SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número54Margot, J.-P. (2021). Descartes y Spinoza. Universidad Nacional de Colombia, Universidad del ValleHan, B. C. (2020). Caras de la muerte. Investigaciones filosóficas sobre la muerte. Herder índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Em processo de indexaçãoCitado por Google
  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO
  • Em processo de indexaçãoSimilares em Google

Compartilhar


Praxis Filosófica

versão impressa ISSN 0120-4688versão On-line ISSN 2389-9387

Prax. filos.  no.54 Cali jan./jun. 2022  Epub 09-Mar-2022

https://doi.org/10.25100/pfilosofica.v0i54.11943 

Reseña

Cappelen, H. (2012). Philosophy without intuitions. Oxford University Press

Joel Alejandro Franco Ramírez1  1
http://orcid.org/0000-0003-2343-2765

1 Universidad de Guadalajara. México. E-mail: alejandro.franco@comunidad.unam.mx

Cappelen, H.. 2012. Philosophy without intuitions. Oxford University Press,


Una de las controversias en los debates metafilosóficos contemporáneos gira en torno al presunto uso de intuiciones como evidencia en la filosofía analítica. El problema es que, si los filósofos realmente usan intuiciones, no queda claro qué se entiende por éstas, cómo pueden tener un papel evidencial, o si son siquiera fiables. En su libro Philosophy Without Intuitions, Herman Cappelen se propone abordar esta cuestión que concierne a los fundamentos mismos de la filosofía analítica, dando una respuesta negativa a la pregunta de si los filósofos dependen de intuiciones. Su estrategia consiste en articular dos argumentos que, de acuerdo con él, suelen ser mencionados en apoyo de la existencia del uso de intuiciones en filosofía, para después mostrar que ninguno cumple su cometido. Por lo tanto, sería falso que se utilizan intuiciones como evidencia en filosofía. La obra se divide en dos partes: en la primera (caps. 2-5) desarrolla un argumento lingüístico a favor de la existencia del uso de intuiciones en filosofía, así como su crítica a éste; mientras que en la segunda (caps. 6-11) elabora un argumento práctico, junto con sus respectivos defectos. Y si bien Cappelen cree que en última instancia la diferencia entre ambos argumentos es convencional, sirve para sus propósitos expositivos.

De acuerdo con Cappelen, la idea de que la filosofía analítica contemporánea utiliza intuiciones “... es casi universalmente aceptada en los debates metafilosóficos actuales y figura prominentemente en nuestra auto-concepción como filósofos analíticos” (2012, p. 1).2 Esta idea es denominada como centralidad por él, quien la describe como la tesis según la cual “los filósofos analíticos contemporáneos dependen de intuiciones como evidencia (o como fuente de evidencia) para sus teorías filosóficas” (p. 3).3 Tal afirmación sería aceptada no sólo por una gran parte de la filosofía analítica, sino también por la totalidad de la llamada filosofía experimental, de acuerdo con la cual se debe investigar empíricamente las intuiciones de filósofos y no-filósofos al abordar problemas tradicionalmente filosóficos.

Cappelen establece una tipología de los defensores de centralidad: los entusiastas, para los cuales centralidad es algo positivo, pues las intuiciones proveerían un fundamento sólido para la filosofía (Sosa, Goldman, Bealer, Pust); los pesimistas, que aceptan la verdad de centralidad pero concluyen que esto es algo negativo, debido a que las intuiciones no serían fuentes confiables para las afirmaciones filosóficas (Weinberg, Stich y gran parte de los filósofos experimentales); y los preocupados, que aceptan centralidad pero desconocen cómo hacer filosofía sin intuiciones (p. 17).

