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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.66 Bogotá July/Dec. 2008

 

Por una Bogotá sin mugre: violencia, vida y muerte en la cloaca urbana1

For a Bogotá Without Filth: Violence, Life and Death in the Urban Sewer

Por uma Bogotá sem sujeira: violência, vida e morte em uma cloaca urbana

Andrés Góngora2
Universidad Nacional de Colombia
ilongote@gmail.com

Carlos José Suárez3
Universidad Nacional de Colombia
cjsuarezg@unal.edu.co


1Este artículo es producto de la investigación realizada con el apoyo de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia en el marco del proyecto Caracterización de la Oferta Institucional para el Habitante de la Calle en Colombia elaborado para el Ministerio de la Protección Social durante 2007. Resultados parciales fueron presentadas en el Simposio El Sangrado Corazón, violencia y subjetividad en Colombia, dentro del 12 Congreso de Antropología en Colombia, Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá, 13 de octubre de 2007.
2Antropólogo, Universidad Nacional de Colombia. Investigador Grupo Conflicto Social y Violencia, Centro de Estudios Sociales, Universidad Nacional de Colombia.
3Antropólogo, Universidad Nacional de Colombia. Investigador Grupo Conflicto Social y Violencia, Centro de Estudios Sociales, Universidad Nacional de Colombia.

Recibido: 13 de abril 2008, Aceptado: 26 de noviembre 2008



Resumen

Este texto resume un trabajo de investigación social que buscaba mostrar la interrelación entre las zonas de la muerte y de alto deterioro arquitectónico del centro de Bogotá, los procesos de renovación urbana que se dieron en la antigua calle del Cartucho y las personas que allí vivían (principalmente los habitantes de la calle) y el uso de la violencia. El análisis de los resultados evidenció cómo la limpieza social no es la principal causa de muerte de los habitantes de la calle; cómo no hay, en apariencia, un control institucional y monopolio estatal de la violencia dentro del sector y cómo estas zonas, a pesar de lo anterior, mantienen una serie de reglas implícitas que las gobiernan y delimitan, basadas en el uso estructurante de la violencia. Vimos además cómo hay una clara coincidencia entre los mapas de homicidio y estas zonas de deterioro urbano y finalmente cómo las representaciones sociales sobre las personas que allí habitan, refuerzan la iniciativa de renovación de la ciudad, a partir de un ideal estético y de utilidad que responde a la lógica del capital. Con este panorama, concluimos que los procesos de recuperación de los centros urbanos deteriorados, hacen parte de una estrategia kitsch que privilegia el embellecimiento, perpetuando y desplazando las problemáticas sociales.

Palabras clave: habitantes de la calle, violencia, urbanismo.


Abstract

This article resumes a social investigation that tried to show the interrelationship between death zones and serious architectural deterioration in the center of Bogotá; the processes of urban renovation that took place in the former "Calle del Cartucho" and the people that used to live there (mainly homeless people), and the use of violence. Analysis of the results evidenced that social cleansing is not the principal cause of death of homeless people; furthermore, there is no apparent institutional control and state monopoly over the violence in this sector, because these zones, despite the previously mentioned circumstances, maintain a series of implicit rules that govern and limit them, based on the structurizing use of violence. We also saw that there is a clear coincidence between the homicide maps and those zones of urban deterioration, and finally, how social representations about the people that live there reinforce the initiative of urban renovation, based on an aesthetic and utilitarian ideal that responds to the logic of the capital. With this panorama, we conclude that the recuperation process of deteriorated urban centers form part of a "kitsch" strategy that privileges the embellishment, perpetuating and displacing social problematics.

Key words: homeless people, violence, urbanism.


Resumo

Este texto resume um trabalho de pesquisa social que buscava mostrar a inter-relação entre as zonas da morte e de alta deterioração arquitetônica no centro de Bogotá, os processos de renovação urbana que ocorreram na antiga Calle del Cartucho e as pessoas que ali moravam (moradores de rua, principalmente) e o uso da violência. A análise dos resultados evidenciou como o extermínio social não é a principal causa de morte dos habitantes da rua. Demonstra-se também como não existem, em aparência, um controle institucional e um monopólio estatal da violência dentro do setor. Nestas zonas mantém-se uma série de regras implícitas que as governam e as limitam baseadas no uso estruturante da violência. Além disso, observamos que existe uma clara coincidência entre os mapas de homicídio e tais zonas de deterioração urbana e, por fim, como as representações sociais sobre as pessoas que ali habitam reforçam a iniciativa de renovação da cidade a partir de um ideal estético e de utilidade que responde à lógica do capital. Com este panorama, concluímos que os processos de recuperação dos centros urbanos deteriorados, fazem parte de uma estratégia Kitsch que privilegia o embelezamento, perpetuando e deslocando as problemáticas sociais.

Palavras chave: Moradores de rua, violência, urbanismo.


    ... El momento de la defecación es una
    demostración cotidiana
    de lo inaceptable de la Creación.
    Una de dos: o la mierda es aceptable
    (¡y entonces no cerremos la puerta del water!),
    o hemos sido creados de un modo inaceptable [...]
    De eso se desprende que el ideal estético
    del acuerdo categórico con el ser
    es un mundo en que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal estético se llama kitsch.
    Milan Kundera. La Insoportable Levedad del Ser.

Introducción

Con el título «Por fin se acabó el Tercer Milenio», el periódico El Tiempo anunciaba el martes 28 de junio de 2005 cómo se había borrado del mapa la Calle del Cartucho4. El alcalde de Bogotá Luís Eduardo Garzón inauguró el enorme parque que reemplazaba este deprimido sector5, producto de un megaproyecto de renovación urbana iniciado y liderado por el alcalde Enrique Peñalosa desde 1998 por medio del decreto 8806. Gracias a esta transformación las administraciones distritales esperaban la recuperación urbana, social, de seguridad y sobre todo comercial del sector de Santa Inés, destruyendo 602 predios a un costo de 80.000 millones de pesos7.

La población habitante del sector era mayoritariamente la que se nombra despectivamente como «desechables»8 (dedicados en su mayoría al reciclaje de basuras), así como «rateros» y «jíbaros»9, quienes llevaban a cabo actividades ilícitas como robos y venta de drogas (marihuana, bazuco y cocaína principalmente). El Idiprón realizó para el año 2001 el III Censo Sectorial del habitante de calle en Bogotá, que arrojó una cifra total de 10.477 personas en esta condición para la capital, de los cuales 3.312 (es decir, el 31,6%) se encontraban en la localidad de Santafé10, a la que pertenecía la Calle del Cartucho.

Con este panorama surgieron algunas preguntas que motivaron la investigación: ¿Dónde están las zonas de alto deterioro urbano en el centro Bogotá? ¿Qué personas viven y cómo habitan los sectores deteriorados? ¿Por qué hay que recuperar estas zonas? ¿Es la violencia un medio para conseguir tal fin? Y por último, ¿Cuáles son y han sido las consecuencias sociales de esta intervención urbanística?

Para responder a esto indagamos por las representaciones sociales del lugar así como de las personas que allí habitaban. De igual manera, intentamos hacer un diálogo entre la etnografía y los resultados de la investigación cualitativa con otros datos que nos ayudaron a caracterizar mejor este lugar deteriorado urbanísticamente que se convirtió, para muchos bogotanos, en el ícono de la muerte en la ciudad. Utilizamos así la cartografía realizada por la Secretaria de Gobierno (particularmente del SUIVD -Sistema Unificado de Información de Violencia y Delincuencia-) y fuentes estadísticas del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses -INMLCF- relacionadas con el homicidio en la ciudad y por localidades (especialmente en Los Mártires y Santafé), que nos permitieron ver las macrodinámicas de la muerte en la capital. Adicionalmente hicimos una búsqueda documental para rastrear las investigaciones previas sobre el tema en Colombia (escasas y poco recientes), y un análisis de los artículos presentados en el periódico El Tiempo entre los años 2000 y 2005, que relacionan a los habitantes de la calle con la violencia callejera. Luego realizamos un trabajo de campo en el barrio Santafé, donde la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional viene desarrollando prácticas estudiantiles, con el apoyo de la Fundación Procrear11, una ONG que tiene un amplio reconocimiento desde el 2001, año en que inició un trabajo de investigación e intervención prioritariamente con habitantes de la calle, travestis y prostitutas, lo que ha implicado tener relaciones fuertes con líderes de la zona. Algunos de estos líderes nos ayudaron a construir esta investigación y nos proporcionaron datos esenciales acerca de la historia y las dinámicas del sector.

