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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.64 Bogotá July/Dec. 2007

 

Aproximaciones conceptuales a las políticas juveniles: desmodernización, anticipación moral y política de la vida1

Conceptual Approximations to Juvenile Politics: Demodernization, Moral Anticipation and Life Politics

Aproximações conceituais às políticas juvenis: desmodernização, antecipação moral e política da vida

Diego Alejandro Muñoz Gaviria, Jorge Eliécer Martínez Posada

CINDE- Universidad de Manizales2, Colombia diegomundante@hotmail.com

CINDE- Universidad de Manizales3, Colombia jmartinezp2@gmail.com

Recibido: 01 de marzo de 2007 Aceptado: Mayo 10 de 2007

 


Resumen

La tesis central del escrito es la comprensión de las dinámicas colectivas juveniles como formas políticas de desmodernización, anticipación moral y política de la vida, viendo sus producciones académicas como categorías zombis incapaces de entender la dinámica de los nuevos tiempos, las dinámicas colectivas juveniles, interpretadas como la anticipación moral y lejos de formas de proscripción social o etiquetamiento de desviación. Se enfatiza la dimensión política alternativa de las dinámicas colectivas juveniles, nombradas como formas políticas de la vida.

Palabras clave de los autores: desmodernización, categorías zombi, juventud, desviación, política.

Palabras clave descriptores: teoría del desarrollo categorización (Psicología) adultos jóvenes, actividad política, adultos jóvenes, aspectos morales y éticos.

 


Abstract

The central thesis of this essay is the understanding of juvenile collective dynamics as political forms of demodernization, moral anticipation and life politics, viewing its academic productions as zombie categories, unable to understand the dynamics of new times and the juvenile collective dynamics, interpreted as the moral anticipation and distanciation from forms of social proscription or deviation label. Emphasis is placed on the alternative political dimension of the juvenile collective dynamics, noted as political forms of life.

Key words: demodernization, zombie categories, youth, deviation, politics.

Key words plus: development teory, categorization (Psychology), young adults, political activity young adults, moral and ethical aspects.

 


Resumo

A tese central do escrito é a compreensão das dinâmicas coletivas juvenis como formas políticas de desmodernização, antecipação moral e política da vida. Percebem-se suas produções acadêmicas como categorias zumbis incapazes de entender a dinâmica dos novos tempos, as dinâmicas coletivas juvenis, interpretadas como a antecipação moral, distante de formas de proscrição social ou etiquetamento de desvio. Enfatiza-se a dimensão política alternativa das dinâmicas coletivas juvenis, nomeadas como formas políticas da vida.

Palavras chave: desmodernização, categorias zumbi, juventude, desvio, política.

 


1. Introducción

El presente texto pretende acercarse de forma inicial a la problematización de las dinámicas políticas juveniles a la luz de los referentes conceptuales de las ciencias sociales, principalmente desde los aportes sociológicos de Alain Touraine, Anthony Giddens y Ulrich Beck. La tesis central del escrito es la comprensión de las dinámicas colectivas juveniles4 como formas políticas de desmodernización, anticipación moral y política de la vida.

En relación con la desmodernización, se parte de los supuestos básicos de Alain Touraine acerca de la sedimentación y resquebrajamiento de la modernidad en su versión clásica, objetivada principalmente en las crisis institucionales de la sociedad industrial moderna. El supuesto central de este apartado será la problematización de la modernidad y los saberes modernos, viendo muchas de sus producciones académicas como categorías zombis incapaces de entender la dinámica de los nuevos tiempos, representada de forma vital por las dinámicas colectivas juveniles.

La anticipación moral se retoma en el texto como una forma interpretativa de significar las dinámicas colectivas juveniles y, por ende, como una manera alternativa de interpretar lo juvenil que se aleja de las miradas panópticas de ciertos saberes modernos, entre ellos la sociología jurídico-penal, que terminan por ubicar unidireccionalmente las dinámicas colectivas juveniles como formas de proscripción social o etiquetamiento de desviación. La apuesta en este ítem es por la reivindicación de las dinámicas colectivas juveniles en tanto enunciadoras desde sus prácticas discursivas y no discursivas de nuevas realidades sociales, históricas y culturales. De allí el concepto de anticipación moral5.

Por último, se tematiza la dimensión política alternativa de las dinámicas colectivas juveniles, las cuales bien podrían ser nombradas como formas políticas de la vida, centradas en perspectivas micropolíticas en el plano de decidir cuál es la vida que se quiere vivir. El supuesto de esta parte del texto, es la consideración de las dinámicas colectivas juveniles como nuevas formas de política y por ende de ciudadanía, las cuales giran en torno a la decisión, la biografización y la fiabilidad.

2. Desmodernización y categorías zombis

El sociólogo francés Alain Touraine inicia su escrito sobre la desmodernización con la siguiente sentencia: «ya no creemos en el progreso»; esta idea demarca con claridad el sentido de la expresión desmodernización, en tanto pone en cuestión el fundamento simbólico del logocentrismo occidental, es decir, el conjunto de representaciones colectivas que permitieron la emergencia del proyecto civilizatorio moderno.

La idea de progreso comprendida como la secularización del ideal cristiano de llegada al paraíso6, implica, en el contexto civilizatorio occidental, la apuesta por ideales de perfectibilidad anclados a las visiones etnocéntricas de las sociedades –estados nacionales de la Europa Occidental, cuyo basamento común es la reivindicación de la sociedad industrial, las formas «democráticas» de lo político y la formación del individuo.

El ideal de la sociedad industrial se encuentra articulado a la producción científica de los pensadores modernos de lo social, por ejemplo, en las propuestas de Augusto Comte7 sobre la reorganización-regeneración social, se enuncia, como la principal serie de trabajos, la ubicación de los saberes positivos como centro de la dirección teórica de la práctica, y en la acción concreta, la configuración de realidades «civilizatorias» industriales. Para Émile Durkheim8, en sus planteamientos acerca de la división del trabajo social, el ideal de progreso social se encuentra articulado a un proceso complejo de descentramiento de conciencias colectivas, con lo cual se daba origen a representaciones colectivas encargadas de dotar de sentido a acciones productivas concretas y especializadas, sin las cuales no se podría pensar en la consolidación del sistema económico capitalista. Al igual que estos teóricos de lo social, se encuentran misioneros de los nuevos tiempos modernos como Herbert Spencer9 y el mismo Marx y su antropología del trabajo industrial10.

El común denominador de estos autores será la plena confianza en el ideal de perfeccionamiento social basado en el desarrollo de la capacidad productiva industrial del ser humano.

El ideal político de la sociedad democrática se centra en el principio jacobino de cierto consensualismo que permite, dada su configuración participativa, la erradicación de formas autoritarias de poder político. La participación será la representación colectiva11 central en la legitimación del poder político en sociedades que se denominen democráticas, lo cual conlleva la apuesta por la existencia de cierta capacidad de elección de los sujetos en los planos económicos y políticos. Los autores del liberalismo –como Adam Smith, David Ricardo, Stuart Mill y Jeremy Bentham– logran proponer rutas económico-políticas de gran historicidad en Occidente, bajo la égida del utilitarismo y el supuesto de la búsqueda de la satisfacción de las necesidades individuales y su impacto «positivo» en el bien común (Hampsher-Monk, 1996).

Sobre la formación de los individuos, los discursos pedagógicos han aportado reflexiones y estrategias formativas tendientes a la concreción de los ideales de perfeccionamiento humano de la modernidad; no en vano la escuela como institución moderna de occidente emerge con la misión histórica de permitir la consolidación de los modernos estados nacionales. La escuela será la institución moderna encargada de adelantar procesos formativos tendientes a la homogenización de los ciudadanos en términos de sus capacidades para la participación política y económica en la sociedad moderna. Los trabajos de pedagogos clásicos como Herbart, Pestalozzi, Montessori, Decroly, Dewey, entre otros., piensan la formación ciudadana como base del progreso político y económico de las naciones12.

