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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.64 Bogotá July/Dec. 2007

 

Los marcos de acción colectiva y sus implicaciones culturales en la construcción de ciudadanía1,2

The Framework of Collective Action and its Cultural Implications for the Construction of Citizenship

Os marcos da ação coletiva e as suas implicações culturais na construção da cidadania

Ricardo Delgado Salazar3

Pontificia Universidad Javeriana, Colombia delgado@javeriana.edu.co

Recibido: 17 de abril de 2007 Aceptado: 16 de junio de 2007

 


Resumen

Las presentes consideraciones buscan resaltar los planteamientos de la teoría de los marcos de acción colectiva e identificar aquellos componentes que permiten comprender el agenciamiento de los movimientos sociales como renovadas expresiones de ciudadanía. La teoría de los marcos de acción colectiva nos permite ganar mayor comprensión sobre el sentido y el significado que los integrantes de una organización o movimiento social le atribuyen a la experiencia de la participación y la movilización ciudadanas.

Palabras clave del autor: movimientos sociales, marcos de acción colectiva, identidad colectiva, capacidad de agencia.

Palabras clave descriptores: movimientos sociales, teorías participación ciudadana.

 


Abstract

The present considerations seek to emphasize the approaches of the framework of collective action theory and identify those components that allow us to understand the “agentization” of social movements as renewed expressions of citizenship. The framework of collective action theory allows us to gain a better understanding about the sense and the meaning that the members of an organization or social movement ascribe to the experience of participating and mobilizing citizens.

Key words author: social movements, collective action frameworks, collective identity, capacity of agency

Key words plus: social life and customs, Theories, Citizen participation

 


Resumo

As presentes considerações procuram ressaltar as colocações da teoria dos marcos de ação coletiva e identificar aqueles componentes que permitem compreender o agenciamento dos movimentos sociais como renovadas expressões de cidadania. A teoria dos marcos de ação coletiva permite-nos ganhar maior compreensão sobre o sentido e o significado que os integrantes de uma organização ou movimento social atribuem à experiência da participação e de mobilização cidadãs.

Palavras chave: movimentos sociais, marcos de ação coletiva, identidade coletiva, capacidade de agência.

 


Nuevos movimientos sociales y marcos de acción colectiva

El estudio de los movimientos sociales ha experimentado un notable desarrollo y ha adquirido gran relevancia en la sociología y en la psicología social y política en las últimas dos décadas. La causa de este interés radica en las profundas transformaciones de las sociedades en el ámbito de la estructura de sus sistemas políticos y en la expansión de la participación en la vida pública, donde los movimientos sociales, al actuar como agentes dinámicos, han tenido mucho que ver con los cambios generados en la cultura política, en la configuración de nuevas identidades colectivas y en la redefinición del sentido de la ciudadanía. Por tal motivo, este apartado tiene como propósito central analizar una de las perspectivas teóricas más relevantes en la actualidad en el estudio de los nuevos movimientos sociales: el enfoque de los marcos de acción colectiva. Lo anterior tiene el ánimo de identificar sus postulados y establecer un conjunto de categorías que permitan adelantar un análisis de los procesos de movilización y participación.

Empezaré por considerar que el término «nuevos movimientos sociales» hace su aparición en las ciencias sociales para designar determinadas formas de acción colectiva manifiestas a partir de la segunda mitad de los años sesenta, las cuales eran difíciles de explicar y enmarcar desde las posturas prevalecientes hasta ese momento. Para investigadores como Alberto Melucci (citado por Laraña, 1994), el concepto de nuevos movimientos sociales hace referencia a un conjunto de formas de acción colectiva diferentes de aquellas basadas en las divisiones entre clases sociales que en su momento dominaron los escenarios del conflicto social en Europa y Estados Unidos, desde la Revolución Industrial hasta después de la Segunda Guerra Mundial. De ahí que la expresión «nuevos movimientos sociales» se emplee para designar un enfoque vinculado a ciertas tradiciones teóricas que sustentan sus hipótesis de trabajo en los postulados de la corriente interaccionista4, centrando su interés por una parte, en la construcción relacional que implica la acción colectiva, y por otra, destacando la relevancia de los elementos culturales ligados a la creación de marcos interpretativos, a la definición de las identidades colectivas y su incidencia en la acción de los movimientos sociales.

De aquí se desprende el principal aporte de las investigaciones respecto a los nuevos movimientos sociales; éste consiste en llamar la atención sobre el origen de las formas novedosas de expresión colectiva, más vinculadas con aspectos sociales como la edad, el género, la orientación sexual o la pertenencia a grupo sociales o sectores profesionales, que a ciertas estructuras formales de tipo ideológico y partidista. Por tal motivo, las cuestiones relacionadas con la identidad de sus seguidores se sitúan en primer plano de análisis, pues se consideran como plataforma fundamental para motivar la participación y la movilización ciudadanas. Esto se constata en la postura de investigadores como B. Klandermans y S. Tarrow (1988), D. Snow y R. Benford (1992), A. Melucci (1989) y W. Gamson (1992), quienes han acuñado el adjetivo de «movimientos de la identidad». Ellos reconocen dicho énfasis como un indicador de cambio en las reivindicaciones de los movimientos sociales, las cuales se han desplazado de los factores económicos que las caracterizaban, hacia otro tipo de problemas y de intereses más centrados en la cultura, en el reconocimiento de la identidad individual y social, en el medio ambiente, la justicia, la promoción de los derechos humanos, la estructura tradicional de los roles en la familia y la seguridad colectiva de las y los ciudadanos, entre otros aspectos.

En efecto, tales características plantearon retos y desafíos a los modelos teóricos sobre la acción colectiva más difundidos hasta entonces –estructura de oportunidad política y movilización de recursos–, que fundaban su aproximación en una determinada concepción de las relaciones causales entre la estructura político-social y la acción colectiva. De ello resulta que desde hace unos años, en el campo de las ciencias sociales se reconozca la urgente necesidad de precisar y acotar el significado del concepto referido a los movimientos sociales, con el ánimo de poder aplicarlo correctamente y disponer de una herramienta conceptual potente para su abordaje y estudio. Por esta razón encontramos un esfuerzo en las y los actuales investigadores por fusionar trabajos de diferentes perspectivas teóricas, en el intento por construir una mirada capaz de integrar supuestos de interpretación procedentes de distintos enfoques y establecer sus conexiones.

Esto condujo con el tiempo y después de muchos debates, a proponer una definición comprensiva del concepto fundada en el creciente consenso entre los analistas de los movimientos sociales y la acción colectiva sobre la base de un problema compartido. Éste radica, según B. Klandermans (en Laraña y Gusfield, 1994: 184), en «saber cómo y por qué se mantienen unidos los integrantes de un movimiento social, y por qué valoran su participación como lo más apropiado». Dicho interés compartido se distancia de ciertos enfoques funcionalistas o estructuralistas, en tanto no busca correlaciones causales entre los movimientos sociales y los cambios estructurales producidos en el contexto en que surgen; por el contrario, el énfasis radica en conocer los procesos desde donde los individuos confieren sentido a su acción colectiva de manera que se pueda entender por qué las personas participan en ellos. Lo anterior exige centrar el análisis en los procesos de interacción mediante los cuales se construyen marcos de significado con los que interpretan y se identifican las y los seguidores de un movimiento, y considerar así el impacto que estos tienen en su concepción de sí y de los demás.

Es de anotar que en la perspectiva constructivista confluyen a su vez orientaciones interaccionistas, culturales y cognitivas, es decir, aquellas que han privilegiado interrogantes en torno a los procesos de interacción y elaboración de significados por medio de los cuales los movimientos sociales definen su identidad, sus esquemas de interpretación y sus demandas. Tales enfoques comenzaron a posicionarse en Europa alrededor del concepto de identidad colectiva y en las obras de autores como Alain Touraine (1997) y, muy especialmente, del sociólogo italiano Alberto Melucci (1989). De igual manera, en los Estados Unidos el sociólogo Irving Goffman (1974) comenzaba a abrirle paso a este enfoque a partir de la recuperación del concepto de marco, definido como el conjunto de las orientaciones mentales que permiten organizar la percepción y la interpretación de hechos sociales significativos. Por consiguiente, para el constructivismo en general, los movimientos sociales son asumidos como el accionar colectivo y organizado de un sector social que tiene como propósito provocar, impedir o anular un cambio social; en ese sentido, les reconoce su capacidad para generar orientaciones y trasformaciones socioculturales.

