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Universitas Humanística

Print version ISSN 0120-4807

univ.humanist.  no.68 Bogotá July/Dec. 2009

 

Cartografías del campo político afrodescendiente en América Latina1

Cartographies of the Political Camp of Afro-Descendents in Latin America

Cartografias do campo político afrodescendente na América Latina

Agustín Lao-Montes2
oxunelegua@yahoo.com
University of Massachusetts at Amherst3, USA


1 Este artículo es producto de la investigación realizada por el autor sobre afrolatinidades, y es una versión revisada de dos presentaciones: una conferencia inaugural sobre las afrolatinidades realizada entre el 6 y el 7 de marzo del 2008, en la University of California en Los Angeles, y la Conferencia Interrogando a la Sociedad Civil (Interrogating Civil Society), organizada en Amherst, del 21 al 23 de abril del 2008.
2 PhD en Sociología de la State University of New York at Binghamton.
3 Profesor Asistente. Hace parte del Center for Latin American, Caribbean, and Latino Studies Afro-American Studies University of Massachusetts at Amherst. Afiliado al postgrado en Estudios Afro americanos y es investigador en el Centro de Estudios Latino/Americanos y del Caribe. Entre sus áreas principales de investigación y docencia se cuentan: la critical decolonial, la sociología histórico-mundial, los estudios culturales, la sociología política (especialmente los temas de Estado y movimientos sociales).

Recibido: 20 de enero de 2009 Aceptado: 14 de julio de 2009



Resumen

Este artículo elabora, a rasgos generales, una cartografía de lo que denomina como el campo político afrodescendiente en América Latina. Luego de establecer una serie de criterios teóricos, metodológicos para el análisis histórico de los movimientos negros en la modernidad y de los movimientos afroamericanos en particular, el artículo se enfoca en la emergencia de movimientos de afrodescendientes en América Latina hacia el final de la década de 1980. Uno de los argumentos principales es que en los 1990s comienza a surgir un campo político afrodescendiente en la región de América Latina con base en una serie de desarrollos incluyendo la emergencia de nuevos movimientos sociales que incluyeron movimientos étnico-raciales de afros e indígenas, eventos de envergadura regional como la contra-celebración del 1492 en el 1992 y la Conferencia Mundial contra el Racismo del 2001 en Durban, Sudáfrica, y los efectos del patrón neoliberal de globalización. El campo político afrodescendiente está compuesto no solo por movimientos sociales sino también por actores estatales y actores transnacionales (como el Banco Mundial y la Fundación Ford). El artículo concluye con un análisis de los desafíos y perspectivas para la política afroamericana en general y para los movimientos Afro-Latinos en particular en vista de la crisis actual del sistema-mundo moderno/colonial.

Palabras clave: afrodescendientes, campo político, movimientos antisistémicos.


Abstrac

This article lays out, in general terms, what it calls the political camp of Afro-descendents in Latin America. After establishing a series of theoretical and methodological criteria for the historical analysis of black movements in modernity and the Afro-American movements in particular, the article focuses on the emergence of afro-descendant movements in Latin America during the last part of the 1980s. One of the principal arguments is that in the 1990s a political camp of afro-descendents starts to emerge in the region of Latin America based on a series of developments, including the emergence of new social movements that included ethno-racial movements of Afros and indigenous people, events of regional importance like the contra-celebration of 1492 in 1992, the World Conference against Racism 2001 in Durban, South Africa, and the effects of the neoliberal pattern of globalization. The political camp of Afro-descendents is composed not only of social movements, but also of state actors and transnational actors (such as the World Bank and the Ford Foundation). The article concludes with an analysis of the challenges and perspectives of Afro-American politics in general and of Afro-Latin movements in particular considering the current crisis of the modern/colonial world-system.

Key words: afro-descendents, political camp, anti-systemic movements.


Resumo

Este artigo elabora, em traços gerais, uma cartografia do que se denomina de campo político afrodescendente na América Latina. Após estabelecer uma série de critérios teóricos e metodológicos para a análise histórica dos movimentos negros na modernidade, e dos movimentos afro-americanos em particular, o artigo focaliza-se no surgimento dos movimentos afro-americanos na América Latina no final de 1980. Um dos argumentos principais é a origem de um campo político afrodescendente na América Latina na década de 1990, baseado em uma série de desenvolvimentos dentre os quais se encontram: a emergência de novos movimentos sociais, incluindo movimentos étnico-raciais de afros e indígenas; eventos de espectro regional como a contracomemoração de 1492, em 1992; a Conferência Mundial contra o Racismo de 2001, em Durban, África do Sul; e os efeitos do padrão neoliberal de globalização. O campo político afrodescendente está composto não somente por movimentos sociais, mas também por atores estatais e transnacionais (como o Banco Mundial e a Fundação Ford). O artigo conclui-se com uma análise dos desafios e perspectivas para a política afro-americana, em geral, e para os movimentos afro-latinos em particular, levando em consideração a crise atual do sistema-mundo moderno/colonial.

Palavras-chave: afrodescendentes, campo político, movimentos antissistêmicos.


La última semana de febrero del 2008, hubo dos conferencias en universidades estadounidenses relacionadas con los llamados afrolatinos.4 El contrapunto entre una conferencia en la Universidad Howard llamada Times of Change and Opportunities for the Afro Colombian Population, organizada por la embajada colombiana, y una conferencia The African Diaspora in the Americas: Political and Cultural Resistance, en la Universidad de Minnesota, son ejemplos de dos polos en el controvertido terreno de la política negra en el continente americano. El hecho de que este artículo esté basado en una presentación que cerró una tercera conferencia una semana después, es no sólo una demostración de que los negros estamos de moda, sino más bien que la política afroamericana es ahora un terreno clave, no sólo en la política local y nacional, sino también en la hemisférica y global. Por supuesto, esto también significa que los Estudios Afrolatinos siguen abriendo un camino en los estudios de la Diáspora Africana y de los Estudios Latinoamericanos.5

El contraste entre los conferencistas y los patrocinadores de las conferencias de Howard y Minnesota representa dos modelos distintos de política racial que están asociados con ideologías sociales y políticas, políticas culturales y proyectos históricos opuestos. Por ejemplo, la conferencia de Howard contaba con conferencistas de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y con políticos estadounidenses liberales-conservadores de raza negra, como Gregory Meek, mientras que la conferencia de Minnesota tuvo como orador del discurso inaugural a Jesús «Chucho» García, líder principal de la Red de Organizaciones Afrovenezolanas. De hecho, la misma semana Chucho García había publicado un artículo en internet criticando la conferencia de Howard como ejemplo de la complicidad de quienes denomino como la derecha afrocolombiana con el neoliberalismo global y con el proyecto imperial estadounidense. Del mismo modo, una coalición, con sede en los Estados Unidos, en solidaridad con las organizaciones de base afrocolombianas, denunció la conferencia como un ejemplo más de las alianzas entre las élites conservadoras negras en Colombia y los Estados Unidos con los gobiernos afines de Bush y Uribe. De manera similar, un correo electrónico del Proceso de Comunidades Negras (una de las mayores organizaciones del movimiento negro en Colombia) observó que lo que el gobierno colombiano llamó la semana afrocolombiana en Washington, D.C., a saber la conferencia en Howard junto con otros encuentros y un concierto de entrada gratis de la famosa cantante afrocolombiana Petrona Martínez, hacían «parte del sortilegio montado por el gobierno colombiano para tratar de ganar los votos a favor del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos». El título mismo, Tiempos de cambio y oportunidades para la población afrocolombiana, revela optimismo sobre la actual situación de los afrocolombianos, un ángulo de visión articulado desde la perspectiva de una clase política Afro cada vez más visible, cuyo punto de vista ostenta un marcado contraste con la triste condición de millones de afrocolombianos desplazados por el conflicto armado y por la evidencia de la investigación social que muestra que los afrocolombianos presentan los peores indicadores de desigualdad social y económica del continente americano.6

La discusión y disputa sobre el carácter de la política negra en Colombia, que hasta ahora en nuestra narrativa presenta una élite afrocolombiana que apoya el régimen de Uribe (con todas las implicaciones de su política antiterrorista/probelicista de la «seguridad democrática», y su alianza con la política imperialista y neoliberal de los Estados Unidos) aliada con sectores conservadores de los Estados Unidos; en contraste con las organizaciones de base afrocolombianas y sus aliados Afro-estadounidenses (como el Foro TransÁfrica), debería enmarcarse en un panorama mayor de geopolítica, política cultural y economía política hemisférica y global. En este sentido, al mapear la política Afro en el continente americano hoy en día una de las contradicciones patentes es entre Colombia y Venezuela. De un lado, la élite afrocolombiana se está convirtiendo en una vitrina transnacional y en un laboratorio imperial para un Panafricanismo conservador neoliberal, mientras que por otro lado la Red de Organizaciones Afro-Venezolanas abandera iniciativas para articular una izquierda hemisférica afro. En noviembre de 2006 y 2007 los afrovenezolanos organizaron encuentros afroamericanos norte y sur. El encuentro de 2006 se llamó Afrodescendientes contra el Neoliberalismo y el de 2007 Afrodescendientes por las transformaciones revolucionarias en América Latina. Aun cuando hay estrechos vínculos con el gobierno dirigido por Hugo Chávez, hasta el punto de que hubo financiamiento gubernamental para ambos encuentros, también hay un grado significativo de autonomía de la Red de Organizaciones Afrovenezolanas y sus líderes en relación con el Estado venezolano, un asunto que discutiremos más adelante. En resumen, este contraste entre la élite afrocolombiana y la Red de Organizaciones Afrovenezolanas es un punto de partida importante para elaborar una cartografía del complejo y disputado terreno de la política afrolatina contemporánea.

En este artículo trataré de delinear, con amplios trazos, algunos temas históricos, analíticos y políticos claves, para mapear el terreno de la política afrolatina en un campo más general de política social, cultural y racial. Aun cuando el enfoque principal del artículo son los movimientos afrolatinos en el presente, el análisis estará enmarcado en una perspectiva histórico-mundial. En otras palabras, el actual auge de los movimientos negros (o afrodescendientes) en Latinoamérica debe explicarse en relación con sus bases históricas y en relación con las tendencias nacionales, regionales y globales, como el neoliberalismo y el nuevo imperialismo estadounidense.7 En resumen, la relación entre el pasado y el presente, junto con un análisis multiescalar (local, regional, nacional, global) es una base metodológica de este mapeo de la política afrolatina.

