SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número67Subjetividad, identidad y violencia: masculinidades encrucijadasLa representación social del fenómeno del desplazamiento forzado en la prensa colombiana índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Universitas Humanística

versión impresa ISSN 0120-4807

univ.humanist.  n.67 Bogotá ene./jun. 2009

 

Etnografía de la violencia en la vida diaria. Aspectos metodológicos de un estudio de caso. Informe de investigación1

An ethnography of violence in daily life. Methodological aspects of a case study

Etnografia da violência no cotidiano. Aspectos metodológicos de um estudo de caso


Nicolás Espinosa2
Instituto de Estudios Regionales, Universidad de Antioquia
nicolas@iner.udea.edu.co


1Este artículo surge de la condensación de algunos apartes de mi tesis de Maestría en Antropología: "Política de vida y muerte. Etnografía de la violencia de la vida diaria en la sierra de La Macarena". Extiendo mis agradecimientos a la profesora de la Universidad Nacional Marta Zambrano, a quien le debo sus aportes en el diseño del proyecto de investigación, la definición del carácter etnográfico del trabajo así como la lectura pormenorizada y rigurosa del texto en general; en especial del aparte que inspira mayoritariamente la redacción del presente texto. De igual forma debo agradecer los comentarios y críticas que hiciera a mi trabajo el profesor de la Universidad Nacional César Abadía, algunos de los cuales han sido tomados en cuenta para el presente artículo.
2Sociólogo, Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Antropología, Universidad Nacional de Colombia. Investigador del Instituto de Estudios Regionales (INER) de la Universidad de Antioquia

Recibido: agosto 13 de 2008 Aceptado: 30 de enero de 2009



Resumen

El artículo recoge algunos de los principales ejes metodológicos sobre los cuales giró una investigación sobre la incidencia de la violencia política en la vida diaria de los campesinos de la Sierra de La Macarena, una región del piedemonte andino colombiano. El texto se propone, entonces, aportar elementos al debate metodológico que suponen los trabajos antropológicos realizados en contextos locales de violencia política. Escrito a manera de informe de investigación, el artículo presenta algunos de los resultados del trabajo, el marco analítico utilizado y los principales rasgos que definieron la práctica etnográfica.

Palabras clave: violencia política, Conflicto Armado, FARC, Etnografía.


Abstract

This paper is compiling some of the main methodological axes around which a research on political violence incidence on daily life of peasants in the Macarena sierra, located in Colombian Western Amazonia. This text aims to bring some elements to the methodological debate addressed by several anthropology works made in local contexts affected by political violence. Written as a research report, this paper presents several results of our work, the analysis framework used and the main features defining ethnographical practice.

Key words: political violence, armed conflict, FARC, ethnography.


Resumo

O artigo reúne alguns dos principais eixos metodológicos de uma pesquisa realizada sobre a incidência da violência política na vida diária dos camponeses da Serra da Macarena, uma região localizada na Amazônia ocidental colombiana. O texto propõe, então, contribuir ao debate metodológico com elementos que supõem os trabalhos antropológicos realizados em contextos locais de violência política. Escrito como relatório de pesquisa, o artigo apresenta parte dos resultados do trabalho, o marco analítico utilizado e os principais traços que definiram a prática etnográfica.

Key words: violência política, conflito armado, FARC, etnografia.


Ante las preguntas planteadas por los editores invitados de esta revista, Carlos José Suárez y Marco Julián Martínez, respecto al impacto de la violencia en la subjetividad, el aporte a este compendio monográfico consiste en exponer el marco metodológico de lo que ha sido la experiencia etnográfica que he vivido en la Sierra de La Macarena y la zona norte del departamento del Caquetá, y que trata sobre el impacto de cuatro décadas de violencia política en la cotidianidad de las comunidades campesinas.

En mi etnografía, una investigación realizada como tesis de grado para la maestría en Antropología Social de la Universidad Nacional, he trabajado la violencia en la vida diaria como el eje desde el cual se articulan los sentidos y representaciones que dan forma a la cultura política regional de la Sierra de La Macarena. Uno de los objetivos de la tesis ha sido avanzar, si no en resultados concretos sobre el universo de representaciones y prácticas políticas existentes en La Macarena, sí en la reivindicación de la pertinencia de los estudios antropológicos sobre violencia política como vía para entender la naturaleza compleja de las manifestaciones regionales del conflicto armado, y de alguna forma contribuir a su superación.

Una da las características complejas con las que me he encontrado en La Macarena tiene que ver con el escenario cotidiano de la violencia política, que no necesariamente remite a una reiterada sucesión de eventos de combates, bombardeos, retenes, etc., sino a la incorporación de la violencia en lo ordinario. Es decir, cuando me refiero a la violencia en la vida diaria eso no significa, necesariamente, que ésta se viva únicamente en sus manifestaciones extremas. Existen además otras formas más sutiles por medio de las cuales la violencia política se expresa en las prácticas cotidianas. Por ejemplo, los sembrados de coca no pueden superar más de cinco hectáreas en algunas zonas porque así lo decide el frente guerrillero, y todos aquellos que tiene coca han de tener sembrada igual cantidad de yuca y plátano puesto que así lo han exigido las FARC. Movilizarse de una región a otra implica sortear los controles del ejército y las regulaciones de la guerrilla y para ello es clave, al realizar un viaje de una zona a otra, no transitar con ropa oscura y en lo posible no ir con botas pantaneras (pues el ejército sospecha de la ropa negra y molestan mucho por la tenencia y porte de estas botas ya que suponen que son de uso privativo de la guerrilla) y se hace necesario movilizarse con cartas de presentación de la Junta de Acción Comunal de la vereda (dado que la guerrilla no permite el ingreso a sus zonas de personas desconocidas en la región). La violencia política se ve y se vive en La Macarena cuando las regulaciones de la guerrilla configuran ciertas espacialidades de la región (por ejemplo, máxima extensión de las fincas en el alto Guayabero, cantidad de selva que se puede tumbar). También se vive cuando las regulaciones de las Fuerzas Militares limitan la cantidad de comida que las familias pueden llevar a sus fincas, o cuando los retenes de la policía y los soldados hacen pensar dos veces a los jóvenes si vale la pena ir desde la zona rural a un centro poblado, pues el hecho de ser jóvenes los hace ser sospechosos de ser miembros de la guerrilla.

En síntesis, mi investigación se orientó a comprender la violencia política a través de las cotidianidades y vivencias de los campesinos de la región. Y es objeto del presente artículo exponer algunos de los contenidos de la investigación, las tensiones éticas que mi etnografía en una zona de conflicto ha supuesto, y aquellas estrategias metodológicas que, en conjunto con lo anterior, han configurado mi trabajo. El artículo se divide en cuatro secciones. La primera comprende los antecedentes etnográficos que dieron forma al objeto de estudio, la segunda trata algunos de los elementos centrales trabajados en la investigación, la tercera plantea el marco metodológico de la investigación y la última sección recoge algunas de las conclusiones que el estudio ha dado lugar.