En el entramado de estas coordenadas se puede inscribir lo que Touraine ha definido como el modelo clásico de la modernidad, en el cual la trilogía: estado nación, racionalización económica e individualismo moral, permitió varios siglos de desarrollo endógeno occidental y dominación del mundo (Touraine, 1999: 30).

La desmodernización emerge de la caída de este modelo clásico, con el descrédito de las promesas incumplidas por esa primera modernidad y, por ende, con el desencantamiento del ideal de progreso enunciado. Los efectos perversos de la modernidad podrían verse esquematizados en las siguientes coordenadas:

En relación con los ideales económicos y políticos de la sociedad industrial democrática, lo que emerge como consecuencia perversa es su resquebrajamiento, enunciado por el sociólogo alemán Ulrich Beck como la sociedad del riesgo (Beck, 1998). Para este autor, la llamada modernidad tardía portadora de consecuencias perversas de la modernidad industrial, podría nombrarse de una forma más sugestiva como la sociedad del riesgo, en la cual las amenazas de un entorno natural impactado por el intervencionismo industrialista moderno provee cada vez mayores y diferentes fenómenos ambientales y políticos que ponen en peligro la sostenibilidad de la vida humana, y la vulnerabilidad consistente en la incapacidad del sistema sociocultural industrial de dar respuesta a las demandas sistémicas internas y hacer frente a las contingencias del entorno, con lo cual la promesa paradisíaca de la sociedad industrial deviene en un asunto de pesadilla.

Quien concibe la modernización como un proceso autónomo de innovación debe tener en cuenta un deterioro cuyo reverso es el surgimiento de la sociedad del riesgo. Este concepto designa una fase de desarrollo de la sociedad moderna en la que a través de la dinámica de cambio la producción de riesgos políticos, ecológicos e individuales escapa, cada vez en mayor proporción, a las instituciones de control y protección de la mentada sociedad industrial (Beck, 1996: 201).

Para Beck, el desarrollo de la moderna sociedad industrial se podría esquematizar, en términos expositivos, en dos grandes coordenadas: de un lado, en sus inicios bajo la denominación societal de sociedad industrial –en términos de Touraine como modelo clásico de la modernidad–, se agencian procesos de modernización simple consistentes, en términos generales, en el desencantamiento del mundo propuesto por Weber, en el cual se pretendía desmontar el cobijo simbólico de la tradición premoderna para instaurar la legitimidad del nuevo orden moderno en sus propias señales simbólicas. De otro lado, en la contemporaneidad se puede nombrar la época actual como la sociedad del riesgo en la cual los procesos de modernización ya no pueden caer en las credulidades iniciales de la modernización simple y han de orientarse por el desencantamiento de este proceso y, por ende, de la sociedad industrial, lo cual podría enunciarse como modernización reflexiva –desmodernización–, es decir, una modernización que antropologiza, cuestiona, problematiza las representaciones colectivas de la modernidad operando para ello desde el referente moderno de la reflexividad13 del sujeto, esto es, su capacidad de juicio.

Por otra parte, la formación de individuos deviene en serios cuestionamientos a la escuela y su función, con lo cual una de las muestras fehacientes de la crisis de la modernidad o desmodernización es la crisis de la escuela. Para Duch, la pérdida del potencial reflexivo del ser humano y el aparente secuestro de su experiencia serían evidencias de la crisis de la modernidad, entendida como una realidad concreta en la cual el principal factor de reconstrucción es la recuperación del ser humano como sujeto que se hace a sí mismo a partir de la reflexión sobre sus experiencias. En Duch, la postura de la crisis de la modernidad se reconoce en las dificultades sociales para la transmisión cultural, consistente en: dificultades para el acogimiento social y para el reconocimiento intersubjetivo. Para este autor:

La situación de nuestro tiempo ha sido analizada e interpretada desde múltiples perspectivas y con la ayuda de metodologías muy diferentes. Una gran mayoría de analistas están de acuerdo en que la actual crisis de la sociedad occidental es global. Se trata de una crisis global porque incide en todas las relaciones fundamentales que los habitantes de nuestro espacio cultural mantienen con la naturaleza y entre sí. Por ello, en nuestros días, es frecuente que se pongan en cuestión no sólo las formas de inserción en la realidad, sino también los valores fundamentales que, a lo largo de una milenaria tradición, han proporcionado viabilidad y consistencia histórica a estas formas. En consecuencia: parece harto evidente que nos encontramos de lleno, en el sentido más amplio del vocablo, ante un «final del mundo», que incide en todas las facetas de la existencia humana tal como ésta se ha desplegado en la «modernidad occidental». No hay ningún sistema ni subsistema social que no se vea implicado en él. De acuerdo con una opinión ampliamente difundida, eso significa que ahora todos los puntos de referencia tradicionales se muestran por igual «débiles» y, a menudo incluso, han adquirido una enorme capacidad de extravío de aquellos que aún continúan confiando en ellos (Duch, 1998: 13).

En la desmodernización. las estructuras de acogida encargadas de generar el vínculo social –principalmente la escuela y la familia– entran en crisis dado su desacoplamiento con las realidades históricas existentes, las cuales, como ya se expuso, podrían nombrarse en términos generales como consecuencias perversas de la modernidad: crisis existencial, ambiental y agudización de la pobreza. La no actualización histórica de estas estructuras de acogida repercute en la transmisión cultural de la modernidad en cuanto deslegitimación de las «fronteras de la escuela y la familia» y, con ello, la pérdida de cobijo simbólico de la sugestión moderna de auto referencia o discontinuidad con la tradición. La sedimentación de las fronteras citadas abre nuevos plexos de sentido en los cuales la hibridación entre portadores de acción social premodernos (tradición), modernos (ciencia) y postmodernos (estética) ya no pueden ubicarse de forma purista en espacios ideales, sino más bien asumir formas vario pintas difíciles de ser clasificadas.

La desmodernización no sólo coloca en crisis las formas de instituciones y de práctica social instauradas en el contexto del modelo clásico de la modernidad; también pone en cuestión los saberes modernos y sus prácticas discursivas. La idea central será exponer que, si bien las realidades de la desmodernización ya no son las mismas de la modernidad clásica, también es cierto que los saberes y sus enunciados habrán de reconstruirse y resignificarse con el ánimo de poder comprender esas nuevas realidades.

Para el sociólogo alemán Ulrich Beck, la crisis de los saberes modernos se representa en sus categorías zombis, es decir, en conceptos que a la manera de muertos vivientes creen tener algo que decir, pero que cada vez pierden con mayor fuerza su eficacia simbólica, hasta el punto de dejar descontextualizados los aportes de los pensadores sociales en relación con los acontecimientos cotidianos de los sujetos. En este sentido, las categorías zombis de las ciencias sociales representan la caducidad de un saber que, al no reconocerse como histórico, ha pretendido desde una perspectiva muy conservadora e incluso estática, embalsamar su discurso y las realidades que nombra y construye. Para Beck, una de las consecuencias claras de esta actitud ahistórica es la pérdida de referentes simbólicos que garanticen seguridad en la acción; la confianza deja de ser un dado ontológico y se convierte en una conquista reflexiva y transitoria (Beck, 2003: 339-356).

En esta perspectiva, el sociólogo inglés Anthony Giddens expone que la crisis de la confianza en un mundo desbocado lleva a los sujetos a asumir dinámicas de fiabilidad, en las cuales, las decisiones del sujeto son las condiciones de base para la búsqueda itinerante del futuro; ya no es posible acudir a corazas protectoras que garanticen de forma previa a la experiencia del sujeto, la realización positiva de sus acciones (Giddens, 2004: 20-23). Así, ciertas instituciones sociales como la familia, el estado, la escuela, entre otras, operan como instituciones concha que ya han sido en tanto cascarones, abandonadas en la cotidianidad de los sujetos, pero que los científicos sociales anclados en sus metarrelatos no han querido abandonar14.

La desmodernización y una de sus evidencias, las categorías zombis, muestran las contingencias en las cuales se encuentran las ciencias sociales para agenciar procesos reflexivos de comprensión de las actuales realidades históricas; el aumento de la complejidad lo único que demuestra es la incapacidad de las ciencias para aprehender y controlar todos los fenómenos, ideal de la ilustración cada vez más puesto en cuestión. La apuesta ahora es abrir estas ciencias, lo cual implica necesariamente cierta sedimentación de sus fundamentos históricos, epistemológicos, teóricos y metodológicos15.

Para el caso concreto de la juventud, el problema se intensifica en los siguientes planos:

•Vivimos bajo las condiciones de una democracia internalizada, para la cual muchos de los conceptos y recetas de la primera modernidad se han vuelto insuficientes, con lo cual, los efectos perversos de la modernidad dejan de ser un fenómeno exógeno a la vivencia de los sujetos, para pasar a ser una de sus fuerzas estructurantes. Para el caso concreto de la condición juvenil y sus mundos de la vida, el asunto se intensifica en tanto coexisten en ellos reflejos zombis de las demandas del modelo clásico de la modernidad y contingencias cargadas de riesgo y fiabilidad de la desmodernización. Por ejemplo: coexisten en los mundos de la vida juveniles instituciones concha como la escuela y categorías zombis como la idea clásica de formación –perfectibilidad humana–, con realidades desmodernizadoras como la descontextualización de los saberes escolares y la vida cotidiana o la imposibilidad en los actuales momentos de estructurar proyectos formativos de larga duración.

•En concordancia con lo anterior, las esperanzas de futuro se hacen cada vez más contingentes, con lo cual el breve sueño del bienestar perpetuo se evidencia como promesa incumplida en los mundos de la vida juveniles.

•En la medida en que el futuro, por naturaleza, no puede ser entendido y dominado, aumenta de forma paradójica el poder de la juventud. Con la alteridad del futuro, ella tiene en sus manos los hilos de su definición, en tanto construye permanentemente sus posibilidades a la luz de acervos de conocimientos socialmente construidos que tienen una caducidad cada vez más acelerada.

Las preguntas centrales de estos planteamientos son: ¿las dinámicas colectivas juveniles comportan de forma dialéctica manifestaciones de proscripción social y anticipación moral? ¿Qué nuevas formas de ciudadanía manifiestan las dinámicas colectivas juveniles?

3. Las dinámicas colectivas juveniles: entre la proscripción social y la anticipación moral

Antes de iniciar el desarrollo temático de este apartado, se hace conveniente realizar las siguientes aclaraciones: en primer lugar, las citas hechas a sociólogos clásicos como Durkheim, Merton y Darhendorf, y a sociólogos contemporáneos o de la nueva sociología como Touraine, Giddens y Beck, pretenden dar cuenta del devenir de ciertas tradiciones del pensamiento social, que con continuidades y discontinuidades se han dado a la tarea de problematizar temas como el conflicto, la integración social, la construcción histórica, entre otros; de esta forma, no se quiere caer en el texto en una suerte de eclecticismo, sino en una sucinta reconstrucción de dichas tradiciones. En segundo lugar, es necesario dejar sentada la apuesta conceptual de esta mirada a las dinámicas colectivas juveniles, la cual en términos generales podría nombrarse como interpretativa, con aportes del construccionismo social y del interaccionismo simbólico.

Buscando trascender las especulaciones de cierta sociología espontánea, configurada a la luz de algunas credulidades, creencias o sugestiones de los diferentes actores sociales, se termina proponiendo –en un sentido amplio– formas de abordaje o estudio de «las mentalidades sociales», y en un sentido restringido las «mentalidades sociales sobre lo juvenil», las cuales ponen en tela de juicio los supuestos consensos sobre los cuales descansan las formas de percibir, interpretar y actuar en relación con los mundos de la vida juveniles. Así, la emergencia de modelos comprensivos de lo social, desde la contextualización microsociológica y la crítica-teorización macrosociológica, complejiza el abordaje de lo social, al hacer perceptible la multidimensionalidad de la condición humana.

Los desarrollos teóricos e investigativos obtenidos por la microsociología en las voces del interaccionismo simbólico, la fenomenología, la etnometodología, entre otros., permiten comprender los sentidos dados a las construcciones sociales de las múltiples realidades o cotidianidades. Las sociologías de la vida cotidiana se erigen como herramientas e instrumentos heurísticos que operan como puntas de lanza en la develación de los trasfondos y significaciones de las acciones sociales. Para el caso específico de la sociología jurídico-penal, esta perspectiva ha ayudado a la configuración del «labelling aproach» o enfoque de la reacción social, basado en la construcción social y significación del etiquetamiento, como una estrategia simbólica de defensa social –por ejemplo: la desviación–, preguntándose quién es definido como desviado, qué efecto acarrea esta definición para el individuo, en qué condiciones este individuo puede llegar a ser objeto de una definición, y quién define a quién.

Esta postura encarna profundas rupturas con los enfoques positivistas de la etiología criminal, que argumentan la tesis según la cual la desviación tiene su asidero en condiciones individuales de ciertos sujetos que poseen determinadas características biológicas y psicológicas (Pavarini, 1983) y por tanto son susceptibles de ser corregidos desde las representaciones colectivas y desde los poderes sociales emanados de las creencias en la «defensa social». En efecto, esta perspectiva correccionista cae en la reificación de las estructuras discursivas que ubican los órdenes sociales existentes como esencias ahistóricas previas al acto humano y, por ende, como marcos del ‘saber/poder’ sobre el ‘representar/hacer’ social; en este aspecto reposa la ruptura paradigmática hecha por el enfoque del etiquetamiento, pues este último resignifica el correccionismo y la defensa social en el marco hermenéutico-comprensivo que contextualiza las formaciones discursivas y los encantamientos que evocan.

De otro lado, la macrosociología, referida en este escrito principalmente a los aportes de la teoría clásica sociológica (en las voces de Durkheim, Weber y Merton), a los desarrollos de la teoría crítica (Marcuse, Horkheimer, Adorno, Habermas y Beck) y a las consideraciones de los teóricos del conflicto (Dahrendorf, Coser, entre otros), posibilita aproximaciones teóricas que en su «universalidad» permiten emitir juicios críticos acerca de los datos hallados en una situación interactiva o contexto determinado. En el caso específico de la sociología jurídico-penal, el abordaje macrosociológico da el perfil a la «nueva criminología» o «criminología crítica», dando el salto cualitativo de la aproximación pragmática a la utilización de perspectivas macro, que integran teoría y práctica, para la interpretación crítica de los llamados fenómenos de desviación.

A partir de la integración de la micro y la macrosociología en la sociología jurídico-penal, denominada como «criminología crítica», queda abierto el campo de estudio de las relaciones funcionales de los fenómenos estudiados en determinados contextos con la estructura socioeconómica global de la cual hacen parte.

Ahora bien, desde el enfoque integrativo propuesto, a continuación se dará paso a un primer acercamiento a las dinámicas colectivas juveniles estigmatizadas o etiquetadas como conductas desviadas y a la consecuente reacción social devenida de ésta –proscripción social–. Para ello se trabajará desde las posiciones de los sociólogos Merton y Dahrendorf.

La visión macrosociológica propuesta desde Durkheim y Merton permite acercamientos teóricos entre aspectos psicosociales cotidianos y las estructuras y funciones del sistema social al cual pertenecen; así, la consideración funcional de la anomia permite la incursión investigativa en aspectos como la regulación social, la anticipación moral –posconvencionalidad– y la superación del dualismo individuo/sociedad. Para este enfoque, el delito forma parte, en cuanto elemento funcional, de la fisiología y no de la patología de la vida social, y por ello, mediante los fenómenos de reacción o disidencia social, hace comprensiva la estabilidad y el mantenimiento de cierto sentimiento colectivo. Esta discusión es profundizada por Lewis Coser (1970) bajo las categorías de «cambio de sistema y cambio dentro del sistema».

Es importante destacar en Durkheim las relaciones establecidas entre las conciencias/representaciones colectivas y las objetivaciones o concreciones de la dinámica social: organizaciones, estructuras de acogida, agrupaciones sociales, acciones sociales, entre otras, desde las cuales se tornan verdad existente los sentimientos colectivos.

La anomia, en cuanto no-acogimiento de ciertas representaciones colectivas y búsqueda de resignificaciones, da paso a la autoalteración de los mundos de vida en lo micro y a la redefinición de los órdenes de vida en lo macro, es decir, posibilita la transformación y la renovación social. Los jóvenes y sus dinámicas bien podrían estar actuando como «agentes reguladores de la vida social», al descentrar representaciones colectivas y deconstruír ciertas sugestiones propias del orden social existente: la creencia en la sociedad del trabajo y su promesa del pleno empleo, la fe en el desarrollo científico, el respeto por el poder político, el acogimiento de las estrategias de socialización y reproducción cultural existentes, aunque sin abandonar y resignificar estructuras de significación devenidas del consumo.

Estas consideraciones conducen al planteamiento de la desviación como eje dinamizador de lo social –parte de la dinámica social– y, por lo tanto, posible reguladora y anticipadora de nuevos órdenes y realidades sociales. La desviación podría conducir cierta reconstrucción y deconstrucción continuas de las representaciones colectivas y sus concreciones históricas, erosionando la eficacia simbólica de los saberes modernos en cuanto animadores del actuar social.

La trilogía representación/sugestión/actuación, en cuanto profecía de autorrealización, encuentra fisuras en el momento de la reproducción cultural, tal como lo expone Merton, al existir la incongruencia entre los fines culturalmente reconocidos como válidos –representaciones culturales– y los medios socialmente construidos y significados como legítimos para su consecución. La desviación hace su aparición en cuanto intentos reformistas de actualización de fines/medios y cambios de fines culturales.

Las representaciones colectivas de la modernidad sugestionan ubicando unidimensionalmente ciertos fines como únicos y válidos, y se sigue de esto la construcción sistémica de medios institucionales coherentes con éstos, que propicien la satisfacción de dichas sugestiones o encantamientos. Para Merton, el sistema social no alcanza a abarcar la totalidad de las demandas suscitadas por los actores encantados por los fines culturales reproducidos y socializados, dando con ello cabida, por una parte, a las dinámicas sociales subculturales –reformistas– que proponen nuevos medios para la satisfacción de los fines existentes, desde un cambio dentro del sistema, en cuanto a lo social; y de otra parte, a las dinámicas sociales contraculturales –de cambio– que no se limitan a pelear por la satisfacción de las necesidades devenidas de los fines culturales existentes, sino que proponen nuevos fines y, con ello, cambios de sistema en lo social y cultural (Merton, 1965). Así, para este autor la anomia es entendida

Como aquella crisis de la estructura cultural que se verifica especialmente cuando existe una fuerte discrepancia entre normas y fines culturales, por una parte, y las posibilidades estructuradas socialmente de actuar en conformidad a aquéllos, por la otra (Merton, 1965: 140).

De esta conceptualización mertoniana, se pueden comprender ciertas dinámicas colectivas juveniles como búsquedas de medios alternativos para la concreción de los idearios propios de los jóvenes, idearios resignificados a partir de lo socialmente disponible. Las dinámicas colectivas juveniles podrían implicar formas alternativas de búsqueda de satisfacción de fines culturales establecidos, mediante medios sociales alternativos, o la configuración de nuevos fines culturales.

Saberes-poderes como la sociología jurídico-penal, que han significado las dinámicas colectivas juveniles desde la proscripción social, funcionan con etiquetamientos hacia los jóvenes como:

•Delincuentes: subculturas marginales que en aras de la consecución de los fines culturales de la sociedad del consumo, atentan contra el orden social entendido como una concreción de ciertos medios para la satisfacción de las necesidades. Esta tensión se ve intensificada dada la actuación de corte irreverente de los jóvenes, siendo –hipotéticamente– los jóvenes de sectores marginales los más propensos a las dinámicas de oposición, confrontación y delincuencia, y quienes por ende entran a ser significados como «delincuentes latentes».

•Contestatarios: personas rebeldes o disidentes a las representaciones colectivas y a los fines culturales que éstas comportan, y que buscan nuevos escenarios o resignificaciones del mundo convencional ofrecido, a partir de lo contracultural.

•Consumidores: «neohedonistas» devenidos del mercado y del consumo, críticos del productivismo, pero idólatras del mediatismo, considerados como «sujetos aligerados».

Es válido anotar las falencias interpretativas del modelo mertoniano para la comprensión de la desviación social; entre ellas, su no acercamiento a los fenómenos delictivos de «cuello blanco». Lo importante para esta propuesta es su valoración de las promesas incumplidas socialmente, como un detonante de conflictos y cambios sociales.

De otro lado, autores como Sutherland, Tappan, Reckless y Smith, van a proponer la idea de la ««transmisión cultural conflictiva», como la socialización de «valores antisociales» propios de los grupos a los que pertenecen algunos jóvenes, los cuales se encuentran ubicados en «áreas delictivas» de la ciudad. Desde esta perspectiva y siguiendo a Bertolini:

Se podría así afirmar que el concepto de subcultura delictiva nace de una integración de los esfuerzos efectuados para evidenciar las fuentes de presión que pueden llevar a una desviación, con los efectuados para analizar ciertas estructuras sociales, a las que se carga en cuenta la reglamentación de la selección y de la evolución de las varias soluciones desviadas y delincuenciales (Bertolini, 1974: 1382).

En complemento con lo anterior, los desarrollos teóricos de la sociología urbana y los modelos explicativos devenidos de la escuela de Chicago –como la ecología humana y la sociometría (Park y Burgess)–, han permitido la emergencia de herramientas demográficas y de morfología social, como los censos y los diagnósticos socioeconómicos, desde los cuales se pueden ubicar ciertas «zonas de riesgo social», construyéndose así categorías como: «cordones de miseria», zonas marginales, sectores subnormales, periferias, comunas, etc. A partir de estos estudios, se viene considerando la existencia de una lógica relacional y correlacional entre las variables «situación socioeconómica» y «conflicto social».

La amalgama explicativa configurada gira en torno a la fusión entre investigaciones sociológicas de corte estadístico –que evidencian particulares campos del fenómeno– y cierta interpretación sociocultural funcionalista. Dicha fusión aporta al estudio de las dinámicas colectivas juveniles entre la proscripción social y la anticipación moral, en la medida en que da cierta visión ambiental o contextual de los fenómenos juveniles y su conflictividad. Es de aclarar que, desde esta perspectiva, dicha conflictividad queda reducida al ámbito de la violencia y la marginalidad, situación que imposibilita una comprensión más global de este hecho social y que, por ende, requiere de abordajes más heurísticos.

La propuesta macro de la sociología del conflicto, según Ralf Dahrendorf, podría proporcionar modelos para la comprensión de la relación existente entre las dinámicas colectivas juveniles y los etiquetamientos sociales –fruto de la concepción del interaccionismo simbólico–, y las anticipaciones morales e incongruencias de fines y medios socioculturales –esto, propio del estructural funcionalismo–.

Para Dahrendorf, los procesos de plasmación de lo social y cultural distan mucho de las idealidades utópicas de ellos; reconoce con esto la existencia del conflicto en lo real/cotidiano, en cuanto disputa de realización, es decir, intento continuo por modificar lo existente desde la búsqueda de las promesas incumplidas o su rotundo desprecio. En esta teoría, el orden social se edifica en las arenas movedizas de las diferentes tensiones sociales que nunca desaparecen, y por ello permite «entender el cambio y el conflicto no ya como desviación de un sistema ‘normal’ y equilibrado, sino como características normales y universales de toda sociedad» (Baratta, 1998: 126).

En este autor se encuentra la reivindicación del conflicto como connaturalidad de la condición humana, dando como aporte la trilogía cambio/conflicto/dominio, para la comprensión de la desviación social. Según este enfoque sociológico del estudio del conflicto, la integración social basada en consensos universales es una reificación que opera como sofisma y, por lo tanto, se torna incomprensible la dinámica social existente, y en este aspecto ayuda a la complementación o complejización de la propuesta estructural funcionalista, al relativizar el deber ser venido del consensualismo.

Desde esta perspectiva, las relaciones de dominio son los detonantes de la conflictividad social que suscitan el cambio y, por lo tanto, la desviación puede ser entendida como un rechazo y enfrentamiento a los representantes y a las formas del poder existente. Lo juvenil, en cuanto permanente mutación en función de la inestabilidad de las estructuras en las que se produce, lleva en su basamento la conflictividad o continua ruptura con lo ofrecido socialmente o impuesto desde el «poder adulto».

La sensibilidad polimorfa y polisémica juvenil es reclamada desde las modas y tendencias que agencian cambios permanentes a la organización social, vaciando continuamente de sentido algunas de las representaciones modernas de integración social. El poder emanado de las construcciones identitarias modernas como el estado nación, los partidos políticos y los lugares de residencia, es rechazado por las identificaciones transnacionales y topoligamas juveniles.

Identidades con temporalidades menos `largas´, más precarias, dotadas de una plasticidad que les permite amalgamar ingredientes que provienen de mundos culturales bien diversos. Atravesadas, por tanto, por discontinuidades, por no-contemporaneidades, en las que conviven gestos atávicos, residuos modernistas, innovaciones y rupturas radicales (González y Caicedo, 1995: 21).

La conflictividad inherente a toda formación social permite, como lo expone Dahrendorf, la actualización social, la búsqueda continua de nuevas relaciones fines/medios y, con ello, emergencias de manifestaciones identitarias discontinuas. Lo juvenil es entendido como espacio vital en el que se evidencian estos fenómenos sociales, donde la inestabilidad de sus estructuras permite anticipaciones morales o nuevos reflejos de poder social; por ejemplo, las formas gregarias juveniles o tribus urbanas, comparten el desprecio a lo ofrecido socialmente, pero reproducen formas de poder como el autoritarismo, la xenofobia, la iconografía –banderas, imágenes, tipos de música– y la diferenciación.

Dado lo anterior, valdría la pena preguntarse por la emergencia de cierto proyecto de juvenilización agenciado desde las dimensiones de lo corporal, lo político, lo estético, lo ambiental, lo religioso, lo recreativo y lo jurídico, entre otras. Dicho proyecto se mimetiza en lo social como algo propio de lo «juvenil», aunque no siempre parta de allí, por ejemplo en el caso del «uniforme» que adquiere el joven para sentirse «diferente» frente a otros grupos «uniformados», o cuando dicho proyecto es agenciado por discursos del «poder adulto».

Para terminar, es necesario plantear la importancia –para el estudio de los fenómenos de desviación social y anticipación moral, principalmente de las dinámicas colectivas juveniles– de los aportes microsociológicos del interaccionismo simbólico, para la comprensión, por una parte, de los procesos de etiquetamiento en cuanto integración/diferenciación de lo subcultural y lo contracultural –como discordia o conflictividad entre grupos que ya no se encuentran integrados ni protegidos dentro del conjunto del cuerpo social– y, por otra parte, de la trilogía conflicto/cambio/dominio, en cuanto relativización de los contenidos culturales «consensuales» y acercamiento a la comprensión del orden nacido del caos –anticipación moral-estructura disipativa–16.

En la apuesta por una perspectiva de comprensión de lo juvenil que trascienda las miradas caducas de discursos que criminalizan al joven y sus dinámicas colectivas, se hace necesario partir de una tematización de la juventud que permita una comprensión más inclusiva de ésta:

El concepto juventud deberá, entonces, ser entendido en un sentido amplio y dinámico, pero no por ello ambiguo: joven es todo aquel que la sociedad en la cual vive considera como tal, pero también todo el que vive como tal, en tanto que posee un imaginario juvenil, es decir, un conjunto de creencias –mas o menos cambiantes– que le permiten asignarle sentido al mundo, partiendo de los «datos» básicos de la cultura occidental contemporánea: la existencia de un entorno urbano como marco de referencia –o, al menos, como marco de proyección–, una cierta fidelidad a los medios de comunicación de masas, una determinada regularidad de las prácticas sociales, de los usos del lenguaje y de los rituales no-verbales fundamentales. La juventud es, al mismo tiempo, un programa y un resultado que nace y se dirige a la cultura (Gabriel, 1997: 101).

Desde esta perspectiva simbólica, en cuanto significación de lo juvenil como representación social e individual, hace sus aportes temáticos una de las corrientes sociológicas contemporáneas: el interaccionismo simbólico. Este enfoque teóricometodológico propone una sociología de la cotidianidad juvenil y de las manifestaciones identitarias –self / otro generalizado– creadas y creadoras de ésta, y para ello sugiere las siguientes líneas de indagación:

1. La interpretación de las construcciones simbólicas o «símbolos. significantes» que permiten resignificar intersubjetivamente el mundo convencional ofrecido a los jóvenes, y las deconstrucciones y reconstrucciones emergentes de las dinámicas colectivas juveniles.

2. La configuración de nuevas formas de sociabilidad –por ejemplo, las tribus urbanas: metaleros, punkeros, raperos– acordes con la dromología o ámbito y rapidez de los cambios de la era tecnológica y mediática de la cual hacen parte los jóvenes.

3. Comprender los procesos de identificación e integración juveniles, y su religación simbólica desde los imaginarios socioculturales –institución-culto– que su condición humana suscita.

Estas rutas de indagación se podrían acercar entonces a las diferentes dinámicas colectivas juveniles, preguntándose por las cotidianidades construidas socialmente, por el entramado de significaciones que les dan sentido y por las religaciones societales emergentes.

La pregunta –desde este enfoque– por las «dinámicas colectivas juveniles» ayuda a la construcción de instrumentos y herramientas heurísticos que acerquen a la comprensión de los «mundos de vida juveniles» y a los «consumos culturales» que les mediatizan: la música, los vestidos, la alimentación, las redes sociales, los espacios de interacción, la semiótica corporal, las simbolizaciones construidas –por ejemplo, el parlache17–, los desencantamientos y encantamientos producidos, los etiquetamientos que hacen y les hacen, entre otros.

