I. Introducción
I. 1. Definiciones
La definición de teoría de la toma de decisiones comúnmente aceptada [que en adelante nos referiremos a ella por sus siglas TDM, del inglés, Theory of Decision Making] se refiere a los procesos adaptativos de acuerdo a las variaciones que presenta cada contexto para realizar el acto de decidir. Para una adecuada o ventajosa TDM el sujeto está consciente de que tiene múltiples opciones y, de las variables, escoge la opción que mejor se adapta a sus propios objetivos, tanto de corto como de mediano y largo plazo. Para ello, se debe inhibir tomar una decisión inmediata o reactiva, ya que nos puede conducir a resultados inesperados, aleatorios o inciertos (Coutlee y Huettel, 2012; Kaplan y Mikes, 2012; Bland, 2012). Sin embargo, algunos escenarios nos obligan a tomar decisiones de esa naturaleza.
La TDM exitosa es aquella capaz de distinguir los mejores valores entre múltiples opciones, sacar consecuencias por adelantado, descartar supuestos erróneos o prejuicios sin fundamento y, a partir de ello, definir la estrategia de acción más adecuada a los objetivos preestablecidos o a las necesidades por cubrir. Ante la incertidumbre, se requiere de una selección flexible de los distintos cursos de acción y comportamiento (Coutlee y Huettel, 2012; Buzzell y Slater, 1962). La TDM consiste en un proceso recursivo de preparación, análisis inmediato o mediato, consciente o no; el paso necesario a la acción o inacción y; por último, la retroalimentación y evaluación de resultados para dar inicio nuevamente al ciclo (MacKinnon, Fairchild y Fritz, 2007; Coutlee y Huettel, 2012).
La creencia de que el camino aparentemente más corto, la idea más simple o la teoría con el menor número de elementos representa ventajas comparativas frente a otras opciones más complejas, no siempre resulta eficiente (Morin y Pakman, 1994) por el contrario; evitar las explicaciones simplistas, las aseveraciones gratuitas y las conclusiones precipitadas, puede ser el comienzo de un proceso más elaborado, rico y adaptativo, según el contexto, a las variables que se presenten y a los objetivos que se persigan (Morin y Pakman, 1994).
Tres elementos complejos en la TDM: primero, proyectar distintos cursos de acción que deben valorarse de acuerdo a su competitividad, a veces, en conflicto unos con otros (Doz, 1996); en segundo lugar, evaluar los recursos de presupuestación para atender las demandas, especialmente en aquellas tareas que pueden ser recurrentes y que puedan servir de referencia para la creación de escenarios prospectivos y; en tercer lugar, la observancia de reglas mínimas de comportamiento ético, necesarias para que nuevos ciclos de interacción puedan realizarse (Doz, 1996; Coutlee y Huettel, 2012; Katz, 1964).
A veces es necesario cambiar viejos patrones de conducta o visiones preestablecidas porque imposibilitan el input de nuevos estímulos o de innovadoras formas de apreciación. Incluso a nivel perceptual, como parte de la TDM, se debe cambiar la forma de ver un esquema o problema (Kornmeier y Bach, 2012) para resolverlo. Un ejemplo literal de lo anterior es la capacidad o incapacidad para ver figuras tridimensionales escondidas en las imágenes estereogramas de puntos aleatorios (RDS) (Hinton y Becker, 1990). Se requiere de cierto entrenamiento para poder acceder a la imagen que está dentro, y hay muchas personas que jamás logran visualizarlas. Esto debido a que, por más que se les explique con palabras cómo deben ir rompiendo el punto focal inmediato, esto es, haciendo ligeramente con los ojos un bizco, no les es posible cambiar su esquema de visión bidimensional. Del mismo modo, se requiere cierto tipo de inteligencia para poder aplicar una apreciación distinta a la que, por comodidad, se ha tenido por valiosa a lo largo de la vida y emprender rutas alternas (Kornmeier y Bach, 2012). Hacemos cosas una y otra vez de la misma manera, aun cuando no estamos recibiendo los outputs o resultados esperados. Una estrategia para la TDM exitosa es aquella que es capaz de realizar movimientos adaptativos constantes, pero controlados racionalmente sin perder de vista el objetivo.