Como es de esperar, una pregunta esencial para los defensores de centralidad es qué son las intuiciones. Por supuesto, no siempre están de acuerdo en la respuesta: se las entiende en términos de juicios (Chalmers, 2014), creencias (Kornblith, 1998), inclinaciones a creer o a decir (Goldman, 2007; Sosa, 1998), estados mentales sui géneris (Bealer, 1998), etc. (p. 7-12). Sin mencionar, además, las características específicas que han de poseer. Por otro lado, aunque la noción de evidencia también requiere de clarificación, Cappelen intenta mantenerse neutral al respecto no haciendo compromisos (p. 13); a diferencia de otros críticos de centralidad como Williamson (2007), para quien la evidencia filosófica consiste fundamentalmente en proposiciones. Cappelen señala que en filosofía se dispone de una gran variedad de fuentes evidenciales, pues los filósofos utilizan una enorme diversidad de datos y pruebas en sus investigaciones: “no hay límites auto-impuestos sobre las fuentes de evidencia que se permiten. Cualquier cosa que pienses que cuenta como evidencia, encontrarás a algún filósofo haciendo uso de ella” (p. 190)4. Lo concibe de esta manera a raíz de que la filosofía es una área muy amplia donde se trata desde asuntos éticos hasta cuestiones metafísicas. Y a pesar de lo anterior, niega de manera rotunda que entre esta gran variedad de fuentes de evidencia se encuentren las intuiciones. Aquí parece haber cierta tensión en su postura, pues en principio Cappelen está abierto a casi cualquier tipo de evidencia en filosofía, por lo que esta excepción parece un tanto infundada. A fin de cuentas, centralidad no requiere que las intuiciones sean la principal fuente evidencial de los filósofos, ni siquiera que estén entre las más utilizadas.

Cappelen estima que los defensores de centralidad estarían comprometidos con una especie de excepcionalismo filosófico, pues al sostener que la filosofía hace uso de intuiciones se entiende que esto la distingue de otras actividades intelectuales (p. 16). Argumenta que si todas o la mayoría de actividades intelectuales usaran intuiciones, entonces afirmar centralidad sería trivial. No obstante, en contra de lo que él sostiene, aseverar que toda actividad intelectual depende en alguna medida de intuiciones no tiene que implicar la trivialidad de centralidad. A fin de cuentas, podría haber una diferencia tanto cuantitativa como cualitativa en el uso de éstas. Poniendo por caso, se ha dicho que los axiomas de las matemáticas, de donde se derivan las inferencias y demostraciones, constituirían un ejemplo de intuiciones (Chalmers, 2014). La diferencia entre las intuiciones de la filosofía y las de la matemática recaería en que éstas gozan de un mayor acuerdo5.

Superadas estas anotaciones preliminares, en la primera parte del libro Cappelen se propone describir lo que denomina argument from intuition-talk (de ahora en adelante, AIT), el cual sería a su consideración uno de los principales argumentos a favor de centralidad. De acuerdo con este argumento, “... si los filósofos caracterizan a premisas clave en argumentos filosóficos centrales como ‘intuitivos’ y se refieren a la evidencia a favor de sus teorías como ‘intuiciones’, tenemos una buena razón para pensar que dependen de intuiciones como evidencia” (p. 25)6. Es decir, cuando los filósofos afirman cosas como que intuitivamente p7 o que un juicio dado sobre un experimento mental es una intuición8, ello sería tomado como prueba de la verdad de centralidad. Para Cappelen, no es difícil encontrar ejemplos de filósofos utilizando este tipo de vocabulario de la intuición9, pues considera que basta con abrir cualquier revista contemporánea de filosofía.

Sobre el origen del uso de esta terminología, Cappelen mantiene que en un punto dado de las últimas décadas los filósofos comenzaron a utilizar un vocabulario basado en la intuición. Considera la sugerencia de Hintikka de que esto es consecuencia de la popularidad de Chomsky en los años 60, quien haría referencia a las intuiciones de los hablantes competentes de un idioma sobre la gramaticalidad (pp. 21-23, 56). Aun así, no se compromete con esta hipótesis y baraja otras posibles explicaciones: la influencia de Wittgenstein al hablar de lo que diríamos10 ante ciertos casos hipotéticos, cuya respuesta parece tratar como una forma de evidencia; Rawls cuando apela a intuiciones en sus escenarios morales; etc (p. 23). Con todo lo interesante que esto puede ser, el objetivo de Cappelen no es explicar cómo y cuándo es que centralidad se volvió popular, sino sólo argumentar que es una tesis falsa.