En efecto, fue Melucci (1994: 120) quien con mayor insistencia llamó la atención sobre la necesidad de «concebir los movimientos sociales como agencias de significación colectiva, que difunden nuevos significados en la sociedad a través de formas de acción colectiva», lo que supone considerar tres aspectos: 1) que los movimientos sociales apelan a la solidaridad entendida como la capacidad de sus miembros para definir y reconocer un sentido del nosotros, y desde ahí compartir y construir una identidad colectiva como producto del proceso de atribución de significado y de las cambiantes situaciones que motivan la acción colectiva; 2) que la movilización explicita un conflicto social en la medida en que los miembros perciben una condición problemática o un aspecto de sus vidas no simplemente como una desgracia, sino como una injusticia, configurando paulatinamente un marco de interpretación compartido desde donde justifican y legitiman su acción colectiva; 3) que la acción busca romper los límites del orden en que se produce, por lo cual se considera básica la capacidad del movimiento para provocar rupturas en las fronteras del poder en el que se desarrolla su acción política; el propósito es diferenciar los movimientos de otros fenómenos que no tienen la intención de producir cambios en dicho sistema de normas y relaciones sociales.

Teniendo como referencia estas consideraciones y apoyándonos en los planteamientos del sociólogo español E. Laraña (1994), podemos derivar el hecho de reconocer a los nuevos movimientos sociales los siguientes elementos: en primera instancia, su capacidad de reflexividad, la cual radica en producir una controversia respecto de un estado de cosas cuya legitimidad y sentido normativo se daban por hechos antes que surgiese el movimiento. Este atributo hace que los nuevos movimientos sociales, NMS, sean concebidos como agencias de significación colectiva que difunden nuevos significados en la sociedad, y como sistemas de acción y mensajes simbólicos que desempeñan un papel significativo en las sociedades complejas. De lo anterior se desprende la condición de agencia de los NMS; ésta tiene que ver con su capacidad para crear marcos de acción colectiva donde los valores de justicia, libertad y solidaridad actúan como cimientos desde los cuales justificar y legitimar las reivindicaciones orientadas hacia la defensa y profundización de la democracia y de las libertades civiles de las y los ciudadanos. Con lo anterior se desborda el ámbito formal de los sistemas políticos y sus tradicionales instancias como los partidos y las ideologías que los animan.

El segundo tópico atañe a reconocer la orientación hacia el cambio social como característica fundamental de un movimiento social, cuya búsqueda es considerada esencial y donde la acción colectiva adquiere su dimensión política. De ahí que el liderazgo, como expresión de la capacidad reflexiva de los movimientos sociales, sea básico para entender su relación con el cambio social, en tanto se encuentra relacionado con su capacidad para incidir en la opinión pública y producir públicos, incorporando criterios de reconocimiento y legitimidad para valorar y juzgar situaciones de injusticia. Como hemos visto, los movimientos sociales son esfuerzos colectivos para producir cambios en el sistema de normas, relaciones sociales y estereotipos culturales que dominan un orden social.

El tercer aspecto hace alusión a la necesidad de abordar los movimientos sociales como «sistemas de acción colectiva». Este concepto propuesto por Melucci quiere llamar la atención en que

[…] los movimientos sociales son sistemas de acción porque sus estructuras se construyen a través de la interacción, la negociación y el conflicto en torno a definiciones colectivas como son: la definición de sus objetivos, la interpretación y lectura de las oportunidades políticas que ofrece el contexto y la definición de los límites para la acción (1999: 37).

Así se construye su identidad colectiva, entendida como una definición compartida e interactiva, producida por varios individuos o grupos a un nivel más complejo, la cual está relacionada con las orientaciones y los significados de la acción y con el campo de oportunidades y constricciones donde tiene lugar.

Como puede apreciarse, la perspectiva de análisis constructivista de los NMS resalta los aspectos culturales; destaca la capacidad de ellos para configurar y crear marcos de significación que doten de sentido a determinados hechos y a la acción colectiva; también enfatiza en la relación de estos marcos de acción con el desarrollo de las identidades colectivas y con los medios y fines de la participación política, en busca de un cambio social.

Para sintetizar lo esbozado hasta el momento, podemos anotar que la acción colectiva en estas nuevas formas de movilización no se limita a la controversia y conflictividad de los sistemas normativos y de las relaciones sociales, sino más bien en instaurar renovados marcos de significación sobre distintas problemáticas, donde la justicia y la libertad son los referentes de sentido para crear normas y criterios de legitimación de los sistemas democráticos. De ahí que se requiera la intervención de actores colectivos que se consideraban situados por fuera de la esfera política, para ampliar así el universo de los discursos agenciados por distintos actores y enriquecer la cultura política pública con marcos de interpretación que confieran sentido a la participación ciudadana en las renovadas formas de acción colectiva.

El concepto de marco de acción colectiva y la relevancia de la dimensión cultural en la construcción de la ciudadanía

Prosiguiendo con el tema y asumiendo los movimientos sociales como agencias que simbolizan la transformación de la organización social preexistente en una cuestión de debate y deliberación permanentes, podríamos deducir que la primera característica de un movimiento social es su orientación hacia el cambio social, cuya búsqueda es considerada esencial y donde la acción colectiva adquiere su dimensión política. Lo anterior nos llevaría a reconocer que la eficacia simbólica de los movimientos sociales y su relación con los procesos de cambio social, están íntimamente ligadas a su capacidad para transformar las definiciones colectivas de las situaciones problema que motivan su acción, tanto en la dimensión cultural como en la institucional.

En consecuencia, esto nos induce a centrar la atención, por un momento, en el concepto de «marco» introducido por Irving Goffman (1974, citado por Rivas, 1998) para investigar la naturaleza de la construcción social de la realidad. Dicho autor señala que para identificar un acontecimiento y dotarlo de sentido, se necesita acudir a uno o varios esquemas o guiones de interpretación. Por ende, el término «marco» es utilizado por Goffman para denominar los «esquemas de interpretación que capacitan a los individuos y grupos para localizar, percibir, identificar y nombrar los hechos de su propio mundo y del mundo en general» (citado por Rivas en Ibarra y Tejerina, 1998: 186-187). De esta manera, al hacer los acontecimientos significativos, los marcos desempeñan la función de organizar la experiencia y guiar la acción individual y colectiva. Es así como Goffman transciende el enfoque de esquemas concretos referido a las experiencias individuales y avanza hacia el análisis de los marcos de interpretación como representación del interés colectivo producto de la interacción social, en tanto expresa una estructura de expectativas que presupone una serie de mecanismos especiales para organizar y seleccionar acontecimientos relevantes y significativos.

Podríamos decir que la contribución de Goffman al análisis de los «marcos de interpretación» se constituye en la plataforma de partida para el estudio de los «marcos de acción colectiva» en el contexto de los movimientos sociales. El pionero en la aplicación del concepto de marco al estudio de los movimientos sociales, y en especial a la acción colectiva, fue W. Gamson (en Morris y Mueller, 1992), para quien un marco de acción colectiva se refiere a esquemas interpretativos de la realidad que inspiran y legitiman las actividades y campañas no ya de un individuo, sino de un movimiento social. Para este autor, los marcos son formas de comprender el entorno de problemáticas que implican la necesidad y el deseo de actuar, como resultado de la negociación de significados y sentimientos preexistentes en una población dada, los cuales se gestan en el interior de las organizaciones o movimientos. En tal sentido, el poder movilizador del marco no radica en los valores, las creencias y las normas de individuos particulares que se agregan para impulsar la acción, sino en los entendimientos y sentimientos que de manera intersubjetiva se configuran en asociación durante el mismo proceso de la acción colectiva, acudiendo a la sabiduría popular, al conocimiento de la experiencia y a los repertorios de las culturas políticas que circulan por los medios de comunicación.