I. 2. La retroalimentación
La retroalimentación es el proceso en la TDM que surge como resultado del aprendizaje basado en problemas y su colección de experiencias (Warren, Dondlinger, McLeod, y Bigenho, 2012). Hay retroalimentación cuando el agente es consciente de que a cada curso de acción corresponde un resultado diferenciado. En la media en que se pueden prever esos resultados, sobre todo si son los deseados, se genera un bagaje empírico que permite sacar un aprendizaje que, a su vez, sirve para futuros ciclos de acción (Coutlee y Huettel, 2012; Bhakthavatsalam y Cartwright, 2017).
La retroalimentación nos diferencia del resto de las especies. Se puede aplicar en casi todos los animales un conductismo basado en premios y castigos, estímulos y respuestas, pero el ser humano es el único capaz de analizar, sintetizar y utilizar provechosamente la retroalimentación para la construcción de estrategias diferenciadas (Bindra, 1978). La conciencia de que se tiene cierto control sobre los actos y sobre los protocolos que el cerebro establece en el proceso de TDM es privativo del hombre.
Si bien se puede ser reactivo, esa respuesta puede ser modificada por la retroalimentación pasada, construcción del presente y visualización del futuro; de ese modo, el ser humano es capaz de adecuar sus expectativas de forma deliberada y actuar en consecuencia (Coutlee y Huettel, 2012; Gintis, 2007; Stajkovic y Luthans, 1998).
I. 3. ¿Quién decide?
La TDM no ha logrado integrar un marco explicativo común, y aun cuando se han tenido hipótesis generales más o menos compartidas, aun no se logra explicar convincentemente o construir un marco explicativo común, sobre cómo funcionan algunas áreas del cerebro comprometidas en la TDM y, especialmente, en la indecisión.
Cada cerebro es diferente y las generalizaciones de patrones comunes de actividad neural pueden ser propositivas, incluso demostrativas de algunas teorías, más no por ello conclusivas (Coutlee y Huettel, 2012, Verplaetse, 2014).
Se cree que la corteza prefrontal (PFC) cuenta con un sistema de modulación ante otros sistemas afectivos, inmediatos, emocionales y de recompensa (Drevets, Price y Furey, 2008; De la Fuente y Leefmans, 2015; Bechara, Damasio, Damasio y Lee, 1999). Un reto significativo para la TDM y para los neurocientíficos que observan la actividad neuronal a través de imágenes de resonancia magnética (IRM), lo constituye una explicación convincente de los procesos de autocontrol frente a la recompensa inmediata (Coutlee y Huettel, 2012; Van den Bos y Güroğlu, 2009; Papageorgiou, Sallet, Wittmann, Chau, Schüffelgen, Buckley y Rushworth, 2017).
Lo anterior se refiere, por ejemplo, al manejo de las adiciones: a la inhibición de los mecanismos automáticos de recompensa, como en el caso de quien se pone a dieta (Berthoud, Münzberg, y Morrison, 2017) o al mantenimiento de la motivación (Maslow, 1943) o la voluntad para seguir haciendo una rutina de ejercicio por largos periodos (Coutlee y Huettel, 2012). Ni hablar de las toxicomanías. Los mecanismos de auto-mantenimiento del equilibrio homeostático del cuerpo no siempre envían las señales somáticas adecuadas o consistentes con los proyectos de largo alcance de su propietario (Higgs, 2016) por el contrario, el cuerpo, como si fuera un extraño, quiere satisfacer de inmediato sus necesidades básicas sin importar que esa satisfacción sea el origen de su propio deterioro y, a la larga, de su auto-destrucción. No estamos sugiriendo una dualidad mente-cuerpo o un homúnculo racional en el cerebro y un potro desbocado en el cuerpo, como lo imaginaba Platón (Platón, 2013) y tantos otros dualistas hasta nuestros días.
Al parecer, está aún lejana la comprensión total de los mecanismos cerebrales que se extienden por el cuerpo a través del sistema nervioso central y la explicación convincente de las funciones intero y exteroceptivas en la TDM (Singer y Tusche, 2014; Northoff y Bermpohl, 2004). Aun con los adelantos técnicos y tecnológicos con que cuenta las ciencias de la conducta, no se tiene un diagnóstico preciso de los intrincados nudos y funciones involucradas en las respuestas conductuales somáticas aprendidas o pre-establecidas, frente a nuevos estímulos externos (Armel y Ramachandran, 2003; Damasio, 1996).