Cappelen se centra en la cuestión de si este vocabulario de la intuición, cuando es interpretado de manera correcta, apoya a centralidad. Aquí surge un problema, pues sorpresivamente habría dos maneras en las que esta terminología puede interpretarse: (1) en el sentido ordinario que tiene en inglés y (2) en un supuesto sentido filosófico especial. En el Capítulo 2 trata esta primera posibilidad, más específicamente: el adjetivo intuitivo, el adverbio intuitivamente, y el verbo intuir, para arrojar algo de luz sobre lo que sucede cuando los filósofos usan estos términos en su sentido usual. Tras revisar múltiples ejemplos de las cosas, eventos y estados a los que pueden ser aplicados estos términos en el inglés ordinario (pp. 30-33), afirma que no hay un sentido claro y único que pueda ser atribuido a tal terminología11. Esto sería problemático, debido a que si el vocablo intuición utilizado en la formulación de centralidad es el del inglés ordinario, entonces centralidad tiene un supuesto equivocado. Se debe a que no hay un tipo de estado mental o evento que sea denotado por estos términos en inglés. Además, tal terminología tampoco sería usada para indicar una fuente evidencial. Por lo tanto, bajo la lógica de Cappelen, intentar defender centralidad apelando a que el vocabulario de la intuición tiene su sentido usual en inglés no tiene éxito.

A pesar de lo anterior, queda la posibilidad de que el vocabulario de la intuición tenga un sentido filosófico especial (capítulos 3-5). Según Cappelen, una gran parte de los teóricos de la intuición afirmarían no basarse en la interpretación usual que la palabra intuitivo (y similares) tiene en inglés12, sino más bien en un término teórico que habrían desarrollado de forma espontánea. Para algunos defensores de centralidad, existiría un supuesto uso filosófico especial de este vocablo, y Cappelen denomina English p 13 al idiolecto de aquellos que usan la palabra en este sentido técnico. Sin embargo, sostiene que es poco plausible que los filósofos aprendan este nuevo significado especializado para intuitivo de manera involuntaria sólo tomando algunas clases, leyendo libros y discutiendo con colegas. Así mismo, afirma que, en contraste con términos teóricos en otras disciplinas14, en filosofía no habría acuerdo sobre cómo definir intuición, ni tampoco hay acuerdo sobre los casos paradigmáticos en los cuales está presente. La filosofía parece usar el término intuitivo (y similares) en una amplia variedad de sentidos y con propósitos radicalmente distintos, por lo que hablar de un uso técnico del mismo para defender centralidad no sería efectivo.

Cappelen argumenta que en realidad muchos filósofos que hacen uso de tal terminología lo harían de manera irreflexiva. Esto es, al utilizar este vocabulario, el hablante “... no tenía la intención de que su uso se basara en un texto canónico o una tradición en particular” (p. 58)15. Tal uso irreflexivo es sólo una manera de hablar, sin que se tenga nada particular en mente. El propio Cappelen confiesa haber recurrido a esta práctica al revisar sus textos previos. Afirma que al preguntarle a un usuario de este tipo de vocabulario qué quiere decir por tales términos, éste es incapaz de articular una respuesta clara. Si la anterior es una descripción correcta de lo que pasa muchas veces cuando los filósofos usan este vocabulario de la intuición, considera que hay razones para tener a tal uso como defectuoso.

Anticipando las objeciones, Cappelen es consciente de que alguien podría exigir una re-interpretación caritativa de este tipo de vocabulario en la práctica filosófica, en lugar de simplemente descartarlo como defectuoso, y sugiere varias estrategias. La primera consiste en la simple eliminación del vocabulario de la intuición, manteniendo el resto del discurso intacto (pp. 63-64). Tan sencillo como pasar de la afirmación es intuitivo que p a la afirmación de que p. En la mayoría de los casos, afirma, los argumentos relevantes permanecerían intactos, revelando que el término intuitivo no juega ningún rol argumentativo significativo, haciendo así a los argumentos más trasparentes. Una segunda estrategia consiste en mantener que el vocabulario de la intuición sirve para marcar juicios que se alcanzan con relativamente poca reflexión (pp. 65-68). Esto es, una afirmación como es intuitivo que p sería una forma de indicar que se llegó a la conclusión de que p con poco razonamiento. La última estrategia consiste en sostener que el vocabulario de la intuición es usado para señalar una conclusión a la cual se ha llegado de manera previa o independiente de cualquier investigación o discusión (pp. 68-71). Dicho de otra manera, se puede decir que p está en el trasfondo común.