Las investigaciones preliminares de Gamson le permitieron, desde un punto de vista analítico, comprender que todo marco encierra un conjunto de valores, símbolos o conceptos existentes en la sociedad, los cuales son reelaborados por los líderes y organizaciones en sus interacciones con las y los participantes. Estos motivan y sostienen la movilización y dotan de sentido la participación de las y los miembros de una organización social. De igual manera, sus estudios le permitieron corroborar que los marcos demarcan creencias y valores compartidos desde donde el colectivo o movimiento proyecta, entre sus miembros y hacia fuera, la legitimidad de sus demandas y reivindicaciones. En consecuencia, en la medida en que los marcos ofrecen elementos comunes para definir las expectativas del colectivo y fundamentar sus argumentaciones, actúan como referentes de identificación colectiva en tanto ayudan a fortalecer los lazos y a gestar vínculos de solidaridad.

Es de anotar que los aportes de Gamson a la teoría de los marcos de acción colectiva, se sustentan en su concepción constructivista de la realidad social y de considerar la capacidad de reflexividad de los actores sociales –movimientos sociales– en un sentido que los habilita para comprender críticamente su propia experiencia y los impulsa a intervenir en ella para trasformarla. El reconocimiento de dicha capacidad llevó posteriormente a Gamson a identificar de manera más elaborada tres componentes centrales de los marcos de acción colectiva: los marcos de injusticia, que designan el inventario de orientaciones cognitivas y afectivas que un actor o movimiento social define y utiliza para comprender una adversidad como una situación de iniquidad; la capacidad de agencia, referida a la conciencia del actor social con respecto al éxito y eficacia de su acción para trasformar las condiciones ligadas a la problemática; y la identidad, la cual alude al proceso de definición de referentes de reconocimiento colectivo que permiten a la organización construir un concepto de sí que la diferencie de otros y otras, en especial de sus adversarios.

Otro de los investigadores que más ha contribuido a la teoría de los marcos de acción colectiva es David Snow y colaboradores (1986, 1988), quienes han sido punto de referencia para la mayor parte de las investigaciones sobre este tema. Para Snow y Benford, los marcos de acción colectiva aluden al conjunto de creencias y significados orientados a la acción colectiva, que justifican y legitiman las actividades del movimiento social (en Morris y Mueller, 1992). Snow (1992) centró su estudio de los marcos de acción colectiva en el proceso de «alineamiento de marco»5 para referirse a la unión del individuo y las orientaciones interpretativas de las organizaciones y movimientos sociales, de tal forma que los intereses, creencias y valores de las y los sujetos se hacen congruentes y complementarios con las actividades y propósitos del colectivo organizado.

De esta manera, sus investigaciones le permitieron establecer que en un ciclo u ola de protesta que estremezca a una sociedad en un momento dado, si bien se presenta una diversidad de actores, quejas y demandas, es posible, dadas ciertas condiciones sociales y una estructura de oportunidades políticas, configurar una serie de orientaciones cognitivas comunes que se alineen para alimentar un «marco de acción maestro», generando una perspectiva compartida entre los diferentes actores y movimientos con los cuales se identifican los contenidos socioculturales más generales de los sectores contestatarios. En este sentido, los movimientos sociales operan como portadores y trasmisores de creencias e ideas movilizadoras, pero también se les reconoce que están activamente comprometidos con la producción de significado para sus participantes, para sus adversarios y para el público en general, los medios de comunicación, los aliados potenciales y las elites que toman las decisiones. En consecuencia, los movimientos son agentes productores de significado y, como tales, se encuentran implicados en la configuración de repertorios culturales que de manera cooperada con otras y otros actores sociales, redefinen y amplían el sentido de la política.

En esta misma línea de indagación se encuentran, de manera más reciente, los aportes del investigador alemán Jürgen Gerhards (citado por Rivas en Ibarra y Tejerina, 1998), quien, apoyándose en los planteamientos de Snow, se preocupa especialmente por analizar la calidad de los marcos de acción colectiva, reconociendo los factores cruciales que determinan el éxito de la movilización de los movimientos sociales. En este propósito, considera que los procesos de enmarcamiento se refieren a los esfuerzos estratégicos conscientes realizados por grupos de personas para construir interpretaciones compartidas del mundo y de sí mismos que legitiman y motivan la acción colectiva. En efecto, Gerhards considera que los procesos de enmarcamiento destacan la relevancia de los elementos culturales e ideológicos en la vida de los movimientos sociales. Por lo tanto, mediando entre la estructura de oportunidad política y la movilización y organización de recursos, se hallan los significados y definiciones compartidas que las personas atribuyen a la situación, sin los cuales no se daría el paso a la movilización, aunque se tuvieran oportunidades y recursos para ello. Por ende, los marcos de acción colectiva son el resultado de los procesos de enmarcamiento.

La contribución de Gerhards radica en la diferenciación que establece entre «dimensiones de enmarcamiento y estrategias de enmarcamiento». Las dimensiones de enmarcamiento son para este investigador las áreas temáticas centrales que estructuran el marco de acción colectiva donde se identifican: la cuestión de debate público interpretada como problema social; la localización de las causas y los agentes del problema; la interpretación de los objetivos y la probabilidad de éxito de los esfuerzos; el encuentro y la caracterización del destinatario de la protesta y la justificación como actores legítimos de ella. Las estrategias de enmarcamiento son las técnicas utilizadas por las organizaciones o movimientos sociales para interpretar y expresar las áreas temáticas de las cuales dependen en buena parte el éxito y el efecto de los movimientos en la movilización y participación de las personas y grupos.

Como podemos apreciar, las consideraciones presentadas por Snow y Gerhards se corresponden muy bien con lo que autores como Gamson (1992) y Tarrow (1989) han señalado respecto de la relevancia que tienen las ideas y el conjunto de creencias compartidas en la configuración de las reivindicaciones de los movimientos. Éstas tienden a presentarse ligadas a una serie de representaciones sociales que funcionan como marcos estructurantes de significados colectivos y que tienen especial importancia para sus seguidores, pues se encuentran en el origen de los sentimientos de pertenencia a un grupo diferenciado y están íntimamente relacionados con la imagen que tienen de sí mismos y del sentido de su existencia como actores de cambio.

De esta manera, la tesis que orienta el enfoque de los «marcos de la acción colectiva» se centra en reconocer que la motivación y participación de las personas en procesos de movilización para la acción, se hallan directamente vinculadas con la construcción de marcos de interpretación a través de los cuales las y los miembros de un movimiento social atribuyen significado a ciertos acontecimientos sobre la problemática social; así mismo, configuran sus referentes de identidad colectiva y establecen sus expectativas de éxito y eficacia. Tales aspectos son relevantes para que se desarrollen acciones de participación ciudadana y de protesta social.

De lo anterior se desprende la permanente insistencia de los investigadores de este enfoque en reconocer que la unidad de un movimiento, con respecto a los objetivos y marcos interpretativos que sustentan sus reivindicaciones, no surge de la nada, sino que se construye a través de unos procesos simbólicos en el interior de las organizaciones de dicho movimiento, en una dinámica permanente de negociación muchas veces tensa y conflictiva. De allí la importancia que tiene la interacción en las organizaciones y en las redes sociales de los movimientos, en la medida en que actúan como laboratorios donde se experimentan nuevos marcos y pautas de relación social entre los actores. En consecuencia, la definición de referentes compartidos por las y los miembros de una organización no es el punto de partida, sino el resultado de la acción colectiva, por lo cual conviene subrayar la relevancia que tienen los esfuerzos conscientes realizados por un grupo de personas para forjar modos compartidos de interpretar la realidad y definir esfuerzos colectivos que produzcan cambios en el sistema de normas, en las relaciones sociales y en los estereotipos culturales que dominan un orden social.

Como hemos señalado, son varios los investigadores de los movimientos sociales que consideran que la acción colectiva deriva de una transformación significativa en la conciencia de los actores implicados. Sin embargo, son Snow y Benford (1992) quienes han desarrollado el concepto de «procesos de alineamiento de marco» para describir cómo se llegan a vincular las orientaciones cognitivas de las y los participantes individuales en un movimiento, con el marco de referencia de la organización del mismo movimiento social. De ahí se infiere que los movimientos sociales proporcionan el marco que permite situar –es decir, atribuir significado e interpretar– los acontecimientos y condiciones relevantes con el fin de conseguir la motivación y la movilización de los integrantes y seguidores potenciales para ganar el apoyo de las y los espectadores. En el mismo sentido, Klandermans (1988) introduce el «concepto de formación y movilización del consenso» para referirse al intento deliberado de un actor social por crear consenso en un sector de la población y destacar también la convergencia imprevista de significado en las redes sociales y en ciertos públicos.

En los anteriores conceptos se puede apreciar la referencia permanente a las creencias colectivas como un conocimiento compartido y consensuado muy cercano a la noción de representaciones sociales formulado por Moscovici (1984, citado por Moñiva, 1994), quien las asume como un universo socialmente determinado de opiniones o creencias sobre el entorno social o material. Éstas tienen la posibilidad de configurar un discurso que le permite a un agente social reproducirse y producir efectos sociales significativos. Por ello, las formas y los contenidos de los discursos de las organizaciones, a la vez que se encuentran definidos socialmente, tienen la facultad de estructurar las prácticas y las relaciones de sus miembros, logrando así definir campos de representación donde se organizan y se jerarquizan los enunciados y contenidos del discurso, se demarcan al mismo tiempo las tendencias y disposiciones más o menos estables que conforman las actitudes, y se definen los repertorios de información que sustentan las opiniones y preferencias. Cabe entonces retomar las palabras de Alfonso Torres para decir que «así como no es posible asumir una práctica discursiva sin contexto social, es impensable la acción social sin acción discursiva» (2003: 161-162). De lo anterior se desprende que el discurso y las prácticas sociales configuran y expresan identidades y subjetividades, tanto de las y los individuos como de los colectivos que las agencian.

Lo planteado hasta aquí nos lleva a considerar que el poder de incidencia del movimiento social radica en la capacidad que éste tiene para articular y difundir un discurso capaz de influir en las definiciones compartidas por sus seguidores sobre cuestiones controvertidas para la sociedad. Dicha capacidad suele depender de la que tenga el líder para articular un discurso que sintonice con las orientaciones cognitivas de sus potenciales adeptos y con determinadas condiciones socioculturales del contexto.

Frente a este asunto bien vale la pena destacar los aportes de Klandermans (1997), quien, refiriéndose a la capacidad de los movimientos para incidir en la opinión pública y producir públicos, reconoce tres niveles de construcción de significados para potenciar la resonancia cultural del discurso y la movilización de consensos. En primer lugar, se refiere al nivel donde un problema o reivindicación social adquiere una dimensión pública para ganar visibilidad, convirtiéndose en un incentivo para la acción colectiva y la participación ciudadana de todas y todos los miembros de la sociedad o bien de un sector específico de ella, lo cual supone un proceso a largo plazo de formación y trasformación de las representaciones sociales y el establecimiento de las identidades colectivas. El segundo nivel tiene que ver con la comunicación persuasiva de las organizaciones del movimiento y sus oponentes; allí tiene lugar la pugna de los distintos sectores al tratar de movilizar el consenso, buscando apoyo a su situación en las creencias colectivas de distintos grupos sociales para que tomen partido. El tercer nivel se refiere a la concienciación durante los episodios de la acción ciudadana y la protesta social, la cual tiene que ver con el impacto que tiene la acción colectiva en la afirmación o cambio de las creencias colectivas de quienes participan directa o indirectamente en un acto de movilización y de protesta social.

De los anteriores niveles, donde tienen lugar la construcción social de significado de la acción colectiva y la resonancia cultural de los discursos sociales, podemos inferir que la movilización de consensos y la trasformación de las representaciones sociales como factores determinantes para potenciar la acción colectiva de las y los ciudadanos desde los movimientos sociales, son cuestiones que usualmente atañen a las luchas por los significados y representaciones presentes en la pugna por los marcos interpretativos desde los cuales se debaten y se ponen en juego concepciones diferentes de ciudadanía, identidad y democracia. Lo anterior supone que la acción colectiva conlleva la definición de una «política simbólica» o, en palabras de Evelina Dagnino, de una «política cultural», para referirse a las luchas por el poder interpretativo que se desata cuando entran en conflicto distintos universos simbólicos sobre lo político. Por consiguiente, el concepto de política cultural es importante para evaluar el alcance de las luchas de los movimientos sociales por la democratización de la sociedad, y para resaltar las implicaciones menos visibles de dichas acciones en la renovación del sentido de la ciudadanía. De igual manera, esta investigadora sostiene

(…) que los cuestionamientos culturales no son meros ‘subproductos’ de las luchas sociales, sino más bien elementos constitutivos de los esfuerzos orientados hacia nuevas definiciones del significado y de los límites del propio sistema político por parte de los movimientos sociales (Dagnino en Escobar, Álvarez y Dagnino, 2001: 27).

En conformidad con lo anterior, podemos afirmar que las implicaciones simbólicas que tienen los marcos de acción colectiva en la construcción de una «cultura política»6 radican en la configuración de referentes interpretativos alternativos que, a la vez que encarnan diferentes significados y prácticas sociales, buscan incidir y trasformar las representaciones hegemónicas que unívocamente legitiman el poder social. Por ello, cuando los movimientos despliegan conceptos alternativos de raza, mujer, naturaleza, democracia, ciudadanía o justicia que interpelan y confrontan significados culturales dominantes, ponen en curso una política cultural a partir de los marcos de acción colectiva.

Factores relevantes de los marcos de acción colectiva en los procesos de movilización y participación

Al comenzar estos planteamientos señalé que la reflexividad y la eficacia simbólica reconocidas a los movimientos sociales desde la perspectiva de los marcos de acción colectiva, se relacionan directamente con la capacidad para producir una controversia respecto de un estado de cosas cuya legitimidad y sentido normativo se ponen en discusión. También con el poder de incidencia que tienen éstos para desafiar y desestabilizar las representaciones y prácticas sociales que constituyen las «culturas políticas» dominantes en las cuales ellos mismos deben moverse y en cuyo ámbito definen sus posturas, reconocen a sus adversarios y orientan su acción colectiva con claras pretensiones políticas.

Por supuesto, dicha capacidad de afectación está condicionada, según los estudiosos de los movimientos sociales, por varios factores determinantes que se relacionan: 1) con la estructura de oportunidades políticas y los retos que tienen que enfrentar los movimientos sociales y su acción colectiva, en tanto tienen que ver con el grado de apertura relativa del sistema político institucionalizado –acceso al sistema de partidos, grado de apertura de la comunidad política–, condiciones que incitan a la acción colectiva y a la movilización ciudadana; 2) con la estructura de organización y movilización de los movimientos sociales, que hace referencia a los canales colectivos, tanto formales como informales –movimientos sociales, grupos de interés o partidos, mecanismos que le permiten unificar y utilizar los recursos– a través de los cuales la gente puede movilizarse e implicarse en la acción colectiva; y 3) como lo hemos señalado de manera reiterada, con los procesos colectivos de interpretación, atribución y construcción social, pues éstos median entre las oportunidades, la movilización de recursos y la acción colectiva.

En efecto, la combinación de oportunidades políticas y estructuras de movilización dota a los grupos de un cierto potencial para la acción colectiva. Sin embargo, tales factores de manera aislada son insuficientes para explicar qué hace que las personas definan su situación problema de tal manera, y que valoren su participación en un movimiento social como lo más apropiado para incidir en su trasformación. Por consiguiente, en el esfuerzo por ganar mayor comprensión sobre estos tópicos, conviene destacar una vez más y detalladamente, la contribución del trabajo de Gamson, quien trató de elaborar el contenido más significativo de los esquemas de acción colectiva que permiten a las y los individuos movilizarse y participar en expresiones de protesta social. En su concepto, los marcos de acción colectiva tienen tres componentes: los marcos de injusticia, la identidad colectiva y las expectativas de éxito y eficacia.

Ahora bien, hagamos una breve exposición de cada uno de ellos. Los marcos de injusticia parten del supuesto de que «los problemas sociales no constituyen en sí mismos hechos objetivos. De acuerdo con esto, muchas situaciones que podrían definirse como socialmente problemáticas nunca llegan a ser percibidas de esta manera por las personas que las sufren» (Gamson en Morris y Mueller, 1992). Por dicha razón, para investigadores como Klandermans (1994) y Gamson (1992) resulta imprescindible que las personas se sientan agraviadas por una situación determinada y crean que la acción colectiva puede contribuir a solucionar dicha situación. Por ende, esta perspectiva plantea que sin la posibilidad de establecer un marco interpretativo de injusticia resulta improbable que la gente se movilice, aun cuando cuente con oportunidades para hacerlo. En consecuencia, para que surja la conciencia de pertenecer al colectivo de personas afectadas, se requiere transitar de la situación de desgracia hacia la configuración de un marco de injusticia entre ellas. Lo anterior demanda un cambio cognitivo en la manera como las personas perciben una condición problemática. Las investigaciones en este campo señalan que los marcos de injusticia desempeñan un papel clave para movilizar a las y los potenciales seguidores de un movimiento en defensa de lo que consideran un derecho.

Adicionalmente debemos reconocer que la configuración del componente de injusticia no sólo refleja un juicio intelectual y cognitivo sobre lo que es equitativo o no, sino también encierra una alta carga emotiva y afectiva que tiene que ver con la ira y el abandono como factores necesarios en cualquier tipo de movilización social. Esto nos lleva a reconocer que la dimensión emocional actúa como plataforma y detonante de aquello que Gamson describe como la indignación moral expresada en conciencia política, que contiene tanto elementos cognitivos como emocionales (Gamson citado por Sabucedo, 1996).

En este mismo sentido, José Manuel Sabucedo (2000) considera que, además de la percepción de injusticia o del descontento provocado por una situación social determinada, es necesario que responsabilicemos a algún agente externo de esa situación para que ese descontento pueda traducirse en acción política. Si no se presenta ese proceso de atribución externa, que puede ser al gobierno o a otro grupo social, la movilización carece de sentido. Por lo tanto, la identificación de un culpable o adversario posibilita la aparición de sentimientos de ira e indignación que se convierten en factores desencadenantes de la movilización social.

Por otra parte es significativa la importancia que se le asigna a los marcos de injusticia para promover culturas políticas alternativas, en la medida en que éstos se constituyen en marcos articuladores –patrones o maestros– que sirven de puentes para propiciar alianzas y acuerdos programáticos de convergencia entre diferentes organizaciones o movimientos sociales. Ejemplo de ello lo constituye en la actualidad el marco dominante a favor de la defensa y promoción de los derechos civiles, políticos, sociales y culturales que ha sido la plataforma adoptada por movimientos como el de las mujeres, las y los jóvenes, los grupos étnicos y los homosexuales, como base fundante de su acción colectiva. De igual manera, los marcos de injusticia han develado un conjunto de valores y principios que paulatinamente se han convertido en recursos de significación pública, a los cuales se puede acudir para orientar y fundamentar las acciones colectivas de otras y otros actores en contextos socioculturales diversos. Es decir, lo que deseamos subrayar es el hecho de que la configuración de marcos de injusticia, como factor relevante en los procesos de movilización, convierte a las organizaciones sociales en fuentes de recursos culturales, las cuales nutren de manera más o menos permanente los distintos momentos y tiempos que conlleva la construcción de las redes sociales. Así, la presencia de marcos de injusticia como «repertorios culturales» exime a las nuevas generaciones de potenciales activistas, de tener que construir los marcos de nuevos movimientos desde la nada.

Si bien los movimientos sociales suelen desarrollarse dentro de estratos sociales y lugares geográficos particulares, es previsible que los marcos de interpretación de la realidad reflejen esos orígenes sociales y geográficos, al menos inicialmente. Sin embargo, el amplio universo simbólico que en la actualidad constituyen las culturas políticas agenciadas desde los distintos actores sociales, permite que los diversos discursos tengan la posibilidad de intercambiar sus contenidos y enunciados. Así pues y gracias al debate público, es posible emanar unos «marcos nucleadores» de donde puedan derivarse unos principios de justicia que constituyan, en lo posible, una métrica más o menos objetiva que actúe como fundamento central de la esfera política. Desde dichos marcos nucleadores es posible concebir, pactar y organizar la vida en común y definir criterios para valorar los problemas y los derechos que demandan las y los actores sociales. Siendo así, es necesario destacar que el potencial de controversia generado por la acción colectiva estará, en alguna medida, supeditado a la capacidad de crear criterios de reconocimiento y legitimidad para valorar y juzgar las situaciones de injusticia y, en consecuencia, justificar y producir cambios en el orden social donde la titularidad de los derechos se alza como una exigencia y una responsabilidad pública que presiona la ampliación y profundización democrática y la expansión de la ciudadanía.

En consecuencia, en la medida que los marcos de injusticia se constituyen en referentes colectivos de lectura e interpretación de las situaciones sociales como problemáticas y de orientación de la acción colectiva, podríamos decir que éstos apuntan hacia la extensión y profundización de la democracia en términos de afectar la estructura de oportunidades políticas, develando así las relaciones de exclusión y desigualdad en escenarios que van más allá del tradicional régimen político. De igual manera, inciden en la redefinición del sentido de la noción de ciudadanía, cuyo punto de partida es la concepción del derecho a tener derechos, lo cual supone la constitución de sujetos sociales activos en la ampliación del espacio político que no solamente expresa una estrategia política, sino también una política cultural que incluye la invención y creación de visiones acerca de la sociedad democrática, en el derecho a ejercer la participación para definir aquello de lo que queremos ser miembros.

Consideremos ahora el componente de la identidad colectiva. Concebir los movimientos sociales «como agencias de significación colectiva» por parte de investigadores como Melucci (1999) y Gamson (1992), ha llevado a reconocer las estrechas relaciones entre los procesos de creación de marcos de referencia y la construcción de identidades colectivas, focalizando el análisis en las formas en que estas conexiones pueden facilitar nuestra comprensión sobre la movilización de acciones colectivas por parte de ciudadanos organizados. Lo anterior supone destacar la capacidad de los movimientos para configurar y crear marcos de significación sobre los cuales se configura la identidad colectiva; ésta define y valora lo que somos y no somos, es decir «el conjunto de atributos de semejanzas y diferencias que limitan la construcción simbólica de un nosotros frente a un ellos» (De la Peña, citado por Torres, 2002: 162). En otros términos, la identidad colectiva supone por parte de las y los asociados a las organizaciones de los movimientos sociales, definir y proporcionar aquellos vocabularios, marcas o rasgos distintivos que definen un sentido de pertenencia para que las y los participantes y simpatizantes construyan sus identidades individuales de forma que se unan entre sí, en un contexto más amplio como el que ofrecen las experiencias colectivas.

Esto nos conduce a concebir la(s) identidad(es) colectiva(s) como entidades interactivas, producto de los procesos relacionales de intercambio y negociación de individuos o grupos, en el esfuerzo mancomunado por definir un conjunto de referentes que orienten la acción colectiva de sus miembros, constituyéndose en el punto de vista colectivo que promueva la unidad y el sentido de pertenencia de sus asociadas y asociados. Sobre este aspecto, Melucci (1999) es uno de los autores más interesados: entiende la identidad colectiva como una definición compartida de la realidad grupal y su posibilidad de cambio. Por consiguiente, afirma que la creación de nuevas identidades tiene lugar en las interacciones dentro de lo que denomina «redes sumergidas», pues allí se crea una definición de la situación grupal. Se comprende así que este investigador conciba dichas redes como unos verdaderos «laboratorios culturales», en tanto propician la generación de interpretaciones alternativas de la realidad por medio del intercambio entre las y los actores sociales, haciéndose visibles y formalizándose en discursos manifiestos a través de un proceso dinámico de activación de relaciones sociales que les pone en contacto en una permanente negociación.

Además, podríamos decir que la identidad colectiva, como definición interactiva, ofrece símbolos y representaciones compartidas que permiten la construcción de relatos que dinamizan la memoria colectiva, afirmando y recreando permanentemente el sentido del «nosotros(as)» que impulsa a los movimientos sociales, demarcando así sus alcances, las fronteras y su ubicación pública en el espacio social. En este mismo sentido, Melucci (1989), al referirse al contenido de la identidad colectiva como marco de interpretación y definición de prescripciones valorativas y normativas, resalta la incidencia de éstas en la configuración de tres tipos de orientaciones de los movimientos sociales: primero, las concernientes a los fines de las acciones, es decir, el sentido y la finalidad que las acciones colectivas tienen para el actor; segundo, las referidas a los medios y que aluden a las posibilidades y límites de la acción; y por último, las atinentes al entorno, esto es, la ubicación en el espacio-tiempo de lo social, donde se desarrolla la acción.

Por lo demás, en la actualidad se reconoce que las identidades colectivas logran incidir específicamente en las personas directamente vinculadas con ellas. No podemos desconocer que hacer parte de una organización implica una experiencia significativa que incide en las formas de ver la realidad y en las maneras como las personas establecen sus relaciones con otras y otros, logrando construir, a través de las prácticas y las actividades que encierra la acción colectiva, una serie de valores que como el compromiso, la solidaridad y la cooperación, reafirman la identidad personal y propician la participación en la construcción de un referente de sentido colectivo que consolida sus motivaciones, apuestas y lealtades.

Del mismo modo, podemos destacar que la vinculación a procesos organizativos y de movilización social repercute en los modos en que las personas se asumen como actores sociales. En otras palabras, el acceso a nuevas experiencias de intercambio de conocimientos, saberes y prácticas, enriquece y nutre la posición desde donde se anuncia y se apodera como sujeto en relación con el contexto social, cultural y político en el cual se construye y al mismo tiempo actúa como agente de cambio y trasformación. Igualmente, compartir un referente colectivo de sentido permite que los proyectos de vida de las y los miembros de una organización puedan ampliar sus horizontes de autorrealización en un contexto más amplio, donde los intereses y las finalidades colectivas motiven y mantengan a las personas en una búsqueda constante por generar cambios sociales entre las situaciones que la organización reconozca como injustas.

Creo haber sugerido antes que la construcción social de la identidad colectiva conlleva la posibilidad de que el grupo o movimiento social defina las semejanzas y diferencias que demarcan el sentido de un «nosotros(as)» frente a un «ellos(as)», como consecuencia de la dinámica social y política caracterizada por la lucha en aras del reconocimiento y la visibilidad de formas alternativas de identidades políticas. Estas formas alternativas buscan ampliar el sentido y el ejercicio de la noción de ciudadanía y de su referente central, como es la noción de derechos, frente a situaciones de exclusión e iniquidad. En consecuencia, la configuración de referentes de identidad colectiva se encuentra muchas veces asociada a la definición que el grupo realice acerca de una situación catalogada como injusta. De esta manera, a través de la vivencia de los mismos problemas y anhelos, se construye un «nosotros(as)», es decir, una identidad diferenciada de otras al definir un referente colectivo en el cual es posible percibirse compartiendo la misma situación injusta. Simultáneamente, el otro elemento referido a la construcción social de la identidad colectiva es la definición de un oponente, de un adversario, un «ellos(as)», personas, autoridades, elites o grupos a quienes se les atribuye la responsabilidad por las situaciones adversas; aspecto que conlleva la definición de posturas políticas que propician la movilización por parte de las y los ciudadanos.

De lo anterior se desprende que la construcción de las identidades colectivas implica modalidades y campos distintos en relación con el reconocimiento y/o imputación de características a destacados actores dentro del ámbito de actuación de un movimiento social, como lo señalan Hunt, Benford y Snow (en Laraña, 1994: 231-240) al identificar tres campos de identidad: «el de los protagonistas, los antagonistas y las audiencias»7. El reconocimiento de estos distintos campos de construcción de las identidades es fundamental para el diseño de estrategias que potencien la resonancia del discurso social del movimiento, el cual debe incorporar argumentos referentes a la responsabilidad de las autoridades políticas en la generación de esos problemas y en su incapacidad para resolverlos, distinguiendo los diversos actores que están de alguna manera relacionados con el proceso de movilización de la acción colectiva. Lo dicho hasta aquí demuestra, en suma, que la identificación con el grupo es un buen predictor de la implicación futura en las acciones colectivas que adopten sus miembros, y, al mismo tiempo, se constituye en un referente conceptual de primer orden para entender las respuestas que pueden emitir las y los sujetos ante situaciones adversas para su organización.

Así llegamos al tercer componente referido a las expectativas de éxito y eficacia. Éste alude a la creencia emanada de los marcos de interpretación de la realidad, sobre la posibilidad de que las condiciones adversas reconocidas como injustas puedan ser trasformadas mediante la acción colectiva realizada por quienes están en contra de ellas. Sobre este aspecto Sabucedo (1996: 120) llama la atención sobre el papel que desempeñan «los esquemas de acción colectiva para desafiar los sentimientos de inmutabilidad o fatalismo que pueden desarrollarse respecto a las situaciones sociales de precariedad y abandono». Por consiguiente, cuanto más convencidos estén las y los miembros de una organización o movimiento social del éxito que va tener su acción colectiva, mayor es la probabilidad de que se manifieste una movilización que produzca respuestas por parte de las autoridades o actores implicados. No obstante, hay que considerar la posibilidad de que dichas expectativas se fundamenten en una lectura distorsionada de las oportunidades políticas ofrecidas por el contexto, aspecto que puede llevar al colectivo a crear circunstancias deprimentes que resientan su confianza y estima.

Para minimizar este alto riesgo, las expectativas de éxito y eficacia deben fundamentarse, según Snow y Benford (1992), en tres tareas significativas derivadas de los marcos de referencia colectivos: 1) la elaboración de un diagnóstico que permita identificar algunos acontecimientos como problemáticas sentidas y relevantes para las personas y donde haya un anhelo de cambio, señalando, al mismo tiempo, a ciertos agentes sociales como directamente responsables; 2) la definición de un pronóstico que contemple un plan para corregir la situación adversa, especificando para ello qué debería hacerse y quién tendría que hacerlo; y 3) la creación de un clima de motivación para que las y los asociados se decidan a pasar a la acción con el objeto de resolver un problema objetivamente percibido como injusticia, para lo cual será preciso que las personas desarrollen un conjunto de razones apremiantes para proceder así. De esta manera los marcos de interpretación, además de afirmar un clima de confianza y esperanza, tienen el poder no sólo de identificar y reconocer acertadamente las oportunidades políticas existentes en el contexto, sino la capacidad de crear nuevos escenarios y factores que promuevan la movilización organizada de ciudadanos y ciudadanas para la protesta social.

Liderazgo, movilización y acción política

Los anteriores factores están mediados por la configuración de un conjunto de esfuerzos colectivos que miembros de una organización promueven para generar ciertos cambios sociales. De ello resulta la necesidad de centrar nuestra atención, por un momento, en el liderazgo político y su inserción en ciertas fases de la movilización y la acción colectivas.

El liderazgo, en tanto expresión de la capacidad reflexiva de los movimientos sociales, es asumido, en esta oportunidad, como un proceso de construcción colectiva donde se gesta la capacidad de las y los asociados para revisar permanentemente los supuestos que definen la finalidad de su acción colectiva, para adaptarlos a las cambiantes situaciones del contexto sociopolítico y para, al mismo tiempo, hacer compatibles las motivaciones y expectativas de sus seguidores con las motivaciones colectivas de la organización. Por ende, el ejercicio de un liderazgo político implica canalizar las diversas iniciativas en una planificación conjunta de los objetivos y metas del colectivo, proponer una acción organizada para la toma de decisiones acerca de la distribución de los recursos, y definir ciertas líneas de acción que conduzcan al cambio en la cultura política del entorno.

En consecuencia, el liderazgo trasformador de la cultura política debe orientarse a promover impactos en los marcos de acción colectiva de las y los actores sociales, incorporando nuevos conceptos que paulatinamente reconstruyan el sentido de la política, de lo público, de la ciudadanía y de la democracia, los cuales lentamente se constituyan en creencias compartidas decantadas en repertorios culturales que serán apropiados y anclados en y por públicos mucho más amplios. De igual manera, el liderazgo político debe incidir en las formas de acción política, es decir, debe rescatar y potenciar las rutinas de acción política que han sido exitosas en ciertos momentos y contextos para que sean absorbidos por los actuales actores sociales durante los períodos de inercia y reacción. También este tipo de liderazgo debe contribuir en la definición de las agendas públicas al introducir las nuevas demandas y reivindicaciones en la esfera política de un modo expresivo, propiciando la formación de coaliciones en torno a ésta, para que a mediano plazo alineen los diversos marcos de acción colectiva en el seno de una cultura pública más general, donde sea posible fundamentar y tramitar acuerdos y acciones de convergencia.

Esto nos conduce a reconocer que el liderazgo es un proceso que surge y se desarrolla en un contexto sociopolítico que ofrece un cúmulo de circunstancias que actúan como agentes facilitadores o inhibidores del mismo. Algunos de esos factores, según H. Kriesi (1991), tienen que ver con la estructura institucional formal del sistema político, el cual puede ser más o menos abierto y flexible, o fuerte en relación con el control y represión que genere, lo que define en el campo del liderazgo una serie de factores que determinan: 1) la presencia o no de reglas formalizadas para la toma de decisiones políticas, las cuales dependen del grado de centralización o descentralización del Estado, de la separación de los poderes, del grado de coherencia de la administración pública, de la institucionalización de los procedimientos democráticos, proporcionando así el marco de juego donde se despliegan las y los líderes políticos. 2) Las personas o grupos ante quienes el líder es responsable y a los que debe satisfacer sus expectativas y demandas en respuesta a su respaldo y apoyo. 3) La fuerza y naturaleza de la oposición, que nos puede servir como indicador de a quién y a qué va a prestar más atención el líder político, definiendo de esta manera las estrategias de negociación, de construcción de pactos y acuerdos. 4) Las creencias políticas de sus seguidores, en tanto mecanismos de ajuste y control del comportamiento del líder; puede decirse que sus esfuerzos serán más exitosos cuanto mayor sea su capacidad para hacer referencia a las creencias colectivas de las personas a las que trata de convencer. 5) La cantidad y calidad de los recursos que el contexto pone a disposición del líder inciden en el grado de dependencia o autonomía en relación con las instancias gubernamentales. 6) Las características de la época en que tiene lugar el ejercicio del liderazgo, el cual será distinto en momentos de alta conflictividad y tensión o en tiempos de abundancia o escasez de los recursos.

Como se advierte en los anteriores factores, la tarea fundamental de las y los líderes u organizadores del movimiento es enfrentar los retos sociales transaccionales que les plantean tanto el contexto sociopolítico como las expectativas y motivaciones de sus seguidores, para propiciar la movilización y la acción colectivas. Cabe aquí situar el ejercicio de liderazgo político en las fases de la movilización que Klandermans y Tarrow (1988, citados por Rodríguez, 1997: 106) resaltaron como «el potencial de movilización, las redes de reclutamiento, la motivación para participar y las barreras para la participación».

La fase del potencial de movilización tiene que ver con la capacidad de una organización, a través de sus líderes, de penetrar en diferentes sectores de la sociedad para construir los respaldos y obtener el máximo apoyo actitudinal e ideológico entre las y los ciudadanos. Considerado así el asunto, el liderazgo político está directamente comprometido con la creación y difusión de un discurso que afirme la existencia de agravios compartidos, los cuales se asuman por el grupo como injusticias que sustenten al mismo tiempo las expectativas de éxito y eficacia para que las acciones de movilización se lleven a cabo. Ello nos conduce a reconocer que es justamente el poder de interpretación derivado de los distintos discursos sociales en pugna, el que actúa como agente movilizador de la acción política. Por consiguiente, el liderazgo político debe partir del supuesto de que «son las interpretaciones de la realidad, antes que la realidad en sí misma, las que guían las acciones políticas» (Klandermans y Tarrow, 1988, citados por Rodríguez, 1997: 111)

En consecuencia, el ejercicio del liderazgo político en su intención de promover un proceso de concienciación, como lo llama Sabucedo (1996), conlleva, por una parte, la configuración de actitudes hacia el significado que encierra el movimiento como agencia colectiva, reconociendo por aparte el potencial de las y los seguidores para producir controversias al respecto de un estado de cosas cuya legitimidad y sentido normativo están en discusión. Si bien es necesario que las personas compartan los presupuestos del movimiento, es decir, la interpretación que la organización adelanta sobre la realidad social, hay que anotar que la eficacia simbólica de los movimientos sociales y su vínculo con los procesos de cambio social se encuentran íntimamente relacionadas con las actitudes que se puedan perfilar hacia las metas y objetivos establecidos por la movilización, en tanto es en ésta donde emerge de manera concreta el potencial político trasformador que, en palabras de Kriesi (1982, citado por Rodríguez, 1997), tiene que ver con la capacidad para producir cambios en las definiciones colectivas de las situaciones que motivan la acción de los movimientos, buscando incidir tanto en la esfera simbólica –representaciones y prácticas sociales–, como en el orden institucional formal –normas, convenciones, prescripciones– del propio contexto político donde se ubican las acciones del liderazgo.

Ahora, veamos la fase de la red de reclutamiento. Ésta se refiere a las estructuras conectivas de movilización a través de las cuales se vinculan las y los líderes con la base organizativa de la acción colectiva –el centro con la periferia–. Los actuales movimientos se caracterizan por no acudir a formas organizativas burocráticas y rígidas; al contrario, optan por establecer vínculos más holgados y flexibles para entrar en contacto con sus seguidores y dar a conocer sus iniciativas y posturas mediante mecanismos formales e informales que se nutren de los lazos sociales existentes entre sus asociados, los contextos y hábitos de trabajo, y de los sectores que convergen alrededor de intereses más amplios, que comparten lazos de solidaridad y cuyo deseo de planificar y llevar a cabo acciones colectivas conjuntas los identifica.

En ese sentido, la eficacia del liderazgo político tendrá que ver con la capacidad para establecer, de acuerdo con Thomas Ohlemacher (1992: 104)8, un juego de «redes sociales», circunstancia que demanda generar un modelo descentralizado de relaciones para asegurar el contacto con redes sociales que paulatinamente conformen el trasfondo organizativo y, al mismo tiempo, convoquen y afilien a otras y otros socios que actúen como intermediarios o trasmisores de contactos entre grupos extraños. Dicho modelo también debe fortalecer los vínculos preexistentes, extendiendo la movilización de consensos a otras redes de contactos directos e indirectos. Así pues, la captación de seguidores y sus reservas de convocatoria podrán potenciarse en la medida en que más extendidas y ramificadas se encuentren las redes de contacto y el sistema de alianzas de la organización, alcanzando mayores posibilidades de relacionarse con la gente para dinamizar el proceso de concienciación y, por lo tanto, incrementar su potencial de movilización.