Pretexto etnográfico

Abril de 2007 fue un mes muy tenso para los habitantes de la vereda El Socorro en la Sierra de La Macarena. Fuertes combates río abajo los hacían temer una incursión militar cerca de sus fincas mientras que el sobrevuelo de los aviones militares que fumigan los cultivos de coca se hacía más intenso cada día. Era de esperar que las aspersiones aéreas se hicieran de nuevo en la vereda y que, como en ocasiones anteriores, el veneno arrasara con toda clase de cultivos. De igual forma por aquellos días pequeños grupos de guerrilleros se movieron de finca en finca en esta zona del Guayabero, realizaron charlas con los campesinos, cobraron impuestos y arreglaron uno que otro problema entre vecinos.

Una familia de la vereda, la familia de don Santi y doña Constanza, tenía aún más motivos para estar preocupados, pues desde hacía meses estaban entre ojos de un comandante del frente guerrillero de la región quien les había ordenado «abandonar el área». Además de eso, hacía pocas semanas una familia de campesinos (madre, padre, hijos menores de edad, dos primos y un tío) aparecieron como guerrilleros en el pueblo, se desmovilizaron3 señalaron a don Santi, en emisión especial, en directo y a través la emisora del ejército como colaborador de la guerrilla, invitándolo a él y su familia a seguir su ejemplo y desmovilizarse. Este señalamiento, por si fuera poco, hizo temer a la familia de don Santi y doña Constanza una incursión del ejército como la que habían vivido un año atrás.

No tenían para donde tomar camino y aunque en su casa se respiraba un ambiente muy tirante esto no fue motivo para que la visita que desde hacía varios meses les había prometido se hiciera efectiva. Los acompañé unos cuantos días.

Aunque en aquella ocasión tenía en mente un trabajo específico para mi tesis de Antropología, pues quería rastrear las narrativas políticas de los campesinos sobre el Estado, los momentos angustiosos que vivieron doña Constanza, don Santi e hijos captaron toda mi atención. Lo más llamativo para mí fue el observar cómo, a pesar del cruce enorme de fuerzas y poderes que los superan (el conflicto armado que ha enfrentado al Estado y la guerrilla de las FARC durante más de 40 años), la vida de la familia seguía su curso. Los niños madrugaban para la escuela, don Santi se dedicaba a reparar las cercas de la finca y doña Constanza ordeñaba de forma paciente las siete vacas que tenían. El ambiente de tensión se respiraba a cada instante: ante el sobrevuelo de cualquier helicóptero las conversaciones cesaban, no alteraban el trabajo del día y las visitas de los vecinos se tomaban con tranquilidad; pero ante la aparición de aquellas personas que ellos creían cercanas a la guerrilla todo trabajo se aplazaba. Algunos temas de mis entrevistas fueron vedados en las noches, puesto que en medio de la selva y en estas casas sin paredes nunca se sabe quién puede estar escuchando.

Esta pareja de campesinos y sus hijos han hecho su vida, toda la vida, a las márgenes del río Guayabero. Los conocí hace casi una década y por donde quiera que haya tomado sus vivencias durante mi trabajo en nuestras conversaciones la historia del conflicto y de la violencia política se ha incorporado de una forma determinante para explicar sus experiencias de vida. En aquella oportunidad, en abril de 2007, pude conocer de primera mano no solo la encrucijada más complicada a que se haya enfrentado esta familia sino que también me fue posible identificar el impacto de la violencia política en las experiencias diarias de los campesinos, pues alrededor de la situación de doña Constanza y don Santi pude identificar y comprender distintas dimensiones del conflicto armado que los pobladores de La Macarena viven en la vida diaria. Meses después regresé a La Macarena y ellos ya no estaban en la región. Sus familiares no quisieron entrar en detalles y me sugirieron que mejor dejara la historia tal cual quedó.

Haberme visto inmerso en la cadena de acontecimientos, reflexiones y discusiones regionales a que dieron lugar las decisiones que habrían de tomar don Santi y doña Constanza significaron un cambio drástico en la perspectiva de mi trabajo: en principio mi proyecto se encaminaba a dar cuenta de la cultura política de la región, pero a fuerza de los hechos las indagaciones sobre la política y lo político en La Macarena me mostraron que estas dimensiones de la vida social no pueden disociarse de la violencia. Siendo así, el trabajo de investigación se orientó desde entonces a dar cuenta de las distintas escalas de violencia que configuran la región y la forma en que se naturalizan en la vida diaria y en las experiencias de los campesinos.

Mencionados reiteradas veces en la tesis, y en este artículo, la pregunta por quiénes son los campesinos, qué experiencia los define como sujetos, fue una de las cuestiones que dio forma al sentido del trabajo. En ese orden de ideas, los sujetos de esta historia son campesinos no sólo porque vivan en una zona rural, sino porque su relación con el medio, sus prácticas productivas y su racionalidad económica los hacen campesinos, y así se hacen llamar. En alguna oportunidad le pregunté a Constanza, cuando recién se había ido a vivir a la finca que compró con su marido, ella qué era, campesina o colona. Me dijo con orgullo, «somos campesinos porque trabajamos la tierra». A Santi, su esposo, no le gustaba trabajar en la finca, prefería aserrar madera, trabajar con máquinas como la guadaña o manejar canoas. Mantenía junto a Constanza los sembrados de pancoger, la yuca, el plátano, el maíz. No era su única ocupación, pero aun así también se asumía como campesino, pues para él ser campesino significa haber nacido en el campo y vivir en una finca. Colonos fueron sus padres, quienes fundaron la región, aclaró. Su vida allí les ha permitido compartir las tradiciones y costumbres, las creencias, los mitos y las supersticiones propias de la vida campesina y que en La Macarena observan algunas particularidades.

La discusión sobre el carácter campesino de los habitantes de la región se ubica no solo en aras de una precisión conceptual que diferencia a colonos de campesinos, sino en una apuesta de política cultural (Escobar et al., 2001): ser nombrados como colonos representa para la gente de La Macarena una estrategia discursiva que desde el Estado desconoce las raíces que estos habitantes han echado sobre su tierra. Nombrar a los habitantes de la región como colonos constituye entonces un estereotipo desde el cual el Estado descalifica la vida de los campesinos toda vez que los considera como una población flotante, depredadores el medio ambiente cuyo afán de lucro los hace seguir la bonanza de la coca. Cabe aclarar que colono no solo es un estereotipo sino también una categoría que señala una particular forma de relacionarse con el medio, una racionalidad que incorpora prácticas andinas y lógicas campesinas extractivas en el medio amazónico (Molano, 1987, 1989; Chávez, 1998).

