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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.62 Bogotá July/Dec. 2006

 

Onganía y el nacionalismo militar en Argentina1

General Onganía and the Military Nationalism in Argentina

Arturo Claudio Laguado Duca2

Universidad Nacional de Colombia alaguado@yahoo.com

Recibido: 01 de abril de 2006 Aceptado: 23 de mayo de 2006

 


Resumen

Este artículo reconstruye la genealogía del pensamiento nacionalista católico en Argentina para mostrar su influencia en el gobierno del General Onganía dentro de un ambiente en que la cuestión nacional se había instalado como tema central en el debate político. La hipótesis central es que existió una fuerte autonomización de lo político con relación a lo económico que generó un ambiente discursivo en el que fue posible la recepción del discurso de Onganía el cual, en última instancia, era el resultado de una simbiosis entre el nacionalismo católico y el liberalismo económico, recuperando una tradición que habían inaugurado los intelectuales de La Nueva República en los años 20. Se concluye que el corporativismo de Onganía no significó una propuesta política novedosa.

Palabras clave: Nacionalismo, onganía, argentina, ajército argentino.

 


Abstract

This article makes the genealogy of the catholic nationalist thought in Argentina in order to underline its impact over General Onganía government when the national question had been settle as central topic in the Argentinean political discussion. The main hypothesis argues that the strong gap between politics and economy produced a discursive mood that helped the reception of political discourse of General Onganía. This discourse was the result of catholic nationalism and economic liberalism symbiosis that recovered a tradition opened by intellectuals of La Nueva República. We conclude that Onganía’s corporatism was not a new political propose.

Key words: Nationalism, onganía, argentina, argentinean army.

 


En medio de un ambiente marcado por la sensación de estancamiento económico heredada de la década anterior y la imposibilidad de desaparecer al peronismo de la escena política, Onganía accede a la presidencia de Argentina precedido por una inmensa popularidad. Su proyecto no busca reorganizar la política sino abolirla para dar una nueva forma a la sociedad. Este intento, nuevo en lo institucional, -excepto por el fallido intento de Uriburu-, no lo es en la historia de las ideas políticas argentinas. Los nacionalistas de La Nueva República en la década del 20 fueron los primeros en proponerlo, pero no los únicos.

Por medio de una sucinta genealogía del pensamiento nacionalista, se tratará de entender las concepciones ideológicas del gobierno de Onganía y la dimensión del conflicto entre liberales y nacionalistas durante esta etapa de la Revolución Argentina. Se concluirá con la hipótesis de que el mencionado gobierno recogía una tradición ya instalada en el pensamiento político del país: el nacionalismo católico.

I

La década de 1960, al igual que en la mayor parte del mundo desarrollado, significó para Argentina el comienzo de un período de crecimiento sostenido de algo más de diez años. Entre 1960 y 1974, el PBI se incrementó a un muy respetable promedio del 6%, dando la sensación de que al fin se abandonaba el ciclo de stop and go que había caracterizado al período comprendido entre 1948 y 1963, cuando el producto per cápita creció en un mediocre 4% (Gerchunoff y Llach, 2003:293 y 309).

Pero también como en el resto de occidente, esos años estuvieron signados por intensas movilizaciones populares, exacerbación de las luchas políticas y de las pujas redistributivas. Pero si los conflictos sociales asociados a los «treinta gloriosos» europeos o a la movilización estudiantil estadounidense, permitieron un ajuste institucional que redundó en el fortalecimiento de las democracias occidentales a través del Estado de Bienestar, ese no fue el caso argentino.

En Argentina la conflictividad desembocó en la violencia estatal y guerrillera que alcanzó su cumbre macabra con la dictadura militar que comenzó en 1976, resultado de un muy marcado proceso de autonomización político-ideológica que, sin embargo, no comienza en la década del 70 sino que se presenta como una constante durante toda la década anterior3 (Verón y Sigal, 2003:237).

Esta autonomización explica el éxito de la campaña ideológica contra Arturo Illia –presidente constitucional- que desembocaría en el golpe de estado que impuso al general Juan Carlos Onganía como presidente de la República y como conductor de la llamada Revolución Argentina.

En este contexto, como relatan varios autores (Selzer, 1973; De Riz, 2000), algunos medios de comunicación, con amplia recepción en sectores ilustrados de las clases medias, iniciaron una metódica campaña de desprestigio del gobierno y de Arturo Illia a quien presentaban como la encarnación de la ineficiencia y el tradicionalismo paralizante.

El desencanto producido por el fracaso del gobierno de Frondizi (De Riz, 2000:185), la irresponsabilidad de los partidos políticos que no veían posibilidades de arrebatarle el poder a Perón por el juego democrático -como lo había demostrado el triunfo de su candidato en las elecciones de Mendoza-, más la efectiva propaganda ideológica de los medios liberales y nacionalistas, se aunaron para construir la imagen de la inevitabilidad de la caída de Illia (Selzer, 1973).

Paradójicamente, el golpe militar se llevó a cabo cuando el gobierno radical estaba produciendo resultados económicos inocultables. En los dos años de la administración radical –señalan Gerchunoff y Llach (2003:300)- el PBI aumentó cerca de un 10% y la tasa de desempleo cayó, en 1966, al nivel record del 4.6%. No fueron motivos económicos los que estaban en la base la pérdida de popularidad del presidente Illia4. Sin duda se trató de la primacía de lo político sobre lo económico.

Para una mejor comprensión de la autonomización de lo político-ideológico se hace necesario el estudio de las fórmulas políticas que estaban en juego y las configuraciones discursivas que las sustentaron. No es la figura de Onganía y sus ideas, lo que puede explicar el «onganiato», sino cómo se inscriben ellas en una particular trama de relaciones discursivas y de poder resultado de las distintas fórmulas políticas que se habían ensayado en la historia argentina en su interacción con los problemas que el cambio planteaba. Idealmente, este trabajo implicaría una genealogía de los discursos que apoyaron a Onganía y la manera en que las manifestaciones del lacónico general fueron interpretadas y recontextualizadas. En el nivel exploratorio que propone este ensayo, y como paso previo a una aproximación de más largo aliento, se busca identificar el sitio que ocupó la fórmula política representada por Onganía en la tensión entre liberalismo y nacionalismo que caracterizó a la política Argentina desde, por lo menos, los años 30.