La historia de Santa Inés según Don Pedro

Empezamos por indagar sobre la historia del lugar con uno de estos líderes, quien aceptó participar en la investigación a condición de cambiar su nombre: lo llamaremos Don Pedro. Es un hombre de aproximadamente 70 años que ha vivido hace tiempo en el sector y que conoció desde adentro la dinámica de formación del Cartucho:

    yo llevo aquí en esta zona como unos veinte años pero hace mucho tiempo que me tiré a la calle, tuve un negocito, un puesto como se dice, un cambuche en la calle 11 con carrera 11, eso era tétrico, terriblemente tétrico.

Esta venta ambulante le permitió a Don Pedro moverse por los sitios de delincuencia, venta de drogas y prostitución. La narración de su historia inicia en la década de 1950, cuando el sector se llenó de compraventas donde se comerciaban joyas y otros productos suntuarios; algunas de ellas se mantuvieron hasta el final del Cartucho, como las que todavía permanecen sobre la carrera décima:

    Alrededor del barrio Santa Inés [que se convertiría más adelante en la calle del Cartucho] se crearon una serie de negocios, debido una terminal de buses a donde llegaba en ese entonces la gente de la provincia12. Durante estos años comenzó también el reciclaje de botellas en el barrio. En los años sesenta el vicio era totalmente oculto y proscrito.

Además, el consumo de drogas, se circunscribía especialmente a las clases altas de Bogotá. Don Pedro señala que durante estos años comenzó la prostitución tanto femenina como masculina; sin embargo comenta que no se daba en la calle sino que se centraba en unos pocos locales destinados para tal fin. Por supuesto, ya existían las residencias y los hoteles de paso productos de la constante llegada de emigrantes a la ciudad por la mencionada terminal de transportes.

Dentro de los cambios que se operaron en el sector en esos años es importante observar cuál fue el papel de la comercialización de las drogas ilícitas en su construcción simbólica como lugar del miedo y la degeneración. En los años de 1970 se empezó a fumar «maduro»13 y se consumía la cocaína pura. Don Pedro anota que «de un momento a otro la calidad de la droga se empezó a deteriorar» cuando se descubrió el bazuco, gracias a un procedimiento que en argot se llama «patraseo»14; según él esto generó el hundimiento del sector. Al mismo tiempo,

    la zona se volvió muchísimo más peligrosa cuando los propietarios abandonaron sus lugares y sellaron las puertas de sus casas con inmensas tapias; los pordioseros las comenzaron a utilizar como lugares de habitación y todo se empezó a atiborrar de la mierda de los indigentes15.

El lugar comenzó a llenarse de excrementos y las familias de clase media que vivían en el Santa Inés y otros barrios circundantes como el Santafé empezaron a migrar hacia el norte de la ciudad.

En la década de 1980 cambió el «jibariadero»16, pues se prefirió la cantidad a la calidad: la pasta básica de cocaína que se consumía pura empezó a mezclarse con otro tipo de materiales para «rendirla» (o «cortarla»), entonces, apareció el bazuco como se conoce actualmente.

Esta sustancia «cambió el código ético de la calle» según la historia de don Pedro: la dinámica de comercio y consumo de drogas se tornó más intensa, al igual que la violencia y la prostitución. Ambas estaban atadas fuertemente al consumo ilegal de drogas dentro de la zona durante estos años. Por otro lado, se inició el desmantelamiento de las grandes casonas republicanas que databan de finales del siglo XIX y principios del XX: «se robaron toda la decoración y los acabados17. Estas enormes casas desvalijadas dieron paso a grandes inquilinatos y más adelante a lo que ahora se conoce como los castillos». La descripción interna de estos espacios nos fue proporcionada por Honorio18, un educador comunitario que trabaja en la zona:

    Usted entra y son escalas o un pasillo y una puertica angostica, oscuro. Ahí encuentra un salón grande y encuentra pizas también. En el salón están los manes que fuman ahí, pero en las piezas entra la gente que paga para que la dejen entrar, para que no los invadan los otros, hay manes que nos les gusta que los azaren [molesten] la traba y se van para la pieza, y cada que se le acaba el vicio llama al jíbaro para que le traiga más. En el espacio grande están los mas vaciados [pobres] los que van por una vicha. En las piezas [los consumidores] van con hembras, abajo también hay hembras esperando para ver quien llega, siempre hay mujeres en estos sitios y ellas consumen, siempre hay prostitución.

Don Pedro apunta que en la década de 1990 se intensificó aun más el fenómeno de la prostitución, tanto homosexual (sobre todo de travestis) como heterosexual, además del consumo de sustancia psicoactivas al interior de las «ollas»19. Estas ollas tienen actualmente una dinámica particular, pues dependiendo de la cantidad de dinero que tenga el cliente (a veces llamado «bacán»), éste puede entrar a determinadas ollas o a diferentes partes de la misma; puede disfrutar de las «bichas» o papeletas de bazuco en el patio de las casas (ya convertidas en «castillos») o intercambiar sexo por drogas en un cuarto privado. La operación de los castillos propone una nueva funcionalidad del espacio ya creado en términos de una optimización económica del consumo (en este caso de drogas ilegales). Así, siguiendo la arquitectura republicana, el gran patio central se convierte el lugar de lo más abyecto, mientras que los cuartos superiores se reservan para aquellos que tienen mayor poder adquisitivo, quienes además pueden comprar sexo o compañía femenina.

Las zonas de la muerte

Luego de escuchar esta historia «no oficial» del sector buscamos los mapas del homicidio en Bogotá, realizados por la Secretaría de Gobierno y por el INMLCF. Si nos remitimos al mapa de la tasa de homicidios en Bogotá según localidad 1997-1999 (mapa 1), vemos que las zonas de más alto homicidio de la ciudad se concentran precisamente en las localidades de Los Mártires y Santafé, más exactamente en la Calle del Cartucho, justo en el momento en que se inicia la intervención urbanísitica de 1998. Es decir, podemos leer aquí un exceso del uso de la violencia en el centro de Bogotá muy por encima del resto de la ciudad.

En una ampliación de la localidad de Los Mártires que muestra la densidad de los homicidios entre los años 1999 y 2002 (mapa 2) vemos cómo los lugares con mayores asesinatos evidencian los sitios donde actualmente quedan las ollas, específicamente nos referimos a los barrios Santafé (zona de trabajo sexual de la ciudad)20 y La Favorita21 (caracterizado por sus residencias, moteles, inquilinatos, ventas de repuestos de motos y comercio ilegal de drogas) y el Voto Nacional (donde quedan el «Bronx» y «Cinco Huecos»22).

Los mapas 3 y 4 muestran la concentración de homicidio común en Bogotá entre los años 2005 y 2006, cuando ya se había destruido El Cartucho e inaugurado el parque Tercer Milenio (2005) y donde se puede ver cuál ha sido el «flujo de la muerte»: si comparamos con el mapa de 1997–1999, se aprecia claramente el espacio en blanco de la ubicación de la «cloaca», como la llama Don Pedro, ahora convertida en gran parque.

Los mapas también muestran que la situación no mejoró ni terminó, sino que adquirió una distribución espacial diferente dentro de la ciudad, un desplazamiento centrífugo hacía el sur y noroccidente.

A pesar de que las cifras de homicidios para el sector han bajado (en las localidades de Santafé y Los Mártires), siguen siendo altos para el promedio de la ciudad, y además la mayor concentración permanece en el mismo sector, es decir en los barrios San Bernardo, Santafé, La Favorita y Voto Nacional. Estos mapas muestran también los lugares de la ciudad donde el homicidio ha comenzado a concentrarse, y que coincidencialmente corresponden a las ubicaciones de las nuevas «ollas», tanto las que están apareciendo como las que se están «reforzando». Estas se encuentran en el centro y en la periferia de la ciudad: principalmente en el barrio Las Cruces y en las localidades de Suba, Ciudad Bolívar y Kennedy (hay que mencionar especialmente la nueva «cloaca» cercana al centro de abastos más grande del país -Corabastos- denominado por los vecinos como el «Cartuchito»).

Los siguientes mapas (5 y 6) son ampliaciones de la intersección de las localidades de Santafé y Los Mártires, que muestran la concentración de los homicidios entre los años 2005 y 2006. En ellos podemos apreciar lo que llamamos una reconfiguración (o desplazamiento) de las zonas de la muerte, puesto que se evidencia el mencionado movimiento centrífugo a partir del núcleo de la calle del Cartucho. Aquí se puede ver el incremento de la densidad de homicidios en el barrio La Favorita, en Cinco Huecos (que se ha deteriorado bastante arquitectónicamente y tiene una concentración muy grande de inseguridad y de homicidios), en la calle del Bronx, que se ha convertido actualmente en una de las ollas más grandes de la ciudad, y en el sector de la Estación de la Sabana.