No queda esclarecida cuál sería la función de la PFC para echar a andar los mecanismos inhibitorios frente a ciertas respuestas automáticas (Ridderinkhof, Van Den Wildenberg, Segalowitz y Carter, 2004; Coutlee y Huettel, 2012). Algunos estímulos parecen, o son, irresistibles para la persona, e inexplicables para una teoría racional de las decisiones (Bernhard, Chaponis, Siburian, Gallagher, Ransohoff, Wikler y Greene, 2016). La pregunta: ¿Quién manda aquí? (Gazzaniga, 2012) es atinente frente a las disyuntivas que presentan los problemas reales de agencia (Pereboom, 2014): pensamientos obsesivos, acciones compulsivas y manías (Hall, Dhilla, Charalambous, Gogos y Karayiorgou, 2003) que las posiciones teóricas dualistas, mente y cuerpo o cuerpo y cerebro, extravían el foco del problema.
De hallarse una explicación satisfactoria a lo irresistible y su control, el camino de la cura se abriría, con resultados positivos hacia una amplia gama de aplicaciones para el fortalecimiento del autocontrol (Wisner, Jones y Gwin, 2010) y con ello hacia la solución final a miles de padecimientos y sufrimientos, debido a una voluntad débil y a las dependencias física y mental que hacen del ser humano esclavo de sus propios deseos en contradicción. Quiere dejar de hace algo, pero no puede dejar de hacerlo. Tabaquismo, obesidad, diabetes no congénita, alcoholismo, dependencia a los fármacos neurológicos legales e ilegales, opioides, anfetamínicos y un largo etcétera, podrían ser quitados de la dieta diaria, salvando, literalmente, millones de vidas (Berthoud, Münzberg, y Morrison, 2017).
Por lo anterior, una aspiración de las éticas normativas y descriptivas es elaborar una TDM que sirva para tomar siempre la mejor decisión, sin importar los análisis cientificistas del modo en que se llegue a ella.
II. Racionalidad y emociones en el cerebro
II. 1. Racionalidad
La TDM desde ha tratado de ceñirse a un solo esquema: el enfrentamiento entre el deontologismo, el consecuencialismo y el emotivismo pero no estamos seguros si deba ser el objetivo útil del estudio filosófico de la ética, en cuanto procesos cognitivos de decisión.
Si se decide de manera pragmática, se debe optar por el mayor beneficio (Mill, 1980); si se decide por principios, se debe cumplir con el deber (Kant, 2018); si se decide intuitivamente, la emoción imperante decidirá el curso de acción (Hume, 2005); si se decide por estímulo-respuesta, el cerebro podría estar decidiendo sin que sea racional o consciente del porqué se hace lo que se hace (Libet, 1985).
No hay recetas para la razón práctica, actuar de manera fundamentalista o deontológica, o actuar de manera consecuencialista o pragmática por principio, seguramente traerá efectos colaterales no deseados para quien lo practique ciegamente. Tampoco sería aceptable sostener que: matar de vez en cuando podría ser necesario si la causa lo amerita; pero tampoco el cumplimiento de todos los cánones puede ser sostenido al absurdo, como en el ejemplo del asesino que pregunta por su futura víctima y al cual, según Kant, no le deberíamos mentir (Kant, 1993). Pero tampoco se puede actuar permanentemente sin otro principio más que el de la economía y la potenciación de la ganancia, sin ningún marco normativo, aunque este sea el criterio que hoy prevalezca.
II. 2. La intuición
Por siglos, y aun recientemente, se ha considerado que el proceso de toma de decisiones y construcción del juicio moral está basado en procesos racionales y cognitivos, en donde la deliberación de un precedente permite, por necesidad lógica, alcanzar una conclusión (Kohlberg, 1969). Este consecuente se infiere de las premisas, a partir de la deliberación, este es el principio de la toma de decisión racional.
Sin embargo, está visión racionalista y cognitiva ha sido puesta en duda y cada día es mayor el número de investigadores que considera que la intuición y la emoción podrían jugar un papel más importante en la decisión y, por ejemplo, construcción del juicio moral, de lo que se pensaba (Haidt, 2001; Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen, 2004). También afirman que el proceso de cognición y racionalización pertenecen a un segundo momento en el que se construye una justificación, a posteriori de la decisión intuitiva-emotiva ya tomada (Haidt, 2001). Haidt sostiene que, primero se decide intuitiva y emocionalmente, y después se justifica dicha decisión.