El análisis se concentrará principalmente en los movimientos sociales afroamericanos, porque los entiende como actores centrales en escenarios de poder modernos, que históricamente han sido fuerzas antisistémicas claves. Esto implica un análisis de la modernidad en el que la agencia histórica negra sea protagonista y parte fundamental, a contracorriente del sentido común eurocéntrico y racista según el cual las afromodernidades son derivativas, secundarias o completamente ajenas a lo moderno.8 Esta breve monografía resume algo del marco analítico y del material empírico de un manuscrito para un libro sobre los movimientos negros y la política racial en el continente americano. Aquí y en el proyecto del libro desarrollaré una perspectiva y un método teórico en diálogo con una diversidad de tradiciones de teoría e investigación. En este artículo, elaboro una cartografía de la política afroamericana en diálogo con tres corrientes distintas: el concepto de movimientos antisistémicos acuñados en el análisis de sistema-mundo, la propuesta teorica de Mark Sawyer sobre la política negra en términos de ciclos de raza, y un proyecto colectivo de investigación sobre los modos actuales de la acción colectiva y las relaciones entre Estados y movimientos coordinado por la Universidad de Massachussets bajo el título de Interrogating the Civil Society Agenda (Interrogando la agenda de la sociedad civil).9

La historia desde abajo: movimientos antisistémicos y modernidades subalternas

Trataré en primer lugar de enmarcar el argumento abordando de manera sucinta algunas preguntas teóricas claves en mi acercamiento a la política racial negra en el continente americano. La primera se refiere a cómo representar lo global de manera analítica y a cómo articular metodológicamente la relación entre lo global y lo local. Hay una literatura amplia y bastante que discutir sobre estas cuestiones, pero hay algunos puntos que quisiera establecer aquí. Primero, que considero la globalización como un proceso a largo plazo, articulado por una matriz histórico-mundial que, siguiendo a Aníbal Quijano, conceptualizo con la noción de la colonialidad del poder.10 En una caracterización rápida, puede representarse la colonialidad del poder como el entrecruzamiento de cuatro regímenes de dominación (racismo, capitalismo, patriarcado e imperialismo) y la interseccionalidad de las formas de identidad (raza, clase, género, sexualidad), cultura y conocimiento, así como también de los modos de economía política (explotación y acumulación capitalista), y las formas de comunidad política y geopolítica (Estados nación e imperios modernos) asociados con ellas. Existen dos dimensiones de este argumento que quiero subrayar aquí. El primero es que esta perspectiva histórico-mundial se opone a un nacionalismo metodológico generalizado en el cual el Estado-nación es la unidad básica de análisis (una metodología y una política que son desafiadas abiertamente por las perspectivas de la diáspora africana),11 pero que va también contra los tipos de análisis de sistema-mundo concebidos de arriba hacia abajo en los que lo nacional y lo local están subordinados a lo global. En contraste, sostengo que lo que llamamos globalización o espacio mundial es un proceso contradictorio y relativamente abierto, en el que «partes» específicas (como naciones, y regiones como la costa pacífica Colombiana, las Antillas y la diáspora afroamericana) tienen su autonomía relativa y por ende sus propias temporalidades y configuraciones espaciales. El otro punto que quiero plantear es que en esta visión de las constelaciones globales del poder; la raza y el racismo y sus articulaciones con el trabajo, el género, la sexualidad y el conocimiento, son elementos centrales en este proceso de globalización a largo plazo. Una conclusión importante de este argumento es que las «formaciones raciales» y los racismos son procesos complejos que tienen su especificidad histórica. Es decir, «raza» y racismo se articulan y desarrollan en formas particulares en el tiempo y el espacio (e.g., en los planos local, regional y nacional), a la misma vez que componen un régimen racial histórico-mundial, de allí la necesidad y la importancia de conceptos como «orden racial mundial» y «sistema racial mundial», como lo proponen varios estudiosos.12 Uno de los mejores ejemplos que tenemos de este tipo de análisis histórico-mundial en el que la agencia individual y colectiva Afroamericana están enmarcadas en procesos complejos y contradictorios que se articulan en espacios y escalas plurales (capitalismo mundial, imperios y competencia imperial, formación de Estados, regiones, clase y raza, pero infortunadamente sin análisis de género) es el libro de CLR James The Black Jacobins, sobre la revolución haitiana. La red translocal de resistencias y esperanzas de emancipación provocada por la revolución haitiana que inspiró una ola de luchas por toda América constituyó un cosmopolitismo alterno desde abajo, que podemos denominar como modernidad subalterna.13

Esto me lleva a abordar la otra pregunta que es: cuál es la importancia histórico-mundial de los movimientos negros. Como ya lo he mencionado, los primeros movimientos mundiales para la justicia y la democracia fueron las luchas contra la esclavitud y el movimiento abolicionista.14 La importancia histórico-mundial de las resistencias y acciones colectivas negras tiene una relación directa con la centralidad de las clasificaciones/estratificaciones raciales y los regímenes racistas en la constitución misma de las estructuras modernas/coloniales de poder/conocimiento que se articulan en instituciones claves, como en las divisiones raciales del trabajo en la economía-mundo capitalista, las dimensiones raciales del Estado moderno (el llamado «Estado racial»), el racismo epistémico que configura las formaciones de conocimiento occidentales, y las definiciones étnico-raciales de las categorías modernas del ser y el yo.15 De ahí viene el rol central de la agencia de los sujetos Afrodescendientes en el desafío y transformación de las instituciones principales, categorías y procesos de la modernidad capitalista como sistema histórico. Además, si por movimientos antisistémicos nos referimos a la constelación de luchas, acciones colectivas y formas organizacionales capaces de desafiar y transformar el orden global en diferentes momentos claves de la historia mundial, cuando analizamos las diferentes olas de movimientos antisistémicos, veremos que corresponden a los ciclos raciales transnacionales que describiremos a continuación. De nuevo, una explicación estructural que subyace a la importancia de los movimientos negros en la longue durée de la modernidad capitalista es la primacía de regímenes racistas en las configuraciones modernas/ coloniales de poder económico, cultural y político. El producto desigual de los efectos acumulados y combinados de la agencia histórica negra y de sus acciones colectivas en el continente americano y más allá de él, es que los movimientos afroamericanos han sido y siguen siendo protagonistas claves en las luchas globales por la libertad y la igualdad.

Política afrodescentiente en perspectiva histórico-mundial

Si la «raza» y los racismos inscriben y configuran las instituciones mayores (Estados, economías, universidades, familias), las categorías claves (de identidad, geografía, conocimiento) y los procesos principales (producción y consumo cultural, formaciones de clase y género, valorización y difusión del conocimiento) del sistema-mundo capitalista moderno/colonial; por consiguiente, debe considerarse la agencia histórica Afro y las políticas raciales negras, como arenas de luchas y propuestas alternativas, un terreno importante en la definición general del campo de lo político.

La perspectiva de ciclos raciales articula un marco amplio para el análisis histórico de la política negra en el continente americano en la medida en que combina el análisis político-económico y la interpretación cultural, la interacción de fuerzas nacionales y transnacionales, la importancia social de las coyunturas críticas y la agencia histórica afro.16 En este esquema analítico, se conceptualizan las formaciones raciales como un campo complejo y un terreno de contiendas marcado por «significados de raza constantemente cambiantes y en tensión con otras estructuras sociales».17 En este sentido, la política racial se entiende como un proceso determinado estructuralmente a la vez que abierto a la contingencia histórica, una arena en disputa mediada por procesos estructurales tales como formaciones estatales y poderes imperiales, siempre efectuados en la amplia gama de luchas que componen los escenarios cotidianos de las relaciones de poder. El concepto mismo de ciclos de raza significa una temporalidad dinámica en la que un escenario central es la relación entre el Estado racial y los movimientos negros como impulsores del flujo y reflujo histórico entre momentos de crisis y convulsión social, seguidos por momentos de equilibrio en la dominación y la hegemonía. Una diferencia importante que tengo con el enfoque de los ciclos raciales de Sawyer es que no comparto su afinidad con los planteamientos de Tilly y Tarrow y con ende con el análisis de los movimientos sociales en términos de movilización de recursos y estructuras de oportunidades políticas.18 Entiendo los ciclos raciales dentro de un marco analítico, por un lado ligado a una perspectiva histórico-mundial de movimientos sociales negros como fuerzas antisistémicas, para así enmarcar la política afroamericana en panoramas más amplios de poder, y del otro lado vinculado a un acercamiento político-cultural a los movimientos sociales como campos de producción de identidad, formación de comunidad, y articulación de políticas culturales.19 Un desarrollo completo de esta tesis está más allá del alcance de este artículo, pero creo necesario esbozar algunas ideas básicas para elaborar mi argumento aquí. Para esto comenzaré con una periodización histórica de los movimientos sociales negros y su importancia central tanto en los periodos de crisis como los procesos de reestructuración en la historia del sistema-mundo moderno/colonial capitalista.20

Podemos identificar cuatro ciclos principales de la política negra en el continente americano que corresponden a cuatro coyunturas históricomundiales críticas.

