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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.64 Bogotá July/Dec. 2007

 

El Cementerio de Usaquén, un estudio de caso sobre las manifestaciones espaciales del orden jerarquizado de la sociedad1

The Usaquén Cemetery – A Case Study about the Spacial Manifestations of Society’s Hierarchical Order

O cemitério de Usaquén: um estudo sobre as manifestações espaciais da ordem hierarquizada da sociedade

Juan Camilo González Vargas

Université Paul-Valéry Montpellier III,2 Francia juancamilogz@gmail.com

Recibido: 28 de marzo de 2007 Aceptado: 10 de julio de 2007

 


Resumen

A partir de un análisis de la organización espacial del Cementerio de Usaquén en Bogotá, este texto propone que el espacio del cementerio funciona como un escenario en el que se refuerza y se reproduce el orden jerarquizado de la sociedad. Este orden, sin embargo, no es admitido e interiorizado totalmente por los usuarios del cementerio. A través de prácticas como el culto a las Almas Benditas, el orden social jerarquizado es anulado, en un ciclo que se repite todas las semanas cuando se lleva a cabo este ritual. Con la exploración de este estudio de caso se propone que las investigaciones referidas a las prácticas sociales relacionadas con la muerte resultan de gran utilidad para comprender a las sociedades que las producen.

Palabras clave del autor: cementerios, espacio, muerte.

Palabras clave descriptores: cementerios, barrio usaquén (Bogotá, Colombia), estudio de casos Ritos y ceremonias fúnebres, antropología cultural.

 


Abstract

Beginning with an analysis of the spatial organization of the Usaquén Cemetery in Bogotá, this text proposes that the space of the cemetery functions like a scenario in which the hierarchical order of society is represented and reinforced. This order, however, is not admitted and interiorized totally by cemetery users. Through practices like the Cult to the Holy Souls the hierarchical social order is denied, in a cycle that repeats itself every week when this ritual is carried out. With the exploration of this case study it is proposed that investigations concerning social practices related to death are very useful for understanding the societies that produce them.

Key words author: cemeteries, space, death.

Key Words plus: cemeteries, barrio usaquén (Bogotá, Colombia), case studies, funeral rites and ceremonias, anthropology, cultural.

 


Resumo

A partir da análise da organização espacial do Cemitério de Usaquén em Bogotá, este texto propõe que o espaço do cemitério funciona como um cenário em que se reforça e se reproduz a ordem hierarquizada da sociedade. Esta ordem, no entanto, não é admitida nem internalizada totalmente pelos usuários do cemitério. Através das práticas como o culto das almas benditas, a ordem social hierarquizada é anulada, em um ciclo que se repete todas as semanas quando se realiza este ritual. Com a exploração deste estudo de caso, propõe-se que as pesquisas referentes às práticas sociais relacionadas com a morte são de grande utilidade para compreender as sociedades que as produzem.

Palavras chave: cemitérios, espaço, morte.

 


Introducción

En el intento de comprender distintas sociedades, algunos científicos sociales han encontrado que el ámbito de las prácticas sociales relacionadas con la muerte tiene una riqueza excepcional a la hora de mostrarnos la manera en que viven los miembros de un grupo social dado (Metcalf y Huntington, 1991: 24). La gran cantidad de obras arquitectónicas y artísticas que se han construido y pensado para recordar a quienes han muerto nos recuerda la importancia que tiene el final de la vida en la mayoría de sociedades. Asimismo, es principalmente a través del estudio de los ritos fúnebres de las sociedades antiguas que los arqueólogos han descubierto cómo vivían los seres humanos en el pasado. Si estudiamos el mundo de los muertos, encontraremos que muchas veces éste refleja el mundo de los vivos y que gran parte de las divisiones y tensiones sociales, propias de cada grupo humano, pueden ser entendidas con claridad a partir de la forma en que las personas disponen de los difuntos.

Con todo, un estudio de la totalidad de las prácticas sociales relacionadas con la muerte puede resultar demasiado amplio. La muerte es parte de la condición humana, así que de una u otra manera todos los ámbitos de la vida terminan por relacionarse con ella. Sin embargo, si nuestro objetivo es aprender sobre una sociedad a partir de la forma en que ésta maneja a sus muertos, encontraremos que la dimensión espacial se encuentra involucrada de manera importante en las prácticas sociales relacionadas con la muerte. El cadáver, eso que ha muerto pero que no deja de ser una persona totalmente, tiene un lugar designado dentro del espacio físico habitado por cada sociedad y tiene, en sí mismo, una espacialidad particular. En nuestra sociedad, el Cementerio se ha convertido en uno de los espacios privilegiados para disponer de los cadáveres y esto hace que sea un objeto de estudio de gran importancia al llevar a cabo un análisis relacionado con el tema.

