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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.64 Bogotá July/Dec. 2007

 

Oralidad y escritura en la isla de San Andrés1

Orality and Writing on San Andrés Island

Oralidade e escrita na ilha de San Andrés

Juliana Botero Mejía

Universidad Nacional de Colombia julianaboterom@yahoo.com

Recibido: 15 de mayo de 2006 Aceptado: 06 de junio de 2007

 


Resumen

El objetivo de este artículo es dilucidar las características de la oralidad y de la escritura entre la gente de la isla de San Andrés y aproximarse a la relación existente entre ellas desde una perspectiva histórica y antropológica. El pueblo isleño proviene de una tradición oral de origen africano, pero, al mismo tiempo, tiene una herencia alfabetizadora tanto inglesa como española que ha definido y caracterizado su oralidad y los usos que le ha dado a la escritura. Este escrito se basa en documentación bibliográfica y en la información recogida por la autora durante cuatro meses de trabajo etnográfico de campo en la isla de San Andrés.

Palabras clave de la autora: oralidad, escritura, lectura, creole, español, isla de San Andrés.

Palabras clave descriptores: tradición oral, Historia, Escritura, San Andrés (Isla, Colombia), vida social y costumbres.

 


Abstract

The objective of this article is to explain the characteristics of orality and literacy amid the people of San Andrés Island, and to explore the existing relationships among them. The San Andrés people come from an oral tradition with an African origin, and at the same time, they have a literacy inheritance both from England and from Spain that has defined and characterized their orality and the uses they have given to writing. This article is based on bibliographic documentation and information collected by the author during four months of ethnographic fieldwork in San Andrés Island.

Key words: orality, writing, reading, Creole, Spanish, San Andrés Island.

Key words plus: oral tradition, History, Writing, San Andres island (Colombia), social life and customs.

 


Resumo

O objetivo deste artigo é elucidar as características da oralidade e da escrita entre os habitantes da Ilha de San Andrés, e se aproximar á relação existente entre elas desde uma perspectiva histórica e antropológica. O povo ilhéu vem de uma tradição oral de origem africana mas, ao mesmo tempo, tem uma herança alfabetizadora tanto inglesa quanto espanhola que tem definido e caracterizado sua oralidade e os usos que têm sido dados à escrita. Este texto baseia-se na documentação bibliográfica e na informação recolhida pela autora durante quatro meses de trabalho etnográfico de campo na ilha de San Andrés.

Palavras chave: oralidade, escrita, leitura, creole, espanhol, Ilha de San Andrés.

 


Contexto histórico

Las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina tienen una ubicación geopolíticamente estratégicas en el Mar Caribe occidental y, sin embargo, no se sabe «en qué año ni por quién fueron descubiertas, pero sí se sabe que fue al principio del siglo XVI por españoles» (Gallardo, 1986: 159), quienes las ignoraron por completo, dándole paso a la colonización y poblamiento por parte de puritanos ingleses y de sus esclavos. Durante los siglos XVII y XVIII, España –que nunca colonizó ni pobló el Archipiélago– e Inglaterra mantuvieron un constante forcejeo por el dominio y gobierno de las islas expresados «en la disputa entre la religión católica y la protestante, entre el idioma inglés y el español y entre los grupos blancos y los negros» (Friedemann, 1989: 14). Dicha disputa terminó en 1795, cuando la corona española accedió a la petición de los ingleses de permanecer en las islas a cambio de someterse a España y a su estructura jurídica. A partir de 1822, el Archipiélago pasó a pertenecer a Colombia y, gracias a la falta de presencia por parte del Estado, las islas mantuvieron su independencia económica y cultural. De esta manera, la sociedad isleña –con raíces africanas y británicas– continuó con el desarrollo de su propio sistema de vida basado en la memoria colectiva y en la historia de un pasado común –su razón de ser como pueblo– diferente de la historia oficial colombiana, al igual que con su cultura caribeña, su religión bautista, su sistema escolar en inglés –cuyo propósito era la enseñanza de las primeras letras y la enseñanza de la religión– y su propia lengua: el creole.