  • El primero alcanzó su punto álgido en la ola de revueltas de esclavizados en el siglo XVIII, cuyo punto culminante fue la revolución haitiana (1796-1804), lo que a su vez marcó el nacimiento de la política negra como dominio explícito de identidad y derechos, y como proyecto de emancipación. Se puede argumentar que las revueltas modernas de esclavizados fueron el pilar de una constelación de luchas que constituyeron la primera ola de movimientos antisistémicos en la modernidad capitalista.21 Las resistencias de esclavizados, que iban desde hacer más lenta la producción y envenenar la comida del amo hasta el cimarronaje, las revueltas masivas y la revolución haitiana; son tan antiguas como la esclavitud moderna, pero sus efectos combinados y acumulados adquirieron el carácter de movimiento antisistémico hacia el cambio de siglo entre el XVIII y el XIX. Esa fue la época que el historiador Eric Hobsbawn llamó la «Era de la Revolución»,22 pero él junto con la mayoría de la historiografía, sólo reconoció la guerra de independencia de las trece colonias que constituyeron los Estados Unidos y a la revolución francesa como las gestas de la época, apenas registrando el significado histórico-mundial del cambio revolucionario en Haití. En contraste, nosotros sostenemos que la revolución haitiana fue la más profunda de la época tanto en intención como en logros, dado que derrotó la esclavitud y el colonialismo francés, a la vez que inauguró la política del poder negro en el escenario histórico moderno/ colonial.23 La revolución haitiana tuvo grandes repercusiones en todo el continente americano, inspirando las resistencias de esclavizados (como también de negros libres y mulatos) y exacerbando los miedos en los amos y los Estados coloniales. Caracterizamos este periodo como el primer gran momento de luchas por la liberación negra, la aparición de una política de la solidaridad (negros, indígenas y de todos los pueblos por la emancipación), y de las concepciones vernáculas negras de democracia y libertad.24 El movimiento abolicionista puede considerarse como el primer gran esfuerzo organizado en aras de la justicia global, como afirman algunos estudiosos.25 En resumen, esta coyuntura histórico-mundial de cambio sistémico marcó el surgimiento de la política racial negra en el continente americano y en la diáspora africana global.
  • El segundo periodo, aproximadamente de 1914 a 1945, puede situarse poniendo de relieve la primera y segunda guerras mundiales europeas, las revoluciones rusa y mexicana, y la gran depresión de los años treinta. Fue un momento de consolidación de los movimientos políticos, culturales e intelectuales negros en todo el Atlántico, que configuró una suerte de cosmopolitismo afro que sigue vigente en nuestra época.26 Este es el periodo del surgimiento del panafricanismo como un movimiento transnacional de gran envergadura e influencia a pesar de todas sus diferencias y contradicciones.27 Por ejemplo, es el tiempo de apogeo de la Asociación Universal para el Mejoramiento Negro -UNIA-, que continúa siendo la más numerosa organización transnacional en la historia de la diáspora africana. Desde otro ángulo, fue la época del nacimiento del marxismo negro como corriente intelectual y del socialismo negro, como movimiento político, liderada por figuras como Harry Haywood y Claude McKay en la Tercera Internacional, y CLR James en la Cuarta Internacional. En el ámbito cultural, fue el periodo de la política cultural modernista negra del Renacimiento de Harlem, de la aparición de las vanguardias estético-políticas en Brasil y Cuba que se fundamentaron en las formas culturales afrodiaspóricas y las celebraron, y del surrealismo negro y el movimiento de negritudes en la zona francófona de la diáspora africana (Francia, África y el Caribe) que articularon sus propias redes de cosmopolitismo negro y sus sueños de libertad (para usar la expresión de Robin Kelley). Este mundo afro-francófono fue el universo histórico que produjo figuras intelectuales y políticas histórico-mundiales, como Aimé Cesaire y Frantz Fanon. Este es el periodo en que se organizaron las primeras organizaciones políticas nacionales afroamericanas, el Partido Independiente de Color en Cuba (1908-1912), otro partido político llamado la Frente Negra Brasileira en Brasil (1930), y la Asociación Nacional para el Progreso de las Gentes de Color -NAACP- en los Estados Unidos (desde 1909).28
  • El tercer periodo, lo sitúo desde la posguerra de la Segunda Guerra Mundial hasta la ola global de movimientos antisistémicos de los años sesenta y setenta. El primer momento, aproximadamente de 1945 a 1955, estuvo marcado por un ciclo sistémico de luchas por la descolonización en África, Asia y el Caribe, y por el surgimiento de movimientos contra el régimen de Jim Crow en el sur de los Estados Unidos. La conferencia de 1955 en Bandung, Indonesia, representó el clímax de la política anticolonial/antirracista de liberación nacional que buscaba cambiar el equilibrio del poder mundial, desafiando el poder imperial de Occidente y favoreciendo el surgimiento de los «países no alineados» y el enpoderamiento de «los pobres de la tierra», de la zona mundo-regional que vino a llamarse el «tercer mundo» conformado por Asia, África y Latinoamérica.29 En 1968, otra conferencia en La Habana, Cuba, ondeó la bandera del tricontinentalismo para plantear y articular una política de liberación cuyo locus principal venía de los tres continentes del tercer mundo. El mismo año, 1968, representó lo que Arrighi, Hopkins y Wallerstein llaman «una revolución en el sistema-mundo», pues las acciones combinadas de los movimientos sociales literalmente «sacudieron el mundo», a la vez que representaban una amenaza y la construcción de alternativas populares, a las constelaciones de poder global.30 En la profunda coyuntura histórico-mundial de los sesenta, que aquí no es una década sino un tiempo histórico que podemos ubicar entre 1955 y 1975, el eje principal de los movimientos afroamericanos se situó en los Estados Unidos, que sirvió de inspiración a las luchas de liberación negra en toda la diáspora africana y el continente africano mismo como se ejemplifica de manera elocuente en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica. El impresionante crecimiento del movimiento contra el régimen racista de Jim Crow en los Estados Unidos, desde Brown contra el Ministerio de Educación en 1955 y la negación de Rosa Parks a viajar en la parte trasera de un bus en 1956, representaron uno de los «ciclos de protesta» más fuertes en la historia moderna, y finalmente dieron lugar al desmantelamiento legal así como a un importante despertar político y cultural contra el racismo sureño. En el segundo momento (1968-1975) de esta era, el Movimiento Negro de Liberación en los Estados Unidos (para usar el concepto de Cornel West para caracterizar la época entera), acuñó la expresión «poder negro» que luego se tradujo en poder femenino, poder indígena, poder chicano, etc., inspirando así y dando un idioma político a los nuevos movimientos sociales que habían surgido. Este momento particular en el movimiento negro de liberación en los Estados Unidos de los sesenta-setenta, tuvo una gran influencia en el resto del mundo, desde la proyección de figuras como Malcolm X y Martin Luther King, Jr., hasta organizaciones como las Panteras Negras y el Comité Coordinador Estudiantil No Violento -SNCC-, hasta la recepción global de la política cultural de lo «Negro es hermoso».31 La ola de movimientos antisistémicos de finales de los años sesenta se correspondió a una crisis incipiente de la hegemonía estadounidense (claramente revelada en la derrota política y militar de Vietnam) y con una recesión económica mundial que se expresó claramente en la crisis petrolera de 1973. La combinación de una gran ola de movimientos antisistémicos y una crisis global incipiente de acumulación de capital, configuraron lo que se ha denominado como una «nueva guerra de clases» y la búsqueda de reestructuración sistémica que dio origen al neoliberalismo a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta.
  • El cuarto periodo que propongo para interpretar conceptualmente la política racial negra en el continente americano comienza a finales de los años ochenta y a principios de los noventa hasta hoy. Es la época del surgimiento del nuevo imperialismo estadounidense, por ejemplo con las invasiones de Grenada y Panamá en 1986 y 1988, y de la primera guerra con Irak en 1991. Marca también el comienzo del fin de la fascinación con las políticas de Estado neoliberales, presididas por movilizaciones y movimientos emergentes contra sus efectos negativos de orden económico y político, como el Caracazo de 1989, en Venezuela, el levantamiento zapatista, en enero de 1994 (y su confluencia estratégica con la firma del Acuerdo de Libre Comercio de Norte América), y las protestas masivas contra las reuniones de la Organización Mundial del Comercio, en diciembre de 1999 en Seattle. Fue también la era de la revolución pacífica que desmanteló el bloque soviético, exacerbando la crisis del llamado «socialismo actualmente existente». En este periodo, tres referentes importantes para los movimientos negros e indígenas en el continente americano fueron: el cambio constitucional sin precedentes que tuvo lugar en Colombia en 1991, que declaró el país como pluriétnico y multicultural, la campaña contra la celebración de los 500 años del mal llamado «descubrimiento de América» en el 1992, y el proceso hacia la Conferencia Mundial Contra el Racismo del 2001 en Durban, Sudáfrica. En resumen, ésta es la época del surgimiento de una serie de movimientos sociales contra los efectos negativos de la globalización neoliberal y en particular de la aparición de los movimientos negros e indígenas en Latinoamérica.

Un mapeo de los movimientos afrodiaspóricos

La historia de los movimientos sociales de afrodescendientes siempre había sido diversa y llena de conflictos y debates entre perspectivas políticas e ideologías de poder diferentes, entre diferentes formas de entender los significados de la «raza» y el racismo y cómo luchar contra ellos, y entre proyectos históricos en pugna con implicaciones distintas en cuanto a políticas de alianza y proyectos de futuro. Por ejemplo, en la década de 1930, había diferencias importantes entre quienes eran considerados los líderes panafricanos de la época. Como podemos ver en las tres visiones diferentes sobre África y sus significados: primero en el nacionalismo negro transnacional de Marcus Garvey, África era la fuente suprema de la identidad negra la cual debía reconfigurarse y modernizarse en búsqueda de una especie de «Imperio negro»;32 esta perspectiva contrasta con la de WEB DuBois para quien África representaba un referente necesario en las luchas negras por la democracia y la justicia social las cuales eran concebidas como teniendo su epicentro en el hemisferio americano; ambas posturas político-ideológicas eran distintas de la concepción de CLR James sobre las luchas africanas por la descolonización concebidas como un momento clave en lo que entendía como un proyecto de mayor envergadura, el internacionalismo socialista y en particular la política de la Cuarta Internacional. Ambos, DuBois y James fueron pioneros de una tradición que Cedric Robinson llama el marxismo negro,33 que constituye un desafío tanto al marxismo occidental con su tendencia al eurocentrismo y al reduccionismo de clases, como también a las tendencias dominantes del nacionalismo negro que tienden a no ver con claridad las conexiones entre el racismo y el capitalismo (y yo añadiría, emulando a los Afro-feminismos, que también ha sido ciego a la centralidad histórica, política y epistémica del patriarcado y el imperialismo).

De manera similar, durante la ola de movimientos antisistémicos de los sesenta y setenta, el Movimiento Negro de Liberación en los Estados Unidos, que fue uno de los pilares del caudal de luchas que sacudieron y hasta cierto punto transformaron el mundo, fue también heterogéneo y lleno de toda suerte de diferencias internas. La mayoría de los relatos tienden a resaltar las diferencias entre lo que se conoce como el movimiento de los derechos civiles con foco en el sur, cuyo punto culminante se sitúa en la marcha de 1963 en Washington, D.C. por los derechos civiles con el resultado de la aprobación, en 1964 y 1965, de las leyes contra la discriminación racial y el otorgamiento del derecho al voto a los ciudadanos negros; en contraste con el movimiento del poder negro, que por lo general se ubica en su mayor parte en las ciudades del norte, se remonta históricamente al ascenso de Malcolm X como líder principal del radicalismo afroamericano, hasta la consigna de poder negro enunciada por Stokely Charmichael en las campañas del SNCC, y el surgimiento de las Panteras Negras a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta. La historia es mucho más diversa y compleja y no tenemos aquí el tiempo o el espacio para detalles y matices, pero es importante decir que las diferencias entre el integracionismo reformista de la tendencia dominante en el movimiento por los derechos civiles, y los proyectos revolucionarios de transformación defendidos por organizaciones como las Panteras Negras y la Liga de los Obreros Negros Revolucionarios, revelan diferencias significativas en el Movimiento Negro de Liberación en Estados Unidos de los años sesenta y setenta. Una vez más, éstos son sólo ejemplos para ofrecer un fundamento histórico para la cartografía del campo político afroamericano que estamos dibujando.

Cuando hablamos de olas o ciclos de movimientos sociales, debemos reconocer una relación entre el surgimiento y la caída de los movimientos antisistémicos en periodos cruciales de crisis y reestructuración del sistema-mundo, épocas de surgimiento o declive de la hegemonía imperial (como en la actualidad), momentos de proliferación de guerras o de paz relativa, y periodos de rebelión o de conformidad relativa. Uno de los mayores dilemas históricos de las grandes olas de movimientos y movilizaciones (o ciclos de protesta) es que sus triunfos tienden a crear las condiciones para periodos subsiguientes de cooptación y represión por parte de los poderes dominantes con la consecuencia de que los movimientos se desgajan de su carácter antisistémico. Esta dinámica de flujo y reflujo de los movimientos antisistémicos y los «ciclos raciales» sirve para explicar en parte los cambios en la política afro-estadounidense después del Movimiento Negro por la Liberación en los sesenta y setenta. La aprobación de las leyes que extendieron el sufragio catalizó un incremento considerable en la posición electoral de los afrodescendientes, mientras la oposición explícita del Estado hacia el racismo por medio de leyes y políticas públicas contra la discriminación, y el aumento de la movilidad social debido en parte a las políticas de Acción Afirmativa fomentaron algunas mejoras en la educación y el empleo. Todos estos desarrollos demuestran algunos de los logros de los movimientos negros en los Estados Unidos de los sesenta y setenta. Sin embargo, las polarizaciones de clase hoy en día entre los afronorteamericanos son más agudas que en la década de los sesenta. Sin negar que hay un despertar de corrientes de izquierda negras (aunque no del todo exitoso como podemos constatarlo en el relativo fracaso de esfuerzos como el Congreso Radical Negro) y en las organizaciones de base (sobre todo en el sur donde organizaciones de base como Project South que organizaron el Foro Social de los Estados Unidos), es importante reconocer que asistimos a un proceso de ascenso del conservatismo negro, como lo podemos ver visiblemente en figuras como Colin Powell y Condoleezza Rice. Hasta cierto punto, los mismos triunfos del movimiento facilitaron la integración de gran parte de sus energías políticas y su activismo social a las estructuras del Estado y el poder corporativo que ahora defienden la ideología racial que Eduardo Bonilla Silva llama con ironía «racismo ciego al color»,34 un régimen racista, cuyo horrible rostro se reveló en los fundamentos raciales y de clase de las políticas federales hacia Nueva Orleans en la crisis de Katrina, y que intenta embellecerse con un multiculturalismo imperial donde un secretario de Estado negro defendió otra invasión a Haití en el 2005 y un fiscal general latino justificó la tortura en Irak.

El auge de los movimientos étnicos y la política racial en Latinoamérica

En contraste con el declive relativo del movimiento social negro y del debilitamiento general de la política de organización y movilización de base en los Estados Unidos, en América Latina hubo en los ochenta una efervescencia de los movimientos sociales explícitamente negros (o afro), un cambio que interpretamos como un giro del locus principal de los movimientos afroamericanos de norte a sur. Sabemos que hay una larga tradición de política racial en Latinoamérica, y en la actualidad se presentan con cierta frecuencia el Partido Independiente de Color en Cuba (fundado en 1908 hasta la masacre racial de 1912) y el Frente Negro Brasileira a comienzos de la década de 1930, como dos ejemplos de que los partidos políticos de afrodescendientes se organizaron por primera vez en América Latina.35 Sin embargo, hasta las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX, la mayor parte de la participación política afrolatinoamericana se llevo a cabo dentro de los partidos políticos principales (en su mayoría en los partidos liberales y de izquierda) y la mayor parte de los esfuerzos de base se desenvolvió en sindicatos multiétnicos y multirraciales, en colectividades campesinas, y en organizaciones de tipo cultural.