Para el caso de Bogotá en particular, se han realizado varios trabajos de investigación que se ocupan del tema de los cementerios. El Cementerio Central ha sido objeto de varias investigaciones, entre las que podemos destacar la llevada a cabo por Calvo (1998). Este autor analiza la manera en que se manifiesta el discurso oficial del Estado en el espacio de este cementerio y cómo, en razón de la transformación de las prácticas de enterramiento de los sectores más ricos de la ciudad, éste ha sido reapropiado por sectores populares a través de prácticas mágico-religiosas. Este es el caso del culto a las Almas Benditas, una práctica que se encuentra fuera del canon oficial de la Iglesia Católica. Con esto, el Cementerio Central es analizado por este autor como un espacio que se encuentra en constante negociación, en el que se manifiestan algunos de los conflictos asociados a la jerarquización de la sociedad.

De manera similar, los trabajos de Losonczy (2001) y Peláez (2001) se ocupan también del Cementerio Central, haciendo énfasis en las prácticas de santificación popular de los muertos. Para estas autoras, el discurso oficial del Estado y la Iglesia, expresado en la organización espacial de este cementerio, es reinterpretado al convertir el cementerio en un espacio en el que es posible comunicarse, a través de rezos y ofrendas, con los grandes personajes de la vida pública que han muerto. Cuando las personas van al Cementerio Central a visitar las tumbas de estos personajes, ellos responden a las súplicas de sus fieles haciendo «milagros» para solucionar los problemas de la vida cotidiana, como la falta de trabajo o los conflictos amorosos. De esta manera, el cementerio se convierte en un espacio liminar, una «categoría intermedia de espacio entre el mundo socializado, el margen no habitado y el más allá» (Losonczy, 2001: 9).

Por otra parte, en un ámbito más general, resulta de gran importancia destacar el trabajo realizado por Villa (1993) en varias poblaciones del altiplano cundiboyacense. A partir de un trabajo etnográfico realizado en los cementerios de las poblaciones de esta zona de estudio, esta autora plantea que los ritos fúnebres son una expresión de la cultura popular que se encuentra entrelazada con el resto de la vida social (Villa, 1993: 23). De esta manera, es posible observar cómo las transformaciones en las formas de entierro observadas en los cementerios de estas poblaciones, corresponden a transformaciones a lo largo del tiempo en la estructura social de sus habitantes.

En el contexto de estos trabajos, el propósito de este artículo es analizar de qué manera la identidad, las divisiones y las tensiones sociales existentes en el interior de los distintos grupos sociales se manifiestan en la forma en que manejan a sus muertos. Para esto, propongo que es necesario hacer énfasis en el análisis de la organización espacial de los cementerios, siendo éstos uno, mas no el único, de los lugares privilegiados para los muertos en nuestra sociedad. A partir del estudio de caso del Cementerio de Usaquén en Bogotá, se podrá ver cómo este espacio se encuentra estructurado en razón de un orden social jerarquizado. De esta forma, a través del análisis de los diferentes tipos de entierro encontrados en el cementerio, es posible observar variaciones en la manera en que se concibe la identidad de los individuos según el estatus social que mantenían en vida. Asimismo, un análisis de la distribución de los entierros en el interior del cementerio permite apreciar la manera en que se reproduce la separación entre los sectores más ricos y pobres de los grupos sociales que lo utilizan. Por último, un análisis de las temporalidades dentro de las que se desarrollan las prácticas sociales que se llevan a cabo en el cementerio nos muestra cómo este orden social jerarquizado es invertido a través de prácticas que permiten una «comunicación directa» con los muertos, como por ejemplo el culto a las Almas Benditas.