En cualquier caso, para Cappelen ninguna de estas estrategias apoyaría a centralidad. En primer lugar, mantiene que la estrategia de la simple eliminación del vocabulario de la intuición socava el AIT por completo, pues éste depende explícitamente de la existencia de tal vocabulario. Sin el vocabulario de la intuición, no puede haber AIT. En segundo lugar, para él las interpretaciones de esta terminología como una forma de marcar juicios alcanzados de manera automática tampoco apoyan a centralidad, dado que esto no dice nada sobre la naturaleza evidencial de tales juicios, sólo indica que se alcanzaron de manera irreflexiva. Pero decir que se llegó al juicio de que p de manera automática no implica que este proceso sea una fuente de evidencia, y mucho menos que p constituya buena evidencia. Finalmente, decir que p es un juicio que está justificado de manera previa e independiente a la discusión en cuestión, tampoco identifica una fuente de evidencia para p o cómo es que está justificada.

En pocas palabras, Cappelen afirma que el AIT no proporciona un soporte adecuado para centralidad. Para él, la terminología relacionada con la intuición sería meramente una especie de virus verbal, un mal hábito que debe ser abandonado. Los filósofos analíticos harían un uso descuidado de términos como intuición y similares. Tal irresponsabilidad habría confundido a algunos metafilósofos al pintar una imagen errónea de cómo se hace filosofía, pero tendría poco o ningún efecto en la filosofía de primer orden.

En la segunda parte del libro (caps. 6-11), Cappelen se enfoca en el que estima es el otro argumento principal a favor de centralidad, al cual denomina argument from philosophical practice (de ahora en adelante, APP). A diferencia del primero, éste no se enfoca en cierto tipo de terminología, sino en la manera en la que se hace filosofía, en los rasgos que aquellos juicios tenidos como intuiciones deberían tener. Idealmente, un defensor de centralidad “... especifica un conjunto de características que cree que los juicios intuitivos poseen, digamos F1,... , Fn, y luego intentar mostrar que los juicios de los cuales los filósofos dependen en puntos centrales de sus argumentos poseen F1,... , Fn” (p. 5)16. Bajo el APP, no se requiere que los filósofos hablen explícitamente de intuiciones, como sucedía con el AIT, sino que basta con que el uso de intuiciones sea implícito. Es decir, la evidencia primaria a favor de centralidad sería el empleo implícito de intuiciones en la práctica filosófica. Para explicar la distinción entre una utilización implícita y explícita de intuiciones, Cappelen recurre a una analogía. Cuando se hace uso de evidencia perceptual para hacer una afirmación, no es el caso que siempre se mencione este uso de manera explícita. Por ejemplo, en lugar de afirmar veo que hay unas llaves sobre la mesa, alguien puede simplemente decir hay unas llaves sobre la mesa, omitiendo toda referencia perceptual. De la misma manera, no siempre que los filósofos utilizan intuiciones lo harían de manera explícita, sino que en ocasiones estaría implícito. En particular, los filósofos utilizarían intuiciones en sus experimentos mentales, en los que se elaboran situaciones hipotéticas con el fin de obtener información de interés filosófico.

Si la anterior es representación de las intuiciones es correcta o no, se puede determinar analizando con cuidado la práctica cuando apelan a tales casos hipotéticos. En un intento de operacionalizar las apelaciones a las intuiciones, para así saber qué buscar en un texto, Cappelen propone un conjunto de características que serían indicativas de esto (pp. 111-114). A saber, las intuiciones (F1) tendrían una fenomenología especial, en el sentido de que parecen verdad; (F2) poseen un estatus epistémico especial, en tanto que justifican sin necesitar una justificación inferencial17; y (F3) están basadas únicamente en la competencia conceptual, en tanto que son la expresión del uso competente de ciertos conceptos y sus combinaciones. Este último criterio resulta extraño, ya que parece más una descripción de cómo las intuiciones son producidas que de su naturaleza inherente. Adicionalmente, algunos defensores de centralidad, como los filósofos analíticos, creen que no sólo aquellos con un entendimiento experto de ciertos conceptos pueden tener y usar intuiciones en filosofía, sino también la gente común o no-filósofa. Así parecería ser especialmente para los conceptos filosóficos de mayor uso cotidiano, como el de responsabilidad moral.