A principios del siglo XX, el Estado colombiano, en su afán homogenizador plasmado en la Constitución de 1886 y siguiendo una política centralista que llevara a un control total de la población y de su territorio, quiso construir una unidad nacional sobre la base de la uniformidad, traducida en una sola lengua: el español; una sola religión: la católica, y una sola historia patria, ignorando así la lengua, la historia y demás manifestaciones culturales propias de las islas.

La política de colombianización2 de las islas, que tenía como meta la uniformidad cultural mediante la estrategia de asimilación del Archipiélago al continente a costa de su identidad cultural, se llevó a cabo por medio de la educación formal, pasando por encima del sistema escolar en inglés instaurado en las islas desde el siglo XIX por la iglesia bautista. Por tal motivo, a partir de la década de 1910 la tarea encomendada por el gobierno central colombiano a la orden religiosa capuchina –encargada de impartir la educación escolar oficial– fue la de civilizar, catolizar e hispanizar las islas (Forbes, 2003; Ratter, 2001).

La conversión a la fe católica llegó a ser requisito para ocupar cargos públicos en las islas o disfrutar de otros beneficios oficiales,3 mientras que los estudiantes de los colegios públicos, fueron obligados a asistir a misa y a estudiar exclusivamente en español.

Con la imposición del nuevo sistema escolar y laboral por parte del gobierno central, el creole –la lengua materna, la del diario vivir y de la solidaridad– fue prohibido dentro del ámbito de la escuela, y el inglés –lengua utilizada en la escuela y en la iglesia– fue relegado a las iglesias bautistas y adventistas, mientras que los estudiantes tuvieron que utilizar el «método memorístico» en español pues, para leer, escribir y comprender los temas de clase, debían trasladarse a una lengua que no comprendían (Clemente Batalla, 1989).

Así eran las cosas en 1953, cuando llegó el general Gustavo Rojas Pinilla –el primer presidente colombiano en visitar las islas–, quien dividió la historia de San Andrés en dos declarando a la isla Puerto Libre4 y ordenando la construcción del aeropuerto. Con esta decisión política se dio origen, entre otras cosas, a un fuerte desarrollo del movimiento migratorio y, con él, a una confluencia de varias formas de vida, lenguas, credos religiosos, valores culturales y actividades productivas que produjeron una irreversible penetración cultural colombiana en San Andrés. Así mismo, a partir de la década de 1950, también llegó a la isla la radio y, años más tarde, la televisión colombiana en español, medios que, al igual que la escuela, jugaron y siguen jugando un papel central en los procesos de formación de la población de la isla.

A partir de la década del setenta, varios movimientos cívicos han sido constituidos para la defensa y reivindicación de los derechos de los isleños5. Algunos de los temas centrales en discusión han sido la educación bilingüe, el control de la inmigración o control del crecimiento poblacional, la igualdad de derechos y de justicia, y la autonomía y autodeterminación. Sin embargo, tanto el gobierno nacional como los grupos políticos locales y los grupos económicos han opuesto resistencia abiertamente el desarrollo de estas iniciativas, haciendo que, por ejemplo, la implantación del programa bilingüe o trilingüe en el interior de la escuela, no haya dejado de ser un «proyecto de papel» (Dau, 2002: 71).

Oralidad

La oralidad es un lenguaje dinámico, orientado y organizado de acuerdo con las normas, patrones, valores y conductas del pensamiento de una comunidad (Motta González, 1997?). Es el soporte de la memoria colectiva y sirve para transmitir conocimientos. Por esto, la oralidad es mucho más que el habla y el idioma; es una fuente expresiva y forma de comunicación directa. Se refiere a un conjunto de manifestaciones culturales, a los actos cotidianos de cada momento de la vida y de la muerte, a los traumas, desarraigos y angustias […], a propuestas y respuestas sobre los acontecimientos y su próximo devenir (Motta González, 1997?: 30).

Incluye la historia y la narrativa que se transmite de manera oral y «el conocimiento y el pensamiento de nuestros viejos» (Dau, 2002: 71). Así mismo, incluye gestos y muecas, modulaciones vocales, expresiones faciales, ademanes manuales y corporales, entre otras formas de comunicación icónica, y todo el marco humano y existencial dentro del cual se produce la palabra hablada dándole su significado y la forma de ser interpretada (Arocha, 2000; Ong, 1994). La oralidad también incluye la música –«en donde no se necesita hablar sino interpretar los sonidos de la naturaleza para convertirlos en música y baile» (Dau, 2002: 71)–, la danza, la poesía, los sueños y el teatro, entre otras expresiones escenificables. Por eso Adriana Maya (1998) afirma que la oralidad es corpo-oral.