Desde la prensa

Después de ver los mapas y conociendo la causa del desplazamiento de la muerte en la ciudad, nos dispusimos a indagar cómo se había visto el fenómeno desde la prensa, particularmente desde el periódico El Tiempo, el diario de mayor circulación nacional. Cuando comenzamos a hacer la revisión desde el año 2000 hasta 2005, es decir en el apogeo del proceso de destrucción del Cartucho, vimos que este «desmonte» generó una gran cantidad de artículos, sobre todo aquellos que trataban acerca de la violencia en el sector y de la «limpieza social» predominante. Igualmente encontramos lecturas someras y poco críticas respecto a la denominada «ley de la calle». Entre los artículos encontramos con sorpresa que los periodistas de este medio de comunicación se habían dado cuenta de la ausencia de estadísticas oficiales sobre las víctimas de los grupos de limpieza social23, ya que fue común asociarla como la única causa de las muertes de los indigentes. La siguiente cita de prensa revela que más de la mitad de estos homicidios fueron por armas de fuego, aunque no se establece cuáles fueron los motivos:

    Según Medicina Legal, el año pasado [2002] murieron 87 indigentes en el deprimido y céntrico sector de El Cartucho: 49 por arma de fuego, 19 por arma blanca, 18 por la oleada terrorista del pasado 7 de agosto y uno por arma blanca y de fuego. Sin embargo, es complicado establecer si los asesinatos se producen por ajuste de cuentas, riñas o limpieza social. No hay estadísticas sobre víctimas de grupos de limpieza social. (El Tiempo: 03/07/2003: 1, 15).

El Tiempo de ese mismo año nos provee un ejemplo en sus ediciones del 26 de febrero del 2001 y del 1 de marzo de 2003 acerca de la vinculación de la policía en ejecuciones extrajuicio: cuatro jóvenes menores de edad fueron capturados el 3 de octubre del 2000 acusados de robar el radio de un bus; al llegar al parqueadero de la Estación 24 de la Policía, ubicada en la carrera 13 con calle 9, son torturados por ocho agentes de policía, quienes los golpearon y jugaron con ellos a la ruleta rusa. El expediente de la Procuraduría revela que mientras los jóvenes yacían en el piso, uno de los patrulleros gritó:

«¡Ahí viene el matón!...» Se trataba del agente Jhon Harold Orozco Díaz, quien con frialdad se acercó al joven Over Steven, le puso en la frente su ametralladora Uzi de dotación oficial y le disparó. El uniformado llamó a un indigente, identificado como Lucas Eduardo Fonseca Cabrera, y le entregó 20 mil pesos para que comprara un machete y unas bolsas plásticas. El cuerpo fue encontrado al otro día en un contenedor de basuras en la carrera 13 No 12–98. La Fiscalía cree que la investigación de este proceso puede llevar a esclarecer las numerosas muertes que se registraron durante el año 2000 en ese sector «deprimido» de la ciudad (El Tiempo, 26/2/2001; 01/03/2003)24.

El cadáver de Over fue encontrado en uno de los famosos contenedores de basura del Cartucho. Existe otro caso mencionado por El Tiempo:

    siete de los muertos fueron encontrados precisamente en la carrera 13 con calle 9, justo donde está ubicado el contenedor mencionado, en la misma donde había una estación de gasolina. La Policía aseguró que no hay limpieza y que si hay muertos es por venganza entre las mismas bandas que operan en el barrio (01/08/2000).

Es interesante ver cómo, aun siendo la ubicación de los muertos dentro del contenedor una impronta de los perpetradores, un modus operandi que busca dejar una huella en la memoria y dar un ejemplo de pedagogía moral, las autoridades insistan en ser ajenas a los hechos. Los contenedores fueron muy conocidos en la calle de El Cartucho pues marcaban los límites de esta zona y funcionaban como el lugar «autorizado» para depositar los muertos.

Estas informaciones redactadas con tono de denuncia terminaron promoviendo el miedo y el pánico moral, y justificando, «sin proponérselo», acciones de política pública. Al respecto, las declaraciones del gerente del proyecto Tercer Milenio, doctor Eduardo Aguirre, explicaban «objetivamente» las causas que motivaron el desmantelamiento de El Cartucho:

    El objetivo de la intervención urbanística en ese sector es desarticular la economía del Cartucho, la mayor parte de la cual gira alrededor de la venta de droga y del mercado de lo ilícito. También busca separar la actividad del reciclaje que realizan allí unas cien bodegas y gente especializada en este oficio, para lograr que esta se haga en forma tecnificada y digna, en otro sitio de Bogotá, bajo las normas del plan maestro de manejo de residuos sólidos que tiene la ciudad. (El Tiempo: 17/02/2002, Página: 1-9, énfasis agregado).

    Con cifras, el Distrito demuestra que para la ciudad hubiera sido mucho más costoso no hacer nada y dejar que el proceso de deterioro en los barrios Santa Inés y San Bernardo, donde se concentraba El Cartucho, se consolidará. Si esa zona se hubiera quedado como estaba antes, la ciudad hubiera perdido cerca de 400.000 millones de pesos en desvalorización de la tierra, pérdida de trabajo productivo, tiempo y desarrollo de la tierra. (El Tiempo: 31/01/2002, Página: 1-6. énfasis agregado).

Hubo entonces una respuesta urbana en contra de una actividad económica específica e ilícita de un sector de la ciudad claramente delimitado, cuya recuperación debía hacerse en beneficio de la comunidad capitalina. Así mismo vemos cómo se buscaba mejorar las condiciones de un oficio que tenía nexos con la ilegalidad -es decir el reciclaje- mediante la mecanización del proceso, aunque en el fondo, lo que se percibe es la necesidad de controlar un mercado millonario. El diario en cuestión en su edición del 3 de marzo de 2000, describe a uno de los líderes del lugar, Ernesto El Loco Calderón, como una persona que «mantiene un inquilinato en la calle de El Cartucho y opera un negocio de 20 millones de pesos al día» (El Tiempo, 03/03/2000). El mismo dueño de los establecimientos de reciclaje aseguraba:

    Aquí se mueve, además del mercado del reciclaje, un negocio ilícito de armas y droga que supera los cien millones de pesos diarios, explicó Calderón, quien controla las 500 toneladas de residuos reciclables. Las transacciones de estos materiales pueden superar otros cien millones (El Tiempo, 01/08/2000).

Calderón murió en extraños hechos el 3 de marzo de 2001. Un año antes El Tiempo escribía:

    Calderón se está exponiendo a que se formulen cargos penales en su contra por liderar la protesta de la semana pasada que se le salió de las manos y dejó un muerto y más de diez heridos [...] durante la protesta los indigentes fueron utilizados, pues en el fondo la manifestación estaba relacionada con los intereses de Calderón para que le paguen más dinero por sus predios. Los avalúos de los terrenos forman parte del proceso de recuperación del centro de la ciudad, que adelanta la Administración Distrital. Peñalosa también aseguró que en esa zona están operando organizaciones criminales, lo cual se hizo evidente con las armas de fuego y granadas de fragmentación, que se usaron en la protesta (08/03/2000).

Los enfrentamientos entre el Alcalde y el líder eran amenazantes: «Si el alcalde insiste en desalojarnos, tendrá que sacarnos muertos, sentenció entonces Calderón y Peñalosa respondió que no permitiría que El Cartucho siguiera siendo una república independiente» (11/03/2001).

Las primeras versiones acerca de la muerte del líder fueron las siguientes: «La declaración de uno de sus compañeros señala que, desde hacía días, el líder de El Cartucho era seguido por hombres desconocidos que merodeaban ese sector» (04/03/2001). Al describir cómo había ocurrido el asesinato del líder el periodista dice:

    un indigente, casi frente a esta misma casa donde Calderón vivió los últimos años de su vida, se le acercó por detrás y le disparó al cuello (05/03/2001). Al día siguiente la noticia se torna más ambigua: sobre el autor y las causas del homicidio no hay certeza aún. Aunque se habla de una posible venganza de expendedores de droga que compiten por el control del negocio en el sector, sólo las autoridades judiciales podrán decir la última palabra (06/03/2001).

Para las exequias el diario anota que «en el entierro de Ernesto Calderón se vieron pocos ñeros y mucha gente bien» (06/03/2001). Por último, un año después de la muerte de El Loco Calderón el periódico El Tiempo aclara que «murió baleado por sicarios en esa misma zona el 3 de marzo del año pasado» (17/02/2002).