II

El discurso nacionalista –siempre en un sentido restringido del término5- anterior al peronismo hace su aparición con un grupo de jóvenes intelectuales que se aglutina al rededor de La Nueva República a finales de los años 20. Estos jóvenes, que se mantendrán activos en la vida política hasta el gobierno de Perón, caracterizarán un tipo de nacionalismo que, con distinta suerte política, estará presente durante bien entrado el siglo XX en Argentina. Juan Carulla, los hermanos Irazusta, Ernesto Palacio, entre otros, serán los fundadores de este particular nacionalismo que se constituye en una amalgama entre el filofascismo –à la Maurras- y el integrismo católico (Devoto, 2002:26).

En este grupo, que se identificó con el nombre de la revista que los nucleaba, había importantes matices ideológicos, pero todos ellos compartían un profundo rechazo al liberalismo y una profunda admiración hacia el pragmatismo preconizado por la L’Action Française, su concepción corporativa de la sociedad y el rechazo a la «partidocracia». Desde 1927, este «órgano del nacionalismo argentino», como rezaba el subtítulo de La Nueva República, reivindicará a Alberdi en su concepción de «acomodarse a todas las exigencias de la edad y del espacio» como base del «arte de constituirse». Y, al igual que Alberdi, mirará con desconfianza la «democracia de vulgo» (Devoto, 2002:162).

Pero este «nacionalismo argentino» en su especial combinación de Burke, Maurras y De Maistre6, a pesar de sus ataques al liberalismo, al que veía como la doctrina política de «la oligarquía al servicio de las finanzas extranjeras» (Halperín, 2004:288), era partidario del liberalismo económico a ultranza.

Si tomamos el pensamiento de Palacio –con mucho la figura más destacada que, según Devoto (2002:175), amalgamaba al grupo- la oposición al liberalismo no estaba relacionada con sus formas económicas, sino porque el «sofisma democratizante y liberal daba paso al obrerismo bolchevizante» (citado por Devoto, 2002:176), lo que llevaba a la «lucha sin cuartel contra los adversarios de la nacionalidad y el orden». Y definía las verdades fundamentales del nacionalismo como el orden, la autoridad y la jerarquía; y no el «indianismo artificial y literario» de Rojas. En resumen, la democracia liberal y el bolchevismo eran los enemigos que los unificaban en lo político, mientras que el apoyo al liberalismo en cuestiones de economía, hacía otro tanto.

Cuando a finales de la misma década del 20, aparece la revista Criterio, representando al integrismo católico, colaboraron con ella Tomás Casares y Cesar Pico, quienes también lo hicieran en La Nueva República, al igual que sus fundadores Palacio, Carulla y los hermanos Irazusta (Devoto; 2002:208). Este fácil traslapamiento del nacionalismo, supuestamente inspirado en L’Action Française, hacia el integrismo católico, en un momento en que sobre las obras de Maurras caía la interdicción papal, muestra la importancia del componente religioso en el nacionalismo doctrinario de la época.

En este marco ideológico es coherente que estos nacionalistas apoyaran el tímido proyecto corporativo de Uriburu, quien con una orientación decididamente pragmática, matiza su nacionalismo con elementos del integrismo católico y del tradicionalismo conservador. Independientemente de que la debilidad política de Uriburu no le permita avanzar en su proyecto corporativo -aquello que Devoto (2002:247) llama su ideología confusa y su corporativismo tímido-, creemos que el interregno de Uriburu se puede interpretar como la reaparición del nacionalismo corporativista en su tensión no resuelta con el liberalismo.

Para Carlos Ibarguren (nombrado interventor en Córdoba), Uriburu no se conformaba con un cuartelazo que le diera acceso al poder, sino que buscaba

hacer una revolución verdadera que cambie muchos aspectos de nuestro régimen institucional, modifique la Constitución y evite que se repita el imperio de la demagogia que hoy nos desquicia. No haré un motín en beneficio de los políticos para cambiar hombres de gobierno, sino un levantamiento trascendental y constructivo con prescindencia de los partidos; ya que el régimen corporativo es lo más práctico (citado por Devoto, 2002:247).

El corporativismo de Uriburu, representado en hombres como Ibarguren, buscaba la «representación parlamentaria de las fuerzas sociales organizadas en corporaciones y gremios» (Devoto, 2002:268). Y es exactamente ésta la solución que apoya La Nueva República que, en su segunda época con Ernesto Palacio como director, favorecerá abiertamente el golpe militar.

A principios de la década del 40 reaparecieron estos hombres que, si bien se diferenciaban del filofascismo de Ramón Castillo, continuaron llamando a un nuevo orden, como Palacio, o reiterando el fin de los partidos, como Ibarguren; y siempre depositando su confianza en el nacionalismo (Halperin, 2004:286-7). Otra vez católicos como César Pico, confluyen con nacionalistas más tradicionales como Marcelo Sánchez Sorondo en Nueva Política, mientras que la sociedad Rodolfo Irazusta y Ernesto Palacio continuaba en Nuevo Orden.

Entre tanto, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, se puso en cuestión el tradicional papel de la Argentina como exportador de materias primas. Antes de que la teoría de la dependencia comenzara a hacerlo, el nacionalismo popular desde el campo político, y poco después, desde una orilla muy diferente, Raúl Prebisch con la publicación en 1949 de El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas, cuestionaron las relaciones asimétricas del intercambio con Inglaterra y Estados Unidos.

Por otro lado, la sensación de corrupción dejada por diez años de institucionalización del fraude en lo que se conoció como la «década infame», las denuncias de De La Torre por lo que se llamó «el escándalo de la carne» o del periodista nacionalista José Luis Torres, sobre una dudosa compra de tierras que hiciera el Ejército en El Palomar, terminaron de ambientar el descrédito de una clase gobernante que, hipotecando al país a los intereses extranjeros, sólo pensaría en sus propios intereses inmediatos. Al nacionalismo antiliberal se le sumó, entonces, el nacionalismo económico, sin reemplazarlo totalmente.

En ese ambiente, la primera mitad de la década del 40 estuvo marcada por la discusión entre los «aliadófilos» y los «neutralistas», y en ocasiones, los francamente fascistas. El Ejército, convertido a la sazón en un actor político central, estaba dividido por la misma discusión. Aunque, en términos generales, los nacionalistas –generalmente aduciendo motivos económicos- se pronunciaban a favor de la neutralidad en la Guerra Mundial, como lo muestran Devoto (2002) y Piñeiro (1997), estas líneas de separación no eran nítidas. En todo caso, esta polémica excede ampliamente la breve presentación de antecedentes que nos ocupa.