Oralidad y creole

En San Andrés se habla creole, «which like their blood was also very mixed…» (AMH Doc. 152 y Mill Hill citado por Clemente Batalla, 1991: 127). El creole es una lengua oral –es decir, que no posee un sistema de escritura alfabética–6 de base Akán7 y lexicalizada en inglés, que históricamente ha sido discriminada por el Estado colombiano por ser un «inglés mal hablado» y por diferenciar a sus hablantes del resto de la población colombiana al no hablar español como lengua materna (Clemente Batalla, 1989; Forbes, 2003; Friedemann, 1989; Gallardo, 1986; Parsons, 1985; Ratter, 2001; Sandner, 2003).

Los hablantes del creole entremezclan y acompañan los giros lingüísticos, las variadas entonaciones, el ritmo, la musicalización, los silencios, las variaciones, las risas, las confusiones y repeticiones propias de cualquier expresión de tipo oral, con un lenguaje en el que se involucra todo el cuerpo, el cual también habla, cuenta, canta y danza, pues «por sí misma, la voz humana carece de poder. Tiene que ser amplificada mediante combinaciones de ritmo y número [de repeticiones] que se aprenden con otras habilidades mediante largos años de iniciación [en una cultura]» (Arocha, 1999: 155). Esta gran cantidad de información verbal y no verbal hace que, al escuchar y ver hablar creole, éste sea espontáneo, gesticulado y entonado, ya que «las culturas orales estimulan la fluidez, el exceso y la verbosidad» (Ong, 1994: 47).

Cuando los isleños hablan creole, lo hacen muy rápido y con un volumen de voz muy alto porque, como decía Pastora –mujer oriunda de Palmira, Valle, pero que vive en San Andrés hace más de quince años–, «la brisa se lleva las palabras», y parecieran alterarse con facilidad pues en algunos momentos su tono de voz, más que enfático, parece violento. «La gente piensa que estamos bravos, pero sólo somos así. Esa es nuestra manera de hablar y de comunicarnos», aclaraba Nola.

Mientras el creole lo hablan muy rápido y fuerte pues es un idioma que «expresa un afecto muy particular, un contenido emocional muy grande en su fonética, en la manera como se pronuncia» (Dau, 2002: 68), el español parece ser «forzado» y se habla en un tono de voz más bajo. «Como ven –afirmaba el músico isleño Albert–, yo hablo despacio, porque pienso en inglés, luego tengo que traducirlo8 al español y además, pensar en la pronunciación». Esto pasa con todas las personas isleñas, pero es más marcado entre los adultos que entre las nuevas generaciones.

Cuando hablan en español su corporalidad también cambia, sus movimientos son más lentos haciendo diferente su expresión, cadencia y ritmo. Sus cuerpos hablan de otra forma, menos fluida en comparación a cuando hablan en creole. Esto puede estar dado tanto por la traducción simultánea de lenguas, como por los procesos de aculturación en donde el lenguaje y la comunicación, tanto verbal como no verbal, debían dar cuenta de «civilización» (Clemente Batalla, 1989).

El español es utilizado en el sector comercial, en las oficinas públicas y administrativas, al igual que en la escuela. El inglés estándar lo utilizan en el contexto de la iglesia, en la vida diaria como elemento de distinción social, en situaciones formales de la vida como en las reuniones con la comunidad, para hablar respetuosamente a las personas de mayor edad, para mostrar galantería a una mujer y también para hablar a los extranjeros de países de habla inglesa.

Nuestra lengua isleña es una lengua criolla de base inglesa parecida a las que se hablan con inglés en toda la costa e islas vecinas. Nuestra lengua criolla es el testimonio más claro de la historia que hemos compartido con Jamaica, con las islas Mangle, con Bluefields, Puerto Limón, con Colón, con Belice y con las Islas Caimán.