La actividades comerciales adquieren así una valoración moral dependiendo de quienes las realicen. Finalmente el parque fue inaugurado dejando tras de sí una estela de muertos e ignominia para la ciudad. En la siguiente foto 1 podemos apreciar cómo fue aplanado el sector de El Cartucho después de la intervención, cuando se arrasó con el lugar que nadie quería ver, y que ahora se llama Parque Tercer Milenio, dando a entender una evolución en el crecimiento y desarrollo de la ciudad.

Después de los últimos desalojo y con la construcción en progreso, quienes detentan el monopolio de la comunicación pretenden también, con citas como la siguiente, crear un «clima de opinión» respecto a las intervenciones estatales dentro del sector, apoyados siempre en ataques circunstanciales e interesándose en el problema social cuando la zona ya había sido afectada:

El proyecto del Parque Tercer Milenio tiene varios años y, aunque se le han invertido más de 100 mil millones de pesos, a nadie se le ocurrió, en los pasados cinco años, que, con la población de ñeros25, gamines, recicladores y adictos al basuco que viven en la zona, habría que hacer algo, y en serio. Ahora, la bomba estalló y se improvisan las respuestas, como depositarlos –vaya ironía– en el antiguo matadero municipal. ¿Dónde estuvieron todo este tiempo los responsables del Departamento Administrativo de Bienestar Social (DABS)? (El Tiempo: 27/04/2005, Página: 1-18, énfasis agregado).

La «bomba de tiempo» a la que hace referencia el diario fue el desalojo improvisado de los últimos habitantes de El Cartucho quienes fueron llevados al Matadero Municipal (nombrado eufemísticamente por los funcionarios del Distrito como lote de Paiba). En el sitio se realizó un censo con los siguientes resultados: un total de 1.456 personas, desagregados así: 430 (29.53%) mujeres y 1.026 (70,47%), hombres; del total el 18% (263) eran menores de 17 años y 118 personas (8%) presentaron diagnóstico psiquiátrico y 36 (2,5%) eran discapacitados. Estas fueron llamadas en su momento medidas de emergencia (Corredor, 2005).

En este punto hay que hacer un comentario acerca del lugar que ocupaba en la memoria el sitio que se ha estigmatizado como el lugar la muerte y la degeneración en la ciudad. Cuando arquitectónicamente se modifica algo, sobre todo algo que tiene una forma inscrita en la memoria y se le pasa una aplanadora por encima, es probable que con El Tiempo la gente ya no se entere que ahí debajo hay un gran campo santo, un enorme cementerio. Es así como la desaparición de los registros permite transformar las percepciones de las personas y en esa medida la capacidad de recordar, en tanto no hay un sustrato material que permita la evocación. Paradójicamente el único edificio que quedó en pie después del paso de la pala fue la morgue de la ciudad.26

La degeneración

Hasta ahora hemos analizado la transformación urbana del centro de la ciudad; el proceso de marginalización de la zona; la emergencia de la venta y consumo de drogas y la coincidencia de estos fenómenos con la concentración de homicidios en Bogotá. Asimismo, se hizo un recuento del seguimiento de prensa que se le dio al proceso arquitectónico y político que pretendía solucionar estas problemáticas. Volvamos entonces a las declaraciones que nos proporciona Don Pedro, acerca de la génesis y evolución de esta historia que resultan iluminadoras. En la siguiente cita podemos apreciar cómo el comercio de las drogas está estrechamente vinculado con la «degeneración» del sector:

    El primero que lo llamó «bazuco» fue un moreno, costeño del barrio (papá de unos policías), pero la droga se degeneró en los ochenta. Luego se degeneró a pipa27. Comenzó a llegar la marihuana del Llano y de Caldas y con la aparición del bazuco cambia la actividad comercial: se vuelve el jibariadero. La policía y el ejército hacían batidas y recogían. La miseria se refugió allá [en El Cartucho]. Al principio al que llegaba degenerado lo sacaban, pero esa pelea la ganó la miseria. Cuando comenzó ponían ventorrillos en la calle y luego corrió la voz de que allí se conseguía lo que se quisiera; que se conseguían los personajes para las «vueltas»28.

Don Pedro aprecia muy bien la degeneración de la droga, y nos acogemos a su propia explicación de la sucesión de los acontecimientos en el lugar:

    El bazuco... droga asesina degenerada, más comercial que la buena hasta que ésta desapareció. Cambió el código ético... los jíbaros se preciaban de que vendían bueno... ahora le meten hasta polvo de ladrillo. Entra la mano impura del comerciante, llegó la mano de ese inescrupuloso, sucio, cochino que comenzó a meterle otras porquerías. Esa base de antes, esa bajaba suave, diez minutos de disfrute del estado ¡ah, delicioso!, ¡pleno!, ¡despierto en la actividad! ¡Exquisito, qué delicia, qué rico!

Don Pedro apela a una metáfora de la suciedad implícita al sistema comercial de ganancias, que daña la calidad de las drogas y que al tiempo transforma las reglas cotidianas. A medida que va cambiando ese código ético se van transformando las relaciones personales y comerciales dentro de las «ollas del centro». En los relatos obtenidos se encuentra así un proceso simultáneo de degeneración que vincula el deterioro arquitectónico, el aumento de la suciedad y la disminución de calidad de las drogas.

    La prostitución cambia, por que se encuentra en el lugar de compra de bazuco29... cambia por la violencia, las vías de hecho. La zona de los inquilinato se hace más pobre y degenerada hasta volverse los famosos castillos: esas casas del Bogotá viejo... llegaba la gente y se quedaba consumiendo dos horas, tres horas... unos duraban ocho días hasta que se acababa la plata y tenía que irse, si se quedaba patinando o gorriando [pidiendo sin tener] lo mataban: eso es lo que hay. Luego vino la pala y desbarató todo. Esto que le cuento fue entre el 90 y en el 2000. Hacia 2001 entra el plan de renovación urbana... la policía tenía que ver en eso, dejó que se degenerara hasta el máximo... eso fue lo planeado, una determinación estatal. Nadie sintió dolor por ese centro que era valioso, un pecado contra la ciudad... ese es un valor como la historia de los abuelos... eso lo mataron, por eso no hay «bogotanismo». La gente cogió para detrás del Batallón, que ya tenía cierto morbo... hasta le dieron el nombre del Bronx, otros bajaron a las calles 11, 12, 10 y 9 con carreras 18 y 22. La dejaron degradar sin protegerla de nada, que se volviera mierda. Se vendían las tejas y comenzaron a sacarle el herraje y la ornamentación, sacaban el cable, las puertas... flujo de cosas que salían de allí, para darle vida a la Plaza España. Abandonaron todo... y luego se volvió Cinco Huecos y esos huecos pedían a gritos que los llenaran...

La experiencia de Don Pedro lo hace reflexionar hacia una intencionalidad del proceso de degradación de este sector de la ciudad, aunque su lamento se dirige más hacia la destrucción indiscriminada de monumentos y bienes. Al respecto hay dos puntos de vista: desde una perspectiva del recuerdo inconmovible y monumental Martín-Barbero, en sus ya acostumbradas críticas a las formas de vivir latinoamericanas, dice que «la ciudad muere cuando destruyen su memoria, cuando a la gente le roban los referentes de su identidad, como ha ocurrido en Bogotá [...] Porque pocas ciudades en el mundo han sido tan irrespetuosas con su memoria» (2003: 74). Por otro lado se encuentra el pragmatismo radical y sin nostalgias del urbanista Le Corbusier: «Es posible que, en algunos casos, la demolición de casas y tugurios insalubres en los alrededores de un monumento de valor histórico destruya un ambiente secular. Eso es lamentable, pero inevitable» (1989: 107).

La muerte en la calle

Luego de la intervención para la construcción del Parque Tercer Milenio fue indudable que la tasa y número de homicidios en la localidad de Santafé disminuyó durante el proceso de renovación del Cartucho (igualmente las cifras para la localidad de Los Mártires pero en menor proporción). Esto se puede apreciar tanto en los mapas del desplazamiento de las concentraciones de homicidio, vistos anteriormente, como en la gráfica 1. Sin embargo, lo que sucedió en realidad fue que estos homicidios se trasladaron a otros sectores de la ciudad, como las mencionadas «ollas» del Bronx y Cinco Huecos.

Luego de tener identificados los sectores de la ciudad donde más ocurrían los asesinatos fue importante caracterizar más a fondo el sitio de ocurrencia de estos, es decir, saber si definitivamente eran asesinatos esporádicos en la calle o si se daban más comunmente en el ámbito privado. Como lo muestra el gráfico 2, encontramos que el 66.3% de los asesinatos de la ciudad se cometen en la calle. Además, como se ha visto, los homicidios no ocurren en cualquier calle sino en unas zonas muy particulares de la ciudad. La «calle» que estamos caracterizando es entonces una muy especial, descrita como viciosa y peligrosa. Es donde se aglutinan los llamados «ciudadanos habitantes de la calle», según la nueva terminología burocrática.

Recordemos que según las estadísticas oficiales las dos terceras partes de los asesinatos en la ciudad se dan en la calle. Si además comparamos este dato con la motivación del homicidio en Bogotá (gráfico 3), podremos contestar desde las cifras oficiales, que la muerte en la calle es producto de venganzas o riñas principalmente. Otra de las causas de homicidio dentro de las categorías de la Policía es ser «persona vulnerable». Como se aprecia esta variable es de distinta naturaleza si se compara con las otras motivaciones del homicidio, de tipo circunstancial, como riñas, discusiones, robos, hurtos, resistencia al atraco, intolerancia social y procedimientos policíacos mal ejecutados. Dentro de las «personas vulnerables» el 66,7% son habitantes de la calle, 20,8% reinsertados, 8,3% desplazados y 4,2% trabajadoras y trabajadores sexuales. Al respecto es preciso preguntarse ¿qué tienen en común estás poblaciones, su vulnerabilidad a la muerte, estar en mayor «riesgo social» o no tener garantizados sus derechos? ¿Cuáles es el criterio para ser personas vulnerables? ¿Por qué no se incluyen en las estadísticas de muerte a otras minorías?

En conclusión, en esta ciudad, ser personas vulnerables es un motivo de homicidio.

Igualmente, podemos concluir que no todos los asesinados en la calle son habitantes de la calle y que la mayor parte de los homicidios se dan por venganzas, discusiones o peleas. No obstante, no hay que olvidar que esta afirmación se sustenta en fuentes policíacas, que no siempre coinciden con los dictámenes de Medicina Legal, y que invisibilizan la limpieza social y el abuso de la autoridad. ¿Será que estos fenómenos pueden pertenecer a alguna de las categorías utilizadas por el Estado, verbigracia, «en investigación» u «homicidio en procedimiento con autoridad competente»? Juntas suman el 27% de las muertas violentas en la ciudad.

La torsión

Las fuentes primarias analizadas hasta el momento nos permitieron reformular nuestro punto de partida para explicar la violencia en la calle. Este planteamiento inicial buscaba comprobar la «hipótesis del escuadrón de la muerte»: respuesta ilegal para aniquilar a jóvenes «pandilleros» en las periferias y habitantes de la calle en los sitios de alto deterioro urbano. En un principio nos basamos en las investigaciones de Stannow (1996) y Rojas (1994) según las cuales la muerte de los habitantes de la calle y de aquellas poblaciones marginadas, como trabajadoras sexuales, pirobos30 y pandilleros, se daba principalmente por la acción de la «limpieza social» propiciada por fuerzas estatales y paraestatales31. En este acto se combinan varios elementos: los fines comunicativos, la normalización de las conductas desviadas y las representaciones sociales que las validan. El trabajo de Carlos Eduardo Rojas explica brevemente cómo funciona este mecanismo:

    La intención originaria puede ser la de disciplinar a la sociedad, sin desistir de ella, ante la inevitable constatación de que esto es imposible ya que dichas conductas obedecen a factores estructurales y no a razones puramente individuales o patológicas, se decide entonces erradicar de un determinado ámbito espacial a aquellos grupos portadores de una identidad nociva y peligrosa. A su vez, la erradicación de un lugar y luego de otros, lleva a la conclusión de que inexorablemente este sector de la población debe ocupar un espacio delimitado. Entonces se le trazan territorios y se crean mecanismos que les impidan abarcar otros más allá de los fijados, llegando al establecimiento de ghettos (1994: 64).

La performatividad del acto violento, de la «limpieza social» y su impronta en la memoria, se pueden apreciar claramente en los modus operandi, en la sevicia y el lenguaje tanatológico que implica la tortura y manejo del cadáver (ya mencionamos el caso de los contenedores, que funcionan como marcadores espaciales). Formas de tortura plenamente identificadas como lo muestra Stannow: «Una noche una pareja de policías me recogió y me llevó hasta Guadalupe... Ellos me patearon y golpearon todo el camino hasta arriba. Toda mi cara estaba deforme. A veces ellos arrancaban las uñas de las personas». Luego las ataban de pies y manos, las golpeaban y las lanzaban montaña abajo. Desde este punto de vista el fin sería la normalización de conductas excéntricas usando la pedagogía de la violencia, produciendo temor y miedo en el «otro» marginal y transgresor32.

El escarmiento a «los vagos y los drogadictos»33 se da por la visión de progreso y bienestar centrado en el trabajo, apoyado además en los ideales de responsabilidad y acumulación que estas personas transgreden, dada su excesiva miseria. Por otro lado, la vagancia implica la pérdida del tiempo, el derroche de energía sin fines productivos, sobre todo en el caso de pandilleros, «ñeros y gamines» y aquellos que no se ganan el pan «con el sudor de la frente». Las prostitutas, travestis y pirobos, a pesar de estar dentro de las normas del mercado, siendo ellos mismos mercancías sexuales, quebrantan y cuestionan las normas sociales por sus comportamientos inmorales y pervertidos, pues «riegan su semilla en suelo estéril». Sexualidades excéntricas y no procreativas: el exceso de los vicios. Lo anterior reafirma los planteamientos de Robert Castel (1998), según los cuales la marginalidad es una situación en la cual se suman factores de exclusión social simbólicos (comportamientos moralmente reprochables) y económicos (la relación con el trabajo).

El último elemento constitutivo de la teoría del escuadrón de la muerte es que existe una imagen sobre los vagabundos y quienes habitan la calle, pues se salen de la «civilización» y hay que controlarlos. Esto se puede colegir a partir de los nombres usados para designarlos: el sucio, el loco, el desechable, el indigente, el drogo, la prostituta y la loca. Una representación social de suciedad y caos, que se opone a un ideal higiénico de ciudad y de sociedad en donde el mugre no es aceptado. Finalmente estas investigaciones analizan la «limpieza social» y sus actores, concluyendo que el Estado se encarga de estimularla: ya sea por medio del exceso de la fuerza policíaca, patrocinando el paramilitarismo y otros grupos; o por omisión, permitiendo la preservación de la cloaca al no desarrollar políticas públicas y al ser permisivo con la ilegalidad34.

En contraste con lo expuesto acerca de los escuadrones de la muerte, los datos estadísticos, de prensa y etnográficos recogidos en esta investigación nos permiten interpretar que la muerte violenta de los habitantes de la calle no se da únicamente por la «limpieza social», como lo afirman la mayoría de las investigaciones consultadas, sino por la violencia endógena, es decir, aquella provocada por las venganzas y las riñas. Pero, ¿qué propicia estas disputas y su fatal desenlace?

Como ya vimos los sectores de la ciudad donde se comenten homicidios en la calle coinciden exactamente con las zonas de alto deterioro arquitectónico, comercio ilegal, prostitución, venta y consumo de drogas. Al examinar por medio de la etnografía las dinámicas de la muerte en estos sectores encontramos la regulación de las relaciones sociales por medio de la violencia. En otras palabras, la dinámica interna de las «cloacas» mata a la gente, y no responde totalmente al ideal de belleza urbana y eutanasia social. Surge entonces la nueva hipótesis: la violencia tiene como funciones, delimitar y regular unos espacios definidos de la ciudad, signados por la degeneración y la muerte.

La tragedia en la cloaca (dramatis personae)

La violencia es evidentemente un mecanismo de poder, que tiene dos manifestaciones particulares en la cloaca: el destierro o la muerte. Hasta el momento hemos abordado el tema desde las representaciones sociales sobre la cloaca y quienes permanecen en ella, concretadas en una relación metonímica: la gente que vive en la calle es la calle, es decir que todos los atributos vinculadas con la calle (suciedad, desorden, trashumancia) son traspasadas a las personas que la habitan.35 De igual forma la recuperación del centro de la ciudad tendría que acompasarse con una «recuperación» de los habitantes de la calle.

Hemos visto también cómo se persigue la domesticación de lo «salvaje» y lo «anormal» circunscribiéndolo a un espacio geográfico por medio de distintas estrategias: 1) desde el gobierno, mediante los planes de ordenamiento territorial y las políticas de seguridad que pretenden recuperar arquitectónicamente y socialmente los centros de poder y el espacio público; 2) desde las instituciones de intervención social, tanto gubernamentales como no gubernamentales, que focalizan sus acciones particulares desde la asistencia, caridad, salud pública y vulneración de derechos; y 3) desde los agentes de control social por medio del uso de la fuerza, tanto policíaca como paramilitar. Desde esta perspectiva el uso ilegal de la fuerza se restringe a la «limpieza social», a ejecuciones sumarias o a muertes ocasionales, casuales y caóticas, como veremos más adelante.

Si bien la cloaca del barrio Santa Inés se acabó, se reforzaron las cloacas aledañas ya existentes y aparecieron otras nuevas, como la calle del Bronx, la zona de Cinco Huecos, los barrios Santafe, La Favorita, Las Cruces y la vecindad de Corabastos. Al respecto, la investigación determinó que iniciativas como la destrucción de la antigua calle de El Cartucho, son un simulacro arquitectónico con pretensiones de bienestar y desarrollo social y económico.

Por otra parte, al contrastar la información expuesta hasta el momento con los relatos de quienes viven en estas calles, no se respalda plenamente la hipótesis de los escuadrones de exterminio como único generador de muerte, pareciera que su fin es la delimitación más que la regulación de los espacios de exclusión. Entonces ¿de qué se muere la gente en la cloaca? De «plomonía» según algunos habitantes de la calle entrevistados en la ciudad de Medellín36. Don Pedro asevera que lo que ocurre en la zona es una tragedia social causada principalmente por cuatro actores: el jíbaro, el policía, las «liebres» y los marginados y por el escenario mismo donde se desarrolla el drama.

El jíbaro es la ley dentro del «caos» de la calle. El quebrantamiento de «su ley» es castigado con la muerte o el exilio. La ruptura de la ley hace que el trasgresor tenga una «liebre» o se convierta en una37, es decir una deuda pendiente de honor o económica. Los silencios de los informantes evidencian esa ruptura. Al indagar por las leyes de la calle la más importante tiene que ver con la prohibición de hablar sobre la forma en que se saldan las cuentas y sobre la delincuencia: «ni sapo ni sepo», «los juguetes no se prestan» y «el que nada debe nada teme» son expresiones comunes dentro de la jerga callejera. Los jíbaros encarnan la figura masculina de poder, el patriarca. En palabras de Don Pedro:

    Ellos personifican el mal. En alguna gente tiene un gran atractivo el mal, le rinden tributo al mal personificado por un hombre fuerte; lo veneran y las mujeres le llevan los chismes. Hay servilismo hacía el déspota ese, hacia el tirano. En la época del 5 a 0 [1993] había una pandilla, eran unos animales espantosos, eran hermanos..., estas Pirañas38 negociaban con dulce o sal [drogas], estos tipos vendían sal y no admitían crítica, ellos tenían su rutina especial en la forma de sacrificar a la gente. Todos tenían un chuzo hecho con radios de moto, les sacaban punta, tenían una puntería tremenda. Los clavaban en el corazón.

Comenzamos a ver una autoridad clara dentro de la ilegalidad. Sin embargo, el jíbaro es la cabeza visible de una oscura cadena de poder que se sumerge dentro de la estructura social legitimada. Las redes jerárquicas que operan dentro de la cloaca, si bien necesitan un personaje que las materialice, no necesariamente tienen que establecerse en el sitio. Los grandes poderes de la ilegalidad devienen personajes ilustres en el contexto público.

El segundo actor de esta tragedia, como la llama Don Pedro, es la fuerza pública, que cumple dos papeles. Por un lado ejerce el poder que le otorga la ley y por otro se muestra permisiva con la ilegalidad39: La policía, además de regular los límites de la cloaca, tiene injerencia sobre las ollas y el tráfico de estupefacientes por medio de interdicciones y cateos:

    En ocasiones resulta que llegan y pillan algo, encuentran a un marchante y lo cogen positivo [con drogas en su poder], entonces lo aprietan y el canta; ahí mismo como están al corriente del plan hay represión, y rompen la puerta, vuelan la cerradura y [la olla] queda cerrado dos días.

En tercer lugar encontramos a la «liebre», que parece más una relación que un actor, en tanto cualquiera puede estar en esta situación sin importar su lugar en la jerarquía de la calle, ya que cualquiera puede llegar a adquirir deudas. Sin embargo es indudable que los personajes que se encuentran en las altas esferas de la ilegalidad no cazan sus liebres con sus propias manos. Don Pedro explica que «uno se puede ganar una liebre» por el control del territorio, el comercio y las mujeres:

    La envidia y los celos son terribles por la venta del vicio. Empiezan a hablar, construyen su juicio: «éste está vendiendo y le llegó la mula...» y este es el veneno más grande, es más fuerte que la represión oficial, se trata de la liebre... ella espera uno o dos años, hasta que su víctima le da el pago, hasta que lo encuentra pagando, y dice: «usted está atentando contra mí, contra mi territorio», entonces hay que darle. El dicho es que «al que le van a dar le guardan», y ahí tiene su guardado. Pero el dueño no se mueve, para nada. A la persona le van a llegar anónimos [sicarios] y ese es el que lo mata, puede estar uno abriendo la puerta o algo. Ese es el sicario más terrible, a ese hay que tenerle miedo.

Un claro ejemplo del modus operandi de la libre fue el ya comentado caso de «El loco» Calderón. Antes de la destrucción de El Cartucho el diario El Tiempo documentó este tipo de castigo, que desde la perspectiva del periodista aparece como un suceso casual y un peligro inminente para cualquiera que se acerque al sector. Sin embargo, la ley de la calle es inflexible y paciente: «al que le van a dar le guardan»:

    Las muertes aquí suceden a diario. Muchas veces han matado personas cuando han estado hablando conmigo. Hace unos cuatro años yo estaba tomando por aquí en El Cartucho. Yo estaba bebiendo con un amigo mío. De pronto llegó otro man y le dijo: «Venga aquí pa' fuera». El muchacho salió y el otro sin más palabras, de una vez le pegó tres tiros. Así es la ley aquí (El Tiempo: 05/03/2001, Página: 1-6).

Como vemos, la poca profundidad de las causas de estas muertes hacen que sean interpretadas someramente como caóticas, y las víctimas pueden ser presumidas como «inocentes». No obstante, dentro de la ley de la calle este «muchacho» era una liebre y por tanto un deudor de alguien más poderoso. En el relato la pasividad del joven da a entender que comprendía el «mensaje» aleccionador.

Por último, la escenografía que va componiendo el drama narrado por Don Pedro se complementa con las fuerzas internas de la cloaca, que no son personajes vivos o actores materiales sino circunstancias:

    La descomposición social, el hecho de que hemos llegado a una situación en la cual todo es indiferente, cualquier cosa. Si está sucediendo es porque es así. Una familia por ejemplo, con madre y dos hijos aguantando hambre terriblemente, sacando de una caneca las sobras y comer de eso. Eso es descomposición social. En últimas, la culpa es del Estado que reacciona de cualquier forma, tira y muestra darditos para decir que hace... A la gente no le llega sino la estera, el último estertor, una agüepanelita por ahí. Resulta que hay una mediana justificación, que es hasta de mal gusto nombrarla pero es evidente, es una fuerza que juega en esto, tiene un papel importante. El Estado requiere esas cloacas mire usted, ¿para qué será? Se utilizan esos lugares para reconocer a los individuos.

Jíbaros, policías y liebres se mezclan dentro de las jerarquías de la calle. Ya se hace más claro el orden interno de estas cloacas, donde las relaciones sociales están mediadas y reguladas por la violencia y la muerte. Dentro de esta escena se encuentran personas mercadeables que ejercen la prostitución; recicladores que hurgan la comida en la basura de otros; vendedores ambulantes que invaden el espacio de los ciudadanos: todos ellos chivos expiatorios de las políticas de seguridad y de la opinión pública que se guarece dentro de normas morales que niegan categóricamente la existencia de estas personas, catalogándolas como «residuos sociales». La víctima puede ser cualquiera de los protagonistas de esta tragedia, pues nadie escapa a las leyes de la calle; sin embargo, dentro de la jerarquía presente en esta zona, hay grupos subordinados conformados por consumidores de drogas, habitantes de la calle, prostitutas y travestís que son los que más mueren.

¿Renovación o kitsch?

La intervención sobre la antigua calle del Cartucho no cumplió con gran parte de los objetivos planteados como desmontar la dinámica delincuencial y tecnificar la labor del reciclaje. Sin embargo, desde el punto de vista arquitectónico y político, la construcción del Parque Tercer Milenio ha provocado un cambio en el paisaje y en la percepción del lugar, que con el tiempo hará que los habitantes de la ciudad olviden la historia de estas calles. En el paisaje intervenido no hay referentes que atestigüen lo que allí sucedió. Las fosas comunes que allí se encuentran proveerán el abono necesario para que crezcan frondosos árboles. Además, como lo señaló atinadamente El Tiempo, no hubo una respuesta social institucional efectiva para las personas que habitaban este sector, ni mucho menos se disminuyeron los actos violentos, el callejerismo, el consumo y comercio de drogas y en general las conductas ilegales. Lo que ocurrió fue un desplazamiento de las problemáticas hacia la periferia de la antigua cloaca. El Tiempo nos muestra las reacciones de los vecinos ante la caída del Cartucho:

    La masiva protesta de los habitantes del barrio Cundinamarca, de Bogotá, contra la presencia de centenares de indigentes desplazados de la zona de El Cartucho, ha sacado bruscamente a flote el grave problema social, humano y de seguridad que representan los llamados «habitantes de la calle». Ojalá las amargas lecciones que por su imprevisión está aprendiendo la capital sirvan a otras ciudades del país, donde la situación es igual de grave (El Tiempo: 27/04/2005, Página: 1-18).

Por otra parte los datos muestran un aumento en el número de habitantes de calle en la ciudad, ratificando así la ineficacia de este tipo de políticas de higiene y embellecimiento urbano que generan problemas sociales y no brindan soluciones a los afectados40.

Estos datos muestran la poca importancia que dentro de la política pública ocupa la situación de los habitantes de la calle, priorizándose el simulacro de belleza. La fuerza política del simulacro se da cuando el espectáculo oculta lo obsceno, cuando la sociedad en su afán por recobrar el centro histórico y de poder velar los problemas sociales los esconde bajo una alfombra, que sin embargo se pudrirá. Recordemos entonces las enseñanzas de Milan Kundera acerca del kitsch y su relación con la política: en nuestro caso la presencia de la cloaca es la rasgadura en la pintura realista que pretende el sistema totalitario; muestra además que escondiendo lo feo e indeseable se logra la perfección; es la mirada apática e indiferente del público que no quiere reconocer que también produce mierda, que no acepta el dolor ajeno. Como dijo Abraham Moles (1973) el kitsch es el arte de la felicidad ignorante. La pala promueve el olvido y orada la memoria.

¿Quién querría recordar el dolor y el locus de la muerte? El sufrimiento es un sinsentido dentro de la cultura occidental (Morgan, 2002), que debe ser eliminado y prevenido; de esto da cuenta la medicina moderna, que trata farmacéutica y analgésicamente la dolencia sin tener en cuenta la experiencia subjetiva ni los contextos sociales donde se produce la enfermedad; la arquitectura, que pretende una limpieza de quirófano libre de miseria y la política del bienestar que busca paliar las necesidades por medio de la caridad y el asistencialismo.

Apreciamos en la ciudad de Bogotá una coincidencia entre las zonas de deterioro arquitectónico, las de mayor concentración de homicidio, los lugares de exclusión y marginalidad social y los sitios de consumo y comercio de drogas. Sin embargo, vemos una falta de documentación de las dinámicas internas; las investigaciones denominan usualmente a estos lugares como caóticos y miserables. Esta falta de comprensión del contexto impide ver las jerarquías, las formas de dominación y las normas que rigen estos espacios aparentemente anárquicos, regulados por medio de un performance de terror: la muerte es castigo y advertencia de la infracción, que ritualiza y significa los cuerpos sacrificiales: en el caso de la limpieza social demarcando los límites de la cloaca con cadáveres (maniatados o con bocas selladas con pegante) y en la violencia endógena con la cacería pública de la liebre, el uso de objetos de tortura y de puñales untados de mierda para asegurar la muerte de la víctima. No entender esta lógica enmascara, por ejemplo, el papel ambiguo de la fuerza pública, el poder de los paramilitares y de los jíbaros, quienes regulan, delimitan y perpetúan la violencia.

Vemos también como la creación del Parque Tercer Milenio produjo un efecto centrífugo: una reacomodación de la cloaca y de la marginalidad social en el centro de Bogotá. Esta marginalidad no puede ser entendida alejada del sistema salarial, en tanto quienes están en la frontera permanecen fuera de las redes de producción de la riqueza y del reconocimiento social (Castel, 1998). Existe así una mendicidad aceptable dentro de la discapacidad y otra inaceptable, pues se abusa de un ocio del que no tiene derecho el pobre. Vemos que quienes llegan a la cloaca ya están desarraigados familiarmente y no generan sentidos de pertenencia con ésta; además esas personas suelen romper las reglas morales, y aunque aparentemente podemos inferir una mayor libertad dentro de estos sitios debido al «relajamiento de las costumbres», más bien hay una represión y circunscripción que los lleva a compartir este espacio. La exclusión concertada conlleva al destierro o la muerte por medio de procedimientos ritualizados.

Según Don Pedro «el Estado requiere esas cloacas para reconocer a los individuos», es decir, hay una institucionalización del lugar. Además existe el temor a la contaminación y al contagio de la marginalidad y la maldad, que explica el miedo hacia los habitantes de la calle que implica que su desaparición llegue a ser deseada.

La victimización de los habitantes de la calle desemboca en unas políticas de asistencia que pretenden la «inclusión», sin ver que la cloaca es estructural y funcional a las grandes ciudades modernas y al sistema capitalista. También generaliza la ilegalidad como única forma de subsistir e impide ver la obra de las organizaciones sociales y de base comunitaria que trabajan por la defensa de los derechos humanos.

Para finalizar exponemos algunas inquietudes que nos generó esta investigación. En un país marcado por la violencia ¿quién desearía recordar un episodio más de intolerancia y miedo? ¿Es que ocurren tantos episodios violentos y de manera sucesiva que no podemos detenernos a observar y a tratar de entenderlos? ¿Son el deterioro y la renovación arquitectónica una excusa para desplazar un grupo humano indeseado? ¿Por qué el Estado no detiene el deterioro? ¿Eran las casonas republicanas, que conformaban la antigua cloaca, importantes en términos históricos y patrimoniales? Y por último ¿Qué ocurrirá, desde el punto de vista del desarrollo urbano, con las actuales cloacas?

Fuentes

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4La mitología popular bogotana le atribuye este nombre al extinto barrio Santa Inés porque, según dicen, las ostentosas mansiones que allí se encontraban lucían en sus balcones estas hermosas flores. Otras versiones locales apuntan a una metáfora militar, ya que esta calle era como un cartucho lleno de pólvora a punto de estallar. Una lectura más histórica remite a los mapas del General Codazzi, quien conocía por este nombre al sector entre las carreras 12 y 13 con calle 9. En este lugar el Ejército Patriota de 1810 embalaba la pólvora dentro de cartuchos de papel (Robledo, 2008: 155–156). Sin embargo, la genealogía del nombre es bastante oscura y no es objetivo del presente artículo intentar dilucidarla.
5Ya Le Corbusier apuntaba en 1957: «Un conocimiento elemental de las principales nociones de la higiene basta para discernir los tugurios y discriminar los islotes claramente insalubres. Estos islotes deberán ser demolidos. Habrá que aprovechar esta circunstancia para sustituirlos por parques» (1989:72).
6Se trata del Programa de Renovación Urbana para la recuperación del sector comprendido por los barrios San Bernardo y Santa Inés y sus zonas aledañas. Las amenazas identificadas en el programa en 1998 fueron el riesgo de ruina de las edificaciones, la presencia de indigentes y el mercado ilegal especialmente de drogas.
7Ese mismo año de 1998 se publica el trabajo (Niño et al., 1998) donde se expone al habitante de la calle como «sujeto productor de miedo» (p. 94) y la Calle del Cartucho como el epítome del lugar del miedo entre la población de estudio, donde «convergen estigmatizaciones sobre el lugar y sobre los sujetos que lo ocupan» (p. 103).
8El término desechable es usado en el argot bogotano y en otras ciudades de Colombia para dirigirse peyorativamente a los habitantes de la calle. Aquí encontramos una categoría del sentido común que legitima la «limpieza social» al denominar a personas como cosas sobrantes, reemplazables, es decir, como basura.
9Expendedor de drogas y en algunos casos proxeneta.
10No confundir la localidad de Santafé (tercera), con el barrio Santafé, que queda en la localidad de Los Mártires (decimocuarta). Durante el texto nos referiremos prioritariamente a la localidad y marginalmente al barrio.
11La Fundación Procrear trabaja con una novedosa metodología de Tratamiento de Base Comunitaria y reducción del daño, ya aplicada en otros países de Latinoamérica (México, Chile, Honduras y Brasil entre otros) con resultados satisfactorios en el trabajo con personas marginalizadas y consumidores de drogas.
12Debemos recordar que para esta época los barrios de Santa Inés, San Victorino y Santafé, por ejemplo, hacían parte de la periferia de la naciente ciudad. Ver la reciente tesis de Maestría en Artes de Marisbel Rodríguez (2007), Patrimonio y prostitución: memoria histórica del barrio Santa Fe.
13Cigarrillo hecho de marihuana y cocaína.
14Proceso para devolver la cocaína a su estado de pasta básica. Se realiza con álcalis y bicarbonato de calcio. Según Don Pedro «se usa clorhídrico para sacar la escama, sulfúrico para dar sulfato de cocaína. Ambas se pueden devolver. Se disuelve en agua y se agrega amoniaco puro: 1g y 4 gotas de amoniaco. Se cataliza con una cuchara plata y se decanta. Ahí queda la base pura... se le agrega al tabaco y se hace un madura... delicioso y agarrador. La coca por la nariz no es tan adictiva... pero con la base nadie puede parar, hasta que se acaba. Se mete usted 50 g al día».
15Para un análisis de la evolución de los espacios privados e íntimos ver: Jaramillo (2003). El autor explica que «las primeras evoluciones de la habitación están ligadas a una necesidad de la separación de las prácticas, a partir de los discursos higienistas y morales y su nueva necesidad de autorepresentación y de una nueva elección de estar solo o en compañía» (p. 95). Asimismo Jaramillo anota que «lavarse, limpiarse y comer son actividades que se van a realizar en un lugar retirado y protegido por las paredes escondiendo el cuerpo por pudor, molestia o angustia» (p. 96).
16Negocio de venta de drogas.
17En el sitio conocido como «Cinco Huecos», un sector deprimido al occidente de la Plaza España no muy lejos de la antigua Calle del Cartucho, se han encontrado una serie de casonas vacías e interconectadas usadas como ollas, que la gente comparaba con el popular juego callejero de canicas (o monedas), de allí su nombre.
18El nombre fue cambiado para mantener el anonimato del informante.
19Lugares en donde se venden y consumen drogas.
20Sólo hasta mayo de 2002 durante la administración de Antanas Mockus con el decreto 619 se establece la «zona de alto impacto», como respuesta a una tutela de un ciudadano de la localidad de Barrios Unidos, lo que obligó a la Alcaldía a crearla para permitir el libre ejercicio del trabajo sexual dentro de la localidad de Los Mártires, específicamente en el barrio Santafé. Mientras tanto en el Cartucho se consolidaban los centros del monopolio del reciclaje, sobre todo el de botellas que se relacionaba con el creciente negocio de la falsificación del trago.
21Este barrio ya era conocido por sus lujosos hoteles desde los años cuarenta y anteriormente por ser residencia de familias prestantes y poderosas de la capital; actualmente en un artículo de El Espectador se menciona que «el POT decidió trasladar la zona de alto impacto del barrio Santafé a La Favorita. La justificación que le dieron a la comunidad fue que el barrio era uno de los que más cuartos tenía por metro cuadrado y, por lo tanto, tenía la infraestructura necesaria para este tipo de actividades. Apenas se enteró de esta decisión, la comunidad se unió en contra del Distrito».
22Estas son dos zonas de la localidad en donde se concentraron la mayor cantidad de habitantes de la calle y consumidores de drogas después de la desaparición de El Cartucho. Curiosamente, el «Bronx» está ubicado detrás del Batallón de Reclutamiento del Ejército.
23Como veremos más adelante estas cifras existen de manera no oficial. El investigador Carlos Rojas utiliza las cifras del Banco de Datos de Derechos Humanos del CINEP (Rojas, 1994). Lo que queda por determinar en estos casos son los perpetradores de la «limpieza social». El INMLCF tiene un conteo N.N. dentro de los que se encuentran la mayoría de los indigentes muertos. Para determinar quienes son habitantes de la calle se basan en la calidad de la ropa y la suciedad del cuerpo, particularmente de las uñas, los dedos y los dientes destruidos por el bazuco (entrevista a Cecilia Gelves, forense INMLCF, 2007).
24La tesis de Lovisa Stannow puede ayudarnos a esclarecer estos sucesos: «La venganza, entonces, es la palabra clave para entender estos abusos. Aquí la policía forma parte de, y juega un papel líder en, el mundo criminal. Los abusos son retaliaciones de tratos rotos, más que un control del crimen. Los vendedores de bazuco, prostitutas y otros que no pagan sus "impuestos" son castigados con violencia por sus "cobradores de impuestos" - la policía» (Stannow, 1996: 49; énfasis agregado).
25Apócope de compañero.
26Nos referimos a la sede del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencia Forenses a donde llegan los casos de violencia sexual, homicidio y muerte en espacios públicos.
27Aun dentro de los consumidores hay una «degradación», cuyo fondo es el uso de pipas para aspirar el humo del bazuco.
28Don Pedro se refiere a cualquier actividad ilícita, que puede ir desde la compra de drogas hasta sicariato.
29Don Pedro se refiere a que en sus inicios la prostitución y el consumo de drogas se realizaban en ambientes separados. Como él mismo señala, al final del Cartucho ambas actividades se hacían simultáneamente dentro de los castillos.
30Hombres que ejercen prostitución y que tienen una construcción de género masculina.
31Para profundizar en el debate sobre habitantes de la calle y limpieza social véase: Flor Romero, et. al. «Informe II. Programa de Derechos Humanos», Consultorio Jurídico, Universidad Nacional de Colombia. Inédito. 1994; Segovia (1994) y Mateus (1995).
32El último trabajo de Ángela María Robledo y Patricia Rodríguez también da cuenta de esta práctica policíaca tanto a habitantes de la calle como a vendedores ambulantes durante la época del Cartucho (2008: 190-191). Otros habitantes de la calle nos han comentado recientemente del famoso y temido «paseo» a Guadalupe.
33En entrevistas realizadas durante el 2007 a funcionarios que trabajan con habitantes de la calle, ellos dieron las siguientes definiciones sobre su objeto de intervención: «Es el desplazado, el delincuente, el vicioso de alcohol o de drogas, el homosexual»: Medalla Milagrosa, San Vicente de Paul; «subsiste dentro de su lógica de pensamiento: en la calle consume, roba, pide limosna o recurre a la buena voluntad de las personas»: Hogar Los Balcanes, SDIS; «son personas excluidas socialmente, quienes no existen para el Estado, son desamparados por la sociedad»: Fundacion Renacer.
34Stannow aclara que «la "limpieza" en Bogotá parece ser llevada a cabo semi-espontáneamente, a veces por agentes de la policía, pequeñas patrullas de la policía o guardias de seguridad privada quienes trabajan con el apoyo o tolerancia de la policía» (1996: 48). Rojas (1994) nos da una génesis de la «limpieza social» en Pereira, cuando el 5 de diciembre de 1979 la administración local determina «contrarrestar la ascendente acción de ladrones en la ciudad: marcarles la cara y las manos con tinta roja indeleble» (p. 15, énfasis agregado).
35Sobre la relación entre territorio y vida de calle véase: Salcedo (2000).
36Recordemos que tanto la limpieza social como los procesos de recuperación no son exclusivos de Bogotá; se ha dado en otras ciudades que interesa analizar posteriormente como Medellín, Pereira y Cartagena.
37Por qué se hace referencia a este animal no es muy claro en la investigación, pudiendo ser una metáfora de las cacerías o de la astucia del animal que se esconde para no morir.
38Para ver un análisis de los usos de nombres véase: Uribe (1990).
39Véase notas 24 y 34.
40Recientemente el IDIPRON dio a conocer los resultados del último censo sectorial de habitantes de calle realizado en 2007. El periódico amarillista Extra en su edición del 28 de agosto de 2008 apela a la desinformación cuando anuncia que para 2001 habían 11.832 habitantes de la calle y en 2004 10.077. Al conocer las cifras actuales nos sorprendimos ya que se cuentan 8.385 personas habitantes de la calle para el 2008. Esto muestra, por un lado, la ya acostumbrada manipulación de las cifras por parte de las entidades estatales, que dan cuenta del éxito de los planes de gobierno, y por otro la falta de información acerca del «paradero» de estas 5.030 personas. Decimos paradero ya que los niveles de «resocialización» que manejan las entidades que trabajan con indigentes no superan el 10% en los casos más excepcionales.


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