En 1943, con Pablo Ramírez, accede al poder el sector católico nacionalista y otros simplemente nacionalistas, como Pablo Pardo. Entre los católicos estuvieron Jordán Bruno Genta, Santiago Estrada y Juan Sebich; mientras que entre los nacionalistas filo-fascistas de larga data, se destacaban Mario Amadeo, Máximo Etchecopar y Federico Ibarguren. Cuando Ramírez fue reemplazado por Farrell, quien rompió relaciones con el Eje, los nacionalistas católicos cedieron su espacio a hombres de inspiración falangista (Rouquié, 1982:369).

Lo que nos interesa destacar es que en la sociedad y en el Ejército ya existía un ambiente nacionalista que, con el advenimiento del peronismo, se cristalizó en la emergencia de lo nacional popular. La intervención del embajador de Estados Unidos, Spruille Braden, quien en un comienzo denunció las simpatías fascistas del régimen militar, posteriormente, durante la campaña política de 1944, del mismo Perón, fortaleció este sentimiento (Halperin, 1991:55).

Los escritores nacionalistas católicos agrupados en la revista Balcón se pasaron al peronismo triunfante (Piñeiro, 1997:306). Muchos de los temas que habían incorporado a su discurso años atrás, aparecían ahora en la boca de Perón7. Además esperaban encontrar en él, el fin de la anarquizante democracia representativa para reinstaurar los principios jerárquicos del orden. Entusiasmados con la concepción peronista de la sociedad como una totalidad orgánica, se desencantaron rápidamente cuando, en cambio, vieron en este proceso una exacerbación de la conflictividad social y la lucha de clases. Para Amadeo y José María Estrada, connotados representantes del grupo, el peronismo no superaba los males de la democracia liberal. Similar fue el proceso de otros nacionalistas que no estaban vinculados al grupo Balcón. Julio Irazusta y Ernesto Palacio también se alejaron de Perón y, en las elecciones de 1951, apoyaron el pronunciamiento del General Menéndez, esperando encontrar en él los valores hispánicos y católicos como, según narra en su autobiografía, lo hiciera Castex (Piñeiro, 1997:308/315; Castex, 1981:8).

El peronismo fue resultado e impulsor del nacionalismo, aunque con una orientación diferente al tradicional gestado en la década del 20. A pesar de que su proyecto de constitución no era muy amable con la democracia liberal, supo convivir con ella. Su discurso se centró en el nacionalismo económico. Así, en 1947 proclamó la independencia económica. Sin embargo, ante la crisis y la ausencia de capitales, en 1954 y 1955, otorgó concesiones petroleras a Estados Unidos para reducir el déficit de la balanza comercial (Halperin, 1991:79). En 1955, cuando a la crisis económica se sumó la política, Perón buscó la reconciliación con los partidos históricos. Frondizi, quien rechazó la oferta, se comprometió a adelantar la revolución que traicionó Perón mostrando, una vez más, lo instalado que estaba el nacionalismo económico en el debate político (Halperin, 1991:84).

Derrocado Perón, los nacionalistas católicos que colaboraron con Ramírez, reaparecieron con Lonardi (Rouquie, 1982:369), y con ellos la tensión entre liberales y nacionalistas. Para Castex –sacerdote que más tarde colaboraría con Onganía- «Lonardi […] se inclinaba hacia las raíces primeras de la tierra argentina y recogiendo el esfuerzo y la riqueza del humanismo hispano y cristiano intentaba superar el individualismo de aquellos para quienes la historia argentina nacía en 1810 con Moreno» (Castex, 191:40).

El reemplazo de Lonardi por Aramburu resolvería transitoriamente esa contradicción a favor de los liberales con el desplazamiento de Amadeo y Goyeneche del gobierno (Halperin, 1991: 97) aplazando, hasta el gobierno de Onganía, la emergencia abierta de los conflictos irresueltos entre liberales y nacionalistas que, en última instancia, era inherente a las muy politizadas Fuerzas Armadas argentinas8.

El discurso nacionalista pasó a ser defendido por Frondizi, quien ya había criticado la política petrolera de Perón en 1954. Para el radicalismo intransigente, el error del peronismo fue no ser fiel a sus propias banderas: soberanía política, libertad económica y justicia social. Criticó también lo que consideraba sumisión de Perón a la hegemonía británica por su oposición a la política hemisférica de EEUU que, por otra parte, era tradición en Argentina (Halperin, 1991:99). Así, la propaganda nacionalista que caracterizó el período peronista, influyó en el discurso político de muchos de sus antagonistas; especialmente de aquellos que aún aspiraban a un respaldo popular.

Petróleo y Política, escrito por Frondizi en 1954, se constituyó en la nueva base programática de un radicalismo que descubría las banderas antiimperialistas, al tiempo que hacía parte de la coalición que había derrocado a Perón y que, con la sustitución de Lonardi, optaba por el compromiso con los defensores del liberalismo económico.

En la frustrada Asamblea Constituyente convocada por Aramburu –que concluyó con la sola aprobación del artículo 14bis- el Radicalismo del Pueblo, enfrentado a Frondizi, también pareció adherir a ciertos principios del nacionalismo económico, el que trató sin éxito de incluir en la propuesta de reforma. De esta forma, las dos principales facciones del Partido Radical -único partido con opción de poder tras la proscripción del peronismo- descubrieron la retórica nacionalista que, honestamente o no, había impuesto Perón.

Más allá de la oportunista mutación que tuvo el discurso de Frondizi cuando vio el poder a su alcance, trastocando su anterior antiimperialismo en un discurso desarrollista que se sostenía en una supuesta burguesía nacional, la forma del discurso no cambió radicalmente. Sólo que Gran Bretaña y los terratenientes reemplazaron a la oligarquía y a los Estados Unidos como antagonistas9.

También el presidente Illia mantuvo esta línea de nacionalismo económico cuando anuló los contratos petroleros firmados por Frondizi y mantuvo la participación del Estado en la compañía de Servicios Eléctricos de Gran Buenos Aires (Halperin, 1991:143; De Riz, 2000:21), aunque su performance discursiva fuera mucho menor.