Esta lengua criolla la utilizamos en casa y entre amigos y contemporáneos. Es la lengua de nuestro diario vivir y es también nuestra lengua de solidaridad porque solamente nosotros la entendemos (Ruiz y O’Flynn de Chávez, 1992: 32-33).

«Dentro de la comunidad isleña, hablar el creole9 da identidad» (Dau, 2002: 68) creando una unidad grupal étnica y cultural que identifica a sus hablantes. Por eso afirman que «el creole es nuestro» y lo hablan orgullosamente «because I like my language. I’m no paña10». Es así que, como cualquier otra lengua, el creole crea al mismo tiempo barreras y exclusiones. La población en general, pero especialmente los jóvenes, están preocupados porque algunos pañas ya comienzan a entender el creole y a intervenir en sus decisiones, poniendo en peligro la unidad identitaria que genera una lengua propia y volviéndolos vulnerables en términos políticos.

Otros aspectos de la oralidad son el baile, la música y la teatralización, los cuales también hacen parte de la vida diaria y del creole, ellos también hablan y comunican. Por eso es normal que los niños y niñas estallen en cantos en la mitad de la clase, que bailen cuando se emocionan o celebran, e incluso que bailen y canten en la mitad de la calle. La música y la danza son instrumentos muy importantes de la comunicación y del arraigo de valores isleños más allá de las generaciones en todos los ámbitos de la vida y de la muerte.

Historia, política, acontecimientos sociales y religiosos, guerras, anecdotario cotidiano se transmiten a través de la música. Incluso podemos decir que la música adquiere para esta cultura el valor que el libro representa en la cultura europea. No se concibe la cultura de Europa sin el desarrollo de la lectura y la escritura; no se puede pensar África [y a sus descendientes] sin su inmensa cultura [oral y] musical (Perea Escobar, 1989: 61).

Los isleños son grandes bailarines y pareciera que bailaran con cada paso que dan; por eso no caminan de una manera rígida, sino con un armónico contoneo de caderas como si estuvieran bailando. De la misma manera, son músicos natos pues «se podría decir que nos criaban cantando» (Ruiz y O’Flynn de Chávez, 1992: 30), porque contar y cantar hacen parte de una misma actividad comunicativa (Motta González, 1997?). Actualmente, las nuevas generaciones bailan y cantan en español o en inglés los temas que están de moda y se escuchan en la radio y en la televisión, y no los ritmos propios de la isla, dejando de lado aquellas canciones que contaban la historia de San Andrés, de su gente y que hacen parte de su acervo cultural. Sin embargo, y a pesar de la introducción y apropiación de nuevos elementos culturales, cada movimiento de sus cuerpos recuerda y transmite «la historia que no figura ni en libros ni en cartillas, y mucho menos en las páginas de la prensa o de programas de radio y televisión» (Arocha, 1999: 48) resignificando prácticas y representaciones culturales.

La oralidad es dinámica y está organizada de acuerdo con una lógica cultural, su sistema de conocimientos y de transmisión de dichos conocimientos (Motta González, 1997?).

Los componentes de la cultura no se heredan, sino que se aprenden de generación en generación debido a que cada uno de ellos puede ser traducido a un símbolo, y transmitido para que –mediante el lenguaje– las nuevas generaciones lo memoricen y lo manejen (Arocha, 2000: 2).

De manera cotidiana, el aprendizaje ligado al creole se realiza por medio de la ejemplificación: los más pequeños observan, preguntan, escuchan y repiten lo que ven en sus casas, entre familiares y amigos. Es así que, en este proceso de conocimiento y de aprendizaje, los mayores gozan de gran respeto «porque saben mucho más que los demás. Su conocimiento proviene de la experiencia más que de los libros, pero los lleva a lo mismo, el conocimiento traslada al poder. Saber […] es tener poder y merecer respeto» (Wilson, 2004: 188).

La comunicación y la transmisión de conocimientos se ejercen a través de distintos registros de oralidad que, en algunos casos, se prestan mal para la comunicación escrita (Landaburu, 2002), como son la música, la danza, la pesca, la culinaria, las habilidades para montar en bicicleta, para hacer «one wheel» en moto, entre muchos otros. Pero los mensajes transmitidos necesitan de una capacidad de interpretación o de producción, las cuales también son creadas y transmitidas a través de esos mismos canales de oralidad.