Pero si bien La Macarena es una región que se constituyó a partir de un proceso colonizador que se remonta a los años 60 y que integró en una naciente sociedad regional a colonos que procedían de distintos lugares del país como Huila, Tolima, Cundinamarca y Santander, varias décadas después nadie se reconoce allí como colono, pues colonos fueron los primeros en llegar. La realidad de los habitantes contemporáneos es otra; por ejemplo Santi y Constanza (al igual que la gran mayoría de jóvenes herederos de la colonización) nacieron y se criaron en La Macarena y no conocían más que su región, su finca no fue abierta en terrenos baldíos sino que fue comprada. Hicieron parte de una comunidad que se reúne cada mes para realizar trabajos en conjunto, una comunidad que tiene escuela, caminos y una Junta de Acción Comunal. Su finca les proveía alimentos y el excedente que generaban, a partir del trabajo familiar no remunerado, lo invirtieron en artículos necesarios para su vida y que la finca no producía. En suma, los campesinos que hoy día viven en La Macarena heredaron del proceso de colonización las bases de una sociedad regional que comprende el piedemonte amazónico, y en donde múltiples historias, sentidos y representaciones integran una cultura regional.

Una de esas historias desde la cual se han construido sentidos y representaciones y se ha generado una serie de estrategias para negociar en la vida diaria ha sido la violencia política. Con esto en mente me ha sido posible proponer una vía para interpretar lo aparentemente incomprensible: cómo en una zona donde el conflicto armado se vive con mucha intensidad, cargada históricamente de procesos políticos insurgentes, múltiples violencias y procesos de colonización, asentamiento, militarización y desplazamiento, sus habitantes hacen negociaciones en la vida cotidiana para seguir viviendo y se identifican con una región a tal punto que la quieren seguir habitando y construyendo.

Contenidos de la investigación

Para darme una idea de cómo se vive la vida en La Macarena he recogido una serie de historias, experiencias y testimonios que me ha permitido examinar algunas de las condiciones políticas que configuran la región. Para ello he trabajado el marco de violencia desde el cual se estructura la región, que a la manera de distintas escalas (ejercidas desde el Estado y la guerrilla), enmarcan una serie de procesos que inciden de forma directa las esferas de la cotidianidad.

Desde el Estado cabe destacar aquel elemento que configura en buena medida la forma como dinamiza su presencia en la región, comprendido en la política de erradicación de cultivos de coca. Esta política se confunde con la estrategia contrainsurgente que no reconoce el conflicto social que sustenta los cultivos de coca ni el carácter político de los campesinos. Como la actividad de los cocaleros se comprende como criminal, el tratamiento que reciben es de delincuentes, cuando no de guerrilleros.

De otro lado, desde el ámbito de la guerrilla, el involucrar a los civiles de forma cercana a la lucha armada redunda en que sea común el ajusticiamiento de campesinos sospechosos de servir a las Fuerzas Militares. Esos ajusticiamientos les hacen perder confianza entre las comunidades campesinas. Además, que las FARC hayan asumido desde hace varios años la intermediación entre los campesinos productores de pasta base de coca y los narcotraficantes que procesan la cocaína, ha significado para las comunidades complejos problemas a los que han de enfrentarse, puesto que esa relación de la guerrilla con la coca ha permitido que desde el estado se señale que la producción coquera sea de las FARC, y por ende que todo productor sea acusado de ser guerrillero.

Ahora bien, a partir de la comprensión de distintas expresiones particulares de la violencia política desde sus agentes, me ha sido posible identificar uno de los impactos por medio de los cuales estas expresiones se manifiestan: la configuración de una «violencia cotidiana». Este tipo de violencia implica para los campesinos la rutinización del sufrimiento humano como algo «normal», que aparece bajo múltiples formas (Scheper-Huges, 1997) y como resultado de la interacción del cambio de las representaciones culturales, la experiencia social y la subjetividad individual (Kleinman, 2000). Otros elementos conceptuales ofrecen pistas para trabajar la dimensión social de este concepto: la violencia cotidiana pueden crecer y unirse a una «cultura de terror» (Taussig, 2002), situación que establece un sentido común de normalización de la violencia en las esferas pública y privada por igual (Bourgois, 2001).

En cuanto he tomado como referencia para comprender la subjetividad las experiencias concretas de la vida de los sujetos, experiencias que los guían en la acción y que lo sitúan en un campo de relaciones de poder (Kleinman et al., 1997), uno de los escenarios en donde se hace posible observar el impacto de la violencia en la vida diaria es la serie de pautas que naturalizan y normalizan la violencia política. A esas pautas las he llamado gramática social, donde esa gramática marca el parámetro (de allí la noción de normalización) desde el cual las comunidades campesinas sobrellevan en su cotidianidad el conflicto armado. Entre esas pautas están la forma apropiada para hablar de temas complejos como lo son los ajusticiamientos, la desmovilización de un vecino, la detención de un líder social. La gramática social enmarca las acciones que en una comunidad siguen luego de la ocurrencia de un evento de violencia y al analizarla se hace posible ver los significados ocultos, implícitos en el día a día, por medio de los cuales los campesinos se representan y racionalizan dichas experiencias. Uno de esos significados relacionados con los procesos de vida y muerte a que se ven sujetos los campesinos implican, en cierta medida, una biopolítica donde la vida antes que merecer una apuesta política para su conservación (en el sentido original con que Foucault propusiera el término biopolítica4 se sostiene mediante una serie de estrategias donde, en ocasiones, la naturalización de la experiencia social indica que es necesario dejar morir para poder vivir: varias de las narrativas que he recogido legitiman los ajusticiamientos de campesinos por parte de la guerrilla, puesto que «por culpa de uno muchos pueden caer», o «porque si lo mataron fue por algo».

Dos temas más que hacen parte del trabajo tienen que ver con las características de la política del lugar, que como proceso que articula las distintas particularidades de la región define lo político y los escenarios para la participación política en la región y el papel de la violencia política en las prácticas constitutivas (el recuerdo de los hechos pasados) y constituyentes (como parámetro de la construcción de la realidad social) de la memoria (Brito y Soto, 2005).

Supuestos etnográficos

La investigación en su enfoque etnográfico comparte aspectos de la tradición antropológica en cuanto al trabajo de campo como principal fuente para producir información, y al estudio cercano e íntimo de la organización de la vida social de una comunidad. La observación, la participación y la reflexión han sido las claves del método, para la comprensión de mi papel como sujeto que observa, participa, se relaciona y discute con los sujetos que integran esa comunidad local (Sluka y Robben, 2007: 2).

El enfoque etnográfico implicó tener en cuenta una serie de consideraciones metodológicas sobre: la permanencia y cercanía que podía establecer con el campo; el acercamiento metodológico y las técnicas de investigación; y, por último, la constante reflexión sobre el papel que como investigador asumiría en ese campo. Mi trabajo puede encontrarse, entonces, en el punto medio de la tensión que existe entre dos grandes tradiciones de las que Robben y Sluka (2007) se valen para introducir las características del método en Antropología: o bien se tratan de etnografías que implican una permanencia de larga duración en el campo, al estilo de Bronislaw Malinowski, que busca la compenetración muy cercana a la realidad estudiada; o bien una estancia corta que privilegia el contacto con informantes claves y observaciones hechas de manera puntual, a la manera de Franz Boas.

Esta etnografía se enmarca dentro de un trabajo de larga duración, pues mi relación con La Macarena se remonta a una década atrás. Desde entonces realizo dos o más viajes anuales. Para este trabajo no he transcurrido larguísimas temporadas inmerso en la región, pero tampoco se ha limitado a un par de viajes y una estancia corta. Se trata de un ir y venir constante que supera los límites del campo pues la relación que sostengo con la región y algunos de sus habitantes trascienden esa barrera, mediante un continuo entre «estar allá» y «estar aquí». Con el siguiente ejemplo, extraído de mis notas de campo, espero ilustrar la situación:

    Martes 27 de febrero de 2007. Doña Alicia me llamó hoy, salía de clase en la Universidad y pensé que su llamada se debía a la visita que sus familiares hicieron a la ciudad. Se han quedado en mi casa y ella ha estado muy pendiente. Pero no. Doña Alicia está muy preocupada porque el presidente de Junta de su vereda «se entregó». Es decir, el señor y su familia se acercaron al pueblo y ante un grupo de soldados aseguraron ser guerrilleros y se desmovilizaron. Esta estrategia es vieja, pues la situación de pobreza en la región empuja a muchos a hacerse pasar por guerrilleros y así ingresar al programa de asistencia social que ofrece el gobierno. Pero a doña Alicia le preocupa es que para hacer esa vuelta la familia en cuestión hurtó algunas armas de gente de la vereda y para entregarse el ejército exige no solo las armas que ya entregaron sino información. Información por la que pagan muy bien, tanto que muchas personas terminan por señalar antiguos vecinos con tal de ganar más dinero del que les pagan por ingresar al programa. En la comunidad se ha propuesto realizar un memorial y recoger firmas. Doña Alicia quería saber yo que pienso, qué consejo le puedo dar. Tantos años de relación con ella y su familia, con La Macarena y es la primera vez que mis «servicios profesionales» son solicitados. Antes había colaborado con la comunidad cuando detuvieron a varias personas y les abrieron juicio por rebelión. Pero de ayudar, a ser consultado... primera vez.

«¿Dónde empieza el campo y donde termina, si es que lo hace?» se pregunta Deborah D'Amico-Samuels (Sluka y Robben, 2007: 24). Mi trabajo empezó hace años, y el límite del campo se hizo borroso. Existe una distancia, es cierto, entre la región de estudio y el espacio académico y profesional en que me desenvuelvo: La Macarena se encuentra a varios cientos de kilómetros de donde en este momento escribo. Pero estos espacios están relacionados de forma estrecha, pues es en mi casa, o en la universidad donde recibo llamadas, donde estoy pensando de manera constante en la investigación, donde el trabajo toma cuerpo y adquiere su sentido académico.

Con la llamada que doña Alicia me hiciera fui capaz de dimensionar el alcance de ese trabajo de campo como una experiencia que no se limita sólo a la visita a la región. Al respecto dice Anthony Cohen:

    Nosotros traemos para el análisis nuestras notas de campo (y notas mentales), que continuamente acumulan experiencias ajenas a las circunstancias en que fueron escritas. «En este sentido», dice Ottenberg, «la experiencia de campo no se detiene. Cosas que uno alguna vez leyó de una forma, hoy lo puede hacer de otra forma». Hastrup ofrece un punto similar: «el pasado no es pasado en antropología». Y eso es precisamente el proceso de releer aquello a lo que me refiero en la frase «post-trabajo de campo del trabajo de campo» (Sluka y Robben, 2007: 25).

De la teoría a la práctica: ejes conceptuales

En sintonía con la propuesta de Cohen, mi trabajo lo planteé en dos espacios: la relectura de mis trabajos previos y la recolección de nueva información. Al primer espacio lo definí como una deconstrucción de los antecedentes etnográficos, ubicando en las anotaciones y apuntes aquellas cosas que me propuse buscar en el segundo espacio de la investigación: el trabajo de campo para esta investigación.

La lectura de la realidad regional (la que ya había observado, la que estaba observando) la hice en términos de una serie de pautas que permiten acercarse a la textura y la textualidad que dan forma a La Macarena. Veena Das (1997) plantea que algunas realidades necesitan ser hechas ficción antes de ser aprehendidas, y con esto en mente tracé esas dos figuras metafóricas que me han permitido definir, en primer lugar, aspectos físicos y sociales que estructuran la región (la textura) y, en segundo lugar, las representaciones y significados con los cuales se les dota de sentido (la textualidad).

Con un trabajo a dos columnas, en donde identifiqué tanto texturas como textualidades, hice una serie de preguntas al trabajo previo, al que me esperaba y al que realicé en función de la investigación. Estas preguntas se integraron en un juego práctico que conjugó tanto las nociones teóricas que orientan la investigación como la perspectiva etnográfica que le da forma. De esta forma tres grandes ejes conceptuales orientaron el trabajo metodológico: la violencia estructural, la violencia de todos los días y la gramática social.

La violencia estructural supone la existencia de una serie de estructuras sociales de desigualdad (Farmer, 2003) que, para el caso de la región amazónica occidental, motivaron la colonización de sus selvas (Molano, 1989). Hoy día, la reproducción de esas desigualdades inciden en que los cultivos de coca sean la principal, por no decir única, fuente de ingresos económicos para los campesinos de la región. Como víctimas de la violencia estructural se entiende también a las personas que han experimentado la violencia asociada a su extrema pobreza (Kleinman, 1997:227). En la textura regional he buscado, por ejemplo, los elementos estructurales que configuran los distintos procesos de violencia que allí se viven: los he denominado marcos y los entiendo como esas fuerzas sociales (agenciadas por el Estado y la insurgencia) que estructuran la región. En la textualidad regional he intentado identificar las distintas narrativas, posiciones y actitudes que existen entre los campesinos para referirse y dar sentido a la coca, al Estado, la guerrilla y su propia situación.

Asociada al punto anterior, la violencia de todos los días (Scheper-Hughes, 1992; Kleinman, 2000) es una situación que encuentra distintas manifestaciones no solo en su dinámica sino también en su configuración, según la población se afecte o bien por la violencia estructural, y/o por las respuestas que desde esta se generan. Este tipo de violencia implica la rutinización del sufrimiento humano como algo «normal», que aparece bajo múltiples formas (Scheper-Hughes, 1992: 16) y como resultado de la interacción del cambio de las representaciones culturales, la experiencia social y la subjetividad individual (Kleinman, 2000:238). En la textura regional he identificado, por ejemplo, elementos del paisaje que dan cuenta de esa violencia: límites geográficos que entran en juego para las prácticas campesinas (allí manda tal o cual frente, tal zona es zona de paracos, esa región tiene dos mil soldados regados por todo lado); extensiones de fincas que se ven mediadas por regulaciones de la guerrilla (dos kilómetros desde la margen del río hacia selva adentro), o estrategias de siembra de coca en pequeñas parcelas para evitar fumigaciones. Las textualidades me dan cuenta, entre otras cosas, de los procesos de representación y racionalización a que da lugar esa violencia.

La gramática social es el eje que congrega a los dos anteriores. Al analizar la violencia de la vida diaria como un proceso que moldea la cultura política de la región y algunas prácticas sociales, he definido como gramática social aquella serie de normas implícitas, reglas y principios de la vida en comunidad que configuran el territorio bajo el parámetro de la guerra: la expresión armada del conflicto social y político que enfrenta al Estado y a la guerrilla. La textualidad de la región da cuenta de esto, en cuanto las narrativas y la cotidianidad dejan entrever esa serie de reglas implícitas para sobrellevar la violencia, asumirla, soportarla, superarla. Esas reglas se observan en la práctica, y dado que se pierden en la rutina ha sido mi distancia de la región la que me ha permitido reconocer actitudes que para las comunidades pasan desapercibidas: cambios en la entonación cuando en sus narrativas los campesinos encarnan las palabras de un guerrillero que se ha portado de forma justa con la comunidad (un discurso magnánimo, con fuerza, a veces con justicia); o las de un guerrillero que se ha portado de forma arbitraria (un discurso lleno de grosería, altanería, malas caras, manos agresivas); o los militares (se asumen actitudes cargadas de agresividad). El lugar de la casa donde se habla de temas delicados (la cocina) y la justificación del ajusticiamiento de un vecino a manos de la guerrilla mediante una racionalización que usa distintas narrativas son otras características que pueden ilustrar este punto.

La metodología: del dicho al hecho

La técnica de reconstrucción etnográfica es sencilla: sobre apuntes, diarios y fotografías busqué los aspectos relevantes para esta investigación: ¿qué actitudes naturalizan la violencia?, ¿qué testimonios dan cuenta de la racionalización de los eventos de violencia?, ¿qué historia me habla de las fronteras de sentido que existen en la región?, ¿dónde puedo hallar la forma en que la memoria entra en juego a la hora de enmarcar las posiciones políticas de una comunidad?

Ahora bien, las técnicas que utilicé en campo fueron varias. Hablar de la observación como técnica puede ser complicado porque se trata, en forma llana, de «estar allí» y tener una sensibilidad especial para capturar la vida diaria: buscar ahí aquellas expresiones de la violencia sobre las que se orientó mi investigación. Como mencioné antes, las fronteras del campo han sido borrosas, de manera que la capacidad sensible para aprehender la realidad de la región se trasladó a cualquier momento en donde mi relación personal con los campesinos resultara relevante para la investigación: visitas a mi hogar, llamadas, cartas. De todas ellas conservo un registro, porque observar está más allá del mirar: escuchar, sentir, leer, y toda una gama de sentimientos que se inscriban en mi experiencia los he considerado como observaciones y entran en juego en esta investigación.

El trabajo directo se sustentó de forma principal en conversaciones. Se les puede llamar entrevistas por cuanto tenía establecidas unas preguntas y temas claves para tratar, pero no fueron grabadas. A excepción de unas pocas, evité usar grabadora porque hay temas que no se hablan dejando huella, que exigen prudencia. Además, en cuanto a violencia se trata las posiciones pueden comprometer, y con una grabadora en frente se asume un discurso distinto. El ejercicio me ha sido útil para saber qué se dice de manera oficial, y que se sostiene sólo en privado. La distancia es grande: la grabadora permite conocer dicha distancia pero solo puede registrar la narrativa pública, no la privada. Prefiero las conversaciones, y aunque intento no inducirlas, una vez empieza un tema que me resulta interesante me integro de forma respetuosa, guardando las prudentes distancias, que he aprendido que se tienen frente a los vecinos, frente al momento. Esos momentos son importantes, pues me dicen también muchas cosas y al reconocerlos he hecho posible que ese momento me enseñe. Cada momento guarda sus particularidades: de noche no se habla en cierto tono de ciertas cosas; en la trocha sucede lo mismo. La presencia de vecinos cambia la forma para manifestar una opinión, e incluso la opinión en sí misma. Superar las desconfianzas y generar credibilidad son el paso clave para acceder a las narrativas, condiciones similares a aquello que escribió Patricia Lawrence (1997: 221): para hablar de la violencia sufrida existe la necesidad básica de un espacio seguro y un testigo seguro. El ejercicio de la libre conversación me ha permitido acercarme a la vida diaria en medio de esa vida diaria: se habla de la guerrilla, de la fumigación, del bombardeo, de la detención en los momentos que son apropiados y seguros para ello, no cuando el investigador cita, introduce el tema y prende la grabadora.

En la vereda el Socorro de La Macarena realicé un par de talleres de cartografía social, con niños en un momento y adultos en otro. La información resultó muy útil para comprender las fronteras de sentido que dinamizan la región, fronteras que aunque no aparecen en los mapas, la gente de la zona conoce y utiliza muy bien: en una orilla del río tiene jurisdicción el séptimo frente de las FARC, en la otra el frente Yarí y río arriba el frente 40. Para moverse por una a otra hay que tener cartas de recomendación y conocer las distintas normativas que tiene cada frente, como las cantidades de hectáreas de selva que se pueden tumbar, las instancias para resolver conflictos, entre otras. Los cascos urbanos son zonas de dominio militar del Estado e implican un cambio de reglas: allí la coca no puede ser transportada con libertad, los líderes sociales de la región han de guardar máximas medidas de seguridad entre otras circunstancias.

Uno de los ejercicios de cartografía social lo realicé con niños de la vereda con quienes dibujamos sobre la tierra un mapa del río, ubicando allí las casas donde han vivido. Aunque fue difícil capturar su atención, el juego en que se convirtió el construir las casas, adornar el río, construir las canoas sirvió de excusa para conocer sus historias y la forma como la violencia política se integra a ellas. Varios niños de una familia han cambiado sus casas por bombardeos del ejército, otros por las fumigaciones; unos más por la movilidad propia de la región. El río guayabero ha sido el eje de sus vidas, de arriba a abajo el referente ha sido el río.

El observador observado

En un artículo sobre las lecciones del trabajo de campo en Centroamérica Philippe Bourgois (2007) discute los dilemas que acompañan la observación participante, pues dicho ejercicio en determinadas circunstancias no se ciñe de forma estricta a las pautas éticas que el trabajo de campo supone para la antropología. Una de ellas resulta problemática: expresar a las personas que se realiza una investigación y que sus actos y testimonios son fuente de información. Para lograr ese verdadero consentimiento, dice de manera irónica Bourgois, deberíamos, entonces, "interrumpir las charlas controversiales y las actividades para recordar a todos que [...] lo que digan o hagan puede ser escrito en las notas de campo" (Bourgois, 2007: 297).

Este dilema introduce aquello que en mi papel como investigador ha significado los silencios deliberados, tanto en el trabajo de campo como en la escritura de esta monografía. Durante mis recorridos y estancias en la región no expuse a todos los campesinos la investigación en curso, ni presenté el proyecto a los militares ni lo compartí con los guerrilleros con quienes me crucé en el camino. Las condiciones de mi trabajo implican el desarrollo de éste bajo un escenario de guerra, por lo tanto máxima prudencia ha de observarse. Suficiente con presentarme ante el ejército y la guerrilla como alguien que visita amigos. Eso sí, algunas familias y personas claves sabían de mis propósitos en La Macarena: líderes sociales reconocidos por sus comunidades, de los que supongo tienen canales de comunicación con la guerrilla y que al ganarse el respeto de las Fuerzas Militares podrían ante ellos explicar mi presencia en la región.

Ahora bien, la escritura de este texto ha supuesto otros tantos silencios. No sobra advertir que los nombres o sobrenombres5 de todas las personas y el de algunos lugares han sido cambiados; no todas las fechas corresponden a momentos exactos. Al igual que las preocupaciones que expresa Bourgois, no quisiera que mi trabajo pudiese ser útil para fines contrainsurgentes o que sirviera a la guerrilla para identificar a sus detractores en la región.

De igual forma me han sido confiadas muchas historias, problemas y situaciones que he sabido diferenciar muy bien entre aquella información que, aunque muy relevante para mi investigación, me fue confiada por amigos en situaciones más allá del trabajo. No hicieron falta advertencias, pues sólo dimensionar el alcance de dicha información obliga a mantener una absoluta reserva, pues se trata de historias y situaciones muy comprometedoras y complejas, tanto para los campesinos como para quien sepa de ellas.

Esta diferenciación ha significado toda suerte de problemas y debates éticos, pues nunca me ha sido planteado por los campesinos qué puedo o no publicar. La decisión ha sido mía y de nuevo el criterio ha sido la prudencia y el respeto: hay situaciones muy personales que por más que se cambie el nombre, a las personas no les va gustar verse representadas; y situaciones tan delicadas que incluso pueden comprometerme con la comunidad, la guerrilla o las Fuerzas Militares. Esas historias no hacen parte de esta monografía y la negociación sobre aquello publicable no ha sido tan abierta como yo quisiera, pues mi trabajo no se ha tratado de una «etnografía en colaboración» (Rappaport, 2007) donde miembros de las comunidades participan como sujetos activos en la investigación y reflexión. En un escenario de guerra, donde la violencia es cercana y cotidiana, tratarla como un tema abierto de discusión no sólo no convoca, sino que puede resultar peligroso, pues una de las consecuencias del conflicto ha sido el resquebrajamiento de la confianza entre vecinos. Mi investigación ha supuesto la paradoja de moverme en un escenario tejido de confianzas privadas muy restringidas, desconfianzas mutuas generalizadas y el propósito de ganar entre todas ellas reconocimiento para mi trabajo. En este escenario se circunscribe el debate ético que supone qué publicar cuando la decisión, aunque sea mía, puede llegar a afectar personas y comunidades enteras.

No cuento con un espacio público para exponer en la región mi trabajo, puesto que el espacio para las respuestas sociales al conflicto existe por vía de las movilizaciones colectivas: es común que varios campesinos o comunidades enteras se reúnan para lograr la libertad de un detenido, dirigir una carta a la guerrilla, citar a una reunión y cesar un rumor que ronda por la región. Pero el reflexionar sobre la violencia política, el papel de la guerrilla, discutir sobre la pertinencia de un ajusticiamiento, o analizar las consecuencias de un operativo militar no son actividades públicas. Solo en círculos familiares o de amistades muy cercanas estos temas y estas situaciones son susceptibles de discusión y es allí, en estos escenarios privados, donde he dirigido buena parte de mi atención. La información que allí he recogido no puedo compartirla entre un círculo de amigos y otro, entre una familia y otra, pues las posiciones que se tienen ante un tema (la política de desmovilización, la coca, las regulaciones guerrilleras) o la cercanía que se tenga ante las FARC significa asumir posiciones delicadas de las que depende la suerte del grupo social. A nadie le interesa que ciertos vecinos sepan lo que se piensa de la guerrilla, y a nadie le interesa que alguien sepa el grado de su cercanía con ésta. Ser invitado a una discusión o reunión familiar en donde se discuten temas delicados supone un reconocimiento a la confianza que se ha ganado. Confianza que implica guardar prudencia. Frente a los campesinos, de quienes he ganado este reconocimiento, he expuesto mi trabajo y aclarado que sus historias son útiles a mis propósitos analíticos; allí no me han advertido que puedo publicar, pero me han dejado en claro que nadie más en la vereda debe saber lo que allí han dicho; sólo a ellos les corresponde compartir sus opiniones con otras personas. Han sucedido casos en donde una familia me pregunta sobre lo que piensa alguno de sus vecinos; allí les aclaro que así como al vecino no le cuento lo que ellos me han dicho, no podría contarle a ellos lo que el vecino me ha compartido.

En síntesis: la decisión sobre aquello que se puede publicar es mía. Es una decisión condicionada por la misma dinámica de violencia de la región que hace difícil un ejercicio público de deliberación; decisión con la cual espero honrar la confianza que varias familias han depositado en mí. Finalizo este apartado con un debate ético en el que me centré durante un tiempo. Lo inspiró la llamada de doña Cristina, y supone la siguiente situación, que extraigo de mis notas de campo:

    Miércoles 28. He caído en cuenta que mientras conversaba con doña Cristina tenía dos líneas de pensamiento: por un lado compartía con ella la preocupación por la situación de su vereda, e intenté darle una ajustada respuesta y propuesta según las condiciones que están viviendo. Por otro lado, mientras eso sucedía ya estaba pensando cómo introducir la historia en mi análisis. Incluso llegué a sentirme no sólo afortunado por la confianza que depositan en mí, sino por tener un tema tan prometedor para mi trabajo. «Esto es materia para un artículo» llegué a pensar. Hoy hablé con un profesor y le expuse lo mal que me sentía ante la situación. Me comentó lo difícil que es escaparse de la mirada etnográfica, pero que hay un morbo que es necesario tener al límite.