La información presentada en este artículo es producto del trabajo de campo realizado entre junio y noviembre de 2006 en el Cementerio de Usaquén3. Durante este período se aplicó una metodología de observación social directa, llevando a cabo entrevistas semi-estructuradas y conversaciones informales con visitantes, usuarios y trabajadores del cementerio. Asimismo, con el objetivo de analizar la organización espacial del lugar, se tomaron fotografías que permiten ilustrar las diferencias entre los tipos de entierro observados en el cementerio, así como también se elaboraron planos que permiten apreciar los criterios de distribución espacial de estos entierros.

El Cementerio de Usaquén

El Cementerio de Usaquén se encuentra ubicado al norte de Bogotá, sobre la carrera sexta, entre las calles 120 y 121. Después de haber funcionado como el cementerio del municipio de Usaquén, fue agregado a la red de servicios funerarios de Bogotá cuando el municipio fue anexado a la ciudad en 1955. El cementerio es clasificado en la actualidad como un «Cementerio de la Arquidiócesis de Bogotá», categoría que incluye a todo cementerio «de carácter local, ubicado dentro de la estructura urbana y perteneciente a los antiguos municipios anexados, hoy localidades del Distrito Capital y que pertenecen a la arquidiócesis»4. Esta clasificación implica que en la actualidad el cementerio puede continuar prestando servicios funerarios, pero restringe algunas prácticas como la realización de entierros en el suelo. Este tipo de restricciones corresponden a una tendencia general hacia el abandono de prácticas tradicionales de entierro, como el entierro bajo tierra, que están siendo progresivamente reemplazadas por los entierros en bóvedas o la cremación (Villa, 2002: 12).

Con base en esto, el Cementerio de Usaquén resulta de gran interés, pues al haber funcionado primero como el cementerio de un municipio y luego como parte de la red de servicios funerarios de la ciudad, es posible observar en él evidencias de las transformaciones en las prácticas de entierro llevadas a cabo por los habitantes de la zona. De esta forma, en la actualidad, es posible observar cuatro tipos de entierro distintos en el interior del cementerio, que se pueden clasificar de la siguiente manera:

1. Entierros en el suelo: Como su nombre lo indica, estos son entierros en los que el cadáver ha sido colocado por debajo del nivel del suelo y en los que generalmente, para los funerales católicos, el cuerpo se coloca en un ataúd hecho de madera. Es probable que este tipo de entierro se pueda observar aquí debido a que este cementerio anteriormente prestaba sus servicios a las poblaciones campesinas que habitaban el municipio de Usaquén. Sabemos que los agricultores eran la población económicamente activa más numerosa de la zona durante la primera mitad del siglo XX5; de manera que es posible seguir la interpretación de Eugenia Villa, quien identifica los entierros en el suelo como parte de la religiosidad campesina tradicional en el altiplano cundiboyacense:

La muerte para estas poblaciones del agro es algo más que un fin corporal: significa el regreso a la tierra, o la reintegración al mundo del cosmos de donde vinieron y del cual se sienten parte esencial. Aún hoy en día, en estas poblaciones se conserva la práctica de enterrar los cuerpos de sus muertos en el suelo, cubiertos por un montículo de tierra del que sobresale una cruz de madera como símbolo de la religión cristiana (1993: 75-76).

En el caso del Cementerio de Usaquén, en la mayoría de los entierros en el suelo observados se pueden observar fechas de defunción anteriores a la década de los cincuenta y casi todos tienden a presentar grandes variaciones en el diseño de sus lápidas. Aunque la figura de la cruz está casi siempre presente, algunas veces está hecha en piedra o ha sido tallada sobre una lápida diseñada específicamente para cada tumba, de manera que cada entierro tiene su estilo particular.

2. Mausoleos: Son un tipo de estructura funeraria caracterizada por agrupar, en un edificio separado de las demás construcciones del cementerio, los entierros de miembros de un mismo grupo social definido por sus lazos de parentesco o afinidad (Curl, 2002: 168). En el Cementerio de Usaquén pertenecen en su mayoría a familias o comunidades religiosas específicas, están hechos con materiales ostentosos y tienen un estilo particular a cada edificio con el que se diseñan todas las lápidas de las tumbas que se construyen en ellos (Ver Foto Nº 2). De esta manera, en casi todas estas estructuras el apellido de la familia o el nombre de la comunidad religiosa tienden a tener una mayor preeminencia que los nombres de las personas enterradas allí. Así, mientras que el apellido de la familia puede ser leído fácilmente por quien recorra el cementerio, es necesario acercarse a las tumbas para leer los nombres de los individuos cuyos cuerpos han sido depositados en el mausoleo.