Con respecto a la fase que alude a la motivación para participar, podemos decir que las acciones de liderazgo deben influir de manera positiva sobre las decisiones de las personas acerca de sus motivaciones para participar y movilizarse. El modelo de Klandermans (1988, citado por Rodríguez, 1997) llama la atención en el hecho de considerar que la motivación para la movilización es una cuestión directamente relacionada con los costos y beneficios percibidos por dicha participación. En consecuencia, las y los líderes deben esforzarse para que las personas perciban que su participación les reportará más beneficios que costos, lo cual exige explorar y afianzar tanto los incentivos colectivos que permitan ligar la motivación individual a la grupal, como los incentivos selectivos que hagan referencia a la particularidad, a lo que cada quien, de manera individual, pueda recibir por participar en la movilización.

En relación con las barreras para la participación, cabe señalar que la movilización para la acción colectiva como proceso de construcción social, conlleva tensiones atinentes a la naturaleza y magnitud de las situaciones de conflicto, con la legitimación del propio movimiento, con el surgimiento de alianzas y, por supuesto, con la movilización de recursos externos. Situaciones éstas que muchas veces pueden constituirse en barreras que limitan y erosionan el piso motivacional de las y los seguidores de una organización para participar de manera decidida. Por ende, las acciones de liderazgo político deben procurar minimizar tal incertidumbre a través de una planificación conjunta de las acciones que permitan configurar diagnósticos y pronósticos, para reducir esas posibles situaciones adversas que resienten la motivación y la confianza de las personas.

Finalmente, con los planteamientos expuestos creo haber mostrado, desde la perspectiva de la construcción social de la acción colectiva, el potencial que encierra la creación de marcos colectivos y su eficacia simbólica para renovar y ampliar el sentido de la política, de lo público y de la ciudadanía; también se han señalado algunos factores centrales –marcos de injusticia, identidad colectiva y expectativa de éxito– para comprender la actuación colectiva por parte de las y los ciudadanos. Por esta razón, es necesario seguir estudiando y profundizando el complejo fenómeno de la formación y trasformación de las creencias colectivas y su relación con los procesos de movilización social y política.

 


1 Este artículo se inscribe en el marco de la investigación «Análisis de los marcos de acción colectiva en organizaciones sociales de mujeres, jóvenes y trabajadores» (2003-2006) adelantada en la línea de investigación «Socialización política y construcción de ciudadanías». Esta línea hace parte del grupo Políticas y programas en niñez y juventud y desarrollo social, del programa de Doctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Universidad de Manizales y CINDE.

2 Este artículo desarrolla los planteamientos centrales de la ponencia que el autor presentó en el Encuentro Internacional «Subjetividades políticas y morales en la construcción de ciudadanías: género, niñez y juventud», organizado en el marco del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Manizales y el Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano, CINDE, mayo 18 a 21 de 2005, Manizales (Colombia).

3 Psicólogo. Magíster en Desarrollo Educativo Social, Universidad Pedagógica Nacional, CINDE. Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, Universidad de Manizales, CINDE. Docente investigador de la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.

4 Los siguientes son los supuestos de la perspectiva constructivista en el estudio de los movimientos sociales y la acción colectiva: a) La concepción del movimiento social como un proceso de construcción social sujeto a continuos cambios y como un objeto de estudio en sí mismo, que no puede explicarse simplemente por las condiciones estructurales del contexto en que surge, sino también considerando los factores culturales. b) El énfasis se centra en los procesos de definición colectiva de los problemas que motivan la participación en el movimiento. c) Igualmente, se reconoce la capacidad de reflexividad de los movimientos para revisar permanentemente los supuestos y los fines, y adaptarlos a las cambiantes situaciones que motivan las formas de acción colectiva. De los anteriores enunciados se desprende el foco de análisis por la construcción interactiva o relacional de la realidad social, donde los movimientos sociales tienen la capacidad para crear nuevas normas y significados sociales; sin embargo, esta capacidad puede ser constreñida por aspectos estructurales que a su vez son construcciones históricas modificables. Así mismo, la dimensión cultural adquiere relevancia en el estudio de la acción colectiva, en tanto los valores y significados en los que se articula la legitimidad de las normas sociales son cambiantes; de ahí el interés por los procesos de enmarcamiento donde los actores sociales definen sus marcos de interpretación con base en un conjunto de creencias y valores que definen el sentido de la acción colectiva, configurando paulatinamente repertorios modulares de contestación.

5 En sus estudios, Snow identifica cuatro tipos de alineamiento de marcos: el primero se refiere a la conexión de marco, que tiene que ver con el enlace entre dos o más marcos ideológicamente congruentes, pero estructuralmente desconectados con respecto a un problema y a la manera de interpretarlo; este tipo de alineamiento se presenta entre los movimientos cercanos a los grupos de intereses. El segundo es el referido a la ampliación de marco o a la clarificación y fortalecimiento de un marco interpretativo que atañe a un tema de debate, un problema o un conjunto de acontecimientos particulares; este proceso de amplificación de valores y creencias concretas se da en los movimientos reactivos y en las subculturas de resistencia por intereses de raza o territorio, entre otros. El tercero de los mecanismos de alineamiento alude a la extensión de marco y consiste en que una organización o movimiento social extiende las fronteras de su marco primario para abarcar los intereses o puntos de vista que son secundarios para sus objetivos primarios, pero de considerable importancia para los militantes potenciales. Y en cuarto lugar se identifica la transformación de marco, la cual atañe a la creación de nuevos marcos o a la reformulación de viejos que ya no resuenan, con la finalidad de ganar apoyo y asegurar la participación; éste último se asocia con movimientos que tienen metas de cambio total.

6 El concepto de culturas políticas es concebido como el acervo de conocimientos, saberes y prácticas que configuran la construcción de universos políticos diversos que los actores sociales producen, y desde los cuales se anima el tejido de relaciones, confrontaciones e intercambios de significados, en torno a la construcción colectiva de un orden social; constituyendo también contextos plurales de significación y enunciación de las identidades políticas, desde las cuales se interpreta el mundo de la política y se orientan las formas de organización y manifestación de la acción política de los actores sociales en la esfera de lo público.

7 El campo de identidad de los protagonistas consiste en una serie de significados atribuidos a la identidad de los individuos y grupos destinados a convertirse en los defensores de la causa del movimiento; como es el caso de atribuciones centradas en algunos líderes, personajes célebres o seguidores de base. Se incluye también en esta categoría a las y los seguidores del movimiento, entre quienes se destacan las víctimas inocentes, poblaciones afectadas que se corresponden con los propósitos centrales de la organización, permitiéndole a ésta ubicarse en el escenario social con una identidad pública que le posibilita diferenciarse de otros grupos, definiendo sus alcances y límites. El campo de los antagonistas consiste en las atribuciones de identidad a individuos y grupos que se oponen al movimiento, las cuales incluyen ciertas declaraciones sobre los contra-movimientos, sus líderes y sus discursos. Y en relación con el campo de las audiencias, las atribuciones de identidad se dirigen a individuos o grupos a los cuales se asume como imparciales, o bien observadores no comprometidos, y que pueden reaccionar ante las actividades del movimiento como posibles públicos simpatizantes.

8 Ohlemacher resume las características definitorias de las redes sociales en cuatro puntos: «En primer lugar, conectan redes previamente desconectadas, actuando como intermediarios o trasmisores de contactos entre extraños o grupos de extraños. En segundo lugar, forman el entorno inmediato, el trasfondo organizativo, o la base institucional de varias redes de contacto directo. En tercer lugar, algunas de las redes de este entorno generan nuevas redes, potenciando los contactos preexistentes de un modo nuevo. En cuarto lugar, las redes sociales extienden la movilización a redes exteriores a ellas» (1992: 104).

 


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