III

Cuando el general Onganía accedió al poder por un golpe de Estado en junio de 1966, reemplazando al desprestigiado Illia que, sin embargo, había logrado relanzar la economía después de un largo período de depresión, su popularidad era inmensa. Liberales, nacionalistas y católicos de distinto cuño, representados en revistas como Primera Plana, Confirmado, Azul y Blanco y Criterio, apoyaron sin ambages a la autodenominada Revolución Argentina. También los sindicatos y la mayoría de los partidos políticos, incluyendo algunos grupos de izquierda, saludaron la llegada del nuevo gobierno. Sectores socialistas, comunistas y los depuestos radicales del pueblo, constituyeron la honrosa excepción en un ambiente político que no se destacaba por el respeto a las reglas del juego democrático.

El nuevo gobierno recogió las esperanzas nacionalistas de la derecha y de la izquierda. Para la primera, la doctrina de Seguridad Nacional encarnada en los militares brasileños era la alternativa a la «nación en armas» que había propuesto Perón (Potash, 1994:135-8); mientras la segunda soñaba con una dictadura progresista inspirada en el modelo de Nasser. Así, la mayoría de las vertientes nacionalistas vieron en Onganía una nueva oportunidad para sus postulados que, desde fines de la década del 20, hacían parte del discurso político (De Riz, 2000:29).

A esos respaldos se sumó el del sindicalismo que por boca de Francisco Prado, secretario general de la CGT, ofreció su colaboración al nuevo gobierno. Entre tanto, José Alonso, del núcleo de las 62 De Pie, se congratulaba porque caía «un régimen de comité y se abre la perspectiva de un venturoso proceso argentinista» (citado por Selzer, 1972:70). Incluso un intelectual como Rodolfo Puiggrós –peronista procedente de la izquierda- festejó el fin de los partidos considerando que el golpe «ha sido un notable aporte a la modernización de Argentina, la cancelación de los estériles partidos políticos y el cierre del anticuado Congreso liberal» (citado por Selzer, 1972:96).

Perón, el gran titiritero de la política argentina, creía igualmente que

El gobierno militar, surgido del golpe del 29 de junio, ha expresado propósitos muy acordes con los que nosotros venimos propugnando desde hace más de 20 años. Si estos propósitos se cumplen, tenemos la obligación de apoyarlos. […] La situación ideológica nos somete, queramos o no, a dos filosofías políticas: la cristiana y la marxista […]. En cuanto a los partidos demoliberales burgueses van siendo un artículo de museo en todo el mundo civilizado, nosotros los argentinos, con un siglo de atraso en la evolución, los estamos presentando como de actualidad […]. O elegimos el camino del socialismo nacional cristiano […] o terminamos en el socialismo internacional comunista (citado por Selzer, 1972:99 y ss).

Estos respaldos masivos que sumaban a un tibio compromiso con la democracia liberal la nostalgia por una supuesta grandeza perdida, permitieron decir a la revista Confirmado que «jamás en este siglo un gobernante había provocado tal situación de consentimiento por parte de la población […]» para descubrir que Salimei era el primer ministro de economía que no había sido designado por los grupos económicos (Selzer, 1972:70). En una línea similar, la revista Criterio afirmaba que el golpe obtenía su legitimidad de la misma intervención revolucionaria de los militares ante un gobierno que no conducía al país a su «destino de grandeza» (Botana et al, 1973:15 y ss) proponiendo, como tantos otros, la construcción de un nuevo orden que no definía.

En este ambiente, la Revolución de 1966 no se conformó, como había sucedido anteriormente, con congelar la política temporalmente mientras los partidos se reorganizaban para reemprender el juego democrático. La Revolución Argentina, en forma parecida al fracasado intento de Uriburu10, buscó la supresión de los partidos políticos, al tiempo que el poder del Estado se centralizaba en el Ejecutivo. Ahora se trataba de fundar una nueva Argentina (De Riz, 2000:26) introduciendo elementos modernizantes que, superando las distorsiones producidas por las divisiones partidarias, otorgara un nuevo lugar al país en el mundo.

Para ello Onganía exigió autonomía a las FFAA al tiempo que trató de ignorar a las fuerzas sociopolíticas del país. La reacción no se hizo esperar. Sólo siete meses después, la revista Criterio manifestaba su inquietud por el inmovilismo que aquejaba a la Revolución, atrapada en el conflicto entre el liberalismo y el nacionalismo de talante autoritario. Poco después, Criterio descubriría otra contradicción: la existente entre un modelo económico que pretendía ser modernizante y un modelo cultural conservador y tradicionalista. Un año más tarde la revista estaba en la oposición, denunciando el moralismo del gobierno, a lo que sumaba un centralismo que se disfrazaba de regionalismo; actitud cara al nacionalismo y, para la revista, asociada a los prejuicios antiliberales (Botana et al, 1973:31-40-60). En marzo del 1969, calificaría al régimen como un nacionalismo reaccionario.

Sin embargo, no sólo los nacionalistas apoyaron al primer gobierno de la Revolución Argentina. También sectores católicos que no respondían a esa tendencia, así como liberales tradicionales dentro y fuera del Ejército. La base social del experimento «modernizador» de Onganía era heterogénea11.

Su gabinete reflejó esta heterogeneidad. Sin embargo, en él se disciernen dos corrientes principales: los procedentes del Ateneo por la República –que representaba al nacionalismo hispánico y católico- y los que venían del Instituto para una Economía Social de Mercado –vocero de la ortodoxia liberal-, fundado por Alvaro Alsogaray (Potash, 1994:64). También hicieron su aporte sectores vinculados al Opus Dei y a la extrema derecha nacionalista y antisistémica como Marcelo Sánchez Sorondo quien, según Rouquié (1982:371), revisó los papeles del Acta de la Revolución Argentina antes de que fueran dados al conocimiento público12. Además, en el gabinete aparecen varios nacionalistas de vieja data que habían hecho parte del grupo Balcón como Máximo Etchecopar, director del Instituto del Servicio Exterior de la Nación y Mario Amadeo, embajador argentino en Brasil.

En todo caso, el Acta de la Revolución Argentina y las Políticas del Gobierno Nacional que promete Onganía, con su énfasis en la libertad de los consumidores, la estabilidad de la moneda, el equilibrio fiscal y la definición del rol del Estado como complementario al de la empresa privada; muestra la orientación monetarista que tendría la economía en el nuevo gobierno. No obstante, el primer ministro de Economía de Onganía representaba una línea social-cristiana que se compaginaba bien con las concepciones paternalistas del presidente. El nombramiento de Salimei en el Ministerio de Economía y especialmente el de Tami en el Banco Central, que eran gradualistas en materia de inflación y propugnaban por alguna forma de capitalismo nacional, rápidamente les ganó la enemistad de los hermanos Alsogaray (Rouquié, 1982:261). El hecho de que para Onganía la Argentina debía dejar de ser «el país de las vacas y el trigo», lo acercaba más a los nacionalistas que a los liberales (Rouquié, 1982:267).