3. Tumbas con forma de horno6: Son las más comunes de todo el cementerio y se encuentran ubicadas en diferentes galerías, en las que se organizan unas sobre otras en largas filas que llegan a tener cerca de cuatro o cinco metros de alto. Este tipo de estructuras fueron diseñadas inicialmente para resolver problemas de higiene7 pero, para el caso del cementerio de Usaquén, lo más probable es que sean utilizadas para acomodar un mayor número de tumbas en un espacio reducido. En el diseño de las lápidas de este tipo de tumbas es posible apreciar una gran variabilidad en términos de estilo, apareciendo una gran cantidad de diseños «personalizados» que hacen alusión a los gustos y rasgos de la personalidad del difunto. Así, es posible encontrar desde tumbas con diseños de los emblemas de equipos de fútbol nacionales, hasta tumbas cuyas lápidas imitan la forma de una casa hasta el más mínimo detalle, incluyendo escaleras, cortinas y puertas.

Estas características físicas permiten suponer que estas tumbas están construidas para exaltar principalmente la memoria de los individuos enterrados allí. En la mayoría de ellas, las referencias familiares no van más allá de una inscripción con un mensaje y el nombre de quien lo dedica al difunto, mientras que los gustos de la persona en vida, como su preferencia por un equipo de fútbol, ocupan una posición primordial en el diseño de la tumba. Cabe anotar, sin embargo, que estas tumbas solo son arrendadas a los deudos durante un período de siete años, por lo que al terminarse este tiempo los allegados del difunto deben escoger entre pagar el arriendo por los siguientes siete años o llevar los restos a un entierro secundario. Esto representa una gran diferencia con los entierros en los mausoleos pues, a diferencia de las tumbas con forma de horno, estos son vendidos a perpetuidad, permitiendo que de cierta manera la hegemonía de los sectores más ricos pueda funcionar efectivamente a través de la permanencia de las estructuras construidas para exaltar su grupo familiar.

4. Columbarios: Estos son, por lo general, estructuras funerarias en las que se organizan por filas espacios pequeños utilizados para depositar un recipiente que contiene las cenizas producto de la cremación de un cadáver (Curl, 2002: 168-169). En el Cementerio de Usaquén, sin embargo, es posible depositar en ellos tanto los huesos exhumados de otras tumbas como los recipientes que contienen las cenizas del difunto. La mayoría de los columbarios se encuentra ubicada en las mismas galerías de las tumbas con forma de horno, de manera que la única forma de diferenciarlos de éstas es por el tamaño reducido de sus lápidas. Estas lápidas, por su parte, presentan un diseño totalmente homogéneo y son vendidas a perpetuidad a los familiares del difunto; es el único tipo de tumbas al que, junto con los mausoleos, se puede asociar alguna idea de eternidad.

Ahora, estos tipos de tumbas no se encuentran distribuidos al azar dentro del espacio del cementerio, sino que se encuentran organizados según criterios específicos. Como se puede apreciar en el Plano No. 1, los caminos centrales del cementerio, es decir, los caminos que permiten el acceso a sus diferentes áreas y que por lo tanto deben ser recorridos por todos los visitantes, se encuentran principalmente rodeados de mausoleos. Mientras tanto, las zonas del cementerio que podríamos llamar «marginales» se encuentran ocupadas en su mayoría por tumbas con forma de horno. De esta forma, mientras las familias más acaudaladas entierran a sus muertos juntos, en edificios diseñados para exaltar la memoria del apellido familiar, las personas de menores recursos entierran a sus muertos de manera individual, en tumbas ubicadas en áreas del cementerio que no son recorridas por la mayoría de los visitantes.

Esta disposición de las tumbas en relación con los caminos resulta de gran importancia, pues la distribución de estos caminos estructura de manera importante la manera en que las personas recorren el cementerio. El hecho de que el camino central se encuentre rodeado de mausoleos denota una intención de mostrar que quienes se encuentran enterrados allí tienen un estatus social más alto que las demás personas que se encuentran enterradas en el cementerio. Como los espacios de los mausoleos son vendidos a perpetuidad, los grupos familiares o religiosos que los construyen pueden asegurarse de que su nombre permanecerá en el cementerio a la vista de todo el que lo visite. Por el contrario, las tumbas con forma de horno se arriendan a un plazo determinado, de manera que el nombre de sus «ocupantes» está cambiando permanentemente.