Una constelación de movimientos sociales que se autodefinía de manera explícita como negro (y/o afro) comenzó a surgir informalmente en Latinoamérica y el Caribe Criollo (o Hispano) hacia finales de los setenta y comienzos de los ochenta, y comenzó a rendir frutos organizativos y a tener pertinencia política en los planos locales y nacionales a finales de los ochenta y comienzos de los noventa. En mis investigaciones he encontrado que muchos de los líderes de los movimientos negros en la región fueron parte de la izquierda latinoamericana pero eventualmente se sintieron desilusionados con el racismo y el reduccionismo de clase de la izquierda blanco/mestiza, y por ende realizaron cambios en su identidad política en el momento mismo de la descomposición del bloque soviético y la crisis del discurso socialista en general. La influencia reciproca de los movimientos negros e indígenas que surgieron juntos en ese periodo, también liga ambos al surgimiento de nuevos movimientos sociales (ecológicos, de género, sexuales, culturales, étnicos) no sólo en América Latina sino en el resto del mundo, que cambiaron las identidades y culturas políticas, y las formas y métodos de hacer política.

Hacia mediados de los ochenta hubo una maduración de los efectos negativos del proyecto neoliberal que incluyeron, entre otras, la colonización corporativa de regiones y poblaciones que estaban relativamente fuera de la lógica del capital y la regulación estatal (como la Costa Pacífica de Colombia y el Ecuador, y la costa Atlántica de Centroamérica). En este proceso de desarrollo de las identidades políticas y culturales afrodescendientes en Latinoamérica, los movimientos negros estadounidenses y sus figuras más visibles (como Martin Luther King y Malcolm X) fueron (y siguen siendo) un referente fundamental.

A finales de los ochenta y principios de los noventa, los movimientos negros e indígenas en América Latina, habían logrado fundar organizaciones locales de base, articular redes nacionales de movimientos sociales y también comenzaron a tejer redes transnacionales. Junto con el mal llamado «Consenso de Washington», hubo un ascenso de movimientos y organizaciones declaradamente negros que lideraron luchas por la identidad y el reconocimiento cultural, la educación étnico-racial e inter-cultural, los derechos a la tierra, la justicia económica, la integridad ecológica, los conocimientos ancestrales y la representación política. Hacia la década del noventa, los movimientos negros e indígenas promovieron campañas para declarar los Estados latinoamericanos como naciones pluriétnicas, multiculturales e incluso plurinacionales (especialmente de parte de los indígenas) por medio de reformas constitucionales, desafiando así los discursos de mestizaje de la élite criolla blanca, que fueron las ideologías fundadoras de la nacionalidad desde el siglo XIX. Esto dio lugar a cambios constitucionales de dicho tipo en países como Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Venezuela, Bolivia, y Perú. Esos cambios se asociaron también con la organización de redes transnacionales de movimientos de afrodescendientes e indígenas en el continente americano. Aquí, dos momentos importantes son la organización norte/sur en 1992 contra la celebración de 1492 como un «descubrimiento», y la rebelión zapatista en 1994 junto con la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Para la red de organizaciones afrolatinas que aún se conocen como la Alianza Estratégica de Afrodescendientes, un fuerte elemento cohesionador fue el proceso de organización para la conferencia mundial contra el racismo del 2001 en Durban, Sudáfrica.

El proceso de Durban sirvió de espacio organizativo y pedagógico para la formación y consolidación de redes afrolatinas de movimientos sociales, como la Alianza Estratégica y la Red de Mujeres Afro-Latinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora. La Red de Mujeres se organizó en 1992 en un congreso en la República Dominicana, lo cual revela un proceso organizacional de redes de mujeres negras que tienden a organizarse primero, e indica también que las mujeres afrolatinas jugaron un papel importante en colocar la cuestión de la raza en el centro del debate feminista incluyendo las conferencias mundiales de mujeres como el encuentro de 1992 en Pekín.36 Fue en este proceso de organización hemisférica (desde escalas locales y nacionales hasta niveles trasnacionales) donde el movimiento desarrolló un liderazgo colectivo y una identidad política. Como lo planteó Romero Rodríguez, líder de la organización Mundo Afro en Uruguay, en uno de los encuentros más importante de la red en el 2000 en Santiago de Chile «entramos Negros y salimos Afrodescendientes», queriendo decir que el movimiento acuñó el término afrodescendiente como una nueva identidad política con el propósito de incluir a las personas de descendencia africana de todos los colores y a pesar de una infinidad de diferencias. El término Afrodescendiente, gestado y negociado por las redes trasnacionales de movimiento negro en América Latina, fue adoptado posteriormente por la ONU, por ONGs, y por organizaciones internacionales de diversa índole (desde la Fundación Ford hasta el Banco Mundial). Como categoría política el significante afrodescendiente también representa la voluntad de desarrollar lazos diaspóricos con miembros de la diáspora africana global a través de las Américas y en otras partes del mundo.

Sin negar la gran importancia y los efectos positivos del proceso de Durban, es también necesario el criticar la tendencia a atribuirle un significado excesivo en la constitución de las acciones y organizaciones locales, nacionales y hemisféricas que componen lo que ahora podemos describir como una constelación de movimientos sociales negros en la región latinoamericana. En ese sentido, un ejemplo revelador es Colombia, país que ostenta el tercer puesto en población de origen africano en las Américas. En el contexto histórico del cambio constitucional de 1991 mediante el que se declaró a Colombia país pluriétnico y multicultural, las comunidades negras organizaron y propugnaron con éxito la Ley 70 de 1993 sobre los derechos de las comunidades negras que reconoció la propiedad colectiva de la tierra (especialmente a los consejos comunitarios negros en la costa Pacífica), la «etnoeducación» hasta el nivel universitario, y la representación política para los afrocolombianos. Dicha ley fue el resultado de una importante ola de organización y movilización de grupos y comunidades Afrocolombianas. La ley 70 fue en gran medida formulada e implementada (aunque solo parcialmente y con grandes limitaciones) por organizaciones afrocolombianas y sirvió de marco político para un crecimiento significativo en el nivel organizacional del mundo afro en Colombia. En fin, aquí no pretendemos analizar los logros y limitaciones de la ley 70, sino más bien ofrecer un ejemplo claro de como se fue gestando la política racial en la región casi diez años antes de Durban y por ende como el proceso hacia Durban (y despues de Durban), no solo fue un espacio que facilitó la consolidación de las redes del movimiento negro en la región, sino también fue el resultado de procesos de emergencia y organización de dichos movimientos.

Camino a Durban y después: emergencia de un campo de política negra en América Latina

La Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia, y Formas Conexas de Discriminación, organizada por la Organización de Naciones Unidas, en Durban, Sudáfrica, entre el 31 de agosto y el 8 de septiembre del 2001, fue de enorme importancia para las causas contra el racismo y por la democracia, a la vez que fue motivo de gran controversia. Como hemos observado, el proceso hacia Durban revitalizó la agenda mundial contra el racismo a la vez que facilitó la emergencia de un campo político Afrodescendiente en América Latina. Sin embargo, los Estados Unidos (acompañados principalmente por Canadá e Israel) abandonaron la conferencia en protesta por dos elementos que claramente habrían de aprobarse en el documento de consenso, estos fueron: la declaración del sionismo como una forma de racismo (específicamente contra los Palestinos), y la defensa de medidas de justicia reparativa a partir del reconocimiento de la esclavitud transatlántica y sus efectos históricos como un crimen de lesa humanidad. La Declaración y Plan de Acción de Durban, el documento aprobado en la conferencia y sus mecanismos de implementación, representa un acuerdo sumamente democrático con un programa práctico claro y viable de medidas concretas contra el racismo y a favor de la justicia y equidad racial. Después del boicot de varios poderes occidentales al encuentro de Durban y su pacto, liderado por los Estados Unidos, la región del mundo en la que sobresalieron más las pautas de Durban contra el racismo fue Latinoamérica. Los movimientos negros de la región ya habían logrado importantes avances como la Ley 70 de 1993 en Colombia y los derechos a la tierra de los Quilombolas en Brasil, ambos logros significativos en tanto políticas de afro-reparaciones, pero la agenda de Durban representó un salto cualitativo en la política afrodescendiente en América Latina. Los esfuerzos organizados y las acciones colectivas de los movimientos llamaron la atención de los gobiernos de la región, la gran mayoría de ellos signatarios del pacto de Durban y de instituciones transnacionales importantes, como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. En consecuencia, existe ahora una tendencia general hacia el reconocimiento por parte de los gobiernos de la especificidad de las identidades y culturas negras en la región, en varios países hay legislaciones especiales dirigidas hacia los afrodescendientes, declaraciones y/o medidas contra el racismo, y ramas institucionales del Estado que elaboran políticas específicas para las poblaciones negras. Existe además un aumento de la cantidad de dirigentes afrodescendientes tanto electos como nombrados, lo cual ha permitido la organización de un Parlamento Negro en la región. Existen programas de Acción Afirmativa desarrollándose en Brasil y Colombia, así como esfuerzos legislativos y políticos para documentar y combatir el racismo institucional y cotidiano en Brasil, Colombia, y Ecuador. En diciembre del 2007, se realizó un encuentro en Ecuador para discutir y coordinar iniciativas para la equidad racial en varios países. Con respecto a la institucionalización gubernamental de políticas para la equidad racial y contra la discriminación es en Brasil donde el movimiento ha obtenido los mayores logros, dado que es el primer país de la región con un ministerio para la equidad racial a nivel del poder ejecutivo.

Sin embargo, volviendo al contrapunto de las dos conferencias con las que inicié esta presentación, y poniendo el análisis de los ciclos raciales en una perspectiva histórico-mundial, parece que los triunfos parciales de los movimientos afrolatinos también han facilitado las condiciones para el surgimiento de élites negras neoliberales y conservadoras y para la integración al Estado y la ONGización de algunos de sus líderes y organizaciones más importantes. Al hacer este tipo de análisis, debemos evitar establecer simples dicotomías entre Estado y sociedad civil, o reducir todas las formas de participación en la formulación de políticas estatales o las relaciones con ONG internacionales bajo la simple rúbrica de la cooptación. Existen líderes y organizaciones que se burocratizan en el sentido de que se convierten en empleados o clientes de los Estados y las entidades internacionales (e.g., el Banco Mundial, la Agencia Estadounidense para la Ayuda Internacional-USAID), existen otros que obtienen algún financiamiento pero tienen cuidado de conservar una autonomía organizacional y política de Estados y financiadores, y hay otros que no quieren tener relación con entidades gubernamentales y fondos transnacionales de financiación. En mi investigación, hallé que, similarmente al análisis de Sonia Álvarez sobre el movimiento femenino, necesitamos un análisis mucho más matizado que nos permita ir más allá de simplemente oponer cooptación e integración. Esto implica que debemos establecer la diferencia entre actores transnacionales (por ejemplo, entre USAID y la Fundación Interamericana, como dos posiciones distintas dentro del gobierno mismo de los Estados Unidos), como lo hacen algunos movimientos negros en América Latina y de afrolatinos en los Estados Unidos. Este tipo de diferenciaciones no elimina la necesidad de analizar y evaluar los efectos generales de las alianzas y el financiamiento con instituciones estatales y actores transnacionales (que incluyen algunos de los representantes más poderosos del capital transnacional y el Estado imperial estadounidense) en lo que puede describirse para amplios sectores del movimiento como un viraje desde una política de movilización y de crear alternativas de base popular, hacia una política de acomodación e integración en redes transnacionales de gubernamentalidad neoliberal.37 Dicho giro implica analizar y deslindar de forma más detallada la cartografía política Afro-Latinoamericana a la vez que nos invita a cuestionar el potencial transformador de las redes de movimiento negro en América Latina.