La crisis de gabinete de enero de 1967 significó el reemplazo de Salimei por Krieger Vasena, economista de orientación liberal con vínculos con las multinacionales (Potash, 1994:30). Para compensar, Onganía nombró a Borda, nacionalista y ex-peronista, en el Ministerio del Interior. En ese momento también definió las tres etapas de la Revolución Argentina13. Krieger, sería el responsable de crear las bases para el tiempo social, que seguía al económico y antecedía al político. El nombramiento de Borda originó desde el inició roces con el general Julio Alsogaray. Borda fue el principal impulsor en el gobierno de la idea de «comunidad organizada», como lo dejó ver ante la prensa extranjera en su conferencia del 24 de abril de 1968 (Potash, 1994:58).

Krieger Vasena privilegió el ajuste global de la economía, para lo cual impulsó una estricta política fiscal combinada con una fuerte intervención del Estado y con acuerdos con los jefes del sindicalismo. Al mismo tiempo, pactó acuerdos con el FMI y restableció los contratos con las compañías petroleras (De Riz, 2000:60). Préstamos a largo plazo e inversiones externas, que compraron empresas argentinas, fueron el motor de la economía que, junto con las obras públicas emprendidas por el Estado, impulsaron la reactivación. Todo esto implicó un proceso de desnacionalización de la economía que agudizó la crítica de los nacionalistas. Pero el éxito económico de Krieger, no evitó el derrumbe de la popularidad de Onganía, cuyas políticas fueron atacadas también por los productores ganaderos que se quejaban de los reintegros a las exportaciones, y por los obreros que se oponían a la política salarial. Entre tanto, Borda seguía impulsando la participación comunitaria, lo que preocupaba al sector liberal del Ejército que quería un retorno a las elecciones.

El 28 de marzo de 1969, el gobierno, basado en los buenos resultados económicos, anunció el inicio del tiempo social junto con un plan para duplicar los sueldos de empleados públicos en un plazo de entre 3 y 5 años (Potash, 1994:75). Paradójicamente, la respuesta fue un incremento de la agitación obrera y estudiantil que, dos meses después, desembocó en el Cordobazo.

La intranquilidad laboral y el descontento de sectores nacionalistas del Ejército con las –a su juicio- políticas antinacionales de Krieger Vasena (Potash, 1994:105), desembocaron en su reemplazo por Dagnino Pastore, de orientación social-cristiana, mientras nacionalistas de ultraderecha como Sánchez Sorondo decidían romper con el gobierno. Por otra parte, con el recién iniciado «tiempo social», se firmó el Decreto Ley 18.160 sobre Obras Sociales que fortalecía el poder de los sindicatos. Entre tanto los Alsogaray y Lanusse pedían más liberalismo.

Sin duda, durante el gobierno de Onganía, nacionalistas y liberales libraron una furiosa batalla para imponer su concepción de sociedad, mientras el presidente actuaba como árbitro entre ellos. Krieger Vasena, en nombre del desarrollo y la racionalidad económica, complementó la «congelación de la política» que caracterizó a la Revolución Argentina, al tiempo que, a las tímidas iniciativas de Salimei en pro del capitalismo nacional, oponía su vinculación con los centros de poder internacionales. Esto generó tensiones con sectores de las Fuerzas Armadas, especialmente en lo relacionado con su participación en la industria militar. Sin embargo, en la medida en que la Revolución había adoptado la diferenciación desarrollista entre «nacionalismo de fines» y «nacionalismo de medios», optando por el primero de ellos (Rouquié, 1982:274); no es la política económica el mejor campo para juzgar las deudas de Onganía con el nacionalismo. Especialmente cuando el país contaba con una tradición nacionalista orientada contra la democracia liberal, pero afín al liberalismo económico. Es en las concepciones sobre la organización de la sociedad que podremos evaluar esta deuda.

IV

Aunque el gobierno de Onganía fue un espacio de confluencia de proyectos políticos diferentes, dos ejes permiten acercarse a su ideología: la teoría de la comunidad organizada y la Doctrina de Seguridad Nacional y el Desarrollo.

El proyecto de Onganía, concebido como una intervención de largo plazo que pretendía abolir la política para reorganizar la sociedad, se inscribía en el contexto de la Guerra Fría y la confrontación que de ella derivaba contra la infiltración marxista antipatria y anticristiana, ignorando la nueva situación mundial creada por la recién iniciada détente. Esto implicaba el alineamiento con Estados Unidos y, por tanto, la pérdida de centralidad del nacionalismo económico (Halperin, 1991:155). La Doctrina de Seguridad Nacional fue la expresión de esta nueva situación.

Pero sería inexacto afirmar que esta elección implicó un alineamiento incondicional con las políticas propuestas por el Departamento de Estado puesto que esta relación estuvo acompañada de múltiples tensiones. Si bien Onganía coincidía con la Alianza para el Progreso en la cual la seguridad estaba vinculada al progreso económico, su canciller nunca aceptó el esquema de integración supranacional –promovido por los países andinos- basado en los postulados cepalinos y avalado por los Estados Unidos. Este esquema proponía una división del trabajo regional donde Argentina tendría el rol de productor de materias primas y Brasil y Chile el de países industriales (Cisneros y Escudé, 2000).

En ese sentido la interpretación argentina de la Doctrina de Seguridad Nacional difiere de la brasileña. Si en política continental no aceptó los esquemas supranacionales impulsados por el Pentágono que coartaran su autonomía para el desarrollo, en política interna nunca desapareció la ilusión de la unión de las Fuerzas Armadas y el pueblo, en una concepción organicista que ya tenía tradición en el país. A diferencia de Brasil, la Revolución Argentina trató de suprimir el sistema político, a la vez que en lo militar reafirmaba sus lazos con el sistema de constrainsurgencia francés. El proyecto modernizador que encarnó, nunca renunció –al menos en teoría- a la autodeterminación y al nacionalismo hispanizante.

En esa lógica la Cancillería Argentina, al tiempo que buscaba la colaboración europea como contrapeso al poder estadounidense, se sumaba, en un mundo que pretendía bipolar, al concepto de «fronteras ideológicas».

Este concepto redefinía el nacionalismo en una perspectiva que trascendía lo territorial, para considerar a la nación como «un conjunto de de valores, creencias, instituciones y religión», que, tanto como el territorio, debían ser defendidas por las Fuerzas Armadas (De Riz, 2000:35). Pero la teoría de las fronteras ideológicas implicaba en la versión argentina -desarrollada por el general Juan Enrique Guglialmelli14 y complementada por el general Osiris Villegas quien ocuparía la Secretaría del Consejo Nacional de Seguridad-, el desarrollo integral como paso previo a la derrota de la subversión. Según Cisneros y Escudé,

Guglialmelli planteaba un «desarrollo integral con independencia», aclarando que se refería al desarrollo «económico-social, cultural y espiritual» y que «con independencia» significaba «la ruptura de cuatro formas esenciales de dependencia: la económica, la política, la cultural y la ideológica» (Cisneros y Escudé, 2000).

Paralelamente, Osiris Villegas afirmaba que una política de interés nacional implicaba superar el país agrícola-ganadero para construir una sociedad industrializada con un campo modernizado.

Pero la Doctrina de Seguridad Nacional no tuvo sólo implicaciones en política internacional o económica sino que también definió una concepción de la organización nacional y un papel para los militares en ella: el respeto a la Constitución se subordinaría ahora a la defensa del modo de vida occidental y cristiano. Dicha concepción, entroncaba bien, de una parte, con el nacionalismo católico del Ejército (De Riz, 2000:33-4), y de otra, con la tradición inaugurada por La Nueva República a final de los años 20. Los cursos de cristiandad, que retomaban el movimiento cultural fuertemente entroncado con el nacionalismo inspirado en la de Concepción Católica de la Política publicada por Menvielle en 1932, (Piñeiro, 1997:311) tuvieron, según un actor privilegiado del onganiato como Castex (1981:64), fuerte influencia entre los oficiales de la Revolución Argentina. Sin duda el presidente que consagró el país a la Virgen de Luján, no fue ajeno a esta ideología que se caracterizaba por un fuerte sentimiento religioso aunado a la búsqueda de una sociedad ordenada jerárquicamente.

En su libro Política y Estrategia para el Desarrollo de la Seguridad Nacional, Osiris Villegas escribió:

Un proyecto nacional convincente que unifique y fervorice; una elite capaz de planificarlo y dirigirlo; un líder que lo interprete y una dinámica social (el pueblo), que lo acate y ejecute. (...) De los elementos enunciados el más esencial y quizás el previo es la elite a quien debe dársele la oportunidad de ocupar, en la dirección política del Estado, los puestos cimas y claves para la toma de la decisión. (...) Los puestos dirigentes deben ser de los capaces y no destino accesible para los politicastros o ignorantes.

Aunque la «élite» que pide el ideólogo de la Seguridad Nacional fue bastante heterogénea y estuvo compuesta por militares y técnicos, sin duda los «politicastros» fueron separados del poder. Y el líder reclamado era, o así se creyó en un principio, Onganía.

La nueva organización de la sociedad que reclamaba esta versión de la Doctrina de Seguridad Nacional desembocó –o al menos lo pretendió- en un régimen corporativo que, según Potash, se parecía a la propuesta de reforma constitucional promovida por Perón. En la cima, el Consejo Asesor Económico-social que trabajaría con organismos de planificación del gobierno en coordinación con el Poder Ejecutivo al que se integrarían una serie de asociaciones coordinadas a nivel local y provincial que culminarían en tres asociaciones nacionales: confederaciones obreras, federaciones de empresarios, y, por último, profesionales y técnicos (Potash, 1994:135-8) .

Estos Consejos, que reemplazarían al «desueto» juego de los partidos, se integrarían en tres sistemas que se entrecruzaban y complementaban: el de desarrollo, el de seguridad y el de planeamiento, que sería el eje sobre el que girarían los otros dos (Rouquié, 1982:267). Para alcanzar este fin se crearon el Consejo Nacional de Seguridad (CONASE) y el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE).

La «comunidad organizada» –como se denominó a esta forma corporativista- que ambicionaba Onganía, fue presentada como una superación de la obsoleta y disolvente democracia parlamentaria. La idea de participación, en este caso, reemplazaba a la de representación. La cohesión social, la solidaridad nacional y la integración son los objetivos a alcanzar con el Estado organizado. Los distintos Consejos, impulsados desde el centro, serían los espacios idóneos para esa participación (Rouquie, 1981:265-6). La naciente democracia comunitaria buscaba así ordenar la sociedad a través de sus grupos intermedios, muy à la Maurras.

Los «factores reales de poder» -concepto caro a los nacionalistas- concebidos como «necesarios y permanentes para contrarrestar los vaivenes de la política» (Halperin, 1991:147) tendrían un lugar de hecho en estos Consejos. Ellos eran: las Fuerzas Armadas, la Iglesia Católica, las organizaciones empresariales y las obreras.

Esta concepción de los «factores de poder», que incluía la integración jerárquica y disciplinada del movimiento obrero, obtuvo inicialmente el beneplácito del sector dialoguista de un sindicalismo acostumbrado a vivir bajo la protección del Estado. Pero esta simpatía inicial no resistió las multifacéticas estrategias de peronismo, entre las que se destacan la ofensiva iniciada por las «formaciones especiales peronistas» y la emergencia de sectores más confrontativos en la CGT. Por otra parte, la autonomía que pretendía el régimen en temas tan cruciales como la reestructuración empresarial –y que en última instancia desembocó en un prebendarismo que no tenía nada de modernizador- y la posición dura asumida por Kriegger Vasena con los jerarcas sindicales, en medio de un proceso de desnacionalización de la economía, llevó a que su propuesta de «comunidad organizada», lograra pocos adeptos entre estos factores de poder15.

Un editorialista de Criterio, inicialmente resuelto defensor de la Revolución Argentina, escribía el 24 de diciembre de 1970, que el intento de Onganía de despolitizar totalmente a la sociedad argentina «[…] respondió a una ideología política tradicionalista con la que se creyó gobernar a una nación sin conflictos ni divisiones, solidaria entre sus partes jerárquicamente dispuestas, en la cual se alentaba la participación sin que nadie tuviera el derecho a elegir a sus gobernantes y en donde bastaba que la comunidad se “organizara” para que los argentinos construyéramos una isla de paz en un mundo acuciado por el conflicto y los antagonismos». Tal conflicto suprimía cualquier forma de oposición política legalmente estructurada y aumentaba la hegemonía gubernamental (Botana et al, 1973:310).

Con el asesinato de Aramburu –que evidenciaba el fracaso en el manejo del orden público- , la reunión del CONASE donde Onganía planteó su proyecto corporativo y su intento de aferrarse al poder por un tiempo indeterminado, acabaron con la paciencia del Ejército que, por otra parte, se sentía cada vez más marginado del proceso político. El breve interregno de Levingston –cuya ideología no deja de moverse en las grandes líneas que acá hemos señalado- cerrará el ciclo corporativo de la Revolución Argentina. Los liberales, por intermedio de Lanusse, reasumirán el mando dando paso al tan anhelado tiempo político.

V

La muy rápida genealogía del pensamiento nacionalista que aquí mostramos, no pretende negar una verdad de a puño: el gobierno de Onganía se constituyó en un espacio de conflicto entre liberales y nacionalistas de distintas tendencias. Lo que quisiéramos resaltar es que en el país existía una importante trayectoria de pensamiento nacionalista que, no sólo había intentado influir en las decisiones de poder por manu millitari desde Uriburu, sino que se conjugaba con un muy ortodoxo liberalismo económico. Ese pensamiento estaba asociado a publicaciones del nacionalismo católico como La Nueva República y Balcón: nacionalismo anterior y diferente del nacionalismo con ribetes populares –de derecha e izquierda- que se posicionó, posteriormente, en el discurso político. La hipótesis que queremos plantear es que el pensamiento de Onganía entronca directamente con esta tradición. O, para decirlo más rigurosamente; la Revolución Argentina echa mano a esta tradición discursiva disponible en el debate político cuando la referencia al nacionalismo –especialmente al nacionalismo económico- se había vuelto inevitable en el discurso político argentino, especialmente después de que el peronismo popularizara ideas que en la década del 30 sólo correspondían a minorías (Halperin, 1991:98).

Este nacionalismo de corte católico, hispánico y, sobre todo, aristocratizante, aunque contiene desde sus inicios elementos filofascistas, en última instancia recibe más influencia del integrismo católico que de Maurras. Lo que unía a las distintas vertientes del nacionalismo católico era su profundo rechazo a la democracia liberal. Esto, que era un pensamiento muy de época en las décadas del 30 y 40, estaba ya bastante perimido en los años sesenta, con la sola excepción de España y Portugal. Pero la idea de que los partidos son formas vacías y la política es fundamentalmente una técnica que debe ser «racionalizada» como administración, ya estaba presente en los hermanos Irazusta. Y el profundo sentimiento de que el poder tiene una responsabilidad «espiritual», planteado en el siglo XIX por De Maistre, es un elemento que ya había defendido Ernesto Palacio en la década del 20.

En ese sentido, la genealogía nacionalista que traza Castex en su autobiografía es bastante coherente: Lonardi, Onganía, Levingston… todos, según el autor, nacionalistas católicos y defensores de otra forma de organización de la sociedad.

Ciertamente el modelo de Franco debe haber influido en Onganía. Pero también existía un pensamiento nacional que lo respaldaba. Eso explica que nacionalistas que tangencialmente apoyaron a Perón, pero que le criticaron su incapacidad para romper con las desgastadas formas democrático-liberales, como Sánchez Sorondo, Castex, Amadeo o Etchecopar, vuelvan a aparecer junto a la Revolución Argentina. Como mostramos más arriba siguiendo a Piñeiro, los temas del peronismo coinciden fuertemente con el de este nacionalismo católico. Su falta de audacia para revolucionar la organización social y constituir una élite dirigente reconocida por su capacidad intelectual y moral, los diferencian. Por eso, los nacionalistas consideraron que Perón, en lugar de hacer un gobierno de los naturalmente mejores, derivó en un personalismo autoritario y corrupto, imponiendo un igualitarismo disolvente y una exacerbación de la lucha de clases.

Onganía llegó al poder en medio de una sensación nacional de grandeza dilapidada –magnificada por los medios de comunicación y por el peronismo-, en un momento de fuerte talante antidemocrático, para prometer una revolución modernizadora. Pero creemos que la modernización conservadora que pretendió encarnar –junto con el ambiente cultural retardatario que impuso- estaba bastante anclada en el pasado.

Para concluir, si aceptamos con Rouquié (1982:348) que en las Fuerzas Armadas coexistieron tres tendencia: a) la liberal en sus dos versiones: democrática y elitista, que invoca tanto a Justo como a Irigoyen; b) la autoritaria corporativista, representada por Uriburu ; y, c) la más reciente, que se origina tanto en la tradición radical como en la nacionalista e «industrialista-tecnocrática», destacando que la relación entre esta última y los nacionalistas autoritarios corporativos es mucha. Es igualmente importante resaltar que el Ejército no estaba al margen de la sociedad y que se alimentó también de las corrientes de pensamiento que señalamos. Los grandes temas que expone el primer gobierno de la Revolución Argentina: la sociedad jerárquica, el desprecio a la democracia liberal resumido en la crítica a la partidocracia, la defensa de la tradición católica e hispánica, el lugar destacado que debía jugar la Argentina en el orden internacional y la participación directa de los «factores de poder» en el gobierno; no son privativos del estamento militar sino que, desde la segunda década del siglo XX, estuvieron presentes en los proyectos políticos que descreyeron de las reformas introducidas en 1912 por Sáenz Peña. La novedad que parece haber introducido el gobierno de Onganía es la de recubrir este desprecio de la política con un lenguaje tecnocrático, que se pretendía innovador, más acorde al espíritu de los tiempos.

Quizás sea cierto, como señala Botana, que las imágenes nacionalistas nunca encontraron alternativas ideológicas a la fórmula de Alberdi, quien ligara la legitimidad del poder a un marco institucional que permitiera la realización de los grandes objetivos nacionales (Botana, 1973:313). Pero no se puede negar que Onganía intentó producir una nueva institucionalización y que para ello contaba con un acumulado de pensamiento importante.

 

 


1 Este artículo hace parte del proyecto de investigación «Élites y política social durante el desarrollismo en Colombia y Argentina» financiado por la división de investigaciones de la Universidad Nacional de Colombia.

2 Profesor Asociado. Departamento de Sociología. Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Maestría en sociología, Universidad Nacional de Colombia, candidato a doctor en Ciencias sociales, Universidad de Buenos Aires.

3 Muy posiblemente, esta haya sido una característica de la historia argentina durante buena parte del siglo XX. En todo caso, esa discusión está más allá del alcance de este artículo.

4 Tampoco se puede afirmar que Illia haya tomado medidas económicas que alarmaran a los grupos de interés económico, aunque algunos de ellos -como las petroleras y la industria farmacéutica- pudieran haberse visto afectados por algunas de sus políticas. En todo caso no hay suficiente evidencia histórica de que el golpe de Onganía haya sido instrumentado por estos sectores económicos aunque, sin duda, deben haberlo visto con mucha simpatía.

5 Hablar de nacionalismo en sentido restringido, implica referirse a aquellos movimientos políticos que se definieron en oposición a la fórmula política liberal, con una cosmovisión autoritaria y organicista de la sociedad y que exigían que las especificidades étnicas o culturales de la nación fueran tenidas en cuenta en la organización política.

6 Estos componentes ideológicos, si bien eran compartidos por los fundadores de La Nueva República, tenían pesos específicos diferentes en cada uno de ellos. Si Carulla se manifestaba ateo y más cercano a Maurras, Ernesto Palacio era profundamente católico y admiraba tanto a España como el pensamiento inglés encarnado en Burke, y Rodolfo Irazusta estaba mucho más cerca de Maurras y era ferviente admirador de Donoso Cortés. Sin embargo, por falta de espacio y por no ser esta generación el objetivo de este ensayo, no nos detendremos en estos matices.

7 Los «temas nacionalistas» que Piñeiro extrae de los discursos de Perón son: «pensamos en una Argentina profundamente cristiana y profundamente humanística» (28/12/44); «El mundo del futuro será solamente de los que poseen las virtudes que Dios inspiró como norte en la vida de los hombres» (9/9/44); «La República Argentina es producto de la colonización y conquista hispánica que trajo hermanadas a nuestra tierra, en una sola voluntad, la cruz y la espada» (28/6/44); «Para nosotros la razón no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual. Al impulso ciego de la fuerza, la Argentina coheredera de la espiritualidad hispánica, opone la supremacía vivificante del espíritu» (12/10/47); «Los representantes del capital y del trabajo deben ajustar sus relaciones a reglas más cristianas de convivencia y de respeto entre seres humanos» (30/5/44); «Buscamos una justicia distributiva y opondremos una energía inexorable a la explotación del hombre contra el hombre» (23/7/44); «Comenzamos por reivindicar para el Estado […] ese principio de autoridad que había sido abandonado por indiferencia, por incapacidad o por cálculo» (11/8/44); «El Estado debe robustecer el hogar, la escuela y el trabajo por ser los grandes moldeadores del carácter de los individuos» (29/12/45); «Dignificar moral y materialmente a la mujer equivale a vigorizar la familia; vigorizar la familia es fortalecer la Nación puesto que ella es su propia célula» (3/10/44); «Los pueblos deben saber por su parte que el conductor nace. No se hace por decreto ni por elecciones» (12/8/44); «La economía nacional debe basarse en que el Estado controle los fundamentos de aquella, quedando a la iniciativa privada, a veces en colaboración o forma mixta con el Estado o exclusiva por su cuenta, el desarrollo de la producción y la manufactura de los artículos» (26/6/46); «Para evitar que las masa que han recibido la justicia social […] no vayan con sus pretensiones más allá, el primer remedio es la organización de esas masas. […] Ya el Estado organizaría el reaseguro que es la autoridad necesaria para que lo que esté en su lugar nadie pueda sacarlo de él» (25/8/44) (Piñeiro, 1997:325-6).

8 Esta contradicción había estado presente en el gobierno de Uriburu, cuando el exceso de individuos que apoyaban las formas liberales de gobierno en el gabinete, motivó la oposición de los nacionalistas de la Nueva República. En cambio, el conflicto entre Azules y Colorados estaría cruzado por contradicciones que se pueden interpretar como pertenecientes a otra serie.

9 Auque las mutaciones políticas que impulsó desde el gobierno fueron aún mayores, éstas no son relevantes en este trabajo.

10 No es muy claro el papel que reservaba Uriburu a «la actividad política», pero de acordar con Devoto (2002), su proyecto pretendía abolir la democracia liberal.

11 Cisneros y Escudé (2000) consideran que en el gobierno de Onganía coexistieron cuatro tendencias: liberales, nacionalistas ortodoxos, nacionalistas heterodoxos y nacionalistas liberales. Aunque los matices son siempre bienvenidos, esta clasificación se pierde en tipos ideales cuyas fronteras no siempre son perceptibles en los procesos histórico-sociales. Por ejemplo, ¿a quiénes podemos llamar nacionalistas ortodoxos? ¿a Sánchez Sorondo o a Mario Amadeo? Ambos, con diferentes orientaciones, especialmente en lo relacionado a la política hemisférica, exigirían esa denominación.

12 Algunos de los hombres provenientes del nacionalismo católico que hicieron parte del gobierno de Onganía fueron: Guillermo Borda, Ministro del Interior; Mario Díaz Colodredo, Secretario de Gobierno; Nicanor Costa Méndez, Ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Pueyrredón, Subsecretario del Interior; Enrique Pearson, Subsecretario de gobierno; Jorge Mazzinghi, Subsecretario de Relaciones Exteriores; Raúl Puigbó, promoción y asistencia de la comunidad; Samuel Medran, Secretario de Seguridad Social; Pedro E. Real, Presidente del Banco Central; Mario Amadeo, Embajador argentino en Brasil [colaborador de Presencia]; Héctor Obligado, vocal de la Dirección Nacional de Migraciones; Máximo Etchecopar, director del Instituto del Servicio Exterior de la Nación [colaborador de Presencia]; Eduardo Roca, Embajador argentino ante la OEA; Gastón Terán Etchecopar, Subsecretario de Cultura; Basilio Serrano, delegado ante el GATT (Selzer, 1972:24)

13 Estas tres etapas fueron: el tiempo económico, el social y el político. Implicaban una rigurosa secuencia, y la última, que implicaba el retorno a la democracia, se calculaba para 1975.

14 El general Guglialmelli fue director de la Escuela Superior de Guerra, del Centro de Altos Estudios, y de la revista Estrategia.

15 También otros aspectos influyeron en la pérdida del capital político de Onganía. Entre ellos están las actitudes antisemitas que amenazaron con enturbiar el clima de negocios con los Estados Unidos. La más cuestionada fue la entrevista del Ministro del Interior, Martínez Paz, con el dirigente de Tacuara, Patricio Errecalte Pueyrredón.


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