Cappelen dedica todo el capítulo 8 a investigar un conjunto de casos paradigmáticos de experimentos mentales de varios campos de la filosofía contemporánea, como el argumento del violista a favor del aborto, de Burge; el argumento de los zombies en contra del materialismo, de Chalmers; etc. Sostiene que no existe la presencia de (F1)-(F3) en estos casos, por lo que la ausencia de (F1)-(F3) es evidencia de la ausencia de un uso de intuiciones. Esta estrategia de Cappelen es una solución un tanto insatisfactoria, pues se limita a enumerar un conjunto de rasgos que poseerían las intuiciones para luego decir que éstas, así caracterizadas, no existen en la práctica filosófica. No obstante, siempre puede cuestionarse su elección de características. Igualmente, aunque no se tenga una lista exhaustiva de todas las condiciones necesarias y suficientes de las intuiciones, ello no implica su inexistencia en la filosofía. Por analogía, el que no haya una caracterización incontrovertible sobre el conocimiento, como han mostrado los innumerables casos Gettier, no lleva, salvo a los escépticos más férreos, a concluir que el conocimiento no existe. Sea como sea, Cappelen concluye en este capítulo que no hay un uso explícito de intuiciones en la práctica filosófica, por lo que el APP tampoco proporciona un apoyo para centralidad.

Habiendo rechazado tanto el AIT como el APP, Cappelen niega centralidad por completo. Para él, “... en ninguna interpretación razonable de ‘intuición’, depender de’, ‘filosofía’, ‘evidencia’ y ‘filósofos’ es verdad que los filósofos en general dependen de las intuiciones como evidencia al hacer filosofía” (p. 3)18. Al negar centralidad tan rotundamente, afirma que ya no hay urgencia por saber qué son las intuiciones y cuál es su papel justificador. Por esto mismo, para él tampoco hay ninguna razón para ser un pesimista, un entusiasta o un preocupado respecto a centralidad, ya que sería falsa en toda interpretación de todos sus componentes, sería una mera tesis sectaria.

Esto tiene consecuencias no sólo para parte de la filosofía analítica, sino también para toda la filosofía experimental, y en el capítulo 11 y final explora estas implicaciones. Cappelen asegura que la filosofía experimental es viable si y sólo si los filósofos utilizan intuiciones. Tanto el programa positivo de la filosofía experimental, consistente en explorar las intuiciones filosóficas para un mejor análisis conceptual, como el programa negativo, que busca cuestionar la fiabilidad de las mismas, están comprometidos con centralidad. Cappelen mantiene que los filósofos experimentales dependen de una práctica que no existe, ya que, de acuerdo con él, los filósofos analíticos no utilizarían intuiciones. Siguiendo este hilo conductor, dicha práctica crearía pseudoproblemas de segundo orden. Y en efecto, al rechazar centralidad, Cappelen estima que podríamos enfocarnos en problemas filosóficos más fructíferos.

Finalmente, más allá de si se discrepa o no con la postura de Cappelen, su libro es sin duda fundamental para entender una de las controversias actuales y más discutidas en la filosofía analítica. Su obra es un insuperable punto de partida para todo aquel que esté interesado en la cuestión del uso de intuiciones en filosofía. Posee la virtud de estar muy bien escrita: es clara, sistemática y relativamente breve. Quizá su único defecto sea que se enfoca en demasiados casos de estudio, así como en los no más pertinentes. Al articular de manera tan clara la idea compartida por muchos filósofos analíticos de que hay un uso evidencial de las intuiciones, Cappelen delimita el camino a otros filósofos para responder a las preguntas de qué son las intuiciones, cómo pueden servir de fuente evidencial y si deberíamos usarlas.

Referencias

Bealer, G. (1998). Intuition and the Autonomy of Philosophy. En DePaul, M. R. y Ramsey, W. (Eds.), Rethinking Intuition: The Psychology of Intuition and Its Role in Philosophical Inquiry, pp. 201-240. Lanham, Rowman & Littlefield Publishers. [ Links ]

Cappelen, H. (2012). Philosophy Without Intuitions. Oxford University Press. [ Links ]

Chalmers, D. J. (2014). Intuitions in philosophy: a minimal defense. Philosophical Studies, 171(3), 535-544. https://doi.org/10.1007/s11098-014-0288-xLinks ]