Dichos mundos de la vida juveniles han sido tematizados por la postura culturalista de la sociología de la juventud como «culturas juveniles»18, significadas de la siguiente manera:

En un sentido amplio, las culturas juveniles se refieren a la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectivamente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucional. En un sentido más restringido, define la aparición de «microsociedades juveniles», con grados significativos de autonomía respecto de las «instituciones adultas», que se dotan de espacios y tiempos específicos, y que se configuran históricamente en los países occidentales tras la segunda guerra mundial, coincidiendo con grandes procesos de cambio social en el terreno económico, educativo, laboral e ideológico (Feixa, 1999: 84).

En el acercamiento a las diferentes culturas juveniles, se presenta una categoría venida de la antropología urbana, que intenta dar cuenta de sus dinámicas colectivas: la tribu urbana, categoría propuesta por Maffesoli (1993). Con respecto a esas tribus urbanas puede afirmarse lo siguiente:

1. Presentan un conjunto de reglas específicas que diferencian al joven del resto de la sociedad, confirmando su imagen parcial o global con diferentes niveles de implicación personal.

2. Funcionan como una pequeña mitología en la que sus miembros pueden construir con relativa claridad una imagen, un esquema de actitudes y/o comportamientos gracias a los cuales poder salir del anonimato con un sentido de la identidad reafirmado y reforzado.

3. En ellas tienen lugar juegos de representaciones que le están vedados a un individuo normal. Cuantitativamente, pertenecer a una tribu es una opción minoritaria en la realidad urbana, pero se hace llamativo porque es literalmente excesivo, ya que requiere, programáticamente, excederse y superar las limitaciones, es decir, las reglas de la sociedad dominante y uniformadora.

4. Mediante la tribalización se reafirma la contradictoria vivencia de una identidad que quiere escapar de la uniformidad y no duda en vestir un uniforme. Se trata, por lo visto, de «impertinentes» símbolos de pertenencia, un juego entre máscaras y esencias.

5. Cuando se intenta aclarar en qué canales y con qué modalidades se expresan esas actitudes vitalistas, resulta evidente que música y espectáculo deportivo constituyen los canales y las fuentes de inspiración más frecuentes, seguramente por su potencial de agregación masiva y de intensidad emocional.

En conclusión, este segundo ítem resalta la esencia problémica y compleja del concepto de «juventud», hecho que evidencia su necesario abordaje desde una perspectiva transdisciplinaria que permita delimitar las especificidades de lo juvenil y con ello una mejor comprensión de sus «mundos de vida», que no conlleven necesariamente la adopción de miradas panópticas como únicas formas de abordarle.

4. Formas políticas de la ciudadanía juvenil

Pensar en la ciudadanía juvenil es reconocer formas y procesos de anticipación moral en las dinámicas colectivas juveniles, las cuales agencian cambios permanentes al orden social existente desde formas mixtas o sincréticas de políticas de la vida y movilizaciones culturales. Se entiende por política de la vida:

A cuestiones políticas que derivan de procesos de realización del yo en circunstancias postradicionales, donde las influencias universalizadas se introducen profundamente en el proyecto reflejo del yo y a su vez, estos procesos de realización del yo influyen en estrategias globales (Giddens, 1995: 271).

Así, el objetivo central de la política de la vida es el planteamiento de opciones a la Modernidad; no se resigna a pelear por los «mínimos» en el estuche férreo de ésta; por el contrario, se desenvuelve en la dimensión de avizorar nuevas estrategias y posibilidades,. En palabras de Giddens, «los intereses de la política de la vida presagian cambios futuros de gran alcance: esencialmente el desarrollo de formas de orden social ‘al otro lado’ de la misma Modernidad» (1995: 271).

La política vital se configura en una política de decisiones de vida que, a grandes rasgos, intentan contestar preguntas como: ¿quién queremos ser? y ¿cómo queremos vivir?, y con ello se acerca a una mirada constructiva del conflicto social, entendido como motor de la vida colectiva. Serán estas preguntas asuntos de base del ideario político juvenil, sin que esto quiera decir que sus formas de significar y actuar en relación con la política se circunscriban a las esferas institucionales clásicas de la modernidad para la participación política: partidos y movimientos políticos.

A continuación se intentará dar algunos lineamientos que permiten identificar los cimientos del ideario de dicha política:

Hijos de la libertad: partir del hecho de que el futuro se ha vuelto pluridimensional es aceptar que los modelos explicativos y hegemónicos adultos ya no se sostienen, se erosionan; una de las evidencias concretas de esta situación es la proliferación de enigmas más que de soluciones. Así, la búsqueda de una nueva estrategia de supervivencia o adaptación, dado el descrédito de las certezas del mundo de la vida industrial, y con ello la mirada desencantada sobre la propuesta de supervivencia basada en la sociedad del trabajo, dan paso a la emergencia de la sociedad del riesgo que pone en común los miedos existenciales y ambientales, los cuales dejan en la opinión pública, y especialmente en los jóvenes, una sensación de vulnerabilidad que encuentra como respuesta la actitud reflexiva de buscar nuevos estilos de vida, bajo la consigna del auto-cuidado.

Se puede afirmar que la esencia política de los jóvenes se encuentra en la pregunta por ¿cómo queremos vivir?, la cual reivindica el derecho a la vida y a la supervivencia y con ello devela «las amenazas contra la vida normatizadas y percibidas como tales, que hacen que se confundan los estereotipos de protector y destructor en grado sumo. Por lo cual, el plazo de vencimiento de la legitimidad política se acelera considerablemente» (Beck, 1996: 252). Es preciso, tras la respuesta a este interrogante, que las dinámicas colectivas juveniles, en aras de anticipar moralmente nuevas formas de vida, se configuren a sí mismas como estilos de vida, alternativas al industrialismo. Así, la temática de los estilos de vida alternos al mundo industrial va integrada al cambio estructural de las señales simbólicas o representaciones colectivas de la sociedad global actual, pues los cambios en las significaciones y las acciones en la cotidianidad implican un trastocamiento de la sociedad en su conjunto y, por lo tanto, «suponen la liberación de los individuos del enjaulamiento de las instituciones, significa el renacimiento de conceptos tales como: acción, subjetividad, conflicto, saber , crítica y creatividad» (Beck, 1996: 229).

Las dinámicas colectivas juveniles tematizadas anteriormente como culturas juveniles o tribus urbanas, permiten comprender que la ciudadanía juvenil emerge como formas alternativas de significar lo social, por lo cual, lejos de ser un derecho dado por el orden social adultocéntrico, la ciudadanía juvenil encarna formas creativas de repensar la política.

Biografización: esta dimensión de la política vital juvenil significa la condición activa, de lucha por la configuración desde sus mundos de la vida de su propia vida; se trata del descubrimiento de sí mismo. Dado lo anterior, la reintroducción de la ética y la moral, como asuntos de vital importancia en el contexto de una sociedad portadora de riesgos, implica la consideración de los individuos como autorreferenciados y, por lo tanto, responsables de sus propias decisiones. De esta manera, hace su aparición la segunda coordenada de lo político en la modernización reflexiva, la dicotomía interior-exterior (Beck, 1996: 252), con la cual la autorreferencia (interno) se conjuga con la solidaridad global (externo), dando paso «al final de todas nuestras posibilidades seleccionadas de distanciamiento» (Beck, 1996: 252). Estas consideraciones son precisamente las que ayudan a la configuración de la micropolítica, y ubican al conflicto como parte importante de la vinculación social de los jóvenes, dado que sus lazos sociales son en cada instante asuntos de invención, de problemas cotidianos de acción, de presentación y puesta en escena de sí mismos.

En la contextura sociocultural de la modernidad tardía, la fusión del egocentrismo de un sujeto moral que se hace consciente y responsable de sus actos, y un altruismo vital en torno a las cuestiones existenciales, hacen que los sujetos de la modernización reflexiva, en este caso de los jóvenes, estén en actitud performante, es decir, en búsqueda de síntesis colaterales de cambio y, por ende, de gestión de los conflictos.

Una vez expuestas las ideas anteriores sobre los temas de la crisis de la modernidad y su llamado a la reflexividad, se hace necesario en el contexto de la política vital de los jóvenes intentar dilucidar algunas de las implicaciones de estos temas en la configuración de lo que se ha denominado en Occidente como confianza (trust, confidence) y que parece ser uno de los aspectos centrales que hoy por hoy resignifican los jóvenes en tanto hijos de la libertad. Para iniciar con este tema, se partirá de la discusión sobre la relación existente entre confianza y fiabilidad.

Fiabilidad: Para autores como Anthony Giddens (2000) y Niklas Luhmann (1997), el tema de la confianza guarda un importante sentido en el marco de la pregunta por la modernidad, en tanto es esta condición psicosocial la que permite reivindicar la existencia de un proyecto moderno. Para Giddens, en su texto Consecuencias de la modernidad, el tema de la confianza se enmarca en la pregunta por la «fe» o «creencia» que se tiene sobre las cualidades o atributos de una persona o cosa, o en la verdad de una afirmación, lo cual permite identificar dinámicas psicosociales mediante las cuales se crean fuertes lazos entre la experiencia cotidiana de los sujetos y determinadas formas de pensarlas, nombrarlas e intervenirlas, principalmente las generadas por los saberes modernos. Así, la confianza implica la sugestión de seguridad frente a las contingencias y avatares de la vida, seguridades emanadas de cierto secuestro de la experiencia, es decir, de la entrega del cobijo simbólico sobre lo que acontece a ciertas prácticas discursivas que parecen poseer formulas mágicas sobre el mundo y sus casualidades.

En Giddens, la confianza opera como un «cocoon protector», una suerte de urna de cristal capaz de encantar a los sujetos sobre la seguridad de sus vidas, lo cual, como ya se expuso, parece tener cierta viabilidad en los contextos iniciales de emergencia del proyecto moderno, pero que en la actualidad han perdido eficacia simbólica. Para dar cuenta de esta pérdida de confianza, pero sin caer en posturas existencialistas radícales, Giddens introduce de la mano de Luhmann el concepto de fiabilidad, el cual es una nueva manifestación de la confianza, pero resalta la condición reflexiva de la adopción de la seguridad. Mientras la confianza a secas enuncia la fe «ciega» en algo y sus criterios de validez parecen devenir de cuestiones que se encuentran por fuera de los sujetos, la fiabilidad enuncia la seguridad sobre algo, pero debido a la toma de postura de un sujeto que decide luego de tener acceso a un abanico de opciones; es optar por una determinada forma de garantía, lo cual conlleva que, frente al desencantamiento, ya no es la entidad supra-individual y hasta metafísica la depositaria de la culpabilidad, sino es el sujeto quien evalúa, en el contexto de la fiabilidad, su propia toma de postura, su elección. Así, la confianza deviene en fiabilidad cuando existe una evaluación de la actuación.

Es de anotar, que en la tematización del concepto de confianza y su relación con el de fiabilidad, incursionan como complementos argumentativos las preguntas por el peligro y el riesgo. Para Luhmann, el peligro, entendido como una influencia del entorno, como algo exógeno, pone en cuestión la confianza depositada en ciertos dispositivos socioculturales, con lo cual la deslegitimación se produce frente a estas esferas simbólicas garantes de la seguridad; en cambio, el riesgo que implica la integración del peligro (externo) con la vulnerabilidad (interno), pone en cuestión la fiabilidad, en la cual quien decide es el responsable del cálculo o evaluación de los efectos colaterales de su accionar; por ende, la deslegitimación recae en la postura asumida, no en el encantamiento simbólico.

Dado lo anterior, en el contexto de la política vital y la ciudadanía juvenil, la confianza deviene en fiabilidad cuando los sujetos jóvenes que interactúan son conscientes y, por ende, tienen tematizados los mundos de la vida de los cuales parten para la realización de acuerdos; ya la legitimación no se agencia sobre esferas institucionales preestablecidas, tipo herencias culturales, sino sobre los acuerdos establecidos.

Ahora veamos, desde la perspectiva de Giddens, cómo se podrían enunciar algunas condiciones de la fiabilidad en el campo de la política vital y la ciudadanía juvenil:

• La fiabilidad está articulada a la ausencia en el tiempo y el espacio, es decir, en su trasfondo lleva realidades «virtuales» que no siempre se pueden objetivar o concretar; por ejemplo, en relación con las normas acordadas en una determinada formación social, los referentes desde los cuales se parte –como la democracia, la tolerancia, el progreso, etc.– no necesariamente se encuentran encarnados, no pueden circular como información que todos deben conocer. Para el caso de la política vital de los jóvenes, la fiabilidad no implica necesariamente la configuración de escenarios o roles que den garantía de los procesos; conlleva la dinamización de la información que permite darle validez subjetiva e intersubjetiva a los proceso vitales contingentes de los jóvenes.

• La fiabilidad se encuentra íntimamente relacionada con la contingencia, con lo inesperado, por lo cual en la toma de postura el sujeto joven esta siempre en riesgo, lo que, lejos de inmovilizarlo, le hace reflexionar más sobre las condiciones vitales en las cuales se desenvuelve, recuperándose de esta forma su experiencia.

• La fiabilidad evoca manifestaciones temporales de fe, en tanto permiten la generación de vínculos sociales que habrán de ser problematizados constantemente a la luz de las circunstancias contingentes vividas, con lo cual, la apuesta por la fiabilidad no reivindica esencias o comunitarismos dogmáticos en las culturas juveniles.

La fiabilidad implica ser consecuentes; hace alusión a la integración entre teoría y práctica, es decir, a la praxis como manifestación de síntesis temporales que permiten evidenciar ciertos niveles de coherencia, la cual en los jóvenes viene siempre embestida de nomadismo y mutación.

Conclusiones

Las representaciones colectivas de la modernidad sugestionan a los individuos ubicando unidimensionalmente ciertos fines como únicos y válidos, seguido de la construcción sistémica de medios institucionales coherentes con éstos. En seguida la escuela será la institución moderna encargada de adelantar procesos formativos tendientes a la homogenización de los ciudadanos en términos de sus capacidades para la participación política y económica en la sociedad moderna; sociedad industrial que a la vez se articula a la producción científica de los pensadores modernos de lo social. Este es el modelo clásico de modernidad de Touraine.

El proceso de desmodernización es demarcado con la expresión «ya no creemos en el progreso», de Touraine, y se explica por la incapacidad del modernismo de mantener y satisfacer la necesidades creadas por él mismo, por el desencantamiento del ideal de progreso, por el descentramiento de conciencias colectivas (Durkheim), por la aparición de la antropologización de la modernidad o modernización reflexiva (Beck), por cuestionamientos directos a la función de la escuela, por la dificultad social para trasmitir la cultura y porque las estructuras sociales entran en crisis dado su desacoplamiento con las realidades históricas existentes, reflejadas en crisis existencial, ambiental y agudización de la pobreza, afectando las formas instituciones y de práctica, además de cuestionar los saberes modernos y sus prácticas discursivas. Esto lo explica Ulrich Beck como categorías zombi: conceptos que creen tener algo que decir, pero que cada vez pierden con mayor fuerza su eficacia simbólica.