Mapeando el campo político afro-latino/americano

Esta línea de investigación nos lleva a plantear algunas preguntas claves: ¿estamos avanzando en las luchas contra el racismo y la discriminación y en tal sentido estamos avanzando en una agenda general de justicia social, o estamos simplemente abriendo algunos espacios mínimos para la movilidad social y política (la formación de pequeñas capas medias y elite política) que sirven en gran medida para reproducir el estatus-quo en nombre de la igualdad racial? ¿Están facilitando un proceso de descolonización del poder las políticas y programas organizados y propugnados por los gobiernos, las ONG internacionales y algunas de nuestras organizaciones afrolatinas, o muchas de ellas están más bien ayudando a proyectos neoliberales de disciplinamiento de sujetos y producción de ciudadanos conformes? ¿Las mayorías de los sujetos subalternos afrodescendientes en América Latina están mejorando sus condiciones de vida, emancipación política y reconocimiento cultural, o los cambios son cosméticos en su mayor parte sin mucha transformación real y profunda?

Para comenzar a responder estas preguntas, debemos distinguir entre diferentes formaciones políticas y perspectivas ideológicas en el campo político Afrodescendiente en América Latina. Es insuficiente y engañoso llamar movimiento social a todas las expresiones de la política racial negra en América Latina. Por lo tanto, defino el campo de la política racial negra en la región como el resultado de tres procesos entrelazados: 1) movimientos sociales de afrodescendientes; 2) políticas de Estado étnico-raciales; 3) y la importancia cada vez mayor de actores transnacionales de carácter diverso desde las Naciones Unidas y el Banco Mundial, hasta la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional-USAID, y el Caucus Congresional Negro de los Estados Unidos.

Para discutir el tema de los efectos de las relaciones entre los movimientos locales y nacionales con los actores transnacionales, un contraste revelador puede ser entre la intencionalidad y el impacto de la Fundación Ford y la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional. Durante muchos años, la Fundación Ford ha financiado la investigación sobre «las relaciones de raciales» y el racismo en Latinoamérica y proporcionado recursos algunos de los cuales han servido para la organizaciones de movimiento y que también han buscado promover políticas de equidad racial (como las Acciones Afirmativas en Brasil) en toda la región. De qué manera y hasta qué punto la financiación de la Fundación Ford contribuyó a la igualdad racial y a la justicia, y si en contraste tuvo efectos de desmovilización de los movimientos y su integración al estatus quo es una pregunta importante para las investigaciones. De otro lado, es evidente que la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) actúa en conjunto con el Departamento de Estado de los Estados Unidos, el cual por los últimos ocho años fue neoconservador, y que aun bajo la administración de Obama conserva metas imperialistas encubiertas pero explícitas de promover la democracia al estilo de los Estados Unidos en la región mediante el desarrollo de relaciones diplomáticas con las élites afro relacionadas con «gobiernos amigos» (como el de Uribe en Colombia), asignando diplomáticos negros para trabajar en la región, y otorgando becas, pasantías y programas de verano en Washington, D.C. a los jóvenes afrodescendientes de la región. En este tipo de análisis, es significativo ver claramente cuáles son los discursos de democracia, ciudadanía, participación, y representación que se promueven tanto por la Fundación Ford como por USAID, en aras de que proyecto histórico (geo-político, económico, cultural) y con qué efectos políticos.

La convergencia de la conferencia de la ONU contra el racismo en Durban, Sudáfrica, con los ataques a las torres gemelas y al Pentágono, el 11 de septiembre del 2001, enmarcó el proceso post- Durban en el contexto de una feroz iniciativa imperial presidida por la administración estadounidense de halcones neoconservadores, pero también en una coyuntura crítica de una crisis de lo que solía llamarse consenso neoliberal, el surgimiento de gobiernos de izquierda y liberales de izquierda en América Latina, junto con el caos relativo y exacerbación de contradicciones en el «bloque global imperial».38 Es en este trasfondo general que debemos construir las cartografías de la política afroamericana identificando, diferenciando y definiendo la multiplicidad de los actores, las prácticas, las organizaciones, los discursos, los estilos de acción y los proyectos socio-históricos que articulan, representan y defienden.

Afrodescendientes y la Agenda de la Sociedad Civil

En éste análisis, la agenda teórica e investigativa que desarrollamos en el proyecto Interrogando a la Sociedad Civil proporciona un marco analítico útil. Lo que llamamos «la agenda de la sociedad civil» es una construcción para caracterizar la actual coyuntura en la que Estados y actores transnacionales (instituciones del capital transnacional como el Banco Mundial, pero también ONGs internacionales) explícitamente abogan a favor del «desarrollo de las bases populares», la «ciudadanía participativa», el «empoderamiento local» y la «democracia deliberativa» como metas y requerimientos para financiar los sectores no estatales que se definen como «sociedad civil». Esto ha sido criticado por académicos y activistas como parcialmente una apropiación y despolitización del lenguaje de los movimientos sociales en el marco de la gubernamentalidad neoliberal transnacional con la intención y el efecto de producir ciudadanos-sujetos disciplinados, reproduciendo así el estatus quo de la globalización neoliberal corporativa. Hay también una crítica a la ONGización de muchos movimientos sociales, lo que implica cambios en las formas organizacionales (burocráticas y de arriba hacia abajo), incremento de la dependencia financiera (ligada a la profesionalización), y más dependencia del cabildeo gubernamental y las negociaciones en detrimento de las acciones colectivas directas y las políticas de confrontación; todo lo cual corresponde a su integración relativa en marcos institucionales transnacionales (redes de ONG, organizaciones supranacionales del capital global) y estatales.

A la luz de esto, existe una variedad de escenarios que podríamos describir y analizar. Lo primero es la necesidad de diferenciar entre diferentes tipos de actores sociales y políticos afro. Para ello debo, en primer lugar, definir los movimientos sociales como campos de acción y de comunicación, una constelación de acciones colectivas (formales e informales) realizadas por un grupo diverso de actores (individuales y colectivos) que mantienen una autonomía relativa del sistema político (el Estado y los partidos políticos), se involucran en la acción colectiva para reclamar derechos y necesidades, así como propuestas de cambio, y que tienen un carácter sostenido así como efectos pertinentes en el desafío al orden establecido.39 Esta definición general se hace más específica y compleja con el contraste entre movimientos antisistémicos y prosistémicos para diferenciar entre movimientos que involuntaria o deliberadamente desafían de aquellos que ayudan a reproducir la matriz de dominación y explotación que llamamos la colonialidad del poder.

Como ya había planteado, los movimientos sociales negros siempre han sido un terreno en disputa, como se evidencia en la diferenciación entre movimientos asimilacionistas, autonomistas y separatistas en la historia política afro en los Estados Unidos. En la medida en que los movimientos sociales negros históricamente han sido pilares de la política global de emancipación (en relación a otros movimientos que esgrimen diversas reivindicaciones y lineamientos político-ideológicos incluyendo: el socialismo, el feminismo, la liberación nacional y el nacionalismo revolucionario, el panafricanismo radical, la política sexual negra contra las opresiones patriarcales y heteronormativas, luchas por la tierra y el medio ambiente), existe una larga tradición de activismo radical negro que ha sido una fuerza antisistémica para la democratización, la descolonización y la liberación a través de la historia. Por otro lado, su capacidad para desafiar y provocar la reestructuración en condiciones globales y órdenes raciales, tuvo el efecto de transformar muchos movimientos negros claves junto con algunos de sus actores y organizaciones principales de ser contrahegemónicos en el pasado a convertirse en parte del bloque hegemónico. Winant sostiene que hubo un cambio fundamental en el orden racial mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial «de la dominación racial a la hegemonía racial».40 Esta caracterización es en parte útil para entender el periodo que se ha denominado la «era post-derechos civiles» en los Estados Unidos, en el que ha habido una corriente dominante de políticos negros en el campo electoral hegemónico (los términos de política bipartidista neoliberal y proimperialista), junto con la integración de la mayoría de los esfuerzos de organización de base en instituciones locales de servicio social que se han convertido en clientes cuasi-gubernamentales del Estado, lo que ha implicado una relativa marginalización de las organizaciones populares negras y del activismo radical afroestadounidense.

Este escenario político en los Estados Unidos puede tener valor pedagógico para evaluar la condición presente de la política afro en América Latina, por un lado debido a las influencias mutuas de los movimientos de tipo similar en cada coyuntura histórico-mundial, pero también debido a que los movimientos latinoamericanos están llegando a un momento de triunfo relativo en algunas de sus demandas y por ende de relativa integración a políticas y leyes estatales y transnacionales. En nuestro análisis y crítica de lo que denominamos como agenda de la sociedad civil, uno de los asuntos claves es preguntarse qué movimientos, acciones y actores se incluyen o excluyen de lo que se define hegemónicamente como sociedad civil. ¿Cuáles son los requerimientos para la «civilidad» y porqué hay «otros» que entran en la categoría de «inciviles»? En el caso de los movimientos negros, está diferencia está particularmente cargada, dada la larga historia de definiciones racistas de la negritud y de las culturas y comportamientos de afrodescendientes como inciviles y faltos de civilización. De manera análoga a la categorización que se ha denominado como de el indio preferido41 para indicar el favorecimiento de las instituciones neoliberales (Estados y actores transnacionales) hacia líderes y organizaciones indígenas que no desafíen el orden establecido, sostengo que las mismas instituciones favorecen ciertos individuos y agrupaciones que podríamos llamar de manera similar los negros escogidos o para ilustrar más la distinción y darle mayor eficiencia analítica en el imaginario racista occidentalista también el fenómeno se podría representar discursivamente como una categoría de afrodescendientes civilizados.

Los líderes y organizaciones negras elegidas para ser incluidas en la agenda de la sociedad civil, que tienden a ser las que gozan de mayor proyección pública y cuyos líderes ya han logrado reconocimiento nacional e internacional, aparecen como representantes de los afrodescendientes tanto en negociaciones con el gobierno como en contiendas electorales y ocupando posiciones en diversas ramas del Estado. También tienden a recibir financiamiento internacional para proyectos de desarrollo económico e igualdad racial. Ha habido resultados positivos en lo que concierne a algunos programas de desarrollo económico local y en programas locales/nacionales contra la discriminación, pero también ha habido una burocratización y una profesionalización parcial junto con el surgimiento de élites y clases políticas negras que tienden a confundir su poder personal con el poder colectivo y a separarse de las mayorías subalternas afrodescendientes que siguen sufriendo de condiciones graves de desigualdad social y racismo. Las mayorías afrodescendiantes que en su mayor parte permanecen por fuera de la sociedad civil oficial y que aún se consideran como fuera del dominio hegemónico de la civilidad de acuerdo a los criterios imperantes en los escenarios nacionales y transnacionales, a menudo participan en acciones colectivas y en actividades políticas (sobre todo de carácter informal) que en gran parte siguen siendo invisibles en las esferas públicas dominantes. Las luchas e intervenciones de estas mayorías subalternas negras son muchas veces contenciosas contra quienes están en el poder y el orden establecido, y representan una fuente significativa de actividad antisistémica cuando se organizan con más agrupaciones afrodescendientes de base y poder popular y con otros movimientos que luchan por la justicia económica, étnica, cultural, de género, sexual y ecológica. Hoy día, el hip-hop politizado constituye una de las fuentes principales de la cultura contestataria afroamericana tanto en el norte como en el sur, y se puede argüir que se constituye como movimiento social en si mismo y/o como uno de los pilares principales del radicalismo negro afroamericano y desde ahí hacia el mundo.

Espacios de poder y escalas políticas en el mundo afro

A la vez que critico el nacionalismo metodológico, entiendo que es necesario reconocer que los territorios nacionales son espacios de poder fundamentales en esta cartografía de la política racial afrolatina. Los escenarios de país son las esferas de hegemonía (cultural, socio-económica, política) más inmediatas y son arenas de lucha en las definiciones y negociaciones de ciudadanía, derechos, recursos, representación y reconocimiento. Los órdenes raciales y los regímenes racistas tienen dimensiones locales, nacionales, regionales y globales, y por ende la política racial debe enmarcarse en todos estos niveles. Varios académicos han analizado diferentes tipos de política racial negra en diversos países y regiones a lo largo del continente americano según una pluralidad de criterios, entre los que se cuentan: las distintas formas históricas de esclavitud y los correspondientes procesos a la emancipación, las formas de participación en las luchas de independencia, las ideologías de construcción de nación y las definiciones de ciudadanía, la importancia e impacto de la agencia de los sujetos afrodescendientes en diferentes coyunturas históricas críticas.42 En vista de ello, mi investigación sobre la política afro en América Latina revela diferencias nacionales sustanciales que a su vez han de especificarse en el tiempo y el espacio. Por ejemplo, en Cuba, la combinación de una población afrodiaspórica numerosa y culturalmente vibrante, en conjunto con su protagonismo en la guerra de independencia, configuró un discurso más inclusivo sobre la relación entre raza y nación de lo que se observa en el resto de las Américas, lo cual tuvo como consecuencia el surgimiento de una suerte de organización negra independiente desde finales del siglo XIX. En Brasil, otro pilar de la historia afroamericana, una dictadura militar en el poder de los sesenta a los ochenta del siglo XX, restringió de manera importante la política de los movimientos sociales y criminalizó la política racial negra con el efecto neto de prácticamente suprimirla hasta la crisis de la dictadura a finales de los setenta cuando hubo un ascenso en el activismo negro que en los ochenta se articuló con la organización de lo que se llamo el Movimiento Negro Unificado. Pero como ya hemos dicho, no fue sino hasta los noventa en la coyuntura histórico-mundial y regional de la maduración del neoliberalismo y la aparición de nuevas políticas de movimientos sociales, que el activismo negro disperso fue capaz de organizar redes locales, nacionales y transnacionales de movimientos sociales de los afrodescendientes de la región. Unos de mis argumentos principales en este artículo es que estas redes de activismo, que constituyen una constelación de movimientos sociales, fueron el elemento generador para la formación de una esfera de política racial afrodescendiente en la región. El proceso hacia Durban y sus efectos fueron y siguen siendo una instancia crucial de dicho proceso.

Colombia es uno de los ejemplos más claros de que no podemos simplemente entender la política racial en términos de movimientos sociales negros, sino como un campo más complejo y diferenciado de la política afro. Colombia podría definirse como un laboratorio de una multiplicidad de posibilidades en la política negra, donde se dilucida la importancia de la política racial para mayores contiendas sobre la economía política, la política cultural y la geopolítica en las Américas. Un contrapunto revelador podría verse entre el llamado de Daniel Mera (intelectual que pertenece al Proyecto Color en Colombia) por una forma de solidaridad negra que representa a los Estados Unidos como el máximo ejemplo de los negros en el poder desde la dinastía egipcia, esta como una tendencia muy distinta de política transnacional negra en contraste con la defensa de Carlos Rosero (intelectual líder del Proceso de Comunidades Negras-PCN) de una agenda afrodiaspórica hemisférica por los derechos humanos (entendidos en toda su diversidad como derechos sociales, económicos, culturales, étnico-raciales, ecológicos, etc.), y el desarrollo como potestad de las bases populares negras fundamentado en el conocimiento ancestral, la integridad territorial y el autogobierno de las comunidades. Una manera de representar estas diferencias es el distinguirlas como políticas de solidaridad negra en contienda (o choque de panafricanismos), donde debemos diferenciar enérgicamente, por ejemplo, un panafricanismo neoliberal que defiende el Tratado de Libre Comercio como medio para el «progreso y la posibilidad» a la vez que apoya las políticas del presidente Uribe de la «seguridad democrática» (en afinidad con la «guerra contra el terror» del presidente Bush), en contraste con un panafricanismo de base popular que defiende el autogobierno comunitario, el desarrollo ecológico, la integración regional de los pueblos y la globalización desde abajo. Este contrapunteo entre la política y la ideología del PCN y el Proyecto Color en Colombia, demuestra la necesidad de desarrollar un análisis de las diferentes ideologías del poder afrolatino y los distintos discursos y proyectos históricos articulados por sujetos y organizaciones afrolatinos. Es una tarea que está más allá del alcance de este escrito, pero es un elemento importante en un proyecto de investigación de mayor envergadura sobre la política racial afroamericana en el cual estoy trabajando.

Política afroamericana: dilemas y posibilidades

La dinámica actual de la política negra en el continente americano debe enmarcarse en el terreno en disputa de la globalización neoliberal y en las formas del Estado y la economía asociadas con ella, la lucha geopolítica entre los designios imperialistas de los Estados Unidos y sus aliados contra los Estados disidentes que se opongan a ella (en especial Bolivia, Cuba, Ecuador y Venezuela), así como en relación con las luchas por la redefinición de la nacionalidad (y de las identidades culturales y étnico-raciales en general) y por el reconocimiento, los derechos y los recursos que vienen con la politización de las identidades étnicas y raciales de los pueblos negros e indígenas de la región. Hay dimensiones locales, regionales, nacionales y transnacionales en este ámbito, y ésos son los espacios concretos del poder que componen el campo de fuerzas que investigamos y en las que esperamos intervenir. Este es el escenario histórico general en el que enmarco el actual ciclo de la política racial en el continente americano.

Este escenario en su totalidad nos remite a uno de los principales desafíos que enfrentan hoy día los sujetos afroamericanos en general y los movimientos afroamericanos en particular que se puede resumir en la pregunta: cuál será nuestro rol histórico en un momento en que el que estamos situados en el centro de los procesos de cambio nacional y hemisférico. Por ejemplo, los afrocolombianos son actores centrales en las luchas a favor o en contra del Plan Colombia y el Tratado de Libre Comercio. Por otro lado, los afrovenezolanos han estado presionando al gobierno para que apoye sus demandas de reconocimiento como categoría política, con derechos, recursos y políticas especiales, hasta el punto de que el presidente Chávez se ha autodeclarado afrodescendiente después que se organizara una conferencia hemisférica de afrodescendientes contra el neoliberalismo (que podamos llamar a ese gesto un cambio real o un gesto «etno-populista» es una pregunta que queda abierta y ya el tiempo lo dirá). En el contexto de la situación altamente polarizada en la región andina, en marzo del 2008, en Colombia, alrededor de 5 millones de personas participaron en una demostración masiva contra los paramilitares, que fue organizada en gran parte por organizaciones de base afrocolombianas y que defendió a la legisladora negra Piedad Córdoba contra los ataques conservadores que tenían también un componente racista. En una lógica análoga de acción colectiva y cambio político, la convergencia de la huelga de los corteros de caña de azúcar (la gran mayoría Afrodescendientes) con la Minga dirigida por Indígenas a finales del 2008 y principios del 2009, es un ejemplo elocuente de la capacidad de movilización y potencial transformador de los movimientos de Afrodescendientes e Indígenas.

En Ecuador, los afroecuatorianos tuvieron representación como tales en la asamblea constituyente (una situación sin precedentes históricos en el continente americano), y por primera vez el movimiento negro ha desarrollado una plataforma política unificada. Por otro lado, en los Estados Unidos por primera vez en la historia se eligió un afrodescendiente como presidente. Todo esto plantea grandes preguntas a la política afrodiaspórica en general y a los movimientos afroamericanos en particular. ¿Cuál es el proyecto histórico para la diáspora africana y que significa esto en concreto en términos del tipo de políticas de desarrollo económico, democracia política y política cultural que vamos a articular y establecer? ¿Cómo debe articularse la política racial con la política de clases, género y sexual, y en búsqueda de qué tipo de proyecto de libertad e igualdad?

Los indicadores económicos de todo tipo y a partir de todas las fuentes revelan que los afrolatinoamericanos aun sufren de las peores condiciones de desigualdad, y que a pesar de los logros relativos en ámbitos de lo político y lo cultural, las condiciones de racismo estructural, desvalorización cultural y violencia racial cotidiana que exacerban situaciones de marginación social y exclusión política, caracterizan la vida de la mayoría de los afroamericanos. En vista de ello, sectores significativos de los movimientos sociales afroamericanos están retomando la declaración y plan de acción de Durban contra el racismo, a la vez que definen su política y proyecto más allá de la agenda de Durban.

Horizontes, desafíos y perspectivas pos-Durban

En junio del 2008, hubo dos conferencias una tras la otra en Brasil (una de la sociedad civil y la otra de los gobiernos) para evaluar y revivir en Latinoamérica y el Caribe la agenda de Durban contra el racismo. Fue significativo ver varios de los líderes afrodescendientes que han desempeñado papeles claves en la construcción de organizaciones en sus países y han sido protagonistas en el proceso de Durban y en la creación de la Alianza Estratégica Afrodescendiente, representar los gobiernos como los de Ecuador y Uruguay en el encuentro de países. También fue importante ver mujeres afrolatinas, muchas de Brasil, pero también de otros países como Costa Rica, Nicaragua y la Republica Dominicana, liderando el encuentro de la sociedad civil. Fue estimulante oír de los representantes de la ONU planteando que el Ministerio Brasileño de Equidad Racial es la institución gubernamental de este tipo líder en el mundo, como también que el encuentro regional Latinoamericano debía servir como ejemplo a las demás regiones del globo terráqueo.

En esta reunión de junio 2008 en Brasilia, denominada Foro de la Sociedad Civil de las Américas de Cara a la Revisión del Proceso de Durban, se elaboró y aprobó una declaración cuya visión articulo con claridad y transcendió el carácter progresista de la agenda de Durban. Dicha Declaración de las Américas esboza un visión política que conjuga los principios anti-racistas con reclamos contra todas las formas de discriminación, resaltando opresiones de género y sexualidad, y vinculando la discriminación a desigualdades de clase e inequidad en las ecuaciones geo-políticas y económicas en las Américas y en el mundo en general. Este ethos de liberación expreso en la Declaración de las Américas tuvo continuidad en la declaraciones de otra reunión preparatoria hacia Durban II realizada a principios de marzo 2009 en la República Dominicana y finalmente en la reunión mundial de revisión de la Declaración y Plan de Acción de Durban, que se llevo a cabo en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza a finales de Abril, 2009.

La conferencia de revisión de la Declaración y Plan de Acción de Durban (también conocida como Durban II), se realizó en Ginebra, Suiza del 19-22 de Abril del 2009, a pesar del boicot de los gobiernos de Israel y los Estados Unidos y del retiro de varios países de la Unión Europea luego del discurso del presidente de Irán. El hecho de que la administración de Obama, cuyo triunfo como primer presidente negro de los Estados Unidos fue ampliamente celebrando alrededor del mundo, anunciara un boicot de Durban II a partir de las mismas razones ofrecidas por el Presidente Bush para retirarse de la conferencia de Durban debe ser motivo de análisis. Es decir, Obama, al igual que Bush en el 2001, explícitamente declaró un boicot a Durban II debido a desacuerdos con la caracterización del sionismo anti-Palestino del Estado Israelita como racista, y en protesta contra la política de reparaciones fundamentada en la evaluación de la trata negrera y la institución de la esclavitud como un crimen de lesa humanidad con efectos de larga duración en las condiciones de vida de los Afrodescendientes. A pesar de la oposición de actores fuertes en los escenarios geo-políticos internacionales, como los Estados Unidos y varios gobiernos de la Unión Europea, la Declaración y Plan de Acción de Durban se ratificó en la conferencia de revisión en Ginebra. Aquí es importante subrayar de nuevo que la única región del mundo donde la agenda de Durban tuvo incidencia significativa tanto en las políticas públicas como en la sociedad civil (sobre todo en el campo político afrodescendiente) fue en América Latina. Hacemos esta aseveración sin exagerar la importancia de dichas políticas ni sus efectos en la vida cotidiana de las mayorías afrodescendientes que siguen sufriendo de serias condiciones de desigualdad social, discriminación racial y marginalización política.

La reunión de revisión de la agenda de Durban en abril de 2009 en Ginebra, de cierta manera marca el cierre de una era y el comienzo de otra en el campo político Afrodescendeiente en América Latina. Una de las indicaciones es que la Alianza Estratégica Afrodescendiente que se organizó en el proceso hacia Durban, virtualmente ya no existe como tal. Por otra parte, una serie de redes que ya han acumulado historia, como la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Caribeñas y de la Diáspora (fundada en 1992), y la Organización Negra de Centroamérica- ONECA (fundada en 1994), mantienen su integridad y conservan sus bases a varios niveles (local, regional, nacional, transnacional). Además, han surgido otras iniciativas de colaboración como el Equipo Técnico y Político que organizan activistas-intelectuales Afro-Latinos con objetivos políticos de representación y visibilización en la ronda de censos que comienza en el 2010. Otro esfuerzo de carácter regional es la organización de ORAPER (Oficinas Regionales de Análisis de Políticas de Equidad Racial) una red de organismos gubernamentales y no-gubernamentales que trabajan a favor de la equidad racial. En este nuevo contexto, una pregunta obvia e importante que se ha venido discutiendo por líderes y activistas de movimiento en varios escenarios y a diversos niveles es como reenfocar la actividad en aras de aumentar la organización de base y la participación de las mayorías subalternas. En este sentido, se ha discutido la posibilidad de lanzar una campaña continental para protestar por 200 años de racismo y falta de ciudadanía plena a la luz de las celebraciones de los bicentenarios de las repúblicas latinoamericanas a partir del 2010. La formulación de una campaña de este tipo expresa una voluntad de impulsar una ola de movilizaciones con el potencial de promover prácticas de acción directa y participación amplia de las mayoría afrodescendiente que bien podrían revitalizar una política de movimiento social negro a través de la región.

En esta coyuntura el ejemplo de Colombia, con el cual tengo particular familiaridad, nos puede ser de interés más general para nuestro mapeamiento y análisis critico del campo político Afroamericano enfocado en América Latina. Como ya habíamos planteado, la diversidad (organizativa, regional, política, ideológica, generacional) del campo político Afrocolombiano demuestra la necesidad de una cartografía que represente la heterogeneidad y analice tanto los patrones comunes como las tensiones y contiendas. Los esfuerzos de consolidar un movimiento nacional estudiantil Afrocolombiano a partir de la existencia de organizaciones de estudiantes afro a través del nutrido sistema universitario del país es uno de los fenómenos más importantes que han surgido en la política Afrocolombiana en los últimos años. A la misma vez, la voluntad manifiesta de organizar un movimiento estudiantil Afrocolombiano como actor en el escenario nacional ha sido atravesado por intensos debates sobre una serie de cuestiones claves incluyendo el proyecto político, el perfil ideológico, el carácter organizativo, la relación con las comunidades negras, y alianzas con otros movimientos sociales y organizaciones políticas. Aquí uno de los debates principales ha sido la relación entre los movimientos de Afrodescendientes y las izquierdas tradicionales las cuales han tendido a negar la centralidad de la opresión racial y por ende a no entender u oponerse a la organización autónoma de los Afrodescendientes. Por otro lado, han surgido posturas militantemente anti-izquierda que muestran una falta de memoria histórica del rol protagónico de los movimientos negros en las luchas de liberación en el mundo moderno (desde las revueltas de esclavizados, el cimarronaje, y la revolución haitiana como ya discutimos) como también la ausencia de una reflexión política más profunda sobre el patrón global de poder lo que implica entender como el racismo se articula con el capitalismo, el imperialismo y el patriarcado. Por otro lado, el calificativo «izquierda» le resulta negativo a muchos jóvenes afrodescendientes cuya experiencia con la izquierda blanca-mestiza es de rechazo a sus reclamos contra el racismo y a favor de su identidad afro. Más allá del movimiento estudiantil, analizando la identidad de jóvenes como categoría política, nos preguntamos cuales han de ser los efectos en el movimiento social Afrocolombiano en particular y en los movimientos sociales Afro-Latinos en general, de las escuelas de entrenamiento para líderes afrodescendientes auspiciadas por el USAID en Washington, D.C.

La coordenada de Washington, D.C., la capital política del imperio estadounidense, nos refiere a otro avatar de la política Afrocolombiana, la gestión de las agrupaciones AFRODES y PCN (Proceso de Comunidades Negras) de organizar una red en EE UU en solidaridad con las organizaciones de base y las comunidades negras en Colombia. Esta red de solidaridad que ha establecido alianzas con grupos progresistas importantes como el TransAfrica Forum y la Oficina de Washington para América Latina (WOLA), cumple un rol significativo en una serie de asuntos como el cabildeo contra el Tratado de Libre Comercio entre EE UU y Colombia, peticiones contra asesinatos y violencia de los actores armados contra los consejos comunitarios negros en Colombia, y educación publica a los estadounidenses sobre los problemas y las luchas de los afrodescendientes en América Latina. Este trabajo ha sido coordinado con nuevos enfoques en la actividad del Proceso de Comunidades Negras en Colombia, que ahora concentra en la organización de luchas locales por mantener territorio en tanto espacio de vida, condiciones laborales, y afroreparaciones en el Pacífico Sur de Colombia. Esta vertiente política representa una forma de afinidad y solidaridad transnacional entre organizaciones y movimientos que comparten causas contra la guerra y por la paz, en contra de opresiones diversas (clase, raza, genero) y a favor de la redistribución del poder y la riqueza. El proyecto político y perfil ideológico de esta red contrasta con la tendencia cada vez más común de no tomar distancia crítica y desarrollar relaciones casi clientelares con las instituciones del gobierno estadounidense y del capital transnacional en Washington, D.C. En el mundo afrodiaspórico podemos denominar esta veta crítica y radicalmente democrática como panafricanismo libertario.

Significados e implicaciones del efecto Obama

Uno de los interrogantes más relevantes a la vez que más controversiales en la caracterización de la política afroamericana hoy día es la gran pregunta de los posibles significados de la elección de Barack Obama como el primer presidente negro en los Estados Unidos. Al hacernos esta pregunta resurge el contrapunteo entre el planteamiento de Daniel Mera de que los pueblos negros han tenido grandes poderes en dos momentos de la historia, el Egipto antiguo faraónico y los Estados Unidos hoy, en contraste con el argumento de Chucho García de que el fenómeno que denomina como «Obamania» es «peligroso» y «enajenante». Sin negar el significado histórico de la elección de un presidente afrodescendiente a la Casa Blanca de gobierno construida por esclavizados negros, y sin quitar la importancia del triunfo contra los halcones neo-conservadores que presidieron el país durante las administraciones de Reagan y los dos Bush, es también sumamente importante el abordar críticamente al Presidente Obama. Para la temática de este artículo es relevante subrayar que la administración de Obama no asistió y explícitamente boicoteo la Conferencia de Revisión de la Declaración y Plan de Acción de Durban, realizada en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra, Suiza en Abril de 2009, presentando las dos mismas razones principales que uso la administración de Bush para retirarse de la Conferencia Mundial contra el Racismo en Durban, Sudáfrica en el 2001; estas fueron, primero la afirmación de que las prácticas de exclusión y violencia del Estado israelita contra el pueblo Palestino constituyen una forma de racismo, y segundo la oposición del gobierno estadounidense a la adopción de medidas de justicia reparativa (o Afroreparaciones) en vista de que la esclavitud transatlántica se declaró en Durban como un crimen de lesa humanidad. Esto indica claramente elementos de continuidad en la política imperial estadounidense lo cual se observa también en políticas tales como el escalamiento militar tanto en el Medio Oriente (por ejemplo la profundización de la guerra de Afganistán) como en América Latina (por ejemplo el establecimiento de bases militares norteamericanas en Colombia). Las desilusiones de muchos a través del planeta en vista de las expectativas para con el gobierno de Obama deben ser motivo de reflexión crítica, por un lado sobre las problemas del electoralismo liberal como estrategia de poder, y por otro lado sobre los límites de centrarnos en el Estado como vehículo institucional para lograr los cambios sustantivos contra el racismo estructural (y demás formas de opresión) y a favor de la democracia sustantiva y la justicia social. A pesar de todas las declaraciones contra el racismo y todas las formas de discriminación en las naciones americanas, el boicot al programa de Durban organizado por los gobiernos de Canadá y los Estados Unidos, en combinación con organizaciones sionistas, habían marginado en gran parte su importancia y sus efectos.

La cuestión de la efectividad del efecto Obama debería servirnos para analizar la diversidad de vertientes, proyectos, perspectivas, y prácticas políticas en el mundo Afroamericano. La cartografía es ahora más compleja y más difícil de analizar cuando el país más poderoso del planeta (aunque haya perdido la hegemonía todavía ostenta un poder extraordinario en el escenario mundial) tiene un Afrodescendiente como presidente. Si consideramos a los Estados Unidos como un imperio, algunas preguntas pertinentes serian: ¿Qué significa tener un emperador negro? ¿Qué implicaciones tiene la ideología de Obama (por ejemplo su doctrina de seguridad nacional que en teoría y práctica representa más continuidad que ruptura con la llamada «guerra contra el terror») para el perfil político y las formas de liderato de las organizaciones y comunidades Afrodescendientes de la región? Estas preguntas han de dilucidarse más claramente con el tiempo, pero me parece fundamental el desarrollar criterios para evaluar los distintos proyectos históricos, propuestas de poder y cambio, culturas y prácticas en el campo político Afrodescendiente en América Latina y el Caribe Hispanófono.

Criterios para la caracterización y el análisis crítico del campo político afroamericano

Para concluir este articulo voy a esbozar cinco criterios que consideramos fundamentales para analizar con rigor y evaluar con claridad las perspectivas, estrategias, y horizontes de los movimientos Afro-Latinoamericanos en particular y del campo político Afroamericano en general. Comenzamos con el tema de la economía política. Aquí, una pregunta clave es como entendemos las posibilidades y limitaciones de la economía-mundo capitalista y de cada país y región en su fase actual de globalización neoliberal. ¿Debemos defender las políticas de libre mercado o abogar por un nuevo orden económico desde el nivel local, hasta lo nacional y global? Cómo contestar a esta pregunta está directamente relacionado con el segundo criterio que es el ecológico. En vista del fracaso de todos los modelos de desarrollo capitalista, de proveer a la mayoría de la humanidad de medios de supervivencia (por ejemplo de empleo, vivienda, y alimentación), a la vez que han provocado un desastre ecológico; ¿cuales son las implicaciones práctico-políticas de planteamientos alternativos como por ejemplo las propuestas del Proceso de Comunidades Negras a favor de un nuevo paradigma de desarrollo, fundamentado en la armonía de ecología, territorio, saberes ancestrales, identidad y cultura Afro, en un contexto de autogobierno de base? Esto a su vez nos lleva a un tercer asunto que es la necesidad de tener un sentido claro de proyecto político. ¿A qué le estamos apostando?, ¿sólo a ganar puestos y espacios dentro del Estado y a obtener favores del Estado metropolitanto norteamericano, o en contraste, buscamos crear un orden político sustancialmente distinto? ¿Por cual forma de democracia y ciudadanía estamos luchando?, ¿por una mera extensión de la franquicia de la democracia liberal, o buscamos una transformación sustancial del las formaciones políticas con el fin de obtener derechos colectivos (sociales, económicos, culturales, y políticos) en el contexto de una democracia radical y participativa desde el nivel local hasta lo nacional y aun a escala mundial?

El cuarto criterio que presento a su consideración es la cuestión de género y sexualidad. ¿Vamos a centrar las luchas en contra del poder patriarcal, es decir en contra del machismo y el heterosexismo, en nuestras agendas y en nuestras prácticas de movimiento? ¿Cuál es la importancia adscrita a los Afro-feminismos y a los reclamos LGTB en nuestro registro de prioridades y en nuestro análisis de la opresión y la liberación? Por último, me refiero a las políticas culturales. Cuando hablamos de la ancestralidad y de «lo propio», ¿desde qué óptica y a favor de qué proyecto político-cultural lo estamos haciendo? Por ejemplo, entendemos lo ancestral y lo propio dentro de marcos y patrones autoritarios y conservadores, o por el contrario entendemos la tradición y la cultura como procesos cambiantes y espacios atravesados por luchas «casa adentro» lo cual implica combinar la defensa de la ancestralidad con la construcción de culturas de liberación.

Todo esto implica dos asuntos fundamentales para la política afrodescendiente en general y para los movimientos afro en particular: primero, cual es el proyecto histórico y la visión de futuro a la cual le estamos apostando, y segundo cómo de acuerdo a nuestros reclamos inmediatos y nuestro horizonte de futuro podemos elaborar una política de alianza con otros movimientos. Esto implica formular respuestas claras a una serie de preguntas claves: ¿cuál ha de ser el papel de los afrodescendientes y sus reclamos en la nueva política de descolonización y liberación que crece en la región?; ¿cómo nuestras luchas y reivindicaciones se inscriben dentro de proyectos a favor de la democratización de la democracia por medio de una serie de esferas de justicia (social, económica, política, cultural, cognitiva, sexual y de género)?; ¿cómo combinar los logros obtenidos en cuanto a la emergencia de una esfera de política racial afrodescendiente (incluyendo el comienzo de políticas contra el racismo a favor de la equidad racial) y los espacios que hemos abierto tanto a nivel estatal como en organizaciones transnacionales, con estrategias de organización de base y reclamos que informen reformas radicales que muevan la agenda colectiva en aras de una sociedad más justa y equitativa desde niveles locales hasta globales?. Estos interrogantes levantan uno de los asuntos fundamentales que es la cuestión de la capacidad de los movimientos Afroamericanos de proponer y construir respuestas reales y eficientes a la crisis profunda y polivalente (económica, ecológica, epistémica, ética, política, cultural, en fin, civilizacional) que caracteriza la condición actual del sistema-mundo moderno/colonial. ¿Cuál ha de ser nuestro lugar y nuestras contribuciones como Afro-Latinas/Afro-Latinos al proyecto que el intelectual Boaventura de Sousa Santos ha llamado «reinventar la emancipación» al cual también podríamos denominar como una nueva política de descolonización y liberación? ¿Cómo cultivar horizontes de futuro y cómo construir espacios culturales y prácticas políticas que sean portadoras a la vez que desarrollen creativamente la tradición antisistémica de la política afrodescendiente? Para terminar ofreciendo una respuesta general a esta pregunta quiero reiterar el argumento de que una de las tarea principales para los movimientos afroamericanos es reinventar y reconstituir la tradición de larga duración de los movimientos negros como abanderados de una radicalización de la democracia para continuar construyendo la diáspora africana como una fuerza transformadora para futuros alternativos, como una fuente de esperanza efectiva a favor de la vida y la felicidad para convertir todo el planeta en un gran Palenque de esperanza y de libertad.


Pie de página

4La denominación Afro-Latina/Afro-Latino está siendo usada de manera creciente para designar a sujetos y poblaciones Afrodescendientes que provienen y/o residen tanto al sur del rio grande (desde México a la Patagonia, el espacio histórico que conocemos como América Latina) como en otras regiones de las Américas (especialmente los Estados Unidos de Norteamérica pero también Canadá). Aunque el énfasis geo-histórico principal de la significación es en las Américas, también se podría utilizar para denominar a personas y colectividades que provienen de Afro-Latino/América y residen en otras regiones del mundo como Europa.
5En el 2009 cumplimos el 40 aniversario tanto de los Estudios Negros como de los Estudios Latinos en los Estados Unidos, que fueron resultado de la ola de movimientos antisistémicos de los 1960/1970, uno de cuyos hitos principales fue la huelga de San Francisco State University 1968/9 que tuvo como una de sus demandas principales el establecimiento de Estudios Étnicos. Los reclamos de hoy día para la descolonización de la educación, como también a favor de pedagogías des-coloniales y de «justicia cognitiva» (para usar el término de de Sousa Santos) se pueden relacionar a estos movimientos de los 1960/70, ver Lao-Montes (2005).
6Véase Urrea Giraldo (2007).
7En este artículo usaré los términos «negro» y «afro» como categorías de identidad intercambiable. También usaré la expresión afroamericano para denominar las personas de descendencia africana que viven en el continente americano, no sólo en los Estados Unidos, y por lo mismo usaré la expresión afroestadounidense al referirme específicamente a la población negra de los Estados Unidos.
8Hay una larga historia de ese tipo de análisis en la tradición de la diáspora africana. Algunas de las investigaciones que se pueden considerar son: DuBois (1903-1989, 1940-1991), Gilroy (1993), James (1938-1989), Patterson y Kelley (2000).
9Para consultar sobre los «movimientos antisistémicos», véase Arrighi, Hopkins y Wallerstein (1997), Lao-Montes (2007), Martin (2005) y Santiago-Valles (2008). Para los «ciclos raciales», véase Sawyer (2005). Para «la agenda de la sociedad civil», véase Álvarez (2008), Hale (2000) y Dagnino (2000).
10El sociólogo peruano Aníbal Quijano acuñó el concepto de colonialidad del poder como categoría clave para la teorización de la modernidad en términos de un patrón de poder histórico-mundial que se define principalmente como una dinámica de dominación/explotación/conflicto en cinco áreas básicas de la vida social: la autoridad, el trabajo, la naturaleza, el sexo y la subjetividad. La «raza» es un eje de articulación fundamental de tal patrón de poder. Véase Quijano (2000). Varios intelectuales han desarrollado la contribución seminal de Quijano y han organizado congresos, grupos de trabajo y publicaciones. Tres ejemplos importantes son el «grupo de trabajo sobre colonialidad», con sede en la Universidad Estatal de Nueva York en Binghamton desde 1997, el grupo modernidad/colonialidad/ descolonialidad, que incluye a intelectuales de diversas instituciones académicas en los Estados Unidos y América Latina, y el Programa de Doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito, Ecuador.
11Este argumento lo desarrollo en un artículo enfocado en las diásporas Afroamericanas (Lao-Montes, 2007).
12Véase Bonilla Silva (2001), Ferreira da Sliva (2007), Godlberg (2002, 2009), Mills (1999), Santiago-Valles (2008) y Winant (2001, 2004).
13Fernando Coronil usa el concepto de modernidad subalterna de manera distinta para hablar de la modernidad periférica del Estado venezolano. Mi concepto de la modernidad subalterna es más similar a la noción de cosmopolitismo subalterno de Boventura de Sousa Santos. Véase Coronil (1995), y De Sousa Santos (2006).
14Véase Robinson (1997), Santiago-Valles (2004), y Winant (2001, 2004).
15Para el argumento de «la colonialidad del ser» ver Maldonado-Torres (2000).
16Tomo el concepto de los ciclos raciales del politólogo Mark Sawyer y me baso en su análisis para comenzar a desarrollar el marco que presento aquí. Véase Sawyer (2005:200).
17Sawyer (2009).
18Quizá esté más relacionada con el argumento de este artículo la crítica del relato de McCadam sobre el movimiento de los derechos civiles sin un claro sentido de las articulaciones globales y pasadas y sin mucho análisis cultural. Véase McCadam (1999), Tarrow (1994), Tilly y Tarrow (2006), Tilly (2004, 2006).
19Este concepto de política cultural debe mucho a Álvarez, Dagnino y Escobar (1998).
20Esta representación ampliada del sistema histórico, que Wallerstein caracteriza como el mundosistema moderno y el mundo-economía capitalista, ha sido articulado por diversos académicos, entre los que se cuentan Grosfoguel (2002), Lao-Montes (2001), Mignolo (2000) y Quijano (2000). Quizá el primero en usarlo fue Mignolo, pero los significados sustantivos de qué tipo de sistema era y las implicaciones teóricas y metodológicas de cómo teorizar sobre él como totalidad histórica no son necesariamente iguales. Para un análisis de tales diferencias, véase Lao-Montes (2009).
21Para dos argumentos muy distintos sobre la importancia de las rebeliones de esclavos en la modernidad capitalista, véase Genovese (1900) y Santiago-Valles (2004). Véase también Blackburn (1989).
22Véase Hobsbawn (1999).
23Cesaire (1900) sostiene que la Revolución haitiana marca el surgimiento del concepto mismo de negritud.
24Hay una amplia literatura sobre la revolución haitiana. Algunos de los estudios más importantes son: Dubois (2005), Fischer (2000), Fysk (1900), James (1989-1938) y Trouillot (1995).
25Martin (2000), Robinson (1997) y Winant (2001, 2004).
26Véase Edwards (2000).
27Véase James (1989-1938).
28La mayoría de los análisis del periodo están escritos desde una perspectiva noratlántica y no registran siquiera estos importantes desarrollos políticos y culturales en Latinoamérica y el Caribe Criollo Hispanohablante.
29Referencia sobre Bandung. La expresión «Los miserables de la tierra» sirve de título a un libro de gran influencia del psiquiatra e intelectual revolucionario martiniqueño Frantz Fanon (1965).
30Véase Arrighi, Hopkins y Wallerstein (1997). La expresión «sacudió el mundo» está tomada del libro clásico de John Reed sobre la Revolución Rusa.
31Existen otros grupos en extremo importantes, como la Liga de Obreros Negros Revolucionarios y el Movimiento de Acción Revolucionaria, que son menos reconocidos en la esfera pública, pero que fueron cruciales en el punto de vista del radicalismo negro en los Estados Unidos en ese periodo. Hay una investigación en desarrollo que está revisando la política negra en los sesenta y setenta. Algunas de las contribuciones más importantes son las de Kelley (2005), Mohammed (2006) y Young (2006).
32Para una crítica de la noción y proyecto de «imperio negro» ver Michelle Stephens (2005).
33Para la noción de «marxismo negro» véase Robinson (2000).
34Véase Bonilla Silva (2002).
35A esto habría que sumar el National Association for the Advancement of Colored Peoples, organización de corte político que fue fundada en los Estados Unidos en el año 1909.
36Las feministas afrobrasileñas jugaron un papel importante en este proceso. Véase Álvarez (1998b) y Curiel (2005).
37Para la elaboración del concepto de gubernamentalidad (categoría acuñada por Foucault) como concepto crítico para analizar los procesos de globalización en la era neoliberal véase (entre otros) Ferguson (2006) y Ong (2006).
38Para un excelente análisis sobre la actual coyuntura de crisis de la hegemonía global como «caos», véase Arrighi y Silvers. Para la caracterización de las constelaciones mundiales de poder en términos de un «bloque imperial global» compuesto de Estados núcleos, instituciones de capital transnacional (como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio) y las corporaciones transnacionales, véase Quijano (2004).
39Esta definición debe mucho al planteamiento de Sonia Álvarez sobre los movimientos sociales como campos discursivos de acción. Véase Álvarez (2007).
40Véase Winant (2001, 2004). Siguiendo a Gramsci, él define la hegemonía como la integración de la oposición al orden dominante.
41Véase Hale (2002).
42Una excelente síntesis de dicha literatura como base para el desarrollo es su teoría de los ciclos raciales está en Sawyer (2009).


Bibliografía

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