Goldman, A. (2007). Philosophical Intuitions: Their Target, Their Source, and Their Epistemic Status. Grazer Philosophische Studien, 74(1), 1-26. https://doi.org/10.1163/9789401204651_002Links ]

Jackson, F. (1982). Epiphenomenal Qualia. The Philosophical Quarterly, 32(127), 127-136. https://doi.org/10.2307/2960077Links ]

Kornblith, H. (1998). The Role of Intuition on Philosophical Inquiry: An Account with No Unnatural Ingredients. En DePaul, M. R. y Ramsey, W. (Eds.), Rethinking Intuition: The Psychology of Intuition and Its Role in Philosophical Inquiry, pp. 129-142. Lanham, Rowman & Littlefield Publishers. [ Links ]

Sosa, E. (1998). Minimal Intuition. En DePaul, M. R. y Ramsey, W. (Eds.), Rethinking Intuition: The Psychology of Intuition and Its Role in Philosophical Inquiry, pp. 257-270. Lanham, Rowman & Littlefield Publishers. [ Links ]

Williamson, T. (2007). The Philosophy of Philosophy. Wiley-Blackwell. [ Links ]

Notas:

2Traducción propia. Original: “... is almost universally accepted in current metaphilosophical debates and it figures prominently in our self-conception as analytic philosophers” (p. 1).

3Traducción propia. Original: “Contemporary analytic philosophers rely on intuitions as evidence (or as a source of evidence for philosophical theories” (p. 3).

4Traducción propia. Original: “There are no self-imposed constraints on allowable evidential sources. Whatever you think counts as an evidential source, you will find some philosopher drawing on it” (p. 190).

5Un ejemplo podría ser el principio de no-contradicción, el cual goza de amplio consenso. A pesar de ello, en ocasiones es puesto en duda por los lógicos de la paraconsistencia.

6Traducción propia. Original: “... if philosophers characterize key premises in central philosophical arguments as ‘intuitive’ and refer to the evidence for their theories as ‘intuitions’, we have good reason to think they rely on intuitions as evidence” (p. 25).

7Donde p sería una afirmación filosófica cualquiera.

8P. ej., en el experimento mental de la habitación de Mary (Jackson, 1982) se dice que el juicio de que Mary sí aprendería algo nuevo al tener la experiencia visual de los colores por primera vez es una intuición.

9En inglés, intuition-talk. Es decir, vocabulario como intuición y sus derivados: intuitivo, intuitivamente, etc.

10En su obra, Wittgenstein suele plantear escenarios imaginarios para después hablar de lo que diríamos… , dirías que… , uno diría que… y construcciones similares.

11P. ej., se dice cosas como que la interfaz de este dispositivo es intuitiva, Kasparov tiene un estilo intuitivo de juego en el ajedrez, bailar es una actividad intuitiva, etc.

12Es probable que algo similar pueda decirse de otros idiomas, como el español.

13También lo llama philosophers-English.

14El ejemplo del propio Cappelen es el término función de utilidad indirecta, utilizado en economía, el cual se encuentra bien definido y operacionalizado.

15Traducción propia. Original: “... didn’t intend for her use to be anchored to a particular canonical text or tradition” (p. 58).

16Traducción propia. Original: “... specifies a set of features she thinks intuitive judgments have, say F1,... Fn, and then tries to show that the judgments philosophers rely on at central points in their arguments have F1,... , Fn” (p. 5).

17Una sutileza que señala Cappelen es que las intuiciones no necesitan una justificación inferencial, aunque pueden sin embargo tenerla. Por esta razón, el que se dé una justificación para un juicio no implica que no sea una intuición. Hay múltiples maneras de llegar a un mismo juicio.

18Traducción propia. Original: “... on no sensible construal of ‘intuition’, ‘rely on’, ‘philosophy’, ‘evidence’, and ‘philosophers’ is it true that philosophers in general rely on intuitions as evidence when they do philosophy” (p. 3).

Notas:

1Licenciado en Filosofía y Maestro en Estudios Filosóficos con especialización en Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Guadalajara. Actualmente, es estudiante del Doctorado en Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado varios artículos de investigación en las áreas de epistemología y filosofía de la ciencia. Maestro de lengua extranjera.

Recibido: 04 de Julio de 2021; Aprobado: 20 de Octubre de 2021

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons