierta medida, poner en claro que la mejor comprensión de un pensamiento ocurre dentro de un contexto de circunstancias que posibilitan captar de mejor manera las intenciones del autor, su teoría no logra probar que tal pensamiento no pueda "trascender" el contexto particular en el que se formuló. Por tal razón no se puede "descartar la posibilidad de las verdades eternas -timeless truths- expresadas por los pensadores del pasado" (Zuckert, 1985: 416). En el mismo sentido, Boucher ha argumentado que el metodólogo que afirme que es "un postulado de la historia" que no hay perennial problems, no está en capacidad de "demostrar" tal aseveración (1984: 295). Según el mismo Boucher:

Aquellos quienes ven la historia en términos de perennial issues elevan el pensamiento del pasado a un nivel suficientemente alto de generalidad para permitirles a ellos comparar a los teóricos del pasado en términos de las respuestas que ellos dieron a los problemas perdurables (1984: 295).

Con lo que se ha señalado hasta aquí se puede concluir que la incompatibilidad que Skinner ha planteado entre su metodología de las "ideas en contexto" y los "perennial problems" no es más que un falso conflicto entre métodos con el que ha tratado de legitimar su programa investigativo. Esto, por supuesto, no invalida su enfoque de las "ideas en contexto". Pero si nos advierte que, en vez de una oposición irreconciliable, lo que hay es una profunda complementariedad entre el esfuerzo de Skinner por particularizar y especificar lo que un autor clásico estaba haciendo al escribir, es decir, las preguntas particulares que estaba formulando y sus respuestas especificas a esas preguntas particulares, y los perennial problems. Para decirlo en otros términos, la búsqueda de lo uno no niega ni invalida la existencia de lo otro. Como dice Boucher:

Negar que los textos tengan a la vez un significado concreto, es decir, en referencia a un específico esto o aquello, y un significado universal, es de- cir, una capacidad para iluminar en alguna manera similares circunstancias en otros lugares, es rechazar en el terreno de la lógica algo que de hecho sucede (1984: 295).

Pero además de lo que argumenta Boucher, vale la pena señalar que negar la coexistencia de ambos significados en la obra de los textos clásicos es pasar por alto ejemplos históricos concretos de autores clásicos como Maquiavelo, quien lee a autores de la antigüedad clásica con el fin de iluminar las circunstancias políticas de su tiempo y para, a través de ellos, plantearse preguntas sobre su contexto histórico. Además, el propio Skinner, a través de las aplicaciones que él ha hecho de su método a los escritos políticos de Maquiavelo, en su The Foundations of Modern Political Thought (1978), ha evidenciado que las preguntas específicas que este escritor florentino se hace en su obra sobre la libertad y el conflicto político, y sus originales respuestas a estos interrogantes, son cuestiones que él retoma de una tradición de pensamiento anterior a él, de un vocabulario político heredado, y cómo Maquiavelo vuelve a estos perennial problems y los renueva con el fin de ayudarse a interpretar su presente histórico. Amén de esta paradoja que se ha señalado en el ejercicio de aplicación metodológica de Skinner a un autor clásico en particular, el mismo Boucher se ha encargado de señalar los distintos casos en los que el propio Skinner incurre en las mitologías que él mismo achaca a los defensores de los perennial problems y del, por él llamado, enfoque textualista (Boucher, 1884: 296-299).

Cómo leer a los escritores políticos del pasado después de Skinner: el enfoque de la doble significación de los textos clásicos

Con base en lo que se ha sostenido en el anterior apartado podemos, ahora, proponer una estrategia metodológica para un ejercicio de interpretación sobre los escritos políticos de autores del pasado. La idea general de la que se parte es que todo texto clásico tiene un doble nivel de significación, uno concreto y otro universal. Y que asumir este enfoque, que vamos a llamar de la "doble significación de los textos clásicos", nos permite reconciliar dos tipos de indagación sobre los escritos de autores del pasado que, en los hechos, no son antagónicos. Lo que, de paso, permite subsanar lo que cada uno de esos modos de pesquisa deja de lado, por su tendencia a priorizar cierto tipo de preguntas y respuestas.

Visto así, los clásicos pueden ser abordados, simultáneamente, como pensadores cuyos escritos plantean serias preguntas y respuestas específicas y originales a los problemas de la vida política de su propio tiempo y, además, como escritores que nos permiten a nosotros, por medio de la lectura de sus obras, iluminar nuestro presente para comprenderlo. Un ejemplo típico es un pensador clásico como Nicolás Maquiavelo. Pues, como afirma Felix Gilbert, Maquiavelo "no es simplemente una figura que ha contribuido a la evolución del moderno pensamiento político occidental. Cuando leemos sus trabajos encontramos que ellos aún nos hablan directamente, inmediatamente, de una manera extrañamente convincente" (Gilbert, 1984: 200). Esto no significa que la lectura de los autores del pasado tenga la finalidad de que nosotros asumamos las respuestas que ellos le daban a los problemas de su tiempo como aquellas que nos han de resolver nuestros problemas actuales sino, más bien, que su lectura nos puede permitir comprender mejor nuestros problemas y darnos mejores instrumentos para construir nuestras propias respuestas.