La no satisfacción de estas necesidades resulta en las dinámicas sociales subculturales que proponen nuevos medios para la satisfacción de los fines existentes, como lo significan las dinámicas colectivas juveniles, ocurriendo entonces una proscripción hacia los jóvenes como delincuentes, contestatarios o consumidores. Emerge un proyecto que se mimetiza en lo social como algo propio de lo «juvenil», aunque no siempre parta de allí: el interaccionismo simbólico. Este enfoque teórico-metodológico propone una sociología de la cotidianidad juvenil y de las manifestaciones identitarias creadas y creadoras de ésta. En el acercamiento a las diferentes culturas juveniles, se presenta una categoría venida de la antropología urbana que intenta dar cuenta de sus dinámicas colectivas: la tribu urbana, categoría propuesta por Maffesoli (1993). Al pensar en la ciudadanía, se reconocen formas y procesos de anticipación moral en las dinámicas colectivas juveniles; la legitimación no se agencia sobre esferas institucionales preestablecidas, tipo herencias culturales, sino sobre los acuerdos establecidos.

La visión macrosociológica propuesta desde Durkheim y Merton permite entender a los jóvenes y sus dinámicas como «agentes reguladores de la vida social»; al descentrar representaciones colectivas y deconstruír ciertas sugestiones propias del orden social existente, la desviación se considera como eje dinamizador de lo social. La microsociología y la crítica-teorización macrosociológica complejizan el abordaje de lo social al hacer perceptible la multidimensionalidad de la condición humana.

La sociología urbana y otros modelos explicativos han permitido la emergencia de herramientas demográficas y de morfología social, desde las cuales se pueden ubicar ciertas «zonas de riesgo social» construyendo categorías como «cordones de miseria», zonas marginales, periferias, comunas, etc. En la teoría de Dahrendorf, el orden social se edifica en las arenas movedizas de las diferentes tensiones sociales que nunca desaparecen. El poder emanado de las construcciones identitarias modernas como el estado nación, los partidos políticos y los lugares de residencia, es rechazado por las identificaciones transnacionales y topoligamas juveniles.

 


1 Este artículo es producto de la investigación «La escuela como escenario de socialización política: actitudes, sentidos y prácticas de participación ciudadana en jóvenes de estratos 1 y 2 de cuatro regiones del país, participantes en el programa nacional ‘Jóvenes constructores de paz’». Financiado por Colciencias, Código1235-11-17686 El equipo interdisciplinario está compuesto así: como investigadores principales, Germán Muñoz, Patricia Botero, Sara Victoria Alvarado, Héctor Fabio Ospina; y como coinvestigadores, Julián Loaiza, Martha Gutiérrez, Marta Cardona, Juliana Torres, Diego Muñoz y Jorge Martínez. Esta investigación fue presentada entre la Universidad de Manizales, el Centro de Estudios Avanzados en Niñez y Juventud, y la Universidad Central.

2 Candidato a Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud.

3 Candidato a Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud.

4 En lo sucesivo se entenderá por dinámicas colectivas juveniles, las formas de agregación y configuración de vínculos psicosociales que permiten religar los mundos de la vida juvenil, los cuales podrían ser enunciados como culturas juveniles, tribus urbanas o movimientos juveniles.

5 El concepto de anticipación moral hace alusión a la posibilidad histórica de evidenciar cambios de época o cambios sociales a través de las dinámicas colectivas de ciertos sujetos históricos; en este caso, la idea central es comprender las dinámicas colectivas juveniles como enunciaciones de nuevos tiempos.

6 Para Robert Nisbet, «la idea de progreso sostiene que la humanidad ha avanzado en el pasado –a partir de una situación inicial de primitivismo, barbarie o incluso nulidad– y que sigue y seguirá avanzando en el futuro» (Nisbet, 1998: 19). La idea de progreso en Occidente pretende enunciar la síntesis del pasado y la profecía del futuro, la cual fusiona ideales como la libertad y el poder, bien sea desde referentes religiosos o seculares (Nisbet, 1998: 243-254).

7 Para Augusto Comte la reorganización y regeneración de la civilización occidental, dadas las convulsiones de los siglos XVIII y XIX, han de partir de tres series de trabajos que implican la consecución del ideal de progreso: la hegemonía de los saberes positivos, el anclaje de la educación en dichos saberes y, por último, la coordinación positivista de toda acción social moderna (Comte, 1981: 71-184).

8 En Émile Durkheim la división del trabajo social conlleva el progreso social en cuanto permite la consolidación de la sociedad industrial (Durkheim, 1985: 207-229).

9 Para Herbert Spencer el progreso hace parte de la ley natural de la evolución, la cual tiene como condición básica el paso de estadios menos complejos a estadios más complejos, es decir, con una lata diferenciación y especialización (Spencer, 1984: 34-67).

10 Jürgen Habermas en su texto La reconstrucción del materialismo Histórico, expone que en las propuestas conceptuales de Karl Marx se encuentra una antropología del trabajo basada en la actividad manual y que ésta se va desarrollando progresivamente según los modos de producción en los cuales se desarrolla, pasando de niveles menos complejos, comunismo primitivo, a niveles más complejos, comunismo científico (Habermas, 1992: 117-242).

11 En lo que sigue se entenderán las representaciones colectivas como: «estructuras psicosociales intersubjetivas que representan el acervo de conocimiento socialmente disponible, y que se desligan
como formaciones discursivas más o menos autonomizadas (ciencia-tecnología, moral-derecho, arte-literatura) en el proceso de autoalteración de significaciones sociales» (Beriain, 1990: 16).

12 La pedagogía ha tenido como uno de sus conceptos centrales la formación, la cual demarca, en tanto adopción de la idea de progreso, la condición perfectible del ser humano –homus educandus– (Vierhaus, 2002).

13 Para Beck, la reflexividad hace alusión a las condiciones de elección rápida y contingente, lo cual hace de los sujetos, sujetos configurados por biografías de bricolaje en tiempos débiles e inciertos; de allí que la reflexividad se aleje del concepto reflexión de los clásicos de la modernidad, el cual tenía como condición de base la idea metafísica de la existencia ideal de sujetos racionales (Beck, 2003: 13).

14 Para Anthony Giddens ciertas instituciones modernas de Occidente como la familia, el estado, la escuela y los partidos políticos, han dejado de ser funcionales en el contexto mundial del mundo desbocado y globalizado, cuyos efectos se sienten cada vez con mayor fuerza en nuestras vidas cotidianas. La hipótesis central de este autor es que dichas instituciones funcionan como conchas que brindan cobijo pero que pueden ser abandonadas o habitadas de otras formas, asunto que será desarrollado con mayor profundidad en el momento de tematizar la ciudadanía juvenil (Giddens, 2000).

15 Para Immanuel Wallerstein, abrir las ciencias sociales significa trascender los reduccionismos disciplinares de los saberes modernos, lo cual implica la reestructuración de éstos en aras de poder históricamente comprender la dinámica de los nuevos tiempos (Wallerstein, 2001).

16 En el artículo titulado «Las culturas juveniles: un campo de análisis cultural», escrito por el profesor Orlando Pulido Chaves, se plantea la interpretación de las culturas juveniles como estructuras culturales disipativas, postura cercana a la teoría de la física del caos propuesta por Ilya Prigogine.

17 El parlache es un registro teórico de formaciones discursivas propias de grupos juveniles en la ciudad de Medellín. Este nombre deviene del término «parce» con el cual se designa generalmente al «compinche» o al «amigo» en una gran parte de los jóvenes de Medellín.

18 El concepto de «cultura juvenil» fue introducido por el sociólogo Parsons en 1942; luego fue desarrollado por la escuela de Birmingham, con un fuerte acento de la «cultura juvenil» en cuanto emergencia de una nueva clase social asociada con formas posconvencionales de los mundos del trabajo y del ocio (Serrano, 2002: 13-14).

 


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