Los pescadores afirman que sólo saliendo al mar con hombres mayores y experimentados en el oficio, observando cuidadosamente la naturaleza y escuchando los consejos de los demás pescadores, aprendieron a desempeñar la pesca con habilidad, destreza, responsablemente y basándose en múltiples conocimientos. Por otra parte, la Biblia –elemento central de la vida isleña– se conoce por medio de la lectura diaria, del estudio fervoroso de ella y de los comentarios en grupo encaminados a la aplicación de sus enseñanzas a la vida diaria de la gente de San Andrés.

Esta manera de enseñar y aprender siendo parte activa de la comunidad y en su propio idioma –«la parte más sólida de nuestra vida, la más sabrosa y la más espontánea [donde están almacenadas] nuestras experiencias» (Forbes, 2003: 110)– difiere completamente con lo implementado dentro de las aulas de clase sanandresanas, que no involucran la vida diaria de los niños y niñas dentro del currículo; no permite que los estudiantes ensayen, experimenten, toquen y realicen actividades como herramienta pedagógica de aprendizaje de ese otro tipo de conocimientos que se imparten en la escuela.

Oralidad y tradición oral

Muchos autores, por la dificultad misma de definir la oralidad, terminan haciendo referencia a ella como un conjunto de «leyendas, mitos, cuentos, epopeyas, cantos, poemas que constituyen un documento para el análisis etnohistórico» (Motta González, 1997?: 40). Todo lo anterior es susceptible de ser escrito, analizado y valorado como documentos escritos. Es así que, en esta medida, son equiparados a los modelos literarios ya existentes dentro del sistema formal de escritura sin tener en cuenta que el lenguaje hablado maneja otras lógicas y otros sistemas diferentes a los sistemas escritos.

La tradición oral constituye el principal elemento de transmisión del conocimiento sobre las ciencias de la naturaleza, la religión, la sabiduría, los saberes y oficios, la recreación y los valores, al igual que de la literatura, la historia la música y la danza de las islas. «Esta tradición nace desde las entrañas de la interacción y comunicación de un grupo dando forma a un proceso cultural» (Forbes, 2002: 27-28. La traducción es mía).

Esta tradición, cuya práctica es oral, tiene un encadenamiento más espontáneo de las ideas, un menor temor a las discreciones y a los rodeos, al igual que una expresión menos restringida de las opiniones y de los pensamientos (Chartier, 2000). Por eso, las narraciones de tipo oral varían, cambian y tienen multiplicidad de versiones a las que escapan las narraciones escritas. «De hecho la escritura podrá ser todo esto: el cadáver de una palabra muerta; los restos y desperdicios de vocablos vacíos, pero también el vestigio de la memoria, el indicio de vida futura» (Melià, 1998: 24).

A partir de la declaración de San Andrés como Puerto Libre, muchos son los cambios que se han presentado en la isla y en la cultura de su gente, la cual se ha transformado, adaptado, resignificado, al igual que resistido a las nuevas circunstancias. Es innegable que la música y la danza tradicionales, las rimas, las rondas y los juegos infantiles, al igual que las adivinanzas de los viejos, las historias de Anancy,11 las aventuras de «beda taiga» y los cuentos de dopi (Forbes, 2002; Forbes, 2003; Ratter, 2001; Ruiz y O’Flynn de Chávez, 1992), tienen hoy en día una influencia diferente sobre la cultura isleña a la que tuvieron hasta la década del setenta. Miss Cleotilde, miembro activo del movimiento raizal, afirmaba que en la actualidad los niños, niñas y jóvenes «prefieren ver novelas y películas extranjeras con contenidos violentos, que sentarse a escuchar cuentos». Pero también es cierto que los padres ya «no tienen tiempo» para estar con sus hijos porque «están trabajando», como decía Wena, una profesora isleña, o porque «están metidos en la televisión viendo novelas. […] Padres, hijos y abuelos», como recalcaba nuevamente Miss Cleotilde.