Esta diferencia en la manera de disponer a los muertos entre los sectores más ricos y los más pobres de los usuarios del cementerio se hace aún más evidente al observar las diferentes actitudes y prácticas de las personas que visitan el lugar. De manera general, la mayoría de los visitantes del cementerio se pasean por los caminos mientras conversan entre sí cuando vienen acompañados; cuando vienen con niños, a éstos se les permite jugar entre las tumbas mientras no hagan demasiado ruido. Sin embargo, para buena parte de los usuarios el cuidado de las tumbas es la razón principal de sus visitas al cementerio. Traer flores frescas y tirar las viejas, pintar nuevamente las letras que se han ido borrando por efecto de la lluvia, dejar adornos como imágenes, campanas o láminas con retratos de la Virgen María, son algunas de las actividades más comunes.

Si recordamos que la tumba es un objeto que ha sido construido como parte de una estrategia social para afrontar la muerte de un ser humano, podremos encontrar que, siguiendo a Philippe Ariès, es posible identificar en ésta tres características generales:

Una coincidencia rigurosa entre la tumba aparente y el lugar en el que el cuerpo ha sido depositado, una voluntad de definir mediante una inscripción y con un retrato la personalidad viviente del difunto, y por último, la necesidad de perpetuar el recuerdo de esa personalidad asociando la inmortalidad escatológica a la conmemoración terrestre (1999: 174).

Esto resulta de gran importancia pues, por lo general, no es posible separar a una persona del mundo de los vivos e incorporarla al más allá sino a partir del momento en que la tumba se cierra con el cuerpo adentro (Van Gennep, 1960: 164). Con esto, la tumba permite ubicar los restos en el lugar que les corresponde, el lugar en que en cierto modo «debe estar» debido a que ahora la persona se encuentra en una categoría social diferente: es un muerto. Sobre esta base, la tumba puede ser utilizada para recordar y mantener los lazos sociales con los difuntos, hasta tal punto que la «conmemoración terrestre» de la que habla Ariès es igualada a la inmortalidad del alma en el otro mundo –la inmortalidad «escatológica»–.

Como ya se pudo observar, para el caso del Cementerio de Usaquén esta conmemoración toma distintas formas dependiendo del sector socioeconómico en cuestión. Entre los tipos de tumbas descritos anteriormente, las tumbas con forma de horno son las más visitadas por las personas que van al cementerio, mientras que rara vez es posible ver a alguien visitando algún mausoleo. Más aún, la mayoría de los diseños de las lápidas de los mausoleos del cementerio de Usaquén no tiene jarrones en donde puedan ser colocadas las flores que por lo general llevan los deudos; de manera que se podría pensar que, desde el momento en que se construyen estas estructuras, no se planea que sean visitadas a menudo.

Así, es posible observar cómo para los sectores medios y bajos del cementerio, que entierran sus muertos en las tumbas con forma de horno, la tumba funciona como un objeto que reemplaza a quien ha muerto, es un referente físico de lo que fue en vida y, por tanto, es sujeto de cuidados y visitas durante las cuales se le trata como si fuera una persona, cuidándola y hablando con ella. Por el contrario, para los sectores más ricos, el individuo que ha muerto tiene una menor importancia, hasta tal punto que en el mismo diseño de la tumba tiene una mayor preeminencia el nombre de la familia que el de la persona que ha muerto. Todo esto se encuentra unido, a su vez, al hecho de que los mausoleos se encuentran ubicados en los lugares del cementerio en donde todos los visitantes los pueden ver, a pesar de que son muy pocos los que vienen al cementerio a visitarlos particularmente.

Con todo esto es posible afirmar que, durante el día, el cementerio reproduce un orden social jerarquizado que se manifiesta en la distribución en su interior de los diferentes tipos de estructuras funerarias. Asimismo, las diferencias sociales en el interior del cementerio se manifiestan en el diseño particular de cada tumba y están asociadas a prácticas sociales que se llevan a cabo por los visitantes y que están principalmente referidas al cuidado de la tumba. Este es el orden habitual del cementerio que se reproduce todos los días desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, horario en que sus puertas permanecen abiertas. Los lunes en la noche, sin embargo, el cementerio es utilizado de manera totalmente distinta y las jerarquías que se reproducen durante el día son anuladas mediante ritos en los que se busca que los muertos, independientemente de su clase social, interfieran en los problemas cotidianos de los vivos.

Subversión del orden jerarquizado, el culto a las Almas Benditas

Todos los lunes en la noche una gran cantidad de personas visita el Cementerio de Usaquén con motivo del culto a las Almas Benditas. Su actividad se lleva a cabo principalmente en la entrada del cementerio, en donde las personas asisten a encender velas y rezar la novena de las almas. Los visitantes vienen con la intención de pedir favores a las almas de los muertos que, según se cree, se encuentran en el purgatorio. A cambio de estos favores, las personas realizan ofrendas y oraciones que pueden ayudar a disminuir el tiempo que las almas deben esperar para llegar al cielo. De esta manera, como forma de agradecimiento, las almas interceden ante Dios, la Virgen o los santos para que estos solucionen los problemas de los vivos.

En el Cementerio de Usaquén el culto a las Almas Benditas se desarrolla, en general, de la siguiente manera: el creyente se acerca a la entrada del cementerio y compra una ofrenda de velas en el puesto de la señora Zoila, quien es la única persona que vende este tipo de objetos en el cementerio los días lunes. La cantidad y el tipo de velas depende de cuánto esté dispuesto y le sea posible pagar; pero lo más común es comprar un paquete de siete velas de cebo de color crema, que tiene un costo de mil pesos. Después de comprarlas, las personas se dirigen a la entrada del cementerio. Junto a ella, en un pequeño nicho en el piso, se encienden las velas utilizando un fósforo o las velas que ya están encendidas. Una vez hecho esto, el creyente se pone de pie frente al nicho o frente a la entrada del cementerio y comienza a rezar la novena por las Almas Benditas. Después de rezar, los creyentes se dan la bendición y se retiran. Este ritual debe repetirse durante siete lunes seguidos para que la oración tenga efecto y los favores pedidos a las almas se cumplan.

Ahora, algunas personas no realizan esta serie de acciones, sino que simplemente pasan en su automóvil por el frente del cementerio y le pagan a la señora Zoila para que encienda las velas por ellos. Aun así, asisten todos los lunes que consideran necesario para realizar su ofrenda. Los taxistas, por su parte, prefieren rezar desde el interior de sus carros, por lo que se parquean frente a la entrada del cementerio mientras realizan la oración. Rara vez los visitantes conversan entre sí; en la mayoría de casos la visita es efectuada en silencio por casi todo el mundo. Asimismo, la gente viene por lo general sola, aunque en algunas ocasiones fue posible observar a personas que venían acompañadas por sus familias.

En todo esto, sobresale la naturaleza personal del culto, manifiesta en el hecho de que los favores que se solicitan a las almas, por lo general, se refieren a problemas cotidianos como la falta de trabajo o la salud. Asimismo, la comunicación con los muertos es directa y el intercambio de favores por oraciones se realiza sin la intermediación de autoridades eclesiásticas. Éstas, sin embargo, han intentado controlar y homogeneizar el culto, de manera que toda la actividad de éste se lleva a cabo en el exterior del cementerio, un espacio público en el que por definición la Iglesia no puede prohibir ninguna actividad. No obstante, es posible observar una intención por parte de las autoridades religiosas de mediar el culto a las Almas Benditas. Algo que buscan lograr a través de la publicación de distintas «novenas para las Almas» que se venden en el cementerio, en las que se intenta estandarizar la forma de comunicarse con las almas de los muertos.

En el Cementerio de Usaquén, una gran variedad de ediciones de estas novenas y oraciones dedicadas a los difuntos se pueden adquirir en el puesto de la señora Zoila; así que, por lo general, quienes asisten al cementerio en este día rezan «Los siete lunes a Cristo Crucificado», documento del que se venden en el cementerio por lo menos tres ediciones distintas, que se diferencian entre sí por la calidad del papel y la impresión, pero cuyo texto es prácticamente idéntico. La edición del Apostolado Bíblico Católico se ha convertido en una de las más populares, demostrando el interés de la Iglesia oficial por normalizar el culto. De tal manera, en esta edición, el texto de la oración se titula «Devoción de los siete lunes a Jesús crucificado, en sufragio de las benditas almas del purgatorio» (Apostolado Bíblico Católico, 2002: 32), y se indica que la plegaria debe efectuarse de la siguiente forma: en primer lugar, se debe realizar un «acto de contrición» que consiste en la lectura de los Salmos 50, 102 y 24, citados en el texto. Luego, para cada día, se debe leer una reflexión basada en otras secciones de la Biblia. Finalmente se recomienda hacer un «obsequio», que consiste en una oración o acto de caridad distinto dependiendo del día en que se esté haciendo la oración. Al final del documento se encuentra la siguiente nota:

NOTA: Las personas que hacen los SIETE LUNES, meditando en la Pasión de Jesucristo, ganan INDULGENCIAS (o sea, se les perdona parte de los castigos que merecen por los pecados). Esas indulgencias se pueden ofrecer por las Benditas Almas (Apostolado Bíblico Católico, 2002: 57).

Así, las indulgencias, como son entendidas aquí, vendrían a funcionar como una divisa, necesaria para realizar intercambios con las «Benditas Almas». Este intercambio, sin embargo, se hace con las Almas en conjunto, y son ellas como grupo las que tienen el poder de cumplir las peticiones de los creyentes. Con esto, nos encontramos ante una negación de las jerarquías sociales que se reproducen durante el día en el cementerio pues las Almas, sin importar el status social que mantenían en vida, escuchan por igual a todas las personas que se acercan a solicitarles favores.

Por otro lado, a pesar de que el lugar privilegiado para llevar a cabo estas prácticas es la entrada del cementerio, el culto se lleva a cabo a lo largo de todo el muro del costado del cementerio que se ubica sobre la carrera sexta. Sobre las columnas de este muro, la administración del cementerio ha colocado imágenes talladas en piedra en las que se representan las etapas del viacrucis de Jesús. Estas imágenes también son objeto de culto, por lo que algunas de las personas que visitan el cementerio los lunes las tocan mientras cierran sus ojos o leen el texto de Los siete lunes a Cristo crucificado. De manera que se puede inferir una sacralización de esta zona del cementerio manifestada en esta práctica.

Este uso del muro de la entrada como lugar propicio para realizar intercambios con el más allá se puede comprender si pensamos el cementerio como un espacio liminar, es decir, que se encuentra ubicado en un punto intermedio entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos (Losonczy, 2001: 9). Esto es posible porque, al ser un espacio destinado a guardar los cadáveres de las personas, al cementerio se le ha otorgado un carácter sagrado:

En buena parte, el carácter sagrado se lo confiere el hecho de ser el sitio donde reposan los restos de mis antepasados y familiares y, probablemente, será el lugar donde reposen mis restos. Los comportamientos en estos lugares así lo demuestran: la gente camina despacio, habla en voz baja, hace los arreglos de tumbas y lápidas en silencio, toca las tumbas y reza mucho; son lugares destinados a la oración, que inspiran actitudes de recogimiento, respeto y piedad (Villa, 1993: 87).

Si seguimos a Eliade, encontraremos que «todo espacio sagrado implica una hierofanía, una irrupción de lo sagrado que resulta en la separación de un territorio del entorno cósmico que lo rodea haciéndolo cualitativamente distinto»8. Con esto, el autor se refiere a la distinción entre un espacio sagrado y el espacio profano, que consiste precisamente en que en el espacio sagrado se crea una abertura que se comunica con el más allá, colocándolo en la frontera entre los dos mundos (Eliade, 1987: 36). En este sentido, la sacralidad otorgada al cementerio por ser el lugar de reposo de los restos humanos, hace de éste efectivamente un espacio liminar, en el que la abertura entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos permite realizar intercambios entre estos.

De esta forma, es esta posibilidad de realizar intercambios con los muertos, que existe en razón del carácter sagrado del espacio del cementerio, lo que permite que las jerarquías sociales que se reproducen en este lugar durante el día sean anuladas. La comunicación con los muertos funciona entonces como una manera de negociar las incertidumbres de la vida cotidiana con el colectivo social, por lo que las súplicas que se hacen a las almas se pueden entender como una manifestación de estas tensiones e incertidumbres. Con esto, es posible observar cómo el espacio del cementerio no tiene un significado fijo, sino que se encuentra en un estado de constante negociación. Ésta, a su vez, se desenvuelve dentro de un ciclo semanal, en el que el discurso oficial que se manifiesta en la organización espacial del cementerio es rebatido cada lunes, cuando el lugar se utiliza por fuera de su horario habitual.9

Conclusiones

El primer punto que resulta importante destacar a partir de las observaciones en el Cementerio de Usaquén, es la diferencia en el rol que ocupan los individuos dependiendo del nivel jerárquico en el que se ubican. Entre más elevado sea el nivel socioeconómico, la identidad del individuo pierde importancia en relación con la de su grupo familiar, mientras que, para los niveles intermedios y bajos, la personalidad y los rasgos particulares de cada individuo tienden a resaltarse más. Dado que estamos hablando de la manera en que las personas deciden recordar a sus seres queridos y allegados que han muerto, esta información resulta de gran valor a la hora de pensar en qué formas se construye la identidad en nuestra sociedad. Sin embargo, esta generalización solamente se puede aplicar al grupo de usuarios del Cementerio de Usaquén, pero sugiere la riqueza etnográfica que podría tener un trabajo de investigación sobre el manejo de los muertos a nivel regional o nacional. Un estudio de este tipo nos proporcionaría una mejor comprensión de fenómenos sociales que probablemente no resultarían tan evidentes mediante otro tipo de análisis.

Como segundo punto, es importante resaltar la importancia del cementerio como un espacio en constante negociación. En su organización espacial se manifiesta el orden jerarquizado de la sociedad, pero éste no es simplemente aceptado y reproducido por las personas que lo visitan. Por el contrario, a través de prácticas como el culto a las Almas Benditas, las jerarquías sociales que se reproducen durante los horarios de funcionamiento oficiales del cementerio son anuladas para dar paso a una comunicación directa con los muertos. Con esto, el cementerio funciona efectivamente como un escenario en el que se manifiestan las divisiones y tensiones sociales en el interior del grupo que lo utiliza y reconstruye constantemente.

Finalmente, solo queda destacar nuevamente la importancia de realizar más estudios a propósito del tema de la muerte y de los cementerios en particular. La gran riqueza iconográfica del arte funerario contemporáneo espera aún ser explorada más profundamente a partir de, por ejemplo, una perspectiva arqueológica. Asimismo, un análisis más amplio de prácticas como el culto a las Almas Benditas podrá dar pistas sobre la manera en que se negocian favores con el colectivo social y cuál es el papel de la religiosidad popular y de la Iglesia oficial en esta negociación.

 


1 Este artículo es producto de las investigación realizada por el autor durante 2006, titulada «Lugares de los muertos: el cementerio de Usaquén», para su tesis de grado como antropólogo en la Universidad de los Andes.

2 Master Territoires et Sociétés, Aménagement et Développement, Spécialité à finalité recherche: Acteurs, Développement et Nouvelles Territorialités.

3 Los resultados completos de la investigación hacen parte de la monografía de grado titulada «Espacios de los muertos: el cementerio de Usaquén», presentada por el autor para obtener el título de antropólogo.

4 Concejo de Bogotá. Proyecto de Decreto, Plan Maestro de Cementerios y Servicios Funerarios para el Distrito Capital. Título I, Capítulo 2, Artículo 10. Documento electrónico, obtenido el domingo 29 de octubre de 2006, web site: http://www.concejodebogota.gov.co/prontus_cbogota/site/artic/20060719/pags/20060719133913.html

5 En el año de 1938, en el municipio de Usaquén se registran 1.136 personas dedicadas a la agricultura y la ganadería en el municipio, 236 dedicadas al trabajo en la industria extractiva y 127 trabajando en otras industrias (Zambrano et al., 2000: 262).

6 Esta es la traducción del término original en inglés utilizado por Curl, «Oven-like tombs» (2002: 146).

7 Las galerías de tumbas con forma de horno fueron utilizadas inicialmente después de la inundación de 1788 en el cementerio de Saint Louis, en Nueva Orleáns. Se construyeron con el objetivo de evitar que las aguas de inundación llegaran a los cuerpos en descomposición, siendo esta situación un riesgo para la salud pública (Curl, 2002: 146).

8 Traducción del inglés: «Every sacred space implies a hierophany, an irruption of the sacred that results in detaching a territory from the surrounding cosmic milieu and making it qualitatively different» (Eliade, 1987: 26).

9 El Culto a las Almas Benditas comienza desde el momento en que se cierran las puertas del cementerio, a las cinco de la tarde, hasta cerca de las once de la noche.


Bibliografía

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