Este modo de leer los autores clásicos, que aquí proponemos, reivindica, en alguna medida, el punto de vista de Marc Bloch de que nosotros podemos "comprender el presente por el pasado" y, al tiempo, "comprender el pasado por el presente" (Bloch, 1982: 34-41). Y, al hacer esto, asume una manera de comprender la historia. Desde este punto de vista, el enfoque de la "doble significación de los textos clásicos" se aparta de la comprensión de la historia meramente como ruptura o discontinuidad, que tienen los historiadores de la Escuela de Cambridge como Skinner y Pocock, entre otros. Concepción, de estos historiadores de las ideas, que es deudora de la noción kuhniana de paradigma, tal como lo reconoce el propio Pocock en "Languages and Their Implications: The Transformation of the Study of Political Thought" (2014: 3-41). Como de aquella otra que entiende la historia sólo como continuidad, o que piensa la continuidad sin atender al cambio, al modo de Lovejoy (1960). A nuestro modo de ver, estas dos maneras de comprender el tiempo histórico, terminan por construir una representación idealizada del mismo que bloquea los esfuerzos por encontrarle un sentido a la relación entre pasado y presente.

En contraposición a ellas, el enfoque de la "doble significación de los textos clásicos" ancla en una comprensión de la historia como un movimiento simultáneo de continuidad y ruptura. Una visión, a nuestro modo de ver, más realista sobre el tiempo histórico, que si bien reconoce el cambio y la discontinuidad en la historia, es decir, la existencia de problemas específicos de un contexto histórico particular, también acepta que existen problemas históricos recurrentes o universales a través de los cuáles, y desde las respuestas que los escritores del pasado elaboraron sobre ellos, podemos comunicarnos con el pasado y dialogar con él. Muchos de estos problemas recurrentes, sino la gran mayoría de ellos, como lo ha afirmado Stuart Hampshire, nos hablan de los males persistentes de la vida humana, "los grandes males son siempre perennes y es fácil leer sobre las mutilaciones de la guerra, las tiranías, las masacres y las hambrunas descritas por los antiguos escritores, lo mismo que si uno estuviera leyendo un periódico del siglo XX" (Hampshire, 2000: xi-xii). Es a través de estos problemas que podemos encontrar un vínculo de continuidad, en medio de la ruptura, entre pasado y presente. De esta forma, el enfoque metodológico que aquí proponemos permite, por esta vía, encontrarle un sentido a la relación entre pasado y presente, al sostener, de paso, que nos es imposible comprender el presente sin apelar a una tradición de pensamiento, a un "cuerpo de conocimiento heredado" que obliga, a quienes desean tomar parte de en el diálogo, a "someterse a ciertas reglas y usos" (Wolin, 1960: 22), a un lenguaje común y a un conjunto de problemas comunes para la investigación política.

Por lo tanto, sin abandonar el punto de partida de Skinner de que los textos clásicos son un act of communication, nuestro enfoque metodológico afirma que no son sólo los problemas específicos de su propio contexto histórico los que le dan un valor a los textos clásicos, que a eso también contribuyen los perennial problems. Pues, si bien los primeros nos permiten descubrir el texto como un act of communication del autor con su presente histórico, estos últimos nos permiten descubrir el texto como un act of communication de un pensador del pasado con los pensadores del presente, como el modo en que un autor del pasado logra trascender el contexto particular en el que está inmerso y puede, así, llegar hasta nosotros. Un buen ejemplo de la pertinencia para el trabajo investigativo de este enfoque metodológico son cierto tipo de estudios sociológicos sobre la ciudadanía y el compromiso cívico como Habits of the Heart de Robert Neelly Bellah (2008), una obra en la cual su autor toma en consideración los análisis de Tocqueville sobre el individualismo, en su Democracia en América, para iluminar y comprender lo que él llama la crisis de la pertenencia cívica y el deterioro de la vida comunitaria en los Estados Unidos contemporáneos. Según lo afirma Bellah en su obra, "los análisis de Tocqueville aún tienen mucho que enseñarnos" (2008: X).

Otro ejemplo, paradójico, es el Maquiavelo fruto del trabajo hermenéutico de Skinner. Dicho en otros términos, los desarrollos metodológicos de Skinner, desde su énfasis en los actos de habla, pueden ayudarnos a evidenciar que los escritos políticos de Maquiavelo se ubican en un contexto histórico concreto, un marco ideológico específico, que puede ser tomado como un debate político de su tiempo en el cuál él participa para hacerse sus propias preguntas y darse sus propias respuestas a estas cuestiones. Lo que quiere decir que ese contexto especifica o delimita los actos de habla de Maquiavelo, es decir, lo que él dice y hace al decir lo que dice. Pero que también nos puede mostrar la agencia de Maquiavelo dentro de ese contexto, es decir, en qué medida él confirma ese contexto o lo socava. Estos frutos del trabajo de Skinner son para nosotros, evidentemente, un camino ganado del cual nos podemos apropiar sin mayores prevenciones como un reconocimiento a la utilidad de su metodología. Sin embargo, y sin proponérselo, el enfoque metodológico de Skinner nos advierte que el conflicto de ideas en el que Maquiavelo participa, y del que su obra es una respuesta específica, es un debate que está más allá de su tiempo, es decir, un debate que se inaugura unos siglos antes qué él y que cuando Maquiavelo lo asume, para pensarlo dentro de su propio momento histórico, va mucho más allá de su tiempo, a los escritos de Tito Livio, para ayudarse a pensar la crisis política de la Italia en la que a él le toco vivir (Skinner, 1978). Como quien dice que el ex-secretario florentino estaba, al tiempo, dando su propia respuesta a un perennial problem.

En este sentido, uno de los problemas que Maquiavelo se plantea en sus escritos políticos, y que podría ser de nuestro interés indagar, es el de la relación entre la libertad ciudadana y el conflicto político. Un problema que, desde nuestro enfoque metodológico es al tiempo, en el autor, un problema específico de su tiempo y un perennial problem. Más concretamente, el problema al que Maquiavelo se enfrentó fue al de: ¿cómo una comunidad política o una sociedad puede lograr la libertad ciudadana, garantizarla y preservarla, durante mucho tiempo, aún en sociedades donde ella está en permanente riesgo?, es decir, ¿cómo lograr y preservar la libertad ciudadana en sociedades atravesadas por el conflicto? O, lo que es lo mismo, ¿cómo construir un régimen político estable en términos de la libertad?

Hablando como Stuart Hampshire, de los perennial problems como de los perennial evils of human life, y a la luz de que en las últimas décadas un buen número de sociedades han estado sometidas a profundas tensiones políticas, sociales y hasta militares -acompañadas por la perversa tendencia de políticos y hombres de Estado empeñados en sacrificar la libertad en aras de la seguridad, para eternizar los estados de excepción-, la pregunta que se plantea Maquiavelo en sus escritos políticos acerca de la relación entre la "libertad ciudadana" y el "conflicto político" resulta de gran interés para nuestro enfoque de la "doble significación de los textos clásicos"; y ello, no sólo para, aprovechando los hallazgos de Skinner, precisar el sentido concreto de la pregunta y la respuesta de Maquiavelo a esta cuestión, sino, también, para ayudarnos a esclarecer esta compleja relación en el contexto de nuestra vida política actual.

Aún más cuando un autor como Maquiavelo muestra un permanente interés, en sus escritos, de pensar las posibilidades de la libertad en contextos sociales adversos a ella. Una cuestión que tiene como telón de fondo la idea de que la libertad es un bien que puede ser fácilmente vulnerado aún en sociedades que han construido medios e instrumentos para protegerla. Por lo tanto, un ejercicio de interpretación de las obras políticas de Maquiavelo, desde el enfoque aquí propuesto, nos puede ser de gran utilidad para ver en qué medida sus elaboraciones teóricas nos pueden iluminar las condiciones actuales de este problema entre nosotros y, tal vez, habilitarnos para sugerir nuestras propias respuestas a él. Esto significaría, metodológicamente, que el modo de precisar el sentido específico de la pregunta y de la respuesta de Maquiavelo, a la cuestión aquí planteada, consistiría en leer sus escritos políticos dentro del contexto de la teoría política del republicanismo clásico del Renacimiento italiano, es decir, dentro del debate político de los escritores de su época; lo que, de paso, nos capacitaría para ver las diferencias con los valores propios de nuestro tiempo referidos a esta cuestión y aquellos en los que se expresa el ex-secretario florentino y sus contemporáneos. Un ejercicio así nos permitirá examinar, de forma más adecuada, el sistema de valores y principios ético-políticos de nuestro tiempo, y verlos desde una perspectiva crítica.

Notas de Pie

1. Este artículo es producto del proyecto de investigación "La libertad en Maquiavelo: las posibilidades de la ciudadanía en sociedades en conflicto", adscrito al grupo Nexos -Grupo interdisciplinario de estudios socioculturales y psicológicos- de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi de Cali, y financiado por esta misma institución, cuyo investigador principal es Rafael Silva Vega, y el cual se realizó en el desarrollo de estudios de doctorado.

2. Orientación que pertenece al generalmente llamado enfoque textualista o de la Escuela de Cambridge desarrollado entre otros por J. G. A. Pocock y John Dunn, pero que, en sí misma, es una expresión de este enfoque.

3. Este énfasis de Skinner en el uso de los conceptos más que en su significado pone en evidencia su ruptura con los enfoques sobre el análisis de los conceptos de Williams (1983), Weldon (1960), y Harte (1952). Pero al tiempo nos muestra la similitud de su análisis con el programa de investigación de Reinhart Koselleck (1993 y 2012). Una similitud que el propio Skinner confiesa en "Retrospect: Studying rhetoric and Conceptual Change" (2002: 175-187).

4. Por lo menos más que las convenciones lingüísticas.

5. El propio Skinner, en "Interpretation, rationality and truth" (2002: 27- 56), retoma esta cuestión que Charles Taylor plantea en "The hermaneutics of conflict" (1988: 218-228) y la responde.


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