A pesar de los cambios y transformaciones que se dan a diario, la cultura del pueblo sanandresano no ha muerto y sigue viva en cada uno de sus miembros. Si se acepta que oralidad es equivalente a tradición oral y la tradición oral se está perdiendo con el pasar de los días porque los niños, niñas y jóvenes no conocen sus cuentos ni su historia y, por el contrario, prefieren la televisión y otros medios tecnológicos de comunicación, entonces se estaría dando sepultura prematuramente a la cultura característica de los isleños de San Andrés. Sin embargo, dicha cultura está completamente viva y arraigada en su gente a medida que cambia e intercambia, se reconstruye y se transforma constantemente, pues ninguna cultura es estática.

La escritura

La escritura es un sistema cultural (Olson, 1999; Ong, 1994), el cual es utilizado como un instrumento de precisión y de poder (Olson, 1999) y como un vehículo que impone una autoridad (Chartier, 2000). A lo largo de la historia, la escritura ha sido asociada a la democracia, al desarrollo industrial y al crecimiento económico de los pueblos, siendo este «un modo selectivo de ver los acontecimientos que no sólo justifican las ventajas de los letrados, sino que además atribuye los defectos de la sociedad –y del mundo [como la pobreza, el desempleo, entre otros]– a los iletrados» (Olson, 1999: 22). En la actualidad, una de las cifras más contundentes para medir el desarrollo humano de una nación es el índice de alfabetización (Castrillón, 2001). Por eso, ha sido y sigue siendo parte integral de las agendas políticas y educativas de este país. Se considera alfabetizado a quien sabe leer y escribir, independientemente de que la persona comprenda lo que está leyendo y sea capaz de hacerse entender por medio de la escritura.

Diferentes autores, al igual que muchos de los habitantes de la isla hablantes del creole, afirman que esta lengua se está perdiendo dándole paso al español. Muchas personas, por otra parte, afirman que la única manera para que una lengua oral no muera es por medio de la escritura –estandarización de la lengua a partir de la estipulación de una gramática y una ortografía oficial–12. Sin embargo, aunque ya existe una gramática del creole13 que se habla en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, sus hablantes se niegan a utilizarla por múltiples razones: por parecerles ajena a ellos; por no entender cómo su lengua –cual siempre ha sido hablada y escuchada– puede ser representada caligráficamente; porque con la escritura se somete el lenguaje al control de un sistema de reglas gramaticales haciendo que se pierdan las posibilidades de jugar «con el sonido de los nombres, con la rima, [el ritmo] o la musicalidad» (Pomare y Dittmann, 2000: 25); y porque, por medio de la escritura, se abre la posibilidad para que otras personas entiendan lo que ellos están diciendo y, así mismo, interfieran en sus conversaciones diarias y en la toma de decisiones.

La letra es un recurso neutro para contenidos que eventualmente nada o poco tiene que ver con la cultura de quienes hablan la lengua [además] no es la escritura lo que va a salvar una lengua, sino el que la sociedad que la habla la siga hablando (Melià, 1998: 27, 30).

En términos generales, los niños, niñas y jóvenes isleños afirman enfáticamente que no les gusta escribir en ninguna lengua. «Escribir me da pereza», afirmaba Keisha, niña isleña de quinto de primaria, mientras que su compañera de clase, Nelly, agregaba: «hoy hemos escribido mucho [sic] y ya me duelen las manos. […] Es que la Seño escribe mucho y yo no estoy acostumbrada». La escritura es considerada como una actividad rutinaria, que les cansa y aburre. Por eso, sólo utilizan este recurso para escribir «lo que la Seño me pone a escribir», como decía Jason, niño isleño de cuarto de primaria, o para «estudiar». De esta manera, la escritura carece de sentido y resulta sinónimo de copiar, tanto en el salón de clase como fuera de él, haciendo «de la escritura un simple recurso técnico de reproducción de lo hablado o de lo dictado» (Melià 1998: 28). Además, no les gusta que «todo sean letras», como afirmaba Mameric, y por el contrario, les encanta dibujar y realizar obras de arte a pequeña escala.

A diferencia de la escritura, al preguntarles a niños, niñas y jóvenes isleños si les gusta leer, la mayoría de las respuestas son afirmativas y responden que lo hacen porque les gusta o les divierte. «Leer es divertido –afirmaba Kervin, niño isleño de cuarto de pirmaria–. Me gusta cuando tiene muñequitos […] Porque cuando tiene muñequitos uno se divierte». Al respecto, afirman que su lectura se limita a los fragmentos de textos que se encuentran en los libros escolares, diccionarios y enciclopedias que utilizan para realizar sus tareas; sin embargo, esta respuesta no da cuenta de lo que los niños isleños leen verdaderamente, «sino lo que le[s] parece legítimo entre lo que tiene[n] leído» (Bourdieu y Chartier, 2003: 256), dejando por fuera la lectura de la Biblia y de cuentos infantiles basados en historias y pasajes bíblicos, actividad que disfrutan y realizan frecuentemente. Los adultos, por su parte, además de leer la Biblia, libros de oración –prayers books– y otros materiales escritos relacionados, leen el periódico local «porque habla de mis islas», como enfatizaba Godoy.

Información escrita vs. Información habladaAunque de manera generalizada se ha aceptado que el poder de la escritura está relacionado con lo escrito como forma de imposición de una autoridad que puede ser del Estado o la de los poderosos (Chartier, 2000), en el caso sanandresano el poder de la palabra oral es mucho más fuerte y efectivo que una firma en un papel, en una carta o en un informe. Esto puede ser claramente ejemplificado con las palabras de la profesora isleña Vilma: «Primero hablo con el [rector]. Aclaramos las cosas y luego, si quiere, le escribo el informe. Porque es mejor hablar con él de eso, y no mandarle un papel con unas cosas escritas». La palabra hablada es muy poderosa, tiene la capacidad de contar y de cantar, de ordenar el mundo al nombrarlo, al igual que es un instrumento causante de divisiones, muerte y brujería.

Las relaciones sociales e interpersonales, el auxilio entre vecinos y los canales de comunicación en la isla se dan cara a cara. El chisme, la opinión de los vecinos y la charla cotidiana son de suma importancia para mantener esa red tanto de información como de conocimiento. Red magnificada por la pequeñez del territorio (Ratter, 2001) en la que se transmiten los conocimientos básicos, la historia del pueblo sanandresano y donde «todo el mundo está en boca de todo el mundo». Porque, como decía Miss Yolanda, narradora de tradición oral isleña y profesora de teatro, «cualquier cosa que pasa en la isla, a mí me la cuentan».

Relación oralidad escritura

«Mi mamá no nos leía,pero sí nos contaba libros.Era mucho lo que leíamos de esa manera.Ella es maestra, y nos compraba cerros de libros».14

La oralidad y la escritura son dos medios diferentes de comunicación a través de los cuales se intercambia información. Cada uno favorece de diferente manera la creación de hábitos de expresión, de estructuras de pensamiento y de procesos cognitivos. Cada uno constituye formas particulares de codificación de significados, formas de representar el mundo y de posicionarse en él (Olson, 1999). Así, pues, se debe «entender lo oral y lo escrito no como polos enfrentados sino como variaciones de las formas en que está dividido el mundo del discurso» (Feberosky, 1998: 9).

La población isleña puede caracterizarse como oral dada la naturaleza oral, musical y teatral de su lengua: el creole, pero desde hace más de un siglo, la Iglesia –primero la bautista y luego la católica– se ha encargado de los procesos alfabetizadores de esta población ligados a una política de control y a una necesidad de las iglesias de expandir la fe. Esto significa que los isleños hablan una lengua materna de tipo oral de ascendencia africana e inglesa, rica en repeticiones y silencios, que está acompañada por un lenguaje corporal, por la historia común de un pueblo, por los chistes, el canto, la música y la danza, y por un sistema de conocimientos y de transmisión de conocimientos; mientras que hablan, leen y escriben unas lenguas secundarias: el inglés y el español, que también cargan consigo todo un acervo cultural.

Los estudiantes isleños afirman que no les gusta escribir; en cambio, aseguran que sí les gusta leer. Ellos prefieren la lectura oral y en voz alta a la lectura silenciosa, pues cuando alguien «les cuenta» un texto y ellos lo escuchan, comprenden mucho mejor su contenido.

 


1 Este artículo es producto del trabajo etnográfico realizado por la autora en la isla de San Andrés durante el primer semestre del año 2005, dentro del programa de Trabajos Académicos de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Caribe. Este escrito se basa en el trabajo de grado titulado «Oralidad y escritura entre niños y niñas en la isla de San Andrés» para optar por el título de Antropóloga de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá.

2 La «colombianización se convirtió en la práctica en sinónimo de asimilación, colonización cultural, reducción de las diferencias, [e] implantación de un modelo cultural que muchos comenzaron a sentir como imposición» (Clemente Batalla 1991: 130-131).

3 La condición para que los isleños pudieran obtener un cargo en el gobierno intendencial antes de la declaración de San Andrés como Puerto Libre, era no solamente la de hablar español sino la de ser católico. Estos católicos convertidos por conveniencia eran llamados por los isleños bautistas como «job catholic» –católicos por empleo– (Clemente Batalla, 1989; Forbes, 2003; Friedemann, 1989). Luego de la declaración del Puerto Libre, la operatividad de la educación se intensificó, ya que el gobierno central solo dio trabajo a quienes sabían leer y escribir en español.

4 El Puerto Libre fue un modelo de desarrollo económico instaurado por medio de la ley 13 de noviembre de 1953, que buscaba sacar a la isla «del atraso» y del anonimato en que se encontraba, dándole un carácter comercial sin estatuto de zona franca.

5 Los isleños también se autodenominan raizales, término que trae consigo una fuerte carga política.

6 Muchas lenguas criollas de las diferentes islas del Caribe se mantienen orales, a diferencia de otras lenguas criollas del mundo como el Papiamentu en Curaçao, el Tok Pisin en Nueva Guinea, el Creole de Guadalupe, entre otras, que ya tienen una escritura oficial, reconocida y utilizada. Las lenguas criollas en general, han sido discriminadas mundialmente por desconocimiento y descritas como lenguas mal habladas.

7 La lengua africana Akán, también conocida como twi, chi o ti, es hablada actualmente por más de ocho millones de personas en Ghana. Entre los grupos étnicos de los pueblos Akán traídos a América por los ingleses en calidad de esclavos, están los Fanti y los Ashanti.

8 De acuerdo con Miss Cleotilde, miembro activo del movimiento raizal, traducir «es perder la esencia». La traducción, según Marc Augé, es similar a un ejercicio de cartografía. Cada lengua ha distribuido las palabras sobre el mundo –el mundo exterior y el mundo interior de la psiquis– y cada palabra dibuja fronteras. Pero dichas fronteras no coinciden de una lengua a otra. Si se confunde una palabra con otra –como resultado de una traducción demasiado rápida o no acertada– se corre el riesgo de encontrarse con sorpresas: los pensamientos que habilitaban la primera palabra no se acomodan a la segunda; o les sobra o les falta espacio (1998: 14).

9 En épocas pasadas los abuelos decían con orgullo «we, the creole people» –«nosotros, la gente criolla»– para identificarse étnica y culturalmente. En los últimos quince años el término creole se ha vuelto a utilizar para hacer referencia tanto al pueblo sanandresano como a su idioma.

10 Paña es la desfiguración de la palabra «spaniard», utilizada por parte de los isleños para denominar a los representantes de la población hispanohablante de Colombia continental (Parsons, 1985; Ratter, 2001; Sandner, 2003).

11 Anancy, Nansi, Anansi, Old Anancy, Bredda Anancy y Hemano Nansi son, entre otros, algunos de los nombres de la astuta, embaucadora, ingeniosa, burlona e irreverente araña, hija de las narraciones del África Occidental que llegó a América con los esclavizados para ridiculizar a los más temidos. Las Historias de Anancy fueron hechas para ser contadas, cantadas y animadas por los abuelos a las nuevas generaciones. En ellas, se narran historias de África, de la esclavitud, del pasado y del presente de las islas y se refleja el pensamiento y los valores isleños.

12 Existe una idea generalizada que considera la superioridad tecnológica del sistema alfabético de escritura con respecto al habla, idea en donde la escritura es considerada un órgano de progreso y un instrumento de desarrollo cultural y científico (Olson, 1999).

13 Ver los trabajos de Carol O’Flynn de Chávez, Marcia Ditmmann y Oakley Forbes.

14 Palabras de la profesora isleña Wena.


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