Hasta Kohlberg (1969) los juicios morales partían de modelos racionalistas de decisión abstractos; después emergieron con fuerza otras perspectivas, como el intuicionismo social (Haidt, 2001) basado en respuestas rápidas desde la emoción, por ejemplo, en un dilema moral.
Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen (2004) descubrieron que el proceso racional y el proceso emocional incluso compiten en algunas decisiones. Trabajan juntas a veces, pero a veces entran en conflicto, uno y otro sistema de decisión (Evans y Stanovich, 2013). El viejo adagio de pensar con la cabeza y no con el corazón, o con el hígado.
III. Los dilemas morales
Un instrumento metodológico comúnmente utilizado para la investigación del proceso de toma de decisión y para la construcción de la TMD ha sido distintos dilemas morales. La mayoría son artificialmente construidos y se cree que, cuando el participante responde en un ambiente controlado, también refleja lo que sucede o sucedería en la vida real. La segunda parte de este artículo trata de enunciar algunos de estos dilemas y analizar si el valor de sus resultados puede o no ser generalizable para una teoría, especialmente del juicio moral.
III. 1. Evatlo
Existen muchos tipos de dilemas, los primeros datan de la Grecia antigua, como el Dilema de Evatlo (Aulus Gellius, 1927) quien era un joven aristócrata que quería ser abogado y estaba bajo el patrocinio de Protágoras de Abdera, el gran sofista y experto en retórica. Ambos habían acordado que el alumno pagaría al maestro la cantidad de 10 mil dracmas por su tutoría.
Sin embargo, también estipularon que no pagaría Evatlo a su maestro Protágoras hasta haber ganado su primer juicio. Sin embargo, dado que nadie contrataba los servicios de Evatlo, Protágoras cansado de esperarlo, decidió interponer una demanda sabiendo que aquel enfrentaría el siguiente dilema:
-Si Evatlo perdía el juicio, los jueces obligarían a pagarle a Protágoras; y si ganaba Evatlo, también tenía que pagarle, pues se habría cumplido la condición de ganar el primer caso y, por tanto, tendría que pagarle a su mentor.
Lo que Protágoras no previó fue que Evatlo presentaría un contradilema:
-Si los jueces consideraban que el alumno tenía la razón, entonces no tenía que pagarle al maestro y, si perdía, tampoco tenía que pagarle, pues no habría ganado su primer juicio y, por lo tanto, no se habría cumplido la cláusula.
Y fue así como el aventajado alumno evadió pagarle al maestro. La pregunta es: ¿Quién tenía la razón? ¿Protágoras o Evatlo?
III. 2. Trolley
A finales de los años 60s del Siglo XX (Foot, 1967) y a partir de mediados de los 80s (Thomson, 1985) se conformaron algunos dilemas con los que se han realizado pruebas controladas para analizar los procesos racionales e irracionales de la toma de decisiones.
Los dilemas morales han sido divididos básicamente en dilemas morales personas (DMP) y dilemas morales impersonales (DMI) (Rosas, Arciniegas, Cavides y Arciniegas, 2014) en los primeros, el sujeto de estudio debe verse así mismo actuando y tomando decisiones arriesgadas; en el segundo caso, la persona es un espectador y solo se le cuestiona sobre lo que otros deberían hacer en ese caso (Rosas, Arciniegas, Cavides y Arciniegas, 2014). En los dilemas personales, por ejemplo, se infringe un daño corporal de forma directa a un individuo o a un grupo de personas de manera intencional, y ese daño tampoco es colateral como resultado de la búsqueda de un mal menor (Foot, 1967). En el DMP se realiza una acción intencional, que puede contener un contacto físico, causar lesiones o la muerte y es la persona misma quien realiza la acción i.e. agencia. En el DMI es otra persona quien realiza la acción y por lo regular, utiliza su racionalidad instrumental o técnica, así que el sentido hipotético de la situación permite al sujeto de estudio tomar cierta distancia. Esto parece un hecho menor, pero en los estudios realizados representa un significativo cambio de enfoque del participante y, por lo tanto, de los resultados (Rosas, Alfonso, Arciniegas y Gómez, 2013).
El clásico dilema del tranvía tiene dos versiones: una personal y otra impersonal. La primera debe verse uno mismo (personal) manejando un tren sin frenos que se encuentra, más adelante a cinco trabajadores que no se percatan del convoy que se acerca y que serán atropellados a menos que gires el mando hacia otra vía en donde hay un solo trabajador: -¿Matarías a uno para salvar a cinco? Esta es la presentación del dilema de manera personal (Thomson, 1985).
En cambio, una versión impersonal es que hay un tranvía sin frenos, el conductor se ha desmayado y hay una persona parada en la aguja de cambio de rieles, puede presionar un botón para que cambie la ruta, igualmente, de un lado hay cinco personas y del otro lado una persona: -¿Debería el testigo matar a uno para salvar a cinco? (Thomson, 1985).
Como puede verse el planteamiento es distinto, en un caso es el propio actor quien mata a uno o a cinco, en cambio en el segundo, es otro quien realiza la acción y el sujeto de estudio es tan solo un espectador.
Para que hacer más clara esta distinción, otro dilema, ya clásico, servirá de ejemplo:
III. 3. Fat
En lugar de accionar un botón o palanca que haga el cambio de vías, ahora tú debes empujar a un hombre lo suficientemente grande sobre la vía desde un puente peatonal para, de esa manera, frenar el tranvía y evitar que atropelle a los cinco trabajadores. El dilema sigue siendo el mismo: -¿Es lícito sacrificar una vida para salvar a cinco? (Thomson, 1985).
El planteamiento y las emociones que causan cada dilema son diferentes y, por tanto, los resultados también difieren. En realidad, este segundo dilema no es muy difícil porque la mayoría de las personas simplemente dicen que no lo harían (Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen, 2004; Kamm, 2015) no empujarían a alguien para salvar la vida de otros porque es un homicidio intencional, y a casi nadie le gusta verse así mismo matando a un inocente, mucho menos con sus propias manos, aun cuando se tenga el mejor motivo e intención para hacerlo.
En el caso del primer dilema, en cambio, varían las respuestas dependiendo de la perspectiva del planteamiento que se haga: muchas personas están de acuerdo en que debería aquella persona accionar el botón para salvar a cinco (Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen, 2004; Kamm, 2015; Thomson, 1985). Esto es, resulta lícito accionar una palanca u oprimir un botón; en cambio parece detestable para una mayoría empujar a una persona a su muerte. Sin embargo, hay una cierta inconsistencia en ello, pues el resultado es el mismo (Lanteri, Chelini y Rizzello, 2008).
III. 4. Sofía
Otro dilema, este considerado difícil, es el llamado Dilema de Sofía: Un soldado nazi en un campo de concentración le dice a Sofía, una madre polaca, que matará a sus dos hijos a menos que ella escoja a uno, salvándole la vida al otro: -¿Debe Sofía escoger a uno de ellos o dejar que el soldado se lleve a los dos? (Styron, 1979).
Algunos dilemas no miden los resultados de lo que se debe escoger, porque la mayoría de las personas se sienten tan incómodas y frustradas al escucharlos que los investigadores se han concentrado más en los tiempos amplios de reacción que en las respuestas mismas (Evans, Dillon y Rand, 2014).
Esto es, parece que es más importante medir cuánto tiempo tardan las personas en salir del asombro del planteamiento.
La hipótesis que defienden Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen (2004) y Bechara, Damasio, Damasio y Lee (1999) es que el juicio moral, en respuesta a violaciones familiares para nuestros antepasados primates, violaciones personales, es impulsado por respuestas socioemocionales; mientras que el juicio moral en respuesta a una violación moral distintivamente humana, impersonal, es o puede ser más cognitivo.
III. 5. Soldado
En otro estudio sobre los criterios que emplean las personas para decidir a quién salvar en los dilemas de sacrifico, Bialek, Fugelsang y Friedman (2018) utilizaron a 558 participantes y encontraron que las preferencias pueden ser, al parecer, arbitrarias; su trabajo se basó en un escenario bélico hipotético sobre salvar la vida de tres soldados a costa de la vida de uno. Encontraron que la variable de la nacionalidad tenía mayor relevancia que otras variables, por ejemplo, edad; escogieron que el soldado sacrificado fuera de la misma nacionalidad que los soldados que se iban a salvar. También prefirieron que vivieran los soldados más jóvenes frente a los de mayor edad. Suponían que las personas preferirían el sacrificio de un soldado de una nacionalidad diferente de la de los soldados que se salvarían, porque se cree que hay una identificación de unidad nacional, especialmente tratándose de una guerra, pero en este caso, se trataba de una misión multinacional de la OTAN en la que hay varios países involucrados. Los autores (Bialek, Fugelsang y Friedman, 2018) concluyeron que los criterios para decidir quién debe ser sacrificado, en este tipo de dilemas, es una decisión multifactorial y por eso los participantes siempre quieren tener más información.
En el dilema del tranvía, muchos participantes quieren obtener más información sobre las personas atadas a las vías para poder tomar una decisión (Swann Jr, Gómez, Dovidio, Hart y Jetten, 2010); por ejemplo, quieren saber cómo ha sido su comportamiento moral: si han sido buenos o malos. No así en el dilema de Sofía en el que prevalecen criterios altruistas o deontológico que suponen que la vida de uno de los hijos tiene el mismo valor que la del otro. De hecho, nadie se pregunta si uno de los hijos era, por ejemplo, más o menos obediente o cariñoso con su madre como criterio de sacrificio.
IV. Críticas a los dilemas
Como hemos vistos se considera la valía o no de los dilemas como una vía para descubrir las convicciones morales de las personas, cuando una simple variación de los escenarios o el modo en que estos se plantean, pueden hacer variar significativamente las respuestas dadas por los participantes. En el modo positivo o negativo en que se redacte el planteamiento del dilema se puede obtener una u otra respuesta: ¿Esto invalida su valor como instrumentos de investigación?
Petrinovich y O’neill (1996) consideran que una variación entre poner el énfasis en la palabra salvar o matar puede ser definitiva en los resultados que se obtengan, como un sesgo metodológico fuerte, aun cuando la consecuencia de la acción sea la misma. De hecho, los resultados que obtuvieron en sus estudios fueron que los participantes estaban más dispuestos a intervenir en trolley, cuando el énfasis estaba en el concepto de salvar, que cuando estaba en el concepto de matar. La explicación que ofrecen Petrinovich y O’neill es que un proceso adaptativo biológico y evolutivo ha predispuesto al ser humano intuitivamente a salvar a los demás por encima de querer matarlos.
En las múltiples versiones que se han hecho del dilema del tranvía algunas versiones se refieren a cinco hombres que trabajan en el mantenimiento de las vías (Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen, 2004) y, en otras, a cinco personas atadas a las vías (Thomson, 1985); este tipo de enfoque, según Petrinovich y O’neill (1996) hace variar los resultados. Los participantes estarían más dispuestos a que mueran cinco trabajadores, pues podrían argumentar que es parte de su riesgo laboral, que cinco personas atadas, que son víctimas inocentes de un demente.
Algunos como Francis (2017) y Kittay y Carlson (2010) sugieren que existe una disociación entre el juicio moral y la acción moral, lo que significa que no necesariamente un juicio deba llevar a la realización correspondiente, o a la coherencia entre una creencia y el acto. En este sentido se puede argumentar que una creencia tiene distintos niveles de convicción y, sobre todo, de compromiso. El nivel de convicción podría determinar la realización o no de la acción.
Hasta ahora hay una amplia discusión sobre la utilidad de los dilemas morales hipotéticos (Christensen, Flexas, Calabrese, Gut, y Gomila, 2014) para obtener resultados fiables sobre la moral de los participantes. Sin embargo, otros estudios como los realizados por Christensen, Flexas, Calabrese, Gut, y Gomila (2014) arrojan resultados que consideran que sí es posible determinar las preferencias axiológicas y/o valorarles de las personas a través de los dilemas.
Por supuesto, trolley es un caso aparentemente inverosímil. El caso de Sofía, digamos es diferente dadas las múltiples historias del nazismo. Incluso se filmó una película en la que se recrea dicho dilema (Barish, Gerrity, Pakula y Starger, 1982). Sin embargo, como en otros, la principal crítica es que no reflejan escenas de la vida cotidiana y las decisiones que supuestamente se toman en el experimento, difícilmente se replicarían en la vida real. Sofía en el filme y en la novela finalmente comete suicidio por la culpa que jamás la abandona (Styron, 1979).
La criticas de Bauman, McGraw, Bartels y Warren (2014) coinciden en que los dilemas de sacrificio como trolley e incluso Sofía, no ofrecen evidencia valiosa, porque no representan escenarios posibles en la vida real. En cambio, cuando se procura abordar temas relevantes en los dilemas morales, como utilizar aviones no tripulados para actos terroristas, trabajo infantil, acoso sexual, discriminación, por mencionar algunos, los participantes se sienten incómodos y prefieren no participar, de ahí que trolley puede ser más divertido.
El realismo mundano, argumentan Bauman, McGraw, Bartels y Warren (2014), debería ser una característica deseable en todos los estudios experimentales sobre toma de decisiones morales. Utilizar escenarios altamente hipotéticos tienen poca o nula probabilidad de que se presenten en la vida y por tanto carecen de valor empírico.
Para Bauman, McGraw, Bartels y Warren (2014) un homicidio hipotético a nadie en el aula le importa. No despierta sentimientos de rechazo en el grupo, tampoco de empatía (Taylor, Eisenberg, Spinrad, Eggum y Sulik, 2013) o por lo menos, de enfrentamiento entre quienes creen que deberían desviar al tranvía y entre quienes no. Por el contrario, a algunos les parece chistoso lanzar al gordo.
Tampoco puede descartarse un argumento de irrelevancia psicológica porque, en efecto, si se toma en serio el problema dilemático documentado (Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen, 2004), y cómo el cerebro puede recrear situaciones hipotéticas que cualitativamente se asemejan al proceso de toma de decisión en la vida real, se podría generar resultados conexos en la teoría general de la TD.
Según Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen (2004), las implicaciones morales de la vida real y del laboratorio podrían ser las mismas. La toma de decisiones es un proceso altamente complejo en el que son muchos los factores que intervienen.
Aún con las críticas anteriores, consideramos el valor del estudio del dilema del tranvía y de Sofía porque siguen y seguirán atrayendo a los estudiosos de la moral y de las teorías de las decisiones. En el fondo, tratan de contrastar dos posturas filosóficas implícitas: utilitarismo contra deontologismo, actuar por los resultados o por principios que es un dilema al que muchos diariamente se enfrentan.
V. Conclusiones
La forma en cómo tomamos decisiones sigue siendo problemática. No hay un manual de la razón práctica. Se puede computar algunos mecanismos como racionalización, emoción, marcadores somáticos, homeostasis o incluso, el absurdo, para caracterizar algunas acciones mentales y motoras. Sin embargo, lo cierto es que la TDM es multifactorial y difícilmente encasillada en una sola explicación positiva entre los inputs y los ouputs.
Consideramos que en el estudio de la TDM se deben cambiar viejos patrones o visiones que imposibilitan la entrada de innovadoras formas de apreciación conductual y de creencias. Para un proceso adaptativo e inteligente se requiere diferenciación de los escenarios cambiantes y poder de inmersión en esos contextos, conexos o inconexos, que esperan una respuesta inmediata, pero no por ello aleatoria.
La retroalimentación es tal vez la parte más fina de la TDM porque nos diferencia del resto de las especies. El humano es el único ser capaz de analizar, sintetizar y utilizar provechosamente la experiencia y obtención de resultados previos para la construcción de estrategias diferenciadas a futuro.
En cuanto a los correlatos neuronales de la decisión moral, no existe hasta ahora una teoría explicativa que logre demostrar que exista un área exclusivamente dedicada a los procesos de decisión. Si bien se considera que la vmPFC es la neuroanatomía más avanzada, no sería satisfactoria una hipótesis que la ubique como el lugar del bien y del mal en el hombre.
Por el contrario, existen más argumentos para creer que los procesos automáticos de decisión y toma de decisiones, anteriores a la conciencia, están mayormente presentes, aunque con ello se vulnera la agencia y la libre voluntad, que tanto nos gusta defender a los filósofos, especialmente iusnaturalistas.
Consideramos que las visiones deontológicas, utilitaristas, consecuencialista y emocionalistas a ultranza, son reduccionistas en el proceso más profundo y multidimensional que requiere la TDM.
Finalmente, la crítica a los dilemas morales, ya sean personales o impersonales para poder analizar y explicar el proceso de toma de decisión y su teoría limítrofe, también parecen insuficientes para explicar la complejidad de los fenómenos descritos. Los procesos adaptativos y cambiantes, y la posibilidad de adecuar el curso de la acción a cada circunstancia, nos debería convertir en máquinas perfectas de decisión; somos capaces de combinar la intuición, la sensibilidad y el razonamiento en cada caso único.
En la medida en que seamos conscientes de que están en curso procesos complejos, algunos controlables y otros no tanto, seremos los dueños de nuestro propio destino construido y el producto de las propias circunstancias.