    Por respeto, dijo él.

La reflexión a que dio lugar este episodio reorganizó buena parte de mi trabajo, pues desde allí decidí que había un límite entre lo que es mi trabajo de investigación y lo que es mi relación, profesional y personal, con las comunidades de la región. Hacen parte de mi investigación mis observaciones, entrevistas realizadas y las narrativas recogidas que no implican serios problemas de seguridad a las comunidades. Aquello que corresponde a un ámbito personal, cuando la confianza es tal que me encomiendan información en extremo delicada, la conservo; y por respeto no la publico con el fin de evitar ese morbo que es necesario mantener al límite. La mirada etnográfica sobre la región la he circunscrito a las reflexiones que puedan resultar útiles para el conocimiento y reconocimiento de la vida de las comunidades de la región.

Conclusiones del trabajo

Para dar cuenta de los principales rasgos que caracterizan la vida diaria de los campesinos me enfoqué en espacios tales como la vida familiar, el trabajo en la finca, la participación de las personas en reuniones comunitarias y la relación que existe entre las veredas y el casco urbano de La Macarena. La perspectiva etnográfica de mi trabajo me permitió compartir, junto a varias familias campesinas, algunos momentos en dichos espacios para identificar, en la regularidad de sus rutinas y quehaceres, situaciones que expresaran connotaciones políticas. Y más allá de las asambleas comunitarias, de las charlas que dictan las FARC o de las reuniones que citan las oficinas gubernamentales (claros escenarios de participación política), encaminé mi búsqueda hacia espacios prácticos de la cotidianidad donde se encuentran aquellos elementos tradicionales del mundo rural que parecieran escapar a la órbita de la política y el conflicto. El seguimiento que realicé sobre el quehacer campesino me permitió hallar que, por el contrario, las esferas más intimas de la vida social y productiva se encuentran influenciadas por la violencia política.

Un caso para ilustrar esta situación lo es el calendario ecológico, momento en el cual las familias planean el cronograma de actividades de los siguientes doce meses cuando el verano está próximo a iniciar: discuten qué productos sembrar, en qué cantidad, quiénes se harán responsables, cuántos jornales se podrán contratar. Otras consideraciones habrán de tomarse en cuenta, según lo establezcan las condiciones del medio físico, las tradiciones campesinas y la situación política. Por ejemplo, es necesario saber cuántas hectáreas permite tumbar la guerrilla para decidir qué producto privilegiar: ¿yuca o maíz? Luego hay que estimar en qué lugares de la finca existen los mejores suelos para uno u otro cultivo; es bueno averiguar qué dicen los vecinos sobre la erradicación de coca, por si de pronto alguien sabe cuándo empezarán a fumigar. De igual forma, si el almanaque Bristol augura inundaciones hay que acoger las precauciones del caso. ¿Y si la ofensiva militar se intensifica vale la pena arriesgarse a perder el ganado en los bombardeos, o mejor venderlo antes de que eso suceda? Pero antes que nada, hay que hacer un rezo para que los animales de la selva no hagan daño a los cultivos. Este calendario ecológico, un espacio práctico de la vida familiar, se encuentra permeado por el marco regulador que imponen los agentes y la dinámica de la violencia (y la política) en la vida diaria.

Me fue posible dimensionar esta situación gracias a la cercanía que tuve con algunas familias, pues me permitió acceder a conversaciones espontáneas en donde los campesinos hablaban de sus planes, las anécdotas que habían acumulado con los años y temas un poco más delicados: la intensidad de los combates que por esos días se sintieron (enero de 2007), el papel que juegan los distintos funcionarios del Estado que se ven en la región (el alcalde, los representantes del gobierno central, los miembros de las Fuerzas Militares) y las normas y orientaciones que la guerrilla había dado por entonces (septiembre de 2007).

Esta perspectiva sobre la vida campesina dio forma al cuerpo de la investigación, cuyo análisis lo enfoqué hacia el proceso mediante el cual la violencia política se incorpora y regula instancias de la vida diaria, es decir: la naturalización y normalización del conflicto. El marco que estructura dicho proceso lo encontré en los impactos sociales de distintas escalas de conflicto (que conjugan realidades internacionales, nacionales, regionales y locales) materializadas en el enfrentamiento político y militar, que toma escenario en la región, entre el Estado y la guerrilla. Esta dinámica incide en las respuestas sociales, como la forma en que los campesinos sobrellevan el sufrimiento social, las prácticas de memoria que existen en la región y los significados políticos que las configuran. Respuestas sociales que encuentran como común denominador la violencia en la vida diaria.

Para comprender esta particular forma de violencia, he propuesto una alternativa analítica que me ha hecho posible identificar la forma en que los campesinos racionalizan, representan y rememoran su experiencia en la región. Así pude identificar algunas de las consecuencias políticas de dicho proceso, su impacto en la organización espacial de La Macarena (por medio de una serie de fronteras de sentido que configuran la región) y su huella en el letargo del movimiento social campesino.

Si bien en un principio mi proyecto de investigación se planteó como un estudio sobre el impacto del conflicto armado en la cultura política, dado que encontré que todo aquello que en la región remite a la definición de lo político (quiénes son los amigos, quiénes los enemigos) y al ejercicio de la política (en dónde participar, de qué forma hacerlo) está mediado de forma irremediable por la dinámica de incorporación de la violencia en la vida diaria, la pista que le seguí a esta última concentró todos mis esfuerzos analíticos. Al respecto espero haber acertado en el análisis sobre el papel que juegan allí los campesinos, no como grupo insensible ante el sufrimiento social, sino como un colectivo que se adapta a las condiciones impuestas a su cotidianidad para llevar a cuestas el conflicto armado. Cuando sucede un bombardeo, un ajusticiamiento, una detención; cuando el conflicto armado se expresa en sus versiones más extremas, estos eventos afectan el desarrollo del quehacer campesino, no pasan desapercibidos. Tales sucesos hacen que el trabajo en la finca se detenga, los niños no vayan a la escuela o que las reuniones comunitarias se aplacen. Es decir, eventos de este tipo hacen parte de lo ordinario, de lo que puede suceder, mas no por ello significa que pasen desapercibidos, pues resulta que la atención que reciben de parte de las comunidades, las propuestas que se generan y las demandas que se levantan ante el Estado y la guerrilla son las que en cierta medida dinamizan la cultura política de La Macarena.

Quizá resulte redundante llamar la atención sobre situaciones de violencia y política que los campesinos experimentan a diario, mas aspiro a que esta investigación contribuya a la discusión sobre las estrategias metodológicas que desde las Ciencias Sociales se pueden poner en práctica para abordar las distintas dinámicas de violencia que regulan a las sociedades regionales y sus consecuencias.


Pie de página

3El programa para la Desmovilización y Reincorporación es una política del estado colombiano orientado a ofrecer beneficios jurídicos y socioeconómicos a aquellas personas que abandonen un grupo armado al margen de la ley, según lo contempla la ley. Los desmovilizados son atendidos tres meses en albergues temporales, para luego recibir durante dos años un estipendio mensual cercano a un salario mínimo (en promedio) y un préstamo al finalizar este tiempo para iniciar un proyecto productivo. Los desmovilizados han de comprobar de forma periódica su asistencia a estudios y capacitación para recibir tales beneficios, así como no verse involucrados en ningún acto delictivo. En un contexto más amplio este programa hace parte de una estrategia contrainsurgente que busca la deserción y desmoralización de miembros de la guerrilla, así como la obtención de importante información para la inteligencia militar puesto que a cambio de información o servicios de guía en áreas de conflicto los desmovilizados obtienen mayores beneficios económicos. Un análisis sobre los impactos regionales y familiares de la desmovilización se encuentra en Carrillo (2008).
4Sobre el concepto de biopolítica como propuesta analítica para comprender las formas que asume la lucha por la vida y la racionalziación de la muerte en la región véase Michel Focault (1991).
5En La Macarena son comunes los sobrenombres. Se usan para señalar la procedencia de una persona (el Boyaco, la Costeño, el Caqueteño), el trabajo que alguien realiza (Cacharrero, Sobandero); o son útiles para resaltar una muletilla que identifica a su portador (quien repite constantemente la expresión mexicana «híjole», es llamado Híjole). Los hay también por el parecido con un animal, un árbol o una planta (Mico, Mararai, Palodehaba, Cachamo). Hay sobrenombres que se portan desde la infancia, se perpetúan toda la vida y que incluso se heredan: hay familias enteras en donde todos portan un sobrenombre. Me sucedió en San Vicente del Caguán que buscando a un señor que le dicen Mulo la familia me pidió más señas, pues allí todos son Mulos (los hombres) y Mulas (las mujeres). Aclaré que buscaba al Mulo viejo. De igual forma sucede que las mujeres son reconocidas según el apodo de su marido: si a un señor le dicen care'vaca, la señora se reconoce como la mujer de care'vaca. Los sobrenombres no son ofensivos, pues se usan con naturalidad y nunca he visto que se usen para ofender. Cuando las personas con quienes he tratado son llamadas por un sobrenombre, en el texto los identifico con uno, de no ser así les he asignado un nombre.


Bibliografía

Bourgois, Phillippe. 2007. "Confronting the Ethics of Ethnography: Lessons from Fieldwork in Central America". en Antonius Robben y Jeffey Sluka (eds.), Ethnogaphic Fieldwork. 288-297. Blackwell Publishing, Malden.        [ Links ]

Bourgois, Phillippe. 2001. "The Power of Violence in War and Peace: Post-Cold War Lessons from El Salvador". Ethnography 2(1): 5-34.        [ Links ]

Brito, Roberto y Maricela Soto. 2005. «Memoria colectiva y procesos sociales». Revista de Enseñanza y educación en Psicología. 10(1): 171-189.        [ Links ]

Carrillo, Lorena. 2008. Cuando para los campesinos la seguridad no necesariamente significa democracia. Tesis de pregrado en Sociología. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.        [ Links ]

Das, Veena. 1997. "Language and Body: transactions in the construction of pain", en Arthur Kleinman, Veena Das y Margaret Lock (eds.), Social Suffering. 67-91. Berkeley, University of California Press.        [ Links ]

Escobar, Arturo, Sonia Álvarez y Evelina Dagnino. 2001. «Introducción: Lo cultural y lo político en los movimientos sociales latinoamericanos», en Arturo Escobar, Sonia Álvarez y Evelina Dagnino (eds.), Política cultural & Cultura política. Una nueva mirada sobre los movimientos sociales latinoamericanos. 17-48. Bogotá, Taurus.        [ Links ]

Farmer, Paul. 2003. Pathologies of power: health, human rights, and the new war on the poor. Berkeley, University of California Press.        [ Links ]

Foucault, Michel. 1991. Defender la sociedad. Curso en el Collège de France (1975-1976). México DF, Fondo de Cultura Económica.        [ Links ]

Kleinman, Arthur. 2000. "The violences of everyday life. The Multiple Forms and Dynamics of Social Violence", en Veena Das, Arthur Kleinman y Mamphela Ramphele (eds.), Violence and subjectivity. 226-240. Berkeley, University California Press.        [ Links ]

Kleinman, Arthur Veena Das y Margaret Lock. 1997. "Introduction", en Arthur Kleinman, Veena Das y Margaret Lock (eds.), Social Suffering. i-xxvii. Berkeley, University of California Press.        [ Links ]

Lawrence, Patricia. 2000. "Violence, suffering, Amman: the work of Oracles in Sri Lanka's Eastern War Zone", en Veena Das, Arthur Kleinman y Mamphela Ramphele (eds.), Violence and subjectivity. 171-204. Berkeley, University California Press.        [ Links ]

Molano, Alfredo. 1987. Selva Adentro. Bogotá, El Áncora Editores.        [ Links ]

Molano, Alfredo. 1989. «Aproximación al proceso de colonización de la región del Ariari-Güejar-Guayabero» en La Macarena, Reserva biológica de la humanidad. 279-304. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.        [ Links ]

Rappaport, Joanne. 2007. «Más allá de la escritura: la epistemología de la etnografía en colaboración». Revista Colombiana de Antropología 43: 197-229.        [ Links ]

Robben, Antonius y Jeffrey Sluka. 2007. "Fieldwork in Cultural Anthropology: An Introduction", en Antonius Robben y Jeffrey Sluka (eds.), Ethnographic Fieldwork: An Anthropological Reader.1-27. Oxford: Blackwell.        [ Links ]

Scheper-Hughes, Nancy. 1992. Death Without Weeping: The Violence of Everyday Life in Brazil. Berkeley, University of California Press.        [ Links ]

Taussig, Michael. 2002. Colonialismo y el hombre salvaje. Un estudio sobre el terror y la curación. Bogotá, Norma.        [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons